El futuro
3
Bella
—Ya deberíamos de saber el sexo, Bella—se queja Angela a mis espaldas, resoplando—. ¿Ya qué más da?
—No…—resoplo, subiendo otro escalón—ya esperamos nueve meses, puedo esperar un par de horas más.
Otro resoplido.
—¿Podemos parar ya? ¿Un momento? —pregunta. Sin responderle, me detengo, apoyándome de la pared y la miro, limpiándome la frente— Gracias—dice y luego me mira, con cara arrugada de cansancio—, ¿cómo te sientes?
—Ya me cansé—acepto y suelto una risita—. Pero ya casi, ya siento más presión—me froto la barriga y ella apoya su espalda en la pared.
—Bien. Será mejor que se dé prisa. ¿Quieres regresar ya o…?
—Nah—le resto importancia con un gesto de mano—. Quiero regresar allá cuando el bebé ya tenga medio cuerpo afuera.
Ángela resopla una risa.
—Si, buena suerte con eso.
Comencé con mis dolores de parto alrededor de las 10 PM. Luego de lograr que Esme se quedara con Charlie y Tony, vinimos al hospital. Edward está dormido en la habitación y Ángela aceptó venir a hacerme compañía, dado que Jessica está ocupada con una boda en este doloroso viernes, que Alice está en Seattle y que Rosalie está a punto de reventar también.
No quise pedírselo a Carmen, porque su voz de la razón me iba a sacar de quicio.
Necesitaba a alguien igual de temeraria que yo en estos momentos.
Ángela y yo escapamos de la habitación y ahora recorremos de arriba abajo el ala de maternidad, con la esperanza de darle valentía al bebé para que nazca.
Las enfermeras están cómodamente sentadas, platicando en su estación y no nos hacen mucho caso. Cada vez que pasamos por ahí, logramos entender algo de su chisme: una de ellas fue víctima de un hombre casado.
—¿Qué crees que sea? —pregunta por enésima ocasión Ángela.
—Niña. Es niña—asiento y trago. Ella me tiende la botella de agua y le doy un trago.
—¿Qué si no lo es?
—Es niña—insisto.
—De acuerdo—ella me muestra las palmas y gime cuando subo un escalón—. Y aquí vamos otra vez.
Se escuchan quejidos cada vez que pasamos por la habitación 22 y un llanto de bebé en la 18.
La chica de la 22 está partiéndose en dos por lo que puedo escuchar.
Ángela me sostiene la mano cada vez que las contracciones llegan y me doblo en dos. En otras ocasiones, alcanzo a sentarme en uno de los sillones de la sala de espera.
—¿Te sientes bien, mamá? —me pregunta una enfermera, que va en camino a la estación. Lleva una bolsa de Lays en las manos.
—Sí—resoplo, con una mueca en la cara. Su comida me pone de mal humor.
—¿No quieres descansar un poco? —intenta otra vez.
—Ya nos vamos a la habitación—intercede Ángela, ignorando mi mala mirada.
—Es la 13, ¿verdad? —pregunta la enfermera. Su cabello rubio sujeto pulcramente en un moño y su discreto maquillaje fresco me hacen sentir fea y sudorosa. Parece que acaba de llegar a su jornada de trabajo.
—Así es—Ángela responde, tomándome por el codo para ponerme de pie.
—En un momento vamos a verte—la enfermera promete y continúa su camino a la estación.
—No quiero ir a la habitación—le digo a Ángela.
—Ya sé, pero ya todas las enfermeras de allá nos dieron miradas. Caminemos en la habitación.
Edward está en el sofá, dándonos la espalda y tiene mi almohada en su cabeza.
—Intenta con la pelota—Ángela me dice—. Yo me voy a sentar cómodamente aquí—palmea la camilla y pega un salto para subirse.
Balancea sus pies al aire mientras me siento en la gran pelota. Me sujeto del barandal de la camilla con una mano y ella sujeta la otra.
—Wow, no se vaya a cansar de la preocupación—Ángela murmura luego de un rato, mirando a Edward.
Suelto una risita que es interrumpida por una contracción. Dejo caer mi frente en el colchón y exhalo un gemido entre mis dientes apretados.
—Aguanta un poco más, Bella—cuchichea Ángela.
—¡Mierda! —lloriqueo.
Escucho ruido detrás de mí y luego la voz de Edward.
—¿Estás bien?
—¿Dormiste lo suficiente? —Ángela espeta.
—Cállate—él le ladra de vuelta y luego siento su mano en mi espalda, moviéndose en círculos.
Pasamos el rato así. Conmigo en la pelota o caminando alrededor o quejándome. Una enfermera llega y con ayuda de Edward, subo a la cama para que me revise.
—Todavía te falta un rato, Isabella—dice ella, sacándose el guante—. Vendré en un rato más. ¿Quieres la epidural?
—Sí—respondo sin dudar.
—Bien. Luego de la epidural no dolerá mucho—dice con una sonrisa—. Si puedes, intenta caminar más.
Bufo cuando sale de la habitación y me quedo haciendo ejercicios con la pelota. Ángela se aburre luego de un rato y enciende la televisión. Edward entonces me ayuda, sujetándome de la cintura.
La película que están pasando me ayuda a distraerme y escuchar a Ángela y a Edward discutir sobre ella también.
Él masajea mi cintura una vez que regreso a la camilla y trato de relajarme, aunque sea imposible.
—¿Lista para la epidural, mamá? —me pregunta la enfermera.
No, pero el bebé tiene que salir de algún modo, pienso mientras le doy una sonrisa fingida.
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Acordamos que Edward me diría el sexo tan pronto como le fuera posible ver al bebé, así que ahora estoy nerviosa.
Él sujeta fuertemente mi mano y alcanzo el barandal de la camilla con la otra. Me concentro en la televisión, que sigue encendida, cada vez que tengo que incorporarme para pujar. El sudor me pica en el cuello y la enfermera a mi lado no hace nada para limpiarlo. Ella no despega la vista de los aparatos a mi lado y quiero jalarle el brazo, para que me limpie.
Edward pasa su mano libre por mi frente y lo miro brevemente al exhalar con mi espalda cayendo de vuelta en la cama. Tomo su mano y la guío a mi cuello. Entendiendo rápidamente, él alcanza una toalla (supongo que alguien la puso ahí) y me termina de limpiar.
Estoy asustada y trato de bloquear mi miedo al concentrarme en detalles insignificantes, como en mi sudor o en la esquina del techo, que está ligeramente dañada.
—¡Excelente, mamá! —me celebra la doctora—. Dame uno más y será todo.
Uno más y será todo, me aferro de ese pensamiento e inhalo, lista para envararme y pujar.
Nuestro bebé llora y suelto el aire de golpe.
La enfermera a mi lado comienza a hablar en códigos y la doctora le responde con otros más.
—¡Asombroso, mamá! —me sonríe la enfermera rubia, la de las Lays. Ella es quién toma al bebé y lo envuelve en una manta.
Edward se levanta sobre sus puntas a mi lado y alza el cuello, queriendo ver al bebé. Yo sólo lo miro a él. Quiero que él me lo diga.
—¿Listos? —pregunta la enfermera Lays luego de un rato, con un bulto en sus brazos. Me concentro otra vez en el techo y luego el rostro de Edward aparece frente a mí, me está dando una sonrisa peculiar y alza las cejas.
—Es un niño, Bella—anuncia, al tiempo que estiro mis brazos para tomar al bebé.
—Está bien—respondo y miro a la pequeña criatura. La ligera punzada dolorosa en mi pecho es reemplazada rápidamente con mi corazón latiendo deprisa. La enfermera lo limpió antes de dejarlo en mis brazos y pico ligeramente su mejilla—. ¡Hola, bebé! —lo arrullo.
Él sólo frunce su rostro, pero ya no lanza lloriqueos.
—¡Hey! —Edward lo saluda, dejando que le sujete el dedo en su pequeño puño.
Lo observamos por un rato y luego Edward deja un beso en mi coronilla.
—¿Estás bien? —pregunta en un murmullo. Sé a lo que se refiere, quiere saber si no estoy decepcionada o triste.
Lo miro y asiento. Le doy una sonrisa.
—Si, estoy bien—acepto.
Me regresa una sonrisa más grande y se inclina para besar brevemente mi boca.
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—¿Cómo llegó esto aquí? —pregunto en un murmullo ronco cuando Edward coloca a Levi en mis brazos. Mis ojos intentan acostumbrarse a la oscuridad de la habitación, hasta que Edward enciende mi luz de noche.
Edward mira sobre su hombro y me da un encogimiento.
—No lo escuché entrar—resuelve.
Observo el pequeño cuerpo acurrucado de Charlie. Su espalda sube y baja tranquilamente con cada respiración. Se colocó entre nosotros, a la altura de nuestros pies.
Es bastante envidioso y celoso.
Esperábamos que ahora el celoso fuera Tony, pero él no ha cambiado sus hábitos pegajosos usuales de siempre, los de un niño de dos años. En cambio, Charlie lo está volviendo a hacer todo de nuevo, como si fuera su primer hermano.
Edward estira la mano y enreda una de las ondas cafés de Charlie en su dedo, para después bostezar.
Levi mantiene sus ojos cerrados mientras come y suspiro, deslizándome un poco más en la cama para acomodar mi cabeza en la almohada.
—¿Estás cansada? —Edward susurra.
—Sí—resuelvo. Abro un ojo para verlo—. Es una suerte que tenemos bebés racionales que no despiertan tanto por la noche.
—Sí porque, ante todo, somos racionales—él se burla otra vez, señalando cómo mi embarazo planeado salió mal. Algo sobre tener un niño de dos, uno de cinco y un recién nacido viviendo bajo el mismo techo.
—Piensa en la hermandad—repito—. Tendrán una asombrosa infancia.
—Para luego odiarse a los 15—dice.
Suspiro otra vez, ahogando un bostezo.
—Está bien. Ya estoy vieja de todas formas, se me iba a pasar el tren.
Sus hombros se sacuden con una risa silenciosa.
—Creo que estás a buena edad. ¿31? Todavía tienes como hasta los 36.
—¿Y ser una mamá vieja? No, gracias.
—Estás loca.
Levi lanza un ligero quejido y alcanzo su toalla, para limpiar su boca. Es algo molesto que nos despierte sólo para comer como por cinco minutos, es un goloso por nada.
La puerta rechinando llama nuestra atención. Lo primero que vemos es un pequeño brazo sosteniendo un peluche de rana y luego la pequeña cabeza de Tony se asoma. Su otra mano está en su boca, chupando.
—¿Qué pasa, Tony? —Edward pregunta en un susurro, yendo por él. Lo toma en sus brazos y Tony abraza su torso con sus pequeñas piernas.
—Pa—dice y apoya su cabeza en su hombro—. ¿'arlie? —dice, al ver a Charlie ahí, durmiendo.
Edward trae a Tony a la cama y lo deja entre nosotros, arriba de Charlie. Acomoda su pijama de dinosaurios y yo le aplaco el cabello mientras termino de sacarle el aire a Levi.
—¿Cama? —pregunta Tony.
Edward y yo compartimos una mirada.
—Sólo por hoy, Tony—Edward le dice.
Levi termina de vuelta en su cuna y apago mi lámpara.
Tan pronto como nos quedamos a oscuras la primera patada inconsciente de Tony golpea a Edward en las costillas.
—Ay—se queja él bajito.
Será una larga noche.
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Si me esfuerzo en ignorar esta situación, todo será más sencillo y mi paciencia no se agotará tan fácilmente.
Dejo mis ojos pegados a la televisión y con mi mano derecha, rasco la cabeza de Tony distraídamente. Me ayudo con una almohada y con mi brazo izquierdo para sostener a Levi, que come ávidamente de mí y estiro mi pierna para rascar con los dedos de mi pie la espalda de Charlie, causándole cosquillas.
Él se retuerce y suelta una risita, alejando los ojos de la pantalla.
Estamos viendo Buscando a Nemo y Charlie y Tony parecen disfrutarla bastante, o al menos esa fue la forma de tranquilizarlos para que me dejaran alimentar a Levi.
Ver películas antes de la cena o mientras la cocino, se ha convertido en una rutina desde ya hace un buen rato, pero hoy soy demasiado floja como para cocinar, así que ordené comida del restaurante italiano del centro.
Edward está terminando su rutina de ejercicios, así que Mamá Bella tuvo que venir al rescate para cuidar a tres niños.
Charlie se arrastra por la cama y gatea entre mis piernas para acomodarse ahí.
—No seas un holgazán, Charlie—le digo—. Deberías ayudarme.
—No—resuelve, soltando una risita.
Aprieto mis piernas para intentar apachurrarlo ahí y vuelve a reírse.
Tony lo mira y suspira, concentrándose otra vez en la película.
Charlie parece sacar de quicio a Tony. Tony es demasiado compuesto, bien portado y nada dramático ni necesitado. Charlie es todo lo contrario. Cambiaron de personalidad, debió de haber sido al revés.
Dejo un beso en la cabeza de Tony y termino por envolverlo en mi brazo, él se retuerce contra mi costado y se relaja ahí.
Levi ya dejó de comer y algo de leche le está escurriendo por la barbilla.
—Charlie, ¿me das la toallita de Levi?
Él me ignora.
—Charlie—lo llamo otra vez, moviendo mis piernas.
Sin muchas ganas, él se estira y la alcanza, dejándomela en la mano.
—Gracias, Charlie.
—De nada, mami—dice, con su voz angelical.
Le entrecierro los ojos y luego Edward entra a la habitación. Su cabello está revuelto y su pecho sudado. Se seca la frente con la manga de su playera.
—Wow—dice, dándome una sonrisa torcida—. Eres toda una mamá.
Me río entre dientes, imaginando cómo me veo mientras tres niños pequeños se cuelgan de mí.
—Te reto a que lo hagas sin perder un brazo.
Edward le resta importancia con un gesto de mano y se deja caer a mi lado.
—No cuenta si estás en la cama.
Leo pellizco y suelta un quejido.
—Y no cuenta si yo no estoy invitado—agrega, alzando su brazo izquierdo para abrazarme también. Su mano descansa en la cabeza de Tony y Levi queda enterrado entre los dos. Charlie, sintiéndose olvidado y celoso, prontamente se retuerce en mis piernas, subiendo más hasta que su cabeza descansa en mi estómago, justo debajo de Levi.
—¡Oh, Charlie! No te había visto—Edward dice y alza su brazo otra vez para incluirlo en el abrazo lo mejor que puede.
—¡Estaba aquí, papi! —Charlie chilla, divertido por el despiste de Edward.
El calor del cuerpo de Edward me sofoca y le golpeo la cabeza ligeramente.
—Estas ardiendo.
—Tú también, nena—bromea.
Le ruedo los ojos mientras me río y luego suena el timbre.
—La comida ya llegó. Te toca ir por ella.
Él lanza un quejido y deja la cama para ir a atender la puerta.
Hemos estado pensando en ir de paseo al Parque Nacional del Monte Rainier. Hace un buen rato que no viajamos y a los niños les vendría bien algo de aire fresco, además de que aman las plantas y explorar los alrededores. Aunque nos estamos deteniendo por Levi. Aún no sabemos si es un bebé muy difícil como para soportar el viaje.
Edward había querido ir a Utah, pero al final nos decidimos por el Monte Rainier por la cercanía, apenas y son cuatro horas en carretera.
Ya podremos ir a Utah después, cuando mi Levi sea más grande.
Lo acomodo en mis brazos y lo mezo por unos momentos. Observando su nariz afilada y sus labios fruncidos. De los tres, es el que nació con menos cabello, pero lo tiene oscuro. Creo que se parece a mí, al igual que Charlie. Anthony sigue siendo una copia de Edward y más aún que su cabello ya está tomando forma.
No voy a mentir y a decir que no sentí una punzada de desilusión en el pecho cuando Edward me dijo que era un niño. Realmente pensé que era niña. No decidimos un nombre sino hasta que nació, pero internamente había estado llamándola "ella." Edward también tuvo parte de la culpa porque insistía en que era una niña. Quedamos como unos idiotas. Supongo que a veces la vida no te da lo que quieres, pero amo locamente a Levi. Es una pequeña bolita que me gusta consolar cuando llora.
Edward ya no ha mencionado nada sobre la vasectomía, pero sé que se acerca el tiempo en que lo diga otra vez. Ya debería de hacerla. Necesitamos cerrar la fábrica de bebés. Los chistes sobre no tener nada qué hacer se manifiestan cada vez más.
Paul se ofreció a comprarnos un televisor.
Edward lo detuvo, diciéndole que él es quién debería dejar de verlo.
—Enserio, Paul, ya eres un treintón, ¿Cómo siete años con la misma chica y nada? ¿Estás seguro de que Renata te quiere?
Esa estuvo buena.
Edward regresa a la habitación y se quita la playera, tirándola por su nuca.
—¿Vamos a cenar?
—Sí—asiento.
Charlie ya está retorciéndose en la cama, avanzando hasta la orilla para bajar. Edward se acerca para tomar a Levi de mis brazos y él lanza un quejido.
Edward lo apacigua y lo apoya en su pecho, palmeándole la espalda.
—Vamos a cenar, Tony—le digo, revolviéndole el cabello y dejando un beso en el tope de su cabeza.
Él me mira entre sus pestañas y las agita, haciendo su cara de cachorro. No dice nada, pero estira sus brazos hacía mí para que lo lleve.
Con un quejido salgo de la cama y lo acomodo en mí. Tony envuelve sus piernas en mi torso.
—¿Dónde está Bear? —le pregunto a Edward—. Lo había dejado en el jardín.
—Tal vez siga allí—él resuelve.
Cuando llegamos a la cocina, Charlie ya está ahí, sentado diligentemente, listo para comer, aunque la barbilla le llegue al borde de la mesa.
Bear también ya llegó y está sentado sobre sus patas traseras.
Olisquea los pies de Tony cuando paso a su lado.
Esa bestia es enorme.
Me enteré muy tarde de que el bernés de la montaña crece demasiado. Edward dijo que era mi culpa, por no saber de razas de perros. No discutí mucho porque fácilmente pude googlear al respecto cuando accedí a tener uno.
Pero me gusta.
Aunque haga travesuras y tire mucho pelo.
Edward se encarga de colocarle un cojín a Charlie, para que alcance la mesa y sienta a Levi en su sillita. Yo me encargo de lavar las manos de Charlie y Tony, que sigue sin querer alejarse de mí.
Cuando hago intento de dejarlo en la silla, se aferra más fuerte.
Si fuera Charlie, ya lo habría obligado a sentarse por su cuenta, pero es raro que Tony sea caprichoso o muy necesitado, así que sólo lo ajusto en mi regazo y me dispongo a comer con una mano.
—Mi mamá está toda nerviosa por el viaje—dice Edward—. Dice que Levi puede pasarla mal, sigue diciendo que hubiéramos esperado más tiempo.
—Yo sólo estoy pensando en lo cansado que será estarlo cargando todo el tiempo—suelto una risita y llevo un trozo de brócoli a la boca de Tony—. ¿Crees que se ponga muy quisquilloso en el trayecto?
Edward le da una mirada. Levi está intentando jugar con el slime de Tony y un charco de baba se le está acumulando en su barbilla. Edward se inclina para limpiarlo.
—No lo creo—responde—. Yo sólo hago bebés resistentes, a prueba de viajes.
Le ruedo los ojos con una sonrisa, porque eso es bastante cierto.
—Bueno, ya descubriremos si no fallaste con Levi… y habrá que prepararse para el "se los dije" de Esme.
Edward le da un trozo de carne a Bear, que está sentado a su lado, atento a cualquier migaja que caiga de su plato.
—Como si le fuera a decir la verdad—Edward ríe.
Charlie ríe también, mostrando sus dientes y su rostro se arruga en felicidad. Me río de él.
—¿Tú dirás la verdad, Charlie? —le pregunto—. ¿Le dirás a abu Esme que Levi es un llorón?
—Ajá—asiente con todo y cabeza. Se llena la boca de pasta—. Todos son llorones.
—¿Tú no lo eres? —Edward picotea, viéndolo desde arriba con una sonrisa en su boca.
—Uh-uh—sacude la cabeza—. Yo ya soy un niño grande.
—¿Quién te dijo eso? —pregunto.
Charlie se estira para alcanzar su vaso con ambas manos. Edward se lo alcanza y lo ayuda a sostenerlo.
—Seth—dice, secándose la boca con el dorso de la mano—. Porque voy a la escuela.
—Bueno, eso es cierto—Edward acepta y lo detiene de limpiarse la mano en el mantel—. Usa una servilleta, Capitán.
—Cierto. Lo siento—dice él.
Suelto otra risita ante los modales de Charlie. Está en esa etapa en la que habla como un adulto.
La cena continúa sin ningún problema hasta que de la nada, Charlie comienza a robar comida del plato de Tony y este chilla, intentando darle un golpe. Charlie se ríe, con esa risilla malévola que guarda para Tony y eso hace que Anthony se enoje. Alcanza a tirar del pelo de Charlie fuertemente.
Edward y yo lanzamos un "¡Hey!" al mismo tiempo, aunque sin saber muy bien para quién va dirigido.
Cuando Tony demanda mucho nuestra atención, Charlie parece perder los estribos, como si tuviera un límite.
—¡Llorón! —Charlie le grita.
Tony lanza otro grito y detengo sus brazos, lo rodeo con los míos y lo atraigo a mi pecho.
—¡Charlie! —Edward lo regaña, deteniendo su puño cuando amenaza con arrojarle un brocoli a Tony.
Anthony comienza a llorar en mi oído y hago una mueca por el aturdimiento.
—¡Está bien, Tony! —lo apaciguo, frotando su espalda—. No pasa nada, bebé—dejo un beso en su mejilla y eso hace que deje de llorar, pero sigue lanzando quejidos.
—¡No hagas eso, Charlie! —Edward le dice—. ¿Recuerdas qué te dije que pasaría la próxima vez que hicieras llorar a Tony?
Charlie abre sus ojos, atento y nervioso. Ahora parece asustado.
—No—responde rápidamente.
—Bueno, yo sí lo recuerdo—continúa Edward—. Dije que no más juguetes luego del baño.
—Aww—Charlie gime, mirando a Edward con una cara larga, incluso hace un puchero.
—Así es. Luego del baño nos vamos a dormir.
—¡Aww! —otro quejido.
Ya logré que Anthony siguiera comiendo y le echa miraditas a Charlie de vez en cuando, miradas tristes.
Charlie se enfurruña, coloca un codo sobre la mesa y apoya su mejilla en su puño. Sostiene la cuchara con su mano libre y se rehúsa a seguir comiendo. Edward logra hacer que coma luego de mencionar postre.
No hay postre, pero él no tiene que saber eso.
Edward le da una galleta al terminar y Charlie corre hacia la sala, llevándosela consigo.
Edward y yo nos quedamos limpiando el desorden y luego de un rato él sale de la cocina. Lo escucho en la sala, prohibiéndole jugar a Charlie.
—¿Qué dije sobre los juguetes?
—¡Aww! —más quejidos.
—¿Quieres ir a bañarte, Tony? —le pregunto. Él está obedientemente sentado en una silla y asiente con su cabeza—. ¿Quieres que te lleve? —extiendo mis brazos frente a él.
—Sí, mami—acepta con voz dulce.
—¡Hora del baño! —grito desde el pasillo y ruidos agitados vienen desde la sala. Probablemente es Edward persiguiendo a Charlie o tratando de atraparlo.
Somos unos papás algo flojos (Edward dice que es practicidad, no flojera), así que bañamos a los tres chicos al mismo tiempo.
Lleno la bañera al mismo tiempo que preparo el baño para Levi. Anthony espera, envuelto en su toalla, aferrado a mi muslo. Ladea la cabeza cuando escucha que Edward y Charlie vienen en camino, queriendo ver.
—Charlie no quiere bañarse—anuncia Edward, que trae a Levi en sus brazos.
—No seas pulgoso, Charlie—le digo, mirándolo sobre mi hombro.
Tiene las manos a sus espaldas y no lleva playera.
—¿Quieres ir todo apestoso a nuestro viaje? —le pregunto, presionando—. Nos perseguirán las moscas.
—No me gustan las moscas—dice.
—Entonces hay que bañarse—le alzo las cejas—. Mira, el agua está lista.
Edward alcanza a Tony y lo lleva a la bañera. Él patalea suavemente, tocando el agua con los dedos del pie y luego se relaja cuando la encuentra calientita.
—Vamos, Charlie, a bañarse—le ordena Edward, acercándose para sacarle los shorts.
Él ya no dice nada y deja que Edward termine de sacar su ropa. Lo sujeta de la mano mientras Charlie entra a la bañera.
Edward les da sus baños mientras yo me quedo con Levi.
Charlie está aprendiendo a bañarse por sí solo, así que Edward le presta más atención a Tony.
—¿Ya te lavaste los pies? —Edward le pregunta a Charlie.
Él sacude la cabeza y alza su pierna, mostrándole el pie a Edward.
—Tú, papá—ordena.
Levi permanece quieto en su bañera y parpadea perezosamente. Planeo noquearlo de una vez por todas, así que froto su cabeza con mis dedos y luego masajeo sus pequeños pies.
A Levi parecen gustarle sus baños, es tranquilo y se relaja. Tony era igual. Charlie era quien lloraba. Supongo que ha sido un pulgoso toda su vida.
Levi cae rendido mientras lo visto y en silencio y con mucho cuidado, lo llevo a su habitación.
Me reúno con Edward en la habitación de los niños y termino de vestir a Charlie para la cama.
—Quiero jugar—dice cuando ya está entre sus mantas.
—No hay juguetes—Edward le recuerda—. No habrá juguetes si sigues haciendo llorar a tu hermano.
—Es llorón—soluciona.
—Tú eras más llorón que él, Charlie—le digo, palmeándole la barriga—. Ahora a dormir.
—No, yo no lloraba—jura.
—De acuerdo, niño grande, a dormir porque mañana nos vamos—Edward lo apresura.
—¿Habrá osos? —pregunta.
—Con suerte no—digo bajo mi aliento.
Lo de los cuentos antes de dormir no funciona con Charlie, así que sólo apagamos la luz y dejamos su lámpara móvil de estrellas encendida.
Nuestros equipajes están listos, así que ya no hay mucho qué hacer. Avanzo a nuestra habitación y enciendo la televisión una vez que estoy en la cama.
Edward entra luego de un rato, cerrando la puerta detrás de él.
—¿Vas a bañarte? —le pregunto.
—No, lo haré mañana—dice, jalando la colcha para entrar a la cama.
—Pero estás todo sudoroso por el ejercicio—le frunzo el ceño.
Se encoge de hombros.
—Ya veo de dónde sacó Charlie lo pulgoso.
—Cállate—se ríe bajito y pica mi costado.
Permanecemos en silencio, viendo la película que elegí y alrededor de unos cuarenta minutos después caigo en cuenta de que es muy mala.
—Mmm, que basura—mascullo.
Edward ríe a mi lado y se desliza hasta estar más cerca de mí para jalarme, haciendo que la almohada en la que estaba recostada caiga sobre mi cara.
—¡Oye! —me quejo y él la quita con una risa.
—Ya sé que deberíamos hacer—comienza, hurgando en mi playera.
Lo miro de soslayo.
—Serán tres días muy largos—sigue.
—No te vayas a morir.
Edward me sonríe, con ojos suaves. La vena de su frente está saltada y luce cómodo sin playera y con sus pantalones de pijama. Se ve muy guapo de esa forma. Estiro mi mano para cepillar los cabellos de su sien.
—¿Te dije lo bonita que estás hoy? —aventura.
—Wow, me hare la difícil más seguido. ¿Qué otra táctica tienes en tu reportorio?
Él parece pensarlo, está ahogando una sonrisa.
—Eres lo mejor que me ha pasado—intenta.
—Mm-hm.
—Te amo—presiona.
Le ruedo los ojos y me voy contra él, colocándome en cuatro puntos. Se ríe bajito, con su pecho retumbando. Lo detengo por las muñecas y me inclino a dejar un beso en su boca, borrándole esa estúpida sonrisa triunfante del rostro.
Entrelazo nuestros labios y él rompe el beso luego de un rato.
—Oye, pero lo decía enserio: te amo—dice.
—Yo también te amo—le sonrío y luego él hace intento de abrazarme, así que libero sus muñecas y lleva sus manos a mi espalda mientras reanudamos el beso.
Nuestras lenguas se rozan y él me deja introducir la mía en su boca. Su agarre se vuelve más fuerte y lentamente me derrito contra él, apoyando todo mi cuerpo en el suyo. Puedo sentir su dureza presionada en mi regazo.
La palmeo sobre su ropa.
—¿Enserio ya?
Sus ojos están oscurecidos, pero suaves.
—Sólo tienes que darme un beso para que eso suceda.
—Shakespeare se está retorciendo en su tumba—le entrecierro los ojos con diversión.
Él vuelve a reír bajito y me sujeta por la nuca para darme otro beso. Jugamos con nuestras lenguas y con nuestros labios por un rato. Su mano libre acaricia mi costado y luego aprieta mi trasero, para pegar nuestros regazos.
Edward zambute sus manos en mi playera y las coloca en mi espalda, frotando suavemente de arriba abajo. Las lleva hasta la cinturilla de mis shorts y las entierra ahí para tocar mi culo y darle un apretón.
Alejo mi boca de la suya para delinear su quijada y lamo su cuello antes de dejar besos babosos ahí. Él lanza un sonidito de satisfacción y me aprieta más fuerte contra él.
Alcanzo su lóbulo y lo chupo, haciéndolo gemir.
Sujeta mi cabeza con ambas manos para llevar mi boca de vuelta a la suya. Me aleja y nuestros labios hacen un sonido al separarse. Me mira directamente a los ojos y tiene esa mirada, la mirada oscura y deseosa de solamente una cosa.
Luego de siete años juntos, la tengo muy bien identificada.
Dejo un último beso en su boca y me deslizo por su cuerpo, besando la base de su garganta y luego su pecho. Estoy besando su abdomen, que ondula debajo de mi boca, mientras hurgo en su regazo, liberando su erección. Termino por besar su vientre bajo antes de dar una primera lamida.
Edward ahoga un gemido en su garganta y se relaja en su lugar, dejando caer su cabeza en la cama.
Lo tomo en mi boca, deseando que mi calor lo haga sentir bien. Comienzo lentamente, de arriba abajo, concentrándome en la punta y luego lamo la longitud.
Edward sostiene mi cabeza con la misma mano que sostiene la colcha y me insta a seguir, subo y bajo otra vez, lamo su base y voy hasta la punta. Abro los ojos para encontrarme con los suyos, que me observan atentamente. Tiene el ceño fruncido y sostiene su labio inferior entre sus dientes.
Tomo su punta otra vez, haciendo que otro gemido se le atore en la garganta.
—Quédate ahí—ordena con voz ronca y baja, otra vez relajándose contra la almohada.
Aplico fuerza y la alterno con ligeras lamidas. Su pecho sube y baja con una respiración acelerada y lleva su mano libre a mi cabello, sujetándolo fuertemente.
—Justo así—resopla.
Alcanzo su mano con la mía y suelta mi cabello para entrelazarlas. Aprieta fuertemente e intensifico mis movimientos para acelerar su final. Su abdomen ya ondula y sus piernas comienzan a tensarse.
Mi centro ya palpita también, rogando por atención. Lo necesito a él, o sus dedos o su boca o lo que sea. Sin dejar de lamer, posiciono su pierna izquierda entre las mías y bajo mi regazo. No lo pienso más y me froto contra él. Edward alza su pierna, ofreciéndome su muslo para aliviar mi deseo.
Siseo cuando comienzo a moverme sobre él e intensifico la presión en su punta.
—Bell…—gime entre dientes.
Y luego hay un horrible cubetazo de agua fría.
Todo pasa en cámara lenta.
El pomo de la puerta comienza a girar al tiempo que un "mamá" se escucha.
Detengo mis movimientos en el muslo de Edward y luego lo dejo ir.
Él salta en su lugar, echando la colcha encima, enterrándome ahí en el proceso. Desesperada y asustada, intento hallar la salida, sólo para encontrarme con el borde de la cama y luego estoy contra el piso.
—¡Ah! —exclamo en dolor al caer de espaldas. Intenté sujetarme de la colcha, pero Edward la tiró hacia él con demasiada fuerza, así que heme aquí, tirada como una idiota.
—¡Mami! —Tony exclama, sorprendido.
Luego su cabeza está sobre la mía, lo veo al revés.
—Hola, Tony—me quejo.
—¿Bien?
—Si… estoy bien—asiento, sentándome lentamente—. ¿Qué pasa? Ya es hora de dormir.
—Agua—dice.
Inhalo y exhalo, llenándome de paciencia y luego me levanto. Edward sigue ahí en la cama, pero ya se encuentra sentado, apoya su cabeza en sus manos y le echo una ojeada.
—¿Pa bien? —pregunta Tony, viéndolo también sobre su hombro.
—Si, papá está bien—digo, sin dejar de empujarlo por la espalda para sacarlo de la habitación.
Ya en la cocina, lleno el vasito entrenador de Tony y se lo tiendo.
—¿Estabas durmiendo, Tony? —pregunto.
Él asiente con su cabeza.
—¿Caíste? —pregunta, limpiando su boca con el dorso de su mano.
—Sí, me caí. Nos asustaste.
—¿Fantasma? —se ríe, jalando su playera, mostrando al Casper en ella.
Me río entre dientes.
—Sí, tu fantasma nos asustó.
Se cubre la boca con ambas manos, ocultando una risa y le sonrío.
—¿Vamos a dormir?
—Dormir—asiente.
Lo llevo a la cama y le echo una ojeada a Charlie. Ya duerme profundamente y palmeo mi índice contra mis labios, haciéndole saber a Tony que debe guardar silencio.
Él me imita con una sonrisa y dejo un beso en su cabeza. Él besa mi mano y finalmente huyo a mi habitación.
—¿Qué ocurre contigo? —es lo primero que le digo a Edward cuando cierro la puerta, echándole el seguro en esta ocasión. La luz de la habitación ya está encendida.
—Hey, ¿estás bien? —me interrumpe.
—¡No, me tiraste! —gruño, cruzándome de brazos—. Me va a salir un moretón.
—¿Qué querías que hiciera? ¿Darte las mantas? Si, claro—se defiende.
Lo golpeo con la almohada.
—¡No pusiste el seguro!
—Pensé que sí—masculla, revolviéndose el cabello con ambas manos—. Mira, de los dos, creo que yo soy el que terminó peor parado.
Le hago una mueca, pero luego comienzo a reírme.
—Como que te lo mereces.
Me entrecierra los ojos en molestia.
—¿Quién era? ¿Qué quería?
—Wow, ¿tan mal estabas? —suelto una risita—. Era Tony. Tenía sed.
—Ah—dice—, bueno, no estaba nada mal. Lo malo vino después—y luego parece registrar mis palabras porque hace una mueca—. ¿Enserio? ¿Agua?
Me encojo de hombros.
—Bienvenido a la paternidad.
—Ay, mátame—exhala.
—Podría matarte del placer—ofrezco.
Una sonrisa hambrienta comienza a nacer en su rostro.
—¿Lo retomamos en donde lo dejamos o tienes alguna sugerencia?
Oculto una sonrisa y apago la luz. La habitación se ilumina sólo por la lámpara de noche de Edward y me saco la playera.
—Estoy muy lista—le digo, mientras deslizo mis shorts por mis piernas, junto con mi ropa interior.
Edward ya se está sacando los pantalones, que se atoran con su dureza. Se tira sobre su espalda y bombea su miembro mientras entro a la cama y me coloco sobre él.
—¿Qué tanto? —pregunta, pasando la punta por todo mi centro.
Gimo bajito.
—Lo suficiente—aseguro al tiempo que lo entierro en mí.
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Al día siguiente salimos muy temprano de casa para lograr iniciar nuestro día en el Monte Rainier tan pronto como lleguemos ahí.
Es viernes, pero nos tomamos el día libre y Charlie no irá a la escuela.
Edward me ayuda a llevar a los niños a la camioneta, silenciosa y lentamente para que sigan durmiendo. Termino de alimentar a Levi mientras él carga nuestro equipaje y la bolsa llena de snacks.
No podremos llevar a Bear con nosotros por normas del parque, así que Rose pasará a recogerlo más tarde para cuidarlo por el fin de semana. O tal vez ella envíe a Emmett, no estoy muy segura.
—¿Lista? —Edward me pregunta en un murmullo bajo, ajustándose el cinturón.
Le echo una ojeada a los pequeños diablos que duermen en los asientos traseros y le doy un asentimiento con mi garganta. Edward se inclina hacia mí, buscando mi boca y se la doy. Nos besamos por un momento, amasando y jaloneando. Me acaricia la mejilla con su pulgar y finaliza dejando pequeños besos por todo mi rostro. Suelto una ligera risita y él la corresponde con una sonrisa.
—Sólo ten cuidado—le digo.
—Claro—asegura y finalmente salimos de casa.
La primera parte del camino es tranquila, con los niños aun durmiendo y el suave ronroneo del motor por toda la autopista. Edward canta sin sonido, sólo moviendo los labios, para mantenerse despierto y yo me entretengo con mi Kindle hasta que comienza a darme sueño, así que lo dejo a un lado.
Levi eventualmente despierta, lanzando quejidos y gemidos y Edward detiene la camioneta al costado de la carretera para que yo pueda alimentarlo. Palmeo su trasero para mantenerlo somnoliento mientras Edward camina de arriba abajo por el camino.
Charlie y Tony despiertan hasta que nos estamos acercando a nuestro destino y estiro mi brazo para que alcancen mi mano, a modo de saludo.
—Mami—saluda Charlie, con una sonrisa dormilona.
—Hola, Charlie—le sonrío sobre mi hombro.
—¿Ya llegamos? —pregunta, mirando por la ventana.
—Ya casi, bebé.
Tony ya comenzó a jugar con su peluche de rana, jalando sus patas y babeando su oreja.
—¡Wow! —Charlie exclama luego de un rato, mientras estamos en la fila de acceso.
—Mira todo esto, Charlie—le digo, admirando el paisaje boscoso, cálido y perfecto. Hay frondosos pinos, el cielo ya está de un lindo color azul y la cima del Monte Rainier se ve a la distancia, como algo sacado de un cuento—. ¿Lo estás viendo, Tony? —le pregunto.
—Mh-mm—él asiente, también echando ojeadas por la ventanilla.
Charlie ya tiene su nariz presionada en el cristal, tanto como su cinturón de seguridad se lo permite y apoya sus palmas abiertas también.
—Es bonito, mamá—dice—. Papá, ¿te gusta?
—Pues claro, Capitán—Edward le responde, dándole una sonrisa.
—¿Exploraremos esto? —sigue.
—Y tomaremos muchas fotos también—él le promete.
Charlie aplaude contento y comparte una risa conspiradora con Anthony.
Una vez que llegamos a nuestra habitación de hotel, nos apresuramos a sacar a los niños de sus pijamas y cambio el pañal de Levi. Alcanzo su bolso de bebé, lleno de todas las cosas que pueda necesitar y Edward se echa al hombro la mochila para Tony y Charlie.
Ya en el comedor, elegimos una mesa junto a la gran pared de cristal y comemos nuestro desayuno.
Es un día cálido de septiembre, aunque sospecho que la escena verde y acogedora frente a nosotros no tardará mucho en cambiar para recibir al otoño.
Edward sostiene a Levi con ayuda de su cangurera y tomo las manos de Tony y Charlie para comenzar con nuestra excursión.
Seguimos los senderos y nos dirigimos a la cascada. Edward toma varias fotos de Charlie y Tony frente al cauce del agua. Ellos sonríen abiertamente a la cámara y se abrazan. Les pido que se sienten sobre las rocas y adorablemente lo hacen, pero no sueltan sus manos y posan para la siguiente foto. Nerviosos, se pegan el uno al otro para sostener a Levi en sus regazos y Charlie le rodea el cuerpo con el brazo. Tony no quiere quedarse atrás y lo sujeta de un pequeño brazo.
—No lo dejen caer—les recuerdo.
—No, no—prometen al unísono.
Me uno a la foto y luego Edward toma algunas selfies de nosotros dos y más de todos juntos, Charlie y Tony aprovechan para hacerle caras bobas a la cámara.
No daremos los paseos completos por los senderos porque es imposible que los niños puedan caminar tanto, pero encontramos otras zonas con familias y grupos de amigos y dejamos que Charlie y Tony salten alrededor, explorando el área.
Descanso junto con Levi, mientras lo amamanto, bajo la sombra de un gran árbol y me río de la forma en la que Edward es el fotógrafo personal de Charlie y Tony.
—Una foto, papá—ordena Charlie, señalándole una nueva planta—. Otra—continúa, señalándole una ardilla.
Edward lo obedece siempre y luego de un rato le pregunta para qué tanta foto.
—Un álbum—dice—. Abu Esme me dijo que me ayudará a hacer un álbum pero que tienes que tomar foto de todo lo que vea.
—Le reclamaré a mi mamá por esto—Edward advierte, entrecerrándome los ojos.
Tony sólo sigue a Charlie, dando saltitos, como un conejo y luego le pide a Edward que lo lleve.
—¿Ya te cansaste, Tony? —Edward le pregunta, besándole la mejilla.
Tony asiente y luego apoya la cabeza en el hombro de Edward.
Encontramos un enorme árbol (al que Charlie ordena fotografiar) y esperamos a que el grupo de amigas termine de tomarse una foto ahí para también hacer una. Es un árbol impresionante. Tal vez sean necesarias unas veinte personas para poder abrazar su tronco.
Las chicas se ofrecen a tomarnos fotos y luego Edward toma una foto de Charlie sentado en las raíces, con el apoyando su codo en la rodilla y sonriendo ampliamente, como todo un modelo. Tony también se acerca y Edward lo ayuda a sentarse. Él monta la raíz y se aferra lo más fuerte que puede con sus pequeñas manos, demasiado temeroso de caerse.
Lo animo para que alce sus brazos y me mira asustado.
—No pasa nada, corazón—le sonrío—. No te vas a caer.
Él parece pensarlo, así que me acerco.
—Ni siquiera dejaré que toques el suelo.
Tony eventualmente se relaja y Edward logra tomar unas cuantas fotos de él.
—¡Eso es, Campeón! —Edward lo festeja y vuelve a besarle las mejillas.
Tony ríe y resopla contento.
Es muy temprano todavía cuando los niños caen rendidos en su cama y, contrario a lo que prometió, Edward no pierde el tiempo en dejar claras sus intenciones, acercándose a mí y besando mi cuello mientras pasa una mano por mi abdomen y otra por mi costado.
—Creí que iban a ser tres noches muy largas—le recuerdo.
Él gimotea contra mi piel.
—Creíste mal—ronronea.
—Tú lo estás entendiendo mal—noto—. Hay niños presentes.
Siento su sonrisa en mi cuello.
—Si, en la otra habitación, separada por una puerta… como en casa.
—¿Y ahora si echarás el seguro?
Se aleja, riéndose bajito y me giro para encararlo. Edward coloca sus manos en mi cintura y me pega a él.
—Ya se lo puse.
—Wow.
Se inclina para besarme y a pesar de mis palabras, le rodeo el cuello con mis brazos y acepto alegremente sus labios. Él se aleja haciendo un ligero ruido.
—¿Nos bañamos?
—¿Qué pasa si uno de los dos se despierta? La puerta va a estar cerrada y tendrá miedo. No conocen este lugar.
Edward lleva sus manos a mi espalda, la frota.
—Duermen como un tronco. Dudo que vayan a despertarse dentro de la próxima hora.
—Pero podrían.
Él resopla, como si pensara en alguna solución.
—Me gusta tu lado maternal—confiesa—, eres muy suave y protectora.
Le sonrío. Sus palabras me hacen sentir bien, aceleran mi pulso y alborotan mariposas en mi estómago.
—Pero justo ahora me vas a sacar de quicio, Nappy.
Mi sonrisa se borra y le pico la barriga. Él pega un brinco, riéndose bajito.
—Vamos, amor, enserio no creo que despierten—lo intenta otra vez.
—De acuerdo—acepto, dejando un beso rápido en su boca y yendo hasta nuestra maleta.
Cuando entro al baño, Edward ya no usa una playera y se está cepillando los dientes. La bañera se está llenando, así que me coloco a su lado, alcanzando la pasta dental.
Al terminar, él se gira para sacarme la ropa.
—Nunca te quitas esto—dice, jugando con el collar que me regaló en mi primer cumpleaños juntos, el del zafiro.
Bajo la cinturilla de mis shorts y caen hechos bola a mis pies.
—Me gusta—resuelvo—. Además, estoy comprobando que tan fino y caro es—digo, petulante—, al parecer es bueno. Siete años y sigue entero.
Edward ríe.
—Wow… siete años—murmura.
—No se sienten como siete… ¿cierto?
Él aleja su vista del collar y me mira a los ojos.
—No—se apresura a responder—. No se siente así.
Le entrecierro los ojos.
—No tienes qué mentir, eh, si lo has sentido como demasiado tiempo, puedes decírmelo.
Otra sonrisa ladeada y luego un ceño fruncido acompañado de una negación de cabeza.
—Lo decía enserio. No se sienten como siete, supongo que eso pasa cuando eres feliz—agrega.
Alcanzo su mano, la que juega con el collar y beso sus nudillos.
—¿Eres feliz?
—¿He hecho algo que te haga pensar lo contrario?
—No—acepto, en voz baja—, pero creo que nunca te lo he preguntado.
—Soy feliz—resuelve—. Soy muy feliz. ¿Tú eres feliz?
—Sí—aprieto su mano—. Me haces muy feliz.
Sus ojos se derriten y me da un breve beso.
—¿No crees que es hora de actualizar esto? —pregunta al alejarse, agitando el dije en sus dedos.
—No—le frunzo el ceño—. ¿Por qué? Es decir… me gusta.
—Espera aquí—me ordena y sale del baño.
Lo espero, algo confundida y él no tarda mucho en regresar.
—No había planeado cómo darte esto, pero creo que ahora es un buen momento—explica, acercándose otra vez y abriendo una pequeña caja de terciopelo—. Es otro dije, está grabado.
Es un pequeño dije circular que lucirá encantador con mi zafiro, tiene una E cursiva grabada elegantemente. Lo alcanzo, sonriente.
—¿Te gusta?
—Es perfecto. Muchas gracias.
Me sonríe y deja la caja en la mesada del baño.
—Es mi inicial—dice—, para que no te olvides de mí.
Le ruedo los ojos.
—Cómo si pudiera sacarte de mi cabeza. Ayúdame.
Me giro, haciendo mi coleta a un lado y las puntas de sus dedos desabrochando mi collar me hacen cosquillas. Al terminar, el dije cae agraciadamente ente mis clavículas y lo tomo entre mi pulgar e índice.
—Te amo.
—Y yo te amo a ti, mi loca y hermosa y sexy esposa.
¿El asunto sobre la palabra "esposa" siendo mi debilidad? Seh, aún no se acaba.
Y no creo que alguna vez lo haga.
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Octubre llega sin contratiempos ni nada interesante, hasta una noche a mediados de mes, cuando estoy en la cocina, horneando galletas con ayuda de Tony y Charlie.
Ayudo a Charlie a aplanar la masa mientras Tony presiona los moldes de calabazas y fantasmas lo mejor que puede, lo guío también, no queriendo desperdiciar demasiada masa con sus trazos nada uniformes.
Levi está en su columpio y Bear está tirado a su lado, con su enorme cabeza reposando en sus peludas patas delanteras. Edward está en la sala, jugando videojuegos o algo así. Me ignoró cuando le dije que debería darle un baño a la bestia peluda y eso como que me molestó. Ya le di sus dos últimos baños y también lo llevé a su chequeo con el veterinario la semana pasada. Se supone que Edward es quién tiene que hacerse cargo de él.
—¿Así, mami? —Tony interrumpe mis pensamientos y oriento sus manos para que presione el molde en la orilla. Ya trazó un fantasma, pero lo hizo en el borde y ahora ese fantasma no tiene cabeza.
—Justo así, cielo.
—¿Ma? —Charlie me llama.
—¿Sí?
—¿Bear puede comer galletas también?
—Sí, podemos darle una.
—Aww, ¿sólo una? —me mira con cara larga. Sus suaves ondas le caen en la frente y sus pequeños brazos están llenos de harina. Descubro que picoteó la masa, que ya estaba lista, cuando me distraje. Sus dedos están ahí marcados y trato de alisarla rellenando los huecos.
—Algunas—reformulo.
Él sonríe y mira a Bear desde arriba.
—¿Lo escuchaste, Bear? —Bear alza sus orejas—, Ma Bella dejó que te diera galletas.
Le entrecierro los ojos a Charlie en diversión.
—¿Le habías prometido galletas?
Él se encoge de hombros.
—Él me las pidió—resuelve.
Río y dejo un beso en el tope de su cabeza.
—¡Bella! ¡Bella! —Edward entra como un bólido a la habitación—. ¡No vas a creer esto!
Le frunzo el ceño, algo asustada. Tony y Charlie también lo observan atentamente. Bear ladea su cabeza, curioso.
—¿Qué? ¿Qué pasa? —lo animo. Supongo que no es nada malo, dado que está sonriendo.
—¡Adivina quién tendrá un bebé!
Mi primer pensamiento es Heidi, dado que tiene menos de un año de matrimonio.
—Ah, ¿He…?
—¡Paul! —me interrumpe con un grito.
Mis ojos se abren enormemente, al igual que mi boca.
—¡Estás jodiendo! —chillo y voy hacia él.
—¡Jodiendo! —Charlie grita, riéndose.
—¡No! —lo reprendo—. ¡No digas eso, Charlie!
—Jodiendo—le dice bajito a Tony. Anthony se ríe.
Edward me está mostrando su teléfono y espero una publicación en Instagram o algo así, pero es su chat grupal con Seth y Paul. Dejo el doble regaño hacia Charlie para después y me dispongo a leer.
Paul: Estoy asustado, dice.
Seth: ¿Por qué? Oye, de camino a casa llega a comprar mi medicina para la alergia, dejé la receta en tu carro.
Paul: Creo que no voy a ir a casa.
Seth: ¿Por qué no? ¿Por qué estás asustado? ¿Te secuestraron?
Edward: JA.
Paul: Si, pendejo, por eso estoy enviando mensajes.
Seth: Qué secuestrador tan considerado.
Paul: Vete a la mierda.
Edward: Ya dilo, Paul.
Paul: Esto es serio.
Paul: Renata está embarazada.
Ahogo un chillido cuando llego a esa parte y Edward ríe. Ya está sentado en un taburete y me colocó entre sus piernas abiertas, ahora frota mis muslos.
Seth: ¡NO JODAS! Estás bromeando, ¿verdad?
Paul: ¡No!
Edward: JA.
Paul: No te rías, imbécil.
Edward: ¿Es enserio?
Paul: ¡Sí! No sé qué hacer.
Seth: PAUL ESTO ES INCREÍBLE. ¡YA LO AMO! ¡NO LO PUEDO CREER!
Edward: ¡Es genial, hombre! ¡Estoy feliz por ti!
Seth: ¿En dónde estás ahora?
Paul: En su baño. Me vine a esconder.
Me río, así como Seth y Edward.
Paul: Se hizo una prueba hace rato. Los bebés no son lo mío, no combinan conmigo, soy evitativo.
Seth: Debiste pensarlo antes. Antes de salir con la misma chica como por veinte años y antes de tener sexo. ¿Qué con el condón? Así evitas tener bebés.
Paul: ¿Cuáles eran las probabilidades?
Ruedo los ojos y miro a Edward.
—¿Enserio ningún tonto piensa en las probabilidades?
Él vuelve a reír.
—No en ese momento. Sigue leyendo.
Le vuelvo a rodar los ojos y lo obedezco.
Edward: 1 de 1000.
—Eres un tonto.
—Calla.
Paul: Bueno, pues esa única probabilidad se hizo realidad.
Edward: ¿Enserio no estás feliz?
Paul: No sé, siento cosquillas.
Seth: Dile a Renata que te las quite.
Paul: Ay, está tocando la puerta. Ya me voy.
Edward: ¡No, espera!
Paul: ¿Qué?
Edward: Lo de dejar de ver tele no era enserio.
Paul: Vete a la mierda. Púdrete.
Seth: JAJA.
Miro a Edward con una sonrisa y cejas alzadas, él me regresa el gesto.
—Es… wow—dejo su teléfono en la encimera y coloco mis manos en sus hombros.
—Es… Paul siendo Paul.
—¿Crees que estará bien?
—Seh, Paul siempre está bien, siempre se las arregla.
—¿Qué crees que haga ahora?
Se encoge de hombros.
—Pues tan evitativo no es. ¿Siete años con Renny? ¡Vamos!
—Ojalá se casen. Quiero ir a una boda.
—Boda y bebé es un asunto muy diferente.
Le frunzo el ceño.
—Pudimos no habernos casado, ¿sabes? —dice, acariciando mi mejilla.
—¿Entonces por qué me pediste matrimonio? —le entrecierro los ojos.
Edward dirige su mirada hacia los niños, que usan los moldes sobre la masa. Al diablo el asunto de desperdiciar o no masa, tendré que volver a mezclar las sobras.
—Porque quería casarme—dice—. Quería el paquete completo, pero es 2028, no es obligatorio casarse.
—Mmm, ¿crees que no se casen?
Él mueve sus ojos, como pensando.
—Ojalá lo hagan—resuelve.
—Es genial—sonrío—. Un bebé de Paul. Será muy interesante verlo en esas circunstancias.
—Y luego…—Edward palmea mi barriga—una niña.
Mi sonrisa se borra.
—No, detente.
—¿Una niña? —presiona.
—No, rompiste mis ilusiones.
Bufa, pero sigue manteniendo su sonrisa.
—Bueno, no es como si yo fuera Dios.
Golpeo ligeramente su frente y luego se inclina a besarme. Compartimos un par de besos antes de alejarme.
—¿Puedes, por favor, darle un baño a Bear?
Contempla mi rostro y luego él suyo se relaja.
—Sí, Bella.
—Gracias—asiento y luego él me deja libre para levantarse.
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—Estoy muy nerviosa, Bella—Ángela canturrea en mi oído al terminar de darle un trago a su margarita.
Le frunzo el ceño.
—¿Por?
—La boda, duh—rueda los ojos y le ruedo los míos.
—¿Por qué? ¿Acaso no confías en las habilidades de nuestra super planeadora de bodas? —le digo, mirando al otro lado de la mesa, a Jessica.
Hasta hace un momento estaba hablando con dos chicos que se acercaron cargando algún tipo de cantimplora, queriendo rociar cualquier trago que tengan ahí en nuestras bocas. Lo lograron, pero ahora, luego de llenar la boca de Jessica, se está besando con uno de ellos.
Ángela se ríe a mi lado.
—Mírala, justo ahí, en su elemento—me codea.
—Es una zorra—mascullo y luego rodeo sus hombros con mi brazo—, no deberías de estar nerviosa.
Me da una mirada implorante.
—¿Tú no estabas nerviosa?
—Ah, pero por supuesto, sólo estaba tratando de hacerte sentir bien.
—Bueno—otro trago a su margarita—. Más que la boda, lo que me asusta es el matrimonio. ¿Qué si lo arruino?
—No lo vas a arruinar.
—¿Tú crees?
Finjo considerarlo.
—Mira, tengo un niño de siete, uno de cuatro, otro de dos y he estado con el mismo tipo como por nueve años y si yo no lo he arruinado, tú tampoco lo harás.
—¿Es difícil? El matrimonio.
Miro a la distancia. Rosalie ya está regresando del baño.
—Algunas veces… como cuando ninguno de los dos quiere hacer lo que tiene que hacer, hay varias peleas por cosas estúpidas y creo que también está la parte de mantener la llama encendida. Eso es difícil. Más con tres niños que demandan toda nuestra atención todo el tiempo. Y un perro.
Ella suelta una risita.
—Pero yo creo que deberías de pedir la opinión de Rose también. Tal vez ella la tiene más fácil sólo con Vera y sin ninguna mascota. Yo tengo mucho en mi plato y mi punto de vista puede ser no muy… allegado a ti. También intenta con Heidi, ella sigue en la etapa de la luna de miel sin ningún niño en medio.
—Oh, buena idea—acepta.
—Me encontré 20 dólares en el baño—anuncia Rose, alcanzando su trago—. Y no planeo regresarlos.
Ángela comienza a hacerle preguntas a Rose y alcanzo mi teléfono. Jessica sigue hablando con este tipo, su compañero ya se llevó la cantimplora consigo.
Bella: ¿Todo bien?, le escribo a Edward.
Finalmente, las chicas y yo pudimos coincidir en un sábado libre y decidimos venir a One Eyed. Rosalie dejó a la linda Vera con Emmett y yo dejé a mis tres diablillos con Edward. Más le vale que responda para saber que sigue vivo.
Edward: Si. Charlie y Tony están jugando con la consola y Levi está muy tranquilo.
Bella: No los hagas adictos a esa cosa.
Me rueda los ojos.
Edward: Apenas y están tratando de entenderla.
Bella: Bueno. Dime cuándo vayas a dormirte.
Edward: Avísame cuando vengas a casa, por favor. Diviértete.
Bella: Te amo.
Edward: También te amo.
—¿Con quién hablas? —Jessica de pronto cae a mi lado, me hace saltar en mi asiento y un poco de mi trago se derrama.
—Con mi esposo.
—Puaj—rueda los ojos—. Es hora de olvidarte de él y de tus niños. Hoy es noche de fiesta y eso significa: emborracharse—se estira para alcanzar su vaso.
—¿Qué pasó con tu novio?
Se ríe contra su popote.
—Fue a conquistar a alguien más. Necesitamos más alcohol—dice y llama la atención del mesero que pasa junto a nosotros.
La ignoro mientras ordena y luego de un rato, cuando el chico sirve más tragos, Paul se acerca.
—Hey—saluda y nos besa en las mejillas—, ¿todo bien?
—Si, muy bien—asiento.
Él frota mi hombro.
—¿Se irán juntas?
—Ajá. ¿Cómo están Eli y Renny?
Paul sonríe.
—Están bien, en casa.
Su pequeña y linda bebé tiene poco más de un año y él finalmente dejó de vivir con Seth para ir a vivir con Renata, pero ese par de locos siguen sin querer casarse. Estamos tratando de conspirar en su contra para que lo hagan, siempre enunciando las grandes ventajas del matrimonio. Incluso Seth participa, como si él tuviera una mínima idea.
—Salúdalas por mí.
—Lo haré—agita su muñeca para acomodar su reloj—. ¿A qué hora se irán?
Le entrecierro los ojos y muerdo mi popote.
—¿Te pidieron que me cuidaras?
Él lo considera, moviendo sus ojos.
—Más bien como… procurarte.
—Bueno, dile que él puede preguntarme sin problemas—sonríe—, pero tal vez como a la 1.
—De acuerdo. Me tengo que ir, pero si pasa algo, házmelo saber.
—Okidoki.
—De todas formas, Seth se va a quedar un rato más.
—Está bien.
—Bien, nos vemos.
—Ten cuidado.
—Tú ten cuidado—, me entrecierra los ojos y camina de espaldas, hasta perderse en la multitud.
Algo pasa luego de que Paul se va. Seth viene y él es quién abre la segunda botella.
Al parecer Edward tiene razón, como que necesito una niñera.
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Lo siguiente que sé es que estoy bailando con Rose y luego estoy en el baño y mi teléfono cae al piso, después estoy en el auto, pero no estoy muy segura de quién es ni de cómo llegué ahí, luego de eso hay muchas risas y música y luego Seth está palmeando mi mejilla.
—Hey, Isabella, despierta—susurra.
Le frunzo el ceño y me envaro en el asiento. Tengo el cinturón puesto y la brillante luz de la farola de la calle me ciega, así que vuelvo a cerrar los ojos.
—¡Despierta! —me anima—. Será mejor que finjas estar bien entera antes de que toque el timbre.
—¿Entera? Me siento bien—mascullo, palmeando mi bolso en el regazo.
—Si, claro—ríe bajito y luego me jala, tomándome del brazo—. Andando, ya es muy tarde.
Intento salir del auto, pero es complicado, así que vuelvo a relajarme en mi asiento y Seth gruñe. Me deslizo suavemente y vuelvo a cerrar los ojos.
Alguien me está agitando por el hombro y gruño. ¿No pueden dejarme en paz?
—Muy de dama—escucho a Seth decir, pero él parece estar lejos.
—¡Whoa! —despierto cuando me jalan bruscamente y todo a mi alrededor se mueve.
—Hey—el rostro de Edward está muy cerca del mío y me aferro a su cuello.
—Mmm, hola—arrastro las palabras y me relajo en sus brazos.
Él suelta una risita y luego dice más cosas que no escucho. Algo cálido y húmedo se coloca sobre mi boca antes de que mi cuerpo caiga en un lugar muy suave.
Ruidos dispersos me regresan a la conciencia y luego reconozco las voces animadas de Charlie y Tony detrás de la puerta, seguidas de pasos apresurados y un "¡hey!" severo por parte de Edward.
Despierto lentamente y me estiro, me doy cuenta de que sólo estoy usando ropa interior y carraspeo, deseando aclarar mi garganta seca. Muero de sed y tengo un mal sabor en mi boca, así que salgo de la cama en dirección al baño.
El reflejo en el espejo no es nada bonito. O tal vez sí. Tengo el cabello revuelto y mi maquillaje está ligeramente corrido pero mis ojos están rojos.
Trato de recordar la noche anterior, pero sólo algunas partes vienen a mi mente.
Decido que tomar una ducha es lo mejor y ruido proveniente de la sala me hace desviarme de mi camino a la cocina.
Charlie y Tony están sentados en el sillón mientras Edward termina de vestir a Levi, con shorts y sandalias, al igual que sus hermanos.
—Hey—saludo.
—¡Mamá! —Charlie chilla—. ¡Iremos a nadar!
—¡Vamos a nadar! —Tony repite luego de Charlie.
Edward ya me está viendo sobre su hombro y les alzo las cejas.
—¿Nadar? ¿Enserio?
—Emmett llamó—explica Edward—. Comida y piscina en su casa. Todo el mundo estará ahí.
—Genial—les sonrío—. Diviértanse.
Edward frunce el ceño al mismo tiempo que quejidos y lamentaciones vienen de Charlie y Tony.
—¿Qué? ¿No vas a ir? —pregunta él, levantándose finalmente y dejando a Levi listo.
Aprieto mi boca.
—No estoy en mi mejor elemento.
Él me entrecierra los ojos mientras se acerca.
—¡Ay, vamos! Eso no importa.
—Me siento de la mierda—susurro y acomodo el cuello de su playera tipo polo. Él usa también unas bermudas.
—El sol y la comida y la piscina te harán sentir mejor—Edward ofrece.
—No lo…
—Y además serás la única perdedora aburrida que no irá.
Le entrecierro los ojos de vuelta y él comienza a sonreír, le pico el costado y, naturalmente, él pega un brinco.
—¡Vamos, mamá! —grita Charlie.
—¡Mami! ¡Mami! ¡Vamos! —Tony palmea mis muslos, implorando.
Le ruedo los ojos a Edward y le revuelvo el cabello a Anthony.
—¿Me dan un minuto?
Ellos gritan, triunfantes y Edward me da un breve beso.
—Nos vamos en media hora.
—Cuarenta y cinco—digo, caminando por el pasillo, directo a la habitación.
—Treinta y cinco.
—¡Sesenta! —le grito desde las escaleras.
—Cuarenta y cinco—acepta.
Es un día caluroso, según la app del clima, así que también elijo unos shorts y luego Edward entra a la habitación.
—Toma, te traje esto—dice.
Él trae un café negro helado consigo y le sonrío.
—Eres genial—le doy un trago y dejo que el líquido frío recorra mi garganta.
Edward apoya su cadera en la encimera del baño y me observa mientras termino de prepararme, con brazos cruzados.
—Entonces…—empieza.
—¿Qué?
—Ayer te pedí que me dijeras cuándo ibas a venir a casa.
Detengo mis movimientos sobre mi cabello y le regreso la mirada.
—Es cierto—acepto, haciendo un mohín—. ¿Qué hora era?
—Poco más de las tres.
—Oh.
—Estaba algo preocupado. Paul me dijo cuándo se iba y luego Seth no contestó mi mensaje y tú no respondiste a mi llamada.
—¿Me llamaste?
—Sí.
—Ah—trago.
—Está bien, supongo—continúa—. Lo necesitabas, se fue el tiempo o ya estabas muy borracha o como sea, pero… sólo quería que supieras que estaba preocupado.
—No esperaste despierto, ¿cierto?
Edward no responde.
—Lo siento—digo.
Se encoge de hombros.
—Está bien, no pasa nada, sólo… ¿tal vez puedas recordarlo la próxima vez?
—Claro—acepto.
Él asiente, algo satisfecho.
Edward tenía razón respecto a todo el mundo estando en casa de Emmett y Rose. Ellos siguen viviendo en la casa de mi papá y sigue siendo una casa demasiado grande para ellos tres, pero está bien. Ya puedo venir aquí sin tener esa sensación lúgubre y dolorosa.
La isla de la cocina está llena de comida y desastre y las puertas de cristal hacia el jardín están abiertas. La música se cuela y Charlie y Tony observan alrededor, emocionados, como si nunca antes hubieran estado aquí, pero Edward no suelta sus manos.
Por ir distraído, Tony está a punto de estamparse con un taburete, pero logra esquivarlo. Acomodo a Levi en mis brazos y los sigo hasta el exterior.
Un gran ladrido se escucha y Bear corre a mi lado, casi tirándome para ir a reunirse con Kitty. Esas dos bestias enormes son como los mejores amigos del mundo. Buena suerte que ambos están castrados.
Eleazar y Carmen también están ahí, sentados bajo la sombra y ella agita suavemente su abanico. Sonríe cuando nos ve entrar y se apresura a venir.
—¡Finalmente! —aplaude y me quita a Levi de los brazos.
—Bella no quería venir—Edward anuncia, haciendo que las cabezas giren hacia mí.
Ruedo los ojos.
—¿Por qué, pequeña perra? —Jessica pasa a mi lado y me pellizca el brazo. Lo saco, quejándome.
—Ay qué tontería—dice Carmen—. Mira que buen clima y qué bien huele.
—Si, puedo verlo—asiento.
—¿Cruda como la mierda? —Emmett se acerca, tendiéndome un vaso con una de sus mezclas para la resaca.
—Ugh, demasiado—digo antes de darle un trago.
—¡Oh por Dios! —Carmen se escandaliza, regañándome—. Compórtate, Bella.
—Si, claro—le digo.
Ella me mira mal pero su mueca se borra cuando Levi se remueve en sus brazos.
—¡Hola, Levi! ¿Cómo estás? —lo agita.
Él sonríe y comienza a jugar con el abanico de Carmen.
Miro alrededor para encontrar un asiento y veo que Edward ya le está dando un poco de naranja a Charlie y a Levi.
—¿Dónde está Rose? —le pregunto a Emmett.
—Ella está adentro, está poniéndole el traje de baño a Vera—dice—. Ya llené su alberca.
Al lado de la piscina hay una alberca de plástico de colores y junto a ella una cesta con juguetes.
—La puse para los niños. ¿Charlie ya puede estar en la piscina?
—Seguramente va a querer entrar, pero será mejor que se quede con ellos cuando no lo estemos cuidando.
Luego de un rato, Seth llega junto con Paul, Renata y Eli, haciendo un alboroto como siempre.
Comemos hamburguesas y hot dogs y los niños se entretienen con juguetes en su alberca, chapoteando y riendo, mientras nosotros nos sumergimos en la piscina. Como esperaba, Charlie le ruega a Edward que lo lleve a la piscina y él nada un rato ahí, mientras Edward lo sostiene por los brazos. Vera, Eli y Tony se quedan juntos y Eleazar juega con ellos, vertiéndoles agua sobre sus cabezas y aplauden, felices.
Estoy llevando a Charlie al baño cuando me encuentro con Renata y Eli. Ella está preparando un biberón y me deja tomarla en brazos. Charlie se aburre luego de atender sus necesidades y regresa corriendo al jardín.
Elizabeth se parece a Renata, pero tiene la nariz recta y afilada de Paul, mientras que la de Renata es de botón, como una rinoplastia bien hecha.
Agito a Eli en mis brazos y tomo el biberón que Renata me tiende.
—¿No quieres una hija? —pregunta.
Alejo mis ojos de Eli y le hago un puchero a Renny. Ella ríe entre dientes.
—Creo que me quedaré con las ganas.
—En verdad Levi era una niña, eh.
—Ugh, Dios no lo quiso—me río y aliso el cabello húmedo de Elizabeth.
—Te verías bien con una nena—continúa ella—. ¿Por qué no lo vuelves a intentar?
—¿Cuáles son las probabilidades?
Ella borra su sonrisa y luego me entrecierra los ojos.
—¿En dónde he escuchado eso antes? ¿Lo aprendiste de Edward porque él lo aprendió de Paul o qué?
Me río con ganas y ella hace lo mismo.
—¿1 de 1000? —aventuro.
—Todavía puedo escucharlo—dice, apretando los puños—. Pero enserio, deberías intentarlo.
—Cuatro niños sería demasiado.
—Ni me lo digas, ¿cómo lo hacen? Me vuelvo loca con una.
Finjo considerarlo.
—Eh… una niñera y personas que limpian nuestra casa y un jardinero que riega nuestras plantas.
Ella rueda los ojos, divertida.
—Supongo que eso cuenta. Mi prima quería una niña y empezó a hacer algún tipo de conteo durante su ciclo.
—¿Y funcionó?
—Sí—alza las cejas, impresionada—, pero no sé si fue más de suerte o porque en realidad funciona. Si deseas tanto una niña, deberías de investigar al respecto.
—Lo pensaré—acepto.
Renata me da una sonrisa y luego vamos afuera. Ella regresa a la piscina y yo termino de alimentar a Elizabeth bajo la sombra del gran sauce en el jardín.
Tal vez… sólo tal vez vuelva a intentarlo.
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¿Esa cosa en donde tu intuición te está gritando hacer algo, pero tú te haces la idiota y haces exactamente lo contrario? Bueno, es real.
Esa ha sido mi realidad desde el verano y ya es otoño otra vez.
Y está volviéndose un problema porque sólo estoy pensando en una cosa cuando Edward y yo estamos a solas, entre las sábanas y besándonos.
Desde el verano la vida ha sido algo caótica. Charlie pescó una bacteria y tuvo una infección estomacal, dos semanas después comenzó a tener fiebre y resultó ser la gripe, así que Tony también enfermó y días después les siguió Levi.
Una semana después de la boda de Angela y Alec, en agosto, Edward recibió una llamada en la madrugada y como toda llamada en la madrugada, eran malas noticias. Resultó ser la amiga de Alice, que llamaba desde el celular de esta y dijo que Alice había tenido un accidente de auto.
Yo estaba cómodamente dormida cuando su voz asustada me despertó.
—¡Espera! ¿Qué? Pero está bien, ¿cierto? ¿Ella está bien?
Me asusté bastante y aun más porque él no me decía nada. Alice le dijo a su amiga, la que también es de Forks, que llamara a Edward antes que a sus padres.
Rápidamente entendí que era sobre Alice cuando él preguntaba por Peter y ella estando tan lejos de casa hizo que me dieran nervios. Esperé a que él terminara para que pudiera explicarme algo.
—Es Alice—dijo, revolviéndose el cabello—. Ella y su amiga tuvieron un accidente de auto—mis ojos se abrieron enormemente—. ¡Está bien! —se apresuró a decir—. Ella recibió la mayor parte del golpe y algo le pasó a su pierna, pero está bien.
—¿Y Peter? —pregunté.
—Él estaba en casa. Ya están en el hospital y esta con ella.
—¿Qué le pasó a su pierna?
Edward se encogió de hombros—: Acaban de llegar, aun no la revisan.
—Pero está bien, ¿cierto?
—Bueno, no sonaba a que se le haya caído o algo así.
—Bien. ¿Vas a llamar a tus papás?
—Tengo que hacerlo… ¿cierto?
—Claro—salí de la cama y fui a su lado, sentándolo al borde otra vez—. Llámalos.
—Llamaré a mi papá, él es el más cuerdo siempre.
Ahogué una risa, pero era cierto. Además, con él siendo doctor siempre sabría qué hacer y qué era lo que realmente estaba pasando.
Edward y sus padres partieron esa noche a Seattle y alrededor de las cinco de la mañana, ya sabían las noticias: la pierna de Alice se había quebrado y ella estaba llorando porque tendría que pausar la planeación de su boda mientras se recuperaba.
La trajeron de vuelta a Forks, junto con Peter y fuimos a visitarla.
Los niños dibujaron en su yeso y ella me dio una sonrisa debilucha. Tenía un moretón en su mejilla y algunos cortes en su brazo.
—Me veo de la mierda, ya sé—dijo.
Le rodé los ojos y ella dejó que le trenzara su corto cabello. Volvió a llorar respecto a lo de la boda, haciendo que Charlie y Tony se pusieran tristes y asustados.
Peter dijo que a él ni siquiera le importa la boda, que podría casarse con ella frente a un juez y ya, pero que la boda era para Alice. Tuvo especial cuidado de no decir eso frente a ella.
Pero de vuelta a mis problemas: Edward ha comenzado a notar que estoy algo tensa mientras tenemos relaciones.
Justo ahora me está entrecerrando los ojos. Deja un beso en mi boca y me trae de regreso.
—¿Qué? —pregunta.
—¿De qué? —me hago la tonta y lo tomo de la nuca para reanudar el beso. Él cede, pero no me deja profundizarlo. Vuelve a dejar un beso corto.
—Estás como… ida. Es un verdadero golpe a mi ego—dice, saliéndose de mí.
—¿Qué? No, claro que no—me río nerviosamente y él ya se está deshaciendo del condón.
—Pff—él bufa y deja salir un chiflido.
—¿Por qué te lo quitas? Sigamos—ofrezco, pero la verdad es que esto ya se está poniendo frío.
—Nah, ya es tarde de todas formas—resuelve, alcanzando sus calzoncillos y saliendo de la cama para colocárselos.
—Lo siento—murmuro y alcanzo su playera que uso como pijama.
Él se encoge de hombros, como restándole importancia, pero su exhalación pesada dice lo contrario.
—¿Qué te pasa? Estás como… dispersa o algo así.
—Nada—respondo rápidamente—. Tal vez sólo estoy… cansada.
Edward me observa por un rato, mientras acomoda sus almohadas y la sábana, pero finjo no darme cuenta y decido colocarme mi ropa interior sin salir de la cama.
—Durmamos entonces—dice.
Obviamente no le voy a decir que tengo un calendario escondido en donde los días perfectos (según internet) para tener una niña están marcados. Ni que es en lo único en lo que estoy pensando cuando tenemos relaciones. Hasta dónde yo sé, él se quedó con la idea de que tres niños eran suficientes.
Y yo pensé lo mismo… hasta que Renata y Rosalie me envenenaron la mente diciéndome "no seas marica" y "¡vamos, Bella! Deberías intentarlo"
Son malas personas.
—Claro—digo, cuando me doy cuenta de que ya estuve callada por un rato.
Él vuelve a entrecerrarme los ojos, pero no agrega nada más.
Mi intuición será mi muerte.
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Unas manos frotando mis hombros me sacan de mis pensamientos y luego Edward deja un beso en la parte posterior de mi cabeza.
—Se te va a quemar el cerebro—masculla.
—Me asustaste, ¿qué quieres cenar? —pregunto, haciendo mi camino hacia el refrigerador—. ¿Se te antoja pollo?
—Claro—dice y luego Tony corre a su lado, huyendo de Charlie que carga su gran peluche de dinosaurio. Edward lo atrapa, alzándolo por los aires y ambos sueltan un grito—. ¿En qué tanto piensas? —me pregunta.
Comienzo a cargar mis brazos con los ingredientes para la cena y luego las uñas de Bear contra el piso se escuchan.
—¡Llévame a mí, papá! —Charlie pide a gritos—. ¡A mí!
Edward maniobra con Tony, cargándolo en un brazo y alza a Charlie en el otro.
Bear suelta un ladrido y coloca sus dos patas delanteras sobre el abdomen de Edward.
—En nada—respondo y le arrojo un trozo de jamón a Bear para alejarlo de Edward—. ¡Eh, Bear, mira esto!
Él gira sobre su propio eje, contento, luego de comer su premio.
Edward vuelve a dejar a los niños en el suelo y ellos reanudan su carrera.
—¡Van a caerse! —Edward les grita.
—¡No! —Charlie refuta de vuelta.
—¿En nada? —insiste.
—Pensaba en la cena. Debería de hacer una ensalada también.
—De acuerdo.
Edward y yo cocinamos en silencio luego de eso, con los gritos dispersos de los niños y los ladridos de Bear. Después de un rato, vuelven a la cocina, llevando a Levi con ellos. Levi camina patosamente detrás, en su mameluco verde.
—Tenemos hambre—anuncia Charlie—. ¿Una galleta?
—Nada de galletas—lo detengo—. Ya es hora de la cena.
—¡Cena! —Tony aplaude contento y agita su trasero, en un baile feliz.
Comemos alegremente entre risas y juegos de los niños y después de que Bear termina su comida, viene a sentarse a nuestro lado, atento a cualquier trozo que caiga de nuestros platos.
Se coloca más cerca de Levi, dado que él es quién hace más desastre. Ese es un perro muy listo.
Luego del baño de los niños, Edward se pierde por un rato y más tarde llega a la habitación. Me encuentra en el clóset, con mis manos en las caderas, mientras elijo mentalmente un atuendo para mañana.
—Hey—saluda luego de entrar al baño. Se está secando la boca con la manga de su playera.
—Hey.
Él coloca sus manos en mis caderas, amorosamente y en un momento de valentía, me giro rápidamente y planto un beso en su boca. Sé que lo quiere porque sólo se acerca por eso. Cuando el ruido, el ajetreo y el mundo exterior se están apagando, él busca mi cuerpo, porque sabe que se lo daré.
Edward tampoco pierde el tiempo y animado (seguramente esperando una negativa falsa por mi parte) me pega más a él.
No es necesario esperar más tiempo o alargar los besos. Ambos estamos en la misma página y mi cuerpo entero ya tiembla por su toque, así que rebusco en el dobladillo de su playera y coloco mis palmas contra su abdomen. Edward jala mi blusa y la sube con dedos ágiles, me aprieta el trasero y pego un salto para envolver mis piernas en su cintura. Su exhalación espolvorea mi cuello.
Él se mueve rápidamente hacia la habitación y me coloca increíblemente suave en la cama. Me observa desde arriba, mientras se deshace de su ropa. Sus ojos están pegados a mis pechos desnudos y luego apaga la luz de la habitación, dejando su lámpara encendida.
Sabe que me gusta hacerlo a media luz.
Con urgencia desliza mi ropa interior por mis piernas y ya completamente desnudo, cae suavemente sobre mí.
Ondulo mis caderas contra las suyas, queriendo hacerlo crecer más. Edward corresponde mis movimientos sin despegar su boca de la mía y rasco ligeramente su espalda. Él gime bajito contra mi lengua y acaricia mi costado con su mano derecha mientras que con la izquierda toma mis muñecas y las ancla arriba de mi cabeza.
Su boca es tortura pura sobre mi cuello y clavículas. Muerde ligeramente la curvatura hacia mis pechos y luego rodea mi pezón con su boca.
Jadeo y observo su ceño fruncido y su cabello revuelto. Deja un beso entre mis pechos y luego lame el otro. Con ligeros besos, avanza hasta mi abdomen y besa mis caderas. Me preparo para el asalto a mi centro, pero nunca llega. En su lugar, él va a mis muslos y luego abre mis piernas, dejando besos babosos en la parte interna.
Me retuerzo contra la cama. Sabe que eso es placer instantáneo y pasa la punta de su lengua a lo largo. Alzo mi regazo hacia él y Edward termina con un beso de boca abierta en mi centro.
Cierro los ojos, relajándome y dispuesta a dejarlo probar.
Con un movimiento certero, Edward me mueve por la cama y me deslizo, dejando mi cabeza sobre las almohadas mientras él se tira también, dispuesto a besarme y a hacerme temblar desde el centro hasta los bordes.
Él toma mis piernas y las lleva sobre sus hombros. Acaricia con su nariz y se hace espacio con sus dedos antes de rodar su lengua por mis pliegues y hacer que las profundas olas de placer me bañen completa.
Edward deja salir gemidos de placer desde su garganta y entierra sus dedos en mi cintura cuando mi regazo cobra vida por sí solo. Me muerdo la boca y tomo su cabello entre mis manos. Él entrelaza su mano con una de las mías y entierra un dedo en mí. Eso es suficiente para que mis piernas tiemblen a cada lado de su cabeza y cuando finalmente se aleja, su boca brilla.
Se limpia con el dorso de su mano y lo jalo a mí para besarlo. Deja otro beso en mi hombro y me gira para dejarme contra mí abdomen. Le permito moverme cómo él desee y se queda detrás de mí, apoyado en sus rodillas. Me levanta, pegando mi espalda a su pecho. Su mano traviesa se desliza por mi abdomen y hasta mi centro, mientras que la otra aprieta un pecho.
Frota por unos segundos y luego siento su punta contra mi entrada. Edward acaricia a lo largo y se detiene para estirarse por un condón. Lo detengo colocando una mano en su brazo.
—Hazlo así por un momento.
No objeta, no dice nada, simplemente regresa a su posición como si muriera por hacerlo y de un movimiento se entierra en mí.
—Jodida madre—exhala contra mi nuca, su rostro enterrado en mi cabello.
Esta se convierte en una de mis posiciones favoritas en cuestión de segundos y con sus manos en mis caderas me muevo contra él. Sintiéndose valiente, Edward aprieta mi trasero que se frota contra su abdomen bajo y luego da un azote.
Maldición. Es la primera vez que hace eso y es lo suficientemente poderoso como para hacerme temblar y perder el ritmo. El placer es demasiado para tolerarlo, así que entrelazo mis manos con las de él, necesitando de su fuerza seductoramente masculina para sostenerme. Su amor es simplemente demasiado.
Resopla contra mi cuello y mi oreja y nos movemos por un rato así hasta que mis piernas amenazan con perder la fuerza a pesar de que están firmemente apoyadas en la mullida cama.
—Hazlo, bebé, sólo hazlo—me anima con voz ronca y amortiguada.
Cuando me dejo ir tengo que apoyarme en la cama y lo llevo conmigo. Edward me deja ser por un momento, antes de girarme hábil y dulcemente para colocarme sobre mi espalda. Me observa desde arriba con ojos oscurecidos y pasa sus palmas abiertas por mi torso.
Él une mis piernas y las alza, deja un beso en la planta de mi pie y me sonríe, puedo sentir un desastre húmedo en mis muslos.
—Eso estuvo…—balbuceo y suspiro.
Su sonrisa crece.
—Definitivamente vamos a repetir eso—dice.
Cierro los ojos, sintiéndome ligera y lo escucho moverse. Cuando lo vuelvo a ver, trae un condón en su mano y besa mi rodilla. Alcanzo su longitud y paso mi mano por ella. Edward exhala pesadamente y abro mis piernas para él. Está a punto de abrir el condón cuando hablo.
—No uses uno.
Se queda quieto, sin verme, los engranes en su cerebro se mueven y agita la cabeza como si algo rozara su oreja. Finalmente me mira a los ojos.
—¿Por qué? —pregunta.
Trago, pero me encojo de hombros.
—¿No estás ovulando?
Ugh, ese término médico le quita lo emocionante a todo.
No respondo y él suspira.
—¿Eh?
—Creo—murmuro en voz baja.
Edward continúa jugando con el preservativo entre sus dedos. Se queda callado por algunos segundos.
—¿Estás segura?
Hago intento de cerrar mis piernas, pero él me detiene al colocar una mano en su rodilla.
—¿Tú quieres? —pregunto.
—Sólo si tú estás segura.
—Quiero escucharte decir que lo quieres—aclaro.
—Sí—contesta rápidamente—. ¿Segura? —repite.
Asiento con mi cabeza.
—Bella… si no es niña…—lo detengo.
—No me quiero quedar con las ganas… ni con la duda. Quiero agotar todas mis oportunidades.
—¿Y si no lo es qué? ¿Te detendrás hasta que sea una? —pregunta, con el ceño fruncido.
Definitivamente esta no es una conversación que deberíamos estar teniendo justo ahora.
—Si te concentras lo suficiente puede ser niña—intento bromear.
Él tarda en sonreír.
—De acuerdo, pero…
—¡Edward! —lo detengo. Sus escenarios están haciendo que se me quite la valentía—. Sólo… ponlo ahí y ya—termino con una risa.
Pasan algunos segundos antes de que él hable.
—Lo que todo chico quiere escuchar—bromea y arroja el condón lejos.
Él calla mi risa con un beso y tengo que acariciarlo por un rato para que su erección vuelva completamente. Estamos sonrientes por un momento, hasta que el placer lo hace gemir y a mí me hace corresponder los movimientos de sus caderas. Edward entierra su cara en mi cuello sin dejar de moverse y pronto el peso de los acontecimientos cae sobre mí como una pared de ladrillos. Edward entierra su mano en mi cabello y gime contra mi oreja, meneando sus caderas.
Esta ocasión podría ser la decisiva, esta noche podríamos estar creando otro comienzo, otra posibilidad y cierro los ojos deseando fervientemente de que esta vez sea la indicada.
Lo siento tensarse sobre mí y queriendo alcanzar la cima también, llevo mi mano a mi centro y froto. Con embestidas profundas y certeras en sintonía con cada gemido contra mi cuello, Edward encuentra su final y por unos momentos después le sigo yo.
Espera por y en mí y luego sale, pasando su miembro por todo mi centro y observo sus movimientos. Sus ojos están pegados ahí también y veo que hay desastre en él antes de que vuelva a entrar.
Me mira y me da una sonrisa, aunque sus ojos lucen anhelantes, esperanzados, implorantes. Le regreso la sonrisa y se inclina para dejar otro beso… que pronto da comienzo a más intentos por hacer de esta noche la indicada.
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Deseando que en realidad nuestros intentos hayan hecho efecto la primera noche, pero no queriendo arriesgarnos, Edward y yo hicimos el amor los días siguientes, aprovechando que era fin de semana. Lo hicimos todas las noches, hasta entrada la madrugada, en las duchas matutinas y prácticamente todo el domingo, ya que Esme y Carlisle querían pasar el día con los niños, además de que el alboroto parece ayudar a Alice, para que deje de pensar en su pierna lastimada y en sus planes pausados.
El miércoles Edward viene a sentarse a mi lado en el sofá, mientras empaco la mochila de Charlie con su tarea. Él ahora está en el jardín con Tony, Levi y Bear porque logró terminarla sin hacer tanto alboroto.
—Levi está afuera—le hago saber.
Edward le resta importancia con un gesto de mano.
—Está jugando con sus bloques.
Risas y gritos de felicidad vienen desde el jardín y me apuro para ir a echarles un vistazo. Levi todavía es muy pequeño como para estar afuera sin supervisión.
Edward rodea mis hombros con su brazo y deja un beso en mi mejilla.
—¿Funcionó? —y sé a lo que se refiere.
—No lo sé—le entrecierro los ojos—. Todavía es muy pronto.
Su gruñido se queda atorado en su pecho.
—¿Cuándo podremos saberlo?
—Dentro de unos diez o quince días.
—¿Crees que haya funcionado?
—Espero, si no, podemos intentarlo el próximo mes—resuelvo.
Edward frunce el ceño.
—¿Por qué hasta el próximo?
Me doy cuenta de que hablé de más así que me encojo de hombros.
—Es un decir.
De hecho, no es un decir. Le copié el método a la prima de Renata luego de encontrar varios artículos en internet que hablaban sobre días específicos durante el ciclo para lograr tener una niña, algo relacionado con la longevidad de los cromosomas o algo así.
—¡Mamá! —Charlie entra gritando—. ¡Papá!
—¿Qué pasa, Charlie? —Edward se levanta rápidamente, algo asustado.
—¡Vengan a ver lo que atrapó Tony!
—Ay no—mascullo y vamos hacia allá. Yo pensando lo peor y Edward divertido.
No pasó a mayores. Tony atrapó a una mariquita perdida en el otoño.
Levi intentó comerla.
Pero lo detuvimos antes.
Con el pasar de los días, no pude evitar estar pensando en el asunto del posible embarazo.
Me encuentro acariciando mi barriga cuando Emmett entra a mi oficina.
—¡Tenemos una junta! —anuncia, como si la hubiera olvidado.
—Faltan como diez minutos para eso—le mascullo y coloco ambas manos en mi escritorio.
—¿Y qué tiene? Ya vámonos, sólo para perder tiempo.
Le ruedo los ojos y alcanzo mi agenda, accediendo demasiado fácil a gastar el tiempo de la compañía familiar.
Emmett y yo tenemos más responsabilidades ahora y es demasiado trabajo. La junta y las actividades diarias son capaces de sacarme de la cabeza la ansiedad, pero vuelve tan pronto como llego a casa y soy recibida por gritos y abrazos amorosos de mis tres niños locos.
Cuando mi periodo se retrasa por un día, no puedo funcionar correctamente, pero no se lo digo a Edward.
Tengo que esperar dos días más para hacer una prueba. Además, el periodo puede llegar en cualquier momento.
Pero el segundo día pasa.
Y luego el tercero llega y no hay señales de nada.
Le escribo un mensaje cuando estoy a nada de salir de la compañía para ir a comprar una prueba.
Bella: Hey, hola.
Él no tarda mucho en responder.
Edward: Hola, hermosa.
Sonrío y me desparramo en mi silla.
Bella: Tengo un retraso de tres días.
Edward: ¿Enserio?
Él agrega un corazón.
Edward: ¿Ya vas a hacerte la prueba?
Bella: Si, iré a comprarla al salir de aquí.
Edward: De acuerdo. Tal vez sea positiva.
Bella: Quiero que sea positiva.
Edward: Va a ser positiva.
Sonrío y dejo que las mariposas vuelen en mi interior.
Esta vez se siente como la correcta, se siente como la indicada.
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Esto si que no me lo esperaba.
Me estoy volviendo loca.
El embarazo me está volviendo demente.
La mayor parte del tiempo sólo quiero llorar y gritar.
Vivo molesta, enojada o irritada.
Las náuseas no se van y toda la comida es asquerosa.
Me estoy esforzando demasiado en no ser una perra, pero a veces es difícil, porque entonces comienzo a llorar. Y luego me enojo porque estoy llorando.
Mis pechos duelen horriblemente y no tengo energía.
Intenté hacer ejercicio al mismo tiempo que Edward, así que los niños andan por ahí también, brincando y jugando alrededor. Algunos días logro completar toda la rutina, otros días apenas y puedo permanecer ahí quince minutos.
Edward no dice nada, pero tampoco se detiene para venir a preguntarme qué pasa.
Le pedí espacio de muy mala manera un día, cuando ya había tenido suficiente de mí misma y del mundo y desde entonces no se acerca mucho.
Parece quedarse satisfecho con mis respuestas y si no lo hace, no discute, sólo lo acepta.
—¿Quieres que ponga más comida en tu plato? —pregunta en lugar de "deberías de comer más."
—No, así está bien, no tengo mucha hambre—es mi respuesta.
—¿Cuándo es la próxima cita con Zafrina? —pregunta otro día, en lugar de "¿estás emocionada? Ya debe de estar más grande, ya debió de haber cambiado el latido de su corazón"
—La próxima semana—es mi respuesta.
De alguna manera sé que lo hago sentir mal y eso me hace sentir peor, pero… no tengo energía para hacer algo al respecto. Soy un patético fantasma de la Bella del pasado.
Suspiro y miro al cielo. Está gris y cerrado, el aire frío se cuela por mi cuello y aprieto la chaqueta a mi alrededor. Uso mis pies para empujarme en el columpio y con un ligero vuelo, intento relajarme.
El viento trae consigo las risas de los niños desde dentro de la casa, pero no me apetece el ruido en estos momentos. Prefiero estar sola, muriéndome en silencio y pateándome mientras estoy en el suelo.
No me había sentido así antes, no con Tony, no con Levi y menos con Charlie, eso sólo me hace pensar que en realidad es una niña que está exprimiendo todo de mí.
Otro suspiro y luego la mirada se me nubla y observo mis rodillas.
Me siento mal por no querer estar adentro, disfrutando de una agradable tarde de invierno con mis hijos y mi esposo, bebiendo chocolate mientras siguen sacándole brillo a sus regalos de Navidad.
Enero está muerto y me estoy muriendo con él.
Sorbo mi nariz y me limpio la mejilla con mi mano. El vuelo en el columpio ya se detuvo y mi pie rasca la tierra café húmeda debajo.
La luz del jardín se enciende y termino de enjugar mis lágrimas antes de que ellos vengan por mí.
Luego la puerta abriéndose y unos pasos que reconozco muy bien, pero no alzo la vista.
—¿No tienes frío? —pregunta Edward, en lugar de "entra ya, vas a enfermarte."
—No—respondo en un murmullo.
—Charlie te sirvió una taza de chocolate… y se está enfriando.
Finalmente le echo una ojeada. Edward no salió con una chamarra, sólo con su sudadera y tiene las manos enterradas en el bolsillo delantero.
—No tengo hambre—respondo.
—Es sólo chocolate—insiste con voz queda. Dios, se escucha tan triste.
—De acuerdo—me levanto sin muchas ganas y camino hasta la puerta. Edward la sostiene para mí y voy a la cocina, pero esta vacía y los niños se escuchan desde la sala.
Alcanzo la taza y la vista del chocolate con los malvaviscos hacen que se me revuelva el estómago.
—Quieren ver una película de Navidad—dice Edward.
—Ya no es Navidad—exhalo, controlando las náuseas.
—A ellos no les importa eso.
No soy muy buena compañía en estos momentos, pero voy hasta la sala y me apretujo en el sofá. Me esfuerzo en responder los comentarios y preguntas de los niños y luego relleno sus tazas con el contenido de la mía.
Edward lo nota, pero no dice nada.
Hace un rato ya que no dice nada.
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Pongo mi mejor actitud para cuando Febrero llega y con él, la esperada cita con Zafrina en donde nos dirá el sexo del bebé.
Creo que puedo decir que Edward y yo tuvimos un buen San Valentín e incluso tuve ánimos de salir a cenar con las chicas, para festejarlo.
El resto de febrero ha sido… ugh. Un revoltijo, días buenos y días malos. Mayoría buenos, al fin.
—¿Estás nerviosa? —Edward pregunta con una sonrisa de complicidad.
Estoy de buen humor y creo que se está aprovechando de eso. Sonrío ante el pensamiento, pero pronto mi sonrisa se convierte en una amarga al pensar que sólo está esperando la ocasión en la que yo no quiera lanzar cuchillos para poder ser feliz.
—Sí—acepto con un carraspeo, dejando esos pensamientos para después y así no echarme a llorar.
—Creo firmemente que es niña—asiente con su cabeza.
—Pues más le vale.
Él ríe entre dientes y luego habla—: ¿Te imaginas que sea niño?
—Entonces me tiro de un acantilado—respondo en una risa, viendo por la ventanilla.
Pasa un segundo antes de que me dé cuenta de que eso sonó muy mal y su silencio me lo confirma.
¿Él en verdad cree que haré eso? ¿Tan mal me veo desde afuera? ¿Acaso piensa que perdí la cordura? ¿Acaso si doy la vibra de que soy capaz de matarme junto con su hijo no nacido?
Le echo un vistazo, con el estómago hecho nudos. Él mantiene la vista al frente, pero tiene la quijada endurecida y el ceño ligeramente fruncido.
—No haré eso—comento con algo de sorna, ahora molesta conmigo misma otra vez—. Puedes estar tranquilo.
Sin respuesta.
—Vamos—dice en voz baja cuando detiene el auto fuera del consultorio de Zafrina.
En silencio, bajo del auto sin esperar y él sólo alcanza a tocar mi puerta antes de que la cierre. Se ocupa de la puerta del consultorio y permanece en silencio mientras esperamos.
Juega con su llavero, un viejo regalo que le di, es una esfera de resina con una foto de Charlie de cuando tenía un año, hay liquido adentro y tiene esos adornos de brillos y colores.
Le echo otro vistazo a Edward y él tiene su mirada fija en la foto, pareciera que está pensando en él.
Queriendo bajar su humor ansioso antes de entrar con Zafrina, peino el cabello de su sien y envuelvo mi brazo en el suyo. Hasta después de un rato él acaricia el dorso de mi mano.
—Ya pueden pasar—Senna nos dice, levantándose de su silla y mirándonos por encima de su escritorio de recepción.
Le doy una sonrisa apretada y nos dirigimos hacia allá.
—Estás un poco baja de peso para las semanas que tienes—comenta Zafrina cuando bajo de la báscula. Abre la boca para seguir, pero la interrumpo.
—Si, no me da hambre.
—Bueno, ¿sigues tomando tus vitaminas?
Asiento en silencio, sin aceptar que dejé de tomarlas a inicios de mes. Noté una mejoría respecto a mis nauseas.
—Esperemos que te sientas mejor respecto a eso y si lo del hambre no mejora, házmelo saber.
—Claro.
Ella hace algunas anotaciones y luego nos sonríe.
—Vamos a verlo entonces.
Me froto las manos en un gesto nervioso y Edward alcanza una cuando estoy esperando que Zafrina comience a moverse sobre mí.
Los latidos de su corazón son fuertes y certeros, aun acelerados, pero no como al principio. Alejo mi vista de la pantalla cuando intuyo que Zafrina está buscando la respuesta a la gran incógnita, pero veo cómo Edward está completamente comprometido a descubrirlo antes que ella.
—¡Ah! —Zafrina dice, emocionada.
Aguanto la respiración en ese preciso momento y cierro mi puño libre. Edward aprieta muy fuerte mi mano y yo sólo quiero… quiero irme antes de que ella lo diga. Me aferro al momento en que mi vida sigue siendo igual a cómo la conozco.
Por favor, deja que lo sea, por una sola vez, por favor, por favor, imploro en mi mente y el rostro de mi padre aparece en mi cabeza, como si él pudiera decirme la respuesta.
Por favor.
Por favor.
—¿Si quieren saberlo? —ella pregunta.
—Sí—Edward responde sin pensarlo.
Ojalá Edward pudiera leer también esa pantalla y esas imágenes que no dicen mucho, así él puede cargar con el peso primero, él puede amortiguar la caída. Es más fuerte que yo, yo soy tan débil y estoy a nada de llorar o gritar.
—Es una niña—dice Zafrina.
Todo lo que está en mi cuerpo se va a mis pies y el mundo se detiene. Literalmente. No puedo escuchar ni ver ni sentir nada más. Hasta que Edward me está agitando por los hombros con una gran sonrisa en su boca y con cabello revuelto. Escucho una ligera risa a mi lado y finalmente reacciono. O intento hacerlo.
Alcanzo la mano de Edward y él deja un beso en el dorso de mi mano, correspondo su sonrisa y veo la pantalla, aunque no entiendo ni detecto nada.
¡Es una niña! ¡Oh por Dios!
La realización me pega como un gran puñetazo cuando Edward está ayudándome a bajar de la camilla y mis rodillas se doblan.
—¿Estás bien? —pegunta, aun con una sonrisa en su boca.
—S-sí—resuelvo.
Camino de vuelta al escritorio con piernas de gelatina y Edward no suelta mi mano. Zafrina dice cosas, pero no las escucho ni entiendo.
Finalmente.
Una niña.
Bueno, pequeña, me estás haciendo pasar un infierno, ¿puedes parar?
Ah, ya te amo.
—¿Disculpa? ¿Qué? —murmuro cuando la mirada de Zafrina está puesta en mí. No sé qué preguntó.
—¿Sigues sintiéndote triste?
Frunzo ligeramente el ceño, confundida. ¿Triste? Yo no le dije que estaba triste, no le he dicho nada de eso. He tenido especial cuidado, lo recordaría si lo hice.
—¿Qué? —digo en voz baja.
—¿O ansiosa?
Ella está tecleando en su computadora y entonces le echo un vistazo a Edward. Él está observando su regazo mientras frota sus palmas, en gesto nervioso. Algo hace clic en mi cabeza y ahogo un jadeo.
Él hizo esto.
Él se lo dijo.
¿Cuándo? No lo sé, pero él se lo dijo.
Mi interior se revuelve y cierro los puños.
—Te encuentras en un estado vulnerable y debemos prestar atención a los cambios de humor y emociones—continúa ella, completamente ignorante a la tensión en el ambiente. Desliza una tarjeta en la mesa—. Mira, por si quieres hablar con alguien.
Edward se está frotando la nuca, incómodo y parece que quiere que la tierra se abra debajo de sus pies.
No tomo la tarjeta, pero puedo leer el nombre de una terapeuta.
Trago, sin saber qué decir.
Me siento… horrible. Traicionada, inspeccionada, como en una mesa de la morgue con todos alrededor, listos para realizar la autopsia, abierta y expuesta y… herida.
Quiero salir de aquí.
Miro al frente por lo que resta de la consulta, sin escuchar y con los puños en mi regazo. La respiración me falta y la barbilla me tiembla.
—Nos vemos el siguiente mes—se despide Zafrina.
Yo la miro y asiento en silencio, todavía hecha trizas.
Alcanzo a ver cómo Edward recoge la tarjeta y cuando intenta guiarme rozando mi codo, lo saco, molesta.
Espero junto a la puerta mientras él se entretiene con Senna.
"¿Sigues sintiéndote triste?" las palabras de Zafrina se repiten en mi cabeza y los ojos se me llenan de lágrimas finalmente.
Entraron a la bóveda en mi mente y la saquearon, dejaron un desastre tras ellos y ahora todo salió a la luz. Todos saben lo mal que me siento, todo este tiempo que traté de ocultarlo no sirvió para nada, todos me están juzgando. ¿Cómo puedes sentirte triste teniendo esa vida perfecta que tienes? ¡Dios! ¡Estás esperando un bebé! ¡Eso no debe de hacerte sentir triste! ¿Por qué no comes? ¿Acaso no lo quieres?
No espero a que Edward abra la puerta del auto, entro y la azoto detrás de mí.
Él entra en silencio y lo enciende.
Dejo de morderme el interior de la boca y mi rostro se frunce cuando las lágrimas comienzan a salir. Lloro en silencio hasta que el aire se acaba y luego lanzo un sollozo.
—Lo lamento, Bella—dice con voz ahogada.
Dice que lo lamenta, ¿pero enserio lo hace?
¿Cómo pudo hacerme eso? Era la única persona con la que podía dejar caer la sonrisa, la que creí que no me iba a juzgar si dejaba el plato de comida casi lleno, quién creí que no pensaba mal cuando me arrastraba a la cama y me cubría hasta la cabeza con la colcha.
No quiero verlo o escuchar su voz.
Las manos me tiemblan así que cierro los puños sobre mi regazo.
—No tenías… derecho a hacer eso—digo con dientes apretados.
—Tengo todo el derecho del mundo—responde con dureza—. Eres tú de quién estamos hablando.
—¡Exacto! —chillo—. ¡De mí! ¡No de ti! —me giro en mi asiento para enfrentarlo.
—¡Es mi hija de quién estamos hablando!
—¡Ella está bien! ¡Ella estará bien!
—¿Lo está? —me mira brevemente antes de regresar su mirada a la carretera.
Todo el aire sale de mí.
—¿Qué intentas decir?
—No… no arruines esto, Bella—dice—. No hoy, no ahora.
¿Qué no lo arruine? ¡Él ya lo arruinó!
—¡Ya lo arruinaste! ¿Qué intentas decir? —presiono.
Se queda en silencio por unos segundos y no quito mi mirada de él.
—Comienzo a creer que un cuarto bebé es demasiado… para ti—agrega en voz baja.
Eso sólo hace que mi rabia crezca. Hace arder mi cuerpo entero y expulso, como el fuego de un dragón.
—¿Tú qué sabes de eso? ¡No puedes venir a decirme qué es demasiado para mí! ¡Sólo yo sé eso!
—¡Pero te veo! No eres la Bella de antes, no eres la misma de siempre. Estás como… en piloto. No comes lo suficiente, sé que dejaste de tomar las vitaminas, hablar contigo es como hablar con nadie, no respondes nunca, es agotador. Yo creo que deberías de llamarle—dice, dejando la tarjeta en mi regazo.
¡Ya sé que no soy la Bella de antes! ¡Nunca volveré a ser la misma! ¡Me estoy volviendo loca! No sé qué hacer conmigo misma, pero creí que… creí que él sabría qué hacer conmigo y que luego me lo diría, que me diría cómo funcionar correctamente. Siempre me ha sostenido y ahora… no tengo nada.
Las lágrimas no me dejan ver nada y ya no puedo respirar. Mi cuerpo entero tiembla.
¡Pero no puedo admitir en voz alta que me estoy volviendo loca! No puedo decirlo porque luego se vuelve real y entonces ni Charlie, ni Tony ni Levi tendrán una madre como la de antes.
¡Y yo dije que sería una buena madre!
¡Me prometí a mi misma no cometer los mismos errores que la mía!
Pero no puedo hacerlo.
Ya no puedo.
Creí que podría.
Pero Edward tiene razón. Esto es demasiado y él ya se cansó, pero si lo admito… si lo admito.
—¡No estoy loca! —chillo y arrugo la tarjeta en mi puño—. ¡Estoy bien! —y a este punto ya sé qué sólo trato de convencerme a mí misma.
—No dije que…
Tengo que atacar para lograr sobrevivir, tengo que sacar el dolor de alguna manera.
—Y si es tan agotador hablar conmigo…—hipo—¡no tienes por qué hacerlo! De hecho, puedes dejar de hacerlo en este momento. Tal vez podamos hablar hasta que ella nazca, así podrás decidir si fue demasiado o no para mí.
Edward ya no dice nada, tiene mandíbula apretada y ceño fruncido y llegamos a casa en completo silencio.
Enojada, arrojo la tarjeta al suelo en el garaje y entro a casa.
No me molesto en saludar a Tía, de todas formas, no se ve por ningún lado y voy a encerrarme a la habitación.
Lloro más mientras estoy en la cama y coloco una almohada sobre mi cabeza. Eventualmente, me quedo dormida.
Es luego de la cena cuando bajo a la cocina para beber un poco de agua.
—¡Mamá!—Charlie grita cuando me ve por el pasillo y viene tras de mí—. ¡Tony, mamá está despierta!
Su pequeña voz rompe mi corazón y los ojos se me llenan de lágrimas otra vez.
—Hola, Charlie—lo saludo, revolviendo su cabeza. Él me abraza las piernas y lanza un lloriqueo teatral.
Tony entra tras él, cargando su peluche de rana.
—¡Mamá, mamá! —me llama—. ¿Jugar?
Una lágrima se me escapa y la limpio rápidamente, pero no lo suficientemente rápido como para que Edward, que está en el umbral, no me vea hacerlo.
—Charlie, Tony, vengan acá—dice, con voz monótona.
—¡Mamá va a jugar con nosotros! —jura Charlie.
—Tal vez después, Capitán. Ella está cansada.
—¡Pero…! —Tony comienza.
—Vengan acá—les dice, usando su "voz severa."
—Aww—Charlie gime y me mira con cara larga, pero sigue a Tony, que ya sale de la cocina.
Voy a la sala, en busca de Levi, llevando mi vaso de agua conmigo y lo encuentro en su corralito. Lo tomo en brazos.
—¡No está cansada, pa! —continúa Charlie—. ¡Mira!
—Hora del baño—dice él, ignorándolo.
—¡No! Queremos jugar—pelea Charlie.
—Hora del baño, Charlie.
Él gruñe, enojado y lanza su peluche lejos.
—Podemos jugar en la bañera, Charlie—le digo, estirando mi mano para que la tome. Tony corre hacia mi rápidamente y se abraza de mi cintura.
—¡Sí! —Charlie olvida su molestia rápidamente y toma mi mano.
Edward me mira, con ceño fruncido.
—Tranquilo, Edward, no me voy a comer a tus hijos—le digo con sorna—. Aun no estoy así de loca—le aseguro al salir de la sala.
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Una semana pasa sin que Edward y yo hablemos… y es la segunda semana más miserable de mi vida. La primera fue la semana en la que mi papá murió.
No puedo dejar de llorar y no puedo dormir ni comer.
La voz me sale en murmullos e hilos porque no tengo energía.
Los primeros días, él me veía con ojos vacíos. Ahora me ve con ojos molestos. Y está obedeciendo mis deseos.
No me habla y cuando nuestras miradas se cruzan, la aleja rápidamente.
Lejos quedó esa promesa que me hizo sobre no terminar el día molestos el uno con el otro.
Suspiro, agotada y arrastro los pies hacia el refrigerador. Necesito un poco de agua.
Estoy llegando allá cuando el piso comienza a moverse… o tal vez soy yo. Logro sostenerme de la isla de la cocina con una mano, pero el vaso de cristal salta de mi mano y cae hecho añicos.
Unas manos me sostienen por los costados.
—Hey, hey—escucho la voz de Edward en mi oído, pero a este paso bien podría ser una alucinación.
—¿Estás bien? —otra vez.
Su rostro aparece frente al mío y ya me sentó en un taburete.
—¡No entren aquí! ¡Hay vidrios! —Edward dice y escucho los jadeos asombrados de Charlie y Tony.
Les echo un vistazo y veo que traen a Levi consigo y que Bear también ya está listo para inspeccionar.
—¿Mamá bien? —pregunta Tony.
—Si, Tony, ella está bien—lo aplaca Edward—. Vayan a la sala, pueden cortarse—los alborota.
—¡Oh! —luego salen corriendo—¡Bear, ven acá!
—¿Estás bien? —vuelve a preguntarme—. Dios, estás pálida, Bella.
—Estoy bien—logro responder e intento levantarme, aunque mis piernas tiemblen y todo dé vueltas.
—Siéntate, con un carajo—masculla él, aplicando fuerza en mis hombros y regresándome a mi asiento.
—Quería… agua—resoplo.
Edward pasa una mano por mi frente y se gira al refrigerador. Sirve agua en un vaso que antes no estaba en la mesada. Tal vez él entraba a la cocina al tiempo que yo estaba a punto de morir.
Lo deja en mi mano, pero lo sostiene también y lo lleva a mis labios.
—¿Cuándo fue la última vez que comiste?
—Hoy… No tengo hambre—sacudo la cabeza.
Me siento demasiado débil como para siquiera hablar, así que me quedo ahí mientras él calienta algo de comida en el microondas y recoge los vidrios.
—Come—coloca un plato frente a mí con pasta y pollo y sin muchas ganas, doy el primer bocado.
Eventualmente, él viene a sentarse a mi lado y me observa mientras como. Edward acomoda un mechón de cabello detrás de mi oreja y dejo caer el tenedor sobre el plato al tiempo que las lágrimas comienzan a salir.
Presiono mis ojos con los talones de mis manos y él lleva mi cabeza a su pecho.
—Ya está bien, corazón—dice contra mi cabello antes de dejar un beso ahí.
—¡No! —sollozo.
—¡Shh! —me calla y me mece contra él.
—¡No puedo hacerlo! ¡Ya no puedo!
Edward se aleja para ver mi cara y limpia mis mejillas.
—¿De qué hablas? Claro que puedes. Lo has hecho antes.
—Me refiero a que…—sorbo—no puedo hacerlo sin ti.
—¿Qué? —él resopla—. No lo estás haciendo sin mí, nunca estás haciéndolo sin mí, Bella.
—¿No me…? ¿No me odias?
Él sonríe amargamente y sacude la cabeza.
—¿Odiarte? ¡No! ¡Cómo podría hacer eso!
Observo mis rodillas por un momento y regreso mis ojos a los suyos.
—No me estabas hablando, no estabas conmigo.
—Te estaba dando espacio.
—Ni siquiera así puedo hacerlo. No quiero espacio—sacudo la cabeza—. Te quiero a ti, aquí, conmigo.
Edward vuelve a limpiar mis mejillas y vuelve a sentarse, pero ahora acerca su taburete a mí.
—Lamento haberle hablado de eso a Zafrina, pero creo que necesitas ayuda y no me estabas escuchando a mí.
—No estoy loca—repito en un murmullo.
—Ya sé que no estás loca—me detiene—, pero nunca antes habías estado así y tengo miedo.
—¿Miedo de qué?
—De perderte—confiesa en un susurro, con ojos transparentes y atormentados—. Quiero que descartemos la posibilidad de depresión o psicosis posparto… ¿entiendes lo que quiero decir? —dice suavemente.
—No estoy deprimida… sólo me siento mal.
—¿Y por qué te sientes mal? —alza las cejas.
—No lo sé—me rindo.
Gritos y risas provienen de la sala y alivian el dolor en mi corazón.
—¿Puedes hacer algo por mí? —pregunta y sin esperar respuesta, continúa—: Llama a esa terapeuta.
—No quiero que me diseccionen el cerebro, Edward.
—¿Por…?
—Tengo miedo, me da miedo—confieso.
Edward vuelve a acomodar mi cabello detrás de mis orejas y me observa con ojos suaves.
—¿Y ya te sientes mejor?
—No porque no estabas.
—¿Puedes prometerme algo?
—¿Qué? —sorbo mi nariz.
—Ya estoy aquí y si eso no te hace sentir mejor, si continúas sintiéndote mal… ¿prometes decírmelo? Sé que rompí tu confianza, pero… ¿puedes confiar en mí otra vez y decírmelo?
—Sí—respondo sin pensarlo.
—Y si no te sientes mejor, ¿me prometes llamar a esa terapeuta?
—Sí—acepto rápidamente otra vez.
Sólo lo quiero a él en este momento, mañana y siempre. No creo que estos malestares duren para siempre y si lo tengo a él, entonces todo está resuelto.
—Pero me dirás la verdad, ¿cierto? No te engañarás a ti misma ni a mí.
—No—incluso sacudo mi cabeza.
—Bien—asiente, satisfecho y vuelve a abrazarme. Rodeo su cintura con mis brazos y deja otro beso en mi cabeza—. Te amo, Bell. No sabes cuánto te amo.
—Yo también te amo—asiento—. Y perdón por… por todo.
—Perdóname tú a mí, pero es que… no sabía qué hacer.
—Lo entiendo.
Él besa brevemente mis labios y me sonríe sin mostrar los dientes.
—¿Terminamos de comer? —dice, moviendo el plato.
Se me ha quitado el apetito, pero intento otra forma.
—¿Puedo tener fruta en su lugar?
Edward frunce los labios.
—Bien.
Él me muestra una naranja sobre su hombro y asiento. Los niños entran a la cocina, seguidos de Bear, dispuestos a investigar lo ocurrido. Edward los entretiene con una paleta de hielo y haciéndolos reír mientras yo termino mi naranja.
Edward me sonríe sobre la cabeza de Levi y siento que me han quitado un gran peso de encima.
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Si me enfoco en las cosas buenas, lo malo no parece ser tan malo ni demasiado.
Esa es la mentalidad con la que comienzo a buscar colores de pinturas para la habitación de la bebé.
Wow.
Una niña.
Funcionó.
O tal vez el universo sintió pena por nosotros.
Marzo llega y parece que comienzo a sentirme mejor, aunque sigue habiendo días malos intento no darles demasiada importancia o trato de lidiar con mis emociones de la mejor manera posible. Edward pregunta constantemente cómo estoy y parece optimista respecto a mi cambio de humor. Con suerte, sólo fue una horrible racha que no requerirá de ningún tipo de ayuda profesional.
Es mitad de primavera cuando Heidi y Angela nos dan la noticia de su embarazo. Heidi quedó embarazada en enero y Angela en febrero y ambos bebés serán lo mejor de este mundo.
Edward y yo preparamos la habitación para nuestra bebé y Charlie ya es todo un experto en sumas y restas, además de que se la pasa leyendo todo el tiempo, lo que hace que Tony se enoje y pase la mayor parte de su tarde con Levi. Él ya comenzará el jardín de niños este verano y Levi está próximo a cumplir los tres años.
La bebé nacerá en julio, pero Edward y yo aun no decidimos su nombre. Al parecer, Charlie tiene como meta ayudarnos a elegirlo porque se la pasa llamándola de diferentes maneras, cada una de ellas como algún personaje femenino de cualquier historia que esté leyendo en el momento.
Le gusta la Isla del Tesoro y otro libro sobre historias de terror que Emmett le regaló. Él trata de asustar a Tony, diciéndole que va a leerle alguna y luego Anthony corre y se esconde, llevándose a Levi consigo.
—No me gustan las niñas—Tony dice una tarde, mientras estoy preparando la cena y pica mi barriga.
Lo tomo de la cabeza y lo muevo, alejándolo de la estufa.
—¿Por qué no? Son lindas.
Él arruga la nariz.
—¿Qué tal Eli? —le digo—. Eli es linda. Y tu prima Vera.
En realidad, ellas dos juegan más con Levi que con Tony, dado que tienen la misma edad, pero ahora que Charlie es todo un niño grande, Tony ha estado pasando más tiempo con ellas.
—Ellas son amigas de Levi—señala.
—También son tus amigas. ¿Quieres decir que no te gusta tu hermana?
—No—resuelve y va a sentarse al suelo, junto a Bear.
Le entrecierro los ojos, preguntándome de dónde habrá sacado eso, pero Edward y Levi llegando me distraen.
—Adivina a quién me encontré en el supermercado—dice él, dejando a Levi en su sillita.
—¿A quién? ¿Dónde están las compras?
—En el auto, pero adivina—se limpia la frente con la manga de su playera y me golpeo la barbilla.
—No lo sé—me rindo y él rueda los ojos.
—Es alguien a quien no había visto en mucho tiempo.
—¿A Eric?
Me mira mal.
—Dije mucho tiempo, no hace unas horas.
Le ruedo los ojos y me giro a la estufa.
—No sé, Edward, corta el suspenso.
—A Lauren.
Lo miro sobre mi hombro rápidamente.
—¿A Lauren? Yo creí que la habías visto hace poco.
Edward frunce el ceño.
—No, ¿por qué debería de haberla visto?
Le doy un encogimiento y me acerco a la isla de la cocina.
—No sé, a veces vas al bar. ¿Ella no va?
—No. Bueno no lo sé, pero hace tiempo que no la veía.
Le alzo las cejas.
—¿Entonces? ¿Revivió la llama?
Charlie entra a la cocina en ese momento, cargando un libro y se estira para tomar una manzana. Detengo su mano.
—¡Hey, hey! Ya casi es hora de la cena.
—¿Puedo entrar al equipo de natación? —pregunta en su lugar.
Dejo ir su mano y apoya su barbilla en ella, esperando una respuesta.
—¿Entonces? —dirijo mi atención a Edward—. Espera, Charlie.
—¿Natación? ¿La escuela tiene equipo de natación? —Edward le pregunta.
—Si, entrenan tres veces a la semana—Charlie le responde—. También voy a entrar al grupo de lectura, eso es dos veces por semana.
—Vaya, interesante—Edward murmura, revolviéndole el pelo—. Pues nada, me la encontré en el pasillo de los cereales y está embarazada también—me mira, señalando mi barriga—. Platicamos un rato, sigue en el spa y ya tiene un esposo.
—¿Por qué no sabías nada de eso? Se supone que Seth es su amigo.
Edward se encoge de hombros.
—No hablamos de Lauren—dice, como si fuera lo más obvio del mundo.
—¿Enserio?
—Sí, ¿por qué hablaríamos de eso? —pregunta, realmente confundido.
—No lo sé, sólo lo supuse, ¿cómo no te enteraste de que se había casado?
—No es como si la stalkeara seguido y ahora que lo recuerdo, Seth fue a una boda hace un tiempo.
—¿Y no preguntaste de quién era?
—No se me ocurrió.
Lo observo sin ninguna expresión antes de reír.
—Eres muy malo recabando información, ¿siquiera le preguntaste si será niño o niña?
—No, ella me lo dijo—alza su índice, en gesto listillo—. Es niña. Tal vez ambas puedan ser amigas.
Le hago una cara larga y él ríe.
—¿Hooolaaa? —Charlie llama nuestra atención, agitando su mano entre nosotros—. Charlie llamando a papás.
—¿Qué quieres? —le frunzo el ceño y empujo su rostro a un lado. Él ríe bajito.
—¿Entonces puedo? ¿Lo de la natación?
—Seguro—Edward resuelve. Él alza los puños, contento—. Pero necesitas darme más información al respecto.
—Bien—Charlie acepta y se va otra vez, con su libro y con su manzana.
—¡Y sobre el grupo de lectura! —Edward le grita.
—¡Sí! —Charlie responde.
—¿Qué harán ahí? —otro grito.
—¿En el club de lectura? ¡No lo sé! ¡Tal vez leer!
Me río y Edward suspira.
—Es demasiado adolescente, ¿no?
—Los ocho son los nuevos quince—me encojo—. Y tienes que dejar de hacer preguntas obvias, en parte es tu culpa.
Edward resopla y se va, a sacar las compras del auto.
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Charlie tiene su primera competencia de natación el mismo día que mis dolores de parto comienzan.
Pero soy una mamá fuerte, presente y comprometida, así que me aferro a la fría banca de metal con todas mis fuerzas mientras las primeras contracciones comienzan.
La competencia aun ni siquiera comienza y Edward aun no llega. Él traerá a Tony y a Levi, así que me muerdo la boca e intento sonreírle al resto de mamás. Tengo que quedar bien frente a ellas, no seré la perra que hace gestos y rueda los ojos.
Miro alrededor, esperando ver alguna señal que diga que ya casi dan el silbatazo, pero las personas siguen llegando y tomando asiento. Veo a Esme llegar al lugar e intento levantarme para agitar mi brazo, pero un dolor me impide hacerlo, así que exhalo por la boca y espero a que pase antes de poder hacer algo.
Logro ponerme de pie y agito mi brazo por un rato hasta que capto su atención. Ella sonríe a la distancia y luego camina hacia mí.
—¡Hola! —saluda sonriente y me abraza—, ¿Cómo estás, cariño?
—Bien—trago—. ¿Tú?
—Muy bien—asiente—. Charlie me invitó el otro día, dijo que era ¿su primera competencia?
—Así es.
—También invitó a Carlisle, pero él tiene una cirugía programada hoy.
—Está bien—le resto importancia con un gesto de mano—. Seguro Charlie lo entenderá.
—El otro día nos dijo que quería ser doctor—sigue ella. Otro dolor—. Carlisle le estaba enseñando algunos de sus libros.
—Sí, a él le gusta mucho leer.
—Dijo que está en el club de lectura también.
—Sí—asiento—. Tony ya no lo ve como alguien divertido. ¿Sabías que ahora les dejan tarea del club de lectura?
Ella alza las cejas, sorprendida.
—O tal vez es sólo porque siguen siendo pequeños y los están enseñando a leer correctamente.
—Si, tal vez sea eso—Esme acepta, golpeándose la barbilla con su dedo.
—¿En dónde están ellos?
—No lo sé, ya deberían de haber llegado—acepto, echándole vistazos a las puertas—. Edward los va a traer.
Los dolores parecen calmarse por un rato. Edward me llama, preguntando en dónde estoy y me cuelga al verme a la distancia. Los niños saludan a Esme y después de eso la espera es eterna, pero cuando veo la hora en mi teléfono me doy cuenta de que sólo han pasado diez minutos.
Los dolores regresan cuando el primer grupo abre la competencia y Tony está ansioso por encontrar a Charlie. Edward le hace saber que él no está en el primer grupo y él se sienta en su regazo, enfurruñado, con brazos cruzados y puchero.
Esme sostiene a Levi y yo reanudo mis agarres en la banca.
Obviamente no voy a decir que ya empezaron los dolores, porque estoy con las personas más ansiosas de la historia. Esme y Edward me van a meter al auto tan pronto como se los diga y Charlie no podrá competir y él se ha esforzado demasiado por esto.
Puedo con unos cuantos dolores, no es para tanto. Lo he hecho tres veces antes.
Tony aplaude emocionado cuando Edward le señala a Charlie y él lo sostiene de la cintura.
—¡Charlie! ¡Charlie! —le grita.
Reímos y Edward le acaricia el cabello.
—No creo que pueda escucharte, Tony. Puedes saludarlo al terminar.
Eso no parece disminuir la emoción de Tony, que observa la competencia con ojos bien abiertos y aplaude de vez en cuando. Su alegría es contagiosa y froto su espalda mientras con mi otra mano hago lo mismo con mi barriga.
Sólo aguanta un poco, nena, le digo.
Apoyo mi espalda en la banca detrás de mí y Edward me mira.
—¿Estás bien, cielo?
—Sí, estoy bien—lo aplaco rápidamente—. Sólo me duele la espalda.
—Puedo darte un masaje más tarde—ofrece con una sonrisa y asiento.
Charlie es el ganador del segundo grupo y nos busca con la mirada cuando las medallas están siendo repartidas. Él está formado, esperando su turno mientras sus ojos recorren las gradas.
—¿Crees que nos encuentre? —Esme me cuchichea en el oído.
—Espero—me río—. Veremos qué tan listo es.
Ella ríe bajito y estoy a punto de rendirme y de llamar su atención cuando sus ojos caen en nosotros. Su rostro se ilumina y nos da una gran sonrisa, agita su mano a modo de saludo y Tony vuelve a gritarle.
—¡Hola, Charlie! —él salta en el regazo de Edward, agitando ambas manos.
Edward coloca a Tony en la grada mientras toma fotos y yo me encargo del vídeo. Charlie sube al podio nerviosamente y vuelve a sonreírnos cuando le colocan su medalla de primer lugar en el cuello.
Tiene una enorme sonrisa y vuelve a agitar su mano.
—¡Abu Esme, viniste! —corre hacia ella, contento, cuando la competencia termina.
—Claro, cielo—ella besa sus mejillas—. Estuviste fenomenal. ¿Cómo puedes ser tan bueno? El abuelo Car no pudo venir hoy, pero quiere que le muestres tu medalla.
Charlie la toma entre sus manos y asiente.
—¿Está en el hospital?
—Sí, seguramente en el quirófano en estos momentos.
—¡Eso es tan genial! —luego nos mira—. Miren, mi medalla—se acerca a mostrárnosla—. Mira, Tony, tengo una medalla.
—¡Asombrogenial! —él chilla abrazándolo por las piernas.
Esa es una nueva palabra que Emmett le enseñó.
Edward y yo lo felicitamos y él le coloca la medalla a Levi. Él juega con ella entre sus pequeñas manos.
Es muy temprano para la cena, así que vamos a la heladería y compramos conos a modo de celebración.
Los dolores ya son demasiado y ya comencé a tomar el tiempo entre contracciones. Edward me da una mirada cuando resoplo fuertemente, sin poder controlarlo.
—¿Qué?
—Nada.
Él no aleja sus ojos de mi cara, así que le doy otra lamida a mi helado.
—Te están dando dolores, ¿verdad?
—No—miento al tiempo que otro viene. Maldición ya son cada siete minutos, ya debería de ir al hospital.
—¿Ya es hora?
—Tal vez—acepto—. ¡Pero aun puedo soportarlo! —lo aplaco—. Ni siquiera son tan malos todavía—miento y me aferro a la mesa.
—Andando—él ordena.
—¡No, Edward! —lo detengo con un susurro—. Deja que se terminen su helado. Hoy es el día de Charlie.
—Bella, estás a nada de parir—dice también en un susurro.
Esme se da cuenta de nuestro cuchicheo y entretiene a los niños, hablando más fuerte.
—Dije que es el día de Charlie.
Luego de eso, Edward apura a los niños a terminar y sin pensarlo demasiado accede a comprarles más helado para llevar a casa. Ellos celebran, contentos. Edward se levanta rápidamente para ir a pagar y Esme me aprieta el brazo.
—¿Todo bien?
—Digamos que…—trago—mis contracciones ya comenzaron.
Ella abre mucho los ojos y observa mi barriga.
—¿Son malas? ¿Cada cuánto tiempo?
—Cada… si… siete minutos.
—¡Santo Dios, Bella! ¡Andando! —se levanta y me lleva con ella.
Los niños detienen sus risas, asustados.
—¿Qué pasa? —Charlie pregunta.
—Mamá tiene que ir al hospital—Esme le responde—. Tal vez tu hermanita nazca hoy, Charlie.
Él jadea.
—¡Mamá! —dice, asustado.
Es la primera vez que Charlie es un poco más consciente de lo que esta pasando y seguramente que es normal que esté un poco asustado. Lo tranquilizo con una sonrisa y Edward me toma por el otro codo.
—Andando—dice.
Ya no objeto. En su lugar, respiro profundamente y una contracción me detiene antes de entrar al auto.
—Cristo, Bella, no creí que pudieras ser tan imprudente—Edward me regaña, sosteniéndome por la cintura.
—Silencio.
—¿Ma? —Edward llama a Esme y ella se acerca, sosteniendo las manos de los niños—. ¿Puedes ir a casa? Por las maletas.
—No—lo detengo—. Llama a Rosalie o a Emmett o a Carmen y diles que lleven las maletas.
—Bella…—él comienza.
—Ella tiene razón—Esme opina—. Iré a su casa, haré las maletas de los niños y los llevaré conmigo.
—No—mascullo—. Puedes dormir en nuestra casa, Esme.
—Bien… entonces iré por mis cosas luego de que alguien recoja sus maletas.
Edward acepta y le tiende las llaves de su coche, dado que es el que tiene los asientos para niños.
Abrazo a mis chicos y beso sus mejillas, con dolores.
—Má te verá en un rato, ¿sí? —acomodo la ropa de Levi mientras se lo digo—. Abu Esme estará contigo.
—Bella…—Edward me apremia.
Levi asiente y luego ellos suben al auto de Edward.
—Andando, mujer—Edward cierra la puerta del auto de Esme en mi cara y nos ponemos en marcha hacia el hospital.
Le llamo a Rose en el camino y ella acepta ir a casa para traer nuestras maletas, luego de gritar emocionada.
Edward se ocupa del papeleo y tengo que arreglármelas sola por un rato, cuando a él se lo llevan y se encarga de formalidades. Regresa más tarde que pronto y aprieta mi mano.
—¿Cómo vas?
—De la mierda—acepto, aferrándome a la camilla.
—Una enfermera vendrá enseguida—dice él.
Gimo en dolor y respiro pesadamente, cerrando los ojos.
—Va a salir en cualquier momento.
—Esperaste demasiado, Bella—repite.
—También está Charlie.
Él ya no dice nada y besa mis dedos, usando mi mano para apoyar su barbilla.
Rosalie llega cuando están aplicándome la epidural y entra en silencio. Edward toma las bolsas de sus manos y ella agita su mano, sonriéndome.
—Puta madre—ladro cuando la enfermera se va.
Ella ríe y me aplaca el cabello.
—Muy de dama. ¿Qué tan cierto es que esperaste hasta que la cabeza estuviera afuera para decir que necesitabas parir? —se ríe.
—Muy cierto—dice Edward—. Y no lo volverá a hacer.
—Así es, porque mañana tendrás que hacerte la vasectomía—acepto.
—Si, por favor—Rosalie rueda los ojos—. ¿O quieren al equipo completo?
—Cállate—él le dice.
Ella se encoge de hombros y rebusca en su bolso. Saca una barrita y le da una mordida.
—No comas frente a mí—le mascullo y me cubro la cara con una de las almohadas.
—Lo siento, pero muero de hambre—ella dice—. Ha sido un día muy loco y no pude comer.
—Ay, perdón, hubieras enviado a Emmett—le digo, con voz ahogada.
—Está bien—dice, haciendo el bocado a un lado.
Ya no digo nada. Sólo gimo y berreo y me retuerzo.
—¿Te inyectaron agua con azúcar o por qué te sigue doliendo? —pregunta. Siento su mano frotar mi barriga.
—Sólo quiero quejarme—resuelvo.
Rosalie dice que ya le informó a todo el mundo que estoy de parto y aplaude cuando la enfermera dice "estamos listas" antes de salir.
—De acuerdo, me voy—dice, colgándose el bolso al hombro—. Estaré afuera. Mucha suerte—besa mi mejilla y aprieta mi brazo—. Puja mucho y no sudes.
Me hace reír y se va, no sin antes aplacar mi cabello.
—Cuando termines, te pondré gloss. Tus labios se están partiendo.
—No te desmayes—le dice a Edward, que sostiene la puerta para ella.
Él le rueda los ojos y se acerca a mí.
—¿Estás lista para ser madre de una niña? —pregunta, dejando un beso en mi boca.
—Sí.
Pasa una mano por mi frente, secando mi sudor.
—Piensa en helado—frota mi barriga.
—Lo intentaré—prometo.
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Su nombre es Olivia.
Y es lo mejor que existe en este mundo.
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—Deja de robar mis duraznos—le digo a Edward cuando regreso a su lado.
Él está masticando y me rueda los ojos.
—De acuerdo con Tony, soy la mejor mamá del mundo—presumo, metiendo un trozo de durazno a mi boca.
—¿Por qué? ¿Por qué les diste helado? —los observa a la distancia.
—Así es—acepto—. ¿Celoso? Llevo la ventaja.
—Pshh—resopla—, no por mucho.
Bufo.
—¿Quieres apostar, Cullen?
—Dudo que puedas ganarme—dice.
Le entrecierro los ojos.
—Soy buena con las apuestas. Y ganando.
Él me da una sonrisa ladeada y pasa su brazo por mis hombros.
—Claro—dice condescendiente.
Suspiro y miro al frente, disfrutando del viento fresco. Una hoja se arremolina frente a nosotros y cae sobre la barriga de Liv.
Los niños están jugando en su pequeña alberca, pero por el momento comen helado bajo el sol.
Embarro helado de vainilla en mi trozo de durazno y lo muerdo. Edward vuelve a robar otro trozo y una gota de helado cae sobre mi muslo cuando lo lleva a su boca.
Bear resopla en sueños y lo observo.
Esa bestia peluda está junto a Liv, a nuestros pies y Tony le colocó su sombrero vaquero. Luce gracioso. La escopeta está tirada en medio jardín, junto con el carrito de Levi.
No puedo esperar a que Liv crezca para que pueda correr alrededor también.
Comienzo a recordar que justo en este lugar Edward y yo solíamos sentarnos con Charlie, disfrutando del clima otoñal, cuando el estaba recién nacido. Hace ya ocho años de eso.
El árbol que plantamos con ayuda de Tony continúa creciendo más allá, cerca del árbol de duraznos. Él sólo le puso agua antes de que Edward terminara de palmear la tierra alrededor, pero ese árbol es de Tony y siempre lo será.
Dentro de la casa, en la sala, todavía está el rayón color azul que Levi hizo tan pronto como aprendió a sostener un crayón. Edward logró detenerlo antes de que él continuara. Es una curva irregular en la esquina de la habitación que no planeo cubrir, porque esa huella siempre será de Levi.
Estoy ansiosa por saber qué dejará Liv tras ella.
Los niños ríen de algo y Tony lanza su cabeza hacia atrás.
Dios, quisiera congelarlos para siempre a esta edad. Ocho, cinco, tres y un mes. No quiero que crezcan, pero al mismo tiempo quiero ver todas las cosas que logren hacer.
Edward robándome otro durazno me saca de mi ensoñación y le doy un codazo. Él me ignora.
—¿En qué piensas?
—En ellos—respondo—. Es algo loco cómo de pronto nos llenamos de niños.
—Pensaba en eso el otro día. Ni siquiera ha pasado tanto tiempo y ya son cuatro.
—¿Recuerdas lo asustado que estabas con Charlie?
—Ni siquiera estaba tan asustado.
—¿Playlist Bebés 101? ¿Enserio?
Él ahoga una risa.
—Bueno, puede que un poco—acepta—. Como sea, ¿otra niña?
Lo miro rápidamente, con cara de espanto. Él ríe.
—¡Bromeo! ¡Dios!
—No se me olvida que te estás haciendo el tonto con la vasectomía.
—¿Qué? Claro que no. Mañana a primera hora llamaré para agendar una cita.
—¿A primera hora?
Él lo considera.
—Bueno, mañana es domingo. Llamaré el lunes.
Le ruedo los ojos. Edward se inclina hacia mí, buscando mi boca. Amasa sus labios sobre los míos, los deja ir y luego otra vez los toma. Rasco el cabello de su nuca y muerdo ligeramente su labio inferior.
—¡Ugh!
Nos alejamos de pronto.
Ellos están ahí de pie, frente a nosotros y Charlie fue el que lo dijo. Él sigue teniendo aversión a nosotros besándonos.
—¿Qué? —Edward pregunta.
—¿Pa? ¿Podemos usar Nerf? —pregunta Tony.
Saben que las Nerf no me gustan demasiado, pero sólo porque alguien siempre termina llorando y por ese alguien me refiero a Tony, pero parece que no aprende nunca.
—Claro—él cede demasiado fácil.
Sonríen y Charlie toma la mano de Levi para llevárselo con él.
—¡No hagan un desastre de agua adentro! —le advierto. Él me asiente sobre su hombro, pero ya sé que tendré que limpiar después sus huellas.
—Eres el mejor papá del mundo—Tony le dice, con sus manos a sus espaldas y sonriente.
Luego corre para alcanzar a los otros dos.
Edward me menea las cejas.
—Eso ni siquiera cuenta—lo detengo.
—¿Qué? ¡Pero claro que cuenta!
Le ruedo los ojos y otra vez se va sobre mi boca.
Los niños pasan el rato corriendo y riendo en el jardín. Levi no puede usar una pistola todavía, así que Edward siempre tiene que llevarlo y él es quién dispara.
Liv continúa durmiendo a mis pies y aprovecho el momento para tomar una fotografía de ellos.
Las observo por un rato, con sus risas y gritos de fondo y no puedo evitar sonreír.
Aquí, en este perfecto día de verano, con mis pies acariciando el césped, con un durazno mordido a mi lado y con la familia que creamos de la nada, caigo en cuenta de que realmente somos felices.
Tenía que ser él.
Y tenía que ser yo.
Y así es como funcionó.
FIN
¡Hola! Finalmente la última parte del futuro está aquí.
Espero que les haya gustado.
Y esto es todo. Así es como termina la historia de esta Bella y de este Edward. En el jardín que ahora comparten. Mientras comen duraznos. Con risas de niños al fondo.
Muchísimas gracias por haber leído y por todo el apoyo a esta historia. Tiene un lugar especial en mi corazón porque está llena de escenarios y cosas que simplemente quería que ellos vivieran. Fue puro capricho y auto indulgencia. Será difícil saber que ya no puedo escribirlos más. He estado trabajando en esto por cuatro años ya y ver que ya se acaba me hace sentir triste, pero muy feliz de haberla podido compartido.
Tuve que escribir más de 80 capítulos sólo porque un día mientras me comía un durazno me imaginé a Bella y a Edward siendo vecinos y a él robándole su fruta. Controlen su imaginación, de otra forma, pasarán los siguientes años de su vida con una hiper fijación.
Creo que esto será todo por el momento. No me tomaré un descanso ni me retiraré, porque tengo muchos planes y mucho trabajo ahora, pero tal vez no vuelva a leerlas por un rato.
Gracias eternas.
Nos leemos en la próxima.
