Capítulo 16

Mono contra gato

Cuando Garp los soltó a los tres en la entrada de una casa llena de polvo y el sonido de las bisagras a la espalda, Nami se revolvió como una lagartija acorralada en busca de separarse de su cola. Pero al contrario de lo que habría ocurrido si fuese un lagarto, Nami no consiguió desprenderse de los brazos asfixiantes de Luffy, aferrado a ella como una garrapata mientras el viejo se quitaba el abrigo y lo tiraba sobre el sofá de la entrada.

—Creí que cuando fueseis creciendo mi dolor de muelas desaparecería, pero me van a tener que poner una dentadura nueva de tanto apretar los dientes por culpa vuestra.

Ace resopló, pero fue Luffy el que respondió detrás del hombro de Nami.

—¡Esta vez no ha sido nuestra culpa, abuelo!

Ace asintió mientras se tiraba sobre el sofá y levantaba una maraña de polvo.

—Ha sido cosa del niño pijo ese al que Nami dejó inconsciente y de tus queridos marines. Que son más corruptos que tienen menos moral que los bandi…

Garp interrumpió a su nieto con un aspaviento mientras se inclinaba sobre él y le agarraba la barbilla para revisar las heridas que le enmarcaban el rostro.

—Corrupción hay hasta los bares de esquina, hijo. La mejor forma de luchar contra ella es desde dentro no echarse a la mar con una bandera pirata.

Nami, en silencio desde que Garp la dejó en el suelo, bufó ante la idea del hombre y, para su desdicha, la mirada del anciano la capturó en cuestión de segundos.

—Aunque mucho estamos hablando si tenemos aquí parte de la tripulación de Arlong, ¿no, Gata Ladrona?

Ella se revolvió, herida ante unas palabras tan directas e incisivas. Luffy la rodeó con más fuerza, casi asfixiándola y por unos momentos se preguntó si la estaba castigando o anclando al suelo para que no echase a correr. Su abrazo la abrumaba en todos los sentidos, acostumbrada a pasar frío ante el peligro, no un calor asfixiante.

—¿Y a usted qué más le da, viejo? Tengo derecho a hacer lo que quiera con mi vida.

El hombre se levantó renqueante del sofá y ella se preparó para el golpe, pero en vez de dirigirse directamente a la esquina donde se encontraba, dio medía vuelta, entró en lo que debía ser un pequeño baño de la planta baja y salió con un botiquín que lanzó contra Ace antes de sentarse a su lado y coger algodón y un bote de alcohol.

—Soy marine, chiquilla, por definición arresto a los de tu clase. —ella torció la boca, pero desde la distancia le resultó más una forma de reproche que una amenaza. —Es el momento de que empieces a cantar como un perico. Si no te he dejado a merced de esos oficiales ha sido por lo que has hecho por mis nietos, pero yo no tengo piedad con los de tu clase.

Ella se retorció, agobiada por los brazos de Luffy hasta que se desprendió de él y pudo acercarse con más precisión a la pared, ansiando encontrar una pared que le protegiese la espalda. Siempre había sentido cierto aprecio por la redondez de las paredes de Arlong Park, porque, aunque odiaba la estructura, se sentía cubierta también por los laterales.

Su amigo se inclinó sobre ella, evaluando entre frunces aquellas palabras que no terminaban de calar en él. Luffy no era especialmente brillante y Nami entre retortijones y dolores en el pecho, ansiaba ver marcada la traición en esos ojos inocentes. No es que le gustasen las emociones correosas, pero necesitaba sentir el sabor amargo que se le instalaba en la garganta, la sensación punzante en los brazos que le prometía arrancar la esperanza de sus tripas.

Necesitaba ver la decepción en la cara de Luffy antes de marcharse, porque se sentía incapaz de vivir con la desgarradora esperanza de volver a ver a alguno de los dos cuando todo lo que le podían ofrecer eran sueños imposibles.

—No lo entiendo, Nami, tú no puedes ser pirata, si nos odias.

Ella soltó una carcajada, encogida sobre sí misma, con la mano sobre la pared a su espalda.

—A ti no te odio, Luffy, porque tú no eres pirata. Te dije como son los piratas de verdad, te dije que eran una escoria, que nunca te fiases de lo lejos que puede llegar un pirata para conseguir lo que quiere. Te lo advertí y no me hiciste caso. Es tu culpa por no haberme escuchado.

Él chico negó con fuerza, aún en la fase aquella que precedía a una aceptación dolorosa.

—No, Nami, tú no eres así.

Una risa cruel y anodina creció en lo más profundo de su garganta para transformarse en la crueldad que necesitaba para seguir adelante.

—¿No soy qué? Ya te dije que soy ladrona. Os he mentido, he jugado con vosotros y creo que ya ha llegado al hora de que me marche de aquí ¿Tú que sabrás de mí?

El muchacho asentó los pies en el suelo y la inocencia se transformó en una seriedad que lindaba con el enfado.

—Estás mintiendo ahora, Nami, no antes. Sí, eres una ladrona, pero solo robas a los malos. No eres mala, no te gustan los piratas y te diviertes con nosotros. Eres mi amiga, tonta, así que si tienes problemas solo tienes que pedir ayuda. Pero no finjas que eres malvada cuando has compartido tus lentejas con nosotros.

La conversación había pasado a manos de su nieto y Garp, a pesar de que parecía comerse el protagonismo de la estancia, dejó el testigo en él.

Ace resopló desde el sofá y la rabia de Nami burbujeó como la espuma.

—¡Tú te callas! —le gritó al convaleciente antes de que pudiese abrir la boca— ¡Que si no hubiese sido porque te detuvieron yo ya estaría con mi her… con Arlong!

—Te encanta lo de hablar como si fueses la peor persona del mundo cuando lo que estás diciendo es que decidiste salvarme antes que irte con el pirata ese. Que seguro que es el que te ha dejado la cara hecha un cuadro. ¿O no?

La acusación repicó en ella como un martillazo sobre una campana. Luffy se adelantó a ella, sumergido de lleno en la discusión.

—No mientas, Nami. Me lo dijiste ayer. Cuando te pregunté quién era el que te castigaba dijiste el nombre de ese tal Aron.

—¡Arlong, Luffy, se llama Arlong! —ladró, harta de tonterías— ¡Y él sí que es mi capitán, no un idiota con sueños de crío!

Al muchacho se le coloreó la cara de un rojo furioso. Abrió la boca como si le faltase fuerza para respirar y se acercó a ella con los hombros tensos. Nami palpó con dos dedos la pared en busca de una hendidura donde encontrar apoyo.

—¡Retiralo!

—¡No!

—¡Tú eres mi navegante, Nami, me da igual lo que digas! Y te guste o no, voy a ser el Rey de los Piratas. Si quieres seguir ahí encogida, muerta de miedo y sin pedir ayuda me da igual, vas a ver como le rompo los dientes a ese desgraciado y su grupo por encerrarte, por haberte pegado y por hacerte creer que eres mala.

—¡Yo no necesito que tú…!

—Bueno, ¡ya basta! —con tan solo tres palabras, Garp cortó de raíz la discusión, dejando tras de sí un reguero de respiraciones inconexas y gritos encerrados.— ¡A partir de ahora estás bajo mi tutela, niña. Así que ve haciéndote a la idea de que no vas a volver a ver un pirata en lo que te queda de vida si no es para llevarlo a prisión!

—¡Pero es mi amiga! —exclamó indignado Luffy. Una exclamación que tanto Nami como Garp pasaron por alto, sumergidos en una conversación más importante.

—¡No tienes derecho a prohibirme nada! ¡La marina no tiene ningún derecho a decirme lo que tengo que hacer!

—¡Te lo digo yo que soy tu abuelo!

Ella se despegó de la pared, indignada, para sacar pecho mientras lo encaraba.

—¡¿Y eso desde cuando?! Yo no soy nieta de nadie, viejo.

—Desde que te he adoptado en el palacio, ¿no lo has oído?

Ella dio un pisotón con la suficiente fuerza como para que la tabla de madera vieja se quejase del maltrato. Aunque mantuvo la calma suficiente como para respirar con fuerza y centrar el pensamiento.

¿Qué más daba lo que dijese aquel anciano? A Nami no me podía importar menos que un viejo marine tuviese sueños de abuelo. Se obligó a reprimir un escalofrío mientras relajaba los hombros y enderezaba la espalda. Se concentró en cerrar la puerta a aquellas emociones a las que se negaba a catalogar en el calor del momento y aplastó las esperanzas vanas antes incluso de que nacieran.

—Bah, paso de escuchar a un viejo con demencia senil y a dos idiotas. Tengo que preparar un viaje de vuelta, que ya he perdido suficiente tiempo con todo esto.

—Eres mejor que yo con el autodesprecio. Impresionante, Nami —comentó Ace.

Garp se levantó del sofá con un dedo ya alzado en dirección a ella. La amenaza la hizo volver a retroceder, con la cabeza hundida entre los hombros, acostumbrada a las palizas de ese tipo de hombres grandes y montañosos.

—Bueno, ya está. ¡Estás castigada! Vas a permanecer bajo mi vigilancia hasta que consideré que se te han olvidado esas tonterías sobre huir corriendo con esos malditos piratas, ¿me has entendido?

Nami se fue encogiendo a cada paso de gigante hasta que se sintió una hormiga frente a él, con el coraje de sentirse pequeña bullendo en las venas.

—Te he preguntado qué si me has entendido, Nami.

—Que te jodan. —a pesar de la rebeldía que la propia frase marcaba, la voz le salió en apenas un hilo.— Puedo irme de aquí cuando quiera. Soy libre de hacer lo que me dé la gana. De todas formas Arlong vendrá a buscarme si no soy yo la que regresa. Y contra él no podrás hacer nada.

Mientras hablaba, Nami se giró con rapidez en dirección a la puerta, pero antes de que hubiese llegado ni siquiera a tocar el pomo, Garp la sujetó por la camisa y la levantó en el aire como si no pesase nada igual que si fuese a un gato a merced de su dueño. El miedo se incrementó al perder su punto de apoyo y la fuerza de voluntad de volvieron volutas en busca de liberación.

—No quiero que Arlong les haga daño a ellos —señaló con un gesto de la cabeza a Luffy y Ace, incapaz de encontrar una salida a aquel atolladero en el que había acabado— y mi pueblo me necesita. Mi hermana… si la dejo sola Arlong…

La cara de Garp, ensombrecida por el desafío, se suavizó ante la última frase que susurró la adolescente. La ansiedad le arañaba los brazos y le costaba respirar sin asfixiarse con el futuro no tan lejano de su pueblo arrasado por los hombres pez si no conseguía huir de allí a tiempo. Y mientras tanto, colgaba patética bajo la enorme mano de aquel anciano.

—No te preocupes por nosotros, si le voy a dar una paliza a ese Arlong, Nami, ya verás cuando…—Garp silenció a su nieto con un capón antes de que continuase con la perorata.

—Bueno, vamos a empezar por el principio, ¿te parece?

La voz le resultó ajena a la situación tan oscura que se le había echado encima. Aún con los pies al aire, levantó la mirada, negándose a sí misma a vivir acongojada por el miedo, los ojos del hombre parecieron complacidos con el coraje de la chica.

—Yo soy Monkey D. Garp y a partir de ahora me llamarás abuelo. Y ahora empieza a largar la historia antes de que decida extender tu castigo hasta que te salgan canas en el pelo.


Espero que hayáis disfrutado del capitulo, ¡yo me lo he pasado genial escribiéndolo!

Entre unos y otros tienen bastante que echarse en cara, pero a ver como va todo este viaje, me parece que Arlong está tardando en aparecer jejeje.