¡Hola a todos Hermosa Gente de la Tierra Media!
Antes que nada, ¡Felíz Navidad y Año nuevo! Thorin, Fili, Kili, Bofur, Azul y Balin les mandan un cordial saludo en estas hermosas festividades.
Gracias a todos por seguir mi historia y esperar mes a mes cómo continua. Gracias a la hermosa gente de España, México, Argentina (mi tierra natal), Venezuela, Andorra, Francia, Brasil, China, Bélgica, Rusia, Nueva Zelanda, Panamá, Perú y si me olvido de algún país mil perdones! ¡Gracias!
Bienvenida por ser parte de esto. Siéntete a gusto!
Linnetask: No te malacostumbres! No soy de poner dos capítulos en el mismo mes, a menos que sea necesario o la historia así lo requiera. Y haces bien en temer el desenlace... ¿o no? Si quieres podemos seguir la charla por privado =)
Iriaherreras: Es cierto, Dís y Diesa tratarán de que Azul se comporte como una "Dama" en términos enanos obviamente. Y eso traerá un choque de culturas.
Guest: Creo que Thorin, además de ser un buen guerrero, es algo ingenuo a la hora del amor...lee y después cuéntame. (Thorin es míooooooo! =P )
Ya casi se cumplen dos años desde que comencé esta historia, con algunos altibajos, pero son ustedes los que me dan ánimos para continuarla.
Debo adelantarles que comienza el principio del fin. Todavía queda mucho por contar, pero todo tiene tener un desenlace digno ;)
¡Otra cosa! Este mes me iré aproximadamente un mes de vacaciones (tal vez más, tal vez menos), y como lo hice el año pasado, digamos que la primera segunda temporada de la historia, termina con este nuevo capítulo. ¡Aprovechenlo!
Nos leemos a partir de Marzo.
Los quiero
Lynlia ^_^
Pd: Les dejo dos canciones contrapuestas. Disfrutenlo =)
Sueño premonitorio
watch?v=HlswXvTEZt8
-¡No tocarás esa carreta escoria!- Gritó Thorin.
El jefe orco rugió al ver que su plan tenía un escollo. Sacó su larga espada y saboreó el momento.
El primero en atacar fue el enano. Con gran destreza lanzó una estocada casi certera, a no ser por la rapidez con la que el orco se defendió. Las espadas ejercieron presión una con otra hasta que el orco movió su brazo en forma de círculo para intentar romper aquella defensa y bajar el arma de su contrincante. El enano, por su parte, quedó con su pecho descubierto. Vio cómo su enemigo lanzaba una estocada hacia su punto débil quedando rasgado su chaleco de cuero. Si no se hubiera movido, ya estaría reunido con sus ancestros.
Enfurecido por su propio descuido, atacó sin miramientos haciendo caso omiso al consejo que alguna vez le había dado a su sobrino. El orco, viendo los sentimientos que había despertado en el enano, sonrió y de sus ropas (si se puede llamarlo de alguna manera), sacó una daga corta.
Ahora Thorin sí que estaba en un aprieto. Dwalin estaba subido a la carreta, sus soldados estaban peleando valientemente y ningún orco se entrometía.
-¡Ven!- Gritó el orco- ¡Ven y enfrenta a tu verdugo!-
Esta vez fue Thorin el que rió. Su contestación hacia él fue una embestida del mango de su espada a su estómago, sacándole el aire por algunos instantes. El orco apenas pudo resistir el ataque inclinando su cuerpo hasta que sus rodillas hicieron contacto con el suelo. La daga abandonó su mano, pero no su espada.
Thorin se aventuró a dar el golpe final cuando sintió la mano del orco que le tomaba de los pies y los traía hacia sí. El enano cayó de espaldas al suelo. Su espada quedó lejos de su mano.
El orco rápidamente se abalanzó hacia el cuerpo del enano quedando a merced de éste. Levantó su espada y con las dos manos abrazando a la empuñadura, atacó.
"Ok, estoy en un lío tremendo" pensó Azul cuando se acercaba a la zona de batalla a galope tendido "¿Dónde estará Thorin?". El caballo que montaba relinchó cuando hizo contacto con las filas enemigas y los orcos sintieron terror de ese caballo tan bravío que se interponía entre ellos. A casusa de ello, le dejaron un paso abierto. Muy pocos orcos le hicieron frente y fueron aplastados por los cascos del animal. Los enanos, en cambio, sintieron sus corazones confortados cuando ellos pasaron brindando una nueva oleada de coraje y fuerza.
Azul cayó en la cuenta de que jamás había estado en esa situación. Las situaciones a las que estaba acostumbrada eran de escapar del peligro, pero nunca al revés.
La muchacha tenía serios problemas en controlar al caballo. Dentro de la vorágine de la batalla, donde flechas zumbaban en sus oídos, los gritos, las sangres de diferentes colores y el choque de espadas estaban por doquier, la bestia elegía el camino a seguir y lo hacía mejor que ella, como si supiera hacia dónde ir.
Mientras ambos galopaban, un huargo con su jinete la alcanzó y el orco saltó a su montura con la espada desenfundada.
En esa posición incómoda tuvo Azul que luchar. La espada seguía su curso hacia su cabeza y lo que ella atinó hacer fue parar el ataque tomando la hoja de la espada con la palma de sus manos. A esto, el caballo frenó de golpe haciendo que ambos se inclinaran hacia adelante. La espada salió volando.
Aprovechando la frenada, Azul dio un cabezazo hacia atrás para despegarse del orco y recién pudo darse vuelta y estar cara a cara con su enemigo. A todo esto, el caballo volvió a la carga.
Frente a frente, la mujer vislumbró que el orco llevaba un pequeño arco en su espalda y lo deseó. El orco, por su parte, comenzó a lanzar golpes a su cara que ella esquivaba sin dificultad. En la lucha, Azul vio el carcaj con sus respectivas flechas que asomaban en la espalda de su enemigo, y aprovechando que el orco la atacaba, con sus manos se aferró a la armadura de cuero de éste para atraerlo hacia sí. Con un movimiento rápido, tomó una de las flechas y en el intento de clavársela en el cuello, Azul dudó.
El orco aprovechó el descuido para golpearla en la cara pero sin la fuerza con la que debería haberlo hecho, pues el caballo relinchó tan fuerte que estremeció al orco. Azul recibió el golpe dejándola algo mareada, lamentándose por el dolor pero seguía conservando la flecha.
-¡Muérete!- Bramó el orco que una vez más intentó golpearla.
Esta vez, ella no dudó. Con la flecha en su poder y en un rápido movimiento, se lo clavó en la garganta, donde la sangre en abundancia salió tibia y oscura. Una vez muerto, Azul sacó el arco que quería.
El caballo viró hacia la izquierda, y fue tan pronunciado el giro que Azul casi cae de la montura. No así el cadáver que cayó al suelo.
"Un momento… ¡Las flechas!" Recordó ella y se maldijo por su descuido. Colgó el arco en su hombro y se concentró en buscar a Thorin.
watch?v=PcP3p6lSu1o
Pasaron los minutos y la desesperación aumentaba. El caballo, tan seguro al principio, se mostraba dudoso en el camino a seguir. Mientras ella observaba la batalla, sintió que algo tibio le recorría la pierna. Bajó la vista y vio que una flecha había sido disparada en su pierna izquierda, más precisamente en su muslo, y teñía de rojo su pantalón.
"¿Cuándo pasó?" Se preguntó horrorizada. Miró hacia su alrededor y vio cómo otro orco cargaba una flecha, dispuesto a disparar. La muchacha espoleó al caballo para huir.
En este acto, su mente comenzó a preguntarse por qué no sentía absolutamente nada, menos aún con las continuas sacudidas que el caballo hacía.
A lo lejos, vislumbró una carreta que era protegida por tres enanos, uno de ellos estaba siendo atacado por un orco de gran tamaño. Este enano trastabilló y cayó al piso.
-¡Thorin!-
Era imposible llegar a tiempo. La distancia en la que se encontraba superaba a las prácticas que había hecho con Kili. Pero debía intentarlo.
Miró su pierna. La flecha aún estaba clavada. Y sin pensarlo demasiado (pues si no se arrepentiría) de un tirón se la sacó. El grito que pegó la dejó con la voz ronca y la sangre salió más copiosa, pero la herida era fue profunda. Esta pérdida de sangre provocó que las fuerzas de la mujer decayeran, pero aún así, puso la flecha en el arco que había robado y apuntó. Su visión se volvió doble y nuevamente dudó.
El caballo, al sentir esa inseguridad relinchó nuevamente; ella y todos los enanos que también estaban allí sintieron fuerzas renovadas.
"Dios, guía esta flecha para que pueda salvar a Thorin"- Rogó Azul en voz baja.
El arco cantó.
Thorin estaba debajo del orco. Su pecho totalmente descubierto. La primera puñalada que recibió en el estómago fue atroz. El dolor se extendió a su pecho por la presión que ejercía la espada contra su cuerpo. Pero no hubo sangre. En sus oídos, el clamor de Lady Diesa resonó dramáticamente.
El orco, totalmente confundido al ver que con semejante ataque el enano estaba vivo, volvió a cargar contra el enano de la misma manera, pero no pudo. Una flecha traspasó sus manos junto con la empuñadura de la espada.
Aprovechando la ocasión, Thorin se arrastró para buscar su espada y dar muerte al orco. Luego, vio como un caballo junto con su jinete se acercaba muy deprisa hacia su posición.
-¿Te encuentras bien?-Preguntó ella con voz ronca.
El dolor le impedía prestar atención a la persona que tenía delante. Thorin la miró pero las facciones de ella se turbaron cuando detrás del enano, un nuevo orco estaba al acecho. Azul se bajó del caballo y salió en su defensa. En el instante en que sus piernas tocaron el suelo, el pequeño dolor que sentía en su pierna izquierda se amplificó. Azul contuvo el quejido y sacó a Calacyria que volvía a brillar a la luz del sol.
-¡Thorin! ¡Concéntrate!- Gritó Azul que estaba peleando.
Este grito hizo que el trance en el que estaba saliera definitivamente y se pusieran espalda con espalda.
Su dolor había pasado y era el mismo de siempre.
-¡¿Qué rayos haces aquí?!- Gritó él mientras enterraba su espada en el orco con el que había estado peleando la muchacha. -¡¿Qué le ha pasado a tu voz?!-
-¡¿Me estás jodiendo o qué?!- Espetó ella con el particular lenguaje de su mundo.- ¡Sentí que estabas en peligro!-
-¡Vuelve al castillo!-
-¡No!-
-¡Mujeres! ¡Testarudas!-
-¡Enanos! ¡Tercos!-
Ambos giraron su cabeza al ver que un tercer orco se les venía encima. Azul frenó el golpe de la cimitarra del orco con su propia arma. Thorin aprovechando la defensa baja intentó estocarle el golpe final pero los rápidos movimientos del orco se lo impidieron. La joven volvió a la carga propinándole una patada en el estómago, esto hizo que instintivamente el orco tirara su espada pudiendo robársela, y junto con Thorin, sepultaron sus espadas en la caja torácica del enemigo. Calacyria todavía seguía siendo pura.
Dwalin, vio absorto aquella escena preguntándose quién era aquél hombre que ayudaba a su señor y peleaba codo a codo con él, casi en sincronía. Luego miró al caballo y descubrió que también los estaba protegiendo corcoveando con sus patas delanteras.
-¡Thorin! ¡Trae al caballo!- Gritó Dwalin que se le había ocurrido una idea.
El enano así lo hizo pero tuvo dificultades y fue Azul quién se lo llevó. Al estar frente a frente con Dwalin, ella bajó la vista para que no la descubriera. Miró a Thorin como diciéndole "no me delates, por favor".
-¡Diesa, ven! ¡Deberás cabalgar sola y alejarte de la batalla!- Le dijo Dwalin
-¡No! ¡No podré hacerlo!- Dijo ella aterrorizada.- ¡No sé nada de montar!-
Azul recordó la charla con Dis, frente a ella tenía a la amiga de infancia de Thorin.
-¡Tú puedes!- La animó el enano al verla sana y salva- ¡No es casualidad que estés ilesa!-
Azul vio como la mirada de la enana se perdía en la de Thorin, mezcla de angustia y esperanza. Le daba pena que una mujer como ella estuviera en un lugar así.
-¡Tú!- Dijo Dwalin-¡Por favor, lleva a Lady Diesa fuera de esta matanza!-
Al mirar al "muchacho" que tenía delante de él, Dwalin quedó un poco extrañado. Sentía conocerlo de algún lugar. Thorin, secundó la petición.
-¡Llévala al reino! ¡Ahora entiendo por qué estás aquí! ¡Para protegerla!-
La muchacha no tuvo opciones. Con un quejido subió al caballo y luego, delante de Azul, Diesa.
-¡Sé que la cuidarás!- Dijo Dwalin.
Thorin escuchó el lamento de Azul cuando subió a la montura. Y desde esa posición elevada, vislumbró el pantalón lleno de sangre.
-¿Acaso tú…?- Preguntó él.
Dwalin notó que la voz del príncipe temblaba.
Azul espoleó el caballo que partió velozmente.
Prácticamente el caballo volaba. La habilidad para esquivar a los enanos era innegable. Diesa, acurrucada delante de Azul, cerraba los ojos para intentar evadirse de la situación. La humana, en cambio, ponía su cuerpo para protegerla de las flechas que le disparaban.
-¡Mahal ayúdanos! ¡Sácanos de aquí! ¡Muchacho, te lo ruego!-
Azul la miró, su visión comenzaba a jugarle una mala pasada.
-Lo siento, no te entiendo.-Mintió ella. Su voz, ronca y grave, sonaba casi como la de un hombre.
-¡Por favor, te lo ruego!-Tradujo Diesa.- ¡Sálvame!-
-¡Eso es lo que estoy intentando hacer!- Dijo ella mientras robaba una lanza de un orco desprevenido y abría de par en par a otro orco que se les interponía en su camino.
Aquella horrible imagen que Diesa tuvo que presenciar, le hizo disminuir la presión. Al minuto estaba desmayada. Tanto peor para Azul, que ahora debía mantener el equilibrio en un caballo que galopaba como el viento, defenderse de los ataques con una mano y con la otra debía sujetar a la enana.
El corcel no necesitó que la muchacha lo guiara. Supo qué camino tomar para llevarlas a las puertas de la ciudad. Con brío, él mismo tocó la puerta con sus patas.
-¿¡Quien osa tocar las puertas del reino de Erebor de esa manera?!- Gritó un enano al punto que otros veinte aparecieron en las torres de la ciudad con los arcos dispuestos.
-¡Enano, no entiendo ni una palabra de lo que dices! ¡Pero no soy tu enemigo! ¡He traído a alguien especial para tu pueblo! ¡El príncipe Thorin me lo ha pedido especialmente! ¡Y trae a un sanador de inmediato! ¡Lady Diesa viene conmigo!- Bramó Azul con su voz ronca.
-¿Cómo se que no es un engaño!-
Azul no quería discutir. Suavemente, sacudió a la enana para intentar despertarla.
-Diesa… Diesa… llegamos. Estás a salvo. Estamos en Erebor.-
De a poco, la enana se fue despertando como si hubiera dormido.
-¿Thorin?-
-Debes bajar del caballo. Los guardias te esperan…-
Diesa la miró a los ojos y sonrió.
-¡Enanos! ¡Aquí le traigo a Lady Diesa sana y salva! ¡Abran la puerta!-
Los enanos, al ver que una mujer de su raza estaba entre las puertas del reino y el caballo, las abrieron de par en par. Diesa bajó del caballo y Azul en cambio, giró su caballo para volver por dónde había venido.
watch?v=6gE1FCNFG40
Los caminos al castillo estaban despejados, en los cuarteles había poca o nula vigilancia. "Qué descuido" se dijo ella para sus adentros. Fácilmente guió a su caballo, que se había ganado su confianza, hacia las caballerizas. Ambos estaban sucios y exhaustos así que Azul tomó un balde con agua para bañar a su compañero.
-Eres rápido…-El caballo relinchó mientras ella lo limpiaba.- Pero no tienes nombre…. Debes tener uno, por lo menos alguno provisorio. Yo misma tengo uno.-La bestia bufó.- Bueno ¿eh? Que tampoco es necesario eso…. ¿Qué nombre te pondré? Alguno élfico tal vez…-
Azul dijo algunos nombres que recordaba tras su paso por Rivendell pero el caballo había quedado mudo cada vez que ella los decía.
Una vocecita, dentro de ella, comenzó a decirle la siguiente palabra: "Nahar"
-¿"Nahar"?- Dijo en voz alta. El caballo relinchó vigorosamente.- ¿Qué clase de nombre es Nahar?- Esta vez, el caballo resopló como si fuera a reprocharle algo -Veo que te gusta…Nahar. Ok, será tu nombre de ahora en más…aunque no me guste.- El caballo le dio un cabezazo.- ¡Hey! ¡Que eso duele! -
Luego de asearlo, observó el estado de su herida, que ahora dejaba de sangrarle. Lavándose un poco, y lo más sigilosamente que pudo, volvió a su habitación dentro del gran castillo donde horas después, llegaría su protector.
Los orcos se dispersaron en todas las direcciones malheridos. Luego de esa batalla, lo pensarían dos veces en atacar una caravana enana.
Thorin estaba preocupado doblemente. No podía descuidar los asuntos de guerra, y debía dar un informe ante su padre sobre la situación. Sin embargo, también él era el sucesor al trono y podía darse ciertas libertades. Siguiendo sus instintos, partió hacia las puertas de la ciudad para obtener información sobre su antigua amiga de la infancia.
"Sí señor, ha estado aquí y me he encargado de que la lleven a la montaña" le había informado el capitán de la guardia. Thorin ya estaba corriendo a su hogar cuando escuchó la noticia. Al llegar, los sirvientes le indicaron que su hermana se había hecho cargo de ella.
Sudoroso, sucio y armado hasta los dientes, buscó a su hermana por todos los rincones. Al final la encontró saliendo de una de las habitaciones de huéspedes.
-¡Thorin! ¡Gracias a Mahal estás vivo!- Diesa no le importó el estado de su hermano y lo abrazó.
-Sí hermana, estoy bien… y tus hijos también.- Dís lo miró con ojos sorprendidos- ¿Dónde está Diesa?
-Acabo de verla. Ella está bien, un poco asustada, pero se repondrá.-
-¿Ésta es su habitación?-
-Sí-
Thorin amagó en entrar pero Dís le tomó del brazo.
-Ve a ponerte decente. No querrás darle un susto con tu aspecto…-
Thorin sonrió.
En otra habitación, Azul terminaba de asearse y a curar sus heridas con los pocos elementos que tenía a mano. Su rostro, a pesar de haber recibido un puñetazo, no había quedado marcas. Notó que el tajo en la pierna cicatrizaba rápidamente pero el dolor en su pierna aumentaba a medida que su cuerpo se relajaba. El fragor de la batalla la había mantenido en vilo y ahora pagaba las consecuencias de sus actos. A duras penas se puso la ropa interior (que para ella parecía más un camisón para dormir) y el cansancio ganó la batalla. Se dejó caer en la cama exhausta.
Las ventanas estaban abiertas dejando entrar el frescor de la noche, algo que le vino muy bien, pues la sensación de calor en su cuerpo se hacía evidente. Pero no le importaba cuanto calor sintiera, los sueños la llamaban…
Volver a su habitación fue volver a respirar hondamente sin preocuparse por quién tenía detrás. La ducha de agua caliente le relajó el cuerpo y la mente; atendió alguna que otra herida superficial (por fortuna) y sus ropas le sentaron de maravilla. Quería disfrutar un poco más ese estado de relax, pero la aparición de Diesa le había tocado muy de cerca. Dís tenía razón, no podía presentarse con ese aspecto tan grotesco, y menos a alguien tan delicado como ella lo era. Ya bastante tenía la pobre enana con lo que había sucedido para que lo viera de esa manera.
Salió de su cuarto y se dirigió al de la enana. Su hermana, al parecer, todavía estaba esperándolo.
-¿Tanto has tardado?- Le reprochó Dís.- ¡La pobre ha llorado desconsoladamente!-
-¡Acabo de volver de una batalla! ¿Qué crees que he estado haciendo? ¿Tocando el arpa?-
-¡Entra ya a ver si tú puedes hacer algo!-
"Si ella no pudo hacer nada ¿Qué puedo hacer yo?" Se preguntaba Thorin mientras abría la puerta. A veces no comprendía el pensamiento femenino.
Ambos eran unos niños cuando se conocieron, tanto Dís como Diesa eran tan unidas que parecían hermanas. Y Thorin se comportaba como el hermano mayor, algo distante pero siempre estaba presente. Él era el que la rescataba de los orcos en sus juegos, y sin darse cuenta ya estaba siendo entrenado para el futuro. Ella, en cambio, disfrutaba cada momento con él, hasta entendió qué era lo que estaba sintiendo en su corazón. Pero quiso el destino que un día, los padres de Diesa se mudaran a las Colinas de Hierro. Allí la relación dejó de fluir entre ellos, pero nunca se cortó con Dís que siguieron escribiéndose cada cierto tiempo.
Ella estaba sentada en su cama, de espaldas hacia la puerta de entrada.
-¿Diesa?-
La voz de Thorin le hizo volver a la realidad.
-¿Thorin? ¡Oh, por Mahal!- Rápidamente y olvidando los dolores de su cuerpo, se acercó hacia el enano para posar su cabeza sobre su pecho. -¡Estás vivo!-
-Sí querida amiga. Necesitan más que un puñado de orcos para vencerme- Thorin la rodeó con sus brazos y sintió que ella lloraba en silencio.- Ya está… ya pasó todo.-
-Yo… tuve tanto miedo… Creí…creí que…-
Thorin levantó su mentón.
-Ahora estás en mi hogar. Relájate, mientras yo esté aquí nada te ocurrirá.-
Diesa lo miró y sonrió. Secó sus grandes lágrimas con la manga de su vestido y sintió como Thorin depositaba un tierno beso en su frente.
Caminaba lentamente por los campos de trigo de la ciudad de Abanith. Estaba descalza. Sentía el viento en su rostro y sus manos tocaban el oro que producía la tierra, ya maduro. Se detuvo unos instantes para admirar el paisaje y disfrutar de la tranquilidad que rara vez tenía en ese mundo. Y por un momento, deseó vivir allí hasta el fin de sus días. Cuando quiso moverse, no pudo. Sus piernas no le respondían.
Las miró. Quietas, pero firmes, se habían unido entre sí y su piel comenzaba a cambiar de color paulatinamente. No sintió temor, más bien fue como una sensación que había esperado por mucho tiempo.
Ya no eran piernas.
Tallos.
Un nuevo tallo de trigo se afianzaba en ese mar dorado que se movía al compás del viento.
Y no le importó.
Dejó que sus nuevas "piernas" echaran raíces.
Y así estuvo bien por un cierto tiempo.
Cuando se dio cuenta, era como el resto. Aceptada y querida.
Sólo una de las tantas espigas sintió deseos impropios.
Se volvió oscura por dentro, pero seguía dorada por fuera.
Cuando cargó contra la nueva espiga ahogándola, perdió su color revelando su nueva naturaleza….
