ritus funebris

Santos de Oro

Post-Saga del Santuario

A través de Sanzu, Aqueronte, Apanohuacalhuia...

Las tierras más allá del mar un día estuvieron plagadas de fantasmas.


En el recinto de la preciosa urna permanecía un aura gélida que chocó contra los visitantes al abrir aquella puerta una vez más. Los hombres se mantuvieron en la entrada, sin estar seguros de cómo debían proceder.

Arriba, en el templo principal, Atenea estaba atendiendo las heridas de Pegaso y Águila mientras era custodiada por los santos de bronce.

Los santos de oro que juraron lealtad a su diosa por segunda vez en la vida, tomaron la iniciativa de dar un último adiós a sus hermanos caídos. A diferencia de lo ocurrido con Aioros de Sagitario años atrás, la joven diosa pidió que sus desertores fueran sepultados en lugar de incinerados, afirmando que, si ella hubiera sido más fuerte, nunca habrían dudado de su palabra para empezar. Al parecer de los santos éso no disculpaba a los traidores, pero, la palabra de su señora (señorita, más bien) era absoluta.

Habían cubierto el cuerpo de Saga con la capa de Aldebarán y el de Afrodita, para sorpresa del resto, con la de Milo. El escorpión no se excusó por aquello y los demás, ni siquiera Shaka, no tuvieron los ánimos de indagar al respecto.

Fue Mu de Aries quien inspiró hondo y dio el primer paso hacia el medio del corredor congelado, echando un vistazo atrás para encontrar que los ojos de sus hermanos estaban clavados en su objetivo. El herrero bajó una rodilla junto al cuerpo de Camus de Acuario y, como hiciera con los dos cadáveres previos, ordenó a su armadura abandonarlo. Tembló al sentir el frío manar de aquél oro bajo su poder y oyó las respiraciones a su espalda agitarse cuando el tótem se desprendió por completo del santo. Aún conmocionado, se apresuró a alejarse junto a la armadura ajena cuando oyó otros pasos recorrer el pasillo.

Aioria y Milo avanzaron a la vez, con ritmo veloz. Los griegos se arrodillaron uno a cada lado del cuerpo del galo y, en un silencio impresionante para esos caballeros, uno llevó su mano al rostro mientras el otro localizó el corazón.

Aioria sabía que no tenía sentido buscar aliento salir de aquellos labios agrietados por la nieve; ya lo supo al subir más temprano cuando su diosa, con una expresión de angustia, le pidió que cerrase los ojos de su compañero caído. El caballero de Leo detestaba a los traidores y no lamentaba la pérdida de ninguno de los infelices que en el pasado conspiraron contra su hermano de sangre, pero, el santo de Acuario no era uno de ésos traidores… Al menos no lo fue durante su infancia y no parecía serlo ahora tampoco, pero, cierto era que nunca habían sido lo suficientemente cercanos como para que pudiera negarlo por completo.

Milo buscó algún latido en el pecho de su amigo, luego hizo lo mismo en sus muñecas y cuello a pesar de saber que el resultado sería el mismo; nulo. Ni siquiera podía lamentar la pérdida de su hermano quien acabara consumido por el hielo que él mismo forjó, no tenía derecho a llorar porque él lo había traicionado; Acuario confió en que Escorpio detendría el avance del joven Cisne. Milo no lo hizo. Pero tampoco imaginó que por causa de su decisión, que sonó tan razonable en su cabeza en aquél momento, ahora no quedaría rastro de la cosmoenergía de su mejor amigo, sino sólo la nieve que se derretiría con el pasar de Helios en su carroza. La peor parte es que no lo entendía y, muy seguramente, jamás lo entendería pues el hombre que solía aclarar todas sus dudas ya no podía responderlas.

El siguiente en avanzar fue Shaka y Aldebarán lo siguió un paso por detrás.

El latino apartó con firmeza, aunque su gesto fuera gentil, las manos de los griegos del occiso. Para Aldebarán, Camus había sido siempre un hombre respetable e, incluso, de corazón amable. A veces, a causa de sus largas ausencias, llegaba a olvidar el nombre del portador de Acuario, pero, ni una sola vez en sus visitas al pueblo falló en reconocer que el hombre a quien los jóvenes llamaban 'mago del agua' o 'mago del hielo' era, de hecho, el mismo santo de Acuario. Habían sido ellos mismos, de pequeños, quienes lo apodaron así. Si bien el hombre nunca declaró su aceptación o rechazo ante aquellos títulos, el de Tauro creyó ver una sonrisa en su rostro en una ocasión cuando sus caminos se cruzaron en la plaza del pueblo, aunque ésta pronto desapareció.

Entretanto, Shaka de Virgo se había arrodillado y colocado la cabeza de Camus sobre sus muslos, antes de colocar una moneda de oro en su boca. Era un gesto íntimo, considerando que de los santos previos se había despedido en su usual pose de loto. Acuario y Virgo difícilmente habían llegado a cruzar más de cien palabras en el tiempo que se conocieron, al menos, en voz alta. A los santos por lo general no les agradaba que Shaka se comunicara directo con sus mentes, creyéndolo una invasión a su privacidad. El santo de hielo, en cambio, nunca se avergonzó de sus propios pensamientos o simplemente supo distinguir que Shaka no era Mu y su capacidad para la clarividencia estaba limitada al consentimiento. O, antes que una admisión de honor, pudo perfectamente deberse a que no fuera un sujeto al que le gustara usar su voz.

Los ojos de Virgo se abrieron para observar el rostro durmiente debajo suyo y los demás caballeros siguieron el curso de su mirada. De los seis hermanos de armas, quien fuera el mayor descansaba ignorante de sus gestos y dudas.

—Voy a orar por su alma —anunció el hindú, alzando las manos a su pecho—. Si alguno desea despedirse, por favor, hágalo ahora.

Milo huyó de la atención de Shaka agachando la cabeza y pronto el sonido metálico del oro distrajo al rubio. Mu se acercaba a la pequeña congregación y se arrodilló junto a Aioria. El tibetano había escuchado las penas de sus compañeros y pidió con un gesto hacia Virgo que le diera un tiempo para procesar sus sentimientos (los de todos) en palabras.

El santo de Aries fue quien anunció a Acuario que su alumno se encontraba en el bando de los rebeldes, solo para descubrir que éste ya lo sabía, y lo había sabido durante mucho tiempo. Pero, de igual modo descubrió que el caballero se hallaba en deuda con el patriarca y su moral le impedía discernir lo correcto entre su deber y la justicia. Fue agotador y Mu no pudo sino esperar que su respuesta final fuese una de la cual no se arrepintiera… Hyoga debió sentir un conflicto similar durante su enfrentamiento, aunque, al superarlo también superó a su maestro. Camus debió caer con orgullo.

—Hermano —Mu decidió hablar como lo hicieran en el pasado, cuando sus ideales estaban alineados—. Una vez juramos, juntos, proteger la paz sobre la Tierra y continuaremos haciéndolo, ahora sin velos sobre nuestros ojos… Siempre has depositado tus esperanzas en un futuro mejor y ésa esperanza continúa latiendo en el corazón de tu heredero. Me gustaría prometerte que nosotros, finalmente como santos al servicio de nuestra diosa, lucharemos por proteger este futuro… Por éso, cruza el río en paz, Camus de Acuario.

Los santos de oro habían cerrado los ojos durante aquél último adiós, mismo al cual siguieron la cobertura del cuerpo helado por la capa del león, los tenues sollozos de Escorpio y la voz calmada de Virgo. Mu copió la respetuosa postura de Aldebarán y ya no indagó en las mentes de sus hermanos mientras despedían a aquél hombre que siempre fue como un extranjero, aún dentro de la orden en que poseía uno de los mayores honores.


N/A: En ésta concepción, más ligada al anime, luego de ésto se dividen y Shaka debería buscar la forma de regresar el cuerpo de Deathmask a la tierra de los vivos mientras Mu se encargaría de localizar el de Shura en el espacio.