2.- Link y Zelda

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Link era un joven de 19 años. De joven se había enlistado en el ejército y, gracias a hazañas de valor y excelente desempeño ante el peligro, escaló puestos rápidamente hasta convertirse en capitán a los 17, el más joven de la historia.

Era bajito, apuesto, de rasgos agudos. Era muy difícil verlo alterado de alguna manera. Esa mañana, sin embargo, su cara calmada no ocultaba las ojeras bajo sus ojos.

Fueron a hacer ejercicios matutinos como todos los días. Link era el capitán, así que tenía que decirles a sus muchachos qué hacer. Partieron dando unas cuantas vueltas a los cuarteles. Como siempre, había algunos soldados que se escabullían para dormir un poco más o para hablar. Link los veía, así como los demás, pero no intentó darles ningún tipo de reprimenda. Nunca lo hacía, no veía razón. Él no había buscado ser capitán, en primer lugar.

No sabía qué quería ser. Por la mitad de su vida nunca tuvo que hacerse esa pregunta. En ese momento tenía la armadura de los soldados, pero no era algo a lo que había aspirado, sino más bien algo en lo que cayó.

Luego de correr por el patio de prácticas, realizaron varios ejercicios más y terminaron con una ronda de duelos. Link, como siempre, derrotó a todos sus hombres con facilidad. Aunque lo atacaran entre varios, él les contestaba con unos cuantos de sus famosos ataques en círculo y los mandaba a volar.

Después de las prácticas mandó a sus muchachos a las duchas. Iban por el camino, cuando se encontraron a algunas damas de la corte; nobles importantes a quienes debían tratar con el máximo respeto. Entre estas damas se hallaba nada más y nada menos que la princesa: Zelda.

—¡Atención!— exclamó Link, apenas verla.

Se paró erguido, seguido de todos los soldados a su cargo, y saludaron. Las damas de la corte rieron entre dientes, emocionadas al ver a regios hombres en armadura, tan obedientes frente a ellas. Zelda se acercó a Link.

Era una muchacha de su misma edad, de ojos azules y largo pelo rubio, excelentemente cuidado. Como siempre, llevaba un vestido rosado con tonos violeta y una tiara con gemas.

—Pueden relajarse, capitán— lo saludó con un tono elocuente.

Link soltó apenas un poco sus músculos; aunque la princesa fuera benévola con él, debía conservar las apariencias.

—Majestad— contestó el capitán.

—Con usted quería conversar— indicó esta— algunos mercaderes han encontrado bestias en sus rutas normales y quería establecer un equipo de vigilancia ¿Le parece si nos reunimos más tarde?

Link abrió los ojos de par en par. Si había mercaderes siendo atacados en rutas normales, eso significaba que los monstruos se estaban saliendo de sus territorios. Se preguntó por qué la princesa se había enterado antes que él.

—Por supuesto, majestad.

Zelda asintió, complacida.

—Lo espero en una hora en… la sala de audiencias sur.

Link asintió. Zelda se despidió con un gesto de la cabeza y se retiró. Las damas de la corte la siguieron, aunque más de alguna se lo quedó mirando embelesada.

Entonces uno de sus soldados se giró a él.

—¿Capitán? Pensé que no había una sala de audiencias sur— dijo extrañado.

Link le sonrió, sin saber cómo decírselo.

—Sea como sea, es algo de lo que tenemos que discutir en algún lugar— entonces se giró al resto de los soldados— ¡Ya, suficiente! ¡Todos a las duchas, ahora!

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En el castillo había tres salas de audiencias: norte, este y oeste. Nunca hubo una sala de audiencias sur, puesto que en el lugar donde se encontraría, se hallaba un jardín, uno que le había dado el rey a la princesa Zelda como regalo de nacimiento.

Limpio y con ropa nueva, Link se dirigió al jardín, saludó a los guardias de camino allá y entró. Ahí, en las escaleras hacia una ventana que miraba a la sala del trono, lo esperaba la princesa. En ese momento le daba la espalda, pero se giró a verlo en cuanto lo oyó.

—¡Link!— dijo contenta.

Corrió a su encuentro y lo apresó en un abrazo. Link la tomó con cuidado y la alejó, nervioso. Miró a todos lados, pero no encontró a nadie.

—¡Zelda, alguien podría pensar mal!— le recordó— La última vez que corrieron rumores, el rey estuvo a punto de ejecutarme.

La princesa le restó importancia con un gesto de la mano.

—Solo eran apariencias, Link. Mi padre no se atrevería a ejecutar al soldado más fuerte que tenemos, incluso sin mi protección. Es un rey, tiene que actuar como tal.

—No lo sé, se veía bastante enojado.

Zelda le tomó las manos, fija en sus ojos.

—¿Y qué si intentara ejecutarte? Solo tendríamos que huir ¿Te imaginas? Solos, los dos, en una cabaña perdida en el campo de Hyrule ¡Podríamos criar cuccos!

—¡No, Zelda! ¡No podemos huir así como así!

—¿Cuántos hijos te gustaría tener? ¿Qué tal seis?

—¿Hij… ¡¿Seis?!— exclamó Link— ¡¿De qué hablas?! Eso es algo que deberías hablar con tu futuro marido.

Zelda se acercó a él, tanto que sus pechos se tocaron y sus narices se rozaron.

—¿Y por qué no puedes ser tú?— le preguntó ella.

—¿Qué? ¿No se supone que te deberías casar con alguien que te guste? ¿Por qué te casarías conmigo?

Zelda frunció el ceño.

—¡Link! Dime que al menos has pensado en la idea ¿No te gustaría casarte conmigo?

Mas el capitán alejó a la princesa otra vez, rojo como un tomate.

—Zelda… creo que no entiendes. Uno no se casa con cualquier amigo. Algún día te enamorarás, y quizás esa persona sea la adecuada. Hasta entonces, deberías dejar de hablar de matrimonio y de tener hijos tan frívolamente.

—¡Tú podrías darte cuenta!— alegó ella.

—¿De qué?

—¡Argh! ¡No importa!

Zelda se cruzó de brazos y le dio la espalda, ofendida. Link se rascó la cabeza, luego suspiró.

—Está bien, supongo que al menos, de momento podemos fingir que seremos una pareja feliz— dijo— mientras quede entre nosotros…

Link miró hacia arriba, al techo, donde encontró a una mujer musculosa, de pelo blanco y ojos rojos. Impa lo saludó con un gesto de la mano, Link asintió.

—Entre nosotros tres— se corrigió.

Zelda se volvió a girar a él.

—Sí… sí, eso me basta… de momento.

Se volvió a acercar a él, puso sus brazos sobre los hombros del capitán, de nuevo incómodamente cerca. Le sonrió, coqueta.

—¿Entonces ahora somos novios?— le preguntó— ¿Estamos en una relación?

Link sintió la cara caliente del rubor.

—No— alegó él.

—¿No dijiste que me ibas a seguir el juego?— reclamó ella.

Link suspiró.

—Está bien… mientras siga siendo un juego.

—¡Genial!— celebró Zelda— ¿Y qué quieres hacer ahora, querido novio?

—¡Nadie habla así!— alegó él.

Zelda rio entre dientes.

—Solo te molesto

Zelda había sido así desde niña, siempre molestándolo de alguna manera, no con malas intenciones, simplemente para sacar una reacción de su parte. Nada que ver con…

Link detuvo ese pensamiento. No estaba bien comparar a la gente. O más bien, no quería recordar ese tiempo. Zelda vivía en paz, era feliz, tenía la tranquilidad para ser ella misma la causante de todos sus problemas.

—¿Y que era todo esto de mercantes siendo atacados? — inquirió el capitán.

—¿Oh? ¡Oh, eso! Era una excusa para que habláramos— explicó la princesa— no puedo decirte "ven conmigo a solas" frente a todo el mundo ¿No? Así definitivamente correrían rumores.

—Oh…

Link quiso golpearse la cara. No se había dado cuenta.

—Pero en serio ¿Qué tal si vamos al mercado?— ofreció Zelda— ¡Ya sé! ¡Podemos tener una cita! ¿Qué te parece?

—¿Una cita en el mercado?— alegó Link— ¿Crees que la gente va a ignorar que la princesa heredera camine por las calles casualmente?

—¡Me voy a disfrazar, por supuesto! Impa me ha enseñado algunos trucos para pasar desapercibida.

Link miró otra vez al techo, pero la sombra de la princesa ya no se encontraba ahí. Estaría en otro escondite, vigilándolos bien.

—Voy a mi habitación, espérame en las puertas del castillo. No me tardo— dijo Zelda, pero luego se detuvo y le sonrió coqueta— a menos que… quieras venir conmigo.

—Zelda, no somos niños. No deberías ir invitando a cualquier hombre a tu habitación— reclamó el capitán.

La princesa se llevó los dedos a la sien.

—Ay, por las diosas. Tú te hundes en un charco ¿No?

Se marchó, dejándolo pensando en esto último.

—Yo nado bastante bien— pensó.