1111Nota de la autora:

He leído historias en este formato, y me han gustado especialmente las de mi autor favorito de fanfics de Orgullo y Prejuicio, WadeH. Cada capítulo está narrado por un personaje en primera persona, lo que permite añadir sus sentimientos y reflexiones. Espero que lo encontréis de vuestro agrado.

Capítulo 1. Fiesta en la plaza - Zorro

Tal y como es habitual en este pueblo, el día de mercado se acabó convirtiendo en un asalto de bandidos. No sé que tiene Los Ángeles que es como un imán para los problemas. ¡Fiesta! ¡Todos a bailar! La plaza era un caos a mi alrededor, pero traté de concentrarme en cada combate de manera individual, confiando en que mi instinto me haría reaccionar si otro combatiente se acercaba por uno de mis flancos. Desgraciadamente no podría hacer nada para esquivar una bala, a pesar de lo que piensan algunos, no soy tan rápido, más quisiera yo. Por suerte Victoria y don Alejandro (siempre pienso así en él cuando llevo la máscara) se habían refugiado en la taberna llevando con ellos a todos los que habían podido rescatar. He visto a don Alejandro en situaciones similares, demasiado frecuentes para mi gusto en este pueblo, y apuesto a que se llevó a los que decidieron escucharle al fondo de la taberna, detrás de varias mesas puestas de lado en el suelo. Había algunos idiotas asomándose a las ventanas, como si una pared de madera de ese grosor o un cristal fueran suficientes para parar una bala, pero no puedo salvar a todos de su propia estupidez.

Los bandidos disparaban contra todo hombre, mujer o niño que no formara parte de su grupo. Por suerte la mayoría de sus balas se desperdiciaban; a cambio podríamos decir lo mismo de los disparos de los soldados contra ellos. Típico, habitualmente son más un incordio que una ayuda.

Nuestro honorable alcalde, Ignacio de Soto, parecía más preocupado por conseguir que los soldados me dispararan a mí que a los bandidos. A voz en grito afirmaba que yo estaba compinchado con ellos, como si desmontar a dos de sus caballos de forma violenta, y desarmar a otros tres con la espada y el látigo no dejara claro que no había venido con ellos a tomarme unos vinos. No hay peor ciego que el que no quiere ver.

Por suerte Tornado no se espanta con el sonido de los disparos, y sólo tengo que hacer presión con las piernas para que obedezca inmediatamente, a veces montar a este animal es igual de fiable que usar mis propias piernas. Hace años leí un tratado sobre equitación de combate, y uno de los bandidos se llevó una desagradable sorpresa cuando se colocó detrás de mí, creo que con la intención de tirar de mi capa para derribarme (sí, a veces creo que debería quitármela antes de entrar en una pelea, pero no siempre tengo tiempo de prepararme) y di a Tornado la orden de dar una coz. No sé qué ha sido de él, espero que tenga la cabeza bien dura y no se la haya roto, pero en ese momento no tenía tiempo para comprobarlo.

Una mujer abrazaba a su hijo, de unos 3 años, que lloraba tan fuerte que su llanto se oía por encima del ruido de los gritos, los caballos y los disparos. Ella trataba de parapetarse para no resultar herida, pero con semejante trifulca a su alrededor era cuestión de tiempo. No estoy muy seguro de si llegué a dar a Tornado la orden para ir hacia allí o él ya lo estaba haciendo un instante antes. La mujer gritó y se encogió de miedo al girarse y ver un caballo junto a ella, pero al gritarle yo que se subiera ella reaccionó poniendo a su hijo bajo el brazo como si fuera un fardo y alzando el otro brazo hacia mí. Tiré de ella asiéndola por debajo del codo, y espero no haberle dislocado el hombro, pero mejor viva y magullada que muerta aplastada por un caballo o alcanzada por una bala perdida.

Con la mujer en equilibrio precario delante de mí en la silla comprobé que veía un pie del niño asomando por un lado en un ángulo realmente extraño, recé para que ninguno de los dos se cayera y dirigí a mi fiel caballo hacia la taberna. Entonces fue cuando la suerte me abandonó, todo lo bueno se acaba en algún momento ¿No? Inmediatamente después de oír un disparo sentí un dolor intenso en el muslo derecho.

Apreté los dientes y bajé a mis pasajeros del caballo mientras Tornado se interponía entre nosotros y la plaza. Volqué una de las mesas de la terraza de la taberna para agacharnos detrás, la madera es bastante gruesa, y llamé a la puerta. Tornado salió al galope por un lateral, y yo esperaba que hubiera entendido mi última instrucción. La mujer sujetaba a su hijo, que se retorcía como una lagartija, a la vez que se mantenía agachada detrás de la mesa, mostrando un instinto de supervivencia encomiable. Ojalá los hombres a los que rescato tuvieran la mitad del sentido común que esa mujer, a veces pienso que si no fuera por cómo son ellas capaces de reaccionar ante una crisis la raza humana se habría extinguido. Mientras, saqué el pañuelo de tela negra que siempre llevo bajo el cinturón y lo até alrededor de mi herida, apretando todo lo que pude. No era una solución definitiva y dolía como un demonio, pero tendría que conformarme de momento.

Victoria abrió la puerta, no sé si reconoció mi voz o simplemente oyó a la mujer gritando que abrieran y al niño llorar a pleno pulmón. No tuve tiempo de besar su mano, decirle alguna galantería o hacer un poco el ridículo en general, estaba ocupado, así que salí corriendo (o más bien al trote, con una bala incrustada en la pierna uno no está como para piruetas) y me dirigí a la puerta trasera, en la cocina.

Tornado me estaba esperando allí, mirándome con una expresión que parecía preguntar por qué había tardado tanto; a veces creo que ese caballo es más inteligente que la mayoría de las personas que conozco, como el alcalde, Mendoza, o incluso yo cuando hago alguna estupidez.

Me subí con mucha menos agilidad que otras veces que me exhibo como un artista de circo, justo me refiero a eso cuando digo que hago estupideces, por suerte no había nadie por allí para notar la diferencia. El ruido de la plaza parecía ir decayendo, y entonces vi a tres de los bandidos que salían por el arco de la plaza que está junto a la taberna. En ese momento pensé: Bien, Tornado y yo nos vamos de caza.

Por desgracia uno de ellos se separó de los otros dos en lugar de seguir los tres juntos como borregos, y eso retrasó su captura. Justo me tenía que tocar un bandido espabilado, no se puede contar con la incompetencia de los demás cuando más falta hace.

Una vez reunidos los alegres compañeros, aunque esta vez estaban sobre sus caballos atados y con zetas en la ropa (otra de mis estupideces, pero a estas alturas es lo que todos esperan de mí) los acompañé hasta la entrada del pueblo y los dejé allí. Entre todos ocupan un volumen lo suficientemente grande como para que hasta uno de los vigías de la guarnición los vea. Ya sé que es un pensamiento poco caritativo, pero después de pelear con unos bandidos y recibir un balazo no estaba de buen humor.

Ocultar la herida esta vez no iba a ser posible, necesitaba al doctor para sacar esa bala y no acabar perdiendo la pierna. Sabía que Felipe estaba en la oficina del periódico, y deseaba con todas mis fuerzas que él también se hubiera parapetado y estuviera bien, porque iba a necesitar su ayuda.