La Secretaria de Bakugo
Cuando Shiori Taisho consiguió tan fácilmente un trabajo como asistente personal —con un jugoso salario— en la agencia del héroe Best Jeanist, debería haber sospechado que algo estaba mal. Lo confirmó al conocer a Katsuki Bakugo, su jefe, un experto espanta-secretarias. Lo único con lo que Katsuki no contó es que esa mujer tenía una sola cosa en común con él: su obstinación.
La Molestia de Bakugo
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Shiori Taisho se consideraba a sí misma una persona sumamente constante y persistente. Rendirse no era, ni de cerca, una posibilidad a nada de lo que se presentara a su vida. Nunca. Jamás. Por eso, mientras era acribillada por unos furiosos ojos rojos, le sostuvo la mirada sin siquiera parpadear. No iba a amedrentarse. Se supone que sería su secretaria, aunque técnicamente, él no era su jefe principal. Eso se lo habían dejado más que claro en cuanto le informaron que había sido la afortunada seleccionada para cubrir el puesto vacante. Sin embargo, debería haber sospechado que algo andaba mal cuando las postuladas eran pocas a pesar del jugoso salario que ofrecían y, la mayoría, parecía huir despavorida luego de la entrevista, lo cual Shiori no comprendía demasiado. No parecía ser un trabajo complicado, ser la secretaria de uno de los héroes en ascenso, una de las joyas de la agencia de Best Jeanist. Su trabajo consistiría en ser asistente personal, cumpliría los pedidos del chico y haría el papeleo que él, al ser héroe y andar salvando gente, no tenía tiempo de hacer. Le parecía bien, hasta sencillo. Estaba más que calificada para hacer ese trabajo. Ella no sabía mucho de héroes, no seguía mucho su trayectoria ni nada de eso. Sabía lo básico y lo que quizás, escuchaba de pasada en alguna noticia, sin ponerle nombre ni rostro a ninguno en especial. Nunca tenía mucho tiempo como para desperdiciar en esas banalidades. Sí sabía ahora, gracias a Google, que Best Jeanist era el héroe que se encontraba en tercer lugar en el ranking de popularidad, simple y llanamente porque no podía ir a una entrevista sin averiguar primero algo tan básico como eso, pero no mucho más... lamentablemente.
Así fue que ahora se encontraba en esa situación. Luego de que su empleador le mostrara una oficina donde había dos escritorios, uno más pequeño en una esquina para ella y otro más grande y robusto en el que estaba sentado el joven rubio con cara de pocos amigos, aunque cuando Best Jeanist la presentó como su nueva asistente a su especie de sub-jefe, su rostro mutó a uno de rabia desmedida que la descolocó por dentro. Y de la misma manera en la que el dueño de la agencia la adentró al lugar, la abandonó a su suerte... a pesar de ser un supuesto héroe que debería salvar a las personas. Es lo único que pudo pensar al ver la cólera de ese hombre mal dirigida hacia su persona.
Notó que sus manos largaban algunas chispas. Claramente, no era bienvenida. Era más que evidente que había quedado en medio de alguna guerra interna entre esos dos; pero no era algo que fuera a tomar como personal y el sueldo era demasiado bueno como para despreciarlo, así que, haciendo uso de su pragmatismo, le hizo una leve reverencia con la cabeza al héroe explosivo y dejó su cartera en el escritorio que consideró que le pertenecería.
—Vete por donde viniste —gruñó el hombre con una profunda voz.
Shiori lamentó que esa voz y ese atractivo se desperdiciaran en alguien tan gruñón.
—Mi nombre es Taisho Shiori —se presentó, ignorando por completo lo dicho por él—. Puedes indicarme qué puedo hacer. Soy tu asistente personal, aunque eso ya lo sabes.
—Lo que puedes hacer por mí es irte por donde viniste.
Ella se tragó un suspiro y se acomodó tras el escritorio, volviéndolo a ignorar. Qué básico era. ¿Realmente pensaba intimidarla? No era tonta, sabía que no era para nada agradable ese recibimiento y más de uno se iría con gusto, pero su vena obstinada se ancló completamente por ese destrato y ya no había vuelta atrás. Odiaba que alguien quisiera hacer sentir pequeños a los demás.
Comenzó a inspeccionar unos papeles que había sobre el escritorio por hacer algo o tratar de adivinar en qué podía emplear su tiempo, al menos ese día, hasta que pudiera preguntarle a alguien más de la compañía para que la asistiera sobre el manejo de los temas de los héroes. Pero una mano golpeando bruscamente los papeles y el escritorio le impidió seguir en su tarea. Elevó sus ojos violetas con expresión de aburrimiento para encontrarse de nuevo los ojos rojos más furiosos aún. Se regocijó en su interior al darse cuenta de que ser ignorado, era algo que lo enfureció mucho más que cualquier otra cosa.
¡Toma ésta!, pensó.
—¿Eres sorda? ¡Que te largues!
Él era más que capaz de dejarla sorda con todos esos gritos.
—Sólo puede despedirme quien me contrató y, ups, lo siento, ese no eres tú —respondió con tranquilidad. Quizás enfrentarlo de esa forma no era lo más inteligente. Pero no tenía que ser amable con alguien que no lo estaba siendo con ella.
—¡No me jodas! —replicó acercando su rostro a un palmo del suyo. Shiori no se permitió ni parpadear—. No necesito una asistente, no te quiero aquí. Ya se lo he dicho al idiota de mezclilla. Vete.
—Tu problema es con él —encogiéndose de hombros, siguió—. Cuando lo resuelvan, me dicen. Por lo pronto...
Una llamada entró al celular del rubio quien contestó con un gruñido y después de que del otro lado le dijeran algo, simplemente volvió a gruñir y cortó.
—Me voy. Más te vale irte.
—Buen trabajo, nos vemos cuando vuelvas —fue la desafiante respuesta de la chica.
El joven héroe le dedicó una última mirada fulminante y se dirigió a la puerta, sólo que antes de atravesarla, volvió su atención a ella y con una sonrisa totalmente siniestra extendiéndose por su rostro, murmuró:
—Bienvenida al infierno.
Cuánta razón tenía.
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Una vez que terminó su primer día de trabajo, Shiori no le dedicó ni un sólo pensamiento más al héroe —villano— de su jefe.
Cuando él se fue a los segundos de conocerla y considerarla una amenaza enemiga, ella salió de la oficina en busca de información. No iba a pasarse todo el día rascándose el ombligo viendo Instagram, así que como no era ni tímida ni perezosa, fue en busca de otros empleados como ella para averiguar en profundidad en qué se basaba su trabajo y qué debería hacer para desempeñarlo correctamente. Su tarea consistía en llenar un largo formulario con los datos de la misión de cada enfrentamiento o rescate que hiciera su héroe asignado para luego subirla a un sistema donde estaría a disposición de todas las agencias de héroes. Por lo cual, era más que necesaria su cooperación. Todos fueron amables con ella, aunque, al principio, la miraron con profunda lástima al saber con quién tendría que trabajar codo a codo. Pero al ver la manera tan relajada en la que ella se encogió de hombros, comenzaron a verla de forma especulativa. Ni se molestó en preguntar nada sobre su jefe, ni su nombre ni la más mínima información al respecto. No podía importarle menos. Seguro comprendería todo de él sobre la marcha. Y quizás debería comprarse algún diccionario de gruñidos.
Si es que eso existía, claro.
Ese hombre malhumorado no era nada que ella no pudiera manejar. Había pasado cosas mucho peores así que lo que muchas personas consideraban un gran problema en algunos ámbitos, Shiori no podía evitar minimizarlo.
Su peor momento había sido en su último año de secundaria cuando, en medio de la clase, el director había ido a buscarla al aula para que lo acompañara. Trató de recordar si ese día se había metido en problemas, solía hacerlo seguido, así que no era extraño verla en la sala de detención después de clases o haciendo tareas extracurriculares. Odiaba a los abusivos, y tenía una naricita metiche que la llevaba a defender a los demás de éstos, por lo que siempre terminaba en el ojo del huracán y la consideraban conflictiva, algo que ella se había cansado de tratar de explicar y justificar. De modo que tomaba los castigos y ya. Con ese pensamiento en la cabeza, cuando llegaron a la oficina del director donde había una mujer que no era del colegio y éste le hizo tomar asiento, mirándola casi con lástima, fue la primera vez que sintió un tirón en el vientre por el miedo. Y su instinto no se equivocó. Sus padres habían tenido un accidente.
Habían fallecido, le dijo el director.
Su padre era un conocido artista marcial, daba conferencias y demostraciones en todo el país, por lo que era normal que viajara con su madre. No solían estar muchos días fuera y, si alguno de esos eventos caía en fin de semana, iban todos juntos. Pero cuando era entre semana, sólo iban sus padres mientras que Shiori y sus dos hermanos, Sho de 14 años y Shion de 10, se quedaban para seguir asistiendo a clases. En este caso, estaban volviendo de un evento, pero un choque en cadena descarriló su auto y cayeron por un precipicio.
Al principio, Shiori no podía entender de lo que seguía hablando el director. Ella había hablado con sus padres la noche anterior, esta noche saldrían a comer sushi por el éxito de su padre, porque era el mejor, como él solía decir de manera arrogante, siempre llevándose un pequeño golpe en la nuca de parte de su madre que adoraba esa seguridad en su esposo.
Sus padres no podían estar muertos. Definitivamente no.
La negación le duró hasta que llegaron al hospital y la llevaron a un frío e incoloro lugar.
La morgue, leyó en un cartel, todavía sintiéndose fuera de su cuerpo.
El médico que la recibió la miró y buscó los ojos de su director que estaba a unos 5 pasos detrás de ella. No sabe qué vio en sus ojos, pero asintió y descubrió una camilla donde había dos figuras que ella conocía muy bien. Los miró inmóviles, notando lo pálidos que estaban. Los labios de su madre estaban azules, cuando siempre habían tenido un color rosa natural muy bonito. Su padre estaba demasiado quieto siendo que era un hombre por demás hiperactivo. No había heridas visibles, aunque lo más probable es que las hubieran limpiado.
Ellos no podían haberse ido. Seguro iban a despertar en cualquier momento. Su papá era el más fuerte. Tendría un torneo a fin de año para defender su título por decimoctavo año consecutivo, habían hablado de ello. Estaban todos muy entusiasmados. Incluso ella iba a participar con él en una demostración de técnica. Habían comenzado los entrenamientos intensivos hace poco. Esto no podía estar pasando.
No supo en qué momento comenzaron a correr las primeras lágrimas, pero cuando se dio cuenta, caían como un río por sus mejillas, perdiéndose en su barbilla.
Fue entonces que se acordó de sus hermanos y le faltó el aire. Ella apenas tenía 18 años recién cumplidos, ¿qué pasaría con sus hermanos?
La vorágine que pasó luego de eso aún después de 5 años es muy dura y difícil de recordar. Muchos papeles en el hospital, el velatorio y la cremación. La peor parte fue cuando tuvo que dar la cara ante sus hermanos. Nunca quisiera pasar por eso de nuevo.
No tenían mucha familia. Apenas una tía de parte de su madre que vivía en otro país y nadie del lado de su padre ya que había sido hijo único y sus padres murieron cuando ella era apenas una bebé.
Con la ayuda del abogado y amigo de su padre Joshi Kane, Shiori pudo conservar la tenencia de sus hermanos a pesar de ser tan joven. Sus padres habían dejado una pequeña fortuna, no eran inmensamente ricos, pero sí vivían bien, así que con ayuda de Kane, formó dos fideicomisos con el dinero suficiente para una carrera universitaria para cada uno de sus hermanos. El resto, lo dejó a una cuenta a su nombre sólo para usar en caso de alguna emergencia realmente importante, ya que había encontrado un trabajo a medio tiempo en una pequeña cafetería para cubrir los gastos de la casa, al menos hasta terminar la preparatoria y luego dedicarse a tiempo completo.
Fue la primera vez que discutió con su hermano menor quien consideraba injusto el que ella no se haya contado para poder estudiar también cuando tenía todo el derecho del mundo al igual que ellos. Todas las decisiones siempre habían sido consultadas con sus dos hermanos, a pesar de ser menores, eran una unidad. Sin embargo, Shiori no dio el brazo a torcer al respecto, alegando que, de querer estudiar, tendría todo el tiempo del mundo en el futuro.
Conservaron la casa que también tenía un dojo. Era demasiado grande para ellos tres, pero no tuvieron corazón para siquiera pensar en venderla y mudarse a otra casa más pequeña. En cada rincón estaban los recuerdos de sus padres y todos sus recuerdos de infancia. Había demasiado amor en cada uno de los rincones de la casa. Conservarla fue el único capricho que se permitieron.
Los primeros dos años fueron los más difíciles. A duras penas llegaban a fin de mes y más de una vez Shiori tuvo que cubrir muchos gastos con parte del dinero de su cuenta. Llegó a tener tres trabajos y no era suficiente. Vivía cansada y con sólo deseos de dormir, pero siempre que volvía a casa y veía a sus hermanos, sabía que todo valdría la pena. Nunca se arrepintió de nada y estaba tan orgullosa de su familia que no le cabía en el pecho.
Por eso y más, cuando hoy escuchaba a sus compañeros de trabajo compadecerla por nada más y nada menos que un hombre con problemas de ira y constante malhumor, ella no pudo más que sonreír.
Eso era pan comido.
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Al día siguiente, Shiori ya estaba sentada y tecleando en su escritorio cuando llegó su jefe, del que aún no recordaba el nombre. Los ojos rojos la masacraron y ella, sin cortarse un pelo, le dedicó una sonrisa burlona. Sabía que él había salido a una misión el día anterior y tendrían que hablarlo, pero tenía todo el día. Le sostuvo la mirada hasta que él gruñó y se tiró despreocupadamente en la silla detrás de su escritorio.
Lo vio de reojo teclear furiosamente en su teléfono, sorprendiéndose de la dureza y endereza del mismo. En algún momento le preguntaría de qué marca era para saber cuál era el aparato que podría soportar la intensidad de ese maltrato. Definitivamente sería una buena inversión.
Sonrió para sí misma y, por el rabillo del ojo percibió que algo se le acercaba a gran velocidad. Levantó una mano cazando al vuelo un plástico. Era una tarjeta de crédito con la firma de la empresa. Si hubiera tenido un poco menos de reflejos, le habría dado en pleno rostro. Tomó gran parte de su paciencia para no bufar.
Miró a su jefe a la vez que él levantaba una fina ceja rubia en su dirección. Era obvio que su intención había sido estamparle la tarjeta, pero su destreza le impidió dicha acción. El regocijo se mezcló con algo de su fastidio en su interior.
—Americano sólo —fue lo único que le dijo.
Bien. Tenían una cocina en la agencia en donde había café siempre listo, pero suponía que era uno de sus caprichos. Ir a comprarle café a su jefe era parte de sus tareas. Asistente personal abarcaba demasiado. Sería ideal tener una delimitación de sus tareas, aunque, de momento, no podría pedir más.
—Enseguida, jefe —dijo con acento militar para molestarlo y salió rápido de la oficina antes de que le diera tiempo a arrojarle algo más.
En el camino a la salida, saludó a algunos de sus compañeros con la mano y todos le hacían el gesto de 'Gambare' que ella correspondió con una sonrisa. Antes de cruzar las puertas se topó de frente con Best Jeanist y le hizo una reverencia. Después de todo, era el jefe principal. El hombre no era para nada expresivo, pero pudo jurar que cuando la vio lo escuchó suspirar aliviado y susurró un "Volviste" esperanzado antes de seguir su camino hacia los ascensores que lo llevarían a su propia oficina, supuso. Pudo haber sido su imaginación, pero algo le decía que ese pobre hombre también era víctima del mal humor de su empleado. Lo que lo convertía en un completo masoquista porque podría despedirlo en cualquier momento.
Encogiéndose de hombros, se dirigió al Starbucks de la esquina e hizo la fila pacientemente. Una vez llegó su turno y la chica que la atendió le preguntó a nombre de quién ponía el café, se quedó un momento en blanco, sintiéndose —muy muy en el fondo— algo avergonzada de no saber realmente el nombre de su jefe. Sonrió y le dijo el primer nombre que se le ocurrió y la chica soltó una leve risa mientras lo escribía en el vaso.
Gruu por 'Mi villano favorito'. Le pegaba bastante, aunque poco tenía que ver con el personaje de la caricatura.
Volvió con el café y lo dejó sobre el escritorio. Él no hizo ningún tipo de gesto como de que la hubiera visto, la ignoró completamente mientras tecleaba algo en su laptop. Shiori volvió a su lugar y se acomodó nuevamente para terminar de redactar unos informes viejos que encontró entre el papeleo.
Un teléfono sonó tres tonos hasta que él se dignó a contestarlo.
—¿Qué diablos quieres, Deku? —masculló y se impacientó aún más al escuchar lo que le decían—. Deja de divagar tanto y dime qué quieres —escuchó con el ceño fruncido—. No, no me interesa. No fui nunca a esa estúpida gala y no pienso ir. ¡Deja de joder con eso! ¿¡En serio me llamaste solo para decirme esta mierda!?
Le cortó sin mediar una palabra más. Pobre de ese tal Deku, pensó Shiori.
Pasaron apenas unos pocos minutos de silencio antes de que él le estampara una tarjeta de una tintorería en su escritorio. Cuando ella levantó la mirada con una sonrisa, él pareció aún más enojado. Ella no había hecho nada, así que el problema era sólo suyo, jamás tomaría como propios los problemas ajenos, mucho menos los de ira mal dirigida. No le dio el lujo de preguntar, ni tampoco desvió sus ojos. Esperó tranquilamente que él hablara. Si hay algo que Shiori Taisho tenía, eso era paciencia. Lo que a su jefe le faltaba en toneladas.
—Ve a buscar toda la ropa que dejé a mi nombre y llévala a mi departamento —garabateó otra dirección detrás de la tarjeta—. Ordénala por colores en mi vestidor.
Sin perder la sonrisa —porque eso parecía molestarle mucho al rubio—, tomó la tarjeta y se encaminó a la puerta. No pensaba hacer ningún tipo de cuestionamiento porque entendía perfectamente que eso era lo que él quería. Se lo había dicho y, por el carácter del tipo, Shiori realmente había esperado que él le hiciera las cosas un poco difíciles. Ir a buscar ropa y ordenarla en su casa no era un reto para ella.
Su único problema en ese momento era... ¿a nombre de quién? Apenas cerró la puerta a sus espaldas, pensó en que antes de salir de la agencia debería preguntarle a alguien. No era buena con las indirectas así que lo haría a su manera. De camino a la salida, se cruzó con uno de sus compañeros que la había instruido el día anterior, era un chico guapo y amable, así que intercambiaron un par de saludos y luego de un poco de plática trivial, Shiori hizo la pregunta que tanto la avergonzaba. El hombre rió discretamente, lo que la hizo colorear un poco sus mejillas por ser tan despistada.
—Katsuki Bakugo —indicó amablemente.
Sonrió agradecida y no llegó a decir nada más cuando escuchó:
—¿¡Qué diablos haces todavía aquí!? —bramó una presencia frente a ella que no había notado hasta ahora—. ¿¡No tienes trabajo que hacer!?
—Bakugo-san, no es necesario que grites —dijo el chico que estaba con ella—. Shiori solamente estaba...
—¡Tú cállate, extra! ¡Me importa una mierda!
Cuando vio que el joven iba a volver a replicar, ella extendió una mano hacia su brazo dándole un pequeño apretón y le dedicó una sonrisa tranquilizadora, transmitiéndole que estaba todo bien. Sin mediar una palabra más, le hizo un gesto militar a su jefe con una mano en su frente y se dio la media vuelta, tarareando una alegre melodía mientras se encaminaba a la salida. No miró hacia atrás para ver el rostro sonrojado de uno y la expresión iracunda del otro.
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Claro que cuando llegó a la tintorería no esperaba que, al decir el nombre de su jefe, salieran con una cantidad inquietante de bolsas de gran tamaño. El sujeto prácticamente había dejado todo su guardarropas y el de todos sus vecinos más o menos. Se permitió unos segundos para insultarle internamente sólo para liberar algo de tensión en sus hombros y luego tomó su teléfono para comenzar a solucionar el inconveniente que tenía entre manos. Esa era su especialidad, resolver.
Llamó a un conocido que se dedicaba al traslado y tenía una camioneta en la que cabrían todas las bolsas de ropa. Una vez en el complejo de departamentos —se sorprendió al ver la fina caligrafía de su jefe, unos trazos prolijos a pesar de haber sido una anotación rápida, para nada acorde a su explosiva personalidad—, le indicó al conductor que dejara todos los paquetes en la puerta que ella se ocuparía del resto.
En la recepción del complejo dio sus datos, indicándole al amable portero del edificio que era la secretaria de Katsuki Bakugo. El hombre le dedicó una contemplación de lástima y Shiori pensó que debería comenzar a acostumbrarse a ese tipo de miradas cada vez que nombraba a su jefe. Puso una mano en el hombro del señor y con un leve apretón le dijo que tenía todo bajo control.
Lo que se dio cuenta luego de que no era cierto. Porque Katsuki Bakugo vivía en un ático en el último piso del edificio y eran doce pisos. Y ese día, le había comentado el portero, era el día de mantenimiento de los elevadores. Le dijo muy apenado que todos los inquilinos habían sido avisados hace más de una semana. A lo que ella sólo se encogió de hombros y, sacándose el abrigo, remangó las mangas de la fina camisa blanca que llevaba. Tendría que subir 20 enormes paquetes de ropa por 12 pisos. Qué suerte que siempre había sido atlética, le encantaba la actividad física y estaba en perfecta forma. Los últimos días no había podido dedicarse mucho a entrenar de modo que, indirectamente, su jefe le había hecho un gran favor y justificaba su tiempo de actividad dentro de su jornada laboral.
Obvio que para el viaje número 10 el amable portero había querido ayudarle, pero ella se negó amablemente y le agradeció la bebida que le había regalado. Apenas había comenzado a sudar cuando subió la última bolsa. Ya con los 20 paquetes dentro del departamento, fue que se permitió liberar un poco de su curiosidad nata para inspeccionar el lugar. Era, francamente, un piso impresionante. Demasiado grande para una sola persona, pero eso era sólo su opinión. La decoración oscilaba entre colores tierra como marrones y naranjas que contrastaban con los blancos y negros de algunas superficies. La sala era enorme, con unos lujosos sillones de cuero marrón y una enorme televisión que abajo tenía varias consolas de video juegos. Daba a los ventanales de la terraza desde donde, suponía, podría verse toda la ciudad.
La cocina era increíble, llena de electrodomésticos elegantes y miles de utensilios. Parecía un lugar hecho para un chef profesional, todo estaba impecable. Más allá había un pasillo que daba a otras tres habitaciones. La primera de ellas era lo que Shiori consideró una especie de estudio donde había un gran escritorio y bibliotecas con un montón de libros, la mayoría eran de terror, suspenso y policiales. Acarició los lomos distraídamente, preguntándose si su jefe los habría leído todos. A un costado del escritorio, había una batería completa y un par de guitarras eléctricas. Podía ver a su jefe como parte de una banda de música pesada.
Lo que estaba frente a esa habitación era un baño enorme que contenía un jacuzzi y una ducha con muchísimos agujeros por todos lados. Le habría gustado prenderla para saber cómo funcionaba, pero consideró que eso ya sería demasiado.
Finalmente, la última habitación era el cuarto de Bakugo. Amplio y luminoso, un gran contraste con su personalidad. No sabía por qué —o más bien sí —, pero esperaba encontrarse con una especie de cueva para murciélagos, pensó divertida. La cama era de tamaño King, vestida con un grueso acolchado rojo y tenía un respaldo elegante de cuero negro. Dos de las paredes eran negras mientras que las otras eran blancas con detalles geométricos en colores naranjas y rojos. En la mesita de luz había el único portarretratos que vio en la casa, en él podía apreciar que se trataba de una foto con sus padres el día de la graduación de la escuela de héroes. La expresión del Bakugo adolescente era una arrogante sonrisa tosca; su madre era idéntica a él, mientras que su padre parecía un pobre borrego entre dos lobos. Genial.
Dentro de la misma habitación había otra puerta que la condujo a un amplio vestidor, el sueño de cualquier mujer, supuso. Al menos el de su hermana seguro. Pensó que ella adoraría ese departamento, aunque seguro lo decoraría con colores pasteles, una gama entre violeta y rosa.
Arrastró dos bolsas hasta el vestidor y las abrió para comenzar a acomodar la ropa. Como supuso, los colores iban desde negro a marrón. Alguna camiseta naranja o remeras rojas, pero nada más. No era una experta en guardarropas pero, luego de varias horas, cuando terminó, creyó haber hecho un buen trabajo con el degradé de colores. Su espíritu combativo no quería dejarle ninguna brecha a su jefe para quejarse.
Miró distraídamente la hora en su teléfono y se dio cuenta que ya eran casi las 6 de la tarde, su hora de salida. Dando último vistazo a su trabajo, salió del departamento. Cuando llegó a la oficina para buscar sus cosas, su jefe ya no estaba, pero notó que el café que le compró en la mañana estaba intacto en su escritorio. Suspiró cuando lo tiró, pensando que era un gran desperdicio.
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Los siguientes días fueron similares. Todas las mañanas le pedía un café que nunca se tomaba y le asignaba tareas que se sacaba de la manga. El miércoles le exigió —¡Para ya! — unos condimentos e ingredientes extra picantes casi imposibles de conseguir en esa época del año porque estaban fuera de temporada. Invirtió un par de horas buscando arduamente en Internet, y casi hace el baile de la victoria sobre su escritorio cuando encontró una pequeña tiendita que milagrosamente los tenía; estaba en un pueblito a dos horas de la ciudad, así que contrató una moto de un distrito cercano para que le llegaran en el día.
Shiori no admitiría nunca ante nadie la increíble sensación de placer que sintió cuando, esa tarde, Bakugo volvió de patrullar y, por un instante, sus ojos expresaron sorpresa cuando encontró el paquete en su escritorio. Claro que le duró un parpadeo porque lo siguiente que hizo fue gruñir mientras guardaba bruscamente las cosas en su mochila y mascullaba cosas como 'Maldita molestia'.
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Para el viernes, Shiori fue recibida con confeti y un gran festejo por parte de sus compañeros de trabajo, había globos en algunos escritorios. También vio el intercambio de algunos billetes de manera poco discreta. ¿Habría algún tipo de apuesta?
Mientras subía por el ascensor, una de sus compañeras le explicó que ella había batido el récord, porque a Bakugo no le duraba ninguna secretaria más que unos dos o tres días. Que ella llevara cinco días asistiendo a trabajar sin estar hecha una bola de nervios era un gran éxito. Intentó por todos los medios que su ego se quedara en el molde, pero fue una tarea imposible. No había nada que le gustara más que triunfar y, en parte, sentía que le había ganado la primera pulseada a su jefe gruñón.
Mantuvo una enorme sonrisa durante todo el día, tanto que le dolían las mejillas, pero no pudo evitarlo. No importaba que Bakugo ese día hubiera estado especialmente irritable y gritara más que todos los días anteriores juntos. Pidió que le trajera comida que no comió —cabe destacar que la envió a un restaurant súper famoso donde tuvo que esperar el pedido unas dos horas—, y unos pasteles que tampoco probó. A última hora, cuando faltaban pocos minutos para que se fuera a su casa, él la mandó a comprar calzoncillos (se tomó el placer de elegirlos con dibujos de anime y de otros héroes como Endevor y Hawk, —que le dijeron que eran los más conocidos—, y uno con trompita de elefante que le pareció grotescamente tierno, al menos lo eligió en naranja). Los que más le gustaron —y los que creía, más le molestarían— fueron los de los héroes que encabezaban el podio de popularidad. Después de todo, ¿qué héroe digno no quisiera llevar unos calzoncillos con la cara de limón de Endevor en la parte donde va su pene? Se rió con malicia. Quizás hubiera sido más sencillo elegirlos en negro sin necesidad alguna de provocarlo, pero su sensación de victoria le decía que podía darse ese pequeño lujo y privilegio. Él no dejaría de asignarle este tipo de tareas así que, ¿qué daño haría que ella le pusiera de su impronta? Estaba bien divertirse mientras tanto, decidió.
Le llevó todo de su autocontrol para no partirse de la risa cuando dejó la bolsa con las compras sobre el escritorio ese viernes a última hora. Él la ignoró y siguió con lo suyo cuando ella agarró sus cosas y se marchó despidiéndose animadamente y deseándole un excelente fin de semana deseando, más que nunca, haber sido una mosca para cuando él descubriera su nueva ropa interior.
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La semana siguiente, Bakugo no le hizo ningún comentario sobre su gusto eligiendo ropa interior, pero sí se percató de que se la quiso cobrar cuando le pidió que fuera a patrullar con él. Bueno, no se lo pidió, se lo gruñó y fue más animal que otra cosa cuando tiró de su ropa arrastrándola hasta el ascensor mientras se lo decía, pero tampoco es que ella fuera demasiado sensible a sus formas.
Llevaba puesta una pollera tubo y unos tacos bajos. No le llevó mucho tiempo darse cuenta de que no podría seguirle el ritmo con esa vestimenta, por lo que, en cuanto su jefe salió volando hacia alguna dirección dejándola tirada, ella se metió tranquilamente en un local de ropa deportiva y haciendo uso de la tarjeta de crédito empresarial, se compró ropa adecuada —una calza negra, unas zapatillas grises, una remera dryfit celeste, completando el conjunto con una sudadera con capucha— para correr detrás de él. Sólo tuvo que seguir el sonido de las explosiones así que lo encontró con relativa facilidad.
Si él se extrañó por el cambio en su vestuario, no se lo hizo notar. Solamente chasqueó la lengua y siguió yendo de un lado a otro por la ciudad a través de los edificios, mientras ella lo seguía corriendo, incansablemente, por tierra.
Al final del día, estaba algo sudada, pero había logrado seguirlo en todo momento sin perderlo de vista más que unos pocos minutos. Sonrió de manera brillante.
—¡Fue una experiencia increíble! ¿Haces esto siempre? Quisiera volver a repetirlo.
La única respuesta que recibió fue una mirada de esos ojos rojos totalmente hastiados.
—¿Cómo sabes a dónde ir? ¿Sigues algún patrón o zona marcada? —preguntó con genuino interés, aunque sabía que, probablemente, no tendría ninguna respuesta—. No hubo villanos que atrapar, aunque supongo que no es siempre así. Una lástima. Bueno, no es que quiera que ataquen los villanos. Creo que me entiendes.
—¿No te callas nunca? —se quejó entre dientes—. Ya te pareces a Deku.
Ella ya lo había escuchado hablar (gritarle) a ese tal Deku más de una vez por teléfono.
—¿Deku es un amigo tuyo? —volvió a contestarle con un gruñido mientras emprendía el regreso a la oficina caminando; ella caminó a su lado, metiendo las manos en los bolsillos de la sudadera—. Creo que al final sí voy a necesitar ese diccionario de gruñidos.
Él la miró con una ceja alzada, pero ella solo sonrió y siguió caminando en silencio.
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Una molesta melodía se escuchaba de lejos, bajo densas capas de la bruma del sueño. Una y otra vez escuchaba dicha musiquita y no entendía de dónde venía.
—¡Shiori, tu teléfono! —gritó su hermano, golpeando la puerta de su habitación—. ¡Está sonando hace 15 minutos!
Se despertó un poco y extendió su mano hacia la mesita de noche para acercar su celular. Tenía varias llamadas perdidas y un número desconocido en pantalla.
Sus hermanos estaban en casa y nadie la llamaría a las tres de la mañana. Pensó en sus amigos y no creía que nadie la llamaría de un número desconocido así que colgó. Al instante volvieron a insistir y cortó nuevamente. Cuando insistieron por tercera vez decidió tomar la llamada para saber quién diablos quería hablarle a esas horas para luego bloquear el número.
—¿Quién...?
—¡Al fin contestas, carajo! —la interrumpió una voz irritada del otro lado, lamentablemente conocida para ella—. Ven a mi departamento.
Y colgó.
Se quedó mirando su teléfono como una tonta sin entender lo que había pasado.
Su jefe la había llamado a las 3 de la mañana de un martes —ahora miércoles—, y se supone que tenía que ir en ese momento a su casa. Lo primero que le vino a la mente fue si era una tarea que le correspondía atender cualquier pedido de su parte sin importar el horario y pensó que debería repasar su contrato ese día en la oficina. Así que, ante la duda, se levantó con pesar para vestirse.
Le mando un mensaje a sus hermanos en el grupo de Familia, diciéndoles que se iba por temas laborales y pidió un uber qué, claramente, pagó con la tarjeta de crédito laboral.
Eran las 3:45 para cuando llegó al ático de Bakugo. Saludó al portero, que era el mismo que había estado cuando llevó la ropa de su jefe y el amable hombre la recibió con expresión de sorpresa, suponía que por la hora.
Cuando llegó al último piso, la puerta estaba entreabierta, de modo que entró directamente. Su jefe no estaba a la vista.
—¿Ba- Jefe? —llamó. Iba a decirle Bakugo, pero por algún motivo no lo hizo. Hasta ahora nunca lo había nombrado directamente. Igual que él a ella. Siempre le decía molestia.
—En mi habitación.
Fue directo hacia allá y entró, viendo que sobre la cama había varios cambios de ropa. Su jefe salió del vestidor con su cabello rubio aún más despeinado —si eso era posible— y sin camisa. Shiori hizo todo lo posible por centrar su mirada en el rostro masculino y no en el escultural cuerpo del cretino. No podía esperar menos de él, era un héroe después de todo y sabía que hacia ejercicio pesado con regularidad.
—Aquí estoy —dijo con voz firme—. ¿Qué necesitas?
Bakugo primero miró sus ojos y luego bajó a todo su cuerpo. No llevaba nada especial, una camiseta amplia de color azul y unas calzas grises, por lo que no entendió esa mirada a pesar de que se consideraba una mujer inteligente y despierta. Aunque quizás eso era lo que pasaba, que no estaba lo suficientemente despierta porque eran las casi 4 de la mañana y había ido a la casa de su jefe.
—¿Siempre entras como si nada a las habitaciones de los hombres cuando te llaman de madrugada?
¡Ese maldito...!
Mantuvo una expresión neutra y se encogió de hombros. Otra de sus acciones que sabía que lo molestaban y el gruñido qué recibió fue como melodía divina para sus oídos.
—Eres mi jefe y soy tu asistente personal. Me pediste que viniera y aquí estoy. Lo que estoy tratando de averiguar es ¿para qué?
Fue solo un parpadeo, pero sus ojos fueron a parar en los increíbles abdominales de ese hombre. ¿Por qué los más guapos eran los más imbéciles?
Al parecer su desvío no pasó desapercibido por el rubio porque una sonrisa canalla se dibujó en sus labios.
Estaban empatados, maldición.
—Tengo una cena hoy por la noche y me ayudarás a elegir qué ponerme.
Gritó. Realmente Gritó en su interior. ¿No podía esperar que fueran al menos las 7 de la mañana para pedirlo? Su horario laboral 'normal' comenzaba a las 9, pero si la cena era esa noche, ¿por qué despertarla de madrugada?
La respuesta era obvia: para joderla. Y no le hizo ningún cuestionamiento al respecto porque sabía que era lo que él deseaba.
—Claro —le respondió, sonriéndole con todos sus dientes.
Perdió la cuenta de la cantidad de ropa y combinaciones que se probó en las siguientes tres horas. Y, después de haber sido atrapada por segunda vez, viendo los músculos transversales y la marca de sus caderas perfectas, se obligó a poner una mirada crítica de una experta en moda. Aunque ella estaba más que lejos de eso. Combinaba su ropa solamente porque su hermana, que quería ser diseñadora, la ayudaba.
Se sorprendió de que, incluso cuando todo este circo era para molestarla, Bakugo lo continuara por tantas horas. Era un excelente modelo, eso había que reconocerlo, pero hasta ella, que sólo miraba, ya estaba cansada de tantos cambios de ropa.
Casi lloró cuando finalmente se decidieron por una camisa manga larga color borgoña (con unos botones desabrochados, aconsejó Shiori) que combinaba con sus ojos y un pantalón de vestir negro con una chaqueta a juego.
—Vuelve a ordenar todo en mi vestidor mientras me doy una ducha —le dijo el rubio.
Ella miró sobre su hombro a la cama donde estaba casi la mitad de ese maldito vestidor. Gimió internamente. Lo odiaba.
Tardó una hora y media. En el medio de su labor, Bakugo apareció en el vestidor con solo una toalla anudada en la cintura y sacó unas mudas de ropa de —muy casualmente—, la parte superior de donde ella estaba ordenando, por lo que se vio, por un leve segundo, entre el vestidor y los malditamente tentadores pectorales de ese héroe/villano con aroma a limón.
Cuando vio la hora en su móvil, se dio cuenta de que no le daba el tiempo de ir a su casa y luego a la oficina, llegaría tarde, así que se resignó a ir con las pintas que tenía y fue a la sala, donde escuchaba movimiento.
Bakugo estaba tomando un café sobre el desayunador de su cocina mientras veía algo en su teléfono. Sin esperar una invitación, Shiori se sirvió café y miró alrededor.
—¿El azúcar?
—No consumo.
—Con razón —murmuró por lo bajo tomando el primer y amargo sorbo de café. Tal vez si su jefe consumiera algo de dulce, su humor mejoraría.
—¿Decías? —preguntó él. Sabía que la había escuchado así que no pensaba repetirse. Agarró una de las tostadas que estaban en un plato.
—¿Tienes algo para untar en las tostadas?
—Manteca en el refrigerador.
Sin cortarse un pelo fue a buscarla y se sentó a desayunar ignorando a su jefe. Era lo mínimo que merecía por estar despierta desde las 3 de la mañana. Ese sería un día muy largo.
Contestó a sus hermanos un par de mensajes y se rió en voz alta de la insinuación de su hermano sobre que ella les decía que se iba de madrugada corriendo a ver a su jefe cuando probablemente habría encontrado a algún amante furtivo por allí.
'Ojalá', escribió y mandó un sticker obsceno de un mono lamiendo una banana. Lo siguiente fue un aluvión de stickers entre los tres. Las ocurrencias de sus hermanos la hicieron sonreír con cariño. Siempre la ponían de buen humor.
Estaba tan distraída que nunca notó que unos ojos rojos no se perdían ni un detalle de las expresiones de su rostro.
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Bajó con su jefe al estacionamiento donde él se dirigió hacia una moto enorme, toda negra con detalles en naranja. La miró con una ceja levantada.
—¿Por qué me sigues? Si no sales ahora, no llegarás a tiempo.
—¿Vas a la oficina, o no? Vamos para el mismo lado. Que me vaya sola es un despropósito total —respondió con lógica.
El rubio tomó el casco de la moto.
—No tengo otro casco.
—Confío en tus dotes de conductor para sobrevivir un trayecto de 15 minutos.
—Nunca me viste.
—¿Conduces mal?
—No hago nada mal —señaló con arrogancia.
Ella se encogió de hombros.
—Perfecto. Vamos.
—¿No te importa que nos vean llegar juntos?
—¿Por qué iba a importarme que…? —no terminó de formular la pregunta cuando cayó en la cuenta de lo que su jefe trataba de decirle. La risotada se le escapó sin siquiera poder contenerla, rió tanto y tan fuerte que le dolió el estómago y tuvo que secarse una pequeña lágrima en la comisura de su ojo derecho. Tomó aire para responder—. Nahhh.
Cuando vio el rostro entre ofendido y furioso del rubio explosivo, le llevó todo de sí misma no volver a estallar en carcajadas.
Sin mediar una palabra más, Bakugo le puso bruscamente el único casco disponible, aplastando su nariz en el proceso, pero no iba a quejarse ante tal muestra de 'amabilidad'. Shiori se subió detrás de él y lo abrazó por la cintura sin pedirle ni esperar ningún permiso y a los pocos segundos, escuchó el motor de esa increíble moto ronronear para acelerar a toda velocidad e incorporarse al tránsito.
Si hay algo que le encantaba, era la adrenalina, así que si las súbitas aceleradas y cambios de velocidad eran para asustarla, lo lamentaba por él, porque lo estaba disfrutando muchísimo. Tanto que cuando llegaron a las puertas de la agencia, suspiró pensando que el trayecto se le había hecho demasiado corto.
Se bajó y se sacó el casco para entregárselo al dueño. Por mera cortesía, lo esperó mientras él se apeaba para entrar juntos.
Notó que Bakugo estaba demasiado atento a su alrededor cuando ingresaron juntos. Pero nadie dijo absolutamente nada, apenas les dedicaron una mirada y a ella la saludaban con gestos amables. Y fue entonces que entendió que lo que su jefe pretendía, es que se sintiera incómoda al pensar que los demás especularían sobre que habían dormido juntos. Casi se larga a reír de nuevo. ¿Qué mujer en su sano juicio se enrollaría con un gruñón como él? Estaba bueno y todo, pero era un idiota de cuidado.
Observó con diversión que él volvía a verse con una expresión ofendida y, con un gruñido, se adelantaba hacia su oficina, gritando que todos eran unos extras inútiles.
Lo que no vio cuando se adentró en el ascensor, fue que el personal de administración daba vuelta una pizarra que parecía en blanco, pero que, del otro lado, tenía escrito sus dos nombres. Los billetes comenzaron a circular con un sinfín de apuestas.
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Ese día, Shiori repasó su contrato laboral. Había una cláusula que decía que, de ser necesario, ella tendría que hacer horas extras. Se preguntó si el hecho de que su jefe la llamara a las 3 de la mañana para hacerle de modelo privado y desfilar con todo su maldito guardarropas con motivo de ayudarlo a elegir un atuendo adecuado para una cita, era válido para ser considerado como horas extras. Claramente, había un enorme gris en esa cláusula del demonio.
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Cuando fue a trabajar al día siguiente, apenas entró, notó el alboroto. Todos corrían de un lado a otro en la oficina y el gerente de relaciones públicas, un hombre bajito y regordete, se arrancaba los pocos pelos que le quedaban en la cabeza con desesperación.
Curiosa, se acercó a Minato, una de las pasantes de Recursos Humanos que estaba presenciando todo el circo al igual que ella y le preguntó qué pasaba.
—¿No lo viste? —cuestionó extrañada la chica. Shiori negó con la cabeza—. Ayer Bakugo tenía una entrevista con unos periodistas en vivo por la noche. Best Jeanist no estaba para nada seguro de que lo hiciera porque Bakugo es… bueno, Bakugo, a pesar de ser tan increíblemente popular, pero accedió cuando le prometieron que le enviarían las preguntas y si quería sacar alguna, sus sugerencias serían escuchadas —recordaba ahora el atuendo que había elegido con su jefe. Por algún motivo, había pensado que él tendría una cita con una mujer, no que sería algo laboral—. Resulta que, al parecer, agregaron unas cuantas preguntas que no habían sido aprobadas por Best Jeanist y todo se descontroló.
—Shiori, mira —Kohichi, de contabilidad, se acercó a ella con el celular en una mano. Ahí pudo ver como Bakugo le daba un derechazo con una técnica absolutamente perfecta al periodista más joven que lo estaba entrevistando. Luego de eso, simplemente se levantó y se fue del plató sin mirar atrás.
No había escuchado cuál había sido la pregunta que tanto lo enfadó, aunque hacer enojar a Bakugo no era nada del otro mundo. Con respirar era suficiente.
Lo único a lo que le prestó atención fue que los primeros tres botones de la camisa borgoña que llevaba, estaban desabrochados como ella había sugerido.
Su desvelo había valido la pena.
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Llevaba poco más de dos meses trabajando para la agencia de héroes y sus compañeros seguían festejándola día a día. La verdad es que había hecho buenas migas con todos los departamentos de la empresa.
Bakugo seguía asignándole tareas irrisorias y lo único en lo que Shiori podía pensar era en el grado de imaginación que tenía ese hombre para pedirle cosas. Estaba a nada de exigir la piedra filosofal, pero a ella no le gustaría darle ideas. Afortunadamente, salía airosa de casi todos sus pedidos y en algunos, ella también se ponía algo imaginativa porque tenía esa maldita vena vengativa. Después de todo, el jefe era él, quien casi tenía la sartén por el mango y ella tenía que obedecer. El cómo obedecer… bueno, eso era otro cantar.
Poco hacía del trabajo para el que realmente había sido contratada, pero no podía decir que le sobraba precisamente el tiempo. Los llamados de madrugada no eran seguidos, pero sucedieron un par de veces más. El segundo fue para que le llevara una pizza, porque volvía de enfrentarse a un villano y tenía hambre —como si no pudiera pedir algo por delivery—; así que ella terminó comiendo pizza con refresco de cola a las 2 de la mañana para acompañarlo. Y el tercer llamado había sido para que le hiciera de enfermera y le vendara una herida que debería haber tratado en el hospital. Aunque ella no era quién para recriminarle aquello, cuando odiaba profundamente los hospitales luego de lo sucedido con sus padres.
Ese día se había retrasado al asistir a una reunión de padres en el colegio al que asistía su hermana menor, así que iba con el tiempo pisándole los talones. Entró corriendo, saludando de pasada a todos y gritó para que pararan el ascensor antes de que se cerrara.
Una mano con algunas cicatrices impidió que las puertas se cerraran y ella respiró aliviada una vez que entró.
—Gracias.
—De nada —respondió amablemente el joven, dedicándole una sonrisa.
Lo miró de reojo, su semblante era alegre y accesible. Tenía un rostro lleno de bonitas pecas, unos ojos verdes que, a leguas, se notaban expresivos y vivaces y su cabello era una maraña verdosa oscuro. Shiori lo catalogó como totalmente abrazable, aunque no le pasaron desapercibidos los marcadísimos músculos que podían distinguirse debajo de su uniforme de héroe.
—No te había visto antes, ¿eres nuevo?
—Ehh… no —se acarició la nuca, luciendo apenado—. Vengo a ver a un amigo. Aunque es algo más bien laboral.
—Ah, vienes de otra agencia. Ya entiendo.
—Sí, trabajo con Mirio Togata, Lemillion.
—Vaya, lo siento. Trabajo en una agencia de héroes, pero sé muy poco de ellos —sonrió Shiori—. Conozco a Best Jeanist porque Google sobre él al venir a la entrevista y porque es quien me contrató y al ogro de mi jefe, aunque si me preguntas, no tengo idea de cuál es su nombre de héroe.
Las puertas del ascensor se abrieron antes de que el pecoso pudiera contestarle. Del otro lado, había una alta figura, mirándolos con los brazos cruzados y expresión de hastío.
—¡Deku de mierda, llegas tarde! —los ojos rojos se fijaron en ella—. ¡Y tú también!
Lo único bueno de eso era que ahora, al fin, el famoso 'Deku de mierda', ya tenía rostro.
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Gracias al chat interno de la empresa y a la bendita Minato, que era una gran fuente de información, sabía que Deku era un héroe bastante conocido y estaba en cuarto lugar en índices de popularidad. Como dato adicional, le dijo que su jefe estaba sexto, después de Shoto Todoroki, quien estaba en el quinto lugar y era hijo del héroe número 1, Endevor. Al parecer, eso era algo que fastidiaba mucho a su jefe y, quizás, ese dato le sería por demás relevante y útil a futuro.
Realmente no entendía cómo alguien que desprendía un aura tan cálida y reconfortante como Deku fuera amigo de alguien tan chispita como Bakugo. Era casi como la polilla acercándose a la llama. Definitivamente el tal Deku era bastante masoquista.
Los veía tan concentrados hablando de alguna clase de misión, con un mapa desplegado en el escritorio de su jefe que decidió darles algo de intimidad. Tomó unos documentos y decidió que era momento de dejar de aplazar el ponerse a hacer tres juegos de copias de los mismos, así que acaparó la fotocopiadora del centro de copiado dentro de la agencia. Por suerte, no se aburrió como un hongo porque al rato apareció por la puerta Kohichi de contabilidad, uno de los primeros compañeros en respaldarla y se pusieron a charlar animadamente. Él le hizo compañía durante todo el tiempo que ella hacía las copias, así que no podía estar más agradecida por esa alma bendita que la salvó de tamaño aburrimiento.
—Hace un tiempo te habían visto entrar con Bakugo, vinieron juntos —comentó Kohichi.
—Ajá… ¿Y?
—Nada. Sólo quería tener en claro que su relación es estrictamente profesional.
Ella levantó una ceja en su dirección.
—¿Es necesario aclararlo?
Él rió suavemente.
—Supongo que no. Oye… —se rascó la nuca apenado—. Me preguntaba si…
—¡Oye, molestia! ¿Qué diablos haces que no estás en tu sitio? —su jefe apareció casi de la nada y prácticamente se pegó a la espalda de Kohichi, quien pegó un gran respingo. Atrás pudo ver a Deku con una expresión de lástima hacia Kohichi.
—Estoy trabajando, haciendo unas copias —respondió Shiori con simpleza. Era triste que en su interior ya haya aceptado llamarse 'Molestia' y responda a ese mote.
—¿Y tú, extra? Vete de aquí. No te quiero cerca.
Al chico no le alcanzaron las piernas para huir del lugar.
Shiori volteó a ver a su jefe a los ojos. Volvía a estar molesto, pero ya no se preguntaba qué lo hizo enojar ésta vez. Bah, ni siquiera sabía si había dejado de estar enojado alguna vez. Habría que ser un experto para dilucidar cuál era el inicio o el final de una de sus rabietas y el inicio de la siguiente. De todos modos, nunca le importó desde el primer momento. Se encogió de hombros y miró al amable Deku, quien le dedicó una cálida sonrisa. Volvió a mirar al rubio y luego a Deku. Lo repitió una vez más.
Suspiró decepcionada sin poder evitarlo. Hubiera deseado tener un jefe como Deku.
Para su gran sorpresa, el grado de enojo de su jefe escaló a un 200 por ciento. Y en aumento.
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Su teléfono sonó por quinta vez en menos de diez minutos y volvió a cortar. Aún no comprendía por qué no había bloqueado el número de ese idiota para que directamente no pudiera comunicarse con él. Unos ojos violetas lo miraron de reojo cuando maldijo por décima quinta vez en los últimos veinte minutos que eran todos los minutos que llevaba desde que llegó a la agencia. Si hay algo que detestaba de esa molesta mujer es que siempre lo veía con expresión divertida en vez de temerosa o enojada. Era como si siempre se riera de él cuando solía ser él quien se reía de los demás. Nadie deseaba hacerle frente o desafiarlo en nada y con esa molestia, se invertían completamente los papeles. Le fastidiaba.
Cuando su celular sonó por sexta vez, lo tomó al segundo tono para terminar con eso de una vez por todas.
—¿¡Qué carajo quieres, pelo de mierda!?
—¡Hey, Bakubro! Te mandé varios mensajes, ¿no los viste?
—Te estoy ignorando, idiota.
—¡Oye, eso no es nada varonil, Bro! Hoy es la noche, no siempre podemos coincidir todos con los días libres. Si no quieres moverte, podemos ir a tu departamento.
—¡Ni de coña! ¿Crees que voy a dejar que todos esos idiotas vengan a ensuciar...? Oh. Oh —una sonrisa siniestra cruzó su rostro cuando una idea fue formándose en su mente. Miró al frente donde se encontraba su grano en el culo más reciente.
—¿Bro?
—Nos juntamos en mi ático. Me encargaré de todo.
—¿¡En serio!? ¡Genial! ¿Necesitas que...?
Cortó la comunicación sin escuchar el resto y se regocijó por dentro.
Sacó su cartera del bolsillo de sus pantalones y, tomando su tarjeta de crédito personal platino, la arrojó a gran velocidad hacia la chica que estaba a unos metros. Como esperaba, la agarró al vuelo sin siquiera parpadear. Había qué admitir que tenía unos reflejos y una destreza por arriba de la media.
Como siempre que hacía algo así, la morena lo observó con tranquilidad, esperando pacientemente sus indicaciones.
—Tengo una fiesta de hombres esta noche. Quiero compañía femenina y diversión sin límites para mis invitados. Comidas, bebidas. Lo que haga falta. Debes prepararlo todo en mi apartamento.
Sabía que, para una chica, ese tipo de pedidos podría llegar a ser absolutamente degradante y era la idea. Incluso para su molestia particular, por más ruda que fuera, ese recado no podía ser pasado por alto. No le importaba cuán ruin lo considerara, conseguiría hacerla huir. Aunque, en algunas ocasiones, ya había demostrado tener algunas agallas. Pero esto estaba a otro nivel.
Poco le importaba que, después de eso tuviera que espantar y echar a patadas a las mujeres que ella contratara, con tal de ponerla en esa situación.
No se perdió detalle de su rostro. Vio que sus ojos violetas brillaron, pero, como siempre, ella sonrió y asintió mientras se ponía de pie.
—Bien. Compañía femenina y diversión sin límites. Lo tengo.
Debió haber sabido que ella haría de las suyas apenas vio su esbelta figura alejarse resuelta por el pasillo de la oficina.
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Las estridentes risas de Kirishima, Kaminari y Sero se escucharían a kilómetros, estaba seguro. Sus vecinos le importaban una mierda, aunque ya estaban acostumbrados a él y sus arranques. El primero y único que una vez fue a reclamarle por el volumen de la música, se mudó del lugar dos días después.
Observó con oculta diversión al cuatro ojos y a Izuku al borde de un síncope. Y, sin más, se adentró en su hogar que ahora parecía más un antro de mala muerte que su sofisticado ático de lujo. Había luces led rojas por todos lados y el reproductor de música repetía una y otra vez 'You can leave your hat on' de Joe Cocker.
En cada rincón de la sala había una muñeca hinchable con su típica boca en O. Contó diez. Algunas traían trajecitos que simulaban ser sexys, mientras que otras estaban prácticamente desnudas. Dos tenían una banana y una zanahoria en la boca, mientras que otra tenía una berenjena. Pudo notar que la muñeca que estaba en el medio de su carísimo sofá, tenía crema en el orificio que simulaba ser la vagina, mientras que otras tenían crema en la boca y en los globos que, se suponía, eran sus pechos. Otras tenían en la cabeza sus nuevos —eternamente nuevos porque no pensaba usarlos jamás—, calzoncillos con la cara de Endevor y el de trompa de elefante. Lo que le daba la pauta de que su intrépida asistente había estado rumiando por su ropa interior.
No pudo evitar que su boca se torciera con diversión al pensar que su molestia particular era bastante sucia y vulgar. Por algún motivo en el que no quiso ahondar, su vientre bajo dio un pequeño tirón al pensarlo. Realmente no quería seguir ese tren de pensamientos.
Sobraban los potes de lubricantes de todos colores y sabores, al igual que los condones fluorescentes, ubicados estratégicamente en todo el departamento. Mientras que en una mesita ratona cercana al enorme televisor de su sala, había una amplia selección de consoladores de todos tamaños y colores, además de plugs anales con ridículos pompones que simulaban colas de conejos o colas de gatos que seguro iban a juego con las binchas con orejas.
Una fuente de crema y otra de chocolate eran la atracción principal en la mesa del centro, con trozos de todo tipo de frutas para bañar y comer, ademas de unos enormes platos con ostras. Todo muy afrodisíaco.
—Bakugo —llamó Kaminari cuando pudo apenas recibir algo de aire en sus pulmones entre risa y risa—. ¿Cómo dices que se llama tu asistente?
—Maldición, amigo, esa chica es increíble —acotó Sero, abrazando por la cintura a una de las muñecas—. Vaya que sabe animar una fiesta.
—Kacchan, ¿qué le pediste exactamente a Shiori-chan?
Los ojos de Izuku eran unos graciosos remolinos y el idiota no podía estar más rojo, evitando a toda costa mirar hacia donde estaban las muñecas. Que era en todos lados. Su vergüenza e incomodidad era tan palpable que sólo con eso, ya valía todo el dinero que la bruja de su asistente gastó en todo esto.
—Te ves como si fueras un adolescente sin experiencia, Izuku. ¿Es que no follas con cara redonda?
Un alboroto de nuevas risotadas se escuchó nuevamente. Ciertamente parecían unos estúpidos adolescentes.
—¡Kacchan! Eso es una intimidad—recriminó tapándose el rostro con ambas manos.
Mojigato, pensó Katsuki.
—¡Quiero conocer a esa chica! —exclamó Kirishima, metiendo una frutilla en el chocolate.
—¡También yo! —dijo Kaminari, secundado por Sero.
—¡Cómo joden!
—¿Qué haces en la puerta, Iida? —Todoroki asomó su cabeza por un costado del cuerpo petrificado de su colega y observó la situación dentro del lugar—. Oh, vaya. Lamento llegar tarde. Veo que se están divirtiendo.
El tono uniforme y sus ojos inexpresivos al ver toda la situación fue lo único que necesitaron los tres idiotas para volver a estallar en carcajadas.
Con la ayuda de Todoroki, Kirishima levantó a Iida para acomodarlo en el sofá entre dos muñecas hinchables y le colocaron un pote de lubricante y una montaña de condones entre las piernas. Todo bajo la horrorizada mirada verde de Izuku que estaba a nada de desfallecer como su amigo.
Katsuki aprovechó el descontrol para ir a su cocina, oculto de las miradas indiscretas de sus amigos para así tapar su boca con una mano. Ahogó una gutural risa que le nació desde lo profundo del alma.
Maldita molestia.
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—¿Shiori, pasa algo? —la pregunta de su hermana menor hizo que la mirara desorientada—. No has dejado de mirar tu teléfono en toda la noche.
Era viernes, noche de películas para los tres hermanos. Una costumbre que venían sosteniendo desde siempre.
—¿Esperas alguna llamada? —los ojos violetas de su hermano, iguales a los suyos, brillaron divertidos.
—Por supuesto que no.
—¿Te preocupa que tu jefe vuelva a llamarte de madrugada? —preguntó Shion.
Bueno, no era exactamente eso. O sí. Pero casi esperaba una llamada totalmente diferente para recriminarle y gritarle porque quizás, sólo quizás, se habría pasado un poquito con su sucia imaginación. Ni siquiera había pensado qué haría si la llamaba, si tomarla y poner el pecho a las balas o fingir demencia y sordera. Estaba más que tentada por la segunda opción.
—¿Es por tu jefe? —insistió Shoo ante su silencio.
—No —respondió finalmente y dejó su teléfono a un lado—. Es fin de semana, no pienso tomar ninguna llamada.
Y si llegaba a querer ponerse en contacto con ella, que ardiera Troya y él ardiera también.
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N/A: La idea de esto era hacer un OneShot, pero se empezó a extender tanto que decidí separarlo. No sé si será en dos o tres partes, tan largas como esta. Pero me gusta el formato de escena/corte/escena/corte. Tenía esta historia en la cabeza hace días y no podía pensar en nada más hasta que me puse a escribirla.
Por lo general, no me gustan los Oc, pero luego de leer unos bastante buenos en este mismo fandom, decidí implementar mi propia versión, ya que ninguno de los personajes existentes me convence para Bakugo. Claro que Izuku sí, por supuesto. Pero, en este caso, quería hacer otra cosa y pensé, ¿cómo sería un personaje que pueda ir a la par del chico explosivo sin quedarse atrás? Y así nació Shiori. Casi ni siquiera tuve que pensar tanto sobre su personalidad, fue fluyendo tan fácil que me estoy divirtiendo muchísimo escribiendo la historia. Eso para mí ya es un win. Si además puedo entretener a alguien más, bienvenido sea, ojalá les guste.
La idea al principio había sido escribir todo desde el punto de vista de la chica, después de todo esto es un Slow Burn, pero fue necesario el punto de vista de Bakugo en algunas escenas muy convenientes, así que eso.
Un beso enorme!
