contritos corde

Saori, Shun

Post-ND - UA

Es necesario, para afrontar un nuevo futuro, encarar al desamor


Shun sintió su corazón contraerse en su pecho al observar las lágrimas de su diosa. La empatía quería forzarlo a llorar a su lado, a intentar acercarse y abrazar los hombros de la muchacha que había perdido toda su gloria, su divinidad, por un muchacho que no correspondía su sentir. Pero la razón le gritaba que sería demasiado hipócrita de su parte atreverse a confortarla.

Shun, después de todo, odia a los dioses casi tanto como Seiya lo hiciera.

Saori, en cambio… Por supuesto que no podía ser honesta con sus servidores humanos al respecto, pero, la familia que acompañó a Atenea desde la era del mito y esperó su regreso con impaciencia durante siglos no habían sido los mortales. Los que respetaron las reglas del juego hasta el hartazgo final, hasta que dejaron de hacerse ilusiones respecto al retorno de la joven deidad rebelde, fueron los dioses. Dioses que ahora, tras una larga eternidad, rendían honores fúnebres en nombre de la sabiduría. Un verdadero sinsentido, un completo despropósito.

¿Qué sentido tenía llorar cuando, finalmente, habían conseguido aquello por lo que tanto habían luchado?

Pero...

¿Era así?, ¿era tal el final que obtenían en recompensa por sus esfuerzos?

¿Shun había jurado dar su vida por su diosa para, al final, quedarse de brazos cruzados en un rincón mientras ella rompía en llanto al punto en que parecía ahogarse en él?, ¿su último papel a cumplir sería atestiguar cómo las uñas de la muchacha laceraban su propia piel con una rabia y dolor que no sabía liberar de otro modo?

Lo cierto es que Shun ni siquiera debía estar ahí. El joven decidió despedirse correctamente por última vez de la persona a la cual había servido desde niño, pensando en que le agradecería y podría, de una vez, emprender su camino hacia una vida «normal», cerrando aquél arco de su historia en paz.

Al oír el llanto, temió lo peor y se adentró en el estudio de Saori Kido sin siquiera llegar a pedir permiso. La joven, tan ensimismada en su pesar, aún no se daba cuenta de que no estaba sola.

Solo dos cosas eran ciertas en aquél punto. Saori ya no era una diosa y Shun no era su santo.

Los dioses ya no pensaban destruir el mundo que les permitiría ver nacer a su rebelde pariente caído una y otra vez, cumpliendo una condena disfrazada de obsequio. No podía reprochárseles que no hubieran intentado obtener un final distinto para ella. Los humanos, y ésto ellos siempre lo supieron, acabarían por matarse unos a otros incluso sin ayuda divina.

El otrora portador de Andrómeda estaba en pleno derecho de dar marcha atrás y cerrar la puerta tras de sí, para no contemplar tan desoladora escena nunca más. Del mismo modo en que sus hermanos habían hecho, no con malicia, sino con el alivio de al fin saberse libres de un ciclo de tragedias que pareciera inagotable.

Ciertamente, Shun era el último compañero en despedirse. El último en pie tras la sombra de una diosa que dio su vida por ellos una y otra vez en una muestra de amor inigualable.

Shun notó que le costó respirar y aquello fue suficiente para que se decidiese a actuar, descruzando los brazos, que quizás intentaban protegerlo de más dolor, y avanzando con firmeza hacia la desgraciada muchacha que ya no tenía a quién pedir ayuda.

Una vez se halla a su lado, Saori alza la vista. Sus ojos enrojecidos observan a Shun con un temor que el joven nunca había contemplado antes. Lo entiende casi al instante. Ella tiene miedo de que él permanezca a su lado. Teme arruinar el «final feliz» por el cual atravesaran tantas tribulaciones. Él desprecia el sentimiento. ¿Acaso ella no había pasado por aquellas tribulaciones a su lado, desde antes, incluso?

Shun se arrodilla a su lado.

—No me debes nada y yo no te debo nada a ti —tomó las manos de Saori para impedir que continuase lastimando su propia piel y debió respirar una vez más, con fuerza, antes de continuar hablando—… Quiero quedarme- no, voy a quedarme a tu lado, Saori.

La tristeza no abandona el semblante de la muchacha, hasta pareciera profundizarse tras oír lo que Shun tenía para decir. Por otro lado, es Saori quien se abraza al joven a continuación; es ella la que se toma la libertad de llorar contra su pecho y llamarlo «idiota» una y otra vez sin siquiera poder hablar correctamente, al punto en que parece dejar de estar refiriéndose a él, o a ella misma, y parece simplemente estar desahogando una pena que no encuentra otra salida. Él decide ser fuerte y compartir el dolor de su amiga en silencio.

Shun era un idiota por continuar guiándose por un destino que ya no le pertenecía, pero, él un día estuvo por entero dispuesto a ser el siguiente hombre «más cercano a los dioses».

Saori era una idiota por haberse enamorado de un mortal, uno que ni tras mil años logró comprender el corazón de su diosa.

Seiya... Él tan solo era un idiota, un buen idiota, que merecía ser feliz siguiendo su propio camino.