vorax fames
Marinas de Poseidón
Pre-Saga del Santuario - UA
Advertencia: Gore.
El «vivir a través de otros» no significa utilizar a otros para vivir
El «continuar su legado» tal vez significa apropiarse de un destino ajeno
Kanon, el Dragón Marino a veces necesitaba apartarse del grupo y respirar en soledad.
No era una buena costumbre, pues detestaba la mera idea de que el grupo de monstruos hablara sobre él a su espalda, si comenzaban a hablar sobre disparates, sobretodo con el más reciente añadido presente, podrían hacerse ideas… Irrazonables que sonaran razonables. No era una buena costumbre, mas resultaba ser una necesidad.
Aquellos guerreros que aceptaron el poder de los mares sin miramientos, eran aterradores. Lo eran incluso para un hombre que se crió bajo el manto de los santos atenienses. Las marinas de Poseidón eran mucho más inhumanas, al punto en que hace mucho tiempo les dejó de importar que los recién llegados los llamasen «monstruos».
A Kanon le importaba. El no era un monstruo. Jamás deseó serlo.
Los soldados rasos se resignaban con el tiempo a la voluntad de sus líderes, fuera por las melodiosas voces que las sirenas y Escila podían invocar, por los juegos mentales que Hipocampo, Crisaor y Limnades sabían emplear o el profundo miedo que el Kraken y el Dragón imponían. A veces los cuerpos de aquellos que renegaron a su destino se dispusieron como advertencia, mas es cierto que los cuerpos nunca duraban mucho tiempo expuestos. No se debía a arranques de consciencia de los Generales, pues éso sería mucho más sencillo de afrontar.
Kanon llegó a creer, cuando Isaac habló sobre su entrenamiento bajo un santo de oro, que finalmente había encontrado a otro como él; alguien capaz de resistir el instinto inhumano que dormitaba en las escamas. Pero el niño era honesto y a pesar de su amor para aquella diosa de la luz, era el mar a quien debía esa vida y, como tal, se entregó a él por completo.
El Kraken mismo no solía comer mucho, pero desde que la Sirena Menor le pidiese ayuda en sus cacerías, el chico siempre partía a su lado, hasta que la joven estuviese saciada.
Kanon los observó a todos desde la lejanía, temiendo el día en que las bocas de aquellas bestias se abrieran en su contra.
Cada cuál parecía tener un órgano preferido. Las orejas, las mejillas, el corazón, el cerebro, las piernas, o los ojos.
Tenían suerte de que todos quienes caían allí supieran desde su despertar que el mar era peligroso, así podían excusar varias de las desapariciones y, aquellas que no, las disfrazaban de «intentos de traición». Mas era innegable que nadie que estuviese allí abajo debía continuar con vida, no se suponía que lo hicieran. Pocos se atrevían, en un mundo en que no podían siquiera sentir la luz solar o adivinar cómo aún podían respirar, a desobedecer a quienes consideraban como los causantes de aquél milagro.
La percepción de la vida en el mar era distinta a la tierra. Después de todo, los hijos de Poseidón nacían del mar y a él regresarían, jamás conocerían el destino de caer en manos de Hades.
Allí abajo todo era un ciclo eterno. No parecía ser siquiera la primera vez que el Dragón Marino intentaba utilizara Poseidón en su favor, aunque el dios no aparentaba guardarle rencor. A diferencia de Atenea y sus santos de Géminis. Tal vez por ello los peces tenían tan mala memoria. Para permitirse a sí mismos morir una y otra vez.
Pero Kanon no era un monstruo ni un pez.
No.
Él sería un dios.
—Capitán —la voz de Isaac lo hizo sobresaltar, pues el muchacho sabía bien cómo esconder su cosmos y su presencia. Kanon se limpió la boca y se puso de pie rápido.
—¿Qué?
—… Tetis y yo hemos cazado de más. Por favor, comparta nuestra comida. Ese cuerpo lleva tiempo frío y no ha de saber bien.
Kanon bajó la mirada y se arrepintió al instante. Sus manos no estaban menos manchadas que las de aquellos monstruos incluso si él no había matado a aquél soldado. El sabor era ciertamente asqueroso, pero el Dragón Marino dudaba que un cuerpo más tibio fuera a solucionar el problema. De cualquier forma, si el Kraken ya lo sabía pero la Sirena Menor no lo había acompañado, significaba que su voluntad podía salvaguardarse un tiempo más.
Tal vez el tiempo suficiente para sentarse en el trono y no ante él, para quitarse las escamas y convertirse en algo más que un humano o un monstruo.
—De acuerdo, pero tráelo aquí. Detesto comer en otros sitios.
El Kraken se marchó tan silenciosamente como llegó y Kanon finalmente cayó en cuenta de que el cuerpo que tenía enfrente no había padecido tanto el paso del tiempo justamente porque había sido enfriado a propósito. Fue así desde que Isaac cayó.
¿Permanecería la lengua, tibia y no fría, como su órgano favorito?
