Ya era oficial, todo había terminado y la idea de ser Cazador dejó de ser un concepto sino que pasó a ser una realidad. Y ella no se podría sentir más desilusionada. Se intentaba convencer con tantas fuerzas de que el camino recorrido fue interesante mientras duró, una buena forma de pasar el tiempo, pero ese pensamiento no era suficiente como para aplacar esa molesta angustia que le generaba aquel choque de realidad. La realidad de ya no saber qué hacer, ni con esa licencia ni con su vida.

Nunca supo cuál era el motivo real de querer reencontrarse con su madre, quizás sólo era una excusa para borrar el vacío que dejó su partida. Una forma de olvidar las cortinas rasgadas y los platos rotos, la sonrisa que le entregó antes de que se la llevaran y la mirada de compadecimiento por parte de su captor. Transformó los objetivos de su vida y pasó de buscar su aprobación a querer desafiarla fuera como fuera.

Y había fallado.

Había fallado y ya no le quedaba más que volver a lo básico. Todos tenían su propio plan ya armado, y ella tenía una última preocupación, un último plan que debía improvisar: lidiar con el banquete de celebración. Porque cuando la duda y la incertidumbre se vuelven demasiado grandes, ella sabía que contar y evitar y dejar que mentiras y excusas se deslicen por su lengua serían por siempre su consuelo, su lugar seguro.

Mientras caminaba hacia el lugar hubo un pensamiento que cruzó su mente; que a veces se cansaba de ese juego, mas no sabía cómo parar.

Al entrar, su vista escaneó todo el lugar, buscando cuál sería el lugar más estratégico para sentarse. Había una persona a la que quería evitar a toda costa, la única persona a la que probablemente ya no podía engañar. Se sentó dándole la espalda a Kurapika, compartiendo mesa con Hanzo y Pokkuru. Necesitaba evitarlo, no sólo por ese motivo sino porque tampoco hubiera podido lidiar con la presión de verse forzada [por él] a comer, ni con la vergüenza del concepto de comer frente a él [de nuevo] en absoluto. De que la mire y la vea haciendo algo tan humano como alimentarse.

Aún así, sabía que estar lejos del muchacho no significaba que se zafaría del todo, que ninguno de sus acompañantes le permitiría dejar el plato sin probar bocado. Lo tenía asumido. Miraba la comida frente a ella, arreglada en una presentación meticulosa y detallada, pensando que fue probablemente Menchi quien la preparó, y sintiéndose tan malagradecida por lo que estaba por hacer puesto que todo eso era un lujo por el que otro pagarían cantidades inigualables.

En un intento de distraer, ya sea a los demás o a sí misma, bromeó hasta convencer a los otros de que le dieran una copa de vino (127) y aprovechó parte del momento para escupir en una servilleta la comida que se había llevado a la boca, la cual luego escondió dentro de la manga de su sudadera. Y volvió a sonreír. Tomó un sorbo del vino, era seco y áspero, podía sentirlo raspando su garganta, aplacando lo empalagoso de aquella dulce guarnición (187) que se forzaba a tragar cada tanto para hacer acto de presencia entre los bocados que seguía escondiendo con disimulo en las servilletas que había colado en sus bolsillos.

Ya sea por generar distracciones o por la sensación de olvido que le entregaba, pidió una segunda copa y luego una tercera.

Cosas que invadían su mente se fueron esfumando; la ansiedad, la incertidumbre, la falta de propósito, el dolor de la herida física que le dejó esa última batalla, y el hecho de haber consumido 568 calorías en tan sólo una noche. Ahora nada importaba.

Por descuido o falta de experiencia acabó mareada, demasiado mareada y, en lugar de permitir que los demás lo notaran y hacer el ridículo, decidió salir al balcón a tomar un poco de aire tan pronto como tuvo la oportunidad. A lo lejos podía escuchar a los demás brindando, tomando fotos, riendo. Todos reían y ella prefería no ser parte de la escena, no ser parte la realidad en absoluto. No, no de esa realidad. Era más fácil auto-compadecerse, taparse la cara con las manos y cerrar los ojos con fuerza y envidiar al tipo de persona que puede llorar en esas situaciones.

Palabras cruzaban por su mente y se convertían en sensaciones incómodas en el centro de su pecho, en la punta de sus dedos. Palabras como perdida y agotada, patética e ilusa. No soportaba que su vida se hubiera reducido a eso, a sentirse como un caso perdido, girando en una constante de soledad que se empeñaba en negar—de la que, después de todo, era consciente pero que su orgullo le impedía procesar. Cosas triviales y humanas no deberían afectarla de esa manera. No, nunca más.

"¿No deberías estar celebrando con los demás?" Escuchó a sus espaldas, sacándola de sus cavilaciones. Aún así, no se volteó.

"¿Y tú?" Enderezó la espalda y se descubrió la cara, mirando a un punto fijo en la distancia. Interactuar con alguien, específicamente con él, era lo último que quería en ese momento; ella sabía que a veces, sobre todo ahora, pensaba demasiadas cosas, y temía que el alcohol le hiciera olvidar cómo callar.

"Saturarse en ese ambiente es más fácil de lo que pareciera," le contestó. "Aunque asumo que eso ya lo notaste por tu cuenta."

"Qué observador," rodó los ojos y lo miró de reojo. "Y qué amargado."

"¿Y tú?"

"Creo que eso ya lo sabías." Apartó la vista, buscando fijarse en alguna otra cosa. Lo que fuera con tal de alejarse de toda esa situación, de esas interacciones sobre las que tenía una urgencia de frenar. Quería cortarlo de su vida de una buena vez.

"¿Estuviste bebiendo?" Preguntó, apoyándose junto a ella en el barandal. "No es un reproche, sólo una pregunta."

"¿Cómo llegaste a esa conclusión?"

"Tu voz está cargada de la melancolía contemplativa del alcohol," se encogió de hombros con simpleza, como si dijera una obviedad cualquiera. "Y el olor es inconfundible."

"Quizás es sólo mi nuevo hobbie, la contemplación y los giros melancólicos sobre cosas mundanas," existía una parte de sus palabras que no era mentira, pero había llegado a un punto en el que usar la ironía para tapar la realidad pasó a un punto en el que hasta a ella le costaba diferenciarlas. "Y a lo mejor, simplemente, estás oliendo mi nuevo perfume."

"Pues diles que te devuelvan el dinero," negó con la cabeza, una media sonrisa en sus labios. "Aparte, me imagino que un Cazador puede permitirse algo mejor que eso, ¿verdad?"

En un pasado puede que ella hubiera tirado algún comentario sarcástico de vuelta, algo ingenioso propio de ella. En lugar de eso, lo único que hizo fue apretar los puños casi imperceptiblemente, cosa que hubiera pasado desapercibida para cualquiera menos para él.

"Supongo." Murmuró finalmente.

"Así que de eso se trata."

"¿El qué?"

"La causa de tu repentino existencialismo nihilista," le respondió casi con sorna. "Y no sacas nada con decirme que simplemente 'eres así'. No te creería."

"Hablas como si me conocieras."

"Te conozco lo suficiente como para saber que no te permitirías estar bajo los efectos de un inhibidor del juicio a menos que algo te molestara o que te hubieras rendido en una parte de ti," afirmó con seguridad. "Odias perder el control."

"¿Y qué otras pseudo teorías tienes sobre mí?" Le respondió con un tinte de frustración en su voz. ¿Cómo se atrevía a generar conjeturas sobre ella? Y, por sobre todo, ¿cómo se atrevía a tener razón? Había pasado toda su vida buscando formas de permanecer como un ser cambiante, alguien a quien nunca se le podría descifrar puesto que podía mutar en cualquier otra persona, adoptar cualquier otra identidad.

Y él no era nadie para encasillarla.

"Pienso en la Torre de los Engaños y en cómo tu semblante, tu forma de relacionarte con el mundo, cambió tras ver a tu madre. Dejaste caer una máscara ya resquebrajada y revelaste a una persona reacia y cansada," habló con una serenidad que a ella le resultó agobiante. No quería seguir escuchándolo. "Luego de ese combate con ella te rendiste con el examen, continuaste ya sea por aburrimiento o compromiso y ahora esa licencia no significa nada para ti."

Mika se preguntó en qué momento bajó tanto la guardia como para darle paso a que pudiera descifrarla tan bien; a tomar esos pequeños detalles –en sus acciones, de su forma de ser, de hablar, de existir– y compaginarlos en un pensamiento concreto y racional. La verdad es que, por sobre ese sentimiento de ultraje que la invadía, ese del que no podía desprenderse, todo eso le asombraba.

"Has tenido demasiado tiempo libre." Dijo finalmente, negándose a darle la razón sobre el tema.

"No más que tú," se encogió de hombros. "Apuesto a que tú también tienes teorías sobre mí."

"Y por algún motivo pareciera no molestarte."

"¿Debería?" Contestó girando su cabeza para mirarla. "Sería iluso pensar que la gente no comenta sobre cada uno de nosotros."

"Ya lo sé, pero… es distinto," se mordió el labio. "Por supuesto que sé que todos comentan eventualmente sobre mi apariencia física, y la verdad es que no podría importarme menos. Pero que a ti se te ocurra venir y generar un montón de conjeturas sobre mí es… es invasivo y soberbio de tu parte."

Él rió.

"Es increíble."

"¿El qué?" Le respondió tajante.

"Es fascinante verte mostrar algún tipo de emoción genuina. Tu cara es un poema," hizo una pausa. "Y me pregunto si te molesta tanto porque tengo razón o porque no te gusta la idea de ser considerada como alguien predecible."

"No soy predecible." Volteó con lentitud para mirarlo a los ojos, sus palabras cargadas de una calmada rabia. Porque eso ya era la gota que colmaba el vaso, el que se atreviera a encasillarla, a pretender que había logrado descifrarla.

"Más de lo que piensas." Fue lo que dijo en lugar de admitir que la había estado observando desde hacía tiempo. Que sabía el cómo nunca apoyaba su espalda en el respaldo de las sillas o que golpeaba su hueso pélvico tres veces cada vez que se ponía de pie. Sabía que no usaba su sudadera por frío y que cuando dormía murmuraba cosas incomprensibles de las que le parecía distinguir versos de autores olvidados en el tiempo.

Sabía demasiado de ella como para olvidarla o dejarla ir.

"No soy predecible." Repitió, y dos formas de probárselo vinieron a su mente.

La primera fue pararse en el barandal y dejarse caer de cabeza, caer y llenarse de esa sensación de lo que podría ser volar y de paso quizás abrirse la herida que llevaba vendada con fuerza en su costado, ver un poco de ese rojo que tanto a ella como al mago les gustaba con pasión. Pero sabía que eso no resultaría, que él acabaría interviniendo y le cogería las manos con brusquedad y ella terminaría avergonzada ante el hecho de que él, una vez más, se hubiera inmiscuido en su vida.

Y la segunda… la ponía más que levemente incómoda, pero aún así lo veía como una forma de reafirmarse de que él no tenía ningún tipo de poder sobre ella, que no le afectaba, que no influía en su vida. De que podía ser ella quien marcara las cosas y confirmar esa supuesta falta de interés por lo que sea que él pudiera llegar a pensar o decir en absoluto. Especialmente sobre ella.

"No me importa." Se repitió antes de cogerlo con el cuello de su ropa y besarlo.

Él no supo reaccionar, sus ojos se abrieron en sorpresa, en incredulidad, y su cuerpo se paralizó. No supo qué sentir pero sabía que estaba sintiendo algo, algo que rompía con esa compostura que siempre arrastraba. No era una situación mágica o sensual; los labios de la chica estaban agrietados, ya sea por el frío o la deshidratación, presionando incómodamente contra los suyos; el agarre en su cuello tenía demasiada fuerza, sus manos temblando levemente; un montón de pensamientos cruzando por su mente. Y aún así, a pesar de todo, no quería dejarla ir.

Se inclinó hacia adelante con lentitud –un mero impulso, una desconexión con todos esos pensamientos que no supo de dónde vinieron– y fue allí cuando ella se apartó en un arrebato de pudor.

"¿Qué he hecho?" Pensaba ella, recriminándose con arrepentimiento. Pareciera que, después de todo, nada de esto le era tan indiferente como quería que fuera.

"Mika…" Su voz era áspera y cansada, llena de un aturdimiento que no recordaba haber experimentado en su vida. Nunca la había llamado por su nombre, mas nunca había tenido la necesidad de hacerlo para captar su atención. A fin de cuentas su relación, o supuesta falta de ella, se basaba en ironías y juegos mentales y silencios que cada quien llenaba con lo que mejor les pareciera. Se repetían que era eso y no las sonrisas de medio lado ni los destellos de sinceridad ni las preocupaciones [no tan] acalladas.

"No me hables," lo cortó ella. "No vuelvas a hablarme."

"… eres una persona muy centrada en ti misma." Y, una vez más, volvía a tener razón. Ambos lo sabían.

"¡¿Y qué con eso?!" Ella quería demostrar[se] que nada de eso la afectaría, que ella podía pasar de cualquiera sea la emoción que todo esto le provocara y cortarlo de su vida porque quería y no porque necesitaba.

"¿Qué es para ti la amistad?" Preguntó de la nada.

"¿A qué viene esa pregunta de mierda?" Se cruzó de brazos.

"A mí," continuó, más para sí mismo que para ella. "Me es difícil verlo sino como una debilidad que dificulta el tener éxito en mis objetivos. Pienso que el preocuparse por alguien nubla el juicio y condiciona las acciones."

"Estoy de acuerdo." Asintió, aún sin entender a dónde iba con todo eso."

"Nosotros no somos amigos, ¿verdad?"

"No."

"Entonces, ¿qué somos?"

"Nada." Quería responder ella. Pero uno no se deja abrazar mientras llora por una persona que no es nada; uno no hace reaccionar en crisis a una persona que no es nada; uno no escucha ni es escuchado por una persona que no es nada; y uno no come por una persona que no significa nada para ti.

"¿Importa?"

"Me imagino que a estas alturas ya sabes que es de mala educación responder a una pregunta con otra pregunta,"

"Me imagino que a estas alturas ya sabes que detrás de las apariencias no soy una persona muy educada."

"También sé que te gusta evadir preguntas difíciles." Dejó salir un largo suspiro, cansado de tratar de obtener algún tipo de reacción por parte de ella. Pensaba en que si tan sólo tuviera un poco más de tiempo, sólo un poco más, podría conseguir un poco de sinceridad por su parte. No estaba seguro de por qué quería hacerlo o de qué esperaba escuchar, pero sabía que por algún motivo estaba empeñado en hacerlo.

Mika permaneció en silencio, quizás la forma más básica e infantil que tenía para evadir las situaciones porque, a fin de cuentas, odiaba la idea de que él volvía a tener razón. Ella prefería evadir cualquier tipo de tema que la acercara tan siquiera un poco a sentir lo que ella consideraba demasiado—o, quizás, sentir en absoluto sentir y lidiar con cualquier cosa que la conectara con la realidad con demasiada fuerza.

"Hay preguntas que simplemente no valen la pena ser respondidas."

Es por eso que prefería apartarse de él. De ese alguien que le recordaba lo que es la rabia y la preocupación, el interés genuino y la risa. Alguien que le recordaba lo que se sentía estar viva.

"¿Es por eso que te angustia el no saber qué hacer ahora? ¿Es porque tomar una decisión al respecto, el responder a una de esas preguntas, te resulta demasiado complicado?" Logró mirarla a los ojos por una fracción de segundo antes de que ella apartara la vista. Con eso le bastó para saber que estaba en lo cierto.

Mientras no elijas, todo permanece posible. Recuerdó esas palabras que le inculcaron en su infancia y el cómo se aferraba a ellas para justificar sus acciones. Si te ves forzada a escoger, retuerce las cosas lo más que puedas. Se sentía casi en un delirio con eso, casi como un mantra. Así, el mundo será tuyo.

"No es como si todos pudiéramos tener las cosas tan claras como tú."

"No las tengo. Mi intención original era salir de aquí y buscar un trabajo que me pueda acercar a mi búsqueda del Genei Ryodan, pero siempre existen cosas que surgen y posibilidades que se presentan," contuvo el aliento por un par de segundos antes de atreverse a soltar lo que había estado rondando incómodamente por su mente a lo largo de estas últimas horas. "Estoy considerando seguir a Gon en su búsqueda por rescatar a Killua. Aún no sé qué decisión tomar."

"¿Qué pasó con eso de que las amistades no son más que una dificultad?"

Tuerce las cosas lo más que puedas…

"Que quizás estaba en un error. Aún lo estoy decidiendo."

"¿Quién te hirió en el pasado?"

… y el mundo será tuyo.

"¿Perdón?"

"Alguien te hirió," afirmó con seguridad, como si estuviera revelando una de las verdades más obvias. "Perdiste a alguien en concreto en tu vida, alguien extremadamente cercano y por eso tienes miedo a volver a sentir algo, lo que sea –sobre todo aprecio o cariño– por otras personas. No quieres volver a confiar a riesgo de salir herido."

"¿Esa es tu teoría sobre mí?" Cerró los ojos y se masajeó las sienes con una mano. ¿Era así como se sentía ella cuando él intentaba inmiscuirse con conjeturas sobre su vida?

"Bueno, eso y que en el pasado te he escuchado hablar sobre cómo tu ira aún no desaparece, lo que me hace pensar que quizás tu mayor miedo no es la posibilidad de morir en el camino para vengarte, sino la posibilidad de que efectivamente esa ira nunca desaparezca."

En un pasado ella habría considerado ahondar más en eso—o más bien el restregárselo en su cara en un intento por trastocarlo de alguna manera. Siempre le había gustado la idea de sentirse superior a él en cualquier sentido y, para ella, una de las formas era analizarlo hasta la médula. Y, aún así, allí estaba, parada frente a él, tambaleante por el alcohol –demasiado alcohol– dejando salir esas palabras sin más, aún intentando convencerse de que nada de eso le importaba, con la esperanza de que esto sólo confirmara que es mejor alejarse de ella. Una digna hija de su madre.

"También me cuestiono si realmente quiero acompañar a Gon en un acto de compañerismo o si es sólo una excusa para aplazar mi camino," Confesó con soltura, descolocándola totalmente. Todo eso rompía con sus esquemas para herirlo, para dar vuelta las cosas. ¿No pensaba enojarse? ¿Gritarle? ¿Darse media vuelta y marcharse? "No me mires así. Pienso que es fácil mentir y evitar una pregunta que no quieres responder, pero contigo eso no tiene sentido. Eres demasiado inteligente para eso—y demasiado terca como para aceptar una negación."

"¿En serio esa es tu respuesta?"

"¿Qué esperabas? ¿Que te maldijera y me fuera?"

"Hubiera estado bien." Murmuró.

Él sabía que ella buscaba crear distancia, que hubiera preferido dejar que la situación escalara hasta que ambos decidieran que nada de eso valía la pena; que las palabras clandestinas y los instantes difíciles de olvidar eran más efímeros de lo que parecieran. Mentir sería tanto más fácil que afrontar la realidad—pero las palabras son poco confiables y un mentiroso no sólo engaña a quien le escucha, sino que corre el riesgo de engañarse así mismo.

Mentir requiere valor, se repite ella.

Mentir es un acto de cobardía, asegura él.

¿Y qué pasaba con sus silencios?

Existe un algo en el callar que les revelaba más de lo que cualquier expresión verbal les llegaría a permitir. Las miradas clandestinas o el rehuirlas, la cercanía corporal o la falta de ella, la posibilidad de estar cómodos dentro de ese silencio o las ansias por esconderse y no enfrentar ese sentimiento inefable; ese algo que ansiaban descifrar pero que aún no sabían cómo.

Si tan sólo tuvieran un poco más de tiempo, sólo un poco más.

"Deberías venir con nosotros." Soltó de la nada, sorprendiéndola a ella pero por sobre todo a sí mismo. Quizás no valía la pena tan siquiera tratar, quizás ella se reiría con sorna para sus adentros, pero él mantenía un atisbo de esperanza en que estuviera dispuesta a no arrojar su voluntad por la borda.

¿La invitaba para ayudarla o porque no quería desprenderse?

A lo mejor buscaba desorientarla un poco, así como ella lo hacía con él; dar un paso en falso, aparentemente sin sentido, para que la curiosidad la invadiera—la curiosidad o la confusión, cual sea la que mejor le funcione para que ella decida no partir.

Efectivamente la tomó por sorpresa, al menos lo suficiente como para alzar la vista y permitir que sus miradas se cruzaran por más que una fracción de segundo antes de apartarla. Ella era un espíritu libre enjaulado en su propia realidad, deambulando dentro de la cárcel que se había creado y que arrastraría a donde quiera que vaya –hasta el fin de sus días– puesto que sólo es capaz de moverse sobre sí misma. Acompañarlo era abrir la puerta de esa jaula.

Él le ofrecía una llave y oportunidades que ella no estaba segura de querer tomar.

"Me haces dudar sobre si quien bebió aquí fui yo o fuiste tú."

"¿Volviendo a la ironía como forma de tapar el que no tienes ningún propósito al que aferrarte por el momento?" No era una acusación, sino una realidad que él plasmó en palabras desprovistas de lástima. Ella no necesitaba compadecimientos, ni él tampoco se los hubiera ofrecido.

"¿Y tú qué? ¿Pretendes salvarme en un acto de altruismo?" Colocó sus manos en su cadera adoptando una postura más firme, mirándolo de forma desafiante.

"No pretendo nada, solamente te entrego la posibilidad." Y lo dijo con tal calma que ella no tuvo lugar para cuestionar las dudas que la invadían sobre la proposición. Le miraba y no veía burla o ironía sino transparencia, y eso le hizo recordar por qué prefería mantener distancia. Hacía que ese pensamiento chocara con el por qué quería acercarse aún más.

Aún si hubiera decidido responderle no tuvo tiempo para ello. El muchacho fue llamado por su nombre a la distancia por una voz alegre y juvenil. Puede que el rubio no haya reaccionado al principio, pero ella lo tomó como una oportunidad para escabullirse de la situación. Si tan sólo tuviera un poco más de tiempo para descubrir cómo decir[se] que no. Sólo un poco más.

Volvió a entrar, a sentirse sobrepasada por el ruido y las luces y los olores, inundada por la sensación de querer escapar y ocultarse, de protegerse de un algo que no sabía cómo nombrar. El tiempo veloz, las relaciones humanas, todo era demasiado para ella. Nadie la había preparado para esto.

Se dirigió a su habitación y cerró la puerta con llave, agotada sin motivo e incómodamente ajena dentro de su propia piel. Su visión era borrosa y sus piernas temblaban y necesitaba que ese hormigueo desapareciera con urgencia; arañó con desesperación esos brazos que no eran suyos y se mordió la voz al sentir cómo su ropa se volvía más ajustada de golpe.

En los últimos años había generado una preferencia por usar tallas más grandes, cosas que la hicieran sentir como si ocupara menos lugar dentro del espacio delimitado de una prenda de ropa. Necesitaba sentir cómo la ropa colgaba, sentir el peso muerto de la tela contra su cuerpo y el viento que corre por los espacios vacíos. Ahora no sentía nada, ahora lo sentía todo.

Sentía como si se moviera entre una neblina mientras se desprendía primero de su sudadera con lentitud, mientras se desabrochaba el cinturón para ver cómo sus pantalones caían sin esfuerzo, mientras se quitaba la camiseta y la dejaba caer al suelo. Casi instintivamente llevó sus manos hasta sus clavículas para asegurarse de que aún seguían ahí, como siempre. Golpeó su hueso ilíaco que sobresalía incómodamente, creando un puente entre su ropa interior y su estómago. Trazó su espina, contando cada una de las vértebras, inclinándose hacia adelante para que protuberen aún más. Delineó sus costillas, una por una, por sobre la venda que envolvía su torso para proteger la herida que le había quedado como secuela.

Necesitaba asegurarse de que todo seguía en su lugar, de que aún podía rodear la parte superior de sus brazos con sus dedos o sus muslos con sus manos. Necesitaba asegurarse de que al menos algo no había cambiado, que aún había algo que podía controlar. Fue con ese consuelo que se dejó caer rendida sobre la cama, ropa esparcida por el suelo, sus brazos rojos por los arañazos.

Esa noche soñó con angustias inconexas que no logró recordar del todo cuando se despertó en la madrugada empapada de sudor. Meses atrás su mente estaría repitiendo 568, pero ahora lo único que podía escuchar era "Deberías venir con nosotros."

Debería.

Había algo en ese palabra que la molestaba. Le hacía pensar –sentir– como si existiera cierto grado de responsabilidad en la decisión; una carga moral que tendría que arrastrar en base al camino que escoja. Hubiera preferido que usara otras palabras, para atribuirse importancia nada más, un "¿Quieres venir con nosotros?" o, idílicamente, "Me gustaría que vinieras." Un lo que sea que la hiciera pensar que tenía más importancia en la vida del muchacho de la que creía tener realmente—pero sabía que él y su mecánica manera de pensar no hubieran llegado a eso. Implicaba demasiado interés y emoción, más de lo que cualquiera de los dos fuera capaz de manejar.

Se incorporó con lentitud y se sentó en el borde de la cama, su garganta seca y sus manos despellejadas, su cabeza pulsando dolorosamente y su pecho lleno de vacío. El aire de la habitación era demasiado denso y la luz de una luna casi inexistente jugando con las sombras y creando la sensación de estar en un espacio aún más pequeño. Se vistió a medias como si se moviera dentro de una neblina, donde el agobio fue lo que la motivó a salir al frío de la noche, sin sudadera ni zapatos, con esa necesidad por sentir—el frío, el roce del suelo, algo. Lo que sea.

El cielo negro y lleno de estrellas le dio la bienvenida, acompañado por una fuerte brisa que despeinaba aún más su pelo. Todo hubiera sido perfecto si no fuera porque alguien ya estaba ahí, invadiendo su espacio.

Y es que allí parado, mirando a algún punto en la distancia, estaba él, una vez más, irrumpiendo en su vida.

Años después ella recordaría esa escena con un deje de miedo y un tinte de rabia. Pensaría en cómo podrían haber sido las cosas si esa noche no hubiera tomado esa decisión, si no se hubiera acercado a él con esa maldita sensación de estar caminando entre la niebla. Si no hubiera extendido su mano en una silenciosa respuesta a aquella pregunta.

Recordaría el estremecimiento que sintió en el momento en que él cogió su mano y recordaría la incómoda vulnerabilidad que había en la duda que se negaba a abandonarla. Pero una persona es el resultado de las oportunidades que toma y de las que deja pasar, y en ese momento ella selló su destino al tomar esa decisión que la seguiría mientras permaneciera con vida.

Nota de la autora:

Pues ha llegado el día, es el último capítulo del arco del Examen del Cazador. Tengo planeado alargarlo durante el arco del rescate de Killua pero aún no sé bien cómo abordarlo así que no sé muy bien cuándo empezaré a publicar nuevamente

Quiero darme un momento para dirigirme a Ran Koumoto:

Hola! En verdad quería darte las gracias por todo el apoyo que me has dado a lo largo de todo este fic, capítulo tras capítulo y por toda la paciencia (que sé que soy muy inconsistente para publicar jajaja)

En verdad no sabes cuánta ilusión me daba cada vez que recibía uno de tus comentarios, eres genial y muchas gracias por todo el apoyo. Espero que todo vaya súper y muchísimo ánimo con todo!