Perdón por la tardanza, aquí está el capítulo 5.

Todo lo que reconozcas pertenece a Rick Riordan.


V Una excursión con los lobos.

Me quedé mirando al lobo que había al otro lado de la puerta. En un lenguaje sin palabras, me apremiaba a que me preparara para irme.

Me empecé a poner nervioso. Recordé lo que me había dicho el hombre de la visión, mi padre Apolo, ahora entendía quien era, que había tenido hacía meses. "Los lobos vendrán a buscarte."

Mi madre se acercó desde la cocina. Miró al animal que nos observaba desde el umbral. Luego respiró hondo, como si se preparara para algo, y habló:

-Tu padre me avisó. Me dijo que cuando cumplieras doce años los lobos vendrían a buscarte, para llevarte a un lugar seguro.

-Pero mi cumpleaños fue en abril.

-Vendrían con algo de retraso. Vamos, prepárate.

Cogí lo que me pareció más útil. Después de este verano en el Campamento Mestizo, tenía mucho más claro que era lo imprescindible para sobrevivir. Por alguna razón que no entendí no cogí la espada, sino que la dejé allí, en mi habitación.

Una vez listo volví a la entrada. Me despedí de mi madre y salí del edificio, acompañado por el lobo.

-¿A dónde vamos?-pregunté, y me sentí un poco tonto hablando con un lobo.

-Vamos con el resto de la manada-contestó él en su lenguaje sin palabras.

Empezamos a viajar hacia el oeste. Caminábamos toda el día y durante el noche nos escondíamos, porque le mayoría de monstruos eran más fuertes en la oscuridad y yo dormía como una piedra. Por suerte me había llevado provisiones, pero se me acabaron en algún lugar de Illinois.

A partir de ese día tuve que cazar con el lobo. Durante las siguientes semanas me alimenté de pequeños mamíferos asados en un pequeña hoguera y, sobre todo, comida robada. Fue duro. Pero fue aún más duro tener que cruzar el país caminando.

Mi mente tampoco paraba quieta. El lobo, según mi padre, me llevaba a un lugar seguro. Pero ese lugar seguro era el Campamento y a cada paso me alejaba más de la costa este. Casi un mes más tarde llegamos a unas ruinas en Sonoma. La Casa del Lobo, según me dijo mi guía.

Allí esperaba el resto de una manada de lobos. En el centro estaba un hembra más grande que el resto y de un precioso color chocolate. Se presentó como la loba Lupa. Ese nombre rescató un mito de mi memoria.

-Tú... Criaste a Rómulo y Remo, los creadores del Imperio Romano.

-Exacto-contestó Lupa en el idioma mudo de los lobos-. Y tú, hijo de Roma, deberás sobrevivir como ellos para ser digno de perpetuar su legado.

La cabeza me daba vueltas. A la vez, todo tenía sentido y era una completa locura. Pero no era momento de pensar. Tenía que demostrar mi fuerza, mi valor. Tenía que sobrevivir.

Durante otro mes más, viví como si fuera un miembro más de la manada. Por un lado, las habilidades que había aprendido en el Campamento (poner trampas o encender fuego) fueron una gran ventaja. En cambio tenía un verdadero problema con el estilo de vida seminocturno de los lobos.

Pero lo conseguí. A base de mucho esfuerzo conseguí dar resistencia al instinto de mi cuerpo de seguir el ciclo solar. Llegué a poder seguir en pie hasta algo después de la medianoche y dormir unas cuatro horas a partir del amanecer.

Los lobos también me enseñaron a agudizar mis sentidos y mi instinto. Un día, Lupa decidió que estaba preparado.

-Eres fuerte, cachorro-solía llamarme así y eso me gustaba-. Ha llegado la hora de que te unas a tus hermanos.

-¿Qué debo hacer?-pregunté, en su idioma, que había logrado dominar con el tiempo.

-Sigue tu instinto, él te guiará hasta el legado de Roma.

Esa fue su despedida.

De nuevo, caminé al oeste. Esta vez el viaje no fue tan largo. Apenas duró una semana. Pero aproveché esa soledad para poner en orden mis ideas.

Lupa me había explicado lo que ya sabía: los dioses y mitos antiguos seguían vivos y yo soy hijo de un dios. Pero la gran diferencia era que en el Campamento Mestizo hablaban de los dioses griegos y la loba hablaba de los dioses romanos.

Hasta donde yo sabía, los dioses romanos eran, en esencia, los dioses griegos con otro nombre.

Una idea empezó a formarse en mi cabeza. Una idea que podías ser muy peligrosa. Pero interrumpió mis pensamientos una sensación. Peligro, monstruos cerca.

Miré alrededor, alerta. Mi arma, un palo al que le había tallado una punta afilada, preparada para atacar.

Sin perder la sensación de peligro seguí caminando. Llegué al límite de una autovía. No sabía donde estaba, salvo que estaba en el estado de California. La carretera se metía en un túnel que atravesaba una colina. Había un túnel en cada sentido y en medio una puerta, como de mantenimiento.

Dos personas, armadas con espada y lo que parecía una lanza y vestidas con coraza y yelmo dorados, vaqueros, zapatillas y camiseta morada, vigilaban esa puerta.

Había llegado.

De golpe, la sensación de peligro se intensificó. Me di la vuelta y ante mis ojos apareció una figura, de unos dos metros, vestida únicamente con una especie de taparrabos. En su cara solo se distinguía un ojo.

-Un cíclope-dije al viento.

Mi mente evaluó la situación. Era mucho más fuerte que yo y mi única arma era un palo. Entre mí y un lugar seguro solo había varios carriles de autopista. Podía huir sin luchar.

Pero antes de contemplar esa opción el cíclope se lanzó sobre mí.

Lo esquivé y clavé mi palo en su pie derecho. Mala decisión. El monstruo levantó el pie y, como el palo seguía clavado en él me arrastró a las alturas.

El palo se soltó y conseguí encaramarme a su espalda. Vi mi oportunidad.

Alguien en el Campamento Mestizo (seguramente Annabeth) me había dicho que el punto débil de los cíclopes es su ojo. Así que levanté el brazo para clavarle el palo, cuando el monstruo se sacudió y me lanzó por lo aires.

Cerré los ojos y me preparé para darme un buen golpe, pero de repente noté como alguien me recogió.

Abrí de nuevo los ojos y vi a uno de los centinelas del túnel. La armadura no me dejaba ver mucho de él, salvo que era un chico y más o menos de mi edad.

Me dejó con su compañero y salió volando de nuevo hacía el cíclope. No parecía que volara exactamente, era como si el aire lo sostuviera. El monstruo le dio un golpe y su casco cayó al suelo, desvelando un cabello rubio cortado al estilo militar.

Agarrando su lanza, se lanzó sobre el cíclope y, tal como a mí se me había ocurrido, le atestó un golpe mortal en su único ojo. El monstruo se deshizo en polvo y el chico volvió con nosotros.

-¿Estás bien?-me preguntó, pero yo no fui capaz de responder. Porque me miró a los ojos y los suyos eran azules como el cielo de verano.

Tenía los ojos más intensos y brillantes que había visto jamás y yo no podía apartar la mirada. Hasta que el otro centinela me dio un manotazo.

Menos mal que no llevaba un guante metálico como parte de la armadura, porque me habría partido la cara en dos.

-¡Dakota, bruto!-exclamó el rubio.

-Perdón, es que no reaccionaba-se excusó este, que tenía la boca manchada de un extraño color rojo.

-¿Estás bien?-volvió a preguntarme y esta vez pude responder.

-Sí. Me ha dolido más la bofetada-miré mal a Dakota-. No es el primer monstruo al que me enfrento.

Aparte de los que nos habían atacado en la misión, en el viaje hasta allí también me las había visto con varios monstruos con hambre.

-¿Cómo te llamas?-me preguntó Dakota.

-Andy -contesté-. Supongo que tú eres Dakota -asintió en confirmación-. ¿Y tú?

-Me llamo Jason.

-¿Cómo el héroe mitológico?-pregunté.

-Como el héroe-miró la hora en su reloj-. El siguiente turno vendrá ahora. Vamos a acompañar a Andy- le dijo a su compañero. Luego me susurró-. Perdona a Dakota por la bofetada. Tiene TDAH y demasiado azúcar en el cuerpo. No se piensa mucho las cosas.

-Lo intentaré-contesté en broma. Jason se rio.

-Me caes bien-decidió y yo sonreí. Nos metimos por lo que parecía una puerta de mantenimiento del túnel y salimos a un corredor de tierra con antorchas que no echaban humo.

-Tú también me caes bien. Y gracias por salvarme.

-Se supone que el trabajo de centinela es vigilar las fronteras y ayudar a los demás semidioses.

-¿Las fronteras? ¿De qué?

-Del Campamento Júpiter, por supuesto.

Salimos del túnel y cuando vi lo que teníamos delante me quedé paralizado.

A nuestros pies se extendía un valle con forma de cuenca de varios kilómetros de ancho. El suelo estaba surcado de colinas más pequeñas, llanuras doradas y bosques. Un pequeño río transparente seguía un curso serpenteante desde un lago situado en el centro y rodeaba el perímetro, como una G mayúscula.

La geografía del lugar podría haber sido la de cualquier región del norte de California: robles de Virginia y eucaliptos, colinas doradas y cielos azules. A lo lejos se elevaban varias montañas.

Parecía un lugar completamente normal, pero a la vez era como si acabara de entrar en un mundo secreto.

En el centro del valle, abrigada junto al lago, había una pequeña ciudad de edificios de mármol blancos con tejados de teja roja. Algunos tenían bóvedas y pórticos con columnas, como si fueran monumentos nacionales. Otros parecían palacios, con puertas doradas y grandes jardines. Vi una plaza abierta con columnas, fuentes y estatuas independientes. Un coliseo romano con cinco pisos relucía al sol, al lado de un largo estadio ovalado como una pista de carreras.

Al otro lado del lago, hacia el sur, había otra colina salpicada de edificios todavía más imponentes: templos, supuse. Varios puentes de piedra cruzaban el río y atravesaban el valle, y en el norte, una larga hilera de arcos de ladrillo se extendía desde las colinas hasta la ciudad: un acueducto.

Y a nuestro pies, justo al otro lado del río, había una especie de campamento militar. Medía aproximadamente medio kilómetro cuadrado, con murallas de tierra rematadas con afilados pinchos en los cuatro lados. Unas atalayas de madera se alzaban en cada esquina, guarnecidas por centinelas armados con descomunales ballestas montadas. De las torres colgaban banderas moradas. Una ancha puerta daba al lado opuesto del campamento, en dirección a la ciudad. Una puerta más estrecha permanecía cerrada en el lado de la orilla del río. Dentro se veía a un montón de chavales yendo de aquí para allá, atareados.

-Impresionante, ¿verdad?-comentó Jason.

-Tienes toda la razón-contesté. En sus ojos veía lo mucho que apreciaba ese lugar.

-Venga, chicos-nos apremió Dakota-. Tenemos que ir a ver a los pretores.

Bajamos de la colina por un camino y llegamos al campamento militar. Entramos por la puerta Decumana, según Jason. Dentro había un montón de adolescentes yendo de aquí para, algunos cargando escudo o varios tipos de armas. Y entre la gente había un especie de fantasmas morados.

-¿Qué son?-pregunté.

-Son lares, fantasmas de antiguos miembros de la legión-explicó Jason.

-¿Legión? ¿Cómo las del Imperio romano?

-Justamente como las del Imperio romano-contestó él con una sonrisa.

Llegamos a las puertas de un edificio imponente y rodeado de más adolescentes con armadura, al parecer guardias.

-Este es el principia. Aquí es donde trabajan los pretores-comentó Dakota y luego me miró-. Tenemos que entrar a informar de tu llegada.

Los dos hablaron un momento con un de los guardias y nos dejaron pasar. El interior era como una tienda de campaña gigante, forrada de telas moradas. En una pared había varios estandartes y, en medio de ellos, un palo. Como si allí faltara algo. En el medio de la estancia había una mesa cubierta de mapas y pergaminos.

Junto a la mesa, sentados en sillas idénticas se encontraban un chico y una chica de unos dieciséis años vestidos con sendas capas moradas.

-Legionarios, ¿qué os trae por aquí?-preguntó ella.

-Traemos a un posible nuevo recluta-contestó Jason-. Lo encontramos mientras montábamos guardia. Un cíclope lo atacó y le ayudamos a matarlo, aunque parecía saber lo que hacía.

-Gracias, legionarios-habló el chico-. Esperad fuera, tenemos que hablar en privado con el chico nuevo.

Los dos asintieron con la cabeza y salieron, dejándome solo ante los pretores.

-Soy la pretora Amelia y el es el pretor Sean. ¿Cómo te llamas?

-Andy. Andy Williams- contesté, nervioso.

-¿Cómo has llegado hasta aquí?-preguntó el pretor- Y sé sincero, te aseguro que sabré si mientes.

Les conté lo que había pasado desde que el lobo había llegado a mi puerta, pasando por la caminata cruzando el país, mi estancia con Lupa y mi enfrentamiento con el cíclope.

-¿Cómo sabías que el ojo era su punto débil?-preguntó Amelia.

-La historia de Odiseo- contesté sencillamente. Lo cual era cierto, pues realmente había leído la Odisea mucho antes de llegar al Campamento Mestizo.

-¿Sabes quien es tu progenitor divino?-preguntó Sean- Creo recordar que dijiste tener una madre mortal.

-Así es. Mi padre es el dios Apolo. Y creo que también es el tuyo-aventuré.

-Correcto-el pretor parecía sorprendido-. ¿Cómo lo has sabido?

-Aparte de por este deslumbrante pelo rubio-me toqué el cabello, del mismo color que el suyo-, porque dijiste que podías detectar las mentiras, igual que yo-revelé-. Apolo, entre otras cosas, el dios de la sinceridad.

-Un razonamiento digno de Minerva-comentó Amelia-. Ahora que nos has contado tu historia, nosotros te contaremos el origen de este lugar.

Me explicaron como una de las legiones del Imperio romano había sobrevivido a la caída del mismo y había sobrevivido siguiendo el centro de la civilización occidental, como hacían los dioses. La XII legión Fulminata, que ahora se encontraba en las colinas de Berkeley y estaba formada por semidioses y legados, hijos de semidioses.

Tenía muchas preguntas, pero no era el momento.

-No todos los que llegan aquí entran en la legión-avisó Sean-. Pero veo potencial en ti, y seguro que el resto también lo verán. Tendrás que ir a ver al augur.

-Gracias.

Salí del principia saturado de información. Fuera esperaba Jason.

-¿Qué tal?-preguntó.

-Bien. Mucha información. Creo que le caigo bien al pretor, pero Amelia... Es otro tema. Me miraba mal todo el rato.

-Ella mira mal a todos. Es hija de Marte, el dios de la guerra. Solo le caerás bien si se te da bien luchar. Aun así esa es su cara normal.

-Dijeron que tenía que ir a ver al augur, sea lo que sea.

-Es alguien con poderes proféticos que lee los augurios para ver la voluntad de los dioses. Nos dirá si tu llegada al Campamento será buena o mala.

Durante el camino, Jason me lo explicó cosas sobre la legión: los cuatro rangos (probatio, legionario, centurión y pretor), como ascender y que para poder entrar una de las cinco cohortes esta tendría que acogerme. También me explicó que la ciudad era la Nueva Roma, una copia de la antigua ciudad italiana en la que los semidioses podían vivir en paz, protegidos por la legión y la barrera mágica del Campamento, que también ocultaba el valle de los mortales.

-¿Tú te criaste en la ciudad?-pregunté. Estaba claro que aquel sitio era su hogar.

-Sí-respondió, aunque parecía triste por algo-. Todos mis recuerdos son aquí-noté la mentira, pero no le dije nada-. El año pasado entré en la legión como probatio y ahora ya soy un verdadero legionario. Es mi mayor sueño-otra mentira. El tema le resultaba claramente doloroso, así que no seguí preguntando.

-¿Por qué la legión se llama Fulminata?

-Significa "armada con el rayo". Todas la legiones tienen un águila, pero la nuestra era especial. Estaba bendecida por mi... por Júpiter y lanzaba rayos.

-¿Hablas de ella en pasado?-ignoré su duda al nombrar al rey de los dioses- ¿El palo vacío del principia...?

-Era su lugar. Pero se perdió en una expedición en los años 80. La organizaba la Quinta Cohorte, la mía.

-Por eso todos dicen que la Quinta es la cohorte de los inútiles- Jason asintió.

En silencio, terminamos nuestro camino entre sátiros, que diga, faunos, mendigando y llegamos a la Colina de los Templos.

El primer templo que llamó mi atención fue un completamente dorado que te deja ciego, pegado a otro plateado y rodeado de árboles. Sin duda el de mi padre. Lo sorprendente es que no era el más hortera. El templo de Marte estaba todo rodeado de armas y pintado de rojo. Daba un poco de vergüenza ajena, que me hacía alegrarme de no ser hijo del dios de la guerra. Y Juno con todos esos pavos reales daba un poco de mal rollo.

También me alegraba de no ser descendiente de Neptuno. Su "templo" (un cobertizo mal pintado de azul) hacia ver que no era el dios más querido por los romanos.

Pero uno se alzaba sobre los demás, justo al que nos dirigíamos. "Júpiter Óptimo Máximo" rezaba la puerta del templo.

-El mejor y el más grande-tradujo Jason, siguiendo mi mirada.

Seguro que el templo era muy bonito y intimidante por dentro, pero no pude verlo bien. Nada más cruzar la puerta, imágenes empezaron a cruzar mi mente. Destellos de imágenes en las que nada se veía claro. Cruzaban mi mente a toda velocidad y sin ningún sentido. Y empeoró cuando miré al suelo. Escritas en latín en el suelo de mármol había palabras, que formaban frases, que formaban profecías.

Mi mente tradujo las profecía y más imágenes pasaron por mi mente. Imágenes de batallas, de gente dándose la mano, alianzas, traiciones, muerte, peligro, monstruos, semidioses... Pero fue mucho peor con una de ellas.

Decía algo de siete mestizos y las Puertas de la Muerte. Al instante pasaron por mi mente imágenes: una batalla en el Campamento Mestizo, una mujer de tierra, una estatua de oro y mármol, un barco de bronce y fuego, fuego por todas partes.

Y me desmayé.

Cuando me desperté, lo primero que vi fue a Jason. Lo tenía justo encima mía y me fijé en la cicatriz que tenía en el labio.

-¿Estás bien?-preguntó. Yo me senté, pues estaba tumbado en el suelo.

-No sé que me acaba de pasar. Al entrar en el templo un montón de imágenes empezaron a pasar por mi mente. Y luego leí las profecías del suelo y había más imágenes. Y una de las profecías todo era fuego y...-no podía seguir hablando, contarle lo que había visto justo antes de desmayarme.

-Cuando entramos empezaste a gritar-contó Jason. Ni siquiera me había dado cuenta de estar gritando-. Tus ojos brillaban y se habían vuelto verdes. Luego te desmayaste y te saqué del templo

-¿Qué me ha pasado?-pregunté, sin esperar respuesta. Pero la tuve.

-¿Eres hijo o descendiente de Apolo?-me giré hacia lo voz desconocida. Venía de un chaval de catorce años, alto y flaco, de pelo pajizo y vestido con toga.

-Sí-respondí. El chico me preocupaba, en sus ojos había algo inquietante-. Soy hijo de Apolo.

-En ese caso solo hay una respuesta posible. Tienes poderes proféticos-anunció.

-¿Qué yo que?

-¿Acaso eres sordo? Al ser Apolo el dios de la profecía existe la posibilidad de que sus descendientes podamos leer los augurios y vislumbrar la voluntad de los dioses, como yo-o sea, que ese espantapájaros flacucho y con toga era familiar mío-. Pero tú vas más allá. Puedes ver imágenes de ese futuro-me miró como si fuera un espécimen raro de alguna criatura-. Ha habido casos como el tuyo antes. Entrar en el templo de Júpiter, donde hago mi trabajo de augur, a hecho que tu mente se abra a muchas visiones a la vez. Y al leer las profecías... Serían imágenes de las mismas.

Me quedé pensando y volvieron a mí recuerdos que había olvidado. Una semana antes de que mi abuela muriera, cuando yo tenía diez años, había soñado con su funeral. No me había separado de ella esa semana. El día que conocí a Percy, el primero en la Academia Yancy, que tenía la permanente sensación de saber que iba a pasar. Y en el Campamento Mestizo, había soñado con la misión en la que luego participé. De repente tenía sentido.

Al ver que yo no respondía Jason le contó al augur la razón de que estuviéramos allí. Este, que se presentó como Octavio, se dirigió de nuevo al interior del templo.

-Yo no pienso entrar ahí-aseguré a Jason.

-Tranquilo no hace falta. Leerá los augurios y nos dirá si puedes entrar en la legión.

-¿Destripa animales y lee en sus entrañas?-pregunté, pues sabía que así era como lo hacían antiguamente.

-No, ya no. Ahora destripa animales de peluche.

-¿En serio?

-Sí- Jason se puso serio-. ¿Tú sabías que podías ver el futuro?

-No, pero ahora que me lo dicen de frente... Tiene sentido con algunas cosas que me han pasado. Aunque...

-¿Aunque qué? No tienes que contármelo si no quieres.

-Pero sí quiero. Cuando tenía diez años vi en sueños el funeral de mi abuela.

-Eso es... Terrible. Lo siento.

En ese momento Octavio salió del templo. Los dos le miramos.

-Los augurios son confusos. Dicen que sabes algo que no deberías saber y que, si lo desvelas antes de tiempo, Roma será destruida. Pero también dicen que sin ti Roma no podrá alcanzar la gloria y será arrasada por la guerra.

Los griegos, el Campamento Mestizo. Eso era lo único que sabía que podría afectar a los romanos de verdad.

-En ese caso yo creo que puede entrar en la legión-decidió Jason-. Sin Andy seremos destruídos. Solo tienes que tener cuidado con... Lo que sea que sepas.

-Esta vez estoy de acuerdo contigo. Los dioses creen que puedes ser miembro de la XII Legión Fulminata- anunció Octavio mirándome con superioridad.

-Gracias-contesté, y nos fuimos.


Este capítulo lleva listo desde hace una semana, pero he esperado para subirlo y tengo una buena razón.

Ya estamos en el capítulo 5 y tengo una idea de más o menos cuanto tardo en escribir un capítulo, aproximadamente un mes. Así que a partir de ahora voy a intentar subir un nuevo capítulo el primer día de cada mes. Quería que el 1 de febrero fuera el primero, pero no voy a poder así que lo he subido lo más cerca que he podido.

En compensación por la tardanza, este capítulo es un poco más largo que los demás.

¿Os esperabais lo de los romanos? ¿Qué creéis que pasará ahora? Este es un capítulo muy especial para mí, y me encantaría que me lo contarais vuestra opinión en reviews.

Gracias por leer,

Erin Luan

¡FELIZ CUMPLEAÑOS, NICO!