Hola a todos hermosa gente de toda la Tierra Media!
El último capítulo de la temporada! Espero que les guste! Volveré en febrero del año que viene pues me voy de vacaciones un mes de mochilera, así que estaré pensando en otras cosas!
Dato a tener en cuenta: relean el prólogo de la historia. ;) Por ahí aclara un par de dudas que tengan sobre los personajes =)
Esta vez no les doy música... lo que pasa en este capítulo se merece que ustedes mismo busquen el acompañamiento que deseen...
Felíz Navidad y felíz año para todos ustedes!
Los quiero!
Lynlia
Muerte
Estaba sola.
El jefe de la guardia hizo sonar la alarma y se embarcó en perseguir al anciano enano que, dándole la última mirada de esperanza hacia la mujer, escapó. Ni bien el jefe pasó por la celda de Azul, tomó las llaves y abrió la celda. Ella retrocedió. Todavía no podía sacarse el miedo que ese lugar le imponía. El orco sacó su cimitarra, la tomó por el cuello mientras la levantaba a unos cuantos centímetros del suelo y el acero rozó su pelvis.
-Escúchame bien perra, dime dónde se fue esa escoria-
Azul no podía hablar, sólo balbuceaba y si seguía de ese modo, en cuestión de segundos sería carne de carroña.
Al ver que no podía pronunciar palabra, el orco cambió de posición. La dejo caer al piso como un saco de papas. Una bocanada de aire le bastó a la chica para volver a la conciencia, pero los brazos del orco ahora tomaban sus ropas. Un estremecimiento prevaleció en el cuerpo de Azul que el orco pudo notar.
-Vaya vaya… ¿Qué tenemos aquí?- Dijo el jefe tocando el pecho de la muchacha extremadamente duro.- ¿Acaso no quieres que vea algo?-
El temor se hizo evidente en Azul, que negó con la cabeza. El orco, levantó sus ropas. Ella puso resistencia pero el brillo de la cota de mithril no podía disimularse con nada y fue el destino que el orco no se haya fijado más en sus ropas. Azul gimió cuando la mano del orco tocó toda la parte superior de su cuerpo, deleitándose doblemente con aquel preciado tesoro de mithril y con las curvas de la mujer.
-Podría jugar contigo antes de entregarte. Sólo tengo tener cuidado en… no penetrarte.-
El llanto no se hizo esperar. Las manos de Azul hicieron mil y un intentos desesperados para alejarlo de sí. El orco se aferró más al cuerpo de la pobre infeliz, que se retorcía cada vez más, y a medida que ella desesperaba, él se excitaba. Las manos del orco también hacían de las suyas con el cuerpo de la mujer, que no se cansaba de poner freno a sus deseos. Y por un momento, le siguió el juego. Dejó que las manos delicadas de la mujer pararan las suyas cuando enfilaba para su pelvis y así, creyendo que ella podía controlarlo, haría más grande la diversión.
Azul, profirió un grito agudo cuando el orco intentó por tercera vez llegar a aquella zona. Esto no gustó para nada al orco, que rápidamente sacó toda su fuerza brutal en un revés hacia el rostro de la joven, dejándola tendida en el suelo. Ella intentó levantarse, pero el dolor de cabeza y el fuerte mareo que le acarreó, le impidieron hacerlo. Estaba a merced de aquel ser repugnante…
El jefe de la guardia ya estaba casi encima suyo para hacer lo que él quisiere, cuando un orco con una armadura de huesos y varios soldados aparecieron. Éste, al ver tamaña escena, desenvainó su arma y se lanzó de lleno al jefe de la guardia dejándolo entre la espada y la pared.
-¿Así cuidas los juguetes de Hassar? ¿O acaso quieres que él juegue contigo?-
Azul miraba todo totalmente atónita y sin pronunciar palabra.
-¡Ustedes dos!- Dijo el orco de armadura a sus soldados.- ¡Llévensela y cúrenle las heridas del rostro! ¡Debe estar en buenas condiciones para esta noche!...-
-¿Esta noche?- Susurró la muchacha mientras se la llevaban, sin oponer resistencia, a las rastras.
-…En cuanto a ti, maldito gusano- Siguió hablando aquel orco al jefe de la guardia.-… te haré fornicar con toda la tropa. Para que aprendas a no tocar las cosas que no son tuyas.- Y allí el golpe que le dio al orco lo dejó en el suelo.-
En su estado de semiinconsciencia, Azul pudo percibir que ese orco era muy parecido a Hassar, tan alto como él, pálido, pero menos robusto y tal vez, más temerario, pues el orco al que había golpeado cayó al suelo pidiendo clemencia. El enigmático orco no tuvo piedad y sus soldados lo llevaron a la fuerza. Allí, sus ojos se cerraron durante varias horas…
Su resistencia había disminuido considerablemente con el encierro, pero aún podía batallar decentemente. Le costaba muchísimo ascender, pues en los niveles superiores se había dado la voz de alarma y todos los orcos estaban a disposición del llamado.
Con el arma que había robado, se abrió paso entre las pasarelas con una destreza temeraria. Varios orcos se interpusieron en el camino para cortarle la retirada, y otros más llegaron por detrás. No tenía salida.
Observó el vacío al lado de la baranda de la escalera y con el correr de los segundo fue haciéndose más fuerte el deseo de saltar. Si debía morir, no lo iba a ser producto de esos engendros de Melkor. Así que no lo pensó más y saltó.
Su estómago y pulmones se contrajeron por la presión, el aire se volvió más denso a medida que descendía ¡No podía respirar! Sólo los orcos que lo habían acorralado gritaron de furia pero los que estaban en los niveles inferiores no se mosqueaban, ya que estaban acostumbrados que de vez en cuando, algún orco o prisionero cayera al vacío producto de alguna disputa.
Sólo las desiguales paredes de piedra fueron las que amortiguó la caída del pobre enano golpeándose el torso y la cabeza con alguna piedra grande que sobresalía de esas paredes y con algunas maderas mal puestas en los puentes.
La caída le pareció eterna, pero fue sólo unos dos o tres minutos. El último golpe que recibió lo dejó inconsciente antes de tocar el suelo, dejándolo sepultado entre las rocas y las maderas. Allí quedó, a duras penas con vida, con graves heridas de muerte, sin saber cuánto tiempo más podría resistir pero con una férrea convicción de salir del lugar.
Thorin descubrió muy pronto que los niveles inferiores estaban extrañamente vacíos. Vio a varios grupos de orcos reunirse en un punto común y luego marcharse; a dónde, él no lo sabía.
Mientras emprendía tamaña y alocada expedición totalmente solo, no podía sacarse de la cabeza el haber dejado solo a sus compañeros. Pero esa voz le daba confianza, no sabía por qué, pero aquella calidez que emanaba esas palabras lo habían convencido casi de manera automática. Hasta sentía que su cuerpo de vez en cuando actuaba solo, como si hubiera una energía especial que lo obligara a tomar tal o cuál camino.
Luego de veinte minutos de andar de aquí para allá sin saber a dónde ir (pero siempre descendiendo) llegó a un montículo de piedras que le cerraban el paso. Le pareció extraño ver algo así e inspeccionó más de cerca. Encontró gotas de sangre secas que iban en la dirección donde él había venido y se perdían a lo lejos. Una sensación eléctrica cruzó su espina dorsal que le hizo mirar a sus espaldas.
Apenas tuvo tiempo de esquivar la daga. Su oponente era viejo, andrajoso y estaba herido, pero a pesar de ello, tenía una vigorosidad que Thorin se sentía tremendamente abrumado. Era un enano quién se enfrentaba a él, pero no entendía por qué lo atacaba.
Las estocadas fueron cada vez más rápidas y todo pensamiento se abocó a esquivarlas. No podía matarlo, no a alguien de su raza.
-¡Detente!-
-¡Muérete escoria! ¡No darás la alarma nuevamente!-
Allí cayó en la cuenta que tenía su disfraz de orco.
-¡Espera! ¡Soy como tú! ¡Un enano!-
-¡¿Y crees que me creeré ese cuento?! ¡Y si lo fueras, estarías sirviendo a los orcos!-
Esta vez, el viejo enano se abalanzó con el cuerpo para tratar de clavarle la daga y matarlo. Thorin, que no tenía intenciones de hacer tal cosa, se defendió y ambos cayeron al suelo forcejeando. Allí, el joven enano pudo ver algunas facciones en el rostro de su semejante que no pudo notar. Si no fuera por lo sucio y la penumbra del lugar hubiera pensado…
-Thrór...- Al final su pensamiento fue dicho en voz alta.
-¡Ja! ¿Quieres decirme algo que yo no sepa?- Al ver que por ese instante había bajado la guardia, pe propinó un buen golpe en el maxilar. Luego, intentó clavarle la daga, que fue retenida a tiempo por las manos de Thorin.
-¡Tú! ¡Rey de la Ciudad de Erebor! ¡Mi rey!-
-¡Yo ya no soy rey! ¡Soy como cualquier enano!-
-¡No para mí…! ¡Abuelo!-
El efecto de esas palabras tuvo el efecto contrario en el viejo rey que se encolerizó más y atacó con el doble de fuerza.
-¡Cuida tus palabras orco! ¡Pedazo de escoria muérete!-
Al ver que no entraba en razones volvió a llamarlo de la misma manera, pero en su idioma natal.
-¡Abuelo, soy yo! ¡Thorin!-
El anciano, aflojó la tensión y se echó para atrás, algo temeroso, pensando que todo esto era alguna clase de hechicería.
-Tú… no… tú no eres…-
-Aún tienes fuerza, me ha dolido el golpe…-
-¡No! ¡Tú no puedes ser él!-
-Sólo tengo ropas de orcos a modo de disfraz… mira- Y lentamente, se sacó el casco que le ocultaba sus rasgos enanos.- Aún no puedo creer que te haya encontrado aquí…-
El semblante de furia de Thrór pasó a confusión. Más temeroso, pero con algo de valentía, se acercó para tocarle el rostro. No lo creería si no lo tocaba. Extendió su mano derecha y acarició sus cabellos y luego sus mejillas para pasar a sus hombros.
-Thorin… mi muchacho… mi nieto… ¡eres tú! ¡Gracias Mahal! ¡Dios bendito! ¡Gracias por darme esta última vista!- Y sin importarle nada, lo abrazó. – ¿Por qué estás vestido de orco? ¡Casi te mato!-
-¿Tú qué haces aquí?- Un ruido alertó al joven enano y tomó a Thrór de las ropas, empujándolo hacia un hueco oscuro que se encontraba cerca. Thorin, en cambio, insinuó que trabajaba arreglando algunas maderas para reparar la pasarela, pero pasaba desapercibido por sus ropas. Un grupo de orcos pasó delante del hueco, luego vieron a Thorin y ni se mosquearon en preguntarle algo. Continuaron su recorrido.
-Ahora puedes salir.-
Thrór salió de su escondite.
-¿Qué haces aquí hijo?-
-Busco a uno de mis compañeros-
-¿Tú solo? ¡Venir aquí es un suicidio! ¡Vete!- Thrór lo empujó pero se dio cuenta de que el torso de su nieto estaba inusualmente duro. Hurgó en sus ropas y descubrió su cota de mithril.-Mi vieja amiga… al parecer te queda perfecta.-
Thorin sonrió
-¿Dónde quedan los calabozos? Debo encontrarla urgentemente.-
-¿Encontrarla?- Dijo el anciano enfatizando la última sílaba de la palabra.
-Sí, es una mujer. Larga historia de explicar, pero tengo que sacarla de aquí.-
-En los calabozos hay muchas mujeres. Y muchas de ellas…-Thrór calló.
-¿Qué? ¿Qué es lo que pasa?-
El anciano suspiró.
-Todas son mancilladas por los orcos. Mujeres de cualquier raza: elfas, humanas, hobbits… y enanas. Todas ellas terminan tarde o temprano muriendo por la brutalidad de esas bestias, o se quitan la vida, o mueren en el parto…- Thorin sintió repulsión por lo que acababa de conocer.-… pero las criaturas que nacen también mueren a las pocas horas de haber nacido. No te sorprendas si el lugar huele a sangre y muerte. Los cadáveres son apilados para luego ser el alimento de los huargos….-
Un grito proveniente de los pisos superiores cortó en seco la conversación.
-¡Escuchen todos lacras inmundas! ¡Hassar los quiere a todos en el anfiteatro ahora! ¡Hoy habrá ritual de último momento!- Gritó un orco, y cuya voz fue amplificada por el vacío de la caverna.
El viejo rey palideció más de lo que estaba y sus fuerzas comenzaron a irse. Se tambaleó y cayó al piso.
-Esa muchacha… yo tenía razón…-
-¡Vamos! ¡Tú estás hecho más fuerte que el mithril!-
-Thorin, ayúdame.-
-¿Qué?-
-He empeñado mi palabra en salvar a esa pobre muchacha que será llevada ante Hassar.-
-¿Por qué rayos has hecho eso?-
-Porque sabía que iba a morir aquí. Y si eso pasara, quería hacerlo por alguien que me recuerde, o por lo menos intentarlo. Tal vez, con ayuda de Mahal, ella pueda saber algo de tu
compañera…-
Un pensamiento fugaz cruzó en la mente de Thorin, pero lo desechó inmediatamente. Aún así no dijo nada. Al ver a su abuelo, firme en su decisión, asintió con la cabeza. Llevó Thrór a un lugar oscuro y seguro para curarle las heridas como podía y buscó a un despistado orco para matarlo y tomar sus ropas. Una vez hecho, Thrór, fue el guía para llegar al anfiteatro.
Una flecha rozó el brazo izquierdo de Bofur. Éste lanzó un rugido de dolor y se apretó con fuerza la zona afectada. Levantó la vista y la horda de orcos se le venía encima, pero no se dirigían a él. Dos siluetas, una protegiendo a otra esperaban el inminente ataque.
Instintivamente Bofur se interpuso entre ellas.
-¡Corran!-
Bofur se despertó de aquel sueño. Esto de tener sueños de ese tipo no le gustaba en nada. Cuando abrió los ojos, miró hacia su alrededor para buscar a Fili, pero lo vio dormido.
Enojado, se incorporó y lo pateó para despertarlo.
-¿Así haces guardia? ¡Estamos en medio de la boca del lobo y tú duermes!- Dijo él conteniéndose por miedo a levantar demasiado la voz.
Fili se tomó el estómago por el dolor.
-¿Qué dices? ¡Mi turno ha terminado! ¡Thorin! ¡Dile que tú…! ¿Thorin?-
Ninguno de los dos pudo ver a su jefe y la incertidumbre se apoderó de ellos. Todos fueron despertados en cuestión de segundos. Ni bien estuvieron listos para traspasar la puerta, una fuerza invisible les impidió avanzar y en sus oídos alguien comenzó a susurrarles:
-Ustedes deben irse de aquí. Thorin estará bajo mi cuidado. Nada le pasará. Erebor estará en llamas si no llegan a tiempo…-
La reacción de los enanos al escuchar semejantes palabras fue de temor.
-¡¿Quién eres?! ¡Muéstrate cobarde!- Sentenció Balin dispuesto a enfrentársele.
-Balin, hijo de Fundin, mira la puerta y verás quién soy.-
Balin se sobresaltó que ese ser supiera el nombre de su padre y por temor obedeció. En la puerta de madera un punto de luz apareció. Este punto comenzó a moverse y se subdividió en muchísimas partes dibujando algo. Cuando esa luz se extinguió, los enanos vieron la "Corona de Durin".
Inmediatamente todos se inclinaron.
-Deben irse…-Les susurró la voz.
-¿Cómo? Estamos a merced de los orcos y cualquier paso en falso sería una muerte segura. Y tampoco nos iremos sin Thorin y Azul.- Replicó Kili.
-De eso yo me encargaré, dense prisa. Una luz los guiará…-
Y ni bien esa voz dejó de hablarles, la luz prometida apareció.
Despertó en una celda, pero ésta no estaba en los calabozos. Frente a ella se veía la gran plataforma donde varios orcos iban y venía acomodando algunas cosas que Azul no podía visualizar correctamente. Levantó la vista y vio las gradas, donde los orcos, a modo de espectadores, vitoreaban para que de una vez por todas comience el "espectáculo". Y enfrente de ella, un asiento hecho de piedra con incrustaciones de huesos y cráneos, le indicaban a la muchacha que Hassar se sentaría allí. Sogas y algunas estructuras de maderas estaban por los alrededores. Al parecer, pensó Azul, el lugar estaba en plena construcción.
Azul respiró hondo y se dejó caer. Lloró amargamente anticipando su fin. ¿Dónde estaban sus compañeros? ¿Dónde estaba aquél enano que le brindó su ayuda? La desesperación hizo de las suyas en su mente y se convenció a sí misma que todo esto era culpa de ellos. Y odió a Thorin con todas sus fuerzas.
Pasó una hora desde que ese estado de locura se apoderó de la mujer. Los orcos gritaban con más fuerza para que todo comenzara. Algunos de ellos, comenzaban a pelearse y se mataban entre sí. Y Azul vio como algunos cuerpos caían de las gradas.
Mientras todo este alboroto seguía en aumento, el sonido potente de un cuerno hizo que todos los orcos pararan en seco. Hassar se hacía presente ante ellos.
El jefe levantó sus manos para recibir los elogios y los gritos de sus súbditos. Caminó por todo el estadio para que todos lo vean y hacerles recordar quién mandaba. Luego, se sentó en el asiento de piedra y no pronunció palabra alguna.
Un orco se acercó a él y se inclinó para mostrar sus respetos. Luego, a viva voz habló para el público.
-¡Oh, gran comandante Hassar! Como siempre, luego de cada expedición venimos a traerte nuestro humilde tributo. He aquí que te ofrecemos una mujer humana que puede servirte como tú desees. ¿Aceptas nuestro ofrecimiento?-
Hassar asintió con una sonrisa.
El orco giró sobre sus talones y enfiló directamente hacia la celda. Azul comenzó a respirar rápido y a sollozar. El oído agudo de Hassar pudo captar el estado de la mujer y comenzó a relamerse.
Ya había recorrido la mitad del camino, cuando otro orco lo interceptó. Hassar frunció el ceño furioso por aquella intromisión. Ambos orcos intercambiaron rápidas palabras y el grito de furia del jefe los interrumpió.
-¡Mi señor! ¡Le aseguro que esta interrupción vale la pena! Mi compañero me ha dicho que hace algunas horas, una nueva prisionera ha llegado aquí. Y te aseguro que es de tu agrado. Las dos mujeres que te ofrecemos son puras. Por favor, permíteme que también te honre con esta mujer elfa…-
-¿Mujer elfa?- Se dijo Azul. Y de a poco, se fue acercando hacia los barrotes.
El orco que había llegado salió corriendo a buscar a la nueva infeliz. Volvió con dos orcos más y la elfa atada de manos con una capucha en la cabeza. Sus ropas estaban raídas por la larga caminata y sus pies estaban llenos de ampollas.
Uno de los orcos sacó un cuchillo y comenzó a cortar la bolsa.
Azul la conocía.
Era Arwen.
La hermosa doncella de Rivendell yacía delante de ella y no podía hacer nada. Ambas se miraron. Ni bien cortaron las sogas de sus manos, Arwen corrió hacia Azul.
-¡No… no tú!- Dijo Azul en élfico
-Mi destino está escrito Azul… yo moriré aquí. Pero tú tienes una oportunidad de cambiar esto…- Dijo Arwen entre lágrimas.
-¿Elrond está…?-
-No… ellos creen que sí, pero mi padre es de madera dura… ¡Búscalo!-
-Arwen…-
Ambas mujeres se tomaron de las manos y la frente de una tocó la frente de la otra. Hassar, de lejos, reía. Se levantó, y él mismo se dirigió a separar a las dos amigas. Los orcos restantes se retiraron del estadio y el público presente comenzó a gritar de júbilo.
- No quiero… no quiero esto…-
-Debes ser fuerte… como yo tengo que serlo ahora.-
Azul comenzó a mover los barrotes con la esperanza de aflojarlos. Pero nada pudo hacer.
-Siempre estaré mirándote más allá de las estrellas…-
-¿Terminaron de hablar?- Dijo Hassar detrás de Arwen. Tomó sus largos cabellos y la arrastró hacia el centro del estadio.
-¡Maldito!- Gritó a viva voz Azul sin importarle nada. El odio que sentía por Thorin pasó instantáneamente a Hassar. Y tampoco cuidó su lenguaje al espetarle el peor insulto que conocía de su mundo. Al escuchar esto, Hassar automáticamente se dio vuelta para mirarla. Nunca ninguna prisionera se había atrevido a decirle una cosa como esa. Esto, el público lo notó haciendo un silencio de muerte. El jefe orco, soltó a Arwen y se encaminó hacia la celda. Azul retrocedió unos metros.
-Te recuerdo…-Dijo él mirándola con más detenimiento.- Tú te refugiaste en el poblado de ésta.- Y señaló a la elfa.- Todo vuelve a mí tarde o temprano… nada se me escapa. Conmigo irás al cielo antes de irte al infierno por el goce que tendrás.-
-No si antes te mato primero.-
Hassar se rió.
-Veremos qué tal te sientes para luchar luego de ver a tu amiga morir.-
Arwen ya estaba levantada y sus ojos buscaban algo para intentar hacerle frente. Un trozo de madera encontró cerca del estadio, lo tomó y corrió para golpearlo. La madera se hizo trizas en la espalda del orco. Éste se dio vuelta y tomó a Arwen por el cuello. Azul reaccionó tarde ante este ataque, pues cuando se acercó a los barrotes para intentar retenerlo, Hassar ya estaba fuera de su alcance.
-A ti también te mandaré al infierno… pero antes de eso jugaré un rato contigo.-
Hassar, absorto en saborear con los ojos el cuerpo de la elfa, no se dio cuenta de que algo pasaba en pasillo donde minutos antes los orcos habían traído a la prisionera. Un orco salió de ella con un arco y flecha. Apuntó y disparó. La flecha traspasó el brazo de Hassar y Arwen cayó al piso.
-¡Agh! ¡ Traidor!-
El orco subió al estadio y se acercó a la elfa.
-¡Arwen! ¿Te encuentras bien?-
Ella sonrió al ver a esa persona: Aragorn, disfrazado de orco, se encontraba allí. Una luz de esperanza renació en el corazón de Azul al ver a la pareja.
En la esquina contraria, en la zona más alejada de la celda, Thorin y Thrór estaban escondidos, pero ninguno pudo ver quién era la mujer que se encontraba atrapada. Reconocieron a Arwen y se lamentaron de que haya caído en esas circunstancias. Mientras deliberaban si podían hacer algo por ella, Aragorn ya se había hecho presente. Hassar, al verlo, volvió a reír y dejó que el mocoso la defendiera.
Thorin escuchó una conversación de dos orcos que pasaban por allí.
-¡Idiota! ¿Cree que podrá contra él?-
-El jefe está disfrutando mucho de esto, ¿no crees?-
-Sí, está de buen humor. La última vez que estuvimos aquí, todo duró cinco minutos. Hassar estaba irritadísimo. Desde entonces, nadie se animó a llevarle algo decente.-
Luego, lo orcos se alejaron.
Thrór vio como Aragorn defendía a la elfa de los duros ataques. Hassar se divertía cada vez más y dejaba que el joven humano tomara la delantera, para luego avanzar estratégicamente. Las fuerzas de Aragorn estaban al borde del colapso. Arwen había quedado relegada a un costado, Hassar empuñaba su cimitarra a diestra y siniestra sin descanso. En una de esas embestidas, Aragorn no pudo aguantar más y cayó arrodillado, con su espada a modo de defensa mientras el arma de Hassar hacía presión sobre ésta intentando partirla y llegar a su objetivo.
Azul se sentía como un perro enjaulado al ver toda aquella escena. Miró hacia su alrededor para ver qué podía servirle y encontró varias piedras, algunas de gran tamaño, otras no tanto. Eligió varias y desde su posición comenzó a tirarle apuntando a la cabeza del orco. La gran mayoría no impactó, pero bastó una para atraer su atención y liberar a Aragorn de esa carga. Éste aprovechó la distracción para intentar clavarle su espada, pero los reflejos de Hassar fueron más que los suyo y repelió el ataque. Tomó a Aragorn por sus ropas y lo tiró lejos chocando con varios andamios de maderas cubriéndolo por completo cuando éste colapsó.
-¿En dónde estábamos?- Dijo Hassar volviéndose hacia Arwen.
Ella corrió en dirección a Aragorn, Hassar la dejó, pero se fue acercando lentamente.
-¡Estel! ¡Estel!- Lo llamó Arwen mientras se hacía paso por las maderas.
Aragorn pareció reconocer el llamado de su amada y lentamente se incorporó. Hassar bufó y lanzó su cimitarra, directo al pecho del joven….
Thorin y su abuelo tuvieron que contener el grito de furia, sólo Azul pudo descargar toda su tristeza de ese modo que se escuchó en todo el anfiteatro.
La cimitarra había dado con su objetivo, el pecho de Aragorn, pero con la desgracia de que Arwen también se había puesto en su camino para proteger al ser que más amaba.
Así fue como Arwen, Estrella de la Tarde y Aragorn, hijo de Arathorn, dejaron este mundo protegiéndose mutuamente y sin mancha alguna.
