Los personajes de Naruto no me pertenecen.
Advertencias: Universo Semi Alternativo. Algunos hechos del mundo Canon se han alterado para acoplar la idea de esta historia.
Advertencias: Amenazas. Un Minato enojado. Implicación de breath-play.
Capítulo Tercero
La moralidad no importaba a la hora de interrogar a un sospechoso cuyos propósitos finales consternaban el bienestar de los aldeanos de Konoha.
Eso Shikaku lo sabía a la perfección. Era un shinobi leal a su aldea desde que recibió la placa que lo identificaba como un elemento militar a la disposición del Hokage y el Señor Feudal.
Cada que entraba al sector de Ibiki, él olvidaba ser un hombre casado y un padre. No mezclar la vida personal con el deber era una regla que respetaba rigurosamente.
La funcionalidad de Shikaku al hallarse presente durante la interrogación llevada a cabo por Ibiki para sacarle información relevante a Hinata Hyuga, ex heredera del mismo clan, se limitaría a observar y analizar la situación sin tener una participación.
Inoichi con su técnica también era de suma importancia para aventurarse en la mente de la joven y hacer el procedimiento más fluido en el dado caso que Hinata se rehusara a contestar.
Al cruzar el umbral que marcaba el final de su vida allá afuera en la superficie, sus responsabilidades como shinobi de la Hoja iniciaron
Shikaku sintió el frío calarle en los huesos. Mala corazonada.
Podía ser un hombre guiado por el razonamiento lógico pero ni él podía sortear los instintos naturales nacer dentro de sí.
Intentó no dejarse llevar sin observar antes las evidencias. Hasta el momento solo había leído el reporte sobre los detalles de la captura de Hinata Hyuga; el resto de la información se le develaría en cuanto llegara a la oficina de Ibiki.
El asunto debía manejarse con sutileza, o todos los aldeanos en Konoha se alarmarían de saber que un poseedor del Byakugan estaba obrando en contra de la Aldea Oculta entre las Hojas. El trauma de lo sucedido con Madara Uchiha volvería a surgir y lo que menos necesitaba Minato en esos momentos era lidiar con la paranoia.
Guardó la cajetilla de cigarros detrás del chaleco shinobi para otro momento, pasando entre los ANBU vigilantes en los extremos de la puerta sin la necesidad de identificarse.
A Shikaku la boca le supo amarga al sospechar que Danzo estaría presente. El anciano era una figura importante en la toma de decisiones que buscaban el bienestar de los intereses del Señor Feudal y Konoha. Tenía sus propias opiniones de cómo la influencia de Danzo había obrado mal para el clan Uchiha; después del último ataque de la Bestia del Nueve Colas donde Minato perdió a Kushina, la situación de la cuna del Sharingan empeoró.
No estaba del todo de acuerdo en cómo expresaba Danzo su rencor y odio al clan Uchiha, así como su claro disgusto en la toma de decisiones que Minato ejercía para una armonía entre todos los clanes.
Shikaku ni siquiera entraba y la cabeza ya dolía.
Tocó la puerta en espera del permiso de entrada, escuchando claramente la voz firme de Minato darle acceso. Sus sospechas se confirmaron en cuanto observaron las tres figuras más destacadas del Consejo. Hizo un saludo para los presentes, acercándose a la mesa, escuchando detrás de sí la puerta cerrarse. Todo tema discutido en esas cuatro paredes quedaría prohibido revelarlo en los exteriores, o hasta que Minato diera un comunicado oficial respecto a la situación que Konoha vivía en esos momentos.
—Es bueno tenerte aquí, Shikaku —habló el Cuarto, viendo a su amigo y consejero presente en esa estresante reunión.
—Hokage-sama —asintió Shikaku, colocándose al lado del rubio y viendo el panorama—. Honorables ancianos —se dirigió a los ancianos, cuya sabiduría había llevado por buen camino a Konoha.
Minato asintió, listo para continuar con el resto de la reunión. Aun faltaba la llegada de Hiashi Hyuga con Neji empero consideraba crucial dejar establecidos los eventos a los más ancianos para la toma de la decisión más beneficiosa para todos.
—No entiendo el punto de solicitar otras medidas para suprimir a Hinata Hyuga —Danzo tomó la palabra, expresando su desacuerdo—. Se hará lo que tiene que hacerse y eso es interrogarla. Y en caso de que se niegue a cooperar, Ibiki sabrá hacerla confesar a través de sus métodos de tortura.
—Considero antes de tomar una desición sea adecuado solicitar el apoyo de Tsunade-hime para el estudio del Byakugan de Hinata Hyuga —Koharu prosiguió al exponer su argumento—. Desconocemos cómo mantuvo su habilidad ocular intacta todo este tiempo estando fuera de Konoha. Aunque la verdadera pregunta aquí que todos nos cuestionamos es: ¿Cómo pudo fallar la técnica secreta del clan Hyuga?
—Si tomamos en cuenta que el funcionamiento de tal técnica es de conocimiento exclusivo para miembros del clan, es probable que dicha falla provenga de una mala aplicación.
—Hiashi-san jamás cometería un error de ese tipo —expresó Minato ante el comentario de Homura—. Sabe la importancia que es mantener protegido el Byakugan y es el único quien puede implementar el sello en su gente. Lo hizo con su sobrino, Neji Hyuga, y con... —estuvo a punto de decir el nombre de Hinata más se contuvo tomando en cuenta la situación—. Estoy seguro que un tercero estuvo implicado.
—Ajenos o no, Hinata Hyuga representa una amenaza para Konoha. Debe ser tratada como todo criminal. El hecho de que se le haya considerado muerta durante todo este tiempo no le da derecho a recibir misericordia de parte de la aldea si ha venido a amenazar la paz del País del Fuego —gruñó Danzo.
—Por ello busco implementar otra medida. Estoy consciente del peligro que ella representa y tomaré la responsabilidad necesaria para enmendar mi error en caso de tener un resultado contrario...
—Minato —Koharu miró al líder escogido por los aldeanos y el propio Señor Feudal con firmeza—, entiendo que para ti resulte complicado estar en esta situación y quieras buscar en esa niña una esperanza que la haga regresar al buen camino, pero han pasado muchos años. Las personas cambian. Hinata Hyuga ya no es una ninja de Konoha. Como Hokage, no tienes el privilegio de equivocarte ni experimentar con tus decisiones; sabes los riesgos.
Minato asintió a lo dicho por la mujer. Era cierto y no podía contradecirlo. Las consecuencias siempre eran pérdidas mortales.
—¿Inoichi encontró algo útil en la mente de Hinata Hyuga? —preguntó Homura para desviar la atención.
—El reporte aun no me llega, estoy seguro que debe estar por concluir con su cometido —informó Minato—. En cuanto se me haga saber de ello serán los primeros en enterarse.
—Hokage-sama —el intercomunicador de Minato resonó y él prestó atención aun teniendo las miradas fijas del Consejo puestas sobre él—, Hiashi-sama y Neji Hyuga se encuentran en las afueras de la base.
—Entiendo, háganlos pasar.
—Hai.
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Neji era el único quien acompañaba a su tío durante la imprevista solicitud del Hokage en verlos; no llevaba a nadie más o a su escolta personal conformada por los miembros de la Segunda Rama.
No iba a negar que la situación le era sospechosa.
Quien asistía a ese tipo de reuniones con altos mandos era, por lo regular, el abuelo o Hanabi-sama quien pronto sería la próxima líder del clan en cuanto Hiashi considerara era el mejor momento. A pesar de ser un shinobi talentoso, el mejor guerrero que el clan Hyuga tenía en sus filas a disposición de las órdenes del Yondaime.
Había viajado en silencio al lado de su tío desde que salieron del Complejo Hyuga. Las bases subterráneas se hallaban debajo de todo Konoha, siendo la parte trasera del Monte Hokage la entrada principal. Él pudo percibir la presencia de más elementos y ANBU a la redonda sin usar el Byakugan.
Los dos shinobis que resguardaban la entrada asintieron a un comando dicho a través del intercomunicador antes de realizar un jutsu sencillo con los sellos del tigre y cuervo; un pasaje secreto se abriera frente a Neji e Hiashi quienes entendieron el silencioso mandato de entrar.
Bajaron por una escalera de caracol con antorchas iluminando la zona. El camino se extendió hasta un pasillo principal con el eco de murmullos lejanos filtrarse de entre las parades. Él supuso provenían de la prisión. Todo ahí abajo estaba conectado y daba la apariencia de que de otra aldea vivía en las penumbras, ocultando el lado oscuro de las decisiones del Hokage y el Consejo.
Hiashi y Neji continuaron el camino sin la necesidad de un guía. Solo hasta que llegaron a otro pasillo que llevaba a una sola puerta sin ninguna ruta de escape a la vista.
—Neji —su tío le habló por primera vez en todo ese transcurso—. Cualquier asunto tratado al otro lado de esta puerta, requiero de tu absoluta discreción y lealtad de que nada de la información revelada será dispersada —el Hyuga mayor observó a su sobrino con seriedad—. Ni siquiera se lo contarás a nadie del clan salvo si yo te lo autorizo. ¿Ha quedado claro?
Neji asintió sin la necesidad de dar una promesa de palabra, un juramento que iba más allá de lo oral lo ataba a los deseos y compromisos de su lí era un líder por naturaleza, capaz de arrancarse el corazón para tomar decisiones que a cualquier otra persona le harían doblegar. Había sacrificado a su propio hermano gemelo —su padre— para el bienestar del clan, no de Konoha.
Y repitió el mismo acto con Hinata.
Sabiendo que contaba con su lealtad, vio a su tío tocar la puerta y esperar.
No era común la aplicación del jutsu prohibido del clan Hyuga sobre nuevos miembros, especialmente con la baja natalidad que acechaba a la familia Hyuga. Los más jóvenes eran Hanabi-sama y él. Escuchar risas infantiles dentro del Complejo Hyuga era un evento inimaginable considerando la estricta regla de mantener la pureza del Byakugan.
Neji procuraba no pensar en el futuro ni el cómo las decisiones de su tío podrían afectarle. Siendo él el candidato perfecto para liderar a la Segunda Rama del clan Hyuga —tal cómo su padre lo hizo— no sería descabellado —dentro de su propia familia— que se le considerara también como el adecuado para desposar a Hanabi-sama.
Tal idea afectaba el psique de Neji quien se repetía que tal finalidad era conservar el linaje de su sangre sin contaminarlo.
No era fácil aceptar tamaña obligación. Aun cuando Hiashi y el abuelo no se lo hayan dicho cara a cara dejar de ver a su prima menor como lo que era, familia cercana, sería un deber insoportable al ser primos; compartían el mismo abuelo, sus padres fueron gemelos y venían de la misma rama del árbol genealógico. Imaginaba a Hanabi compartir las mismas inquietudes, el conflicto de aceptar tal tarea pero el deber era primero y ella se apegaría al plan al saber la importancia de la natalidad del clan Hyuga y la exigencia que éste solicitaba sin reparos.
La puerta se abrió y Neji puso su impasible expresión, la máscara perfecta capaz de ocultar sus inquietudes a la perfección. Entró después de Hiashi quien se anunció e hizo los debidos saludos a las figuras de alto rango presentes. A él le tomó por sorpresa ver a los ancianos del Consejo y al líder del clan Nara. Imaginó que solo sería una reunión con el Hokage y tío.
—Hiashi, gracias por asistir. Estoy al tanto de lo ocupado que estás en preparar a Hanabi y los asuntos internos de tu clan, sin embargo ha surgido una situación difícil de ignorar que requiera tu participación directa —los ojos azules del Hokage se posaron en el joven Hyuga—. También agradezco tu presencia, Neji.
Neji se limitó a hacer una reverencia sin saber cómo responder a los gestos del Hokage sin idea de cuál era la situación de la cual se presumía discutir en esas cuatro paredes.
—Su mensaje detonaba urgencia, Hokage-sama —habló Hiashi al observar al rubio y no sentirse presionado por el Consejo. Tenía una buena relación con estos al haber hecho sacrificios significativos en nombre de Konoha y su protección, no temía ser aprehendido por crímenes ficticios.
—Así es —asintió Minato al saber perfectamente que él tenía la palabra y obligación de comunicarle al Hyuga sobre la situación actual. Respiró hondo sin saber cómo tocar el tema pese a que en su cabeza la respuesta era ser directo.
Los Hyuga eran conocidos por tomar decisiones correctas, inhumanas incluso debido a ese desapego emocional con sus propios integrantes cuando el Byakugan peligraba. No le era extraño que para amortiguar el peso de tales decisiones existiera la división de las dos ramas internas del clan.
—Hiashi, el Sello del Pájaro Enjaulado, el mismo que tu padre le puso a Hizashi-san, y el cual volviste a aplicar en tu hija mayor, Hinata Hyuga... Dime —los ojos serios de Minato se posaron en el líder que tenía en frente de él—, ¿tiene un punto débil?
Por primera vez la inexpresiva mueca de Hiashi cambió a un ceño fruncido.
—No logro entender la pregunta, Hokage-sama.
—Disculpa, no la planteé correctamente —se excuso Minato—. El jutsu de tu clan, el Sello del Pájaro Enjaulado que Neji tiene en su frente, el mismo que Hinata Hyuga también llevaba dibujado antes de que la Aldea de la Nube la raptara... ¿Es posible su anulación?
—De ninguna manera —contestó rápidamente Hiashi, considerando tal pregunta como iverosimil. Minato ya había visto el funcionamiento del jutsu—. Es permanente e imposible de anular. Solo puede usarse una vez y la única manera de que desaparezca es con la muerte, cuando ya no hay nada qué proteger.
—¿Puedes explicarnos cómo funciona?
—El sello tiene dos funcionalidades principales —empezó Hiashi—: salvaguardar el Byakugan de posibles enemigos quienes deseen extraer los ojos de un Hyuga y controlar la Segunda Rama del clan en caso de desobediencia. En el primer caso los ojos se marchitan en las cuencas del cuerpo ya inerte para evitar su extracción. Esto ya lo ha visto usted cuando se recibió de la Aldea de la Nube el cadáver de mi hermano —señaló—. Por el otro lado, para mantener controlados los miembros del Bouke en caso de desacato, el sello envía una descarga de chakra puro que ataque las células del cerebro, generando un intenso dolor que somete o mata al individuo según sea el deseo de la Primera Rama o la persona responsable de activar el sello.
Hiashi terminó de dar su explicación con información general que la mayoría de la aldea conocía al respecto; detallar más a fondo sería poner en bandeja de plata los secretos más íntimos de las técnicas de su familia.
—So —Danzo decidió participar, mirando al Hyuga con incredulidad—, afirmas que es imposible que un miembro sellado anule la técnica.
—Lo hago —respondió Hiashi sin temerle al hombre—. Solo la Primera Rama es capaz de controlar el sello, nadie más.
—¿Entonces un miembro de la Primera Rama puede quitarlo?
—Imposible —zanjó cortantemente Hiashi—. Como expliqué: el sello solo puede desaparecer con la muerte del individuo. Nadie, ni siquiera la Primera Rama, puede anularlo. Es una técnica permanente hasta el final de los días de la persona sellada.
—Entonces, ¿pese a que el cuerpo de Hinata Hyuga no fue encontrado, el sello funcionó de la misma manera que lo hizo con Hizashi? —Homura lanzó la pregunta.
Hiashi se sintió increíblemente irritado de que todos ahí le cuestionaran sobre factores comprobados.
El Sello del Pájaro Enjaulado era una técnica que venía usándose desde tiempos ancestrales, un conocimiento heredado de generación en generación. Él más que nadie sabía cómo funcionaba. Había visto a los tres años cómo su progenitor le impuso aquel destino a su hermano gemelo solo por nacer unos minutos después de él. También lo aplicó en su sobrino e hija, ésta última al considerarla inadecuada para ser la heredera del clan, reconociendo a Hanabi como el futuro cabecilla que su familia merecía y llevando a cabo las mismas reglas que sus ancestros habían aplicado desde siempre.
El hecho de que el cuerpo de Hinata jamás fuese encontrado no era razón para poner en duda su palabra. Había sacrificado a su querido hermano e hija para proteger a la aldea.
—El destino final de la persona sellada es el mismo independientemente de su género. La protección del Byakugan no hace reparos a nadie —Hiashi volvió a mirar a Minato—. ¿Es esto parte del asunto que necesita tratar conmigo, Hokage-sama?
—Sí, Hiashi —respondió el rubio con una mueca sombría—. Como autoridad máxima de Konoha, estoy al tanto de que cada clan tiene derecho a mantener en secreto sus técnicas así como sus propias maneras de operar los asuntos internos de cada familia. A pesar de eso, debes saber que, en caso de presentarse una problemática que ponga en peligro a Konoha y al Señor Feudal, estoy en mi derecho de exigirte revelar dichos secretos.
—¿A base de qué argumento llega a esa alternativa, Hokage-sama? —cuestionó Hiashi con una expresión más severa.
—Hinata Hyuga se encuentra en estos momentos vigilada por un escuadrón de ANBU liderados por Itachi Uchiha en una de las celdas de la prisión subterránea, siendo analizada por Inoichi Yamanaka para tratar de descubrir, viajando a través de sus recuerdos, el cómo logró sobrevivir hoy.
Él reaccionó rápidamente en cuanto vio que a su tío se le aflojaban las piernas, siendo un apoyo al mayor pese a que éste se incorporó de inmediato. Sus oídos hacían un zumbido molesto y la reacción del cuerpo estaba traicionando la inexpresividad de su cara. El corazón le latía como loco y fue inevitable mirar a Minato Namikaze con incredulidad por la noticia comunicada.
Hinata estaba viva y de regreso a Konoha... ¿Cómo era eso posible? Habían pasado tantos años.
Todos en el Complejo Hyuga se adaptaron rápidamente a la ausencia de la joven, la que años anteriormente había sido conocido como la heredera de Hiashi Hyuga. En cuanto Hiashi dio la orden de no ir a buscar el cuerpo de la joven Hyuga, todos se dispusieron a continuar la misma rutina.
Ni siquiera una ceremonia fúnebre en honor al sacrificio de Hinata.
La situación de Konoha había sido considerada crítica después de la invasión de la Aldea de la Arena y el complot protagonizado por Orochimaru; aquello dejó enormes lagunas políticas, la Frontera del País del Fuego sin la vigilancia necesaria permitiendo la entrada del enemigo para robar los tesoros de Konoha. Primero había sido el intento de secuestrar a Sasuke Uchiha debido a su Sharingan y a la enfermiza obsesión del ex Sannin por poseer un cuerpo más joven y cuya fuente de poder fuera ilimitada; gracias al Tercero tal tragedia fue evitada empero la Aldea de la Nube consiguió llevarse a Hinata.
Al Consejo ni a Hiashi Hyuga les pareció pertinente rescatar a la joven al confiarse en la funcionalidad del sello maldito del clan Hyuga. Una medida de seguridad inigualable que ya había evitado que otras aldeas ninjas se hicieran del Ojo Blanco. Incluso él, como portador del sello, dudaba de que una técnica de ese nivel fuera capaz de ser anulada.
—Eso es... —Hiashi recuperó el habla después de la primera impresión, negándose a tomar asiento y mostrar el cómo la noticia le impactó—. Deseo verla —quería comprobar si aquello era verdadero o una vil mentira.
—Primero deseamos escuchar de ti, Hiashi, las posibilidades de que este evento milagroso haya ocurrido —intervino Koharu después de escuchar a Hiashi—. No importa lo mínimas que sean.
—A pesar de que ella haya sobrevivido, insisto que la anulación del sello...
—Hiashi —Minato interrumpió al hombre, entendiendo que para él era inaudito creer lo que decían—, Hinata no tiene el sello.
Por primera vez Hiashi no pudo controlar las emociones de su rostro detonando la confusión pero, principalmente, el pánico de lo que esa noticia le causaba.
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El canto gentil escucharse a través de las paredes le hizo dejar de lado sus responsabilidades como líder y acercarse, con cautela, hasta la fuente de aquella canción de cuna entonada a la perfección y con un cariño desbordante.
Se sintió tan ajeno, un intruso de ver tan encantadora escena. A pesar de que el nacimiento de Hinata marcaba una nueva generación en la Rama Principal del clan y una descendencia que alargaría la prosperidad de los Hyuga, para su esposa, Hitomi, tener a esa bebé en sus brazos significaba mucho más que simples formalidades o darle a la cuna del Byakugan un nuevo heredero.
Hiashi no ocultó su decepción de haber tenido una hija en lugar de un varón. Nunca había existido una matriarca en el clan Hyuga. Aquel nuevo cambio generaría tensiones y posibles enemistades con la Rama Secundaría. Ya había sentido el rencor silencioso de su hermano hacia su esposa durante el embarazo. Con el nacimiento de su hija las cosas empeorarían.
Debía moldear a Hinata, convertirle en una mujer fuerte y capaz de liderar el clan. Era su responsabilidad como padre y como cabecilla.
—¿Aun estás haciendo escenarios sobre el futuro de nuestra hija, Hiashi?
La voz dulce y firme de Hitomi le hizo darse cuenta que se había quedado en mitad de la puerta. Su plan de pasar desapercibido se hizo añicos.
Carraspeó.
—Solo me preguntaba si no requieres del servicio de Natsu. Cuidar de un recién nacido consume demasiada energía.
—No, gracias —susurró ella, perdida en la carita de su bebé que dormitaba en su seno—. Me encuentro perfectamente bien aunque agradezco tu preocupación.
—Entiendo —asintió, incómodo de no saber cómo acercarse a su esposa e hija. Aquello era una nueva etapa para él que no sabía cómo desempeñar.
—Hiashi.
Hitomi interrumpió la partida de su esposo quien no encontró razones por las cuales quedarse por más tiempo.
—Dime —le hizo saber que la escuchaba.
Ella levantó su mirada, con el cabello negro azulado perfilar sus elegantes facciones, revelando lo hermosa que era, la manzana apetitosa que el Raikage siempre quiso morder desde que Hitomi debutó en las reuniones que el Señor Feudal mantenía e invitaba con frecuencia a la Rama Principal. Podía tener los mismos ojos que todo Hyuga poseía pero era la peculiaridad de sus rasgos lo que la convertían en alguien única, una gema deslumbrante que dejaba al resto de los miembros del clan en una patética situación.
—En cuanto Hinata cumpla los tres años darás inicio con su entrenamiento —aseguró.
—Es la tradición.
La mueca de Hitomi se entristeció.
—A partir de ese momento ella dejará de ser mía y el clan monopolizará toda su vida.
—Es la responsabilidad con la cual debe cargar. Y lo sabes.
—Lo he sabido siempre, todo el tiempo en que la lleve en mi vientre lo supe. Aun así no dejo de sentirme tan triste de saber el destino que le depara a mi pequeña hija —nuevamente la mirada perlada de su esposa se conectó con la suya—. Es inevitable, lo sé. No puedo hacer nada para impedirlo porque sé que es el destino que le tienes preparado. Siendo su madre no tengo el poder para enfrentarme a las decisiones que han sido tomadas desde mucho antes de su existencia, aun así, espero puedas entender, mi honorable esposo, que para nosotros ella es, antes que nada, nuestra hija. No una herramienta, no un heredero, no un líder a quien poner al frente para continuar con el linaje de sangre; no un simple contenedor del Byakugan. Hinata es nuestra adorada y preciosa hija, el fruto de nuestro amor pese a que nuestra unión no se basó en sentimientos honestos. Ella tiene el derecho incondicional de ser amada y respetada. Por favor, recuérdalo cada vez que tomes una decisión que pueda afectar directamente la vida de Hinata.
El discurso de Hitomi lo dejó sin el poder de dar una respuesta, de sentirse intimidado de que la mujer quien continuaba mirándole con una determinación capaz de hacerle temblar pudiese someterlo a tal condición donde su firmeza y autoridad quedaran desplegadas, quedando como lo que realmente era debajo de los títulos que se había ganado.
Un simple hombre.
Solo hizo un movimiento solemne con la cabeza y se retiró en silencio hasta la sala continua, dispuesto a seguir con sus obligaciones en un intento para que las palabras de Hitomi no le perforaran profundamente.
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Inoichi cayó de rodillas a su lado, respirando agitadamente y con la mirada perdida, sudando a chorros. Ella volvió en sí, disipando la ligera capa de ensueño a la que había sido sometida a causa de la técnica del líder del clan Yamanaka.
En la Academia Ninja se les había explicado de manera general los jutsus característicos de cada clan que conformaba Konoha, información valiosa que sin duda ninjas de otras aldeas desearían tener en sus manos.
Sabía acerca de la especialización del clan Yamanaka: las técnicas mentales, expertos en el manejo del gengutsu y la disipación de jutsus mentales.
Había deducido que alguien del clan Yamanaka vendría a ayudar en la situación, escarbar en su mente para buscar una explicación y ayudar a conectar los cabos sueltos que su secuestro dejó.
Su compañero de viaje y senpai le había dado una amplia explicación de cómo funcionaba el escuadrón de interrogatorios bajo la tutela de Ibiki. Además, al ser parte de Akatsuki, Pain había tomado las precauciones necesarias para evitar la filtración de los secretos de la organización guardados en su mente.
—¿Se encuentra bien, Yamanaka-san? —preguntó al ver el estado del mayor; seguramente la medida que Pain implantó en su cabeza había sido demasiado para el shinobi—. Lamento haberlo puesto en esta situación.
Inoichi desconocía si la joven era simplemente honesta o era una retorcida manera de burlarse del fallido intento por adentrarse a su mente.
—Dime, Hinata —Inoichi miró a la chica, notando por su lenguaje corporal que ella estaba tranquila, que el estar dentro de la prisión, tener a ANBU vigilarla y ser interrogada no le generaba ninguna inquietud—, ¿alguien te implantó ese muro?
Meterse en la mente de otros era un proceso que requería mucha fortaleza, no era sencillo y representaba un peligro. Era un consejo que le repetía constantemente a Ino, especialmente por la manera en la que ella operaba su técnica, dependiendo de la ayuda de Shikamaru y Chouji para cuidar de su cuerpo ya que, al transportar su conciencia a otra mente, éste quedaba inerte. Claro que su única hija aprendía día a día a manejar las técnicas secretas del clan ya que en el futuro ella le enseñaría dichos jutsus a las futuras generaciones. A pesar de eso, no era sabio ignorar las advertencias ni las consecuencias de forzar la invasión; si la mente del individuo era más poderosa, era hora de salir.
Inoichi era un veterano, no era la primera vez que empleaba esa metodología con los sospechosos traídos a la prisión. Era un confiable apoyo para Ibiki y sus misiones, así como los ojos y oídos de toda Konoha al momento de detectar peligro. Sin embargo, lo que vio en Hinata lo había tomado por sorpresa, dejándolo en ese lamentable estado.
No solo la mente de la joven le había forzado a interrumpir su técnica, orillándolo a salir, sino que también estuvo retenido contra su voluntad en un cuarto oscuro, sometido a un enorme peso siendo incapaz de respirar.
No obstante, ese no era el problema mayor.
La mente de Hinata tenía un límite, un muro que le impedía traspasar y saber los secretos de la joven. Pensó que al menos podría ver los recuerdos de Hinata antes de que la secuestraran, tener una idea de dónde partir, sin embargo había estado en un paraje desértico, completamente oscuro. Una puerta cerrada de cubierta rojiza con una pared alta que le impedía siquiera adivinar el alcance pues ésta se extendía ilimitadamente, abarcando el espacio infinito que representaba la mente de Hinata.
El Consejo y el Hokage esperaban su reporte, una explicación de cómo fue que Hinata terminó en su situación actual; ahora lo veía imposible si ese muro estaba presente dentro de la joven, impidiéndole a él.
—Sí, alguien lo hizo —asintió Hinata a la pregunta, no quería ser descortés. A pesar de que Inoichi-san había hecho el ademan de invadir su mente, se había comportado amable—. Aunque no recuerdo el cómo. Seguramente borró mi recuerdo para asegurarse de que no encontrara la manera de desactivarlo.
—Ya veo —Inoichi se incorporó, sacudiéndose el polvo de las manos—. Sin duda es alguien habilidoso para tener ese avance de jutsu.
—Yamanaka-san —el ANBU al otro lado de la celda le llamó, era hora de retirarse ya que no pudo cumplir con su objetivo—. Lo esperan con su reporte.
Inoichi asintió y miró por última vez a Hinata, intentando que la imagen de una niña pequeña que había visto acompañar a Ino durante sus años de estudiante no se sobrepusiera sobre la figura de esa joven quien le miraba con un amabilidad fría y cordial.
Escuchó el clic de la puerta, indicándole que Inoichi ya había salido. Ella miró a los alrededores, calculando el tiempo que llevaba ahí, preguntándose si ya en esos momentos Hiashi Hyuga sabría sobre su existencia. Seguramente el Consejo estaría cuestionándolo sobre las probabilidades de que ella, aun teniendo el sello, hubiera sobrevivido durante todo ese tiempo, pero sobretodo, presentarse en Konoha sin ninguna marca en la frente.
Podía apostar a que pronto pasarían a la siguiente etapa con ella ante el fracaso de Inoichi Yamanaka en tratar de extraer algo de sus recuerdos.
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Con cada paso le resultaba increíblemente pesado obligar a la otra pierna a marcar el ritmo. Más lideraba el pequeño grupo de personas que deseaban ver a la posible amenaza de Konoha, no podía demostrar dudas o Danzo se aprovecharía de ello.
A pesar de no decirlo abiertamente sabía del rencor que Danzo le guardaba cuando fue elegido como Kage de la Hoja en lugar de él, considerándolo aun un mocoso para llevar sobre sus hombros una responsabilidad tan grande como lo era la protección de Konoha.
Más el Tercero había confiado plenamente en las habilidades de Minato. En el Mundo Shinobi era conocido como el Rayo Amarillo de Konoha, capaz de hacer temblar a sus enemigos con la sola mención de su nombre y una Voluntad del Fuego inquebrantable.
Inoichi había venido personalmente a informarles el fracaso de la misión de explora la mente de Hinata debido a un muro mental que impidió su paso. La única manera de tener un mejor contexto de la supervivencia de Hinata, la anulación del sello en su frente y los planes de la organización a la que pertenecía era por boca de ella.
Minato sabía que para conseguirlo era necesario la tortura.
—Lamento no haber sido de más ayuda —susurró Inoichi a su mejor amigo, ganándose una palmada en su hombro por parte de Shikaku—. De haberlo conseguido no se tendría que... Ya sabes —musitó al serle incómodo mencionar los métodos alternativos para sacar confesiones.
—Hiciste lo que pudiste, mi buen amigo —consoló Shikaku, deteniéndose para despedir a Inoichi pues a partir de ahí el asunto solo les incumbía al líder de la Fuerza de Interrogación y Tortura, el Consejo, Hiashi Hyuga y el Hokage—. Ahora regresa a la superficie, lo que sea que viste en la mente de esa muchacha te ha dado una gran impresión, necesitas un respiro. Yo me encargaré.
Inoichi asintió y se dio media vuelta para marcharse, siguiendo su consejo, dejando en las manos de Shikaku Nara la tarea de proteger a Konoha. De toda la formación Shika-Ino-Cho, él era quien tenía más fortaleza y la capacidad de dejar toda moralidad atrás si con ello aseguraba la protección de los más jóvenes de Konoha.
Minato alzó la mano para activar un código que solo reconocía el ADN del Hokage, una medida de seguridad que evitaba la filtración de renegados a esa zona restringida. El ambiente era pesado, especialmente por las personas que iban detrás de él. Hiashi había solicitado que, a cambio de escuchar los secretos del clan Hyuga, se le permitiera ver a Hinata para comprobar si no era un imitador que quisiera confundirlos.
Él sabía que la única prisionera que aguardaba en la celda era la verdadera Hinata, lo comprobó al verla directamente a los ojos. Incluso sin los exámenes biológicos era una seguridad de que ella era la ex heredera del clan Hyuga.
—Antes de proseguir con el interrogatorio y cumplir con la demanda de Hiashi, me gustaría conversar con Hinata —les hizo saber a los presentes su pensamiento, adivinando las reacciones—. A solas.
—Ibiki se encargará de ello, tú no tienes por qué inmiscuirte, Minato —aseveró Koharu—. Tener contacto con una sospechosa podría ponerte en peligro, sobre todo cuando sabemos que puede utilizar libremente el Byakugan.
—Tomaré el riesgo —a pesar de la preocupación en la voz de la anciana, Minato desechó la sugerencia.
—Minato... —la mujer quiso continuar pero Minato avanzó más, ajustándose la capa.
—Solo cinco minutos —pidió, mirando a su consejero y amigo, Shikaku, quien no había dicho nada al respecto pero que sabía opinaba lo mismo que la anciana—. Si no logro conseguir nada por mi cuenta, autorizaré cualquier medida sugerida por parte del Consejo así como de Hiashi.
No fue necesario que Minato esperara a una respuesta, o siquiera una negativa pues ya había desaparecido gracias al uso de su técnica. Shikaku suspiró, no sabiendo si criticar o apoyar el comportamiento del rubio en tratar de evitarle a Hinata un mal momento.
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Pese el intento de los ANBU en impedirle entrar sin una escolta o al menos sin el Capitán del Escuadrón, Minato ignoró los consejos y solicitó que se les diera privacidad. En caso de rebasar los cinco minutos, podían intervenir.
Hubo resistencia de parte de sus shinobis pero él usó su tono autoritario y los demás acataron.
La celda era pequeña, apenas para contener a tres personas. El espacio muy reducido y solo con una manta como única comodidad. Aun así Hinata lo halló más que suficiente pues se hallaba sentada sobre los muslos en una perfecta posición que le recordaba a las damiselas de la Corte del Señor Feudal.
Ella notó su presencia pues levantó su mirada de sus manos perfectamente acomodadas en su regazo.
—Hokage-sama —saludó respetuosamente—. No esperaba su visita tan pronto —mencionó—. Sin embargo, el hecho de que esté aquí me confirma que ya le ha comunicado a Hiashi Hyuga sobre mi situación.
Darle información de lo que sucedía en el exterior no era una buena idea, los prisioneros debían estar limitados en cuanto a conocimiento.
—Lo sabe —confirmó, sentándose en el piso también para estar a la misma altura que Hinata, tratar de crear una cercanía capaz de hacerle ganarse su confianza y confesar sin la necesidad de recurrir a la violencia o al maltrato.
Los ojos de Hinata centellearon pero Minato no pudo saber de qué pues el brillo desapareció instantáneamente.
—Entiendo. ¿Y cómo se lo tomó? ¿Su expresión impasible se arruinó con la noticia? ¿Padeció de una desesperación silenciosa en cuanto supo que la hija no deseada que siempre deseó desvanecer está con vida? Puede darme todos los detalles, Hokage-sama.
A pesar de que su tono de voz era monótono, la intencionalidad de sus palabras hervía de desprecio; odio. Intentó ser empático, tratar de entenderla. Había sido abandonada por quienes debieron protegerla, dejada a su suerte. El padre quien debió amarla incondicionalmente la selló al considerarla innecesaria.
Entendía que dentro de ella existiera un rencor abrumador, un odio que teñía de negro a sus alrededores.
—Oh, lamento mostrarme tan entusiasmada, Hokage-sama —Hinata de inmediato se disculpó, haciendo una reverencia aun sentada—. Todos estos años siempre imaginé qué tipo de reacción tendría Hiashi Hyuga ante mi reaparición. Sonará infantil pero me ayudaba a calmarme.
—Hinata —decidió hablar, incómodo de cómo se comportaba la joven.
No tartamudeaba, no jugaba con sus dedos ni esquivaba su mirada directa, empero lo que le preocupaba era ese aire que ya había visto en personas que perdieron el sendero.
—¿Sí, Hokage-sama?
Minato se enderezó e hizo una reverencia al punto de rozar la frente contra el suelo polvoriento. De haber estado el Consejo seguramente le hubiera impedido presentar ese gesto a alguien que ahora consideraban un latente peligro para la aldea.
A él le daba igual.
Se sentía responsable de ello, de lo que le había ocurrido a Hinata, de no haber intervenido. Si bien el futuro de Hinata había quedado condenado en el momento en que Hiashi le puso el sello, su situación hubiera mejorado si continuaba yendo de misiones con su equipo, disfrutar de los días festivos de la aldea, construir lazos duraderos con sus compañeros ninja y seguir desarrollando una lealtad y amor hacia Konoha y su gente.
Pero el ataque de Orochimaru pasó y las cosas se torcieron, principalmente la vida de Hinata. Todos los planes que ella había ideado en su cabeza quedaron destruidos por la ambición humana. De haber sido más fuerte pudo haber enviado un escuadrón especial, ignorar lo que el Consejo y Hiashi decían. Estaba seguro que Itachi Uchiha hubiera tenido éxito y el rescate de Hinata se hubiera llevado a cabo.
Si tan solo Minato hubiera tenido más esperanza de que la joven hubiera sobrevivido, habría buscado personalmente su paradero.
Era tan solo una niña cuando eso ocurrió. Nadie tan pequeño debía atravesar por ese tipo de cosas, no sin el apoyo de alguien dispuesto a curar las heridas con cariño, comprensión y amor fraternal.
—Te fallé como Hokage y como líder. Era mi obligación velar por tu seguridad como la de cualquier otro shinobi. Debí esforzarme más, buscarte e ignorar el consejo de tu padre. Aun con el sello era mi deber rescatarte. No lo hice y me siento horriblemente arrepentido. Te he defraudado y sé que piensas que todo Konoha lo ha hecho. Dudo de que pueda hacerte cambiar de opinión, lograr que tus sentimientos se sincronicen con Konoha por todo el tiempo en el que has estado afuera. Desconozco por cuánto sufrimiento has pasado pero imagino que fue demasiado. Juro por lo más preciado que tengo que esto será una herida que me acompañará para siempre, un recordatorio de mi fracaso como Kage por haber abandonado a uno de los míos. De verdad espero puedas aceptar mi disculpa y que en tu corazón mis palabras puedan llegar a ti...
—Hokage-sama, no es necesario que gaste tantas palabras a mi causa. Por favor, alce la cabeza. No soy nadie para poner al Yondaime de Konoha de rodillas.
La voz de Hinata era un perfecto murmullo, un firme y perfecto murmullo que le inquietó. No había emoción ni aceptación.
Él se incorporó nuevamente y encontró a Hinata en la misma posición a la que la había visto desde que entró a la celda. Por supuesto que él no esperaba que una disculpa apresurada pudiese arreglar todo el daño físico y emocional que Hinata padeció.
Al observarla su piel hecha de porcelana costosa resplandecía de entre la penumbra de la celda, con la oscuridad arropándola cual celoso amante, remarcando una distancia abismal entre sus sentimientos.
—Acepto su disculpa. Entiendo mi situación y estoy al tanto de lo que puedo representar para usted y el Consejo. No busco dar pelea ni tampoco retrasar los procedimientos que usted e Ibiki-san deseen implementar conmigo. Acepté voluntariamente ser su prisionera para no causar estragos. Sin embargo, no podré revelar la información que sé. Espero pueda comprenderlo.
—La organización a la que perteneces, ¿podrías al menos decirme cómo se hacen llamar?
—Puedo hacerlo pero pronto sabrá de ellos, Hokage-sama —respondió.
Minato asintió.
—Han comenzado a moverse —afirmó.
Habría tenido conocimiento de la organización en cuestión si hubieran hecho movimientos que ameritaban su atención. El ser precavidos con su aparición en el Mundo Shinobi seguramente fue planeado, fríamente calculado. Incluso la presencia de Hinata en esa celda podría ser un movimiento controlado de la organización.
—Podría considerarse —volvió a contestar con respuestas que no llevaban a nada, siendo muy cuidadosa con lo que decía, un entrenamiento que, sin duda, Hinata aprendió en otro lugar.
—Hinata, Konoha es mi hogar. Y puede volver a serlo para ti también. Mi deber es protegerla. Y te protegeré a ti también, incluso de tu padre o del clan Hyuga, pero necesito que cooperes con nosotros. Si esta organización tiene como meta aniquilar la fuerza militar de...
—Hokage-sama —ella interrumpió y Minato calló, no dispuesto a ignorarla si quería decirle algo—. Ha pasado mucho tiempo desde que Konoha se dibujaba con facilidad en mi mente, cuando mi nariz, sin importar el lugar, podía recrear el aroma de las flores del jardín de mi madre en el Complejo Hyuga o el rocío humedecer el pasto del campo de entrenamiento al que acudía con mi equipo y Kurenai-sensei —comenzó a hablar, a ser honesta, a quebrar la esperanza del amable hombre que buscaba en ella lo que ya no existía—. Pasar tanto tiempo lejos de la aldea, alejada de lo que alguna vez amé —la imagen de su hermanita apareció brevemente así como la sonrisa deslumbrante de un pequeño rubio prometerle ser el mejor ninja de todos—, me afectó. A pesar de sus ofertas, me temo que me negaré —volvió a mirarlo, directamente, profundamente con esos ojos perlados que lo estaban inquietando—. Konoha ya no es mi hogar. Mi lealtad murió cuando comprendí que nadie iría a salvarme. El sello en mi frente marcaba la carta triunfante para preservar el Byakugan en Konoha. Mi función era esa: morir. Ser un shinobi más en las principales filas de la fuerza militar del Hokage, un peón que Hiashi Hyuga desterraba para el beneficio de sus influencias y de la herencia a la cual los dioses condenaron al clan Hyuga. Todo eso lo entendí.
Un silencio se formó después de lo que Hinata dijo, sumiéndolo en un shock silencioso del cual no sabía cómo reaccionar. La joven frente suyo le estaba diciendo que Konoha no representaba nada para ella, que lo que alguna vez formó parte de sus más grandes tesoros había muerto el mismo día que ella comprendió que el bienestar de una aldea siempre estaba por encima de todo lo demás.
Podía llamar a Hiashi un monstruo por la manera en la que trató a su hija pero él también era uno.
La prueba de ello era su hijo, Naruto, el contenedor del Kyuubi. Había sellado en su amado hijo, apenas siendo un bebé y recién separado de los brazos inertes de Kushina, al demonio más vil que había existido en el Mundo Shinobi.
Condenó a su hijo a un sufrimiento silencioso cada vez que las personas le veían y recordaban al Zorro de las Nueve Colas que atacó a la aldea hace más de una década, destruyendo todo a su paso y cobrando la vida de miles de personas.
No importaba que él estuviera presente, que fuera el padre que Naruto necesitaba e hiciera todo lo posible para protegerlo de cualquier ataque, las heridas del corazón siempre se mantenían ocultas.
—Comprendo, Hinata —llegó a la conclusión de que no lograría hacerla cambiar. El tiempo que solicitó se terminaba y él debía cumplir el acuerdo—. Aun así deseo que aceptes mis disculpas y tengas presente que estaré dispuesto a recibirte nuevamente en Konoha si así lo deseas...
—Hokage-sama, insisto que no necesita hacerlo. Cambiar el destino de una persona no está en manos de los mortales. A pesar de haberme salvado, mi situación no hubiera mejorado —opinó Hinata con una sonrisa ligera—. Habría continuado con el sello maldito de la familia Hyuga. De alguna u otra forma, Hiashi Hyuga habría buscado la manera de deshacerse de mí. Aunque —hizo una pequeña pausa— no negaré que es agradable escuchar a una persona arrepentirse de sus errores y querer remediar sus dolores internos usando a otros.
Minato captó el tono malicioso.
El brillo en los ojos de Hinata no era el mismo pese a que ésta había cambiado de posición ni había hecho un movimiento peligroso, aun así, por inercia, su mano buscó su kunai especial.
—No se alarme, Hokage-sama, entiendo que desee desesperadamente un punto de quiebre de mi parte, que yo le diga todo lo que la organización a la que pertenezco tiene planeado hacer pero, tarde o temprano, usted se terminará enterando. Por favor no se apresure.
—Hinata.
Ya no había rastro del hombre comprensivo que se mostró delante de ella hacía unos momentos, sino el verdadero líder de la aldea, al ninja a quienes sus enemigos habían apodado el Rayo Amarillo de Konoha por su rapidez y velocidad.
—Es necesario que me vea como una amenaza, Hokage-sama —Hinata se desabrochó la capa que llevaba puesta, exponiendo la blusilla de malla debajo de sus ropas, la cual perfilaba sus dotes de mujer, tomando lo que traía amarrado al cuello.
El movimiento generó un sonido metálico y el polvo del suelo bailoteó en cuanto la placa marcada, que todo ninja de Konoha llevaba orgullosamente, fue lanzada como un objeto sin valor por Hinata frente a la figura de Minato.
—Si continúa creyendo que aun guardo cariño a la aldea, le será imposible proteger algo mucho más valioso que Konoha.
Antes de siquiera ser consciente ella viajó hasta posicionarse demasiado cerca de su oído, reteniéndolo sin ejercer la mínima fuerza, solo con su cuerpo inclinado, con ese aroma de sangre y lilas mezclarse llegarle hasta el fondo de su ser.
—A su hijo, Hokage-sama —susurró con su aliento caliente pegarle en la oreja—. Puedo hacerle mucho daño a Naruto-kun, Hokage-sama, así que no me subestime.
Minato la tomó del cuello y la empujó hacia el piso, escuchando el ruido del cuerpo pequeño de ella chocar contra la superficie sólida. Ejerció fuerza, lleno de una ira que jamás había sentido.
Amenazarlo a él o a la aldea, podía entenderlo. Las personas tenían derecho a odiar, lo comprendía. El mundo en el que vivían era así y era imposible evitarlo. Por más deseos de una paz soberana con el poder de reinar en todas las Naciones Ninja naciera dentro de su ser, aquello jamás sería suficiente para erradicar el dolor ni el rencor que las guerras dejan siempre a su paso.
Sin embargo, amenazar a su hijo, a la persona quien menos culpa tenía sobre ese podrido mundo, era otro asunto.
Jamás dejaría que nadie le hiciera daño a Naruto, fue la promesa que le juró a Kushina antes de que ella soltara su último aliento. Pudo haber sentido un sentimiento cálido por la niña que aun recordaba, por esa Hinata de ojos dulces que miraba con admiración a Naruto.
Pero ya no.
Ella se había encargado de destruir sus últimas esperanzas con esa oración.
Podría ser muy fácil romperle el cuello, nadie le culparía. Tendría ciertos problemas en adivinar los pasos de la organización pero confiaba en que más pistas podrían ser descubiertas. Tenía a talentosos ninjas a su disposición e intuía que Jiraiya-sensei tendría más información que compartir.
No necesitaban a Hinata.
Fijó su mirada en la perlada de ella, sintiendo debajo de sus manos cómo el pulso se le debilitaba a causa de la presión. Su brillo era el mismo; desafiante, amenazador y con el poder de hacerlo desear su muerte.
Las manos de Hinata comenzaron a viajar por los brazos fuertes de Minato.
Él imaginó que trataría de separarse pero nuevamente la joven lo tomó por sorpresa al pasear sus dedos, con sus uñas rozando, sobre sus labios sin perder el contacto visual, sin que la probabilidad de muerte fuese suficiente para hacerle desviar su perlado mirar en el azulado del rubio quien se sintió agitado, sobre todo por el suspiro ahogado que brotó de los labios rosados de Hinata.
Quiso imaginar que era de dolor, que de verdad la estaba lastimando, que le estaba quitando todo el aliento pero esa expresión en el rostro femenino y su sollozo no expresaba sufrimiento.
Sino puro placer.
