Debussy y gárgolas
Era domingo y la biblioteca estaba abarrotada de estudiantes que habían dejado para última hora sus trabajos de investigación y los proyectos que les habían asignado antes de las vacaciones. Un numeroso grupo de alumnos de quinto año, en su mayoría Ravenclaw, había juntado varias mesas para consultarse unos a otros sobre un trabajo de preparación para Transformaciones. Madam Pince estaba regañando a un alumno de segundo año que había intentado devolver un libro con un aspecto más deteriorado del que tenía al salir. La capitana de Quidditch de Hufflepuff, Megan Jones, había reclamado una mesa entera para ella sola y estaba consultando un volumen de deportes mientras estudiaba detenidamente unas tablas que parecían contener estrategias defensivas.
Hermione estaba sentada con Theo cerca de una de las altas ventanas que daban al campo de Quidditch. En el exterior se veían varias figuras vestidas con túnicas verdes, a pesar de que el tiempo era más que inclemente.
—Se oyen un montón de "joder" fuera, —comentó Theo mientras su mirada también era captada por el entrenamiento de los Slytherins.
Un trueno atravesó las crecientes ráfagas de nieve, puntualizando su comentario. Hermione asintió distraídamente.
—Sí. No estoy segura de por qué Harry decidió que tenía que convocar un entrenamiento con este tiempo, precisamente el día después de nuestro regreso a la escuela...
Su compañero se echó hacia atrás en la silla mientras balanceaba una pluma de largas púas sobre el labio superior a modo de bigote.
—Supongo que una vez que has acabado con un hijo de puta desequilibrado como Lord Qué-Cara, montar en escoba por el cielo durante una nevada con truenos no es nada, la verdad.
—Tienes facilidad de palabra, Theodore, —le dijo con un brillo divertido en los ojos antes de volver al gran libro que tenía delante.
—¿Qué te traes entre manos ahora?
Era una señal de lo acostumbrada que Hermione estaba a la forma de hablar de Theo el hecho de que reconociera la broma como lo que era, en lugar de ofenderse.
—¿Recuerdas lo que nos dijo el profesor Slughorn sobre la diferencia entre sueros y venenos?
—¿Puedes ser un poco más específica?
—La Tercera Ley de Golpalott establece que el antídoto para un veneno mezclado no puede crearse mezclando los antídotos de cada veneno por separado.
No en vano Theo había sido aceptado en la clase de Alquimia. Su competencia en Pociones era extremadamente buena.
—Bien, tienes que encontrar el ingrediente que transformará los antídotos en un todo combinado y contrarrestarlo todo.
—Bien, partiendo de ahí, —continuó—, la Segunda Ley de Golpalott define un antídoto como una respuesta a la presencia de una sustancia que el cuerpo considera dañina. Mientras tanto, la Cuarta Ley define un suero como una sustancia que estimula una respuesta del sistema inmunológico...
—¿Esto tiene algún sentido o debo suponer que ya planeas envenenar a Draco?
—Se supone que él y yo somos un secreto, —le recordó escuetamente.
—Me has visto lanzar un Muffliato hace unos minutos.
—¡Aun así ten cuidado, por Agrippa! El hechizo no detiene a la gente que lee los labios.
—¡Hermione, relájate!
—Y no, no estoy planeando envenenarlo, para tu información. Solo me pregunto: si se puede hacer un antídoto usando un solo ingrediente para un veneno mezclado, ¿se puede hacer lo mismo con un suero?
—No veo por qué no. —Se quedó pensativo un momento.
Y si puedo encontrar una forma de contrarrestar el Veritaserum y el polvo que incita a la verdad utilizando el mismo ingrediente, ¿por qué no podría encontrar una forma de revertir químicamente los efectos de los elementos agua y aire en un entorno alquímico?
Era una posibilidad remota, pero esperaba que hubiera alguna posibilidad.
Aquella mañana, temprano, Hermione había desenterrado el recibo del químico muggle de su pedido de ácido sulfúrico y mercurio, confirmando lo que creía recordar: el ácido sulfúrico que ella y Draco habían utilizado en el mandala se había hecho originalmente cuando el químico combinó azufre en polvo y peróxido, utilizando electrólisis. En su base, el azufre era un polvo, mientras que el mercurio era un líquido. Lo mismo podía decirse del polvo incitador de la verdad y del Veritaserum.
—¿Recuerdas lo que McGonagall nos enseñó en Alquimia sobre sólidos, líquidos y gases?
—No, y si vas a esparcir sabiduría por todas partes, me voy, —insistió Theo, apoyando los pies en la mesa de la biblioteca y sin aparentar en absoluto que se disponía a marcharse.
Un trueno especialmente fuerte hizo saltar a Hermione. Esperaba que Harry y Ginny estuvieran bien en el campo de quidditch.
—De todas formas, quita los zapatos sucios de la mesa. No eres un animal.
—Si eso te complace, —dijo con una sonrisa beatífica. Quitando los pies de la mesa, como se le había pedido, la miro pensativo durante unos largos instantes antes de decidirse a trabajar en el ensayo de Encantamientos que había pospuesto hasta el último momento.
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Para lo mucho que había sido desarraigada y trasplantada en la vida de Hermione, la rutina en Hogwarts no había cambiado en absoluto. El lunes por la mañana empezó con Transformaciones con los Slytherins y pronto se encontró intentando ayudar a Harry con sus hechizos no verbales.
—Concéntrate, Harry, —reprendió.
La cara de su amigo se enrojecía por el esfuerzo y tenía los ojos cerrados tras las gafas.
—¡Me estoy concentrando!
—Sí, pero también hay que centrarse.
—¿No es lo mismo?, —preguntó irritado.
—No necesariamente, —suspiró ella, moviéndose para corregir la posición de su varita—. Así...
Después, Harry y ella se reunieron con Ron en las escaleras y el Trío de Oro bajó a los invernaderos para asistir a Herbología.
—¡Invernadero siete hoy! —gritó la profesora Sprout por encima de sus alumnos. La profesora tenía las manos vendadas y, cuando hizo un gesto a los alumnos para que la siguieran, su bata se echó hacia atrás, revelando que las vendas llegaban hasta el codo de al menos ese brazo. Esto no auguraba nada bueno para la lección.
Pasaron dos horas intentando podar unos arbustos de cicuta chillona, que chillaban con fuerza para incapacitar a cualquiera que se acercara, atacando con enredaderas espinosas que dejaban ronchas urticantes en sus aspirantes a jardineros. Ernie Macmillan tuvo que ir al ala del hospital después de que una enredadera le diera de lleno en la cara.
Después, los amigos se retiraron al castillo, curándose las heridas.
—¿Por qué alguien querría eso? —preguntó Ron acaloradamente varias veces, chupándose los dedos ardientes—. ¡Esas malditas cosas son una amenaza!
—Las hojas secas son útiles para hacer pociones, —señaló Hermione sin mucho entusiasmo, aunque le habría encantado no tener también las ronchas que le salían en cada uno de los nudillos.
El silencio de Harry afirmó que estaba de acuerdo con Ron.
Cuando llegaron al Gran Comedor, Harry se separó para reunirse con Ginny, mientras Ron buscaba a Daphne. Hermione alzó el cuello por encima de la masa de túnicas negras de Hogwarts y vio a Padma, Lisa y Sue charlando en la mesa de Ravenclaw.
—Hola, Hermione, —saludó Lisa afablemente al acercarse.
—Padma estaba diciendo algo interesante sobre ti, —dijo Sue a modo de saludo—. ¿Quieres repetirlo, Pads?
—¿Cuántas veces tengo que pedirte que no me llames así?, —suspiró Padma. Haciendo girar ociosamente su tenedor, la mirada de la ex Premio Anual se desvió hacia Hermione y mencionó disimuladamente—: Te vi en el callejón Diagon el domingo antes de Navidad. Con un chico.
Lisa soltó una risita.
—¿Quién es el hombre misterioso, Hermione?, —preguntó Sue sin pudor.
Mi marido, respondió Hermione mentalmente. Seleccionando un poco de ensalada de pollo fría para el almuerzo, no se atrevía a encontrarse con los ojos de sus amigas, cuando desvió:
—Solo un amigo.
—¿Quién era? —le preguntó Sue a Padma, dándose cuenta de que no obtenía una respuesta inmediata de Hermione.
—No le vi la cara.
—De verdad, chicas, —se rio Hermione, aliviada—. Solo era un amigo.
Decepcionada, Sue se inclinó hacia las otras tres para susurrar conspirativamente:
—¿Sabéis con quién me gustaría entablar amistad? Blaise Zabini.
Lisa soltó un chillido. Hermione volvió a respirar tranquila.
—Quiero decir, ¿has visto a ese mago? Es guapísimo. Esos pómulos... Agrippa, esa mandíbula. Podrías cortar un diamante con ella.
Hermione puso los ojos en blanco y sonrió para sí.
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Después de pasar todo el lunes fingiendo absoluta indiferencia hacia Draco, Hermione se ponía nerviosa cuanto más se acercaba la hora de la patrulla de prefectos. Él debió de sentir lo mismo, ya que ambos se presentaron en la sala común antes de la hora acordada.
—Un poco pronto, —observó, con una sonrisa divertida en la comisura de los labios—. ¿Vamos?
No fue hasta que ambos descendían las escaleras de la torre de Ravenclaw que Hermione sintió que se relajaba. El mundo exterior estaba oscuro debido a la temprana puesta de sol del invierno, pero la luz de las antorchas que iluminaban la escalera en espiral proyectaba sombras interesantes sobre las paredes de piedra, brillando ocasionalmente sobre las vidrieras de las ventanas y arrojando fractales de colores oscuros sobre los escalones.
—Es como si nada hubiera cambiado, —observó Hermione mientras salían al pasillo del quinto piso.
—¿Es esta la parte en la que tu impetuosidad de Gryffindor tira la cautela al viento y empezamos a besuquearnos en mitad del pasillo?
Sorprendida, se volvió hacia él.
—¿Draco Malfoy haciendo una broma? Estoy impresionada. ¿Harás acrobacias de circo a continuación, o ya has tenido suficientes logros milagrosos por esta noche?
—Logro milagroso, —repitió, para nada desanimado—. Voy a recordar que dijiste eso.
—Si quieres, —permitió ella, sintiendo igualmente un escalofrío recorrer toda su espina dorsal.
Comenzaron a patrullar asomándose al aula de música por el pasillo del quinto piso. Allí, Hermione se dio cuenta de que alguien había dejado entreabierta la tapa del fortepiano.
—Un momento, —dijo entrando en la sala vacía. Pasó entre los atriles y los taburetes de madera y se dirigió hacia el instrumento en cuestión. Cuando se disponía a cerrar la tapa, su mano rozó una de las teclas de marfil y una sola nota penetró suavemente en la habitación.
—¿Tocas? —No se había dado cuenta de que Draco la había seguido.
—No desde que era pequeña. —Cuando se sentó en el alto banco ante el gran instrumento, se le ocurrió—: ¿Y tú?
Sus dedos se extendieron sobre las teclas y Hermione recordó sus observaciones sobre aquellos largos dedos: que parecían hechos específicamente para tocar el piano. Flexionándolos un momento, hizo contacto con el instrumento y comenzó una melodía dolorosa.
Sentada a su lado en el banco, era fascinante verle crear música. Aunque no reconocía la canción, desprendía una oscuridad siempre presente, los sonidos del crepúsculo. El fortepiano, que se diferenciaba principalmente de los teclados muggles modernos en que los martillos estaban recubiertos de cuero en lugar de fieltro, era menos potente que un piano moderno, más suave. Su sonido apagado se prestaba bien a la decidida eufonía de Draco.
Tentativamente, extendió la mano hacia los marfiles del lado izquierdo y tocó una de las únicas melodías que sus dedos recordaban: el tema principal de Claire de Lune. * Mientras Draco parecía preferir los acordes menores, Hermione eligió a propósito algo más ligero... las estrellas a su oscuridad. Había momentos en que sus notas chocaban, pero era de esperar cuando los dos músicos tenían mentes tan diferentes.
Presintiendo el inminente final de su canción, improvisó su propio final.
Después, con los ojos aún clavados en el fortepiano, Draco preguntó:
—¿Qué canción era esa?
—Claire de Lune, o al menos lo que recuerdo de ella. Estoy segura de que no fue muy fiel a la original.
—Tocas bien, —comentó.
—No muy bien, —insistió—. Pasable, como mucho.
—Muy bien, tocas pasable.
Le dio un empujón juguetón en el brazo.
—Mi madre quería que aprendiera cuando era niño. A mi padre no le importaba mucho que supiera tocar un instrumento.
Hermione absorbió este raro vistazo a la infancia de Draco.
—Qué tontería. Tocas tan bien.
—No tan bien. Pasable, como mucho, —bromeó.
Ella le sonrió y sus ojos se cruzaron. La luz de las antorchas realzaba el tono azulado de sus profundidades grises y su mirada se desvió lentamente hacia su boca orgullosa con la hendidura en la parte superior del labio superior. Quiso besarlo, pero una voz en el fondo de su mente le aconsejó que tuviera paciencia.
—Deberíamos continuar la patrulla, —dijo Draco—. Nos hemos demorado demasiado.
—Tienes razón, —aceptó ella, levantándose del banco y cerrando la tapa del instrumento con un ruido sordo.
El resto de la ronda del lunes transcurrió sin incidentes, culminando de la forma habitual con la expulsión de Pansy Parkinson y su actual amante de las cuevas que poblaban el pasillo de Pociones.
—¿Por qué sigues viniendo aquí?, —preguntó Hermione a su compañera de clase—. Sabes que te van a pillar.
En lugar de responder, Pansy se limitó a fulminar a Hermione con la mirada y a levantar la nariz antes de salir de las cuevas con las bragas hechas una bola en el puño. Hermione resopló un poco cuando la ex Slytherin desapareció en dirección a los dormitorios de Hufflepuff, pero por lo demás no le dijo nada a Draco al respecto.
Cuando los dos empezaron a subir las escaleras hacia la torre de Ravenclaw, Draco se detuvo en el rellano del tercer piso.
—¿Quieres ver un poco más nuestras habitaciones? Nunca habíamos tenido la oportunidad de echar un vistazo.
—¿Es un código para otra cosa?, —lo miró arqueando una ceja.
—Posiblemente.
—Esa fue probablemente la cosa menos sutil que has hecho.
—No es cierto, —contradijo—. "Lo menos sutil que he hecho ha sido hacer todas esas chapas de "Potter apesta" en cuarto curso.
—Eran horribles, —afirmó con fingida gravedad, conteniendo una risita que se le escapó al recordarlo. En aquel momento, el gesto había sido grosero e hiriente, pero ahora era un recuerdo lejano. ¿Cuándo había ocurrido?
No tardaron mucho en llegar al pasillo correcto. Al detenerse a mitad de camino, Draco preguntó:
—¿Recuerdas qué gárgola es la nuestra?
—Es esa, —señaló Hermione, reconociéndola al instante por estar al otro lado del pasillo de la malograda habitación que una vez había albergado a Fluffy, el perro de tres cabezas. Deteniéndose, se preguntó—: ¿Cómo crees que entraremos?
—Oh, sois vosotros dos, ¿verdad?
Saltando de sorpresa, Hermione notó que Draco cogía su varita a su lado.
—Tranquilos, —ordenó la gárgola con un aire de severo sarcasmo—. Soy solo yo, vuestro humilde guardián.
—Habla, —observó Draco con rotundidad.
—Claro que hablo, rubio imbécil, —resopló hiriente—. ¿Creías que era una estatua más, sorda y muda para el mundo?
Mirando a la gárgola con aprensión, Hermione le preguntó amablemente:
—Sentimos mucho el error. ¿Puede decirnos cómo entrar, por favor?
—Olvidasteis poner una contraseña hace dos noches, —les informó—, y como no habéis vuelto desde entonces, supongo que podéis poner una ahora.
Hermione volvió los ojos hacia Draco.
—¿Qué te parece?
—¿Ingenio sin medida?, —sugirió, reflexionando un momento.
—Demasiado obvia. —Sacudió la cabeza.
—Supuse que era algo Ravenclaw y por lo tanto neutral. —Se encogió de hombros.
—Mmm…
—Oh, daos prisa, —exigió la gárgola.
—¿Qué tal "nido de águila"?, —propuso.
—Sí, bien, bien, —espetó la gárgola—. Nido de Águila, será.
El pedestal de piedra se deslizó hacia un lado, permitiendo a la joven pareja dirigirse a sus habitaciones personales. Al sentir que se acercaban, la chimenea cobró vida. Aparte del chisporroteo de los troncos secos en la rejilla, todo estaba en silencio.
—Es muy acogedor, —murmuró Hermione—, y muy tranquilo por la noche, parece.
Se giró para decir algo más, pero descubrió que Draco se había colocado detrás de ella para rodearla con los brazos.
—¿Te das cuenta, por supuesto, de que acabas de calificar este lugar como un nido?
—Oh. —No se le había ocurrido.
Él sonrió con picardía, como si le hubiera leído el pensamiento, y bajó la cabeza para presionar los labios contra la comisura de los suyos. En cuestión de segundos, sintió que sus brazos le rodeaban el cuello por su propia voluntad, mientras él empezaba a repartir besos enloquecedores por la comisura de sus labios, deslizando la lengua por ellos y separándolos para su entrada.
¡Sí, sí, sí! gritó su cerebro. Le parecía que había esperado demasiado para volver a estar entre sus brazos.
Hermione le respondió con presteza, profundizando su beso como alguien desesperado por saciar su deseo. Con la misma alegría salvaje, la lengua de Draco reclamó su boca. Sus dedos se alzaron para acariciarle la cara mientras los de ella se deslizaban por su camisa y se apretaban contra su pecho con necesidad. Como un detonador a punto de estallar, sus manos vagabundas buscaron la camisa del uniforme y la sacaron de donde estaba metida dentro de la falda, enrollando la tela hacia arriba y levantándola por encima de su cabeza.
A pesar de la calidez del fuego y del calor que inundaba sus venas, a Hermione se le puso la carne de gallina en los brazos. Draco los separó un momento para despojarse también de la camisa del uniforme antes de llevarlos a ambos hacia el sofá. Mientras lo hacía, le dio besos en la oreja, bajó por la garganta y le mordió suavemente el pulso, de modo que ella se estremeció, con fuerza, y se fundió con él, con los dedos fríos rozando el calor de su piel desnuda. Sin darse cuenta de que lo había hecho, giró el cuello para que él tuviera acceso total a ella, sus dedos se enredaron en su pelo y le rozaron el cuero cabelludo mientras él volvía a mordisquearla.
Agarrándole las caderas con fuerza, Draco le bajó la mano por la cadera, alrededor de la curva de las nalgas, bajó por la pierna y, agarrándola por debajo de la rodilla, le levantó la pierna y se la rodeó con el muslo mientras se tumbaban en el sofá. Sus manos errantes recorrieron la suave carne de su costado, subieron por su vientre y atravesaron la tela de su sujetador.
Sus ojos se abrieron de golpe para observar que él la estaba mirando ahora. La pregunta estaba clara en sus ojos: ¿Esto estaba bien? ¿demasiado?
Ella asintió animada y una chispa se encendió en el fondo de los ojos azul grisáceo de Draco. Enganchando los dedos bajo el tirante del sujetador, se lo deslizó por el hombro, luego bajó el segundo y sus pechos se liberaron.
Él inspiró y luego expulsó una ráfaga de aire. Contra su pierna, Hermione pudo sentir el endurecimiento de su erección, que crecía rápidamente, y se sintió inundada por la satisfacción de haber podido provocar en él una reacción tan sincera.
—Me encantan tus tetas, Hermione.
Se salvó de responder cuando él volvió a capturar su boca. Se sintió intrigada al notar que los dedos de él temblaban un poco mientras le acariciaban el pecho izquierdo y lo amasaban. Cuando él se aferró de nuevo al dulce punto de su cuello, un gemido desinhibido escapó de los labios de Hermione; sintió una punzada de pánico al verse atrapada por un momento, pero recordó dónde estaban y, recordando su intimidad, se relajó una vez más.
Jadeó cuando la boca de él le tocó el pezón, suavemente, como si aún no estuviera seguro de qué grado de contacto físico era bienvenido, a pesar de todo lo que habían hecho juntos, y Hermione no pudo hacer otra cosa que dejarse llevar por sus instintos animales. Su mano bajó por su caja torácica desnuda y le agarró las nalgas a través de los pantalones del uniforme. Lo empujó hacia ella y, al mismo tiempo, le rodeó los muslos con las piernas, apretando contra ella.
Su boca se separó de su dolorido pezón para gemir:
—Dioses...
Con la mente confusa por la lujuria, Hermione se perdió en la sensación, el olor, el sabor y el tacto de su mago. Una de sus manos se estiró para liberar las piernas de ella mientras la otra le pellizcaba el pezón derecho entre los dedos, haciéndolo girar con fuerza mientras le mordisqueaba el izquierdo. Oyó el tintineo de un cinturón desabrochado al caer al suelo, y entonces él volvió a besar su cuerpo de tal forma que cosas como las palabras y la respiración se convirtieron en recuerdos lejanos.
—Déjame hacerte llegar, —le pidió, con las mejillas sonrosadas por el esfuerzo. Volvió a lamerle el pezón con una amplia caricia y ella se estremeció contra él.
—No te detengas, —jadeó.
Con un gruñido bajo, Draco le besó una línea desde el sujetador, que seguía sujeto por debajo de los pechos, bajó por el vientre y se detuvo en el dobladillo de la falda tableada. Sus ojos se ensombrecieron de pasión cuando, con indiferencia, subió lo que quedaba de su uniforme para dejar al descubierto sus sencillas bragas blancas.
Debería comprarme ropa interior más interesante, pensó Hermione por primera vez. Nunca antes había sido un problema.
Deslizando los pulgares bajo el dobladillo de las bragas, Draco se las bajó por las piernas, exponiéndole el coño por segunda vez. Metió un dedo entre su raja, la recorrió de arriba abajo y exclamó:
—Estás muy mojada.
Subió de nuevo hacia su cara y le dio un beso abrasador en la boca. Al mismo tiempo, bajó la mano y sus dedos encontraron el pequeño nódulo de carne sobre su vulva y lo acarició.
—¿Es todo por mí? —preguntó, y Hermione pudo sentir su sonrisa contra sus labios, incluso mientras se retorcía.
Solo gimió.
—Dilo, —exigió—. Di que es por mí.
—Es por ti, —susurró.
Satisfecho, deslizó un dedo parcialmente dentro de ella mientras los otros se frotaban en su entrada, cubriéndola de sus jugos. Ella gimió con abandono, encantada.
—Ahora, —murmuró ella, luchando por serenarse mientras le desabrochaba los pantalones y se los bajaba, solo para agarrar de un puñado su pene completamente erecto—. Dime que esto es por mí.
—Sabes que es por ti, —susurró tembloroso.
La sensación de lanzarse por un precipicio sin tener en cuenta lo que había debajo envolvió todo el ser de Hermione, que se corrió con fuerza sobre los dedos de Draco. Jadeando mientras volvía a la tierra, se dio cuenta de que su mano seguía bombeando su polla.
—Eso fue excitante, —anunció con franqueza.
Soltó una risita, despegando su piel sudorosa del cuero pegajoso del sofá.
—¿Te devuelvo el favor?
—Er, —murmuró torpemente—, no hace falta.
Sus ojos bajaron para observar que él ya había acabado. Levantó una ceja inquisitiva para observar su rostro.
—Estaba un poco sobreexcitado, —admitió avergonzado, alcanzando su varita para limpiar su uniforme—. Fregotego.
Cuanto mayor era la sonrisa de suficiencia de ella, mayor era el ceño fruncido de él. Ninguno de los dos dijo una palabra mientras se vestían.
—Lo sé, —espetó finalmente—. No ha sido mi mejor actuación. Ha pasado mucho tiempo.
—No tanto, —bromeó.
Gruñó.
Al cabo de un rato, ella volvió a persuadirlo de que se quedara quieto apoyándose posesivamente contra él, en pleno éxtasis post-orgásmico. Debió de notar su satisfacción, porque Draco no tardó en acomodarse, disfrutando de la sensación de compartir el calor del otro.
—¿Puedo preguntarte algo?, —preguntó algún tiempo después.
—Por supuesto.
—¿Qué somos?
—¿Qué somos?, —repitió sinuosamente.
—Sí. Fue todo lo que Hermione pudo hacer para que no le flaquearan las rodillas cuando lo dijo—. ¿Qué soy yo para ti?
Lentamente, Draco parpadeó mientras la miraba de forma calculadora.
—Eres mi mujer. ¿No lo recuerdas?
—Ya lo sé, —insistió ella—. Me refería... a esto. Vamos de un extremo al otro... intimando, y luego actuando como si no nos conociéramos.
—Ese era el acuerdo, —le recordó—. Que nuestro matrimonio permanezca en secreto.
—No importa... —murmuró con un pequeño suspiro frustrado. La conversación no estaba saliendo como ella quería.
—Hermione, —dijo, cogiéndole la mano y sentándose en el sofá bajo del centro de la habitación—. Por favor, dime lo que estás pensando.
El cuero del sofá se le volvía a pegar a las rodillas, ya que la falda del uniforme se le había subido un poco al sentarse. Se acomodó más hacia delante para evitarlo, pero solo consiguió que su postura se sintiera incómoda al lado de la facilidad con la que Draco se acomodaba en el sofá.
—No es nada, —protestó incómoda.
—Puede que nunca haya estado casado con nadie antes que tú, pero incluso yo sé que cuando una mujer dice "no es nada", realmente es algo. Llevamos casados menos de una semana, no quiero empezar así.
Torciendo las manos en su regazo un momento, admitió:
—Es solo que estoy un poco incómoda con lo mucho que parecemos fluctuar. ¿Estoy...? —Hizo una pausa para tomar aire—. ¿Soy solo un conveniente trozo de carne, cuando lo quieres?
Si no fuera por lo importante que era la conversación, la reacción de Draco le habría parecido cómica. Sus labios se separaron y sus ojos se abrieron de par en par para darle un aspecto de boquiabierto. Lentamente, alzó una mano y se la pasó por el pelo platino, terminando por rascarse la nuca con ella.
—Dulce Circe, —susurró ella, horrorizada. Él parecía tan incómodo tras su pregunta que ella pensó: Debe de ser verdad.
Se apartó de él e intentó levantarse, pero él la agarró del brazo. Ella miró hacia donde él la sujetaba con el ceño fruncido y, al darse cuenta de su paso en falso, la soltó de inmediato.
—Lo siento. No te vayas. Es que... me has pillado desprevenido.
Con los ojos entrecerrados, se hundió de nuevo en el sofá, pero más lejos, y esperó.
—Merlín, —exhaló—. ¿Es eso lo que de verdad piensas?
—No sé qué pensar. Intimamos, luego te echas atrás.
—Estoy... —forcejeó, deteniéndose bruscamente. Cerró los ojos y enterró la cara entre las manos. Desde allí, sus palabras amortiguadas respondieron—: Va contra mi naturaleza ser franco sobre lo que siento.
—Inténtalo, —suplicó imperiosamente.
Levantando la vista de sus manos, le dijo:
—Yo no hago declaraciones, Hermione, simplemente no es mi forma de ser. —Parecía estar luchando de verdad y Hermione pensó que era una de las cosas más fascinantes que había presenciado nunca: ver a Draco Malfoy intentar desentrañarse lo suficiente como para mostrar una de las emociones humanas más básicas—. Pero no soy el tipo de mago que procedería con una mujer hacia la que no tuviera intenciones honorables.
—Intenciones honorables, —repitió lentamente.
—No he olvidado tu condición, —le recordó—, desde aquella noche en el balcón.
Hermione también recordaba su promesa con asombrosa claridad: Te trataré con el máximo respeto, aunque eso signifique abstenerme de algunas de las actividades maritales más divertidas porque no estás preparada.
Una voz propia, que parecía surgir de lo más profundo de su ser, protestó: ¡Pero entonces era una tonta! No lo quería como lo quiero ahora. Estoy preparada.
Estoy preparada...
¿Desde cuándo estaba preparada?
Tal vez sea hora de enviar una consulta de seguimiento a las hermanas Upadhyaya, decidió. Si es por motivos distintos a romper la bendición del mandala, quizá el sexo no sea tan mala opción, después de todo.
Aunque no se le heló la sangre como antes, se estremeció.
—Me está dando un latigazo emocional pasar de lo que somos ahora, así, a perfectos extraños durante el día. Me parece antinatural y mi cerebro no puede conciliar qué es real.
—¿Qué es lo que quieres que sea una realidad?, —preguntó.
Le dirigió una mirada franca, que denotaba más seguridad de la que realmente sentía, y replicó:
—¿Por qué eres tú el que hace aquí todas las preguntas sin respuesta?
Se inclinó hacia ella para besarla.
—¿Me besas para que me calle?
—Tal vez fue una respuesta.
Hermione volvió a derretirse.
—¿Volvemos a la torre?, —propuso él, con una sutil suavidad en la mirada.
—¿Tenemos que hacerlo?
—Para guardar las apariencias, sí, —se rio por lo bajo.
—Sé que tienes razón, pero sigo considerándolo una tontería. ¿Crees que podemos llegar a un acuerdo?
—¿Cómo sugieres que lo hagamos?
—Bueno, —dijo lentamente mientras elegía cuidadosamente sus palabras—, acordamos no ser una pareja a la vista del público, claro... pero eso no significa que no podamos ser amigos, ¿verdad?
—¿No crees que sería un poco sospechoso?
—Ya no me importa lo que piensen los demás de quién elijo como amigo, —replicó levantando la nariz.
—O más que amigos, —señaló.
Ella titubeó. Aunque no le resultaba difícil imaginarse siendo abiertamente amiga de Draco del mismo modo que lo era de Theo o Daphne, no estaba segura de estar preparada para las consecuencias públicas que inevitablemente se producirían si se corría la voz de que mantenían una relación. Los medios de comunicación estallarían de la noche a la mañana, y no era una exageración. Seguía recibiendo al menos dos solicitudes de entrevistas a la semana, a pesar de las muchas que ya había rechazado; Harry las recibía a diario.
También había que tener en cuenta las posibles repercusiones sociales cuando se divorciaran.
Quizá no tengamos que hacerlo, consideró, pensando de nuevo en escribir a las alquimistas indias.
Paciencia, le reprendió su voz interior. Una cosa cada vez.
—¿Quieres que seamos amigos?, —repitió, con las cejas tan levantadas que casi desaparecían en el nacimiento del pelo.
—Al menos públicamente, —insistió con entusiasmo—. Así no tendríamos que fingir que somos tan fríos el uno con el otro todo el tiempo. Además, no sería tan raro. Soy amiga de Theo y Daphne, ¿sabes? ¿Qué es un Slytherin más?
—Cuidado, o todo Hogwarts va a pensar que estás coleccionando un harén de serpientes, —bromeó—. ¿Quién sigue, Parkinson?
—No, —respondió rotundamente.
—Entonces, ¿qué hay que hacer para ser amigo de la gran Hermione Granger? —Se rio un poco.
—Oh, estoy segura de que puedes averiguarlo, —se burló de él, poniéndose de pie para dirigirse hacia la salida—. Tuvo que haber alguna razón para que te reseleccionaran en Ravenclaw.
—Descarada, —murmuró, con cara de satisfacción.
Dejando atrás su pequeña suite, el dúo ascendió tres tramos más de escaleras antes de detenerse en el rellano de la Torre de Ravenclaw. La aldaba con cabeza de águila los recibió con un nuevo acertijo esta vez:
—Solo me tienes una vez que me has dado.
—Gratitud, —intentó Hermione.
—Puede que no. —El guardián sacudió su cabeza de bronce.
Frunció el ceño. No solía equivocarse en las adivinanzas...
—Respeto, —respondió Draco.
—Una conclusión astuta, —elogió el guardián, abriendo la puerta de par en par para admitirlos.
La sala común estaba casi vacía cuando entraron. Hermione se alegró de ello, porque Draco tenía los labios rojos y ella no podía borrar la sonrisa tonta de su cara. Su secreto, seguramente, estaba escrito en la cara de ambos.
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Nota de la autora:
¿Ya es el capítulo 50? ¿Cómo es posible? En primer lugar, quiero dar las gracias a todos mis lectores, a los que me han felicitado, a los que me han marcado como favorito y a los que han hecho comentarios por aguantar tanto tiempo... sois dignos de elogio y os aprecio más de lo que puedo expresar. Choca esos cinco y toma una galleta, te lo mereces.
En segundo lugar, había un * en este capítulo, que hace referencia al tercer movimiento de la Suite bergamasque, escrita por Claude Debussy.
En tercer lugar, también había algo sobre la creación de ácido sulfúrico a partir de azufre en polvo. Antes de que digas: "Espera, Aspen, usar electrólisis con azufre en polvo no es un método muy práctico para crear cantidades masivas de ácido sulfúrico de consumo", déjame decirte: "¡Lo sé! Pero mola y además hay un agujero argumental semi-serio, así que ten paciencia".
Por último, quiero dar las gracias a mi beta, iwasbotwp, por dedicar tiempo a revisar este capítulo por mí. Esta historia es mejor por tu participación, y me estoy quedando sin imágenes creativas para decirte lo mucho que te aprecio.
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Nota de la traductora:
Además de llegar al capítulo 50, ¡esta vez si que hemos superado las 200.000 palabras!
