Disclaimer: Los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es LyricalKris, yo solo traduzco con su permiso.
Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to LyricalKris. I'm only translating with her permission.
Capítulo 2
—No te pongas de mal humor, Edward. No es propio de los ángeles.
Edward puso mala cara a su compatriota y aún más, a su uso del nombre.
—Mira quién habla. Difícilmente tomaste tu propia sentencia con elegancia, Rose.
El otro ángel sonrió.
—Bueno, nunca es algo cómodo que te pongan en tu lugar, ¿o no?
Apartando la mirada, Edward observó al reino terrenal. Por mucho que lo odiaba, Edward sabía que tendría que soportar a Rosalie por el momento. Había solo otra anomalía humana en el Noroeste del Pacífico de los Estados Unidos. Un pequeño niño llamado Emmett McCarty. Edward dejó de observar a su obligación, ella estaba profundamente dormida y bastante segura, para echarle un vistazo al niño. Criatura revoltosa. Él estaba saltando alrededor de su patio trasero con otros niños.
—Y bien, dime la verdad. ¿Por qué lo hiciste?
Edward miró a Rosalie, viendo que él estaba observando a su niño, ella estaba mirando a la bebé Bella. Ella estudiaba a la chica como si pudiera encontrar la respuesta a su pregunta allí. A Edward no le debería haber importado, y eso él lo sabía. Aún así, no pudo evitar irritarse ante su mirada inquisidora.
—Tú escuchaste mi juicio así como todos los ángeles. —Cuando un ángel rompía una regla, se lo usaba de ejemplo sin excepciones. Se volvía universalmente conocido, una parte de los recuerdos de cada ángel ya fuera que hubieran estado físicamente presentes o no.
—Sí, y tampoco contestate la pregunta entonces. Así que te lo pregunto de nuevo.
Edward miró a la bebé, reviviendo los eventos de esos horribles segundos de nuevo. Él no había estado observándola. Él había estado con su obligación, le había hecho cosquillas en la nuca así este levantaba la mirada justo a tiempo para reaccionar lo suficiente así su coche solo era rozado. Pero mientras Edward echaba un vistazo alrededor para asegurarse que su obligación continuara sobreviviendo, vio a la niña condenada.
Ella no.
No se podía decir de dónde habían salido las palabras y en realidad, no fueron palabras. Sino que fue un instinto, una parte de él. Se movió sin pensar en nada más, sacrificando la vida de Edward Cullen para salvar a la bebé que jamás antes había visto.
¿Por qué?
Una y otra vez recordó la escena, y no tenía una respuesta.
—¿Sabes por qué salvaste al niño? —desafió.
—Sí.
Eso le sorprendió. Francamente, las vidas humanas eran tan frágiles, tan cortas, que la idea de que alguien hiciera todo lo posible para salvar un humano lo dejaba perplejo.
—¿Por qué?
Rosalie hizo una mueca.
—Hace un siglo o más, fracasé en un deber. Mi obligación era un niño. Su nombre era Henry. —Señaló dónde se encontraba Emmett, en ese momento, sonriendo encantadoramente a su madre para zafarse de los problemas—. Él tenía hoyuelos justo como esos. No puedo estar segura, pero creo que Emmett es la reencarnación de Henry. O quizás solo quiero pensar que es así. Quería darle esos años que no obtuvo porque fracasé. —Inclinó la cabeza, mirando a la humanidad abajo—. Y ahora, estoy bastante segura que Carlisle y el comité tenían razón al sentenciarme a este deber. No tenía respeto por la humanidad pero ahora... —Se encogió de hombros—. Por más que sus vidas sean cortas, hay valor en ellas.
Así que Edward, aún irritado, se puso cómodo para observar.
~FAH~
El rol de los vigilantes era limitado y mayormente lo poco que podían hacer era suficiente. Cuando Bella era una niña, hubo momentos donde, como cualquier niño, caminó sin rumbo cerca del peligro. Una vez, ella caminó cerca del borde de los acantilados. Se necesitó solo de un toque angelical en el hombro para que su tutora levantara la cabeza.
—¡Isabella! —chilló la mujer, jalando a la bebé para ponerla a salvo, y eso fue todo.
Mantener a Bella con vida no era difícil, no para un ángel. Lo que era difícil para Edward era lidiar con todo aquello que él no podía controlar.
—¿Para esto es que salvé su vida?
Pequeña Bella, con cinco años ahora, se sentaba en la entrada de su nuevo hogar de acogida. Ella estaba observando a los hijos del vecino lanzarse uno encima del otro en el césped. Su boca formaba una línea firme, determinada a no llorar aunque él podía sentir la tristeza emanar de ella. Quería que ellos la invitaran a jugar, pero no lo harían. Los niños en los vecindarios en los que vivía jamás lo hacían.
Rosalie tocó su hombro.
—No es porque la salvaste. Su vida es complicada, incluso para los niños. Así es el mundo. El orden natural.
No era algo que Edward no supiera. Él había visto el sufrimiento de la humanidad, lo había observado desde el comienzo de este mundo. Pero esta era la primera vez que había sido responsable personalmente de una vida. Si no fuera por él, la chica bien podría haber estado de camino a la reencarnación, de nacer en una vida que no fuera tan triste como esta.
—Salvé a Emmett, y él es feliz —dijo Rosalie—. Quizás tu Bella también lo sea, algún día. Solo que quizás hoy no.
Insatisfecho, Edward se agachó para tocar a un perro callejero. Dejó en el animal un segundo sentido: la necesidad inherente e inconsciente de buscar a la niña.
Bella se sobresaltó cuando el animal, una elegante mezcla de Jack Russell, trotó hacia ella, con su cola agitándose y su lengua colgando. Ella estiró una mano con vacilación y acarició al perro. Cuando este no le saltó, lo rodeó con sus brazos.
Se apartó y acarició al perro con mucha gentileza.
—Tu nombre es Jakey, ¿de acuerdo? —le susurró.
El cachorro sonrió y se aventó hacia ella, haciendo que cayera al suelo con un ataque de risas.
~FAH~
Cuando Bella estaba en primer grado, había encontrado un amigo. Su nombre era Jasper Whitlock. Él tenía un hermano llamado Peter en cuarto grado. Ellos eran, como Bella, niños de acogida, hijos de padres abusivos.
Ansioso por impresionar a sus propios amigos, Peter había comenzado una pelea con su hermano menor en el patio de juegos. Era el pequeño Jasper versus cuatro niños grandes de cuarto grado.
Si tal cosa era posible, Edward hubiera tenido un infarto cuando vio a la pequeña para su edad Bella, a la pequeña y delgada Bella, meterse en la riña. Él fue capaz de ejercer la fuerza suficiente que cuando el niño más grande levantó un brazo, luchando ciegamente contra ella, no la golpeó tan fuerte como había estado a punto de hacerlo—lo suficientemente fuerte para que ella volara hacia atrás y se golpeara la cabeza contra el pavimento. En cambio, ella cayó en la áspera, pero no tan mortal, arena. Se volvió a poner de pie con un gruñido y marchó hacia ellos.
Edward observó de cerca, pero los chicos, sorprendidos por la audacia de esta pequeña niña con el rostro sonrojado, dejaron de molestar a Jasper.
—Deténganse —les gritó ella—. Deténganse ahora mismo. No están siendo buenos. —Estampó sus pies—. Váyanse —demandó.
Cuando se fueron, ella rodeó a Jasper con sus brazos, abrazándolo firmemente.
—Está bien, Jaspah. Yo te salvaré.
~FAH~
—Ella no tiene ningún sentido de supervivencia —dijo Edward, observando a Bella de ocho años ahora interrumpir una pelea entre un perro que gruñía y un gato desaliñado y de aspecto patético. Él se ubicó frente al perro, distrayéndolo así su mordida no era tan mala como podría haber sido.
El perro gimió, mirando donde se encontraba Edward, y huyó.
—Nadie nunca le ha enseñado a la pobre criatura que su vida tiene valor —dijo Rosalie, observando como la niña tomaba el gato ensangrentado en sus brazos.
Todo lo contrario, de hecho.
El estado había encontrado una tía que había aceptado hacerse cargo de Bella cuando era una bebé, pero había durado solo dos años antes que ella decidiera que no podía ser una madre. Desde entonces, en la confusión que no era nada infrecuente en el sistema de acogida, Bella había estado con tres familias diferentes.
Ella era alimentada y abrigada. Era llevada a la escuela y mantenida en buen estado de salud. Más allá de eso, a Bella le daban muy poco.
Edward la observó cargar el gato por un kilómetro y medio hacia la veterinaria más cercana. Vio cómo los padres de acogida con los que se encontraba se metieron en problemas, ya que ella no debería haber estado sin supervisión, y Bella fue trasladada de nuevo.
~FAH~
Cuando ella era una adolescente, Bella había acumulado un pequeño grupo de amigos constantes. Estos eran niños que, por una razón u otra, habían crecido en el sistema con ella. Jasper y Peter, cuando él no era un imbécil, James, Victoria, y Laurent.
Verla crecer, y por defecto, ver a estos otros niños perdidos crecer, Edward comenzó a comprender las complejidades de la psiquis humana. Todo estaba conectado. Había una razón para cada acción.
Los niños que crecían como Bella y sus amigos no estaban condenados a caer en la oscuridad, pero Edward comprendía con perfecta claridad por qué eran más susceptibles. Su Bella de alguna manera siempre terminaba al margen. Ella fue quien encontró a Jasper cuando él, con dieciocho años entonces, había bebido demasiado. Ella llamó al 911 y se quedó a su lado en el hospital. Cuando James se metía en peleas, ella lo ayudaba a limpiarse y curaba sus pequeñas heridas. Ella llevó a Victoria cuando esta necesitaba un aborto, sostuvo su mano, y la abrazó cuando lloró.
Todo esto antes de salir de sus años de adolescencia.
Y fue justo alrededor de ese momento que Edward perdió a su compañía. Un día, Rosalie simplemente desapareció. Edward no lo comprendía hasta que bajó la mirada al reino terrenal y, por costumbre, echó un vistazo a la obligación de ella, su Emmett. Él se sorprendió de verla allí, en el cuerpo de la mujer que había sacrificado, viéndose como cualquier otra mujer, hablando con su propia obligación.
Él se había convertido en un hombre un poco salvaje, su Emmett. Un tipo de hombre con un buen alma, pero quizás un poco demasiado descuidado con su vida. Muchas veces Edward y Rosalie se habían maravillado con lo negligentes que los humanos podían ser. Ellos eran tan frágiles.
«¿Alguna vez pensaste que el riesgo podría valer la pena?», había murmurado Rosalie una vez.
Ahora había desaparecido.
—Ella cayó —dijo Carlisle cuando Edward lo buscó para preguntarle—. No le contó a nadie de su plan. Fue su decisión.
—Entonces, ella...
—Fue despojada de su poder, de su inmortalidad. —Él se veía tan curioso como Edward se sentía—. Ella no es la primera, pero es raro.
Edward asintió.
—Ella había estado haciendo muchas preguntas últimamente.
—Ya veo. —Carlisle lo estudió—. Una pesa más que las otras, creo.
—Así es.
—Pregunta, entonces.
Edward consideró esto por un momento más. No estaba acostumbrado a cuestionar.
—La chica estaba destinada a morir, y yo previne eso. ¿Por qué, entonces, simplemente no... corregiste mi error?
—¿Hubieras preferido que la matara?
—No —dijo Edward, la palabra brusca—. Simplemente pregunto. Estoy siendo castigado porque irrumpí el orden natural, reescribí lo que estaba escrito. ¿Por qué entonces parte de mi castigo es cuidar a esta niña, prevenir su muerte?
—Edward, ¿alguna vez se te ha ocurrido pensar que si cuidamos a los humanos, entonces puede haber alguien que nos cuide a nosotros?
No se le había ocurrido a Edward, de hecho.
Carlisle asintió y continuó.
—Como a los humanos, nosotros también tenemos la realidad de nuestro plano celestial. Es parte de quiénes somos para cuidar a los humanos, pero no es la única parte. Se nos encarga una pequeña parte de su destino, los pocos y distantes puntos fijos que cada humano tiene. Estas cosas son casi completamente inevitables, y aún así hay excepciones.
—Como que yo salve a la niña.
—Sí. Así que la razón es doble. La clase dominante de ángeles proclamó hace mucho tiempo que no deberíamos tratar de alterar el orden natural. —Carlisle lo apuntó—. Y no te equivoques, Edward. Tanto tú como Rosalie fueron castigados no porque salvaron a estos humanos, sino porque desecharon vidas humanas como si no fueran valiosas.
Edward dejó caer su cabeza.
—Me estoy desviando del tema —dijo Carlisle, su tono gentil—. Como decía. El hecho que estas cosas puedan suceder, a pesar del orden natural, a pesar de los puntos supuestamente fijos y predichos, da lugar a una pregunta. ¿Estaba destinado a suceder así? —Él señaló a la chica en el reino terrenal—. ¿Hay algún punto fijo que requería que ella desafiara el orden natural? ¿Quizás un punto fijo en una de nuestras vidas? Se te fue encargado que la mantuvieras con vida, pero algún día, vas a fracasar. Los humanos no pueden vivir para siempre, así que es inevitable que fracases. ¿Acaso el cómo y cuándo simplemente es desconocido para nosotros?
Edward observó al ángel superior, completamente estupefacto. Carlisle soltó una risita.
—Ah, sí. No se encuentra en nuestra naturaleza cuestionar el orden natural, Edward. No estamos hechos para eso.
Entonces Rosalie pudo haber caído por una crisis de identidad, Edward reflexionó, bajando la mirada a su vieja compañera.
—No podemos saber si estamos haciendo lo correcto, al proteger estas anomalías tan meticulosamente —dijo Carlisle—. Simplemente es cómo hemos elegido reaccionar.
—¿Y la obligación de Rosalie? ¿Emmett? Él está sin rumbo, sin siquiera un punto fijo y ahora sin su vigilante. ¿Qué hay con él?
—Una anomalía sobre otra anomalía. Rosalie es humana ahora y está sin rumbo. Tampoco tiene un punto fijo. —Carlisle sacudió la cabeza—. El comité se reunirá. —Miró al reino terrenal con una sonrisa extraña—. Aunque sospecho que puedo predecir el resultado. Emmett tiene a su ángel, y Rosalie sus respuestas.
~FAH~
Al salir del sistema de acogida, Bella quedó a la deriva, una adulta, supuestamente capaz de cuidar de sí misma porque había alcanzado la edad correcta. Y a decir verdad, a ella le iba mejor que a la mayoría de las personas en su situación. Tenía un trabajo y rentaba un cuarto en una bonita casa a una agradable pareja. Ella hacía lo que necesitaba para sobrevivir e incluso comenzaba a soñar con cosas mejores.
Con el tiempo suficiente, Bella podría alcanzar ese lugar feliz que Edward quería para ella. El problema eran sus amigos. Sus amigos que no habían podido salir del sistema con sus narices limpias. Todos ellos se encontraban en camino a problemas serios.
Lo que los salvaba era que todos parecían reconocer que Bella se había salido, que ella había, sorprendentemente, mantenido un mínimo de inocencia. No mucha, todos habían pasado por muchas cosas, pero la suficiente para que no intentaran involucrarla en sus negocios turbios.
Al menos, no directamente.
Bella había trabajado en una tienda de historietas desde que tenía dieciocho años. Al llegar a los veinte, se había ganado más que la confianza del dueño. Ella se encontraba allí sola casi frecuentemente y, como confiaba en sus amigos, ellos tenían más acceso de lo que deberían a las instalaciones. Era ideal para los negocios que estaban teniendo. Ellos usaban a la tienda como una fachada para los negocios nefastos justo bajo las narices de Bella.
Edward tenía a su disposición la previsión de los ángeles. Él tenía conocimiento de las mentes de las personas con las que Bella se asociaba.
Esto tenía escrito desastre por donde se lo mirara.
—No puedo protegerla de esto, no desde aquí —le dijo a Carlisle un día—. Esto es muy grande. Ella está metiéndose demasiado sin siquiera darse cuenta, y no puedo sacarla de allí.
—Siempre estuviste destinado a fracasar en esto, Edward.
El ángel negó con la cabeza enérgicamente.
—No. Así no. Las vidas humanas pueden ser complicadas, pero ella casi no ha vivido en absoluto. No ha tenido amabilidad. No ha tenido belleza.
—Algunas vidas humanas son así. Ella volverá a nacer.
—No. Está mal.
—¿Por qué?
Edward hizo una pausa, observando su obligación.
—No lo sé —dijo suavemente—. Pero debe haber una manera de protegerla. Alguna manera.
Para su sorpresa, Carlisle no discutió. No le dijo que lo soltara, que lo dejara ser.
No. Después de una pausa prolongada, el ángel superior suspiró.
—Hay una manera. Una posibilidad.
~FAH~
—Hola, Ben. Mira esto.
Bella le hizo señas al niño que se paraba de puntas de pies, mirando tediosamente caja tras caja de historietas en un rincón. Sus ojos se iluminaron mientras corría hacia Bella.
—¿Qué es?
—Necesito que guardes este secreto, niño. Esto no debe estar en los estantes hasta dentro de dos días.
Los ojos de Ben se abrieron aún más. Bella empujó la edición super secreta de su serie favorita sobre el mostrador y sonrió cuando el niño prácticamente temblaba de emoción.
—Bella, eres la mejor —dijo él, y entonces se apresuró hacia la mesa de juegos para devorar la edición. Al verlo, Bella sintió una ola de satisfacción. Ella tenía una debilidad en su corazón por Ben. Él tenía trece años, pero parecía de diez, lo cual era una situación horrible a esa edad. Además de eso, él era, como ella, un niño de acogida, y Bella sabía muy bien que no había muchos momentos bonitos en su vida. Las historietas eran su escape, y Bella jamás podría negarle un placer tan simple.
Bella regresó a su inventario, tarareando junto con la canción que había comenzado a sonar a través de los parlantes.
—¿Te mataría pasar algo bueno? —preguntó Ben, levantando la mirada de su historieta? Esta música es de antes que incluso tú nacieras.
—Los Bee Gees es un clásico, niño. Ahora, cállate y regresa a tu libro.
Ella comenzó a bailar y cantar específicamente para ver a Ben poner los ojos en blanco.
—Ah, ah, ah, ah, stayin' alive.
Mientras ella se contoneaba, vio a un hombre caminar por la acera. Le divertía que parecía estar dando pasos al ritmo de la canción. Él era alto, su cabello marrón rojizo alborotado por el viento.
Él no era el tipo de persona que Bella alguna vez imaginaría entrar a una tienda de historietas, así que estuvo muy sorprendida cuando él se detuvo frente a su puerta y entró. Ella dejó de cantar, su boca cerrándose al observarlo.
El hombre parecía extrañamente curioso y un poco perdido. Entró y echó un vistazo alrededor, estudiando la tienda con sus figuritas, sus historietas, y mesas de juego con una expresión que Bella no podía leer. Cuando las personas ingresaban aquí, había placer en sus ojos —para los nerds y los geeks, este lugar era un refugio— o mofa. Este hombre se veía... no del todo confundido o incrédulo. Él parecía estar asimilando todo.
Cuando sus ojos se encontraron con los suyos, Bella se quedó sin aliento. Sus ojos eran verdes, pero no era el color que la había sorprendido. No, había algo en ellos que la había afectado con mucha intensidad, como si ella estuviera observando al infinito cuando los miraba.
Pero esa ilusión se hizo pedazos un momento después cuando él entró por la puerta, directamente hacia una exhibición de Warhammer. Figuritas y libros salieron volando. El hombre se tambaleó hacia adelante, su abrigo largo levantándose mientras caía.
—Oh, por Dios. —Bella salió disparada. Ella se arrodilló frente a él, observándolo parpadear al mirarla con una expresión asombrada que hubiera sido graciosa si ella no estuviera revisándolo simultáneamente en busca de una herida grave—. ¿Estás bien?
—Estoy bien —dijo él.
—De acuerdo. —Ella plantó una mano bajo su brazo—. Pongámoste de pie entonces.
Aunque ella no hubiera creído que fuera posible, ya que él acababa de derribar un exhibidor, él se levantó con un movimiento ágil y elegante, sus ojos aún fijos en los de ella.
—Lamento el desorden.
—Oye, esto sucede. A menudo a mí, así que estoy aliviada. —Bella sonrió. Él la miró. No se movió—. ¿Estás seguro de que te encuentras bien, amigo?
—Soy Edward —dijo él, frunciendo el ceño.
—¿Qué?
—Edward. No amigo.
Ella resopló.
—Cierto. Lo siento. Edward. —Ella le ofreció una mano—. Soy Bella.
Él estudió su mano por un momento pero entonces colocó la suya en la de ella.
—Es un placer conocerte —dijo él, estrechándola.
Por alguna razón, él no la soltó de inmediato, y ella tampoco.
—Cierto. Es un placer conocerte también.
