Muy buenas tardes Gente linda de toda Arda!

Les traigo un nuevo capítulo para compartir con ustedes! Espero que les guste!

Eileen: Tendrás que esperar varios capítulos para ver lo que tú deseas...¿o no? O tal vez...
Michelle: Por ahora tomé la desición de subir un capítulo por mes, como mínimo, dependiendo el trabajo que tenga en el mundo muggle =P jajaja!

Nos vemos en el próximo capítulo!


Cap 15

Un nuevo camino

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La mañana siguiente Azul fue despertada por Arwen y sus doncellas, mucho antes que el sol saliera del horizonte. Un poco incómoda por el trato preferencial que tenían con ella en ese momento, le ayudaron a desvestirse para entrar al cuarto de baño. Allí, ella les impidió el paso, pues las doncellas también querían limpiarla. Ni bien salió de bañarse, ya tenía en su cama un pantalón de cuero, botas, una camisa de mangas largas y otra de manga corta, un hermoso corset, también de cuero, que se acordonaba a los costados y un abrigo de invierno. Azul miró todas esas prendas y las tocó delicadamente. Arwen la condujo hasta una silla donde las doncellas comenzaron a trenzar su cabello, que ya estaba más largo y más sedoso desde que había llegado. Luego la vistieron cuidadosamente y en silencio. Ninguna de ellas se atrevía a quebrantar esa tranquilidad que todas habían conseguido, tratando de que Azul disfrutara las últimas horas de paz que le quedaban estando en Imladris.
Salieron de la habitación y dos guardias las estaban esperando. Las doncellas se inclinaron ante Arwen y Azul y se fueron. Los guardias las condujeron hasta un gran salón, donde ella nunca había estado. El lugar era enorme, varias mesas había alrededor y junto a ellas, elfos que se inclinaban respetuosamente al pasar delante de ellas. Elrond estaba en la mesa principal; Arwen se sentó a la derecha de su padre y Azul a su izquierda.
-¿Te encuentras bien Azul?-
-¿Eh?... ehhh… sí Arwen. Estoy bien.-
-¿Entonces qué es lo que te apesadumbra?- Intervino Elrond viendo que la mirada de Azul se hallaba perdida en el salón.
-De lo mucho que voy a extrañar este lugar…- Dijo ella en perfecto élfico. Acto seguido suspiró. Padre e hija se miraron y con esas miradas inquirieron una respuesta, a lo que Azul volvió a responderles en la misma lengua. – Sólo lo sé, no me pregunten cómo… en este viaje tal vez pueda obtener todas las respuestas… empezando por cómo sé hablar su idioma.-
Luego del desayuno, Elrond se levantó de su asiento y todos los presentes hicieron silencio.
-Hoy estamos reunidos aquí para despedir a una elegida de los valar. Un ser que aún debe encontrar su camino, y ha elegido el peligro antes que las comodidades y los lujos. A pesar de que su llegada a nuestro mundo ha sido un tanto accidentada, supo ganarse un lugar con su fortaleza. ¡Azul, Luz de Durin, levántate!-
Ella se levantó algo insegura y con el rostro totalmente colorado.
-Así como los valar te han elegido para un fin, deberás tener en cuenta que el camino que te espera será peligroso y arduo. Tal vez más peligroso que el que hiciste para llegar a nuestra morada. ¿Aún así deseas emprender el viaje?-
Ella asintió. Elrond hizo un ademán con la mano y cuatro guardias se acercaron a la mesa. Cada uno tenía en sus manos un paquete envuelto con una hermosa tela de color verde.
-Luz de Durin, para poder llegar a tu destino deberás ser fuerte y luchar. Tus compañeros te han entrenado bien, pero tu momento de demostrar tu valía llegará cuando menos lo esperes. Esto te ayudará a protegerte y pelear como bien nos has demostrado.-
El primer guardia se acercó, le entregó el paquete y lo desenvolvió. Había una hermosa cota de malla que brillaba con las primeras luces del alba, preparada especialmente para el cuerpo de la mujer.
-Pero eso… es muy pesado… yo no….-Elrond le colocó en las manos la cota. Apenas sentía el peso.- ¡Dios! ¿De qué material está hecho? Nunca tuve algo tan liviano en toda mi vida…-
-Lo que tienes en tus manos es una cota de mithril. Un metal muy preciado, ligero y el más resistente de todos los metales nobles que existen en toda la Tierra Media.-
El segundo guardia se acercó con su respectivo paquete.
-El segundo obsequio que tengo para ti es esto.- Elrond descubrió el segundo regalo. Una hermosa espada yacía delante de la joven. La empuñadura estaba recubierta con cuero negro trenzado que le proporcionaba un agarre perfecto. La hoja, finamente trabajada, tenía labrado hojas de hiedra, runas élficas y el símbolo de la casa de Durin.
-"Elen sila lúmenn omentielvo"- Leyó ella en voz alta.
-"Una estrella brilla en la hora de nuestro encuentros"- Tradujo Elrond al idioma común.- Esta espada se llama Calacirya. Su traducción en el idioma común es "Paso de la Luz". No tengas miedo a la oscuridad Azul. Tú tienes luz propia, déjala que salga.-
Azul tomó la vaina, también labrada con maestría, y la guardó.
El tercer obsequio fue un arco hecho a la medida de ella y un carcaj repleto de flechas. "Para que puedas practicar tu puntería" Le había dicho Elrond.
-Nuestro cuarto regalo no tiene que ver con elementos de batalla…- El cuarto guardia se acercó. Elrond descubrió un sobre de cuero.- Aquí dentro encontrarás el mapa que te ayudará a encontrar tu camino hacia Erebor y otra cosa más…-
Azul lo tomó. Al igual que el resto de los demás obsequios, el cuero estaba repujado con ornamentos a la usanza élfica. Dentro de ella encontró un cuaderno con hojas en blanco.-
-Para que registres tu viaje como lo has hecho al llegar aquí. Con ese maravilloso don que tienes para dibujar.-
Ella abrazó a Elrond como si fuera un padre. Él sonrió y respondió al abrazo, a lo que Azul se sintió complacida.
Luego del desayuno, dejaron el gran salón y Azul fue llevada a una habitación para que pudiera colocarse la cota de malla. Arwen miró a las doncellas para que se retiraran y quedaron a solas.
-Yo también quiero darte dos pequeños regalos. El primero es éste.- Sacó de su manga una pequeña daga, más chica que cualquier daga que los soldados conocían.- Esta daga está especialmente hecha para que puedas ocultarla aquí.- Y señaló los pechos de Azul. Ambas se rieron como dos buenas amigas.- Sí, lo sé. Es demasiado sugerente. Pero fíjate en el corset que tiene un bolsillo interno donde puedes ponerlo. Si las cosas se tornan difíciles, siempre tienes una pequeña arma escondida que puede sacarte en más de un apuro.- Y le guiñó el ojo.- Este segundo regalo no te protegerá de nada en especial, pero te hará recordar tu estancia en Imladris.- Y le dio una pequeña botella. Arwen la abrió y el perfume de las flores envolvió a las mujeres.- Si llegas a Erebor, lo más probable que hagan una fiesta en honor a tu llegada como la Luz de Durin… es bueno estar presentable y oler bien.- Y volvió a guiñarle el ojo. Azul la abrazó. -¡Ah! ¡Casi lo olvido! Kili me dio esta carta antes de partir.- Azul guardó la carta en su mochila.

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El caballo que escogió Elrond para la muchacha fue Elen quien ya estaba preparado con una alforja con varias provisiones y listo para montar. Arwen condujo a Azul a la entrada de la ciudad donde su caballo la estaba esperando. Ágilmente subió a éste, acomodó su mochila y tomó las riendas.
A ambos lados sobre el puente de piedra que conectaba el camino con la ciudad de Imladris se habían formado los soldados para mostrar sus respetos.
-Azul, sigue el camino de piedra para salir de Rivendell, y cuando éste desaparezca, sigue al sol. Y cuando caiga la tarde, que éste siempre esté a tus espaldas.- Aconsejó Arwen.
- Que la luz de los valar te guíen en tu búsqueda, Azul, Luz de Durin, la Elegida por los valar, y en especial por Aulë.- Dijo Elrond como despedida.
Azul giró su caballo en dirección al camino. Los guardias levantaron sus lanzas y formaron un arco. Ella se giró hacia los elfos para grabar en su memoria esa imagen. "Dios, ayúdame." Se dijo ella. Volvió a mirar hacia el camino, espoleó a su caballo y éste se lanzó a todo galope por el camino de piedra acompañado por el viento.

Libre. Esa era la palabra que definía el estado de Azul en aquél momento mientras galopaba junto con Elen. El sol ya había salido del todo cuando divisó a la ciudad de Rivendell como una formación borrosa de árboles y techos. La luminosidad daba al ambiente una calidez hogareña y en los árboles ya se podían ver los pequeños brotes y pequeñas hierbas que comenzaban a asomarse: pronto llegaría la primavera.
Cada tanto, Azul consultaba el mapa aunque el camino todavía estaba visible y cuando el bosque terminó para dar lugar a la formación rocosa de las montañas, ella desmontó para ir más lento. Con mucho cuidado guió a su caballo de la mejor manera posible, aunque a veces era el mismo caballo quién hacía las mejores elecciones del camino a seguir. Apenas pararon para almorzar, pues las alturas no eran del agrado de ambos. Allí, Azul abrió las alforjas para ver qué era lo que los elfos le habían puestos de provisiones. Quesos, frutas secas, pan, carne seca, muchas legumbres y una botella de vino era el botín para varias semanas de viaje. Luego de eso, tendría que arreglárselas sola.
Siguió avanzando, día tras día, siempre en ascenso, hasta alcanzar el punto más alto de las montañas. Miró hacia atrás para ver su proeza hecha realidad cuando divisó a lo lejos un hilo de humo. "¿Alguien estará haciendo una fogata?" Se preguntó. Al ver que la humareda estaba demasiado lejos, una puntada y un estremecimiento inundaron su mente. "¿Eso es… Rivendell? ¿Rivendell fue…? ay no… ¡Arwen! ¡Elrond!"
Su cuerpo se tambaleó hasta toparse con una piedra que le sirvió de asiento. ¿Rivendell había caído?. No podía volver si se arrepentía. Tampoco podía ayudar o pedir ayuda, la única opción era seguir adelante y apretar el estómago. Pero aún no tenía fuerzas de ese estilo para hacer frente a ese momento. Una catarata de llantos surcó sus ojos. Llantos por Elrond y Arwen, llantos por Aragorn y todos los elfos y las elfas que los trataron con aprecio durante su estancia y sin poder saber si estaban vivos o… muertos.
Le costó unos minutos retomar la marcha, más pesada y más abrumante con lo que había visto y cuando lo hizo, el sol ya comenzaba a ocultarse. Sabiendo que los orcos no se detendrían, resolvió por seguir la caminata de noche. Allí fue cuando la tecnología de su mundo le sirvió para no tropezarse y/o caer por el abismo. Sacó su linterna cuando la oscuridad era eterna y se cuidó de enfocar siempre al piso, tratando de que la luz no sea vista por ningún otro ser viviente (si es que lo habría). Y entre varios días de subidas y bajadas, en plena madrugada, agotada tanto ella misma como su caballo, dejaron el sendero de las montañas para buscar algún refugio que las últimas rocas de aquella cordillera pudieran ofrecerle.

Luego de varios días de caminata, la compañía había bajado ilesos aquella cordillera. A pesar de que todavía estaban muy cerca de éstas, ya se podía sentir en el ambiente la calidez de la llegada de la primavera.
La primera noche que acamparon en la llanura, hicieron una hermosa fogata, y luego un buen guiso acompañado con su sopa correspondiente hizo que el cuerpo de cada uno de los enanos se fortaleciera. La música hizo el resto.
Ellos se lo habían ganado y ahora se distendían. Pero no Thorin. Vigilando en la puerta de la roca que les servía como refugio, miraba silencioso el paisaje nocturno. La noche estaba iluminada por la luna llena y el cielo estaba totalmente despejado. Algún que otro grillo rompía la monotonía del silencio, pero no era algo molesto para el jefe. La mirada del enano se perdía entre el sendero de las montañas, y cuando se cansaba, miraba el cielo. Allí estaba el hueco en donde debería estar su constelación y pensó en el destino que le deparaba a llegar a su hogar.
-¿Por qué abdicaste abuelo?- Pensó Thorin.-Aún no era tu tiempo de hacerlo… Mahal ¿Estaré haciendo bien las cosas?-
Con su hacha a modo de sostén y una de sus rodillas flexionadas, bajó la cabeza y comenzó a recitar en Khuzdûl una oración pidiendo sabiduría para los tiempos futuros y una señal para saber si la elección que había hecho de dejar con los elfos a la mujer era la acertada. Llegó un punto en que su rezo se pareció más a una súplica y pequeñas gotas de sudor comenzaron a bañarle el rostro.
Nada.
No hubo respuesta alguna.
Sus últimos rezos se tornaron vacíos con el correr de los minutos. Estaba cansado y triste. No entendía por qué su dios había elegido a una humana. ¡Una humana! Si hubiera sido un enano, o enana, lo entendería mejor por la situación que estaba pasando. Pero no, ¿Acaso su dios los estaba dejando a un lado? Thorin sacudió su cabeza como librándose de esos oscuros pensamientos al darse cuenta. Todo lo que hacía Aulë era por algo en especial, aunque él no lo comprendiera a la primera.
-¿Qué traes entre manos, Hechicera, para que Mahal te proteja tanto?-
Volvió a su mente la noche en que la descubrió despierta y comenzó a dibujarlo. Una leve sonrisa se dibujó en sus labios al recordar el cumplido que le había dedicado: "Tu mano tiene la destreza de la mano de un enano con un martillo y cincel al dar forma una roca". –Sólo es una chiquilla, es todo.- Terminó por concluir el enano.
Al despuntar el alba, la compañía siguió rumbo al noreste pero luego de dos días de cabalgata, una tempestad hizo que los enanos no pudieran seguir avanzando. El viento y la lluvia hicieron que el grupo se quedara en la zona montañosa tres días seguidos. Buscando un refugio lo suficientemente alto, pues la lluvia era tal que, de las montañas, comenzó a correr un hilo de agua; al principio fue pequeño, pero al cabo de media hora de tormenta, ese hilo comenzó a crecer en magnitud y ganarse la denominación de "cascada". Bofur pudo observar que en los terrenos más bajos comenzaron a formarse grandes charcos de agua hasta que al fin la zona quedó inundada. Tenían dos opciones: desviarse hacia el sur o esperar unos días más hasta que el agua bajara y atravesarla. Decidieron entre todos esperar dos días en aquel lugar, bien guarecidos por las montañas y con buenas provisiones para varios días.

Unas nubes oscuras tapaban las estrellas y un viento frío proveniente del norte helaron el refugio de Azul. Había suficiente lugar como para que "Elen" también pasara la noche con ella. Habían hecho buenas migas durante el viaje y le daba pena dejarlo solo en la intemperie.
Inspeccionó inexpertamente el refugio y notó que alguien o algo estuvo allí. Con su linterna miró detenidamente el suelo y encontró rastros de madera quemada y algún que otro trozo de comida, ya en descomposición. Intentó buscar huellas, pero no las encontró. El suelo era de piedra.
-Bueno.-Se dijo ella.-Tal vez los enanos estuvieron aquí. Me siento como si fuera Blancanieves, pero al revés. – El caballo relinchó mientras la miraba.
Se acomodó una vez que resolvió que no había peligro alguno. Prendió un pequeño fuego y se hizo la cena cocinando las legumbres que tenía en gran cantidad. Mientras comía, recordó la carta que Arwen le había dado. Mientras se llevaba una porción de legumbres a la boca, leyó el contenido del mensaje:

Querida Azul:

Ante todo queremos disculparnos nuevamente por nuestro comportamiento durante el viaje a Rivendell. A veces se nos olvida que no eres de estas tierras y nuestros pensamientos comienzan con fantasías sin sentido… bueno, ahora con sentido pues te conocemos mejor.
Pero esta carta es para pedirte disculpas otra vez. Ninguno de nosotros estuvo bien al tratarte de "demonio" por enésima vez en tu vida, y más cuando resolvimos hace días tu situación entre nosotros. Eres una mujer contestadora, y cuando vimos que no nos dijiste nada, yo, Kili, sentí que algo pasaba. Fili se sintió tan mal de haberte llamado de esa manera que ahora siente culpa, pero no nos condenes: lo hicimos porque queríamos que nos acompañaras a toda costa a Erebor, nuestro hogar, tal vez el tuyo si no puedes volver. Nosotros te brindaríamos un lugar hasta que puedas manejarte sola. Pero ahora Thorin dice que tú no estás preparada para semejante viaje. Prefirió dejarte con los elfos porque, al parecer, vio el combate, y al ver que no te levantaste, tomó aquella decisión. Por eso nos vamos antes, para no llamar tanto la atención y para dejarte aquí, con ellos. Es por eso esta carta, para decirte que sé que puedes llegar a Erebor por tus propios medios y si Aulë quiere, nos veremos allí.
Sigue el camino hasta que veas un cruce donde el camino se bifurca en tres direcciones: al norte está el puente en el Bosque Verde. Todos los enanos siempre tomamos ese camino por ser el más rápido y el más seguro.
El segundo camino (al sureste) te llevará directo a Dol Guldur. No lo tomes, es una zona peligrosa.
El tercer camino, ya en desuso, se llegan a los bosques de Lórien, más elfos. Salvo por los del Bosque Verde (y hasta por ahí nomás) no confiamos demasiado. Casi nunca no hemos llevado bien entre ambas razas. Está en ti en tomar cualquiera de los dos caminos. Pero te recomiendo que utilices el primero.
Sé que llegarás ilesa. Por algo eres la Luz de Durin, por algo nuestro antecesor te eligió.
Kili.

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Azul sonrió. La disculpa de Kili (e intuyó que también la de Fili) había sido aceptada. Sacó su manta (una abrigada manta de invierno de color verde pálido) y se acomodó lo mejor que pudo entre las rocas. Elen, se acercó a la mujer y se acurrucó al costado de ella.
La mañana siguiente amaneció fría y gris. Con una lagaña en el medio del ojo, salió de la cueva para poder respirar aire puro y el viento que la envolvió le hizo castañetear los dientes.
Entró nuevamente a la cueva, se aseó y preparó un frugal desayuno recordando que debía ganar terreno cuanto antes y así encontrar a la compañía, y probablemente, los que supuestamente atacaron Rivendell cruzarían el paso.
Ya con su caballo ensillado y encima de él, emprendió veloz el viaje. A medida que avanzaba, el cielo se oscurecía más y el humor de Azul empeoraba con el pensamiento que se mojaría de cabeza hasta los pies. Tras tres jornadas completas de cabalgata y dos nocturnas, la lluvia hizo su tan (des) ansiada aparición para la joven. Fría como el agua de la cordillera, la lluvia llegó como una tropa de caballos encabritados dispuestos a frenar su marcha.
Ya empapada, no se dejó vencer y continuó con su búsqueda, siempre siguiendo el ya poco sendero marcado que quedaba.
De repente, Elen se encabritó y casi la tira al piso. Bajó del caballo para tratar de calmar al animal que estaba temblando, ya no por el frío, sino porque había sentido algo que a Azul se le escapaba de las manos. Miró al horizonte, y a pesar de la intensa lluvia, vio una ligera capa de tierra que se levantaba del suelo. Luego sintió un ligero temblor. Temblor que contagió su espina dorsal al confirmar, que no era la única (además de los enanos) que hacía una travesía.
Subió a su caballo y lo instó a que galopara lo más rápido que podía. Debía tomar la mayor distancia posible de los que venían detrás, y por primera vez, dejó el sendero.

-¡Agh! ¡Lluvia de los mil demonios! ¿¡Cuánto más estará así!?- Protestó Bofur enojadísimo. Era el segundo día de espera y el temporal no amainaba. La gran roca en forma de techo que habían encontrado era perfecta para protegerse de la lluvia, pero no contra el frío y la humedad pues estaban a la intemperie.
-¿Por qué la invocas?- Preguntó en broma Fili.-¿Ya no tuvimos demasiado con ese tema?-
-¡Agh! ¡Cierra la boca!- En eso un relámpago cayó a tierra y Bofur se sobresaltó. Fili se echó a reír. Bastó la mirada de Thorin para que Fili dejara las bromas. Él bajó la cabeza y se retiró a un rincón a afilar su hacha.
Balin estaba sentado al lado del fuego. Tenía las manos heladas y las frotaba una contra otra. Kili llegó y se sentó al lado suyo, convidándole un tazón de carne asada para que comiera.
-¿Cómo te encuentras?- Le preguntó el viejo enano.
A Kili le tomó por sorpresa aquella pregunta.
-¿Yo? Bien… ¿Por qué lo dices?-
-He visto que le entregabas algo a la Dama Undómiel. ¿Una carta para ella o para…-
-Sí, era para Azul. Sigo pensando que fue un error no llevarla con nosotros.-
-Pero Thorin piensa todo lo contrario. ¿Acaso no estamos más liberados?-
-¿Tú lo crees así?-
El silencio de Balin fue evidente.
Thorin seguía sin perder la vista en los alrededores. Pero algo le hizo tomar su hacha y aventurarse en la tormenta. Caminó unos cuantos metros, siempre oculto entre las rocas. Con mucho esfuerzo, escuchó a lo lejos el chapoteo de algo que se acercaba a gran velocidad. La lluvia se le calaba entre las ropas y comenzó a tiritar mientras que los vapores que exhalaba lo delataban fácilmente.
A medida que el sonido se acercaba divisó a lo lejos la silueta de un caballo, y montado, a su jinete, pero detrás de él lo perseguían otras siluetas más oscuras. La primera silueta siguió su curso a galope veloz. Tuvo que agacharse por dos motivos: la primera para que no lo descubrieran y la segunda para no ser herido, pues el caballo se dirigió hacia su dirección y saltó ágilmente la roca. Thorin vio que era un hombre de mediana estatura, con su capa totalmente empapada. No pudo verle la cara, pues tenía la capucha puesta pegada al rostro por el agua que le chorreaba. Llevaba en su espalda un carcaj y un arco, y en la cintura, vio la hermosa empuñadura de una espada. En el salto, una de sus alforjas se le cayó a unos metros de la posición del enano. Thorin no tuvo tiempo de ir a buscarlo pues lo que sintió fue una horda de huargos y orcos sobre su cabeza, que trataban de darle caza al hombre. Tres fueron los que saltaron la roca y se perdían en el horizonte, pero uno de ellos, el cuarto, su huargo se resbaló y cayó de tal modo que se rompió el cuello. El orco se levantó algo aturdido y al ver que no podía seguir a su grupo, inspeccionó la alforja que encontró a escasos metros, sin percatarse de la presencia del enano.

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Thorin no necesitó pensar demasiado su próximo movimiento. Sin darle tiempo a que su enemigo reaccionara, el enano rebanó la cabeza del orco. La mano, ya inanimada, del ser dejó caer el bolso del forastero que acababa de pasar y un escalofrío cruzó la columna de Thorin al reconocer aquella tela extraña y la manera en que se abría. Tomó el bolso y salió corriendo hacia donde se encontraba el grupo.
-¡Todos arriba! ¡Tomen sus armas y síganme! ¡No hay mucho tiempo!- Bramó Thorin dando un puntapié a un dormido Balin.

La lluvia mojaba sus ojos, lo que hacía perder visión. Se dejaba llevar por el instinto de su compañera mientras las dos escapaban a galope. El suelo, ya comenzaba a resbalar y Azul temía que su caballo trastabillara. Una gran roca estaba enfrente de ellas impidiéndole el paso por lo que la mujer agitó las riendas y Elen entendió el significado. La velocidad aumentó y la destreza del animal hizo lo suyo. Cuando tocaron tierra, Azul notó que su mochila ya no estaba. Maldijo para sus adentros su descuido y echó de menos el cuaderno labrado por Elrond. Apretando los dientes, siguió adelante con su alocado escape. Cada tanto, tenía que esquivar alguna que otra flecha pero ya su caballo se estaba cansando en comparación de los huargos que comenzaban a acorta distancias. En eso, Elen tropezó con el fango que la lluvia había hecho y ambas cayeron al suelo. Algo aturdida por el golpe, Elen se levantó primero asustada, allí quedó tirada la muchacha en el lodo, mientras que los huargos estaban casi por llegar. A duras penas pudo levantarse y enfocar su vista al enemigo.
Los grandes guerreros enanos dicen en su tierra que con el correr de los años uno comienza a desarrollar un sexto sentido para el peligro. Algunos lo traen innato, esos son los que tienen los más altos renombres en el reino, pero en el caso de Azul debía despertarlo a la fuerza. Sintió un hormigueo en su espalda, o tal vez un latigazo. No pudo definirlo bien sino hasta después de la batalla. El orco venía montado en el huargo a gran velocidad. En su mano, espada orca en mano, intentó hacerle un tajo en su cuerpo, a lo que ella pudo esquivar. Mientras que el orco daba la vuelta para volver a la carga, el segundo orco intentó hacer lo mismo. Azul, ya más centrada en su mirada, se defendió tirando barro a los ojos de las bestias dejándolos fuera de combate por algunos minutos, pero dando hachazos para todos lados. Allí, creyendo que podría respirar un poco, bajó la guardia. Pero lo que sintió fue un dolor agudo en el costado de la cintura y su cuerpo se separaba del piso. Sus ojos vieron que el mundo daba vueltas hasta sólo vio tierra. Había sido empujada con tal fuerza que su cerebro estaba totalmente mareado. Lo siguiente que vio fueron los orcos acercándose a ella y hablando en su propia lengua, a lo que ella no pudo traducir.
-No de vuelta.- Se dijo ella. Y tomando valor, se incorporó. Los orcos rieron al ver tamaña osadía pero su risa se disipó al ver la acción de la joven. Calacyria los enfrentaría abiertamente por primera vez en su historia.