Continuo esta historia. Ya no está lejos de terminar.
Verdad a Medias
-Hola, Lynn.- Fue lo que dijo aquel médico apenas tomé asiento.
Hacía tanto tiempo que estuve en este lugar, que todo parecía irreal. El hálito de los libros, ahora casi obsoletos, y de los acabados de madera de un consultorio sacado de otros tiempos, me encerraba en un ayer extraño. En un miedo viejo.
Es en momentos fríos como este, cuando uno se da cuenta de que los problemas no corregidos se guarecen como el moho de las paredes, esperando expandirse y pudrirlo todo. Ahora, aquí, simplemente no podía entender como era que mi pequeña Linka, había llegado a este lugar.
Aquí, donde nació.
-La niña, vino, Lynn. Me costó un poco, pero pude recordarlos; a ti…a Rita.-Se acomodó en su sillón acojinado de piel marrón.- No todos los días nace una niña albina en una situación tan especial…como la de ustedes.
-¿Ella lo sabe, Doctor?- He preguntado.
-De mí y de este lugar, solo ha obtenido que su madre fue atendida y nada más. Pero es muy vivaz y tiene una mirada decidida. ¿Qué edad tiene, Lynn?
-Ella, 14.
-Supongo que tu plan es no enterarla de nada nunca, jamás.
He agachado la cabeza. Siempre ha sido ese el plan; pero, con el paso de los años, de la madurez y la calvicie, uno se da cuenta que, al despertar de cualquier día, ya no piensas igual que hace 20 años. Que ya no somos los mismos y los planes ya se sienten, vacíos, muertos.
-¿Y cómo se lo digo, doctor? ¿Qué le digo? Ella cree que su madre está muerta.
-¿Y no sospecha que le mientes? Porque si vino hasta aquí, sola, es porque no te cree, Lynn. Eso o tiene enormes dudas.
-No me cree del todo. Pero es la única realidad que ha vivido.
El viejo médico suspiró. Se movió en su silla de un lado a otro mientras jugaba con aquella pluma de fina marca.
-No soy quién para decirte que hacer. No sabría que hacer de estar en tu lugar. Pero se me ocurre solo decirte dos cosas, Lynn: o le dices la verdad, o zanjas el asunto para siempre.
¿Qué quieres decir?
Tarde o temprano va a encontrar algo; más indicios, más pistas, Lynn, y su mundo de naipes se vendrá abajo.
Destruye los naipes; dale unas fotos falsas, llévala a un altar con la imagen de alguien, una tumba o en lo que crean. Un lugar donde derramar la ansiedad que le come. Donde llorar y enterrar el fantasma de su madre.-
Yo palidecí. Sentí un frío recorrer mi cuerpo. -Pe-pero…-
-¿Pero no está muerta?- Me ha preguntado. Yo no sé qué responder.
-No puedo creer esto.
Eres un niño, Lynn, un niño asustado y yo me estoy involucrando de más en un asunto que tiene 15 años que dejé atrás. He mantenido mi promesa de no revelar nada de todo lo que pasó y con eso mantengo mi código profesional.
-Y se lo agradezco, doctor, no tiene idea de cuánto.
-Decidas lo que decidas, por favor, aleja esta bomba de tiempo de mí. Eso te lo agradecería yo.
-Yo…eso haré. - He decidido irme. Me puse de pie e iba a tomar el picaporte cuando su voz, de nueva cuenta, me detuvo.
-Lynn, el tiempo cambia a las personas. ¿De verdad, aun es imposible que…la acepten? Ya no es como antes Lynn, eran otros tiempos y la nena, por Dios, la nena es más que un amor. La cambiaría sin pensar por una de mis nietas que solo quieren sacarme dinero.
Me volteo y lo miro directamente. Es la única persona con la que he podido hablar de este tema abiertamente desde, pues desde Linka.
-Lo último que supe, Lynn, es que Rita no puede salir de donde está. Que tú tienes prohibido acercarte siquiera a los países vecinos. Pero ya han pasado muchos años, podría ser que esas personas cambiaran. La vejez nos transforma.
-Ese es mi sueño, Doc. Es mi sueño cada noche, pero, desgraciadamente, para ellos; para cada uno de ellos, mi niña, mi Linka, no existe…
y si llegase a existir...
-Buenas tarde, Lynn. Por favor, cierra la puerta al salir.-
Había una pequeña pelota de chicos abrazados que, sinceramente, irradiaban cariño. Stella en medio mientras Linka y Clyde la bordeaban. Stella aun hipaba. Linka le acariciaba la cabeza y Clyde le tomaba de la mano.
Ella se había liberado un poco con ellos. Les contó cómo la consideraban la vergüenza de su casa y de su familia. Como la habían tratado. Como mucha gente pensaban que ella era una "regalada" y que eso le dolía más que todo. Luego de haber reído un poco con la súbita llegada de la albina, había llorado más al recordar nuevamente todo; mientras Linka juraba que quien le dijera algo le arrancaría la nariz con una mordida.
Clyde le había reiterado que no se preocupara, que ellos jamás la juzgarían y Stella los abrazó del cuello a los dos, con fuerza. Demasiada fuerza.
-Stellita, amor…necesito respirar…- Dijo Linka. Ella los apretó más y les dio un beso en la cabeza a cada uno. Luego los soltó y ambos respiraron por fin.
Clyde absorbió de su respirador. -Algún día quiero tener tu fuerza…-
-Ten fe, Clyde, papá oso es enorme. Así que es muy probable que tú también lo seas.- Dijo Linka.
Stella sonrió, secándose algunas lágrimas. -De verdad les quiero, chicos.- Dijo. De pronto, la puerta se abrió dando paso a Harold y Howard. Los chicos se sorprendieron un poco, pero no dijeron nada. Ambos se acercaron a aquel curioso grupo que ya hacían sentados en el suelo pegado a la pared del pasillo con cara de conejos asustados.
-¿Qué hacen aquí, chicos? Y, Stella, linda, ¿has estado llorando?- Preguntó Howard alarmado.
-Yo…-Dijo Stella no estando segura de que decir. El pelirrojo no pudo dejar de notar que Clyde tenía a Stella tomada de la mano.
-¿Me explican?
-Yo…- Stella se encogió de hombros y comenzó a temblar. Linka la abrazó, miró a los dos hombres y con una sonrisa enorme les dijo:
Clyde embarazó a Stella.
Harold soplaba con una cartulina a Howard quien, acostado en el sillón, apenas estaba recuperando la conciencia.
-Esta vez si te pasaste, Linka.- Dijo el hombre.- Mira como está Castor, digo Howard, con semejante cosa pudiste infartarlo.
La joven acariciaba el cabello del pelirrojo mientras aguardaba con una sonrisa maliciosa. El hombre entreabrió los ojos.
-Un…un…un embara…- De pronto se paró de súbito. -¡Harold! ¡Necesitamos un pediatra! No, no, ¡Antes darle seguimiento y…!
-Calma, Howard, es falsa alarma…no hay embarazo.-
-¿Cómo que falsa alarma? ¿De qué estás hablando?- El moreno, al ver la molestia de su pareja, solo se limitó a señalar a la pequeña albina que sonreía.
-¡¿Tu?! ¡Pequeño visón de invierno! ¡Casi me matas! - El pelirrojo se puso de pie y se lanzó hacía a Linka, quien, veloz, escapó dando vueltas al comedor con Howard detrás. -¡Ven aquí!-
Stella y Clyde estaban sentado en el sillón de enfrente viendo aquella escena.
-¿Me explicas que pasa?- Preguntó Stella.
-Bueno, Linka siempre le juega bromas pesadas a mi papá, así que no es del todo raro. Una vez le dijo que me había tragado una abeja y papá se desmayó, aunque realmente se desmaya con cierta facilidad.
-Bueno, pero, está enojado ¿no? Se ve molesto.
-Si, pero fíjate en lo que va a pasar.
Linka dejó de darle vueltas a la mesa para escapar por un pasillo, el pelirrojo se metió por la cocina y salió por el frente tomando a la joven de la cintura, hacer un gran esfuerzo para cargarla y con la otra mano proceder a tallarle la cabeza con el puño.
-Eres una bandida, ¡bandida!
Linka se quejaba, aquel curioso castigo si le provocaba algo de dolor, pero era más la risa.
-¡AY! ¡Ay! ¡Ya, papá! ¡Ya! ¡Lo siento!-
-Te lo mereces, casi me muero.- Luego la bajó, y le señaló con seriedad. – No juegues con eso, Linka, si alguien va a estar embarazada de Clyde, esa serás tú.
Y el momento fue inmensamente incómodo para todos.
Stella agachó la cabeza haciendo una risa rara mientras a Clyde se le atoró la respiración.
Harold hizo una mueca. Linka tomó un tono tan fuerte de rosa que Howard lanzó una carcajada.
-¿Que paso, Linka? ¿Se te fue la risa? Yo también puedo bromear.- Y procedió a halar la sonrojada mejilla a la chica que estaba tremendamente apenada.
Linka y Clyde, sentados cada uno al lado de Stella, le tomaban de la mano. Hacía un poco más de una hora que los señores McBride habían llegado y, después de la persecución de Linka, les habían pedido a los chicos, que les contaran que había sucedido.
Clyde le pidió a Stella que lo hiciera, que confiara en ellos y Stella jamás hubiera accedido si no fuera porque Linka igual se lo pidió.
"Ellos son personas muy amables, confía en mí"
Así que, allí estaban, en medio de una fuerte tensión.
-Esto es por-habló Clyde- por lo del recorte de periódico del otro día.
Howard hizo una leve expresión. Harold solo frunció un tanto el ceño. La situación sí iba a ser incomoda.
Stella notó sus expresiones y viejos recuerdos le llegaron. Se puso de pie.
-No, yo no quiero esto…- Dijo y procedió a retirarse. Se sentía juzgada nuevamente, como siempre…ningún lugar era adecuado ni a salvo de su infierno.
-Joven, por favor, espera.- Fue la voz del pelirrojo quien se había puesto de pie. -Por favor, cuéntanos. Eres amiga de nuestros chicos, ellos te quieren mucho, se les nota. Nunca han tenido una amiga tan querida como tú, y hablo por los dos al decirlo. No te estamos juzgando, pero se nota que algo te pasó y te duele. Sea como sea, siempre serás bienvenida aquí.
Linka sonrió y miró a Stella, quien le devolvió una triste mirada. Regresó al asiento, en medio de sus amigos.
Con lentitud resignada ella contó a grandes rasgos como fue engañada por un amor, ultrajada y abandonada por todos. El cambio de casa, de escuela. Y como un pasado que no entendía realmente, ya la estigmatizaba.
Cuando Stella calló, los hombres le miraban con cierto pesar.
-Eres muy joven para cargar con todo eso.- Dijo Harold.- Eres una niña.-La chica solo agachó la cabeza mientras sentía un dolor fuerte en el pecho. Howard se puso de pie y caminó hacía Stella.
-No te merecías lo que pasó. Así como tampoco es tu culpa.- El hombre se agachó para quedar a la altura de la chica que no le miraba.- Actuaste por amor, sin guía y el amor a ciegas puede hacer mucho daño.-Le tomó de las manos.- En esta casa no se juzga a nadie y menos a alguien que no tiene culpa de nada.- Él le sonrió y Stella comenzó a respirar con algo de dificultad.
-¿Quieres un abrazo?- Preguntó el pelirrojo y la joven lo miró un momento, luego le abrazó.
-¡¿Qué hiciste que?!
-¡La niña tiene derecho a saber!
-¿Cómo se te ocurre? ¿Con que derecho hiciste algo así?
-Es solo una niña, doctor, yo tengo hijos y no me gustaría que…
-Por esos chicos, por tus chicos, María, tenías que callar. No tienes idea. ¿Es que no recuerdas que pasó?
-No, Doctor, yo solo vi a una hermosa niña que busca a su madre.
El médico guardó silencio. Ya habían cerrado el consultorio, el lugar, por ende, estaba vacío. Cerca a la hora de salida su enfermera de más de una década le había dado una desafortunada noticia.
Una cosa era verdad, él no recordaba haberle mencionado detalles de aquel evento de hacía más de 14 años. Nunca lo vio conveniente ni necesario. Sin contar que, además, había un código de confidencialidad que, como empleada, ella estaba obligada a cumplir.
-Te puedo mandar a la cárcel y lo sabes.
La mujer lo miró sin temor mientras apretaba los labios tratando de ocultar su nerviosismo.
-Te puedo despedir ignorando tus años de servicio.
- ¿Por qué? ¿Por qué lo harías? Me conoces y sabes que nunca he tratado de sacar provecho. Es solo una pequeña que…
-Porque esa gente es mala. Todos ellos son malos. Debiste seguir el protocolo que de sobra conoces.
-No entiendo, ¿Gente…mala?
El doctor suspiró. Pensó en que debería adelantar sus vacaciones a la Bermudas.
-Son…mafiosos, pues. Gente muy peligrosa. Nunca quisieron al padre de la niña con su madre y poco después del nacimiento se la llevaron por la fuerza. El hombre que vino tiene prohibido acercarse a ella y mucho menos comunicarse, con sentencia de matarlo.
A él y a la niña...y a todos lo que se metan.-
Hubo un silencio, luego, por fin se escuchó. – Eso que dices, Jhon, ¿es verdad?
-Desgraciadamente, sí. Y si la niña contacta a su madre…no sé qué pueda pasar…-
-Pero… es su familia…por más que odies a alguien, la niña ya es su sangre.
Es su sangre…
-Eso no cambia nada para ellos.
La enfermera se sentó de golpe y se llevó las manos al rostro. -Yo…que podía saber…-
-Por eso tenías órdenes.
-Yo…es que yo…
-Dime, ¿Qué le enviaste?
-Solo una foto sin nombre.-
-Si esa mujer no tiene fotos en la red, no habrá ningún problema. Pero, aun así ya es un cabo suelto.-
-¿Me vas a despedir?
No.
Tú estás aquí para siempre, María.- Dijo mientras cerraba la puerta del consultorio, consciente de que no le había dicho a aquella arrepentida mujer, toda la verdad.
Y con esto tenemos actualización. Una disculpa por mi desaparición. Muchísimo trabajo, poca paga, una vida que agota, una guerra que no termina de terminar, una enfermedad que solo nos atrasa y un mundo que debería de terminar para dar inicio a la siguiente especie inteligente.
Un saludo y espero actualizar y finalizar Electrashock.
Gendo.
