Capítulo 37 - Aftermath

Sentada, Luna miraba incesantemente hacia la puerta del cubículo del tren, reflexionando sobre el tortuoso verano que había transcurrido y recordando cómo se enteró de los eventos en el mundo muggle. Su mirada, aunque fija en la puerta, parecía perderse en los recuerdos. Un día, mientras estaba tumbada en su cama con la cabeza colgando en el borde y sus brazos sosteniendo un libro frente a ella, su padre entró en la habitación con la mirada baja y las manos entrelazadas. Luna percibió una especie de alarma ante su comportamiento, pero lo atribuyó al hecho de que ya llevaba mucho tiempo con la cabeza abajo, lo que podría haber confundido sus pensamientos debido a la acumulación de sangre. Como un animal herido, Xenophilius Lovegood se acercó lentamente a su hija y se sentó a su lado, permaneciendo en silencio durante unos minutos mientras se preparaba mentalmente para lo que iba a decir. La rubia mantuvo su posición todo el tiempo, ojeando el libro distraídamente pero consciente de la presencia de su padre a su costado.

En su mente, Luna aún recordaba la confusión que la invadió cuando su padre empezó a relatarle sobre el ataque de mortífagos a muggles que había tenido lugar en Londres. Aunque deseó preguntar por varios detalles omitidos, algo le indicó que no interrumpiera. Fue cuando el nombre de Martina se entrelazó en su narración que Luna se levantó tan bruscamente en la cama que el repentino movimiento le provocó mareo y ganas de vomitar. La parsimonia con la que su padre contaba cada detalle era una agonía, y se tapó la boca incrédula cuando concluyó con la noticia del fallecimiento del padre de su amiga.

Sus pensamientos acelerados sobre qué decisión tomar daban vueltas vertiginosamente en su cabeza, pero estaba paralizada por la incertidumbre. Su propia madre vino a sus recuerdos, el dolor de no tenerla y la nostalgia infinita de extrañarla. Podía imaginar cómo se estaría sintiendo Martina, y no podía esperar a estar a su lado para consolarla. Se sintió extraña al sentir tantas cosas a la vez; era como si toda su calma y pensamiento crítico se hubieran desvanecido para dar paso a una profunda desesperación y preocupación, algo que no era para nada común en ella y que la hacía sentir tan ajena a sí misma, como si no estuvieran hablando de Luna Lovegood, sino de cualquier otra adolescente.

De todos modos, pasarían días antes de que finalmente pudiera hacer lo que quería: ver a su amiga y acompañarla en su luto, ya que Martina, como un lobo solitario, se lamía las heridas sin compañía, negándose varias veces a dejarse ver durante el verano.

De vuelta a la realidad, el compartimiento se abrió súbitamente, volviendo a la rubia a la realidad, y tras la puerta recientemente abierta, pudo observar a un cansado Liam con la ropa desordenada.

—¡El comienzo del año escolar siempre es una locura! —Exclamó mientras se sentaba en frente de Luna, cerca de la ventana. — Varios chicos de primer año me empujaron y por poco no caí al suelo, cada año llegan más alborotados. — Luna se limitó a asentir con su mirada aún perdida en la puerta del compartimiento, ante esto Liam suspiró imitando a la rubia, perdiendo su mirada en el vidrio que no mostraba a la persona que ambos esperaban. Un silencio se hizo presente entre ambos, y pasaron varios minutos así. Hasta que finalmente el chico explotó demostrando su preocupación.

—No sé cómo comportarme ante ella Luna, lo pensé todo el verano, y no sé qué decirle. — Reflexionó Liam angustiado por la pronta presencia de Martina.

—Se tú mismo, no podemos ser otra cosa que nosotros mismos. — Respondió la rubia encogiéndose de hombros. — Martina siempre será Malahierba, tu su eterno enamorado, yo Lunática y Snape nuestro profesor. — A pesar del sonrojo por el súbito comentario de Luna, la mención del último personaje hizo que Liam frunciera el ceño ¿a qué se refería? ¿Lo nombraba por ser el enemigo jurado de la pelinegra? El joven abrió la boca para preguntar, pero la duda murió en su garganta.

Sus respiraciones volvieron a ser lo único presente en el vagón, y Luna volvió a perderse en sus recuerdos, llevándola al funeral del padre de su amiga.

Martina no se había comunicado directamente con Luna; a pesar de las cartas enviadas, no obtuvo respuesta alguna. Aunque comprendía que la joven no quisiera hablar, lo que nunca esperó es que fuera tan literal. Eventualmente, Luna cambió su enfoque y comenzó a enviar cartas a la cariñosa madre de su amiga, Victoria. Solo de esta manera pudo obtener información sobre la familia Johnson. Cuando llegó la correspondencia tan esperada, Luna se quedó sin palabras ante lo que relataba la adulta en sus cartas.

Según Victoria, Martina había estado en estado de shock durante varios días, yendo y viniendo de San Mungo. A pesar de carecer de muchas heridas físicas, presentaba algunos cortes leves y hematomas visibles. Sin embargo, lo más preocupante era su estado emocional y mental. Pasaba largas horas del día con la mirada perdida, como si estuviera desconectada del mundo a su alrededor. Alternaba entre momentos de sueño profundo y episodios de llanto desconsolado, como si la realidad fuese demasiado abrumadora para enfrentarla. Finalmente, Victoria escribió las líneas que darían respuesta a todas las dudas de Luna: Martina no le contestaba y no quería verla porque la joven había perdido la voz. El trauma de todo lo sucedido le había arrebatado lo que, para Martina, era uno de sus puntos fuertes: su única forma de expresión y, aún más importante, la vía para convocar magia.

Aun así, Luna apareció junto a su padre en la dirección que Victoria había especificado el día del velorio, procurando vestirse de manera discreta, aunque su largo pelo rubio ya destacaba por sí solo. Quedó anonadada durante unos segundos al encontrarse frente a la iglesia. Nunca antes había asistido a uno de estos eventos muggles, y la atmósfera sombría y silenciosa dentro del recinto era un claro indicio del propósito, del porqué estaban reunidos.

Al divisar a su amiga, un impulso inicial la hizo desear correr hacia ella, pero en su lugar, decidió soltar la mano de su padre y avanzar lentamente. Martina estaba de lado, mirando al suelo con una expresión perdida y vacía. Al llegar a su posición, Luna tomó su mano suavemente, sin querer sorprenderla, simplemente deseando transmitirle que estaba allí para apoyarla. Martina apretó la mano de Luna, reconociendo su presencia, pero aun así no le dirigió la mirada. Luna se mantuvo a su costado, observando en la misma dirección que Martina, estableciendo así un silencioso y estrecho vínculo entre ellas.

Cuando la misa comenzó y todos tomaron asiento, la presencia silenciosa de Martina distraía a Luna de las palabras del sacerdote muggle. Además, todo era novedoso para Luna, y su mente estaba llena de pensamientos acelerados. Victoria había optado por un entierro muggle por respeto a la familia del fallecido y resultaba curioso ver a magos entre tantos no muggles, incluso era difícil hacer la distinción, ya que todos llevaban ropas comunes, pero el aura de los magos era algo que Luna no podía pasar por alto.

Aunque la rubia y su padre claramente destacaban, aunque vestían ropa casual habían olvidado por completo que el negro era el color habitual en el código de vestimenta para estas situaciones. Mientras Lovegood mantenía su brazo envolviendo los hombros de su amiga, su mirada se perdía entre la multitud. Y por alguna extraña razón, volvió la vista hacia atrás, sus ojos casi atraídos por alguna fuerza inexplicable hacia la puerta de la iglesia. Fue entonces cuando vio entrar al profesor Dumbledore, acompañado de McGonagall y Snape. Sus ojos se abrieron desmesuradamente e hicieron contacto con los del oscuro profesor.

Lentamente, Luna volvió a dirigir su mirada hacia Martina, quien aún no levantaba la vista del suelo, demasiado abrumada para cambiar la dirección de su mirada. Pensó en decirle que Snape había llegado, pero lo encontró completamente fuera de lugar, además otro pensamiento tomó refugio en su cabeza, casi poéticamente: "muggles o magos, todos sufrían por igual"

De vuelta en el tren, Luna observaba cómo Martina abría el compartimiento y le dedicaba una sonrisa, una expresión casi tan forzada como las que solía mostrar Umbridge, pero Luna respondió con calidez de todos modos. No pasó mucho tiempo antes de que Liam comenzara a hablar apresuradamente sobre sus vacaciones y la locura de abordar el tren con tantos estudiantes de primer año emocionados. Martina sonreía y asentía, pero según intuía Luna, aún no podía hablar. Después de media hora de conversación trivial, Liam se quedó dormido y Martina se sumergió en un libro de encantamientos.

La rubia observaba cómo Martina leía concentrada, como si quisiera fusionarse con el objeto entre sus manos. A su alrededor, la luz de un día nublado y frío iluminaba el vagón. Luna suspiró y pensó que lo mejor era concentrarse en su propia lectura, "El Quisquilloso", parecía la mejor opción para cualquier momento.

Sin embargo, esta vez sus cavilaciones parecían no amainar ante nada. Luna leyó varias veces las mismas líneas, sin retener contenido alguno. Sus ojos, casi ocultos tras la revista, se desviaban de vez en cuando hacia la joven pelinegra. Estaba segura de que, en otra situación, Martina, aunque no tuviera voz, se las habría ingeniado para comunicarse de cualquier manera. Pero el hecho de que ni siquiera lo intentara resultaba perturbador. Era como si no quisiera tener nada que ver con el mundo exterior, como si sumirse en sus propios pensamientos fuera todo lo que necesitaba. Aunque ambas sabían que eso era lo más dañino y desolador posible. Si algo sabía de Martina, era que nunca debía dejarla sola mucho tiempo con sus pensamientos.

La pálida piel de la pelinegra, casi traslúcida, y la pérdida de peso que sus amplios ropajes ya no podían ocultar, eran signos visibles de cómo se encontraba la muchacha. Un largo año escolar les esperaba; al menos, Martina podría ser vigilada por Poppy. Si había algo que la enfermera no le perdonaría, era no cuidar su salud, de duelo o no, el trato con la enfermera seguía vigente. Luna sabía que, si Martina no subía de peso, Poppy haría todo lo posible para que la llevaran a San Mungo.

De pronto, ambas jóvenes se encontraron mirándose. Luna no esperó mucho para decirle que todo iba a estar bien, y Martina asintió, extendiéndole la mano. Luna la estrechó sin pensarlo, y este gesto le hizo recordar nuevamente la iglesia.

Cuando la misa terminó y todos se pusieron de pie, Martina tomó la mano de Luna y se encaminó hacia la puerta de la iglesia. Luna la siguió, y entre las dos, recibían las condolencias de aquellos que interrumpían su caminar. Cada palabra de pésame resonaba en un silencio incómodo, y esa incomodidad se reflejaba en las miradas que intercambiaban las jóvenes. Luna sentía el peso de la situación en cada segundo que pasaba, pero sabía que su presencia era importante para Martina. Ambas compartían una tristeza profunda, un entendimiento tácito de lo que significa perder a alguien querido. Al llegar a la puerta, se toparon de lleno con el personaje que Luna menos quería enfrentar y, por lo que parecía, Martina tampoco.

La joven pelinegra observó a Snape de pie frente a ella; sus ojos se encontraron, pero la Martina prontamente desvió la mirada hacia otro lado. Luna siguió su mirada, y ambas se encontraron observando cómo Victoria hablaba con Dumbledore y McGonagall. Rápidamente, la rubia armó el escenario en su cabeza: Dumbledore y McGonagall presenciando la misa más de cerca y entregando sus condolencias a la Auror, mientras Snape se mantenía cerca de la puerta, en una esquina, evitando la atención de ojos curiosos. La joven no esperaba que ambos armaran una escena en público, así que instó a su amiga a seguir caminando hacia afuera; era necesario separarlos.

Salieron de la iglesia y la luz del día les impactó de lleno en los ojos. Lograron caminar unos cuantos pasos hasta que la voz autoritaria de Snape rompió el silencio llamando el apellido de la pelinegra.

Luna nunca se había sentido tan incómoda en su vida; la tensión en el aire era palpable. La voz de su profesor hizo que ambas detuvieran sus pasos, y Martina apretó su mano como si en eso se le fuera la vida, indicando claramente que no la soltaría. A pesar de que la rubia esperaba una confrontación silenciosa entre los dos, Martina en ningún momento se volteó para mirar al profesor. Más bien, rápidamente retomó su postura erguida y comenzó a caminar. Si estar frente a otras personas ya le resultaba difícil, la rubia ni quería pensar en cómo sería mostrarse ante él tan vulnerable.

De vuelta en el presente, cuando el tren se detuvo, Liam se disculpó por apresurarse a encontrar a sus amigos. Las jóvenes esperaron pacientemente a que el tren empezara a vaciarse para evitar chocar con la multitud. Una vez de pie, Luna indicó a Martina que la siguiera, ya que algo había captado su atención. La pelinegra sonrió mientras veía a su amiga ponerse los lentes de la revista del Quisquilloso y comenzar a seguir algo que solo Dios sabría qué era.

Juntas, llegaron al comedor del tren donde Luna sacó su varita. Martina frunció el ceño, expectante ante la acción de su amiga, quien lanzó un hechizo. Ante sus ojos, Harry Potter apareció petrificado y con la nariz llena de sangre seca a su alrededor, lo que provocó que la joven estallara en risas. El mundo de la magia a veces parecía tan impredecible. Mientras seguía riendo sin casi provocar un sonido, Luna despetrificó al joven, quien le agradeció. Luego, ambos se volvieron hacia Martina, atónitos por su actuar; era como ver una película en mute: se reía, pero no emitía ningún sonido. Sin embargo, pronto se unieron a ella, contagiados por la situación.

Minutos después, apareció un Auror que se presentó como Nymphadora Tonks. Curiosamente, Luna y Harry ya la conocían, pero Martina no tenía ningún recuerdo del personaje. Al contrario, la Auror parecía conocerla mejor. Luna observó cómo Martina no le daba mucha importancia y se adelantaba para dirigirse hacia el castillo. Bajo el manto de la noche, las cuatro figuras caminaron en silencio, cada una sumida en sus propios pensamientos.

Siguiendo las huellas de los Thestrals, que ya se encaminaban hacia su destino, Harry rompió el silencio. Aunque Luna escuchaba murmullos, no lograba captar realmente lo que el joven le estaba diciendo a su amiga. El ruido de los árboles agitándose con el viento, las constantes pisadas y la capa de Tonks ondeando tras ella dificultaban escuchar algo más de lo que el elegido le decía a Martina.

Al llegar al castillo las rejas exteriores estaban cerradas a cal y canto, pero al ver la preocupación de los jóvenes, Tonks les informó que ya había enviado un patronus para que alguien viniera a recogerlos. Todos se sintieron aliviados cuando vieron como una persona con un candelabro en la mano se encaminaba hacia ellos, y la desilusión generalizada fue casi cómica cuando vislumbraron que se trataba de Snape.

El profesor comentó algo desagradable sobre el patronus de Tonks lo cual esto no pasó desapercibido por los jóvenes, y que ya se podía marchar. En ese momento, Luna solo miró a Martina preocupada de su reacción ante encontrarse tan prontamente a su némesis. Su sentir fue rápidamente desechado cuando Malahierba no le tomo importancia al asunto y solo miraba la nariz de Harry. La joven pelinegra levantó su varita y su boca se abrió para entonar un hechizo, pero tanto de su varita como de su boca no salió nada, por lo que al ver que todos estaban mirando a la joven, Luna intervinó y curo la nariz de su amigo rápidamente.

—¡Episkey! —Formuló la rubia mientras un sorprendido Harry se agarraba la nariz ante el efecto del hechizo. Martina suspiro sonoramente y volvió su vista a Harry.

—Bien hecho Lovegood, podría postularse de enfermera. Aunque todos sus pacientes quedarían trágicamente decepcionados con sus cicatrices. —Comentó Snape mientras abría las grandes rejas que protegían el castillo. Ante el comentario Luna sólo guardo su varita y miro a Harry sonriendo dulcemente. Acto seguido tomó la mano de Martina y se apresuró hacia dentro.

Como cada año, escucharon las canciones y el discurso de Dumbledore, el cual pareció ser más sombrío que de costumbre. Luego, observaron la tediosa ceremonia de selección que parecía no acabar nunca, nombre tras nombre, parecía una lista infinita. Lo que sí rompió el aburrimiento generalizado y el entumecimiento de sus mentes fue el anuncio del nuevo profesor de pociones y del nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras. Snape al fin había conseguido el puesto que tanto había deseado. Martina miró a Luna frunciendo el ceño, y está casi pudo escuchar la voz de su amiga en su cabeza diciendo algo como "¿Qué mierda?", una pregunta muy característica de la pelinegra.

Pasado el shock inicial, la cena apareció frente a ellos. Martina comenzó a comer de lo más normal, casi por inercia. Luna se relajó hasta que vio cómo el trío dorado se acercaba hacia donde estaban. Harry suavemente tocó el hombro de Martina, quien se dio vuelta curiosa para mirar quién era. Al encontrarse con el ojiverde, se puso de pie y lo abrazó. Harry se sintió igual de sorprendido y, al alejarse, le dio el pésame por su pérdida. Luego se acercaron Hermione y Ron, la situación era tan incómoda que nadie esperaba que Martina respondiera a las palabras de consuelo de los jóvenes.

Finalmente, a la hora de irse a sus habitaciones, en la torre de Ravenclaw reinaba la oscuridad y el silencio. Luna sin poder dormir, pudo sentir cómo sus frazadas se levantaban a su espalda. Al darse vuelta para mirar el origen del movimiento, pudo ver cómo la silueta de Martina se deslizaba dentro de su cama. Abrazando a la pelinegra, Luna se durmió intranquila. La presencia de Martina, aunque reconfortante, no podía disipar completamente el peso de la tristeza que llenaba ese ambiente. La oscuridad de la noche parecía envolverlas a ambas, dejando espacio para pensamientos pesados y susurros de un duelo compartido.

En el silencio de la noche, la suave respiración de Martina llegaba a los oídos de Luna, dejándole saber que al fin estaba dormida. Luna apretó un poco más su abrazo, esperando que su simple gesto pudiera ofrecer algún tipo de acompañamiento. Mientras el sueño finalmente comenzaba a vencerla, Luna se prometió a sí misma que ayudaría a Martina a recuperar su voz lo antes posible; debía protegerla mientras se encontraba en ese estado. Sin su voz, sería un blanco fácil.

¡Hello! Desde el más allá… Aún no he dejado morir esta historia, tampoco quiero que muera. Pero han sido años caóticos y me ha costado seguir con la escritura.

Sin embargo, aquí estamos de vuelta. No sé si alguien aún me lee, pero sería muy feliz si dejan algún comentario.

Un abrazo, y un sincero, continuará…