Disclaimer: Nada me pertenece; hago esto solo por diversión. La historia le pertenece a Karen Marie Moning y los personajes son de Mizuki e Igarashi, con excepción de algunos nombres que yo agregué por motivos de adaptación.

La historia está clasificada como M ya que puede haber algunas escenas no aptas para todo público.


Capítulo 19

Caos había asaltado su castillo, vestida con vestidos deliciosamente escotados, zapatillas de seda y cintas, reflexionó Anthony, recogiéndose el cabello hacia atrás con los dedos.

Ninguna de las defensas de su fortaleza era útil contra ella, a menos que deseara declarar una guerra abierta, montar guardias y desempolvar la catapulta.

En ese momento, por supuesto, su papá y Eleanor se reirían tontamente.

La había estado evitando desde el día que la había llevado a Latheron.

La siguiente vez que la tocara, la haría suya. Él sabía eso. Apretó los puños a los costados e inhaló bruscamente.

Su único recurso era evitarla completamente hasta que Albert regresara con Eliza. Cuando Albert confirmara que tal batalla no había ocurrido, la sacaría de su castillo y la enviaría lejos.

¿Qué tan lejos será lo suficientemente lejos?, una voz muy poco deseada preguntó. Conocía bien aquella voz. Era la que se esforzaba diariamente en convencerlo de que tenía todo el derecho de llevarla a su cama.

Una voz de lo más peligrosa y terriblemente persuasiva.

Gruñó y cerró los ojos. Saboreó un tranquilo momento de alivio, hasta que su risa, llevada por el animado viento del verano, entró flotando por la ventana abierta de su cámara.

Con los ojos entrecerrados, Anthony miró hacia fuera, temiendo y anticipando al mismo tiempo qué vestido podría haberse puesto hoy. ¿Sería morado, violeta, índigo, lavanda? Era casi como si ella supiera de su preferencia por el vibrante color. Y con su cabello dorado, lucía espléndida con él.

Ella eligió usar un vestido vaporoso color malva esta mañana, acentuado con un cinturón dorado. Teniendo en cuenta el tiempo soleado, decidió no llevar sobrevesta. Sus pechos cremosos y suculentos quedaban maravillosamente exhibidos por el sencillo cuello redondo del vestido. Sus trenzas rubias amontonadas sobre su cabeza y adornadas con cintas violetas, caían en cascada de una manera encantadora y despeinada alrededor de su rostro. Mientras paseaba por el césped, parecía como si creyera que toda la propiedad le pertenecía.

Durante la semana pasada, Candy había estado en todos los lugares que él quería estar, lo que lo impulsó a buscar aislamiento dondequiera que pudiera encontrarlo. Se había escondido en algunas cámaras del castillo que había olvidado que existían.

Ella no había hecho ningún esfuerzo por ocultar sus intenciones. Tan pronto como lo veía, lo perseguía con el ceño fruncido intensamente, parloteando incesantemente sobre las «cosas» que tenía que decirle.

Cada día sus estrategias se hacían más astutas y engañosas. ¡La noche anterior, la audaz mujer había logrado abrir la puerta de su cámara! Sin embargo, Anthony había anticipado esta posibilidad y había bloqueado la puerta con un pesado armario. Sin inmutarse, se dirigió a la puerta del pasillo y también forzó con éxito esa cerradura. No le quedó más remedio que escapar por la ventana. Desafortunadamente, a mitad del camino se había resbalado, cayendo los últimos cinco metros hasta el suelo, aterrizando en un arbusto espinoso. Como no había tenido tiempo de ponerse los pantalones, sus partes íntimas fueron las más afectadas por el repentino impacto con el arbusto, dejándolo de muy mal humor.

La moza intentó despojarlo de su virilidad antes de su tan esperada noche de bodas.

Cada uno de sus movimientos, cada pensamiento, cada decisión se veía directamente afectado por su presencia, y eso le molestaba.

Sus manos estaban incluso en la comida que él comía en la guarnición con los guardias, a salvo de ella, ya que Eleanor había comenzado a «experimentar» con nuevas recetas, y a él le gustaría saber qué diablos les pasaba a las viejas.

Recientemente había comenzado a aprender a montar, logrando persuadir al jefe de cuadra para que le enseñara (probablemente a cambio de una sonrisa con un hoyuelo en un lado, porque ciertamente no la había visto paleando los establos). A media tarde se la podía encontrar haciendo cabriolas con gracia sobre una gentil yegua en el jardín delantero del castillo, bloqueando su paso. Tenía que darle crédito, ella tenía un talento natural para ello. Cualquier día de estos, cuando él saltara a lomos de su caballo para escapar de ella, ella lo seguiría.

Su vida había estado meticulosamente organizada hasta que ella entró en escena. De repente, toda su existencia giraba en torno a su horario y a encontrar maneras de evadirla. Había ido por el camino del triunfo garantizado, logrando todos los deseos que había anhelado. Apenas un día antes de su inesperada llegada, había estado imaginando la alegría de abrazar a su primogénito durante el próximo año, con la esperanza de que el destino bendijera a la joven Eliza con un embarazo rápido.

Pero ahora no podía evitar soñar con ella. Esta mañana, mientras se escabullía en su cámara para cambiarse de ropa, inesperadamente escuchó el delicioso sonido del agua del baño salpicando. Inquieto, había caminado de la chimenea a la ventana y viceversa, convencido de que ella estaba salpicando mucho más de lo necesario para hacerle imaginar sus seductores pechos rosados, sus tentadores muslos y su brillante cabello dorado adornado con relucientes gotas de agua.

Anthony miró por la ventana, frunciendo el ceño. Ella lo estaba volviendo loco. ¿Cómo podía una moza tan pequeña causar tantos estragos en sus sentidos?

La noche anterior, después de caerse por la ventana, había intentado tomar una breve siesta en el Gran Comedor. Poco tiempo después, ella había bajado. Allí estaba él sentado, con los pies en alto, mirando el fuego con los ojos entrecerrados y viendo mechones dorados en las llamas, cuando percibió el olor de su aroma único y se giró para verla parada en las escaleras.

Vestida únicamente con un diáfano camisón.

Anthony, no puedes seguir evitándome, había dicho.

Sin decir una palabra, Anthony se puso de pie de un salto y huyó del castillo. Se había ido a dormir a los establos.

¡El laird del castillo, dormitando en los establos, por Amergin!

Sin embargo, si hubiera elegido permanecer dentro de las paredes del castillo, rápidamente le habría quitado el camisón, la habría besado, saboreado fervientemente y consumido cada parte de su cuerpo.

El traidor de su padre y Eleanor no estaban haciendo las cosas más fáciles. La habían recibido en sus vidas con el entusiasmo de unos padres que por fin habían conseguido a la hija que anhelaban. Eleanor cosía para ella, vistiéndola con deliciosas creaciones, Vincent jugaba al ajedrez con ella en la terraza, y Anthony no tenía dudas de que, una vez que Albert regresara, su hermano seguramente intentaría seducir a la encantadora bruja.

Y Anthony no tendría derecho a protestar.

Se iba a casar. Si Albert quería seducir a la muchacha, ¿qué derecho tenía a discutir?

Golpeó con el puño el alféizar de piedra de la ventana. Una semana. Sólo tenía que evitarla hasta entonces. En el momento en que Albert volviera, confirmando que no había habido batalla, enviaría a la muchacha a Edimburgo, sí... tal vez a Inglaterra. La enviaría con un destacamento de guardias, buscando alguna excusa para mantener a su coqueto hermano en casa.

Vibrando con energía frustrada, salió pisando fuerte de su cámara. Daría otro largo paseo a caballo e intentaría pasar otro día eterno más, marcándolos en un calendario mental: un día más cerca de la salvación.

Mientras corría por el pasillo hacia las escaleras de servicio, se puso rígido y giró sobre sí mismo. Por Dios, no volvería a escabullirse por la puerta trasera. Si ella era lo suficientemente tonta como para intentar algo cuando él estaba de ese humor, sufriría por ello.

- - - o - - -

Anthony dobló la esquina a toda velocidad y chocó abruptamente contra James.

—¡Milord!—, James jadeó y salió volando hacia atrás.

—Lo lamento—. Anthony agarró al sacerdote por los codos y lo ayudó a ponerse de pie.

James se alisó la túnica y parpadeó. —No, fue culpa mía, mi señor. Me temo que estaba perdido en mis pensamientos y no escuché cómo se acercaba. Pero estoy agradecido por nuestro encuentro. Venía a buscarlo, si tiene un momento. Hay un pequeño asunto que deseo discutir con usted.

Anthony reprimió una repentina oleada de impaciencia, pero luego se sintió frustrado consigo mismo por sentirse impaciente en primer lugar. Él la culpó por ello. Había pasado incontables horas agradables conversando con James sin jamás sentirse impaciente; tenía en alta estima al joven sacerdote. Respirando profundamente para calmarse, esbozó una sonrisa forzada. —¿Hay algún problema con la capilla?—, preguntó fingiendo paciente interés.

—No. Todo va bien, milord. Sólo tenemos que reemplazar las piedras del altar y sellar las nuevas tablas. Estará terminado con tiempo suficiente—. James hizo una pausa. —Era un asunto diferente del que deseaba hablar con usted.

—Nunca debes dudar en decirme lo que piensas—, le aseguró Anthony. James parecía reacio a abordar el tema que le preocupaba. ¿Había visto a la muchacha loca persiguiéndolo? ¿Estaba el sacerdote preocupado por su próximo compromiso? Dios sabe que yo lo estoy, pensó sombríamente.

—Es mi madre otra vez…— James se detuvo, suspirando.

Anthony dejó escapar un suspiro reprimido y se relajó. Era sólo Louisa.

—Ha estado agitada últimamente, murmurando sobre algún peligro en el que cree que estoy.

—¿Más de su adivinación?— Anthony preguntó secamente. ¿Serían sus tierras invadidas por mujeres dementes que proferían predicciones espantosas?

—Sí—, dijo James con tristeza.

—Bueno, al menos ahora eres tú quien le preocupa. Hace quince días, le estaba contando a Vincent que mi hermano y yo estábamos «envueltos en la oscuridad» o algo así. ¿Qué teme que te suceda a ti?

—Es la cosa más rara. Parece pensar que su prometida me hará daño de alguna manera.

—¿Eliza?— Anthony se rió. —Ella tiene sólo quince años. Y, según he oído, es una muchacha de lo más dócil.

James negó con la cabeza con una sonrisa arrepentida. —Mi señor, es inútil buscarle sentido. Mi madre no se encuentra bien. Si se encuentra con ella y se comporta como una loca es porque empeora cada día. Creo que caminar hasta el castillo está más allá de sus capacidades, pero si de alguna manera logra hacerlo, le ruego que sea amable con ella. Está enferma, muy enferma.

—Le advertiré a papá y a Albert. No te preocupes, simplemente la guiaremos de vuelta a casa si deambula por aquí—. Hizo nota mental de ser más amable con la anciana. No se había dado cuenta de que ella estaba tan enferma.

—Gracias, mi señor.

Anthony empezó a caminar de nuevo por el pasillo, luego se detuvo y miró hacia atrás. Le gustaba la mente filosófica de James y se preguntaba cómo el sacerdote reconciliaba a una madre adivina con su fe. También podría aclarar su tolerancia hacia los Andley. Anthony sabía que James había estado viviendo allí el suficiente tiempo como para haber escuchado la mayoría de los rumores a estas alturas. Si bien los hombres de la Iglesia de Escocia eran conocidos por sus puntos de vista estrictos sobre las prácticas paganas, James parecía irradiar una comprensión interior única que desafiaba la comprensión de Anthony. —¿Alguna de sus predicciones se ha cumplido alguna vez?

James sonrió serenamente. —Si hay algo de verdad cuando ella arroja sus varas de tejo es porque Dios elige hablar de esa manera.

—¿No crees que lo pagano y lo cristiano están divididos por un abismo irreconciliable?

James consideró su respuesta por un momento. —Yo sé que es una creencia común, pero no. No me ofende que ella lea sus varas de tejo; me entristece que crea que puede cambiar lo que ve allí. La Voluntad de Dios será.

—Entonces, ¿ha tenido razón o no?— presionó Anthony. La evasividad de James y su reticencia a dar respuestas directas a menudo dificultaban tener una conversación franca con él. Sin embargo, Anthony percibía que el comportamiento de James no era un intento deliberado de ser evasivo, sino más bien un reflejo de su naturaleza no crítica al extremo.

—Si alguien va a hacerme daño, lo acepto humildemente como la voluntad de mi Padre Celestial. Para siempre permaneceré firme en mi devoción a Él.

—En otras palabras, no me lo dirás.

Los ojos de James brillaron con diversión. —Mi señor, Dios no tiene mala voluntad hacia ninguna de sus criaturas. Él nos da oportunidades. Todo está en la forma en que cada uno lo ve. Mi madre tiene una mente suspicaz y por eso ve cosas sospechosas. Mantenga los ojos abiertos, Milord, para las oportunidades que Él le brinda. Mantenga su corazón sincero, y se lo ruego, use los dones que Él le haya dado con amor, y nunca se alejará de Su gracia.

—¿Qué quieres decir con «dones»?

Una sonrisa serena adornó el rostro de James, mientras que sus penetrantes ojos azules contenían una cautivadora sensación de conocimiento y comprensión.

Anthony sonrió inquieto y recorrió los pasillos hasta el Gran Comedor.

- - - o - - -

Candy acababa de entrar al gran salón y se había dejado caer en una silla cuando él bajó.

Estuvo a punto de caerse de la silla, tan sorprendida se quedó al verlo caminar hacia ella y no escabullirse por la entrada trasera. Su primer instinto fue levantarse de un salto, rodearle la pierna con los brazos como una niña y aferrarse para que él no pudiera alejarse de ella. Pero lo reconsideró, pensando que él podría simplemente sacársela de encima y pisotearla, si la expresión de su rostro era una verdadera indicación de sus sentimientos hacia ella en ese momento. Anthony era impresionantemente grande.

Ella decidió probar el enfoque sutil. —¿Significa esto que finalmente has decidido escucharme, testarudo y obstinado neandertal?

Pasó a su lado como si ni siquiera la hubiera escuchado.

—¡Anthony!

—¿Qué?— respondió él enojado, girándose para mirarla. —¿No puedes dejarme en paz? Mi vida estaba bien, maravillosa hasta que apareciste tú. Revoloteando…—, su mirada recorrió sus abundantes curvas, muy bien exhibidas en su vestido, —…tratando de tentarme para que haga un desastre en mi boda.

—¿Revoloteando? ¿Tentarte? ¿Podrías mostrar más tus piernas? ¿Caminar sin camisa un poco más a menudo? Oh, tonta de mí, claro que no podrías, estás sin camisa todo el tiempo.

Anthony parpadeó y ella vio un atisbo de la sonrisa de su Anthony tirando de sus labios, pero él luchó contra ella admirablemente.

Casualmente, se ajustó su sporran, subiendo un poco más su tartán. Se pasó las manos por el pelo rubio y rizado y arqueó una ceja.

Las hormonas de Candy organizaron una fiesta, con serpentinas y silbatos.

Se inclinó hacia adelante, cruzó los brazos debajo del pecho y pudo sentir el borde de su corpiño rozar suavemente su pezón. Dos pueden jugar a ese juego, Anthony.

En una fracción de segundo, su gélida diversión se convirtió en una lujuria indómita. El mundo se detuvo mientras ella anticipaba su siguiente movimiento, imaginándolo agachando la cabeza, agarrándola y llevándola escaleras arriba hasta la cama.

Ella contuvo el aliento, esperanzada. Si Anthony lo hacía, al menos entonces ella podría calmarlo lo suficiente como para lograr que la escuchara, después, por supuesto, de haber hecho el amor nueve millones de veces y de que sus propias hormonas se hubieran calmado adecuadamente.

Candy lo miró a través de sus pestañas, su mirada era un desafío flagrante. Una mirada que decía «acércate si eres lo suficientemente valiente». No tenía idea de que tenía ese lado seductor en ella. Pero se estaba dando cuenta de que había muchas cosas que no sabía sobre ella misma hasta que conoció a Anthony Andley.

—No tienes idea de a quién estás provocando—, gruñó Anthony.

—Oh, sí, lo hago—, respondió Candy. —A un cobarde. Alguien que tiene miedo de escucharme porque puedo resultar inconveniente para sus planes. Alguien que tiene miedo de que yo desarregle su ordenado mundo—, se burló.

La chispa dentro de sus ojos se encendió hasta convertirse en un infierno. Su intensa mirada devoró su pecho medio desnudo. Ella casi dejó escapar un suspiro sin aliento, cautivada por la ferocidad indómita de su rostro; Anthony estaba temblando, vibrando con reprimido… ¿deseo?

—¿Es eso lo que quieres? ¿Quieres que te tome?—, exigió bruscamente.

—Si esa es la única manera en que puedo lograr que te quedes quieto el tiempo suficiente para escucharme—, respondió ella.

—Si te tomara, muchacha, no tendrías oportunidad de hablar, ya que tu boca estaría ocupada con otros asuntos. Y yo, sin duda alguna, no estaría escuchando. Así que ríndete, a menos que estés buscando un encuentro salvaje en la naturaleza con un hombre que desearía nunca haber puesto los ojos en ti.

Giró sobre sus talones y salió por la puerta.

Cuando se había ido, Candy suspiró profundamente. Sabía que por un momento casi lo había tenido, casi lo había provocado para darle otro beso, pero la fuerza de voluntad del hombre era nada menos que asombrosa.

Ella sabía que él se sentía atraído por ella, crepitaba en el aire entre ellos. Se consoló con la idea de que él debía tener algunas dudas o no la estaría evitando tan cuidadosamente.

Cualesquiera que fueran sus razones, muchos días pasaban sin nada que mostrar, y la llegada de su prometida se acercaba, al igual que su inminente secuestro.

Aunque ella lo había arrinconado en dos ocasiones, él saltó sobre su caballo y se alejó al galope, y hasta que ella mejorara su forma de montar, era un escape efectivo.

Se sentía como una tonta, tratando de estar en todas partes, esperando verlo fugazmente. Ella había forzado la cerradura de la puerta de su cámara la noche anterior, solo para descubrir que él se había escapado por la ventana y escalado el maldito muro del castillo para alejarse de ella.

Cuando él cayó en el arbusto espinoso, ella lo miró con los ojos muy abiertos, cualquier pensamiento de reír firmemente aplastado al verlo desnudo. Había hecho todo lo que había podido hacer para no arrojarse por la ventana hacia él. Él era magnífico. Verlo pasear por el castillo todos los días la estaba matando. Especialmente cuando llevaba kilt, porque ella sabía por experiencia que no llevaba nada debajo. La idea de él colgado pesado y desnudo bajo su tartán hacía que se le secara la boca cada vez que lo miraba. Probablemente porque toda la humedad de su cuerpo se fue a otro lado.

Sus travesuras no habían pasado desapercibidas, ni se le había pasado por alto que varias de las doncellas y guardias habían empezado a merodear por el castillo, observando con abierta diversión.

El amor no tiene orgullo...

Sí, bueno, Candy White sí, y humillarse no era muy divertido.

Sospechaba que para cuando finalmente lo agotara, por más testarudo que fuera, ella estaría francamente enojada.

¿Acaso no sabía lo peligroso que era hacer enojar a una mujer?


Cla1969: Beh, non ha esattamente paura, l'attrazione che prova per lei lo sta facendo impazzire e non sa come reagire. E Candy, Eleanor e Vincent non stanno rendendo loro le cose facili. È anche caduto dalla finestra eheheh. Candy è molto intelligente, presto troverà qualcosa per far reagire l'idiota.

Marina777: Pues parece que Anthony también la ha notado y en ese juego mutuo de seducción, parece que el que ha salido perdiendo es él, durmiendo en los establos y cayendo por la ventana, casi se quedan sin descendencia por tonto, jejeje. Pero la ayuda de Vincent y Eleanor ha resultado invaluable. Candy se está enojando y eso seguro pronto la llevará con su inteligencia a hacer algo para por fin hacer que el terco la escuche.

GeoMtzR: Pues siendo tan inteligente como se supone que es, realmente Anthony no está pensando con claridad, de hecho casi se queda sin descendencia por tonto jejejeje. Por terco, realmente la está pasando muy mal, huyendo por los rincones. Candy es muy inteligente y pronto discurrirá un plan para hacer que este testarudo la escuche.

Mayely leon: No te preocupes, en esta historia Eliza es un personaje incidental que no hará maldades. Se me ocurrió ponerla ahí porque estaba obsesionada con Anthony. Parece que Anthony está más pendiente de Candy de lo que ella misma cree.

Guest 1: No hay de qué preocuparse Eliza no dará problemas. Los problemas se los busca Anthony solito por terco.

lemh2001: Como verás Anthony se sigue haciendo del rogar, y su testarudez casi lo deja sin descendencia. Con el apoyo de Vincent y Eleanor, cada vez se le complica más huir de Candy, y ella también ya se está cansando. La necesidad es la madre de la inventiva y siendo Candy quien es pronto utilizará su inteligencia para hacer que el terco escuche.

Gracias a quienes leen sin comentar, nos vemos la próxima.