Todo lo que reconozcas pertenece a Rick Rordan


XVII La asamblea del solsticio de invierno

Thalia se lanzó sobre Luke, ahuyentando también a las mujeres serpiente que llevaban a Annabeth y el ataúd. Yo fui a ayudar a Annabeth.

-¿Estás bien? -pregunté, a la vez que la ayudaba a mantenerse en pie.

-No tendríais que haber venido -me respondió, con voz de llevar tiempo sin hablar-. Es una trampa.

-Ya, nos lo imaginábamos. Pero no os íbamos a dejar a Artemisa y a ti aquí. ¿Puedes mantenerte sola?

-Creo que sí...

La solté y Annabeth no se cayó al suelo, una buena señal. Fue en ese momento que miré alrededor y me di cuenta de que las cosas no iban muy bien.

Thalia luchaba contra Luke, pero la pelea estaba muy igualada. Zöe luchaba contra su padre y Percy... Percy estaba tirado en el suelo cerca de Artemisa, con pinta de que le hubieran dado un buen golpe.

-Ve con él- dijo Annabeth, como si me hubiera leído la mente.

En vez de responder me acerqué corriendo a Percy, esquivando a Zöe y Atlas. Estaba a punto de llegar hasta mi amigo, cuando este hizo algo que entra en la top de las cosas más estúpidas que le he visto hacer. Se cambió por Artemisa para sostener el cielo.

Por un segundo pareció que no se levantaría, pero luego se irguió un poco, con todo el peso sobre los hombros. A la maldición del titán uno resistirá. Una mirada suya me dijo que no teníamos mucho tiempo hasta que no pudiera más.

Artemisa se levantó y se lanzó a atacar a Atlas. Diosa y teniente se enfrentaban al titán con toda su fuerza. La pelea de la hija de Zeus y el hijo de Hermes también era muy intensa y sabía que no podría intervenir en ninguna de las dos.

Vi a las dracaena volver y acercarse al ataúd de Cronos. Me lancé sobre ellas con rapidez y las convertí en polvo. Al acabar con ellas, sin querer apoyé mi mano en el ataúd. Estaba muy frío. Y entonces empezaron las visiones.

Un hombre hecho de estrellas en el suelo, todo lleno de un líquido dorado. Una mujer de tierra mirándome con orgullo antes de fundirse con el suelo. Los seis primeros dioses sobre mí, mirándome amenazantes con sus armas en alto. Oscuridad y dolor, mucho dolor, durante un tiempo infinito...

Noté a alguien agarrándome y separándome del ataúd. Mis piernas no me sostuvieron y caí al suelo.

-Andy. ¿Estás bien? -era Annabeth-. Tocaste el ataúd y tus ojos se volvieron dorados...

Pero no me dio tiempo a responder, porque Zöe se estrelló en la pared de piedra junto a nosotros y cayó al suelo. Me acerqué a ella corriendo como pude.

A pesar del golpe que acababa de recibir, esas no eran sus mayores heridas. Era un corte en su costado, que rezumaba una sustancia extraña.

-Ladón -dije-. ¿Por qué no nos avisaste?

-No quería que os preocupárais...-su voz sonó débil. Muy débil.

No respondí. Mi cabeza iba a toda velocidad. La sensación de deja vú era muy fuerte, porque esta era la escena que había visto en mi cabeza. Y aún así no sabía que hacer.

En un intento desesperado coloqué mis manos sobre la herida, como había visto hacer a mis hermanos, y dejé salir todo mi poder.

Mis manos brillaron como nunca antes, el tirón en el estómago era tan fuerte que dolía. Recé a todos los dioses, griegos, romanos o lo que fuera, para que sirviera para curar a Zöe.

Quizá fue menos de un minuto, pero el tiempo se me hizo eterno hasta que una mano se apoyó en mi hombro. Era Artemisa. Negó con la cabeza y apagué mi poder. Me sentía como si fuera a desmayarme en cualquier momento.

-Yo lo sabía... Sabía que iba a pasar -le dije a la diosa-. Pero no pude evitarlo, y tampoco puedo curarla. Por que soy inútil...

La sensación dolorosamente familiar de sentir que no vales nada volvió a abrirse paso dentro de mí. Artemisa me miraba como si no me hubiera visto antes, y abrió la boca como si fuera a preguntarme algo.

Pero no llegó a hacerlo, porque Percy, Annabeth y Thalia se acercaron a nosotros.

-Andy, ¿que ha sido eso?-preguntó Thalia.

Yo no dije nada y solo me aparté de delante de Zöe. Los tres se quedaron conmocionados.

A partir de ese momento, creo que me quedé semiinconsciente por unos segundos, porque aunque vi que Zöe decía algo a Percy y Thalia, no lo oí. No oí nada hasta que al cabeza de Zöe se giró hacia mí.

-Perdón -le dije-. Yo sabía que morirías, pero no hice nada para protegerte. Y ni siquiera he podido salvarte...

-No te culpes, Andy -me respondió Zöe-. Yo elegí esto. No es culpa tuya. No puedes salvar a todo el mundo.

-Yo... Debería... -notaba una bola en mi garganta que me impedía hablar.

-No te pareces en nada a tu padre -dijo ella, sonriendo débilmente.

Sé que lo dijo como algo bueno, porque para ella Apolo representaba lo malo que había en los hombres. Pero si yo me pareciera más a él, habría tenido poder para curarla y no habría muerto ante mis ojos, ni su alma se hubiera ido a las estrellas.

Artemisa se secó las lágrimas y llamó a su carro. Nos aseguró que nos mandaría ayuda para que viniera a buscarnos.

-¿Qué pasó con Luke? -no había visto en que momento había dejado de luchar contra Thalia.

-Él... Se cayó por la montaña -dijo Percy, tras unos segundo de silencio.

-Entonces, ¿ha... ? -no fui capaz de decir la palabra "muerto". No en ese momento.

-No -dijo Thalia-. Sigue vivo.

-Thalia, es imposible... -empezó a decir Annabeth, pero la hija de Zeus la interrumpió.

-Ya, es imposible que sobreviviera. Pero él sigue vivo. Lo noto.

Yo la creí. Si alguien era capaz de sobrevivir a una caída como aquella era Luke, aunque no supiera como podría hacerlo.

En ese momento llegaron cuatro pegasos. Percy habló con ellos por unos instantes y luego montamos uno en cada.

En cuanto nos elevamos en el cielo me quedé completamente dormido por el agotamiento.

Desperté llegamos a Nueva York. Nos miramos una vez y Thalia nos confirmó que teníamos que ir al Olimpo.

En la penumbra del alba, las antorchas y hogueras hacían que los palacios construidos en la ladera reluciesen con veinte colores distintos, desde el rojo sangre hasta el índigo. Por lo visto, en el Olimpo nadie dormía nunca. Las tortuosas callejuelas se veían atestadas de semidioses, de espíritus de la naturaleza y dioses menores que iban y venían, unos caminando y otros conduciendo carros o llevados en sillas de mano por un par de cíclopes. El invierno no parecía existir allí. Percibí la fragancia de los jardines, inundados de jazmines, rosas y otras flores incluso más delicadas que no sabría nombrar. Desde muchas ventanas se derramaba el suave sonido de las liras y de las flautas

de junco. En la cima de la montaña se levantaba el mayor palacio de todos: la resplandeciente morada de los dioses.

Era probablemente el lugar más increíble que había visto nunca, pero no me sentía capaz de apreciar su belleza en ese momento.

Nuestros pegasos nos dejaron en el patio delantero, frente a unas enormes puertas de plata. Antes de que se nos ocurriese llamar, las puertas se abrieron por sí solas.

Por mi cabeza pasó el pensamiento de que quizá algunos de nosotros no saliéramos de esa sala. ¿Quién sabría que podía pasar con todos los Olímpicos reunidos?

Los cuatro, Thalia, Annabeth, Percy y yo, dimos juntos un paso adelante y entramos en el palacio de los dioses, igual que habíamos hecho ante el Westover Hall hacía unos días que parecían años enteros.

Doce grandes tronos formaban una U alrededor de la hoguera central, igual que las cabañas en el campamento. En el techo relucían todas las constelaciones, incluso la más reciente: Zoë la cazadora, avanzando por los cielos con su arco.

Reteniendo las lágrimas, miré a los dioses. Medían cuatro metros y nos miraban amenazadores.

Artemisa nos saludó, pero mi atención se centró en Grover y Bessie. Nuestro amigo sátiro corrió hacia nosotros, mientras que el taurofidio daba vueltas en una esfera de agua.

-¡Lo has conseguido! -le dije a Grover cuando me abrazó.

-Vosotros también -me respondió-. Pero tenemos de convencerlos. ¡No puede hacerlo!

-¿Hacer el qué? -preguntó Percy.

-Héroes -interrumpió Artemisa.

La diosa bajó de su trono y, adoptando estatura humana, se convirtió en una chica de pelo castaño rojizo que se movía con desenvoltura entre los grandiosos olímpicos. Cuando se nos acercó con su reluciente túnica plateada, vi que su cara no delataba ninguna emoción. Parecía moverse en un halo de luz de luna.

-La asamblea ha sido informada de vuestras hazañas -nos dijo Artemisa -. Saben que el monte Othrys se está alzando en el oeste. Conocen el intento de Atlas de liberarse y el tamaño del ejército de Cronos. Hemos decidido por votación actuar.

Hubo algunos murmullos entre los dioses, como si no estuvieran muy conformes con el plan, pero nadie protestó.

-A las órdenes de mi señor Zeus -prosiguió Artemisa-, mi hermano Apolo y yo cazaremos a los monstruos más poderosos, para abatirlos antes de que puedan unirse a la causa de los titanes. La señora Atenea se encargará personalmente de que los demás titanes no escapen de sus diversas prisiones. El señor Poseidón ha obtenido permiso para desencadenar toda su furia contra el crucero Princesa Andrómeda y enviarlo al fondo del mar. Y en cuanto a vosotros, mis queridos héroes…

Se volvió hacia los otros inmortales.

-Estos mestizos han hecho un gran servicio al Olimpo. ¿Alguien de los presentes se atrevería a negarlo?

Mirando a los dioses, parecía que alguno sí quería negarlo, pero supongo que le tenían demasiado miedo a Artemisa, o a su padre Zeus. Pero fue Apolo el que abrió la boca, aunque llevaba todo el rato con los cascos puestos sin prestar atención, o al menos eso parecía.

-He de decir que estos chicos se han portado de maravilla. -Se aclaró la garganta y empezó a recitar- "Héroes que ganan laureles…"

-Sí, de primera clase -lo interrumpió Hermes, al parecer deseoso de ahorrarse la poesía de Apolo-. ¿Todos a favor de que no los desintegremos?

Algunas cuantas manos se alzaron tímidamente: Deméter, Afrodita…

-Espera un segundo -gruñó Ares, señalando a Thalia y a Percy-. Esos dos son peligrosos. Sería mucho más seguro, ya que los tenemos aquí…

-Ares -lo cortó Poseidón-, son dignos héroes. Y no vamos a volar en pedazos a mi hijo.

-Ni a mi hija -rezongó Zeus-. Lo ha hecho muy bien.

Los dos se sonrojaron. Los entendía bien. Pero la verdad en ese punto agradecía que la atención de los dioses no se centrara en mí.

La diosa Atenea se aclaró la garganta.

-También yo estoy orgullosa de mi hija. Sin embargo, en el caso de los otros dos hay un riesgo de seguridad evidente.

-¡Madre! -exclamó Annabeth-. ¡Cómo puedes…!

Atenea la cortó con una mirada serena pero firme.

-Es una desgracia que mi padre Zeus y mi tío Poseidón rompieran su juramento de no tener más hijos. Sólo Hades mantuvo su palabra, cosa que encuentro irónica. Como sabemos por la Gran Profecía, los hijos de los tres dioses mayores (como Thalia y Percy ) son peligrosos. Por muy majadero que sea, Ares tiene razón.

Ares parecía el más sorprendido por las palabras de la diosa de la sabiduría, como si no esperara que le diera la razón.

-¿Realmente consideras, Atenea, que lo más seguro es destruirlos? -preguntó Dioniso.

-Yo no me pronuncio -dijo Atenea-. Sólo señalo el peligro. Lo que haya que hacer, debe decidirlo la asamblea.

-Yo no les aplicaría ningún castigo -dijo Artemisa-, sino una recompensa. Si destruimos a unos héroes que nos han hecho un gran servicio, entonces no somos mejores que los titanes. Si ésta es la justicia del Olimpo, prefiero pasar sin ella.

-Cálmate, hermanita -dijo Apolo.

-¡No me llames hermanita! Yo los recompensaría.

-Bueno -rezongó Zeus-. Tal vez. Pero al monstruo hay que destruirlo. ¿Estamos de acuerdo en eso?

Percy lo entendió antes que yo.

-¿Bessie? ¿Queréis destruir a Bessie?

-¡Muuuuu!

Su padre frunció el entrecejo.

-¿Has llamado Bessie al taurofidio?

-Padre -dijo-, es sólo una criatura del mar. Una criatura realmente hermosa. No podéis destruirla.

Poseidón se removió, incómodo.

-Percy, el poder de ese monstruo es considerable. Si los titanes llegaran a capturarlo…

-No podéis, dioses -insistió Percy. Miró a Zeus.- Querer controlar las profecías nunca funciona, ¿no es cierto? Además, Bess… digo, el taurofidio es inocente. Matar a alguien así está mal. Tan mal… como que Cronos devorase a sus hijos sólo por algo que tal vez pudieran hacer. ¡Está mal!

Zeus pareció considerar sus palabras. Sus ojos se posaron en su hija Thalia.

-¿Y qué hay del riesgo? -dijo-. Cronos sabe que si uno de vosotros dos sacrificase las entrañas de la bestia, tendría el poder de destruirnos. ¿Crees que podemos permitir que subsista semejante posibilidad? Tú, hija mía, cumplirás dieciséis mañana, tal como augura la profecía.

-Tenéis que confiar en ellos, señor -suplicó Annabeth alzando la voz-. Confiad en ellos.

-Son leales al Olimpo -dije yo-. Nunca lo harían.

Zeus torció el gesto y nos dirigió una mirada severa.

-¿Confiar en unos héroes?

-Ellos tienen razón -dijo Artemisa-. Y ése es el motivo de que deba otorgarle mi recompensa a uno de ellos. Mi leal compañera Zoë Belladona se ha incorporado a las estrellas. Necesito una nueva lugarteniente. Y tengo intención de elegirla ahora. Pero antes, padre Zeus, debo hablarte en privado.

Zeus bajó para hablar con su hija. Percy se giró hacia Annabeth, pero yo miré a Thalia.

-¿Vas a hacerlo? -le pregunté.

-Es lo mejor. Espero que no te moleste...

-¿Cómo me va a molestar? -le dije, dándole un abrazo-. Si es lo que tú quieres, hazlo.

-Eres el mejor, Andy -me dijo la hija de Zeus-. Y gracias por guardar el secreto de...

De Jason, pensé. Pero Thalia no parecía capaz de decir su nombre. Yo le sonreí. Artemisa se volvió.

-Voy a nombrar a una nueva lugarteniente -anunció-. Si ella accede.

-No -oí murmurar a Percy, por alguna razón que no entendí.

-Thalia, hija de Zeus -dijo Artemisa tendiéndole una mano-. ¿Te unirás a la Caza?

Yo le dí una sonrisa de ánimo y Annabeth le apretó la mano, también sonriendo igual que Grover. Percy parecía confuso y muy sorprendido.

-Sí -respondió Thalia con firmeza.

Zeus se levantó con expresión preocupada.

-Hija mía, considéralo bien…

-Padre -dijo ella-. No cumpliré los dieciséis mañana. Nunca los cumpliré. No permitiré que la profecía se cumpla conmigo. Permaneceré con mi hermana Artemisa. Cronos no volverá a tentarme de nuevo.

Se arrodilló ante la diosa y empezó a pronunciar unas palabras que resonaron por la sala.

-Prometo seguir a la diosa Artemisa. Doy la espalda a la compañía de los hombres…

Después del juramento Thalia nos abrazó a todos una vez más y se sentó junto a Artemisa.

-Y ahora, el taurofidio -dijo la diosa.

-Ese chico sigue siendo un peligro -advirtió Dioniso-. La bestia constituye la tentación de un gran poder. Incluso si le perdonamos la vida al chico…

-No -dijo Percy-. Por favor, dejad con vida al taurofidio. Mi padre puede ocultarlo bajo el mar o conservarlo aquí, en el Olimpo, en un acuario. Pero tenéis que protegerlo.

-¿Y por qué deberíamos confiar en ti? -intervino Hefesto con voz resonante.

-Sólo tengo catorce años -dijo-. Si la profecía habla de mí, aún faltan dos.

-Dos años para que Cronos pueda engañarte -terció Atenea-. Pueden cambiar muchas cosas en dos años, mi joven héroe.

-¡Madre! -gritó Annabeth, exasperada.

-Es sólo la verdad, niña. Es una mala estrategia mantener vivo al animal. O al chico.

Poseidón se incorporó.

-No permitiré que sea destruida una criatura del mar, siempre que pueda evitarlo. Y puedo evitarlo. -Extendió una mano y apareció un tridente en ella. Un mango de bronce de seis metros rematado con tres puntas aguzadas en las que reverberaba una luz azulada-. Yo respondo del chico y de la seguridad del taurofidio.

-¡No te lo llevarás al fondo del mar! -Zeus se levantó de golpe-. No voy a dejar en tu poder semejante baza.

-¡Hermano, por favor! -suspiró Poseidón.

El rayo maestro de Zeus apareció en su mano: un mástil de electricidad que inundó la estancia de olor a ozono.

-Muy bien -dijo Poseidón-. Construiré aquí un acuario para la criatura. Hefesto puede echarme una mano. Aquí estará a salvo. La protegeremos con todos nuestros poderes. El chico no nos traicionará. Respondo de ello con mi honor.

Zeus reflexionó.

-¿Todos a favor?

Para mi sorpresa, se alzaron muchas manos. Dioniso se abstuvo. También Ares y Atenea. Pero los demás…

-Hay mayoría -decretó Zeus-. Así pues, ya que no vamos a destruir a estos héroes… me figuro que deberíamos honrarlos. ¡Que dé comienzo la celebración triunfal!

La fiesta fue alucinante. Había todo tipo de bebidas y las nueve musas se encargaban de la música, aunque cada uno oía lo que quería oír. En mi caso, era un mezcla extraña de viejas canciones portuguesas de mi abuela, rock ochentero de mi madre y canciones más actuales que había oído en alguna parte y no tenía ni idea del nombre.

Estuve hablando un rato con Percy, pero todos los dioses quería felicitarle, así que lo tuve que dejar. Thalia hablaba con Artemisa y Annabeth parecía estar discutiendo con su madre. Grover, por su parte, le estaba susurrando el nombre de Pan al café mientras comía enchiladas.

Seguí dando vueltas por el Olimpo al ritmo de la música. Acabé en un balcón de mármol cubierto de hiedra. Estaba amaneciendo y el sol teñía de dorado la ciudad de Nueva York, muchos metros por debajo.

-Es bonito, ¿verdad? Eos tiene mucho talento -no me sorprendió del todo que mi padre apareciera junto a mí.

-¿Quién es Eos? -pregunté sin apartar la vista del cielo.

-La diosa del amanecer. Ella los crea. Aunque quizás la reconozcas mejor por su nombre romano, Aurora -en sus palabras hubo un recordatorio del peligro que suponía para mí estar allí.

-¿No deberías estar conduciendo tu carro? -dije, señalando el astro que comenzaba a asomarse-. El sol ya está en el cielo.

-No es estrictamente necesario. Cada versión de la razón del movimiento del sol, científica o mitológica, lo mantiene en movimiento. No tengo que hacer el viaje todos lo días, aunque me gusta hacerlo.

Algo en mi rostro le debió decir que no había entendido demasiado su explicación, por lo que cambió del tema.

-Tú también lo has hecho muy bien en la misión, Andy.

Lo miré por primera vez. Había adoptado el aspecto de un adolescente de 19 años con brillante pelo rubio y vestía con ropa parecida a la primera vez que lo había visto.

-Sí tú lo dices.

-Mis hijos... No suelen ser guerreros.

-Me he dado cuenta.

-Pero tú lo eres, Andy. Y uno muy bueno.

-No estoy de acuerdo.

-¿No? Pocos guerreros se habrían lanzado sobre la mantícora como tú lo hiciste.

-Eso fue una estupidez. Ni siquiera estaba armado. Me habría matado de no ser por Dioniso. Thalia ha vencido a Luke. Percy y Annabeth han sostenido el cielo. Grover ha salvado al taurofidio. ¡Bianca y Zöe han dado su vida por nosotros! -las lágrimas caían por mi rostro-. ¿Y yo que he hecho? ¡Nada! Los demás han tenido que salvarme, y ni siquiera he podido salvar a Zöe. Habría sido mejor que se hubieran llevado a cualquier otro.

Me senté en el suelo, la espalada apoyada en la barandilla del balcón. Saqué de la mochila el cuchillo de Biaca y la figurita que me dio.

-¿Que le voy a decir a Nico...?

-Puedes decirle la verdad -dijo una voz nueva, una voz de chica.

Levanté la vista y me encontré con unos ojos plateados.

-¿Artemisa?

-Bianca murió como una guerrera, Andy. Díselo a Nico. No dejes que se hunda por la muerte de su hermana. Puedes hacer eso.

En lugar de responder, le tendí el cuchillo de plata.

-Supongo que ahora es tuyo -le dije.

-No. Quiero que te lo quedes tú.

-¿Yo?

-Bianca te lo dio a ti. Confío en su criterio. Era joven, pero muy sabia.

Me tendió la mano para que me levantara y la cogí. La diosa estaba de nuevo en su forma de niña y era unos centímetros más alto que ella.

-Siento que no hayas tenido tanto reconocimiento como tus compañeros en esta misión -dijo Apolo, que aún seguía allí.

-No queríamos atraer la atención de los demás dioses sobre ti -añadió Artemisa.

-¿Tú lo sabes? Que soy...

-Romano. Sí lo sé -miró a su hermano por un segundo-. No lo supe desde siempre, eso sí. No hasta que dijiste que sabías lo que le iba a pasar a Zöe.

-Tuve una visión. Después de hablar contigo en el tren -miré a Apolo tras esa frase-. La vi morir, sabía que moriría, pero no pude evitarlo.

-No te tortures -me dijo Apolo-. No se pude cambiar el destino.

-Mi poder para ver el futuro... ¿Tiene que ver contigo?

-Más o menos -admitió mi padre-. Pero tú eres el único de mis hijos que puede ver el futuro tan claramente. Por eso Artemisa te reconoció.

-Si los dioses te descubren te matarán -me advirtió Artemisa-. Por ahora, deberías pasar un tiempo sin llamar la atención.

-Volveré con los romanos. Tengo que avisarles de lo que está pasando en el monte Tamalpais. Pero antes iré al Campamento Mestizo a hablar con Nico -agarré con más fuerza la figurita.

-Eres un gran héroe, Andy. Si fueras mujer, no dudaría en ofrecerte un puesto en la Caza.

-Muchas gracias, mi señora.

-Puedes llamarme Artemisa. Te lo has ganado. Y Zöe habría estado de acuerdo.

-Ahora deberíamos volver a la fiesta -dijo Apolo-. Tus amigos se preguntarán donde estás.

-Si... ¿Puedo hacerte una última pregunta?

-Pues claro.

-Jason, el hermano romano de Thalia, el hijo de Júpiter. Si Percy muriera antes de lo dieciséis...

-No, Jason no sería el siguiente. La Gran Profecía no afecta a los romanos, aunque los Tres Grandes juraron tampoco tener hijos en sus versiones romanas.

-Gracias, papá.

-A ti, Andy.


No sé vosotros, pero yo he llorado escribiendo esto. No sé, quizás no es tan triste, pero no pude evitarlo. En fin, para el próximo capítulo vuelven los romanos, pero antes se vienen cositas.

Recuerda que si tienes alguna idea sobre lo que podría pasar puedes contármela en reviews, quizás la utilice para la historia.

Gracias por leer,

Erin Luan