Busted

El camino hasta la sala en la que tendrían que pasar las siguientes cincuenta horas fue silencioso y levemente incómodo—quizás callar y la compostura eran la mejor opción en este tipo de situaciones. Cuando las puertas de aquella salilla se cerraron, cada quien se ocupó de sus propias cosas; Gon y Kilua empezaron a jugar un videojuego que, en un inicio, les costó comprender; Kurapika se cubrió los ojos e intentó dormir pensando que, al no tener opción, valía más la pena recuperar energías; Leorio se preparó un café, y se podían notar que él estaba más intranquilo que el el resto—finalmente fue él quien rompió el silencio, y no de una manera grata.

"¿Es que nadie va a decir nada? ¡Ella ha estado jugando con nosotros todo este tiempo!" Dijo, cada vez con más rabia, apretando los puños y los dientes. Pero nadie contestó. "¡Y tú! ¿Cómo piensas explicarnos esta situación?"

Existen momentos de mi vida donde algunas las pocas cosas que pude recordar son el sabor a concreto y el frío de las alturas en una torre de marfil que no me pertenecía. No era feliz pero sí estaba recluida del mundo, donde llegaba a perder la noción del tiempo por falta de interacción alguna con el mundo en movimiento.

Creía que, eventualmente, uno deja de existir en un plano físico en tanto que te encuentres rodeado por paredes, y que nuestras acciones pierden importancia ya que no estamos actuando directamente frente a alguien.

Nos sostenemos sin ser afectados por los alrededores, mas cuando salimos podemos afectar la realidad y moverla a nuestro antojo. A diferencia de cuando estamos de ese lugar de opresión.

Afuera, el mundo era mío, para hacer de todo, con lo que quisiera, a mi voluntad.

En ocasiones aún me pregunto cuán bendecida debo de haber sido para haber podido cambiar al mundo tal y como a mi me plazca, ya que no estoy dispuesta a ser sometida por otra persona. No, nunca más.

En lugar de hablar ella prefirió guardar silencio, a sabiendas de que daba igual lo que dijera siendo que, al final, cualquier palabra sería un error—a veces las personas necesitan vivir su enejo de una manera personal, y su ella era el objetivo de dicho enojo no le quedaba más que escuchar. El resto sólo serían palabras perdidas. Quizás él esperaba que ella se pusiera a llorar, y bien podría haberlo hecho para seguir con ese famoso juego, mas ya no valía la pena continuarlo. No había punto en ello.

"¡Di algo! ¡Maldición!"

"Basta," le acalló Kurapika, para sorpresa de la muchacha. "Tus gritos son molestos."

¿Por qué? Ella sólo podía preguntarse, ¿por qué? ¿por qué la ayudaría? Y a la vez se cuestionaba si es que realmente buscaba ayudarla o si es que ella se estaba volviendo [aún] más centrada en si misma como para pensar que era lo suficientemente importante en la vida del muchacho.

Ojalá solo fuera que quería un poco de su atención.

"¿Y tú de qué lado estás?" Refunfuñó.

"Solo digo que tus gritos son molestos, y que así no llegaremos a ningún lado."

"¿Qué propones tú entonces? Me niego a seguir adelante con una traidora, con una manipuladora de mierda."

"Entonces," empezó ella. "Aguanta hasta que salgamos de la torre. Ahora no tienes opción de alejarte de mí, por lo que te convendría hacerte a la idea."

Leorio lanzó otra maldición y fue a sentarse en un rincón; Mika sabía que tenía que procesar todo lo ocurrido, como una niño pequeño, y que no valía la pena gastar energía peleando. Especialmente siendo que tenía conciencia de que todas las personas acababan alejándose de ella si es que se enteraban de sus verdaderas intenciones, que todos se alejaban o que más bien ella buscaba alejarlos a todos. Así es más fácil, se repetía ella, así es más—

"¿Cogemos un café?"

Sorpresa, esa fue su más sincera reacción al sentir la mano de Kurapika en su hombro. Se volteó para mirarlo y descubrir que no había ningún tipo de burla o sarcasmo en su proposición, y con lentitud alzó su mano para apartar la del rubio con torpeza.

Podía haberlo rechazado, aceptar las consecuencias de sus actos -que quizás buscaba- y mantenerse a raya de interactuar con cualquiera de ellos durante las quién sabe cuantas horas les quedaban. Pero no pudo. Había algo en la mirada del muchacho que la hacía sentir incómodamente comprendida, incómodamente vulnerable, y otra sarta de emociones que no llegaba a comprender del todo y que le gustaría saber cómo descifrar. Quería decir que no, rehuirlo, y aún así todo lo que pudo hacer fue asentir.

"Vamos." Total, ya no tenía nada que perder.

Prepararon un insulso café soluble (5) y se fueron a sentar en un rincón alejados del resto, en silencio. Un silencio que anhelaba ser roto, especialmente por ella, quien estuvo a punto de decir algo, cualquier cosa, con tal de romper esa tensión. Pero él la cortó antes de que palabra alguna saliera de su boca.

"No te juzgo," le dijo. "Puede que pienses que sí, pero no te juzgo."

"Que tonto de tu parte."

"¿En verdad piensas eso?" no, no lo pensaba del todo. De hecho, se preguntaba si el que no la juzgara lo hacía la mejor persona de los dos. "Desde un inicio tuve este presentimiento de que había algo raro en ti."

"Que observador." Dijo ella, rodando los ojos.

"¿Qué se sintió ver a tu madre tras todo este tiempo?" Preguntó de una manera que parecía casi repentina, pero que por detrás se podía ver lo calculada que era.

"¿Qué se sintió verme ser apaleada mentalmente?"

"¿No sabes que es de mala educación responder a una pregunta con otra pregunta?" Él le sonrió, quitándole densidad al ambiente y logrando obtener una sonrisa disimulada por parte de la joven. "Me pregunté qué tan duro debe haber sido crecer con ese tipo de madre, con alguien dispuesta a explotar emocionalmente a su hija al punto de darle algún tipo de predisposición a ciertas enfermedades—a imponerlas ante ella incluso sin darle una alternativa real."

Entonces la miró con unos ojos que la incitaban a responder su parte de la pregunta, como si hubieran hecho un trato que no podía quedarse a medias. ¿Valía la pena responder con la verdad? Había un algo en la pregunta que le molestaba -la intimidad- y aún así se sintió dispuesta a responder con algo de verdad. Sólo por esta vez.

"Pensé que estaría mejor preparada, este no es el escenario que imaginaba en mi mente. En absoluto," suspiró. "La odio, pero sigo buscando una especia de aprobación que sé que jamás me va a dar."

"¿Es de ahí de donde sacas toda la energía que tu cuerpo no tiene para entregar? ¿Del despecho?" No era una pregunta maliciosa o acusatoria, solo era su forma de inmiscuirse en el por qué de la resistencia de un cuerpo que no debería tener energía.

"Más o menos. En realidad hago trampa, por así decirlo." Se puso a rebuscar en su bolso hasta dar con una cajita un tanto avejentada que, al abrirla, se pudo apreciar cómo estaba llena de pequeñas bayas. "Las calorías son energía, y a falta de ellas uso estas. Son 317 cada una, directo a la sangre. Vale la pena, pone al cuerpo en estado de alerta—mi madre me las solía dar cuando necesitaba que hiciera alguna actividad física fuerte… o cuando se negaba a darme comida real. El efecto es instantáneo y dura varias horas."

"¿Y te parece suficiente para vivir una vida regular?" Preguntó con incredulidad.

"Es lo mejor que tengo para seguir sin poner en riesgo la imagen que quiero mantener." Se encogió de hombros.

"Tú… ¿en verdad piensas que estás…?" No terminó la frase ya que, a penas la dejó salir, se dio cuenta de lo inapropiada que era la pregunta. En lugar de eso negó con la cabeza y tomó un sorbo de su café.

"¿Qué estoy qué? ¿Gorda?" preguntó con indiferencia, casi como si estuviera hablando del clima, casi como si no le importara. Kurapika no se vio capaz de responder, no entendía cómo ella podía ser tan directa con el tema. ¿Es que ya se había decidido a dejar ir cualquier tipo de máscara no pudo responder, simplemente se quedó con la vista fija en el líquido de su taza. "Si lo pienso. Que la gente no esté de acuerdo es otra cosa, pero estoy convencida de ello—tampoco pienso que tengo un problema con la comida."

"¿Entonces…?"

"Entonces nada. La comida es sólo comida y toda sabe igual, un poco como a fracaso."

Y con eso debería haber quedado zanjada la conversación—y en parte así fue, pero quedaban demasiadas horas de espera como para permanecer en silencio absoluto. Por casualidad o aburrimiento siguieron hablando, de cosas triviales y sin importancia, cosas que vistas entre líneas podrían parecer más profundas o incluso asemejarse a [pseudo-falsas] confesiones. Podrían haber callado pero -aunque lo negaran- prefirieron no hacerlo.

Cuando por fin pudieron seguir adelante se enfrentaron a una prueba tras otra—pero huir de esa roca que se acercaba a aplastarlos o entre un montón de rallos laser no fueron algo complicado, lo complicado fue cuando llegaron a esa última sala, a esa última prueba.

Pasan 3 o pasan 5… en minutos u horas, entre sangre o sudor o sonrisas o lamentos.

El tiempo no les bastaba para continuar por ese camino idóneo que les permitiría avanzar a todos, por lo que no le tomó mucho a Leorio el nominar a Mika para que se quedara encerrada en ese lugar. Y ella no se opuso. Esos cuatro venían como un equipo dispuesto a lograr una meta, ella era solo alguien con un objetivo puntual que se acopló a ese grupo por la retorcida diversión momentánea que podía aportarle—y su objetivo estaba cumplido y la diversión se había esfumado. Ya no valía la pena seguir.

"Ya cumplí con lo que vine a hacer," dijo con tranquilidad. "Me da igual si dudan de mis intenciones, ya no pretendo nada. Desde un comienzo tuve conciencia de que dañaría a la gente aquí, era inevitable. Supongo que es mi personalidad."

Soltó eso último con una risa despreocupada, como si realmente creyera lo que estaba diciendo, sin embargo su risa fue cortada abruptamente tras escuchar a Gon.

"No. Siento el bien en tu interior." Aseguró.

"Qué idioteces." Bufó ella.

"Si realmente fueras tan mala como dices serlo," comenzó Kurapika. "Gon ya lo hubiera notado, ese chico tiene un algo especial para sentir a la gente."

"Cállate…"

"Mientras más peleemos y te aferres a tu negación, más tiempo perdemos."

Fue de mala gana que ella se resignó a colaborar, a que todos trabajaran como equipo para salir de ese lugar, y ella no estaba segura de si el sabor amargo en su boca era por la baya que acababa de masticar o por su orgullo que se vio forzada a tragar.

Al final las cosas resultaron y, entre todos, lograron salir y subir de nuevo al dirigible.

Fue cosa de una instante para que ella decidiera dejar de hablarles a esas cuatro personas, que el juego había acabado y, tal y como su motivo para entrar en ese examen, ya no valía la pena. Tenía que alejarse de cualquier cosa que la vinculara con la vergüenza de lo ocurrido, desvincularse de cualquier cosa que le recordara lo que es sentir.

En un momento dado, Kurapika volvió a colocar su mano en el hombro de la chica, con la intención de terminar una conversación pendiente—pero el orgullo al que tanto esta se aferra era mucho más grande como para ceder.

"No vuelvas a tocarme." Concluyó.