Todo lo que reconozcas pertenece a Rick Rordan


XVIII El cielo sangra sobre nosotros

Quirón nos recibió en la Casa Grande cuando volvimos del Olimpo. Los líderes de las cabañas también estaban allí, incluida Clarisse. La hija de Ares ya había vuelto de su misión secreta y aunque nos miraba como si no se alegrara de vernos, como siempre, no parecía querer matarnos. Su misión tenía que haber sido difícil.

Los semidioses se alegraron de que hubiéramos tenido éxito, Lee parecía el más contento de que yo siguiera vivo y tuvimos que contarles toda nuestra misión, lo que no fue fácil.

Cuando llegamos a la parte que tuvo lugar en el monte Tamalpais decidí levantarme y decir que iba al baño. No había podido decirles en voz alta que Bianca había muerto y tampoco me atrevía a revivir la muerte de Zöe.

Volví del baño y vi que Percy no estaba. Cuando les pregunté me dijeron que se había ido a hablar con Nico. Salí corriendo a buscarlos.

Tenía que hablar con el pequeño de los di Angelo. Le debía una disculpa. Y dos dioses me habían dicho que tenía que hablar con él. No pensaba llevarles la contraria.

Los encontré en el pabellón comedor. La mirada de Nico me dijo que Percy ya se lo había contado.

-Andy, ¿que haces aquí? -preguntó Percy.

Pero antes de responder oí un sonido a mi espalda. Un silbido y un rechinar de dientes que conocía muy bien.

Sincronizados, Percy y yo sacamos las espadas justo a tiempo de defendernos de los guerreros-esqueleto. ¿Cómo nos habían seguido hasta allí? Pero no hubo tiempo para pensar, porque se lanzaron sobre nosotros.

Al primero que se acercó a mí le corté la cabeza. Esta se volvió a juntar al cuerpo y el esqueleto siguió luchando. Al segundo que se acercó a mí le clavé mi espada de bronce celestial donde un humano tendría el corazón. El espartoi se deshizo en polvo. Justo lo que había hecho Bianca con otro de ellos en aquel pueblo en Nuevo México.

Pude oír a Nico gritar y salté justo a tiempo para no caer por una grieta que se abrió en el suelo. Los guerreros-esqueleto no fueron tan rápidos.

-¿Cómo has hecho eso? -le preguntó Percy a Nico. Pero él no respondió, salió corriendo hacia el bosque.

Nosotros lo seguimos. En algún momento noté que Percy cayó al suelo, pero no me paré. Tenía que alcanzar a Nico. Corrimos entre los árboles. Cada vez le ganaba más terreno. Alargué el brazo hacia Nico y lo agarré justo a tiempo. Entonces los dos desaparecimos.

Por un segundo no vi nada. Solo notaba mi mano sobre el brazo de Nico y una sensación de velocidad. Y de repente estábamos tirados sobre la nieve bajo el cielo nocturno. Aquello no era el campamento.

Nico calló al suelo, prácticamente se desmayó. Me asustó verlo tan pálido. Por un segundo dio la sensación de que su cuerpo se fundía con la sombra que mi cuerpo provocaba en el suelo. Al ver eso, mis poderes se activaron solos y empecé a brillar. Nico se volvió más sólido, más real. Apagué mis poderes y entonces despertó.

-¿Do... dónde esta... tamos? -preguntó, tiritando. Me quité el abrigo que todavía llevaba, una vieja chaqueta de aviador que había sido de mi madre, y se lo puse-. Grazie -susurró en italiano, pero le entendí perfectamente.

-No... No sé donde estamos. Aparecimos aquí -admití.

-Cuando corría por el bosque me... metí en una sombra. No sabía que estabas conmigo, lo hice sin querer.

-¿Estás bien, Nico?

-Estoy agotado, pero estoy bien.

-No preguntaba eso. Percy te lo ha contado -asintió con la cabeza. No pudo ocultar un par de lágrimas que se congelaron bajando por sus mejillas.

-Ya lo sabía... -confesó-. Lo vi en una pesadilla... La vi... -no fue capaz de decir la palabra "morir".

-Sí lo viste, sabrás que murió como una heroína, para salvarnos a todos nosotros. Sin ella, no habríamos completado la misión.

-Me prometiste que le protegerías -me acusó, igual que yo llevaba haciendo desde que su hermana se sacrificó. Pero entonces lo entendí.

-Sé que lo prometí, Nico, y lo siento por no haberlo cumplido. Pero no puedo cambiar el destino. No puedo salvar a todo el mundo -yo también empecé a llorar, aunque no sabía muy bien por qué.

Nico me abrazó y yo le abracé a él. Solo en ese momento de silencio, al oír el rumor del mar a lo lejos, supe donde estábamos. El acantilado en el que Bianca se había unido a las cazadoras. El lugar en el que había abandonado a Nico por primera vez. En ese lugar, hacía solo unos días, había decidido que yo sería la familia que Nico necesitaba. Ahora era hora de cumplirlo.

-Ella quería que tuvieras esto -separé el abrazo y saqué un objeto del bolsillo de mi abrigo que Nico llevaba. Se lo di.

-¿Una figurita de Mitomagia?

-¿Quién es?

-El último que me faltaba... Hades- Nico levantó la vista del juguete y me miró a mí. Mi mirada le dio la respuesta a su pregunta no pronunciada -. Él es... ¿Mi padre?

-Sí, Nico. Eres hijo de Hades, dios del Inframundo. Y Bianca también.

-Por eso pude sentir que había... -de nuevo no pudo decir "muerto"-. Por eso nos he podido traer hasta aquí.

-Exacto. Eres poderoso, Nico.

-¿Crees que Bianca lo sabía?

-Seguramente no -admití-. Pero creo que pudo sentirlo al ver esa figurita. Por eso era tan importante -¿tan importante como para dar su vida por ella? No, según yo, pero eso había pensado la hija de Hades.

Nos quedamos en silencio por un tiempo que pareció eterno, sentados en mitad de la nieve. Pude ver como el dolor de Nico se transformaba en decisión.

-No voy a volver al campamento -me dijo.

-Solo tú puedes elegir que hacer. Pero recuerda que fuera no estás a salvo. Ahora mismo estamos en peligro.

-Lo sé. Pero voy a aprender a usar mis poderes y voy a descubrir la verdad sobre mi pasado.

Yo pensaba que Nico estaría más a salvo en el campamento, pero era su decisión. Y sabía que era fuerte suficiente para hacer lo que quisiera.

-¿Estás seguro?

-Sí. No sé a donde voy a ir, pero no puedo volver, Andy.

Los dos nos pusimos en pie. Nico hizo ademán de quitarse mi abrigo, pero lo frené.

-Quédatelo tú. Lo vas a necesitar más que yo.

-Gracias. Pero esto es tuyo -sacó del bolsillo el cuchillo de Bianca. Yo lo cogí.

-Si me necesitas... -quería decirle que me buscara, pero nunca me encontraría si estaba en el campamento Júpiter.

-No tienes que cuidar de mí. Puedo hacerlo yo solo.

-Pero quiero ayudarte. No se si me encontrarás, pero si me necesitas, intenta buscarme.

-Está bien -respondió el hijo de Hades tras unos segundos-. Gracias por todo, Andy.

No me dio tiempo a responder, porque Nico agarró mi mano y volvimos a desaparecer. Sin embargo, noté como a medio camino en la oscuridad nuestras manos se soltaron.

Aparecí en medio del pabellón comedor. Nico no estaba conmigo. Hacía menos frío que en el acantilado. Will entró corriendo y se acercó a mi.

-¿Qué ha pasado? -preguntó mi hermano, señalando la grieta en el suelo-. ¿Dónde está Nico?

-Nico se ha ido -respondí yo.

-¿Ha... muerto?

-¿Qué? No. Solo se ha ido del campamento.

-¿Y va a volver?

-No... No lo sé -admití. Will me abrazó.

-Me alegró de que hayas vuelto de la misión. Me dijeron que ibas a morir- no me atreví a decirle que me habría cambiado sin dudarlo por cualquiera de las cazadoras que dieron su vida en la misión, así que lo abracé más fuerte-. Voy a echar de menos a Nico. Es mi amigo.

-Yo también lo voy a echar de menos.

Las siguientes horas fueron confusas. Percy, Annabeth y Grover volvieron de buscarnos a mí y a Nico por el bosque y se sorprendieron de verme allí. Todo el mundo me preguntó por el hijo de Hades: ellos, Quirón, los líderes de cabaña, la mayoría de mis hermanos... Pero yo solo dije que se había ido y que no intentaran buscarlo.

Al único al que le dije algo más fue a Percy. Esa noche, me acerqué hasta su cabaña y le dije que no era culpa suya que se hubiera marchado. Él me preguntó si Nico era un hijo de Hades. Yo le dije que sí.

Aprovechando que Grover se iba por un mensaje de Pan, yo también decidí que era hora de irse del campamento. Cuando llegué a casa mi madre parecía preocupada. Me explicó que lo único que Quirón le había dicho cuando no volví a casa fue que estaba en una misión peligrosa, lo cual no ayudó.

Y verla tan preocupada con ella, darme cuenta de que siempre había alguien esperando que volviera hizo que me desmoronara. Se lo conté todo. La verdad sobre los dos campamentos y sobre mi padre. Todo lo que había pasado en la misión, la verdad sobre Jason y Thalia y también las historia de Nico y Bianca. Que podía ver el futuro pero era incapaz de salvar a nadie. Contar la verdad me sentó mejor de lo que había esperado.

Me quedé un poco más con ella, pero sabía que había llegado la hora de regresar con los romanos. No llevaba fuera del campamento Júpiter más de dos semanas, pero parecía una eternidad. Y tenía mucho que contarles. Sin delatar a los griegos, tenía que avisar a los romanos de la guerra que se avecinaba. Además, echaba de menos a Jason y Reyna.

Por eso me puse en camino el primer día del año. Tras varios días de viaje llegué al Campamento Júpiter. Allí, como en el Campamento Mestizo, la barrera impedía que cayera nieve, aunque en esa zona de California no solía nevar. Aún así, las montañas que rodeaban el valle estaban cubiertas por una capa blanca, creando una imagen increíble.

Entré en el campamento directo al principia. Algunos me saludaron al pasar y yo les respondí. No vi a Reyna y Jason por ningún lado, aunque tampoco los busqué. Tenía que hablar con los pretores.

Cuando entré en el principia los dos pretores, Amanda y Sean, estaban sentados en sus sillas. Se sorprendieron de que ya estuviera allí.

-Hace solo tres semanas que te fuiste, Andy. ¿Por qué has vuelto ya? -preguntó Amanda.

-En el solsticio de invierno muchos monstruos empezaron a juntarse -mentí-. Eso es normal porque es un día importante, pero hablaban de alguien a quien llamaban su señor y algo sobre un plan. Creo que planean algo.

-Eso es... Preocupante -respondió Sean.

-Y no es todo. Oí a unos monstruos mencionar el monte Tamalpais y me acerqué allí antes de venir.

-¿Sabes lo peligroso que es ese lugar? -dijo Amanda, alterada-. ¡Podrías haber muerto!

-Ya lo sé. Pero mereció la pena el riesgo. El barco de este verano, el que teníamos que vigilar, estaba en San Francisco. Y un ejército de monstruos salía de él, se dirigían al monte Tamalpais -esa parte era cierta, más o menos.

Los pretores se miraron entre ellos, preocupados.

-No son buenas noticias. Para nada -Sean parecía haber envejecido varios años de golpe-. Un ejército de monstruos en Tamalpais... Solo puede ser una cosa.

-¿El qué? -pregunté, aunque ya lo sabía. Solo quería asegurarme de que ellos también lo sabían.

-Supongo que sabrás que antes el campamento estaba mucho más cerca de San Francisco.

-Sí, pero quedo destruido por el terremoto de 1906 y tuvo que moverse a Berkeley.

-La razón por la que estábamos allí era para vigilar el monte Tamalpais. Igual que el Olimpo está en el Empire State y el Inframundo en Los Ángeles, allí están las ruinas de Othrys.

-Othrys... El palacio de los titanes.

-Exacto. Un ejército de monstruos allí solo puede significar una cosa: Saturno está regresando -dijo Amanda.

-Podría ser otra cosa... -propuso Sean.

-Sabes que no -le respondió la pretora-. Puedes marcharte, Andy. Gracias.

Asentí con la cabeza y me marché. Me dirigí a los barracones de la Quinta, vacíos a esa hora. A pesar de no estar allí todo el tiempo, nadie ocupaba mi cama. Teníamos más camas que miembros, así que supongo que eso lo explica. Estaba colocando mis cosas cuando oí un ruido y me giré para ver a Jason en la puerta.

Al principio me miró como si no se creyera lo que veía, luego se sorprendió.

-¿Andy? ¿Qué haces aquí?

-Pues... He vuelto.

Se acercó y me abrazó. Siempre que volvía me pasaba lo mismo, no me daba cuenta de lo mucho que lo echaba de menos hasta que me abrazaba cuando volvía.

-Te he echado de menos -me dijo.

-Y yo a ti -respondí. En ese momento me acordé de Thalia y de mucho que ella lo echaba de menos a él, llevaba años pensando que estaba muerto, había ocultado su existencia a todo el mundo para no pensar en él. Y en cambio yo estaba con él y podía abrazarlo. ¿Por qué todo tenía que ser tan injusto?

Sentía como las lágrimas empezaban a asomar y me abrace con más fuerza al hijo de Júpiter.

-Eh, ¿estás bien? ¿Qué pasa? -preguntó, preocupado.

-Yo... Necesito un abrazo.

-Vale -y él también me abrazó más fuerte.

Nos quedamos así por unos segundos o quizás hasta un minuto. No me sentía incómodo, y notaba que él tampoco. Ojalá quedarme en ese abrazo para siempre y no tener que enfrentarme al dolor, al miedo, a la guerra que amenazaba con caer sobre nosotros más pronto que tarde.

En cambio respiré hondo para calmarme y nos separamos cuando Jason notó que ya estaba más tranquilo.

-¿Mejor? -dijo.

-Sí, gracias -dije yo.

-No es nada -sonrió-. ¿Ha pasado algo?

Iba a responder, pero me fijé en una placa que llevaba en la camiseta morada del campamento.

-¿Eres centurión?

-Sí, desde hace un mes. Un edificio se derrumbaba en la ciudad y con mis poderes sobre el viento evité que se cayera mientras la gente salía -explicó, un poco azorado, como siempre que hablaba sobre sí mismo-. Me dieron otra raya y me nombraron pretor de la Quinta...

-¡Eso es genial!

-Gracias, Andy -estaba un poco sonrojado y noté como yo también me sonrojaba. De repente en la habitación se volvió un poco incómodo. ¿Qué estaba pasando?

-Esto, ¿vamos a buscar a Reyna...? -propuso Jason.

-Sí, claro. Y os cuento lo que vi...

La hija de Belona acababa de volver de una guardia. Se alegró mucho de verme y yo de verla a ella. Decidimos ir a un sitio apartado para hablar y acabamos en una colina cerca del acueducto.

Los tres nos sentamos mirando hacia el campamento. Ese lugar tenía unas vistas increíbles. Podía ver a los niños jugar en la Nueva Roma y a los adultos cuidando de ellos. A los semidioses entrenando o construyendo un nuevo fuerte para los juegos de guerra. Desde allí arriba parecían hormigas y su hormiguero el lugar más bonito del mundo a mis ojos.

-Sé que no llevo tanto tiempo aquí -dijo Reyna-. Pero tengo la sensación de que qué hayas vuelto tan pronto no es buena señal.

-Tienes razón -respondí-. No traigo buenas noticias.

Les conté lo mismo que les había contado a los pretores, esa mentira con suficiente parte de verdad como para que supieran que estaba ocurriendo en realidad a la vez que yo no me sentía mal por mentirles.

Mientras hablaba el sol empezó a ponerse, tiñendo la tierra de dorado y el cielo de rojo. Mi padre tenía razón, Aurora tenía mucho talento. Pero fuera quien fuera el dios del atardecer no se quedaba atrás.

Reyna fue la primera en hablar cuando acabé de contar.

-Entonces... La guerra. Contra los titanes -miraba alrededor con el ceño fruncido, como si imaginara aquel lugar, su nuevo hogar, siendo atacado y como podría protegerlo.

-No es seguro que vaya a ver guerra -dije, en un intento de optimismo.

-Si Saturno está despertando, entonces habrá guerra -dijo Jason-. Quiere destruir a los dioses y, nos guste o no, nosotros somos sus hijos -su voz sonó cansada, como si llevara mucho tiempo intentando cambiar esa afirmación sin resultado.

-Pues lucharemos -respondí yo-. Somos la Duodécima Legión Fulminata. Sobrevivimos a la caída del Imperio Romano, al olvido y al paso del tiempo. Y sobreviviremos a los titanes y a lo que sea que el futuro nos depare.

-¿Lo has visto en una visión? -preguntó Reyna.

-No. Pero tampoco me hace falta.

La noche cayó sobre el valle oculto y bajamos de la colina para reunirnos con el resto de nuevo. Sentaba bien estar de vuelta en el Campamento, cenando rodeado del resto de miembros de la legión, mientras la comida volaba a tu alrededor.

Mucha gente, sobre todo de mi cohorte, me saludó, contenta de ver que seguía vivo. Estuve hablando un poco con todos antes de sentarme por fin a cenar. La gente en la mesa era la misma que antes de que me fuera: Jason, Reyna, Dakota y Gwen. Hablamos mientras comíamos y por un segundo pareció que no había pasado el tiempo. Y es que, aunque para mí esas tres semanas habían parecido eternas, realmente eran eso, tres semanas.

En medio de la cena, Deborah, la otra centuriona de la Quinta Cohorte, se acercó a nuestra mesa y le pidió a Jason que fuera un momento con ella. Los dos se alejaron y los vimos hablar con los pretores y los demás centuriones.

-¿De qué creéis que hablan? -preguntó Dakota, con la boca manchada de rojo.

-Algo importante -dijo Reyna.

-Eso seguro -le contesté, con una idea bastante aproximada de qué podía ser.

Jason volvió a nuestra mesa unos minutos más tarde, parecía entre nervioso y preocupado.

-¿Qué ha pasado? -preguntó Gwen.

-Yo... Tengo una misión.


Regresan los romanos! Ahora se viene un tiempo con ellos, así que espero que tengáis ganas.

No se si alguien lee esto (ni quiero saberlo) pero si alguien lo hace, me temo que la historia va a sufrir un pequeño parón. Las cosas no están siendo fáciles últimamente y me cuesta escribir. Por eso a partir de ahora subiré un capítulo en cuanto esté escrito, pero no puedo asegurar cuando será eso.

Gracias por leer,

Erin Luan

PD: perdón por no subir el capítulo ayer