Todo lo que reconozcas pertenece a Rick Rordan


XVI Hora de brillar (literalmente)

El doctor Espino tenía pinta de habernos perseguido a pie por todo el país. Su ropa estaba rota y su pelo mugriento. Pero lo que me preocupaba más era la sonrisa psicópata en su cara.

Unos guardaespaldas cachas nos tapaban todas las salidas. No lo veía fácil. Teníamos que salir de allí y llevarnos a Bessie también. En medio de su discurso de villano, la mantícora insultó a Artemisa. Grave error con Zöe delante, pero Percy la obligó a bajar el arco. No estábamos en posición de atacar, la verdad.

La mantícora sonrió.

-El chico tiene razón, Zoë Belladona. Guárdate ese arco. Sería una lástima matarte antes de que puedas presenciar la gran victoria de tu amiga Thalia.

-¿De qué hablas? -gruñó Thalia, con el escudo y la lanza preparados.

-Está bien claro -dijo la mantícora-. Éste es tu momento. Para eso te devolvió a la vida el señor Cronos. Tú sacrificarás al taurofidio. Tú llevarás sus entrañas al fuego sagrado de la montaña y obtendrás un poder ilimitado. Y en tu decimosexto cumpleaños derribarás al Olimpo.

Lo peor de todo es que tenía sentido. ¿Se estaba cumpliendo la profecía? ¿Estábamos ante lo que podría ser el fin del mundo? Quería confiar en Thalia, en que no iba a ceder, pero su mirada me dijo que la hija de Zeus dudaba más de lo que podía parecer.

-Tú sabes que ésa es la opción correcta -continuó Espino-. Tu amigo Luke así lo entendió. Ahora volverás a reunirte con él. Juntos gobernaréis el mundo bajo los auspicios de los titanes. Tu padre te abandonó, Thalia. Él no se preocupa por ti. Y ahora lo superarás en poder. Aplasta a los olímpicos, tal como se merecen. ¡Convoca a la bestia! Ella acudirá a ti. Y usa tu lanza.

En ese momento no sabía que iba a hacer Thalia. Creo que ella tampoco. Así que cuando Percy, Grover y yo cruzamos una mirada supimos que había que hacer. Los guardias seguían apuntando a Zöe con sus armas, considerándola más peligrosa. No estaban preparados para que Grover empezara a tocar sus flautas y yo me lanzara sobre ellos.

De los tablones de madera del muelle empezaron a crecer plantas que se abalanzaron sobre los enemigos, mientras yo invocaba la luz y empezaba a brillar más que nunca para cegarlos, confiando en Percy la tarea de hacer entrar en razón a Thalia.

Zöe lanzó unas flechas pestilentes y Percy le gritó algo a Grover, que a su vez le gritó algo a la vaca submarina. Zöe le pidió que huyera con el taurofidio, pero, como yo sabía que haría, Percy se negó.

-¡Tenemos que avisar al Campamento!- si la guerra estaba aquí sin duda tenían que saberlo.

En respuesta a mis palabras Percy rompió una fuente y Grover le pasó un dracma. Lanzó la moneda al arco iris que se había formado en la cortina de agua y gritó:

-¡Oh, diosa, acepta mi ofrenda! -la niebla empezó a ondularse- ¡Campamento Mestizo!

Temblando entre la niebla, surgió la imagen de la última persona que hubiera querido ver en aquel momento: la del señor D, con su chándal atigrado, husmeando en la nevera. No tenía muy claro que fuera a ayudarnos y Percy tampoco, porque empezó a gritarle.

Pero en ese momento la mantícora se lanzó sobre mí. ¿Por qué? Vete tú a saber. No era el objetivo más importante ni el más peligroso. A lo mejor solo quería sacarme del medio rápidamente. Pues no iba a darle esa satisfacción.

Me lanzó un par de espinas contra las que estaba desprotegido, pero falló. Eso me extraño mucho, hasta ahora había tenido una puntería casi perfecta. Entonces me di cuenta de que no podía verme bien. Cuando miraba hacia mí solo veía una mancha luminosa, no tenía a que apuntar.

Decidí lanzarme hacia él, cegarlo. Era un suicidio, pero tampoco tenía otra opción. Corría hacia él y lo empujé. Los dos rodamos por el suelo. Espino chillaba de rabia, cegado. Yo había perdido mi espada y sentía su cola muy cerca de mí. Iba a morir.

Y de repente pasó algo que no esperaba. ¿Conoces esa sensación, cuando toda la sangre te fluye de golpe a la cabeza (si por ejemplo te has puesto cabeza abajo y te levantas deprisa)? Yo sentí alrededor una oleada parecida y un sonido que recordaba a un gran suspiro. El sol se tiñó de color morado. Me llegó un olor de uvas y de algo más agrio: de vino. Perdí la concentración y la luz se apagó.

Me alejé corriendo de Espino, hacia mi espada que vi tirada en el suelo. Pero por suerte la mantícora tenía problemas más graves que yo. Sus guardias se habían vuelto locos. Uno se metió la pistola entre los dientes como si fuera un hueso y empezó a correr a cuatro patas. Otros dos tiraron sus armas y se pusieron a bailar un vals. El cuarto acometió lo que parecía una típica danza irlandesa. Habría resultado incluso divertido si no hubiéramos estado tan aterrorizados.

Espino, enfadado levantó su cola para disparar. Pero entonces unas enredaderas salieron del suelo y lo cubrieron por completo. Tras unos segundos dejamos de oír sus gritos allí dentro y supimos que acababa de regresar al Tártaro.

Me acerqué al mensaje Iris y vi a Dioniso cerrando la nevera. En vez de responder a nuestras preguntas se quejó y dijo a Zöe que tenía que ser hoy al atardecer. Y luego el mensaje Iris se desvaneció.

Miré a Zoë.

-¿Sabes adónde tenemos que ir?

Tenía la cara tan blanca como la niebla. Me señaló al otro lado de la bahía, más allá del Golden Gate. A lo lejos, una montaña se elevaba por encima de las primeras capas de nubes.

-Al jardín de mis hermanas -contestó-. Debo volver a casa.

-Pero eso está muy lejos-replicó Thalia-. Necesitaremos un coche.

-Ya... Tenemos algo que hacer antes-comentó Percy-. El taurofidio.

-Sobre eso... Tengo una idea- dijo Grover-. El taurofidio te ha seguido de Long Island hasta aquí, ¿verdad?

-Sí-respondió Percy-. Si pudiera volver allí Quirón podría llevarlo al Olimpo. Pero me estaba siguiendo. No sé si sabrá volver solo.

-Yo lo guiaré. Iré con él -se ofreció Grover.

Esto era algo muy bonito por su parte, porque todos sabíamos que no le gustaba mucho el agua. Pero ya no había manera de que cambiara de opinión. Para que Poseidón permitiera a Grover llegar con Bessie a salvo hasta Long Island, Percy entregó al mar la piel del león de Nemea que aún cargaba con él.

-Adiós, Grover- me despedí de él-. ¿Estás seguro que no quieres que vaya yo? Seguro que podéis salvar a Annabeth sin mi...

-No digas eso-me reprendió Grover-. He visto como te enfrentaste a Espino. ¡Fue impresionante!

-Sí tú lo dices...-en mi opinión no había sido poco más que un intento de suicidio, porque me había lanzado si armas encima de un monstruo muy poderoso.

Después de eso, nuestro amigo cabra se marchó por el mar a lomos de una vaca serpiente. Los niveles de rareza a los que habíamos llegado eran sorprendentes.

-Bueno... ¿Y ahora qué? No queda demasiado para el anochecer y tenemos que llegar a ese monte-señalé el lugar que Zöe nos había indicado-. ¿De dónde sacamos un coche?

-Siempre podríamos tomar uno prestado...-dijo Percy. La verdad, la idea de robar un coche no era tan descabellada. Tampoco sería la primera vez. Y de repente Thalia dijo:

-¡Sé donde podemos conseguir un coche! Hay alguien en San Francisco que podría ayudarnos.

-¿Quién?- preguntó Zöe.

-El Profesor Chase. El padre de Annabeth.

Tengo que decir que Frederick Chase no era como lo había imaginado. Es decir, sí se parecía a Annabeth físicamente. Pero durante dos años no había parado de hablar mal de él, así que lo que no me esperaba era a un tipo muy majo, pero que parecía que hacía tres días que no se peinaba ni nada parecido.

Dentro de la casa pudimos ver a los hermanos de Annabeth, que se parecían mucho a ella, y a su madrastra, que fue muy maja con nosotros. Percy se puso rojo hasta las orejas cuando la señora Chase le dijo que había oído hablar mucho de él.

El hogar de los Chase era muy acogedor, y me hizo pensar en mi casa. Pero no en el piso en Nueva York, si no en la casa que tenían mis abuelos en Évora, Portugal. Antes íbamos mucho, pero nunca había vuelto desde la muerte de mi abuela.

Subimos al estudio del profesor Chase para explicarle lo que pasaba, y se ofreció encantado a prestarnos su coche. Aunque no se fiaba de que ninguno tuviera edad para conducir. Tuvimos que explicarle que Zöe tenía más años que todos los países actuales para convencerle.

El coche era un Volkswagen descapotable amarillo, aparcado en el sendero. El sol estaba ya muy bajo. Debía quedar menos de una hora para salvar a Annabeth. Teníamos que darnos prisa. Sin embargo el coche no corría tanto y había tráfico, y no es que Thalia y Zöe gritándose por ello ayudara demasiado.

El sendero se volvió más estrecho y olía mucho a eucalipto. Percy gritó cuando vio el crucero de Luke en el agua, pero al girar la curva lo perdimos de vista. Las cosas no pintaban muy bien. Y en ese momento volvió a mi cabeza un sueño que había tenido en tren de Apolo. Zöe desangrándose ante mis ojos. ¿Estaba a punto de pasar? No quería perder a nadie más. Tenía que intentar evitarlo.

Pero el hilo de mis pensamientos se cortó por el grito de Thalia para que saltáramos del coche, al cual le cayó un rayo y explotó en pedazos.

-¿Cómo le explicamos esto al profesor Chase?- pregunté, pero no me hicieron caso.

Mientras Thalia se quejaba de su padre acabamos de subir la colina. Pero Zöe la mandó callar.

-¡Silencio! ¡Podéis despertar a Ladón!- el dragón de las Hespérides.

-¿Hemos llegado?

-Casi. Vamos.

Caminamos entre la niebla hasta que esta se deshizo y aparecimos en el jardín más bonito que había visto jamás. Había un árbol con unas manzanas que parecían de oro puro. Las manzanas de la inmortalidad. El regalo de boda de Zeus a Hera. En ese momento mi cerebro decidió recordar que Hermes había encargado a Luke traerle una de esas manzanas, y fue en esa misión en la que consiguió la cicatriz que le cruzaba la cara, cortesía del dragón que teníamos justo delante, Ladón.

El monstruo era enorme y tenía cientos de cabezas de serpiente dormidas. Cuatro figuras temblaron en el aire y cobraron consistencia: cuatro jóvenes que se parecían mucho a Zoë, todas con túnicas griegas blancas. Tenían piel de caramelo. El pelo, negro y sedoso, les caía suelto sobre los hombros. Era curioso, pero nunca me había dado cuenta de lo guapa que era Zoë hasta que vi a sus hermanas, las hespérides. Eran exactamente iguales que Zoë: preciosas, y seguramente muy peligrosas. Y, por alguna razón, extrañamente familiares.

Zöe y las hespérides empezaron a discutir y, sin darme cuenta, de repente oí a Zöe gritar:

-¡Ladón! ¡Despierta!

-¿Qué haces? ¿Te has vuelto loca?- preguntó Percy.

Pero yo no dije nada, porque tenía mi atención fija en las cientos de cabezas que abrieron los ojos a la vez y los centraron en la cazadora.

-Su trabajo es proteger el árbol. Rodeadlo y subid a la cima, mientras yo sea una amenaza seguramente no os atacará.

Thalia quería decir algo, seguramente quejarse del plan, pero en ese momento Ladón empezó a moverse y decidimos que tampoco teníamos un plan mejor.

-Ten cuidado, Zöe- le dije sin pensar antes de separarme de la teniente.

-Tranquilo. Se lo que hago. Ve a salvar a tu amiga.

-Y a Artemisa- añadí y ella me miró raro por unos segundos, antes de centrarse en el monstruo.

Empezamos a rodear el jardín mientras Zöe hablaba al dragón. Casi lo habíamos conseguido cuando pasó. Percibí un cambio de humor en el dragón. Quizá Zoë se había acercado demasiado. O tal vez la bestia había sentido hambre. En todo caso, se abalanzó sobre ella.

Dos mil años de adiestramiento la mantuvieron con vida. Esquivó una ristra de colmillos, se agachó para evitar la siguiente y empezó a serpentear entre las cabezas de la bestia, corriendo en nuestra dirección y aguantándose las arcadas que le provocaba aquel espantoso aliento. Sacamos las armas para ayudarla, pero ella nos ordenó seguir avanzando y dejar el monstruo atrás.

Por suerte Ladón estaba bien entrenado y se quedó alrededor del árbol. Mientras nos alejábamos oímos a las hespérides cantar y su música sonaba triste, como si de verdad echaran de menos a su hermana.

La cima estaba llena de ruinas. Zöe nos explicó que eran los restos del Othrys, el palacio de los titanes. Me di cuenta de que estaba herida.

-Déjame ver- le pedí, pero ella se negó. Iba a insistir, pero entonces vimos a Artemisa.

Ya no parecía tan divina. Estaba vestidas con andrajos y encadenada al suelo con cadenas de bronce celestial, mientras sujetaba el cielo. Era como si el cielo se juntara para formar una columna gigante que estaba sobre los hombros de la diosa.

-¡Mi señora!

Zoë corrió hacia ella. Pero Artemisa gritó:

-¡Detente! Es una trampa. Debes irte ahora mismo.

Parecía exhausta y estaba empapada de sudor. Yo nunca había visto a una diosa sufrir de aquella manera. El peso del cielo era a todas luces demasiado para ella.

Zoë sollozaba. Pese a las protestas de Artemisa, se adelantó y empezó a tironear de las cadenas.

Entonces retumbó una voz a nuestras espaldas.

-¡Ah, qué conmovedor!

Nos dimos media vuelta. Allí estaba el General, con su traje de seda marrón. Tenía a Luke a su lado y también a media docena de dracaenae que portaban el sarcófago de Cronos. Junto a Luke, Annabeth con las manos a la espalda y una mordaza en la boca. Él apoyaba la punta de la espada en su garganta. De nuevo habíamos caído en la trampa.

-Luke -gruñó Thalia-, suéltala.

Él esbozó una sonrisa endeble y pálida. Tenía un aspecto incluso horrible.

-Esa decisión está en manos del General, Thalia. Pero me alegra verte de nuevo.

Thalia le escupió. El General rió entre dientes.

-Ya vemos en qué ha quedado esa vieja amistad. Y en cuanto a ti, Zoë, ha pasado mucho tiempo… ¿Cómo está mi pequeña traidora? Voy a disfrutar matándote.

-No le contestes -gimió Artemisa-. No lo desafíes.

-Un momento… -dijo Percy-. ¿Tú eres Atlas?

El General se giró hacia él

-¡Ah! Así que hasta el más estúpido de los héroes es capaz de hacer por fin una deducción. Sí, soy Atlas, general de los titanes y terror de los dioses. Felicidades. Acabaré contigo y tu amiguito -me señaló- enseguida, tan pronto me hay a ocupado de esta desgraciada muchacha.

-No vas a hacerle ningún daño a Zoë -dije-. No te lo permitiré.

El General sonrió desdeñoso.

-No tienes derecho a inmiscuirte, pequeño héroe. Esto es un asunto de familia.

Arrugué el entrecejo.

-¿De familia?

-Sí -dijo Zoë, desolada-. Atlas es mi padre.

Y esas palabras despertaron un recuerdo casi olvidado de un viejo libro de mitología. "La hija de Atlas." Pero no era Zöe. Era Calipso. Fue como si un puzzle inconexo acabara de montarse en mi cabeza. Esa sensación de familiaridad con Zöe, las visiones que había tenido en Ogigia... ¡Eran hermanas!

Luke empezó hablar, intentando de nuevo convencer a Thalia de unirse a ellos. Me dieron ganas de gritarle que se callara, pero no me atrevía, no mientras su espada siguiera en el cuello de Annabeth. La hija de Atenea parecía muy débil y en su pelo había mechones grises.

-Aquí erigiremos el monte Othrys -prometió Luke con una voz tan agarrotada que apenas parecía la suya-. Y de nuevo será más fuerte y más poderoso que el Olimpo. Mira, Thalia. No nos faltan fuerzas.

Señaló hacia el océano. A mí se me cayó el alma a los pies: desde la playa donde había atracado el Princesa Andrómeda, subía por la ladera de la montaña un gran ejército en formación. Dracaenae y lestrigones, monstruos y mestizos, perros del infierno, arpías y otras criaturas que ni siquiera sabría nombrar. Debían de haber vaciado el barco entero, porque eran centenares, muchísimos más de los que había visto a bordo el verano pasado. Y marchaban hacia nosotros. En unos minutos estarían allí arriba.

-Pronto el Campamento caerá, y después del Olimpo.

Por un segundo Thalia pareció dudar, pero entonces vi la rabia en sus ojos. Y supe lo que había elegido. Blandió su lanza. Luke le pidió otra oportunidad, pero ella solo nos miró y dijo:

-¡Vamos!


Siento no haber podido subir esto ayer, pero en fin era año nuevo y pues reuniones familiares y esas cosas que no puedes evitar.

Empezamos fuerte en 2024. Después de este capítulo se vienen... cositas.

En fin, gracias por estar aquí un año más y espero que siga así, tanto yo escribiendo como tú leyendo. Espero que tengas un buen año. Y si alguna vez necesitas hablar y no sabes con quien, puedes escribirme e intentaré ayudarte. No prometo que pueda hacerlo, pero sí que puedo intentarlo.

Gracias por leer, no sé si te haces a la idea de lo mucho que significa para mí-

Erin Luan