Disclaimer: Ninguno de los nombres de personajes o lugares aquí mencionados son de mi pertenencia, a excepción de aquellos creados para sustentar esta obra. El resto son propiedad de Nickelodeon, Michael Dante DiMartino y Bryan Konietzko. Basado en La Leyenda de Korra.

Notas de la Autora:Este fic se publicó originalmente en el 2014. Fue uno de los primeros fics Korvira en español. Llegó a tener 17 capítulos, pero nunca lo terminé, y después de un tiempo lo borré. Diez años después, tuve la suerte de recuperar el archivo y me pareció que sería un buen pasatiempo editar cada uno de los capítulos originales y publicarlos semanalmente para revivir este viejo fic. La meta es darle finalmente una conclusión.

Ojo, este fic se escribió hace 10 años, por lo que nada de lo que ocurrió en los cómics está presente aquí. Puede leerse como un semi AU Korvira del final de la serie animada. Por último, si leyeron este fic en su primera publicación, esto será muy nostálgico, y me gustaría leerlos en los comentarios :)


~Creo que te Amo~

Por: Devil-In-My-Shoes


Prólogo

Que tenía dos pies izquierdos, dijo, rehusándose a seguir los pasos que ella demostraba.

Kuvira se rió por lo bajo. Había adquirido esa costumbre con el pasar de los días, los meses, los años… La de reírse discretamente con las tonterías del Avatar —que cabe resaltar— eran muchas y muy frecuentes. En el tiempo que habían compartido juntas, Korra desarrolló el hábito de contemplar a Kuvira mientras danzaba en silencio. Todo desde aquella vez en la que sorprendió a la maestra metal bailando sola, y le recordó su primera vez en Zaofu.

Y ambas se dejaron llevar por esa coreografía imaginaria, al ritmo acompasado del silencio y el eco que rebotaba en las cuatro paredes que las rodeaban. Era distinto a todo lo que la joven Avatar conocía; distinto a controlar los elementos, distinto a luchar. Los movimientos de Kuvira eran precisos, elegantes, expresivos. Aún carente de música para acompañarla, era como si contara una historia a través de sus pasos. Una triste historia.

La espectadora observaba hipnotizada y la bailarina se perdía en su propia danza.

No hubo interrupción más que la de Kuvira al abrir los ojos y darse cuenta de que tenía un público de una sola persona delante de ella. Un sonrojo avergonzado y un "¿Hace cuánto que me estás mirando?" fue lo que le dio fin a aquel misterioso, pero mágico momento.

Y dos años más tarde, fue Korra quién insistió, en primer lugar, para que la maestra metal le enseñara los movimientos que ella ejercía al bailar. Sin embargo, ahora que Kuvira se había abierto lo suficiente como para atreverse a formarla en las artes de la danza, Korra simplemente se acobardaba. Pero así como el Avatar podía ser necia y testaruda, Kuvira también tenía medios de persuasión para conseguir todo cuánto quisiera.

Korra aprendería a moverse con gracia ese día; así se arrepintiera de ello o no.

Era el momento perfecto y el lugar correcto. Nadie las molestaría —no en el sitio en el que se encontraban. Era el último rincón del mundo en el que un ser humano querría estar. Una oscura celda que Kuvira había aprendido a llamar hogar, desde hace dos años…

Una mirada.

Con una mirada de esas que le hacían temblar las rodillas a cualquiera, así convenció al Avatar de pararse en el centro de la habitación, para que aprendiera a danzar como lo hacía una bailarina experta de Zaofu.

Korra se rindió, aceptando el reto finalmente. Había sido idea suya después de todo. No obstante, estaba segura de que por mucho que hubiera observado a Kuvira en el pasado, jamás podría replicar sus movimientos con la misma belleza. Es que sencillamente no poseía esos remilgos femeninos.

Empezaron por una pose simple, algo fácil de imitar. Los brazos extendidos, una pierna arriba, a la altura de la cabeza. Korra tenía la flexibilidad suficiente, pero no el equilibrio correcto. En vez de verse suelta y carente de peso como Kuvira, Korra se notaba rígida, tiesa como su estatua en el parque de Ciudad República.

—Estás muy tensa —la corrigió Kuvira—. Recuerda que no estás en una pelea, se supone que debes relajarte.

La maestra metal se aproximó a ella, pidiéndole que mantuviera la postura para indicarle cómo debía hacerlo. Korra sintió las manos de Kuvira haciendo contacto con su cuerpo; una en la espalda y la otra en su estómago. Estaba haciendo presión, empujando ligeramente su abdomen para que lo metiera y enderezara la espalda.

—Usa la fuerza de tu estómago para mantener el balance —le explicó con suavidad—. Si se lo dejas todo a tu espalda, te encorvarás.

Korra adoptó la corrección y percibió el cambio inmediatamente. Tenía más soltura ahora, y no se le tensaban los músculos. La joven Avatar esbozó una sonrisilla victoriosa para sí misma. Sólo entonces se percató de que las manos de Kuvira no habían cesado de sostenerla. En cambio, la maestra metal las colocó en un nuevo lugar. Deslizó una por la pierna izquierda de Korra, señalándole que debía separarla de la otra. Y llevó su tacto a la barbilla de la muchacha, obligándola a bajar el mentón.

—Tus ojos aquí —ordenó firmemente, cruzando su mirada con la suya—. Deja en paz el techo, no hay nada que ver ahí.

El tono de voz experto de Kuvira denotaba su maestría, era obvio que ya le había enseñado a muchos otros principiantes antes. Claro, hubo un tiempo en el que Kuvira había sido la mano derecha de Suyin Beifong. Quizás, también lo fue en los recitales de danza que se gestaban en Zaofu.

Korra asintió, comunicando que había comprendido lo que debía hacer. Entonces, Kuvira retiró las manos de su cuerpo. El roce lento y suave de sus pieles al separarse envió una sensación placentera, como de escalofrío, por la espina del Avatar. Y aunque Kuvira la hubo soltado, Korra todavía podía sentirla tocando su estómago, su espalda; serpenteando por la parte interna de su pierna al guiarla; los dedos fríos y delgados que acariciaron su barbilla.

—Intenta girar ahora —sugirió Kuvira, alertando a Korra, que seguía perdida en su propio mundo—. Los pies en punta, los brazos a la altura de tus costillas. Vamos, muéstrame lo que has aprendido.

Dio un golpe de aplauso que provocó un respingo en Korra. Ésta volvió a la realidad de súbito, reaccionando en forma tardía. Comenzó a girar, sus pies moviéndose ágiles por el húmedo suelo de granito. Poco a poco, fue adquiriendo más velocidad, más confianza en sus propios movimientos. Sintió el aire golpear su piel y comprendió por qué Kuvira adoraba danzar.

Si cerraba los ojos y se dejaba llevar, la embargaba un inmenso sentimiento de libertad.

No podía imaginar lo que sería esa experiencia si tan sólo hubiera música, un ritmo adecuado que seguir. Aquellas melodías que Kuvira añoraba oír desde hacía años ya…

Pensando en ella nuevamente, Korra abrió el azul de sus ojos y se enterneció al encontrarla allí, sonriendo cual profesora, orgullosa de su alumna.

Sólo sonriendo.

En todas las ocasiones en que había venido a visitarla en prisión, jamás había visto a Kuvira sonreír así. Nunca tan amplia, nunca tan vibrante. Nunca tan viva. Ahí estaba, recostada de espaldas contra la pared de platino frío. Con los brazos cruzados sobre el pecho y el cabello largo y negro, que caía como cascada sobre sus hombros, ahora escuálidos, casi huesudos. Ni sombras de la mujer que alguna vez fue.

¿Cómo había logrado soportar dos años de encierro en completa soledad? ¿Cómo sin luz? Sin aire fresco, sin alimento decente, sin música, sin calor… Sin el cariño, ni el amor de otra alma.

Aún le pesaba haber sacrificado la vida por su ambición, una que al inicio consideró la más noble de todas…

Fue un tropiezo lo que hizo a Korra perder el ritmo que llevaba. Se había distraído con la misma persona que ahora se apresuraba en correr para evitarle una fea caída. El Avatar se enredó de piernas y se fue cabeza abajo. Suerte que Kuvira llegó a tiempo para sujetarla por los brazos y jalarla hacia atrás. El impulso que llevaba provocó que Korra se estrellara de cara contra el pecho de Kuvira. Se oyó un golpe seco.

Avergonzada, Korra se separó de ella, una vez que hubo recuperado el equilibrio.

—Te dije que tenía dos pies izquierdos —se quejó, con tal de disimular el motivo real de su caída.

—Lo que tienes es un grave caso de déficit atencional —replicó Kuvira, llevándose una mano sobre el pecho, donde Korra la había impactado.

Después comenzó a reírse. No. No a reírse. A burlarse de ella. Carcajeándose tanto que cayó resbalada al piso, sosteniéndose el estómago con las manos.

Conque ahí se habían ido toda esa altanería y aires de superioridad de los que Kuvira hacía alarde hace años, cuando estaba al mando del Imperio Tierra.

Korra no pudo evitar enarcar una ceja, al tiempo que formaba una mueca de enfado reprimido. Ella también había aprendido a ser más humilde con el paso del tiempo, pero aún le dolía su orgullo, y tenía una dignidad que proteger. Bien, por otro lado, era una maravilla ver a Kuvira riéndose así, hasta las lágrimas. Era un cuadro imposible de visualizar, pero ahí estaba. Real y tangible.

Y sólo por tener el placer de presenciarlo, a Korra no le importaba ser el blanco de sus burlas.

Sí, lo admitía. Se había ido de bruces como una tonta; no tenía talento para la danza artística. Ni era lo suficientemente femenina y agraciada. Tenía que darle todo ese crédito a Kuvira. Aún le quedaba algo de qué presumir, algo con qué sentirse orgullosa de sí misma. Algo con lo que nunca le había hecho daño a nadie; un logro válido, hermoso, fuente de inspiración pura.

—¡Pero miren quién tiene sentido del humor después de todo! —la acusó Korra—. ¿Te crees muy graciosa? Sólo porque sepas moverte como una bailarina engreída, no quiere decir que sepas bailar.

—Eso no tiene sentido —reclamó Kuvira, reponiéndose de sus carcajadas.

—¿Ah, no? ¡A ver si puedes bailar como lo hacemos en Ciudad República!

Korra no sabía lo que hacía o por qué estaba retando a Kuvira con eso. No era como si de verdad supiera bailar. Conocía algunos pasos de baile de salón que Tenzin le había enseñado para cuando tuviera que asistir a galas formales en su papel de Avatar. Lo demás era pura improvisación, cosas tontas que hacía junto a Bolin, Mako y Asami para divertirse cuando salían.

—No hablarás en serio… —dudó Kuvira, al tiempo que se ponía de pie para enfrentarla.

—¡Por supuesto que hablo en serio! Ya hice lo que querías, ahora te toca a ti —Korra extendió su mano hacia ella, para que la tomara—. Quiero bailar contigo, Kuvira.

Y hubo un rubor que se extendió tanto por las mejillas de la morena como por las de la otra mujer. A Kuvira todo esto le resultaba irreal, un disparate al derecho y al revés. Y sin embargo, detectó sinceridad en las palabras del Avatar. Como si realmente lo quisiera así y ella también compartiera ese deseo. ¿El Avatar y la peor enemiga de la República Unida, bailando juntas en prisión? ¡Qué locura! Qué ridiculez…

¿Pero importaba? No. En lo absoluto.

Hace años que lo había perdido todo; su porte, su dignidad, el orgullo… Conoció humillaciones peores a manos de los demás reclusos de la prisión cuando los guardias la soltaban en el patio de ejercicios. Las profundas cortadas y los ennegrecidos moretones en su espalda y costados eran prueba de ello. El título "Gran Unificadora" era sinónimo de burla. Ya no era nadie. Nada más que el saco de golpear de los otros reos, un espectáculo de circo incluso a ojos de los mismos guardias. Así que, ¿por qué no?

¿Qué más podía perder?

Entrelazó sus dedos con los de Korra y llevó su mano libre al hombro de la muchacha, acostumbrada desde siempre a tomar esa posición, normalmente con una pareja masculina. Al parecer, Korra estuvo apunto de hacer lo mismo, tan confundida como ella. Vio al Avatar tragar nerviosa, aceptando el rol de guía, sin que le quedara más remedio. Y permitió que Korra reposara la mano en su cintura.

Un… dos… tres…

Un… dos… tres…

Un… dos… tres…

Dictaba el mismo y viejo vals de ayer y hoy. Aunque fuera de su estilo habitual, Kuvira continuó siendo la que danzaba con más gracia y soltura. Korra permanecía tensa, pero al menos se atrevía a mirar de frente. A diferencia de Kuvira, que tenía la vista fija en sus pies descalzos.

—Tus ojos aquí —escuchó de pronto la voz de Korra, quien había anidado una mano en su barbilla para que alzara la cabeza y la mirara—. Deja en paz el suelo, no hay nada que ver ahí.

El cinismo acompañaba la voz de la muchacha y Kuvira tuvo que fruncir el ceño en respuesta a aquella descarada imitación suya de hace sólo unos minutos. Esto hizo sonreír a Korra con satisfacción, y resignada, Kuvira también sonrió en un suspiro.

—Bailas pésimo, Avatar —afirmó entonces, para no desaprovechar su oportunidad de vengarse.

—Lo sé, lo sé… —dijo ella riéndose—. Pero es lo mejor que puedo hacer sin música.

—Y si hubiera música, ¿qué harías? Si te pidiera que imaginaras ahora la última melodía que escuchaste antes de venir a verme… ¿Cómo serían tus pasos?

Korra se detuvo un momento, pensando. Y luego, sin avisar, dejó caer los brazos. Kuvira no supo en qué momento se encontró siendo estrechada con fuerza entre ellos. Y se abrazó del cuello del Avatar, sólo porque sí. Sus pies volvieron a moverse, juntos, en perfecta sincronía. Nunca antes habían sido tan cercanas la una con la otra, ni siquiera en aquella ocasión en el Mundo Espiritual.

Ahí estaban, danzando en círculos alrededor de la celda, en medio de la oscuridad y el silencio. Como dos niñas, jugaban a escoger caminos equivocados. A veces rápido, a veces despacio. Era Korra quien marcaba el compás de esa melodía que viajaba sobre la nada. Y Kuvira juraba que podía escucharla. En cada giro, en cada pulsación de ese valeroso corazón; que se encontraba ahora tan próximo al suyo.

Una canción.

Un segundo más, y estuvo al borde de las lágrimas. Porque extrañaba la música tanto como el calor y el contacto humano. No el contacto abusivo de los golpes a los que la sometían con el descuido aprovechado de los guardias. Sino el contacto gentil, compasivo y cariñoso de la mano que descansaba sobre su espalda, y la apretaba contra el pecho de aquella que le había salvado la vida, y continuaba haciéndola sentir a salvo, luego de dos años en reclusión.

Kuvira pensaba que todo esto de las visitas del Avatar, cada dos semanas, era cosa de caridad. Luego creyó que sí, que era posible hallar una amiga en Korra. Con los años presintió que esto iba más allá y, quizás hoy, finalmente, pudo comprobarlo.

Quería estar con ella, fingir que existe la música donde reina el silencio, y dar vueltas sin sentido entre sus brazos, esa noche y siempre. Olvidarse de sí misma, del rencor y el sufrimiento que había dejado enterrados años atrás. De pronto, estar con Korra parecía suficiente.

Y era más que suficiente.

Una combinación demasiado arriesgada y a la vez, demasiado mágica para ser separada.

Así se percató de que Korra alzaba la vista, y miraba hacia el verde profundo de sus ojos, sin poder ocultar un sonrojo. ¿Existía realmente esa conexión entre ella y el Avatar? No quiso escudriñar más el asunto y, sin pensar, descansó su cabeza en el hombro de Korra, y cerró los párpados.

Sintió a la muchacha detenerse en ese punto. Korra rodeó su cintura delicadamente, atrayendo aún más sus cuerpos, sin dejarle espacio al frío. No fue incómodo. Todo se sintió natural, cálido de hecho… Muy cálido. Y agradable como el aroma que se desprendía del corto cabello de Korra.

—Creo que te amo… —escuchó a Korra susurrar en su oído.

Así de disparatado y chocante como se oía, fue nueva música para Kuvira.

La más bella sinfonía.

—Creo… que yo siento lo mismo…

Pronto los guardias llegarían, al final de la hora de visita, para llevarse a Korra con ellos. Alejándola de ella como siempre lo hacían, para luego esposarle las manos y dejarla sumida en la oscuridad y la soledad absoluta de su celda en prisión. Pero mientras tanto, podía descansar su frente en la de Korra, y fijar sus ojos en el azul puro y amable de los suyos.

Dejar la realidad en paz, pues no había nada que ver ahí.

—Ey, tus labios aquí.