4. Carroña fresca
Una van blanca -como la nieve que caía-, pasaba solitaria en el sentido opuesto de un automóvil con 6 ocupantes.
Aparentemente eran tres adultos y tres jóvenes -todos felices y despreocupados.
La música sonaba a discreto volumen y las 2 jóvenes cantaban a grito la canción.
Pero el guapo muchacho a su lado, decía que era un bodrio... sólo para molestarlas, obviamente.
Los ocupantes de la van observaron el auto con ojo de águila.
Adentro iban 6 hombres totalmente de negro.
Y no eran los MIB. Eran algo mucho peor.
Eran parte de Los Carroñeros. Lo peor de la escoria sobre La Tierra.
La van iba a muy baja velocidad, y vieron patinar al automóvil en el camino húmedo.
Se detuvieron a observar cómo el auto perdió el control y se estrelló en contra de un solitario árbol.
Los gritos dieron paso al silencio.
Entonces algunos de los hombres bajaron, pero no a ayudar.
Se acercaron sigilosamente y abrieron las ya destruidas puertas.
Con todo el cuidado de no dejar huellas.
"Cuatro y dos. Hombre moroi y hombre dhampir, muerto" echo un ojo el copiloto.
Y soltó la muñeca del conductor.
"Mujer moroi, Muerta" el segundo soltó la muñeca de mujer moroi de la segunda fila.
"Niño moroi, Muerto" el tercero soltó la muñeca del joven muchacho, sentado junto a la mujer.
Fuera de la tercera puerta, otro revisaba a las dos últimas pasajeros.
"Ésta es dhampir y respira... apenas" y soltó la muñeca de la joven de pelo oscuro.
Con más cuidado. Estaba viva... y servía.
"¡Ah! Esta es moroi, y no le siento nada. Lástima. Es linda, podríamos haber sacado mucho". Y soltó la muñeca de la niña rubia.
"Nos llevamos a la dhampir. Al menos podemos venderla como bolsa de sangre. No sean brutos o se nos muere como la última. Lastima de los otros. Pero por la ropa y el auto, estos no valían nada".
Y se fueron, dejándolos solos y dándolos a todos por muertos.
Pero la joven rubia -moroi, dijeron ellos-, comenzó a reaccionar ante la pérdida del calor corporal de la otra joven.
Estaba casi agónica, pero viva.
"¿Rose?". Se movió, desesperada ahora. "¿André? ¿Mamá? ¿Papá?" Pero nadie respondió.
Y recordó que estaban muertos.
Que ella buscó a Rose primero, y que Rose había reaccionado.
Así que se movió -conservando tanto calor como podía ya que su raza (¿moroi era una raza?) podía morir de hipotermia rápidamente- y buscó el teléfono del joven.
Su hermano André.
"Acc...accidente", dijo antes de oír a la operadora del 911, "padres... A...André. ¡A Ro...Rose no la si... siento!. Nieve... con...gelo".
Pocos minutos más tarde, La Policía Caminera y Los servicios de emergencia llegaban, gracias a la triangulación de la débil señal del celular.
Hallaron a 3 muertos -tal como los secuestradores de la joven dhampir llamada Rose dijeron-.
Pero a la joven rubia en hipotermia y aferrando un teléfono.
Casi inconsciente ya.
Como casi todos en su raza -los morois-, llevaban una tarjeta de una aseguradora, con un número de emergencias para casos como ese... claramente una emergencia.
El detective que llegó -estaba casualmente en la zona-, recibió la tarjeta de manos del paramédico y, decidió llamar y averiguar quiénes eran.
"Croft", sonó una voz tras el teléfono. ¿Un asegurador privado?.
" Por acá El detective Morrison, de La Policía de Pensilvania. Hubo un accidente en la carretera. 3 muertos. Los 3 con este número y con un código".
"Dícteme los códigos, por favor, Detectiver" dijo el tal Croft, sonando muy profesional.
Pero muy suave tras oírlo.
"¿DRA01?, no se lee bien"
"¡Oh por Dios!, ¡Los Dragomir!... ¿Y me dijo que... hubo muertos?" Esta vez titubeó. ¿La voz podía palidecer?, porque ésta lo hizo.
"Dos hombres, una mujer y un muchacho, si"
"¿Y la niña, detective?" Sonó desesperado.
"Va camino al hospital, Croft... ¿entonces? ¿los conoces bien?"
"Son... una familia antigua. Quedaban solo ellos cuatro...El hombre era el chofer contratado para la ocasión, a una... agencia. Sí. ¡pobre niña! Tan jovencita y todo el peso de su familia ya cayó sobre ella... no se preocupe por nada. Irá un equipo de respuesta de inmediato. Se costeará todo y los abogados se ocuparán del resto... muchas gracias por todo lo que han hecho... ¿investigarán?"
"El auto patinó y chocó contra un árbol, Croft. Yo cerraré la investigación, una vez que los peritos entreguen el informe del choque... ¿a menos que...?"
" Nada. Sólo lo lamento mucho por los Dragomir. Solo para corroborar, ¿sólo cinco ocupantes?" Y sonó el ruido de papeles.
"Si. Sólo ellos cinco... ¿Cómo se llama la niña?, para los registros, claro".
"Vasilissa Rhea Daniels Dragomir... apenas de 15 años". Murmuró. "Requiem pax" murmuró Croft. Luego de unos pocos detalles, la llamada finalizó para ambos lados.
Y así fue como La Corte moroi -con su Reina a la cabeza-, se enteró de que una niña de 15 años... era la nueva Princesa Dragomir. Si. Corte, Reina y moroi... ¡iban en la misma frase! y todo en el mismísimo Pensilvania.
Raro, ¿verdad?. Y más lo eran ellos.
Los morois, digo.
Una unidad de respuesta -un abogado, Lord Damien Tarus; un médico, 4 guardianes y un Alquimista de turno -un tal Sage-, fueron a resolver los temas que la muerte de un moroi siempre podían dejar pendientes entre los ingenuos humanos.
El equipo retiró los cuatro cuerpos, pagó los gastos y trasladó a los tres moroi a su recinto privado de Pensilvania, en donde El Príncipe, su Consorte y su Heredero fueron enterrados con toda la pompa y circunstancia que ameritaba.
El guardián fue trasladado a la Academia de St. Vladimir, en dónde eran enterrados los Guardianes sin familia, que lo pudiera reclamar.
Croft -El Capitán Hans Croft, de La Capitanía General-, hizo todos los procedimientos de rutina en el caso.
Llamó a La Escuela de los dos niños Dragomir -La Academia de Montana, un internado-, e informó a La Directora Kirova que se harían cargo de todo.
"Roza, despierta", la voz de un muchacho sonó en la mente de Rose, quién abrió los ojos.
Cuando Rose despertó, estaba encadenada a una cama.
Desnuda. Y conectada a varias máquinas. En un cuarto frío y sin ventanas.
Había hileras de camas, con personas en iguales -o peores- condiciones.
Una mujer -humana, a todas luces-, con bata blanca y una mascarilla; se acercó a Rose y revisó sus datos médicos.
Ni un sólo momento la miró a los ojos.
Para ella... era sólo mercancía. Viva. Y punto.
"Ésta está bien, llévensela. Necesito la cama para la partida nueva..." y se alejó a ver otro... de esos.
Rose fue llevada a una especie de baño, en donde la lavaron, depilaron y la dejaron más perfecta que una modelo de pasarela.
Luego fue llevada a una sala blanca y la acomodaron para fotografiarla y así fue subida a la web -en la deepweb-, de los Carroñeros.
¡Ah, los Carroñeros!, obviamente.
La peor escoria de la (mal) llamada Humanidad.
Conformada por Alquimistas -muchos en servicio activo-, y otros grupos más radicales aún.
Y todos traficaban a La Humanidad con sus mismos miembros activos.
Estaban allí desde el nacimiento de los Alquimistas.
Allí con la Inquisición.
Allí con las Guerras.
Allí en las peores catástrofes de la Humanidad...
Y al no haberlas, allí en los accidentes del camino.
Tomaban a los sobrevivientes y los vendían en su mercado de esclavos... por el bien mayor y último. Según ellos.
De sus víctimas -humanos, morois, dhampirs y quién sabe qué más-, cosechaban órganos; sangre -para los morois fuera de la ley de su propia gente-; negociaban en la prostitución, mano de obra esclava y bolsas de sangre para los strigois -así evitando que usaran a personas más útiles a la Humanidad-; e incluso no tenían asco en tener negocios con la pedofilia.
Y como eran alquimistas, tenían las herramientas para borrar los rastros de esos... fantasmas. Y no dejaban testigos... o sobrevivientes.
Joven. Virgen. Dhampir. Linda.
Esas cuatro palabras definían el tipo de mercadería que era Rose.
Y sólo tenían que esperar.
Jacob era strigoi.
Más viejo que el siglo en que llamaron América a las Tierras Ignotas.
Se vanagloriaba de haber drenado a reyes y a aristócratas ya plebeyos de los 5 continentes... o más.
Según su punto de vista, claro.
En tiempos mozos adoraba cazar.
Pero los tiempos modernos implicaban soluciones más modernas y fue allí que un agente Carroñero (sí, lo habían en esos... 5 o más continentes), lo contactó y le ofreció la... ehm,,, suscripción a su exclusivo servicio.
Era muy exclusivo en sus... afectos y sabía muy bien distinguir lo bueno de lo más tosco.
En la sangre de morois y dhampirs incluso podía identificar su elemento inicial y los de origen.
Sus favoritos -tras muchos, muchísimos años- eran los dhampirs.
Le encantaba forzarlos a bloquear su lado más... humano y así entretenerse en cazarlos cuando eran más moroi que humanos.
Los capturaba y los drenaba y los abandonaba, haciéndoles creer que estaban a salvo.
Y luego comenzaba el juego de nuevo, hasta que la víctima moría de agotamiento, hambre y la anemia ante la pérdida de sangre; y era que entonces abandonaba sus cuerpos en el Pozo del Monte.
Revisaba la website cuando la vio.
Joven, menor de 18 años. Dhampir. Virgen. De carnes frescas. Grandes ojos oscuros. Lindas curvas.
A primera vista, una corderita.
De tierra -evidentemente- ¿y lo mejor?, sin nombre. ¿Importaba?, duraría lo mismo que las otras.
Se comunicó y ofreció su mercadería de segunda mano como parte del pago.
Eran tan sólo unos muchachos humanos que nadie echaba de menos, a los que había desangrado casi hasta la muerte, pero que siempre servían para intercambiar.
Los humanos sólo podían recibir órganos humanos, ¿cierto?.
Ya habían aprendido con ensayo y error.
Y éstos eran jóvenes, sin taras genéticas o adicciones.
Perfectos especímenes para los ambiciosos humanos que querían vivir por siempre.
En el Pozo del Monte, hicieron el intercambio.
Él recibió a su corderita.
Y entró a los otros... aún vivos.
Con los muertos ya no había caso.
Que los carroñeros que venían los aprovecharan, claro.
Así que aprovechó de limpiar un poco.
Echó los cadáveres al Pozo y metió a la nueva corderita a la jaula limpia, con agua.
Y así comenzó el entrenamiento para eliminar la debilidad humana de su genética.
Se haría fuerte -como lo eran los morois de antaño, cazadores diurnos y fuertes, antes de esconderse tras los dhampirs- ¡y entonces comenzaría la diversión total!.
Y ella era de Tierra. Corderita.
Debía aprender a vivir de la Tierra.
A saborear su sangre y huesos y así mejorar su propio aroma y sabor.
Ahora su sangre era algo insípida.
Él... tenía todo el tiempo del mundo para sacar al homínido de su ser... y hacer aparecer a la Cazadora.
Y de eso dependía lo que ella... pudiera vivir.
"Roza, escúchame", le urgía la voz, "me llamo Ros y estoy dentro de tí ahora. Llegué en tu accidente. Y yo también tuve uno. Escúchame. Aprendía a ser guerrero. Tú lo aprendías, lo sé. Debemos salir de aquí. Él es el dragón que yo debía combatir; pero para tí es el strigoi. No importa. Uniremos lo que sabemos del enemigo. Debemos detenerlos. Debes ponerte de pie. Eres de tierra, pero hay algo más. Úsalo y combate. Entre su mundo y el tuyo hay una sombra, pero tú la percibes, porque caminaste en ella, cuándo dejaste tu cuerpo y yo fui lanzado a tu cuerpo. La sombra es la muerte. Y la muerte trae la decadencia. En la tierra es sequía, pero también podredumbre. En el agua, pantanos de aguas muertas. En el aire, no hay aire; y en el agua, hay veneno. Usa a la muerte, arrójala contra tu prisión. O ella te aprisionará. Le prometiste estar con ella, con tu Liz, el dragón blanco que tanto quieres. Pero que se volverá oscuro si la dejas por mucho tiempo... "
Así fue que Rose sacó de sí, por vez primera; a la oscuridad del Espíritu.
La empujó a sus manos lentamente, y aplicando a las cadenas -primero-, luego de debilitarlas, a las rejas.
Desesperada por algo de comida, acudió a la proteína más cercana.
Ella misma.
Y bebió de su propia sangre hasta desmayarse.
Pero su sanación había comenzado.
Al pasar de los días, Rose se volvió más y más fuerte, a punta de su propia sangre y de esa magia oscura que la recorría a raudales.
La venganza era ahora su única meta.
Matarlo lentamente, un dedo a la vez, clavado al sol, sobre los cuerpos abandonados del Pozo del Monte.
Una idea asomaba en su mente inquieta.
No sería demasiado útil, pero al menos le daría tiempo.
Había creado una estaca con metal suelto.
Lo había afilado a golpe de golpes, en las horas de sol, en que el strigoi no asomaba a verla.
Y ni siquiera la vigilaba, creyéndola aún débil por la pérdida de sangre constante, y algo (o muy) desquiciada.
Por eso la tenía al sol, para que... floreciera.
Un poco.
"Concéntrate", le decía Ros. "Será pronto. Debes pillarlo desprevenido, cuándo se va a guardar por causa del sol. No de noche o no sobreviviremos. Sólo un poco más, y podremos salir".
Así que esperó, afilando más y más su estaca, llenándola de la oscuridad que lo llevaría a la desesperación.
"Invoca a sus víctimas", le decía Ros, "Ellos deben venir, si quieren liberarse de él. Y tú también. Debes liberarte de él".
Y Rose esperó el momento preciso.
Que ya vendría.
Ya lo encontraría desprevenido.
Y entonces, el gran momento vino al fin.
Él demoró en volver.
Y venía casi corriendo.
El sol llegaba.
Y Rose lo detuvo, suplicando por agua, o por algo de comer.
Pero hirviendo de furia asesina por dentro.
Y el titubeó.
Abrió apenas la trampilla para darle migajas.
Y Rose esperó el momento.
Debía ser perfecto.
Y entonces...
"¡Muereeeeee!", y le clavó certeramente la estaca en el corazón, dejándolo inconsciente.
No duraría mucho, pero si se movía, perdería una mano o un brazo.
Porque Rose lo dejó enganchado a la jaula, mientras sacaba las llaves, abría la puerta, y salía corriendo, guiándose por sus instintos.
Los instintos del lobo, los ancestros muy lejanos de los moroi.
Animorfos al inicio de los tiempos.
Pero escogieron la magia.
Y perdieron la capacidad de correr con y como los lobos.
Y poder mirar al sol a la cara.
La historia tiene un horrible trasfondo de verdad.
Ocurrió en la localidad de Pozo Almonte, en Chile.
Niñas y jovencitas desaparecidas. Descartadas y acusadas de haberse escapado para volverse prostitutas.
Hasta que una escapó.
