Disclamer: Como ya sabéis de sobra, ni los personajes, ni parte de la trama me pertenecen. Todo es propiedad de Rumiko Takahashi, pero vamos a divertirnos creando historias sobre ellos y mantener vivo este maravilloso fandom ^^
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Nota de la Autora: Este fanfic participa en la dinámica de la página de Facebook "Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma" llamada #porque_cinco_fiestas_son_mejor_que_una para celebrar el Rankane Day ^^ un día para festejar nuestro ship preferido y más querido. La historia se desarrolla durante el arco de los patinadores, uno de los primeros del manga (y de mis favoritos), así que os recomiendo que le deis una leída al manga o un vistacillo a los capítulos del anime antes de poneros a leer. ¡Espero que os guste! ¡Y feliz Rankane Day a todos y a todas!
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Todos Los Besos de Akane
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—Siberiana—
1.
Ranma Saotome, sentado a la mesa de la vacía cocina de los Tendo, tuvo que dejar de frotarse las manos para sintonizar la emisora de la radio. Comprobó la hora en el reloj blanco que colgaba de la pared y, como si no se fiara del todo, echó un vistazo a la oscuridad que flotaba al otro lado del cristal de la ventana que había sobre el fregadero. Las esquinas de éste estaban cristalizadas por el frío.
Resopló.
La habitación, que ya había perdido la calidez deliciosa proveniente de los guisos de la cena, estaba empañada de un frío solemne que le mordisqueaba cada parte del cuerpo, en especial las manos. Por más que apretaba una rodilla contra la otra, era incapaz de evitar ese temblor nervioso que comenzaba en sus pies y subía por sus piernas, agitando su cintura bajo la mesa.
Siguió resoplando, con fuerza, por la nariz. Percibía el calorcillo del aire saliente de sus fosas nasales sobre la piel helada por encima de su boca y resultaba agradable, aunque comenzaba a perder la paciencia con ese trasto. ¿Cuántos años tendría? Nadie se lo había especificado al darle permiso para usarlo cuando quisiera.
Siempre y cuando lo trates con cuidado.
La vocecilla de Akane, su prometida, afloró en sus oídos y él hizo una mueca infantil, aprovechando que nadie podía verle.
¿Qué se cree? ¿Qué lo voy a romper?
Mientras buscaba la emisora, Ranma se dedicó a quejarse en su mente de aquella antigualla que fallaba casi todas las noches. Lo hacía así porque habría resultado egoísta e irrespetuoso con los Tendo quejarse en voz alta, por lo menos, le permitían usar sus cosas, además de vivir en su casa. Aunque no le parecía que decir que esa radio era vieja, que lo era, fuera insultante u ofensivo.
¡Si es vieja, es vieja! Él no podía hacer nada al respecto, ¿verdad?
No, no pensaba quejarse. Al contrario, cada día se esforzaba por mostrarse agradecido con esas personas que los habían acogido a su padre y a él, y que se mostraban mucho más generosos de lo que ellos dos merecían.
De pronto, la voz del locutor emergió de las profundidades del ruido distorsionado de ese chisme defectuoso. Poco a poco, las palabras fueron floreciendo con mayor claridad a través de los minúsculos altavoces; frunció el ceño, moviendo el dial con gran precisión, buscando el punto exacto donde las interferencias cesaran. Por fin, el sonido apareció más limpio y, aunque tuvo que pegar la oreja al trasto, logró entender lo que decía:
—Hoy es 9 de Junio y está es la previsión del tiempo —Apartó la mano de la radio como si acabara de recibir una descarga. Eso era lo que buscaba—. Después de las temperaturas casi veraniegas que disfrutábamos la semana pasada, las imágenes que nos llegan desde el satélite parecen indicar que la extraña ola de frío siberiano que llegó a Japón hace dos días, se quedará un tiempo.
—Estupendo… —Se lamentó en voz baja, sin perder un detalle de la retransmisión.
—Observamos que la abundante nubosidad que cubre la mayor parte del país permanecerá sobre nosotros por lo menos hasta principios de la próxima semana —Se atrevió a profetizar el locutor. Ranma no pudo dejar de notar un cierto tono eufórico en su voz, pegada al micrófono, que no comprendió—. Estas fuertes rachas de vientos provenientes de Rusia, y que han cruzado el Mar del Este, están provocando episodios de frío intenso y nevadas que, en algunas zonas, están llegando a acumular hasta un metro —No se lo imaginaba, ese hombre sonaba cada vez más emocionado pero, ¿por qué?—. Por tanto, se mantienen activas las alertas en todo el territorio por vientos huracanados, copiosas nevadas y bajas temperaturas. Avisamos, así mismo, que en algunas zonas de la mitad norte se están reportando hasta cinco grados bajo cero en plena madrugada, así que tengan mucho cuidado si van a salir de noche.
. ¡Y no desesperen! Que la primavera acabara volviendo antes de que…
Ranma apagó la radio con otro resoplido, echándose hacia atrás en la silla de madera y clavándose el listón del respaldo en la mitad de la espalda.
¡Toda la semana con este frío! Pensó, malhumorado.
¡¿Cómo era posible que a principios de Junio hiciese ese condenado frío?!
Parecía una mala broma, en especial, recordando el calor sofocante que habían soportado el mes anterior. Ni los helados, ni los ventiladores apostados en cada habitación eran suficientes para paliar los efectos de las elevadas temperaturas que eran mucho peores a causa de las lluvias que habían comenzado, según le dijeron, el mismo día en que su padre y él llegaron a Nerima. Se instaló una insufrible atmosfera de bochorno y humedad por toda la casa; no, por toda esa condenada ciudad repleta de humo y polvo.
Y ahora, de repente, les caía encima esa ola de frío polar que había obligado a sacar de nuevo la ropa de invierno y las mantas de las camas y futones. Ni Genma ni él traían consigo mucha ropa de abrigo, no creyeron que les hiciera falta llegando a mitad de la primavera y con el verano tan próximo en el horizonte, pero la situación había cambiado tanto que no había tenido más remedio que aceptar que los Tendo le prestaran algo de dinero para comprar ropa, un abrigo e incluso un pijama largo.
Su padre, como no, había aceptado esa ayuda sin ningún tipo de problema, pero a él le había costado un poco más. Su orgullo le impedía seguir aprovechándose de esas personas que bastante habían hecho por ellos; y se habría negado con más fervor de no ser porque, de la noche a la mañana, las temperaturas cayeron en picado y esa casa se había transformado en una caverna helada en mitad de Siberia.
Aunque ese no era su mayor problema.
Se puso en pie y acercó la silla a la mesa, antes de asomarse a la ventana. Rozó con la punta de los dedos la frialdad dolorosa del cristal y arrugó la nariz. Con ese frío, no se podía salir después del anochecer, a no ser que no te importara congelarte y enfermar.
Esa condenada ola de frío le retenía en esa casa.
Se dio la vuelta y sus ojos recorrieron la habitación. Se fijó, más que nada, en la nevera, en la puerta de la despensa y los bordes desgastados de los armarios, Ranma nunca había estado rodeado de tanta comida a su disposición. Eso debería hacerle feliz, después del hambre que había pasado en su vida anterior de viajes sin destino al lado de su padre, pero no lo hacía. Puede que le reconfortara un poco, pero seguía notando un vacío en el centro de su cuerpo y sabía lo que era: agobio.
No estaba acostumbrado a pasar tanto tiempo en el mismo lugar, rodeado de las mismas personas. En los últimos años, desde que era algo más mayor, su padre y él se habían estado moviendo de manera continuada, sin asentarse en ninguna parte. La presencia de Genma era, también, algo intermitente para él, pues había muchas ocasiones en las que desaparecía durante horas, ocupado con sus chanchullos de los que el hijo no quería saber nada. Ranma se había habituado a estar solo, al silencio de los bosques y las montañas, a estar pendiente solo de sí mismo y de sus pensamientos.
Ahora vivía en una casa, con personas que (solo ante él lo reconocía) todavía eran desconocidos. Su vida había cambiado tan de sopetón que aún estaba algo desorientado.
Tenía una prometida.
Al pensar en ella, Ranma se estremeció y no tanto por el frío que seguía sintiendo. Se apartó de la encimera, torciendo la línea de su boca en un mohín y echó a andar para salir de la cocina.
A oscuras, en el pasillo, se quedó mirando la puerta que conducía a la calle y volvieron a temblarle las rodillas.
¡¿A dónde podría ir con este maldito frío?!
Cuando se sentía demasiado agobiado en esa casa, lo único que le quedaba era echar a volar. Así lo llamaba él, escabullirse durante unas horas, ir de aquí para allá, saltando de un edificio a otro por encima del humo y el polvo de esa ciudad y perderse hasta que todo en su interior se apaciguaba de nuevo. Ahora eso era imposible. Si se le ocurría posarse sobre la copa de un árbol con esas temperaturas se le congelaría el cerebro en un segundo y, además, se caería, rompiéndose las costillas, contra el suelo congelado.
Escuchó el ruido de la televisión a través de la rendija abierta del comedor y se imaginó a los Tendo y a su padre, sentados en torno al Kotatsu, que habían tenido que colocar de nuevo, viendo algún programa en perfecta armonía.
¡Un novedoso estudio de la universidad de Tokio revela que los murciélagos no son, en efecto, vampiros…!
—¡Vaya! —exclamó Genma desde el interior.
Si tenía algo que reconocerle a su viejo era esa capacidad de adaptación tan ingeniosa que tenía, y que él, por lo visto, no había heredado. Parecía feliz y satisfecho en la casa de su amigo, gozaba de las comodidades sin ningún pudor y se paseaba por las habitaciones como si tuviera algún derecho sobre ellas.
¿Estaba, en realidad, tan a gusto en ese dojo?
Nunca se sabe. No, con su padre nunca se sabía nada.
Estaba cansado, así que puso rumbo a las escaleras al tiempo que ocultaba las manos en los bolsillos. A lo mejor podía aprovechar que su viejo aún tardaría un rato en subir para coger las mejores mantas que tenían en la habitación. No dudaba de que el desconsiderado de Genma se las arrancaría en cuanto se diera cuenta, sin importarle que estuviera dormido o despierto, pero al menos descansaría a gusto ese rato. Mañana tendría que madrugar para ir al instituto, desafiando las bajísimas temperaturas del amanecer.
El instituto tampoco le gustaba demasiado, aunque su presencia allí había logrado que todos esos chicos dejaran de atacar a Akane cada mañana y, en secreto, eso le hacía sentir bien. No estaba seguro de la razón pero ayudar a la boba de su prometida era de lo poco que le agradaba desde que había llegado. Eso y la comida en abundancia, claro.
La verdad… le gustaba que Akane le pidiera ayuda, no sabía por qué. Puede que eso le hiciera sentir útil para los Tendo, un modo de devolver lo que éstos le daban cada día.
Esa tarde, cuando la chica apareció tan angustiada diciendo que P-chan había desaparecido en la pista de hielo y acudió a él, antes que a nadie más, había experimentado una placentera sensación de orgullo en su pecho. ¡Ya iba siendo hora de que esa niña se diera cuenta de que él era la mejor opción ante los problemas! Aunque fuera para algo tan tonto como buscar a ese cerdo.
Ese cerdo… Que no era un cerdo de verdad, sino el entrometido de Ryoga.
Ranma contó con los dedos los días que hacía que ese impostor había aparecido por el dojo transformado en cerdito y había sido adoptado por Akane como mascota.
Doce días ya… ¡Casi dos semanas completas!
Y en ese tiempo, por desgracia, su nefasto sentido de la orientación no le había fallado, pues había estado pegado a los pies de su prometida desde entonces. A sus pies, y en su cama por las noches, claro. Se estaba beneficiando de su penosa maldición para dormir con la chica y, al mismo tiempo, se estaba burlando de él. Ranma había aprendido a leer ese insoportable brillo de guasa en los ojillos del animal cuando lo encontraba en los brazos de Akane.
Él era un consumado artista marcial, así que entendía que su deber en el mundo era proteger a los débiles e impedir injusticias. ¡Pero en este caso estaba atado de pies y manos! No podía decir nada para delatarle (había hecho una promesa) pero cada día soportaba menos ver a Ryoga tan cerca de Akane sin que ésta sospechara nada.
¡Si es que… mira que es tonta!
Y a él, por supuesto, le molestaba mucho ver cómo engañaban a una chica tan ingenua delante de sus narices. Ryoga podía hacer lo que quisiera con ella, y con ese supuesto amor que decía sentir por la joven. ¡¿A él qué le importaba?! No sentía nada romántico por Akane, desde luego. Pero si algo no estaba bien, vaya, si no era justo, pues… ¡Le molestaba!
Y para colmo, ahora ni siquiera podía huir de esa casa para olvidarse del cerdo y de la tonta de la chica que le habían adjudicado como prometida.
Había pensado tan intensamente en ellos que apenas le sorprendió que, al llegar arriba, se encontrara con ambos en medio del pasillo. Akane, con su pijama gordo y sus zapatillas de lana, estaba frente a la puerta de su cuarto con el animal entre las manos, sonriéndole de ese modo ridículo mientras le hablaba en voz baja y le hacía carantoñas como si se tratara de un bebé. Pensó en darse la vuelta y alejarse antes de que éstos le vieran, pero el cerdo le detectó al instante y se puso a hacer ruidos extraños.
Será imbécil…
—¡Ranma! —Akane también le vio, de modo que empezó a acercarse a ella de mala gana. P-Chan comenzó a removerse entre sus brazos, como poseído por un miedo terrible—. Solo con verte se pone histérico.
—Será que es un cobardica —opinó él, ganándose una mirada enfurruñada de la chica.
—O será que sigue asustado por lo de esta tarde —recordó ella—. Por culpa de esa tal Azusa que intentó secuestrarle —Alzó al cerdo en el aire y le dedicó una gran sonrisa, al instante, éste dejó de gemir como si fueran a matarle—. ¡No tengas miedo, P-Chan! ¡Nadie va a separarte de mí nunca más!
. Ranma y yo ganaremos a Azusa el próximo domingo y no volverá a ponerte los dedos encima.
Esa había sido la otra parte del día: el encontronazo con Azusa Shiratori y Mikado playboy Sanzenin, el desafío, la competencia de patinaje sobre hielo en una semana para ver cuál de las dos chicas se quedaba con el insulso cerdo. El dichoso asunto de la ola de frío casi lo había borrado de su mente, pero no de la Ryoga, claro, que se mostró muy contento (a su manera) cuando Akane le dirigió esas palabras.
Le revolvía el estómago observar su comportamiento falso e hipócrita. Le pasaba siempre, por eso, Ranma no pudo contenerse. Agarró al animalillo por los costados y lo mantuvo en el aire, como su prometida había hecho, y le dedicó una sonrisa igual de amplia, aunque salpicada de cinismo.
—¿Has oído? —Le preguntó, desafiante—. Akane y yo formaremos pareja contra esos dos y les venceremos —Recalcó la palabra pareja con cierta sorna y P-chan frunció el ceño—. ¿No estás contenta, Charlotte?
El cerdo, enfurecido, gimió y, valiéndose de un rápido movimiento, saltó de las manos del chico hasta su pecho para, desde allí, alzarse sobre sus patitas traseras y usar las delanteras para arañarle el rostro con saña. Ranma gritó por la sorpresa y, antes de que pudiera defenderse, el animal saltó al suelo y le sacó la lengua.
—¡P-Chan! —exclamó Akane, como si por una vez fuera a regañarle por sus actos. Pero Ranma, enfadado, se dispuso a vengarse soltándole un tortazo—. ¡No, Ranma! ¡Para! —Le agarró por las muñecas deteniendo el golpe y P-Chan salió corriendo por el pasillo a toda prisa, chillando con todas sus fuerzas—. ¡Mira lo que has hecho!
—¿Yo? ¡Pero si ha sido él quien me ha atacado!
—¡Le has asustado!
—¡¿Cómo voy yo a asustarle?!
Las manos de Akane, tan pequeñas y tan blancas, se aferraban a sus muñecas con fuerza, inmovilizándole. Las manos de ella sobre las suyas, su cuerpo tan cerca que su olor le invadió la nariz. Experimentó un estremecimiento tan poderoso que intentó soltarse, pero la joven le retuvo un poco más, temiendo que fuera en pos de su mascota. Clavó en él su mirada retadora y Ranma sintió ganas de echarse a reír.
¡No pensaba perseguir al tonto de Ryoga por toda la casa! Le bastada con haberse librado de él un rato.
No obstante, necesitaba alejarse un poco de la chica. Bueno, no es que lo necesitara, pero quería hacerlo. ¡Más bien, no es que quisiera, pero…!
Se quedó mirando el agarre que los unía, sin saber cómo actuar, hasta que notó esa sensación de calor intenso recorriendo el interior del cuerpo. Una ola ardiente que ascendió desde sus pies hasta su rostro que no tardó en calentarse. Había comenzado a notar eso cada vez que Akane le tocaba, no sabía por qué, pero le ponía muy nervioso. Y todavía le preocupaba más que ella pudiera darse cuenta de lo que le pasaba.
Pasados unos instantes, las manos de la chica aflojaron un poco y él pudo liberarlas.
—¿Cuándo vas a dejar de pelearte con P-Chan? —Le preguntó. Ranma respiró hondo, desviando la mirada y escondiendo los brazos tras su espalda—. ¿No te das cuenta de que solo es un cerdito?
¡Solo un cerdito! Y lo seguía repitiendo que esa ingenuidad, con esa despreocupación tan irritante. Procuró calmarse antes de responder para que no se le notara lo mucho que le molestaba ese tema.
—Tienes razón —admitió, con cierta rudeza—. Solo es un cerdo.
Akane arqueó las cejas.
—¿Seguro que quieres ayudarme con lo de la competición de patinaje?
—¿A qué viene eso? ¿Dudas de mí?
—Como odias tanto a P-Chan… —La chica dio un respingo, alzando un dedo hacia él—. ¡¿No estarás planeando hacerlo mal a propósito para que Azusa se lo lleve?!
¡Será posible!
Esa idea que, las cosas como son, ni siquiera se le había ocurrido, ofendió a Ranma a muchos niveles. Primero, era un plan tan retorcido que no cabía en su nobleza de artista marcial, segundo, él nunca traicionaría de ese modo la confianza de Akane, ni tan siquiera para librarse de la presencia del cerdo en la casa.
Y tercero…
—Te recuerdo que el tal Sanzenin me desafió —argumentó, estirándose hacia arriba y plantando el pulgar sobre su pecho—. ¡Y Ranma Saotome nunca rehúsa una batalla!
. Parece mentira que pienses así de mí.
Akane se sonrojó un poco ante ese reproche y desvió la mirada, como si se arrepintiera, pero su orgullo gigante, casi tanto como el que tenía él, se creció en la expresión desairada que apareció en su rostro y en el modo cortante en que se cruzó de brazos.
—Tampoco te conozco tanto, ¿verdad?
Qué curioso que ese ataque le pillara desprevenido cuando había sido él, hacía tan solo unos minutos, el que había estado pensando en el poco tiempo que llevaba en esa casa y en lo extraño que aún se sentía por vivir entre los Tendo. Puede que, porque cuando pensaba en Los Tendo, se refería, más que nada, a su tío y a las hermanas de Akane, pero no a ella. A fin de cuentas, la mayor parte de ese mes lo había pasado siguiéndola y sin quitarle los ojos de encima para asegurarse de que no le pasaba nada malo en los innumerables líos en que se metía ella solita.
¡Y había que ver la cantidad de cosas que les había ocurrido!
Por su cabeza pasaron la imagen del pesado de Kuno, la desastrosa pelea contra Ryoga, la loca competición de gimnasia rítmica contra Kodachi, la rosa negra… Después de tanto y resultaba que para esa niña tonta seguía siendo un mero conocido.
Se sintió tan molesto que quiso chincharla un poco.
—Tú me necesitas, a fin de cuentas —Le recordó con altanería—. Es una competición por parejas.
. Si no lo hago yo, ¿quién crees que querrá patinar contigo, marimacho?
Akane ya se estaba preparando para asestarle un buen mamporro, lo leyó en su mirada encendida y estaba listo para recibirlo, una parte de él incluso lo deseaba. El golpe le iría bien para recordarle quién era, en verdad, esa chica y que lo único que podía brindarle a través de su contacto era dolor puro y duro. Pero entonces, una voz se interpuso entre ellos.
—¡Yo lo haré!
Los dos se giraron a la vez y se encontraron con Ryoga saliendo del baño que había en esa planta. Tanto el rostro como el pelo estaban todavía húmedos, la ropa, retorcida por lo deprisa que se la había colocado, se le pegaba al cuerpo y tras él escapan las volutas del vaho del baño que acababa de darse. El muy lerdo se había dejado, además, la luz encendida tras él, solo le faltaba aparecer con el típico barreño en las manos donde se guardaba el champú y la toalla en un baño público. Ranma apretó los dientes, pensando que ese chico era más idiota de lo que parecía a simple vista.
¡Ni se molestaba en disimular!
—¡Ryoga! ¡Cuánto tiempo!
Akane se mostró encantada de verle, y no apreció, ni por un segundo, lo extraño que era que ese chico, del que hacía días que no sabía nada, apareciera de repente, empapado y saliendo de su cuarto de baño.
¿Cómo puede no darse cuenta de nada?
El recién llegado caminó hacia ellos y se detuvo al lado de la chica, sonriente, mirándola solo a ella, como si Ranma se hubiera desvanecido por arte de magia.
—He oído lo de la competición de patinaje —declaró con confianza, a lo que Ranma respondió con una sonrisilla sinuosa.
—¿Y dónde lo has oído, Charlotte?
—Yo seré tu pareja, Akane —se prestó Ryoga, después de asestar un puñetazo en el hombro al otro chico, casi sin inmutarse—. Te ayudaré a ganar.
—Oh, Ryoga, verás…
—¡Nada de eso! —Replicó el de la trenza—. ¡Este duelo es cosa mía!
—Apártate Ranma y deja esto a los profesionales.
—¿Desde cuándo eres tú un profesional del patinaje sobre hielo, cerdito?
—¡Ya está bien, desgraciado! —Gritó Ryoga, exaltándose con la misma rapidez de siempre—. ¡Decidamos en la pista quien será la pareja de Akane!
—¡Pues muy bien!
Se fulminaron con la mirada, con intensidad y coraje, hasta que la chica dejó de prestarles atención. Soltó un bufido, muy aburrida, aunque consciente de que no le quedaba más remedio que aceptar aquel acuerdo absurdo.
—Está bien.
Al día siguiente era lunes, así que quedaron con Ryoga en encontrarse con él en la pista de hielo, tras las clases del instituto, para comenzar con el entrenamiento. Solo faltaba una semana para el verdadero enfrentamiento y a Ranma no le hacía ninguna gracia perder ese valioso tiempo midiéndose con P-Chan, pero era necesario quitarlo de en medio si quería patinar con su prometida el domingo siguiente.
No comprendía porqué Ryoga se empeñaba en meterse entre ellos una y otra vez. ¿Acaso no se daba cuenta de que Akane no sentía nada por él? Bastante suplicio era ya aguantarle de cerdito, cada minuto del día pegado a ella, como para tener que soportar sus intromisiones como humano, y más aún, en un desafío que habían lanzado directamente contra él.
Además, Akane es mi prometida, pensó. Si alguien debe patinar con ella en una competición debo ser yo.
¡Era así de sencillo!
¿Por qué el patán de Ryoga no entendía que no pintaba nada allí?
—Ahora será mejor que nos vayamos a dormir —indicó Akane, mirando a uno y a otro. Justo cuando iba a girarse hacia su cuarto, se puso alerta—. ¿Dónde se ha metido P-Chan?
Ranma lanzó una rápida mirada de advertencia al otro chico que se hizo el loco, con un rubor oscuro a la altura de su nariz. Se rascó la cabeza, conteniendo una risita nerviosa y por fin, se estiró sobre sus pies, rígido.
—B-bueno… creo que es hora de que me v-vaya —anunció.
—Nos vemos mañana —se despidió Akane, sin percatarse de nada. Y mirando a su prometido, añadió—. Ranma, ayúdame a buscar a P-Chan.
. ¡Ha vuelto a desaparecer!
—No creo que tarde mucho en volver —respondió, frustrado, cuando vio marchar a Ryoga, directo hacia el baño. Se encerró en él sin hacer ruido y a los pocos minutos, escucharon que algo raspaba la puerta del otro lado. El artista marcial puso los ojos en blanco, con una nausea atorada en su garganta—. Vaya, me pregunto qué es eso… —Caminó con calma hasta la puerta y abrió una pequeña rendija por la que asomó su rostro—. ¿Quién es?
El cerdito, que había reaparecido mojado y tembloroso, se encogió un poco al ver que era él y, de manera automática, se puso a gemir.
—¿P-Chan? —Le llamó Akane, pero antes de que éste pudiera acudir a su llamado con la celeridad y devoción con que lo hacía siempre que oía la voz de su dueña, Ranma lo enganchó por el cuello. Los gemidos del animal aumentaron de volumen, pero esta vez, asegurándose de tenerle bien agarrado, lo zarandeó con fuerza hasta cortarle la voz.
—Sí, es él —respondió, acercándose el cerdo a la cara y centrando en él una mirada terrible—. Justo a tiempo para dormir contigo —Apretó más su cuello, hincando los dedos en la base del cráneo del animalillo que se agitó, desesperado—. ¿A qué es curioso que Ryoga y él nunca coincidan?
—¡Pero, ¿qué le haces?! —Akane acudió al auxilio de su mascota y se lo arrancó de la mano a su prometido. P-Chan tenía ya los ojos inundados en lágrimas y Ranma prefirió centrarse en ese detalle y disfrutarlo, en lugar de fijarse en el modo en que la chica lo apretaba contra su pecho—. ¿Por qué tienes que portarte así con un pobre animal?
—¿Así, cómo?
—¡Así de cruel! —Le acusó—. Casi parece que le tengas celos.
Esa acusación ni siquiera fue hecha en serio, pero le produjo un espantoso vértigo y que la sensación ardiente de antes le golpeaba con, aún, más violencia, encendiéndole la vergüenza y el pudor más exagerado. Experimentó lo mismo que si ella lo hubiera acusado de hacer algo terrible.
—¡Pero… ¿qué dices?! —Explotó con ira—. ¡¿Yo, celoso de un cerdo?! —Los brazos le temblaban, de modo que se los cruzó sobre el pecho y bajó la barbilla—. ¡¿Y por qué?! ¡¿Por ti?! —Esas últimas palabras las pronunció con un tono de desprecio del todo involuntario, casi vomitado en contra de lo que quería, pero una vez hecho, ya no pudo detenerse—. ¡Si apenas te conozco!
. ¡Ni siquiera me gustas!
Akane permaneció inmóvil, con sus ojos del dulce castaño anclados a él, más grandes cuanto más crecía en ella la furia y la pena, a partes iguales. Podría haberle partido por la mitad de un golpe de mazo por lo que había dicho, pero como tenía los brazos ocupados con ese maldito cerdo, solo parpadeó, roja, y meneó la cabeza fuera de sí.
—¡Idiota! —Le chilló.
Y acto seguido se marchó.
Ranma estiró la mano hacia ella en cuanto ésta se volvió, como queriendo detenerla, pero cerró el puño y bajó la mirada. En realidad, no sabía qué decirle para apaciguarla. Era mejor que se fuera.
Con ese cerdo.
Solo él era responsable de su bocaza, lo sabía, pero es que Ryoga le ponía de los nervios. ¡Era tan rastrero cómo se aprovechaba de su maldición para interferir entre ellos! ¡Y cómo se las ingeniaba para dejarle mal a él delante de la chica!
Y, encima, pretendiendo ocupar su lugar, el que le pertenecía por ser el prometido, en la competición de patinaje.
Maldito Ryoga. Ranma se dio la vuelta y marchó, también, a su cuarto. Aunque ya podía despedirse de conciliar el sueño antes de que su padre subiera, estaba más despejado que nunca. La sangre de todo el cuerpo le hervía de furia y culpa. Yo soy el que de verdad cuida de Akane. Ese cerdo solo aparecía cuando le convenía. ¡¿Dónde estabas cuando el tal Sanzenin intentó besarla?!
Se paró ante la puerta, sujetando con fuerza el tirador, hasta casi hacerlo añicos cuando el recuerdo le sobrevino con toda su dureza y claridad.
Tenía que darle su merecido en la pista de hielo, no había remedio. Y el tonto de Ryoga no se lo iba a impedir. ¡Estaba seguro de que él patinaba mucho mejor! Y Akane se daría cuenta y le rogaría que fuera su pareja en la competición, por supuesto. Y como él era tan noble y honorable, aceptaría ayudarla (una vez más) y se esforzaría al máximo en ganar.
¿Y por qué? ¿Por qué le importaba algo que la tal Azusa encerrara a Ryoga en una jaula de oro en su casa? ¡Pues no! ¿Por qué le provocaba un inentendible, aunque profundo, malestar ver las lágrimas de Akane aun siendo por el cerdo? ¡Pues… c-claro que n-no!
Lo haría porque le habían desafiado y él siempre vencía. Sin importar el premio o el rival a abatir.
Ranma empujó la puerta de su dormitorio con violencia, aunque ya se sentía bastante mejor. Había recordado quién era y por qué hacía las cosas y eso le confirió la calma necesaria para echarse a dormir sin problemas.
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2.
—¿Y ahora qué haces?
Akane le dirigió una mirada que era de todo, menos de confianza, cuando vio a la chica pelirroja acercándose a la pista de hielo. Caminaba sobre el suelo de goma que la rodeaba como un animalillo asustado que hinca los talones en la tierra antes de atacar y además, traía la misma expresión de alarma.
—Estoy harto de que se rían de mí —respondió Ranma.
Cuando consiguió pisar el hielo la cosa no mejoró.
Sus pies se deslizaron hacia delante antes incluso de que se hubiese soltado de la barrera de madera y estuvo a punto de caerse de culo por millonésima vez esa semana. Por suerte, logró mantenerse erguido, e incluso ese pequeño avance le hizo sonreír.
—Nadie se ríe de ti, exagerado.
—¡Sí, lo hacen! ¡Todos me miran!
—Serás creído —replicó Akane meneando la cabeza—. ¿Y en qué va a cambiar que seas una chica?
Ranma frunció el ceño y se atrevió a soltar la barrera, rígido, como un poste de madera al que hubieran atado a un par de ruedas, se vio impulsado hacia su prometida quien logró agarrarle antes de que acabara al otro lado de la enorme superficie helada.
—Es más humillante para un chico como yo no saber patinar…
Al instante se arrepintió por haber sacado el tema, por suerte, esta vez Akane estaba demasiado ocupada ayudándole a mantener el equilibrio como para enfadarse. Ya lo había hecho, y con creces, a principios de semana cuando descubrió con horror que ni él ni Ryoga, por más que se habían empañado en ser su pareja en el desafío de Sanzenin, sabían patinar.
Peor aún, es que no podían ni mantenerse en pie sobre las cuchillas más de un par de segundos seguidos. No le quedó más remedio que empezar desde cero con ambos, enseñándoles lo más básico a toda prisa pero la cosa no iba nada bien. Por más que se había esforzado, Ranma era consciente de que no estaba preparado (ni de lejos) para una competición sobre patines y eso le frustraba mucho. No quería ni pensar en la posibilidad de perder ante ese patinador playboy; no es que el destino de P-Chan le importara demasiado pero ¡él no podía perder! Y con lo lento que iba en su entrenamiento, esa posibilidad se dibujaba en su mente cada vez con más claridad.
Akane le agarró de las manos y tiró, con suavidad, de él. Empezó a patinar hacia atrás, llevándole con ella y el chico pudo deslizarse unos cuantos metros sin tambalearse.
—Aquí todo el mundo se cae de vez en cuando, Ranma —Le comentó—. No pasa nada —El chico no respondió, de lo concentrado que iba en seguir los movimientos de sus pies como si fuera su espejo, de imitar su postura grácil y flexible—. Además que no entiendo porque es menos humillante si eres una chica.
Tampoco pensó en responder a eso, aunque lo tenía un poco más claro.
Desde el lunes anterior en que habían empezado a practicar en esa pista Ranma había tenido que aceptar que había, por lo menos, una cosa en la vida que no se le daba bien. ¡Jamás lo hubiese creído posible! Estaba habituado a ser el mejor en todo lo que se proponía, pero por lo visto era un patinador torpe y asustadizo. A lo mejor era la falta de control que tenía sobre su cuerpo cuando, ante el mínimo temblor, se veía empujado hacia delante o hacía atrás. Incluso cuando practicaba la lucha aérea, podía manejar sus movimientos y calcular la longitud de sus saltos para aterrizar dónde y cómo deseaba, pero eso en el hielo era imposible. ¡Estaba tan condenadamente resbaladizo! Su propia fuerza y velocidad se volvían contra él y todo lo que sabía sobre equilibrio era inútil subido a esos odiosos patines.
Estaba preocupado porque, si no podía moverse con libertad en el campo de batalla, veía pocas probabilidades de victoria.
Y además estaba el asuntillo de las miradas burlonas que recibía cada vez que se caía y acababa con la cara estampada en el hielo. Sí, había por allí personas que se caían y era habitual ver resbalones, pero también había patinadores consumados que le miraban por encima del hombro cada vez que hacía el ridículo. ¡Menos mal que Ryoga era diez veces peor que él y acaparaba más la atención de esa gente! En cualquier caso, ya había soportado suficiente, por eso había decidido escabullirse al baño para cambiar su aspecto.
Nadie se reiría de una pequeña chica que se caía al suelo, ¿verdad?
Cualquier humillación es peor para un hombre, Ranma le había dicho su padre en alguna ocasión. La gente observa a los hombres fuertes como nosotros y esperan lo mejor, pero ante el mínimo tropiezo, se reirán en tu cara con desprecio. Cuando le venían esas viejas lecciones de su padre a la cabeza era como si el viejo estuviera a su lado, chillándolas en sus oídos. Hasta los pelillos de la nuca se le ponían de punta como cuando era pequeño. ¡Y de un hombre de verdad no se ríe de nadie!
¡Nunca debes permitir que nadie se ría de ti!
El hombre que le gritaba esas cosas era el mismo al que, ahora, no le importaba transformarse en un panda de mirada perdida que jugaba con una pelota de colores delante de la gente, pero eso no hacía que sus enseñanzas perdieran valor del todo ante su hijo. Se las había grabado a fuego en la mente a una edad tan temprana que no podía librarse de ellas así como así.
—Oye, ¿dónde se ha metido Ryoga? —preguntó de pronto Akane. Tras echar un rápido vistazo a su alrededor se dio cuenta de que éste había desaparecido.
—Se habrá cansado de caerse —opinó Ranma, encogiéndose de hombros.
—Pues vaya…
Siguieron patinando con lentitud, sin soltarse y por lo menos, dieron un par de vueltas sin que hubiera ningún percance. Akane, algo más animada, le anunció que le soltaría, debía intentarlo por sí mismo y aunque él lo sabía, sintió un escalofrío cuando sus manos quedaron libres.
—¡No te acuclilles, que es peor! —Le reprendía ella cada vez que doblaba las rodillas sin darse cuenta. Parecía que de ese modo la perspectiva de romperse la crisma en el hielo resultaba menos amenazadora—. ¡Hazlo bien!
. ¿A caso no eres un hombre?
—Ahora soy una mujer…
Jamás habría usado esa excusa delante de otra persona que no fuera ella, su orgullo se lo habría impedido.
Quiso aumentar la velocidad, ser más valiente, pero su ímpetu le falló y empezó a mover los brazos queriendo frenar, a pesar de que su prometida le había explicado mil millones de veces que para frenar había que usar los pies. Perdió aún más el control sobre sí mismo y se habría ido de cabeza contra la barrera si Akane no le hubiese salvado. Le agarró del torso justo cuando se iba hacia delante e hizo fuerza con las puntas traseras de sus patines para evitar que la propulsión los arrastrara a ambos. Pudieron frenar antes de la colisión, pero Ranma perdió la sujeción de las piernas y terminó medio sentado en el suelo. Suspiro de alivio por haberse librado de una nueva caída, pero su estómago pegó un salto mortal cuando notó el cuerpo de Akane pegado al suyo. Sus brazos le sostenían por debajo de las axilas y a causa del choque, la boca de la chica estaba pegada a su pelo, las rápidas y ardientes respiraciones de la joven le daban cerca de la oreja, con lo que se puso más nervioso todavía.
—¿Estás bien? —Cada sílaba de esas palabras se perdieron entre las hebras de su cabello trenzado hasta que pudo percibir la humedad del aliento que las acompañaba. Ranma estaba a punto de sufrir un colapso, así que pegó un bote, apartándose—. ¡Cuidado! —exclamó ella, pero el susodicho no tuvo tiempo de reaccionar.
Algo, o más bien alguien, le golpeó en la espalda y acabó, ahora sí sin remedio, sobre el hielo.
—¡Ranma! —Akane volvió a chillar, pero él pudo ponerse de rodillas y levantar la cabeza para buscar a la persona que le había empujado.
Frente a él distinguió la graciosa figura de Azusa Shiratori, envuelta en sus mallas de color fucsia y estampado de rejilla, sus volantes y su corsé apretado que deformaba su cintura, mantenía una postura esbelta y elegante, con las piernas cruzadas y la punta de uno de sus patines sobre el hielo. La joven patinadora se quedó mirándole, con los ojillos muy abiertos y el puño cerca de sus labios.
—¡Uy! ¡Disculpa!
—¿Disculpa? ¡Lo has hecho a propósito! —La acusó Akane, cuando llegó junto a su prometido y lo ayudó a ponerse en pie.
—¿Cómo puedes pensar eso de mí?
A pesar de la ñoña inocencia con que habló fue obvio que había sido intencionado, pero Ranma no estaba interesado en pelearse con una niña. Su mirada fulminante se concentró en el chico que acudió tras Azusa, con su pelo engominado y sus resplandecientes y carísimos patines.
—¿Ya estás causando problemas, Azusa? —preguntó Sanzenin al unirse al grupo. Regaló una sonrisa breve aunque intensa a las otras dos, en especial a Akane—. Volvemos a vernos.
Con tan solo ese gesto tan petulante la ira de Ranma se encendió, pues a pesar de los días transcurridos todavía tenía fresco en su mente el recuerdo de ese tipejo intentando besar a Akane por la fuerza. A pesar de todo, le sorprendió la fuerza de su furia, e intentó recordarse que enfrentar a un enemigo embargado por esas emociones tan impetuosas podía jugar más en su contra que en su beneficio.
Sobre todo en este condenado hielo.
—Es hora de nuestro entrenamiento especial: Los cien contrincantes —informó Azusa, echándose su larga melena rizada hacia atrás. Sanzenin asintió y se colocó a su lado sin perder tiempo.
De repente, la atmósfera de diversión y esparcimiento que había coloreado la pista se enfrió de golpe. Los patinadores inexpertos parecieron desaparecer todos a una y un rudo grupo de chicos mayores ataviados con diferentes indumentarias de Hockey aparecieron como salidos de la nada. Solo su peso hizo que el hielo vibrara bajo los pies y Ranma abrió bien los ojos al notar que esa marabunta rodeaba a los patinadores.
Así que tienen una técnica especial.
Y por supuesto, iban a llevarla a cabo ante ellos. Que prefirieran enseñársela, en lugar de guardarlo en secreto para la competición, ya le avisó de que debía ser algo impresionante, es decir, que esos dos buscaban intimidarlos para el domingo. Esa intuición le ayudó a mantener la calma y a no mostrarse sorprendido ante el espectáculo que tuvo lugar durante los siguientes segundos.
Azusa y Sanzenin, adoptando la típica postura del patinaje artístico, se abalanzaron contra los jugadores de Hockey que, a su vez, arremetieron contra ellos alzando sus palos. A pesar de su superioridad numérica, su fuerza bruta y su violencia tan explícita, fueron las piruetas extravagantes y la fina velocidad de la pareja las que consiguieron la victoria. Era difícil incluso distinguir los golpes que propinaban en ese baile certero lleno de giros y volteretas en el aire. ¿Eso había sido un codazo? ¿Una patada en el estómago? Ranma se concentró al máximo en estudiar sus movimientos pero todo ocurrió muy deprisa.
Nueve segundos contó. Y la pista se llenó de cuerpos agotados, tirados aquí y allá, cascos que habían salido volando de la cabeza que protegían, palos partidos por la mitad, manchas de sangre salpicando el suelo. Y en el centro de ese horrífico escenario, Sanzenin y Azusa se alzaban, de la mano, intactos, sin apenas haberse despeinado.
No me equivocaba pensó, fastidiado. ¡Ese tipo es un chulo!
Pero no lograría asustarle solo con eso.
—Esto será una lucha, al fin y al cabo —Susurró Ranma a su compañera—. Y no una estúpida competición de piruetas.
—¿Y eso nos ayuda en qué? —Le pregunta ella, que si parecía preocupada por lo que acababa de ver.
—Si se trata de pelear, yo nunca pierdo —Y lo decía del todo en serio. Aquel show que sus enemigos habían organizado, en lugar de amedrentarle, había fortalecido su confianza.
¡Era el mejor artista marcial de todos los tiempos!
Siempre y cuando se tratara de luchar, sabía que su derrota era imposible.
—Si tú lo dices… —murmuró Akane, con poca fe. Quizás porque, a pesar de la sonrisa del chico, no dejaba de tirar de su brazo para poder mantener el equilibrio—. Solo te queda aprender a patinar de una vez.
Casi con la misma premura con que todo había ocurrido, regresaron a la pista los patinadores que solo estaban allí para divertirse. Los jugadores de Hockey que antes recuperaron las fuerzas se llevaron a sus compañeros más perjudicados y la gente retomó sus juegos en el hielo como si nada hubiese pasado. La armonía y las risas se reanudaron, al menos, hasta que un par de chicas se pusieron a gritar.
—¡Qué monada!
—¡Mira cómo corre!
—¡Yo quiero cogerlo!
Al girar la cabeza, Ranma vio una manchita negra que corría a toda velocidad por el hielo en dirección a ellos, lanzando agudos chillidos de disgusto.
Vaya, se ha escapado pensó con fastidio.
No solo estaba harto de que, durante aquellos días infernales patinando, la gente se burlara de él, sino que también estaba cansado de soportar a Ryoga. El chico no había faltado una sola tarde para entrenar, pese a su odiosa orientación, el muy maldito conseguía encontrar la pista de hielo cada día. Le sacaba de quicio tener que compartir las lecciones de Akane con ese tonto, y era aún peor cuando salían del recinto y, por casualidad, se encontraban con el dulce P-Chan apostado en una esquina, esperándoles, para que la chica lo llevara a casa con ella.
¡Ya había tenido bastante!
Y además, era viernes, lo que significaba que solo faltaban dos días para la competición. ¡Debían aprovechar el tiempo lo más posible! Así que, cuando el bobo de Ryoga le siguió (como siempre hacía) hasta el baño para descubrir que planeaba, no solo se mojó él mismo con agua fría, sino que hizo lo mismo con su rival. Una vez convertido en cerdito lo dejó encerrado en una de las taquillas del vestuario y se olvidó de él.
Pero el condenado se había escapado…
¡Y ahí estaba, tirando de unos patines con los dientes! ¡¿Qué diantres se proponía a hacer?!
—¡Oh, Charlotte! —Azusa sonrió como una demente al reencontrarse con su cerdita perdida—. ¡Mi querida Charlotte!
Y salió disparada para atraparla.
—¡P-Chan!
Akane, que no podía quedarse atrás, dio un manotazo para librarse del agarre de su prometido y salió también como una flecha tras el animal.
—¡No! ¡Akane! —Ranma se vio empujado por una fuerza terrible, y en dirección contraria, lo cual le provocó un vértigo terrible. Recurrió a su consabida estrategia de mover los brazos para frenar que, de nuevo, no funcionó, así que cerró los ojos, no queriendo ver contra qué estaba a punto de chocar y romperse la espalda.
Sin embargo, fue salvado por segunda vez.
Unos brazos fuertes, embutidos en mangas de lana de primerísima calidad, le rodearon el cuerpo con fuerza y frenaron su estampida. Al abrir los ojos, Ranma se encontró con la cara de Sanzenin por encima de su hombro y supo que eran sus manos las que le agarraban con tanta fuerza.
—¿Quieres que yo te enseñe a patinar? —Le susurró al oído, con ese tonito seductor insufrible que usaba con las chicas. Se le revolvió el estómago y trató de escapar de esas manos, pero solo logró que el chico le girara en el aire y acabaran ambos cara a cara, como si estuvieran bailando un vals.
—¡Metete en tus asuntos! —Le espetó, de mal humor. La colonia de ese chico era tan fuerte que le obligó a entrecerrar los ojos y echar hacia atrás la cabeza. Intentó soltarse de nuevo, pero los dedos de Sanzenin eran garras que se hundían en su espalda, por donde le sujetaba, y era peor cuanto más tiraba para liberarse—. ¡Qué me sueltes!
—¡Oh! —murmuró el otro, extrañado—. ¡Qué pena!
El siguiente movimiento inesperado que hizo el patinador fue para descargar todo su peso sobre él, no, sobre el cuerpo más pequeño y delgado de la pelirroja, hasta casi colocarla en una posición horizontal. Sus pies perdieron sujeción y se sintió que colgaba entre las extremidades de ese tipejo.
—Al menos… —Sanzenin pegó su afectado rostro al de él—; dame las gracias por haberte salvado.
No tuvo ni tiempo, ni ocasión de reaccionar. Estaba demasiado desconcertado por la situación y con la guardia baja, pensando en el daño que le hacían esos dedos en la cintura, como para verlo venir. Para cuando comprendió de verdad, Mikado Sanzenin ya había acortado la distancia que separaba sus rostros y sus labios se habían estampado en los de Ranma.
Sufrió algo parecido a una conmoción, ni siquiera entendió lo que ocurría a pesar de estar viéndolo con sus ojos. Lo vio, sí, pero su mente no registró nada hasta que notó la presión, la presión helada, obligada, forzosa, sobre su boca cerrada y los dedos de ese tipo, ascendiendo por su espalda, apretándole contra él con decisión, sin dejarle posibilidad de huida. Tampoco habría podido escapar, pues estaba paralizado por la sorpresa, la repulsa y la confusión. No hizo nada. No opuso resistencia, ni siquiera pensó en hacer nada. Todo se apagó dentro de su cabeza, igual que si hubiera recibido un golpe terrible.
De hecho, fue Sanzenin quien se apartó, sonriente y le soltó, al fin.
Ranma parpadeó, anonadado, miró al suelo y se fijó en las líneas blancas, casi invisibles que hacían las cuchillas de los patines al rallar el hielo. Se quedó mirándolas sin ninguna razón. Y su mente continuó en blanco un poco más. Nada aparecía en su pensamiento, ni siquiera una mísera pregunta.
¿Qué acaba de pasar?
Entonces, captó un movimiento a su lado y se atrevió a levantar la mirada. Akane tenía una mueca extraña, de perplejidad absoluta y un poco de miedo. ¿Qué le pasa? En sus brazos tenía a P-Chan, que llevaba un collar hortera en forma de corazón al cuello; se fijó en eso y también en que el animal esbozaba una sonrisa aterradora.
Y de repente, algo se rompió en la mente de Ranma, creó una grieta en la blanca calma que se había adueñado de sus sentidos y por esa grieta, se coló el recuerdo de lo que acababa de pasar, como si solo ahora pudiera registrarlo. Lo supo. Lo nombro. Y algo más se rompió en su cabeza, no supo qué, pero las lágrimas empezaron a caer por su rostro.
¡Estaba llorando!
Se tapó la cara, muerto de vergüenza, y salió corriendo de la pista de hielo.
Corrió con todas sus fuerzas hasta salir al recibidor y más allá, a la calle. El frío terrible venido desde Siberia le arrasó las mejillas, los ojos, pero se los frotó con saña y pudo ver algo que le produjo un gran alivio.
Baños Públicos.
Corrió hacía ellos, tiró unos yenes a la persona que estaba en la puerta y caminó como un huracán destructor hasta la parte de los hombres. Se desnudó sin pensar en los que le miraban, frunciendo el ceño y apretando los dientes. Se lanzó al agua caliente maldiciendo sin parar a Sanzenin y emergió de ella con un gruñido terrorífico alzándose sobre las voces de los bañistas confusos.
—¡Se va a enterar ese cerdo! —gritó, resoplando porque la ira que intentaba retener en su pecho le quitaba el aire. Salió de la piscina con su cuerpo de hombre chorreando, tan tenso como una roca y buscó algo con lo que vestirse a tirones, sin fijarse en nada más.
¡¿Cómo ha podido atreverse a algo así ese desgraciado?! Se preguntaba mientras se encajaba los pantalones. ¡¿Besarme a mí?! Iba a pagarlo, desde luego que iba a pagar aquel atrevimiento. ¡Con dolor y sangre!
¡Y encima lo ha hecho delante de Akane!
Ella lo había visto todo y estaba horrorizada, por eso le había mirado así.
Cielos, ¿qué estaría pensando ahora de él?
Terminó de calzarse y, aún con el pelo mojado y la piel brillante, salió de los baños y cruzó la calle hacia la pista de hielo con la ferocidad de un lobo salvaje al que han apaleado durante años y está a punto de devolver ese agravio.
No pensaba esperar al domingo, iba a darle su merecido a ese aprovechado ahora mismo. ¡En ese instante!
¡Se iba a enterar de quién era él de verdad!
¡Nunca había estado tan enfadado como ahora! Se dio cuenta, y le pareció bien. ¡Era fantástico, de hecho! Porque Sanzenin iba a morir. Nada impediría que se vengara por lo que le había hecho.
—¡Sanzenin! —Chilló, al irrumpir en la pista de nuevo. Pisó con tanta violencia el hielo que lo resquebrajó, su aura ardía con un odio tan intenso que se formó un charquito de agua en torno a sus pies—. ¡Te reto a una lucha aquí mismo!
El aludido se volvió con calma, muy relajado y le miró de arriba abajo sin saber de quién se trataba o la razón por la que le hablaba de tan malas maneras. No dijo una palabra, pero Ranma sabía que ya no había vuelta atrás, sino se desquitaba ahora acabaría por volverse loco.
—Te vas a arrepentir de haber nacido…
.
.
.
3.
Ranma no estuvo seguro de si lo que siguió a su desafío fue una victoria para él o no.
Perder, lo que se dice perder, no había perdido a pesar de la enorme cantidad de golpes que recibió de su enemigo gracias a esa técnica de El Baile de los espíritus. Pudo responder y mantenerse en pie unos instantes más mientras que el tonto de Sanzenin había quedado noqueado mucho antes. Eso quería decir que suya había sido la victoria, pero no le resultó tan satisfactoria como había creído en un principio.
Si por lo menos no se hubiera desmayado después…
Akane tuvo que arrastrarle hasta los vestuarios y tumbarle en uno de esos incómodos bancos de madera hasta que pudo recuperar el conocimiento. Eso no fue tan malo, el sueñecito le ayudó a relajarse un poco, por desgracia, no mitigó el agónico dolor que se extendía por todo su cuerpo. ¿Cuántos golpes habría recibido? Había estado muy ocupado defendiéndose como para contar, pero no había milímetro de piel que no le doliera.
—¿Te puedes levantar? —Le preguntó su prometida al verle tan mal—. ¿Necesitas ayuda para andar?
¡Solo faltaba que la chica tuviera que ayudarle a caminar de vuelta a casa para terminar de hundirle en la miseria!
Iba más despacio de lo normal, por el esfuerzo realizado y porque iba tragándose el dolor, pero pudo moverse por sí mismo.
Al dejar el vestuario, Ranma oyó el jaleo que seguía hirviendo en la pista. Atisbó a ver que los jugadores de hockey habían reconquistado el lugar, pero desvió la mirada antes de que ésta se cruzara con Sanzenin. ¡No quería volver a verle nunca! Bueno, salvo por el domingo, cuando le venciera por segunda vez.
¡Porque iba a vencer! ¡Ahora sí que no cabía otra posibilidad!
La única manera de vengarse por lo que le había hecho era acudir a la cita y hacerle morder el hielo.
Akane le siguió cuando él rugió que se fueran a casa. Después, caminó tras él todo el trayecto, envuelta en un silencio absoluto al que Ranma tardó un rato en prestar atención. Solo cuando apartó sus ideas de venganza, notó que la calle estaba desierta a esas horas de la tarde. Que hacía un frío que cortaba la respiración pero que, a él, le ayudaba a manejar el dolor y a despejar la mente. En mitad de tanta quietud, los pasos de la chica resonaban como tambores de guerra que le perseguían y tuvo un mal presentimiento. Pero al volver la cabeza para observarla, ésta avanzaba mirando el suelo con una expresión imposible de leer.
¡Maldita sea! Se quejó, mirando al frente de nuevo. ¿Qué se estará imaginando?
Era muy raro que no hubiese dicho una palabra al respecto, ni siquiera para burlarse de él. ¿Tan serio consideraba lo ocurrido que no podía ni bromear?
Cielos, sí, era muy serio.
¡Un hombre le había besado!
Aunque en ese momento él fuera una mujer seguía siendo algo asqueroso, un atropello. Tenía una fea incomodidad que se arrastraba por dentro de su cuerpo, como si se hubiera caído en un lodazal y el barro se estuviera adhiriendo a su piel, ensuciándole para siempre.
Volvió a girar la cabeza.
¡¿Por qué no decía nada?!
Se mordió el labio inferior y se enfadó con la chica, ya que era la única que estaba allí con él.
¡Y si ahora pensaba algo malo, ¿por qué no lo decía sin más?! ¡¿Quería volverle loco?!
Pero Akane no habló, ni él tampoco. Siguieron caminando en silencio, atravesando la ciudad, hasta que enfilaron la calle al final de la cual estaba el dojo, y según se acercaban a ese lugar, los rostros de las personas que allí vivían desfilaron ante los ojos de Ranma que sintió una punzada de pavor ante la posibilidad de que alguien más se enterara de lo que había pasado.
Él jamás diría nada, aunque lo mataran.
Pero, ¿y si Akane se lo contaba a alguien?
Se asustó tanto que justo cuando ella estaba por cruzar el portón, la agarró del brazo y tiró para impedírselo. Akane chilló, por la sorpresa, pero él se colocó de frente y la miró fijamente.
—¡¿Qué?! —Le espetó.
—No puedes decir nada.
—¿Sobre qué?
¡¿Se burla de mí?!
—¡Sobre…! —Resopló para calmarse un poco. No serviría de nada que Akane le guardara el secreto si él se ponía a chillarlo a los cuatro vientos—. Sobre lo que ha pasado en la pista de hielo.
Los ojos de ella se abrieron, indicándole que sabía de qué estaban hablando y por eso, no hizo falta que lo mencionara. De todos modos, calló unos segundos, pensando en qué decir y después se pasó la lengua por los labios.
—Tampoco ha sido para tanto —respondió, pero no sonó nada sincera.
—No se lo digas a nadie —insistió el chico—. Por favor, ni siquiera a tus hermanas.
—No es algo por lo que debas avergonzarte…
—Akane —Sus dedos apretaron el brazo, desesperado, y su voz se tiñó de súplica—. A nadie.
Sostuvo su mirada, muy de cerca, leyendo ahí todo lo que él no podía decir en voz alta o al menos, eso le pareció. Porque acabó asintiendo, en actitud grave.
—Lo prometo.
El alivio que le sobrevino no fue tan agradable, pero le reanimó un poco. Lo último que necesitaba era que más gente lo supiera y lo comentara delante de él.
O peor, que ese suceso tan humillante llegara a oídos de su padre.
Sabía que podía confiar en Akane, no diría nada y eso le tranquilizó. Al menos hasta que notó un calor repentino en su mano, la que aún sujetaba el brazo de la chica. Movió los ojos y descubrió que su prometida había puesto su mano sobre la de él, no para apartarla, sino en lo que parecía un gesto de consuelo.
¡Pero él era un hombre! ¡No necesitaba consuelo!
Solo necesitaba dar una lección al idiota que le había ofendido.
Apartó la mano, sintiéndose peor, y cruzó el portón sin mirar atrás.
Encontraron a Kasumi y Nabiki en el comedor, pero no a sus padres, que al parecer, habían decidido desafiar a la climatología y salir a pasear un poco antes de la cena. La verdad es que la ausencia de Genma le templó los nervios e incluso aceptó quedarse disfrutando del calorcillo del Kotatsu, en lugar de encerrarse en el dojo, como tenía planeado.
Los cuatro mantuvieron una conversación simple con el ruido de la televisión de fondo. Obviamente, le preguntaron por la multitud de golpes y arañazos que tenía por todas partes, pero fue suficiente con decir que se había peleado con alguien para que le dejaran tranquilo. Era algo tan habitual en su día a día que nadie le exigía mayores explicaciones al respecto. Lo único llamativo fue cuando Akane se presentó con el botiquín y él se negó a que lo curara.
Se sentía tan humillado que no deseaba la ayuda de nadie.
Poco a poco se fue desconectando de la charla y volvieron las ideas de venganza, el enfado descomunal por lo ocurrido. Ni siquiera respondió a Akane cuando ésta le preguntó por qué se había dejado golpear más de quinientas veces por Sanzenin antes de ganarle. No tenía una respuesta clara, salvo que la furia le había cegado de tal modo que, ni siquiera ahora, podía recordar con total precisión lo que había pasado.
¿Cómo había conseguido ganar a ese cerdo irrespetuoso?
No se acordaba, pero daba igual. Había ganado y punto. Y, por supuesto que esa no sería su última palabra. Ranma se perdió en un oscuro dialogo interno que se traslució en el aspecto sombrío de sus rasgos llamando la atención de las hermanas.
—Pero, ¿qué ha pasado? —preguntó Kasumi.
Akane y él intercambiaron una mirada rápida, y él se apresuró a contestar.
—¡Nada de nada!
Y la cosa podría haber quedado ahí, dado que Kasumi no era una persona cotilla y Nabiki estaba distraída con la televisión. Nadie más lo habría sabido de no ser porque, en ese momento, llegó otro testigo del desastre.
—¡Qué vergüenza, Ranma!
Ryoga apareció de improviso, por el pasillo de madera que separaba el comedor de las puertas cerradas que daban al jardín. El simple sonido de su voz ya le produjo un escalofrío que le recorrió toda la espalda, más aun cuando recordó su sonrisa burlona en la pista. Ni siquiera había reparado en que Akane no lo traía en sus brazos desde allí.
El muy cerdo había conseguido encontrar la casa por sus propios medios y se había bañado, recuperando su aspecto humano, cosa que nunca hacía cuando faltaba tan poco para la hora de dormir. Así se aseguraba de que su dueña se lo llevaba a su cuarto.
No había que ser muy listo para saber la razón de este cambio de comportamiento.
—Yo nunca habría permitido que algo así me pasara —añadió.
Ranma se puso en pie de un salto y se acercó a él de forma amenazadora. Sabía que lo mejor era estamparle el puño en la cara, callarle sin darle el beneficio de la duda si quiera, pero vaciló porque aún no podía pensar con sensatez.
—¡Esto es por tu culpa!
—¿Mía? —preguntó el otro arqueando las cejas.
—Ranma —le llamó Akane, dirigiéndole una mirada precavida—. No deberías…
—¡Si no me hubieras picado con esta tontería del patinaje…! —Le reprochó a Ryoga, sin escuchar nada más. ¡Estaba como enloquecido! No se dio cuenta de que se lo estaba poniendo en bandeja.
—¿Nadie te habría besado?
Lo dijo con una sonrisa que no era, si quiera, taimada. No era necesario. Lo dijo y sus palabras llenaron el comedor entero, habría dado lo mismo que las hubiese susurrado pues su presencia fue tan contundente que habría llegado a todos los oídos de la tierra.
Hubo un movimiento acelerado a su espalda. Las hermanas de Akane se incorporaron en el suelo, para acercarse a él, animadas y con la curiosidad brillando en sus caras.
—¡¿No me digas?! —preguntó Kasumi, con coloretes en sus alegres mejillas blancas—. ¿Ya te han besado, Ranma?
—¡¿Quién, quién?! —inquirió Nabiki, como un coro de su hermana mayor.
Se volvió hacia ellas, pálido y balbuceó cualquier cosa como si la lengua se le hubiese dormido. No se le ocurría nada qué decir, ninguna mentira lo bastante convincente.
—Pues yo —declaró una voz. Y todos, al unísono, movieron la vista hasta Akane, ella había hablado, sin modificar su postura relajada sobre la mesa, aunque su rostro se encendió un poco al ser objeto de miradas tan intensas—. ¿Quién iba a ser si no?
. Yo soy su prometida.
Sí, eso tiene sentido decidió Ranma. Era una mentira creíble y Akane la había soltado de una manera muy segura. Lo había hecho por él, para protegerle de la vergüenza. No solo estaba dispuesta a guardar su secreto sino, incluso, a cubrirle y mentir a su familia.
La miró abrumado por una gratitud como nunca había sentido hacia otro ser humano.
—Akane, no hace falta que te inventes historias… —
—Ryoga, cierra la boca.
Su advertencia no surtió efecto, al contrario, envalentonó más al otro que se acercó hasta él y le colocó una mano en el hombro, como si no pasara nada. La imagen bien podría haber sido la de dos amigos que bromean entre sí, sino fuera porque a Ranma le salía humo por las orejas de la desesperación.
—Alegra esa cara, hombre —La sonrisa de Ryoga era solo un espejismo por la curva de sus labios, en sus ojos lo único que había era malicia descarada—. Al menos te ha besado un chico muy guapo.
Ranma sufrió un espasmo involuntario y se apartó de él con asco.
—¡Eres un desgraciado!
¿Así le pagaba que él hubiera estado guardando su secreto durante todo ese tiempo?
¡Debería decirle a Akane quién es en realidad su adorado P-Chan ahora mismo!
¿Por qué debía seguir siendo leal a una promesa hecha a un ser traicionero y desleal como ése?
—¿Un chico?
Pero la vocecilla incrédula de Kasumi le distrajo de esos pensamientos. Fue como recibir una puñalada imprevista, un estallido de dolor desconocido acompañado de pánico. Las chicas le miraban ahora con las cejas arqueadas y los labios curvados en señal de confusión.
¡¿Qué podía decir?!
Se miraron entre sí torciendo el cuello, después a él, a su máscara de pavor y reaccionaron de un modo mucho más calmado de lo esperado.
—Bueno, tampoco hay para tanto, ¿no? —Nabiki se encogió de hombros—. No hay que armar un escándalo por eso.
. Claro que sería patético si ése hubiese sido tu primer beso.
—¡Pero seguro que ese no es el caso, ¿verdad, Ranma?!
Un nuevo espasmo recorrió su cuerpo provocando que se doblara en una rara postura en la que su rostro quedó oculto, al fin, de esas miradas interrogantes y abrasadoras. Bueno, no de todas. La de Akane no pudo ignorarla. Se le clavó con una fuerza que le acosaría por el resto de su vida.
Ya no sabía si estaba furioso o atemorizado por la fuerza del bochorno que estaba sintiendo pero en sus manos inició un temblor terrible que no pudo controlar ni siquiera apretando los puños. Estaba descontrolado. Fuera de sí. A pesar de que nadie más volvió a decir una palabra, él oía sus carcajadas en los oídos, imaginaba los comentarios que se dirían a sus espaldas, cuando no pudiera defenderse. Sabía lo que todos ellos pensaban. La única que seguía siendo un misterio para él era Akane. De ella no lograba imaginar nada y, sin embargo, era quien más miedo le daba.
No pudo soportarlo: el silencio acusador y la superioridad invencible que emanaba del cuerpo de Ryoga en esos momentos, creyéndose vencedor del todo. ¿Lo era? La verdad es que le había abatido.
Tenía que marcharse de allí.
—¡Dejadme en paz todos! —ordenó y abandonó el comedor envuelto en una nube de pisadas atronadoras que lo llevaron al dojo, el lugar al que debería haber ido desde el principio.
.
.
.
4.
El dojo de los Tendo era un lugar que siempre le había transmitido paz y seguridad, desde el primer momento en que puso sus pies en él, un mes atrás.
Lo primero, quedó impresionado porque alguien pudiera poseer un sitio como ése para entrenar. ¡Qué afortunado se habría sentido de ser él! Sin tener que preocuparse por el clima, los animales salvajes, la presencia incómoda de entrometidos. Y con todo lo necesario para hacer lo que más le gustaba en paz, con serenidad y libertad. No tuvo ocasión, tampoco, de sentir envidia alguna, pues la fascinación que lo embargó al conocerlo, al rozar la quietud milenaria que emanaba de sus paredes le duró días. Bueno, aún le duraba. Solo con captar el aroma a madera e incienso que lo impregnaba todo era suficiente para apaciguar las emociones más impetuosas que pudieran agitar su corazón en los malos momentos.
Su tío no dudó en ponerlo a su disposición y, pronto, se convirtió en lo más parecido a un refugio que había tenido nunca. No se lo confesó a nadie, le parecía un atrevimiento, pero había una conexión extraña; en lo más hondo de su corazón se escondía la creencia de que él siempre había pertenecido a ese dojo, y éste, también le pertenecía a él.
Era la estancia donde Akane y él se habían reído juntos por primera vez, un recuerdo que guardaba con cuidado en su memoria y que tampoco compartía con nadie. Ni siquiera con ella, no sabía si su prometida se acordaría. Por desgracia, ese día no le reconfortó, pues si había acudido allí era para lamentarse a gusto y nada más.
Había ocurrido lo que Ranma más temía.
Ahora soy el hazmerreír de todo el mundo. No es que disfrutara torturándose, pero necesitaba encarar lo que había pasado. Las hermanas de Akane también sabían de su vergüenza y su prometida había visto la reacción jocosa de éstas al enterarse. Pronto lo sabrá más gente… Se acuclilló bajo el peso de tales ideas, curvando la espalda, sin darse cuenta, haciéndose más y más pequeñito, ocupando el menor espacio posible. Nadie intenta comprender cómo me siento…
La temperatura en el dojo descendía a medida que en el exterior caían las sombras de la noche sobre Nerima, el aire helado penetraba a través de las juntas de los tablones, empañaba el suelo y las paredes, creaba un vacío perturbador en torno a él. Sus pies, descalzos, se tensaban sobre la tarima y tenía la punta de la nariz roja, no solo por los arañazos a causa de la pelea. A pesar de todo, Ranma estiró una mano y deslizó la punta de un dedo dibujando los bordes y los rayajos que veía en la superficie. Recordó que solía hacer ese gesto de niño, cuando se sentía confuso o desanimado; se agachaba sobre el suelo arenoso del bosque o la montaña donde estuviera y dibujaba formas con el dedo mientras imaginaba las grandes aventuras que le deparaba el futuro, y los éxitos que obtendría en cuanto se convirtiera en un gran artista marcial.
Tienes que aguantar. Tienes que ser fuerte. Vas a ser un guerrero.
En ese entonces su padre no le daba ánimos, más bien eran órdenes. Algo que no podía no suceder. Se lo decía con total convicción y, sin embargo, no fue hasta mucho tiempo después, que Ranma empezó a creérselo.
De niño apenas se enteraba de nada. Eso sí que lo recordaba con claridad: la continua sensación de desconcierto y confusión en la que vivió sus primeros años.
En ese tiempo pasado en que él y su padre viajaban sin parar, era habitual que se toparan con las miradas de suspicacia de las gentes que habitaban las aldeas o los pueblos que visitaban. Eran nómadas, solían acampar a las fueras y buscar comida en los mercados, lo cual despertaba la inquietud de los pueblerinos. A menudo los miraban como si nunca hubieran visto nada igual y cuchicheaban a su paso. No importa mucho si un niño no comprende el significado de ciertas palabras, lo que sí percibe en sus carnes es el desprecio, el miedo, el rechazo de los demás.
Ranma lo sentía aun sin saber qué quería decir vagabundos, fugitivos de la justicia, parias… No le gustaba que los otros niños fueran apartados de su camino por sus madres o que los comerciantes le siguieran con la mirada cuando se acercaba a sus puestos de comida.
La gente ignorante desconfía de lo que es diferente, Ranma. Y nosotros lo somos.
Pero, ¿por qué lo eran? ¿En qué se distinguían? Ranma era incapaz de ver esas diferencias tan grandes entre ellos y el resto, y su padre no le ayudaba respondiéndole con esas frases escuetas y malhumoradas.
¡¿Y a ti que te importa?!
¡Vas a ser el artista marcial más grande de todos los tiempos!
No necesitas a nadie.
Con el tiempo, comprendió que eso era en parte verdad, y en parte, no.
Su padre tenía mucho cuento, pero llegó un momento en que no pudo seguir ocultándole sus tejemanejes con las personas de los pueblos, sus estafas, sus negocios y el niño comprendió que eso tenía mucho que ver con que tuvieran que salir corriendo, de madrugada, de cada nuevo lugar al que llegaban. Lo cierto fue que descubrir esto no terminó de aclararle por qué tenían que vivir así.
Le cogió gusto a las artes marciales y la idea de convertirse en el mejor de todos caló hondo dentro de él pero, ¿por qué tenía que estar solo y ser odiado por cuantas personas conocían a causa de eso?
¡Deja de lloriquear, niño! ¡¿Eres un hombre o no?!
—Un hombre…
Esa era la idea a la que su padre recurría una y otra vez. ¿Se trataba de eso, en realidad? Tuvo que aceptar que ése debía ser el precio a pagar, después de todo. Si quería convertirse en el mejor artista marcial de todos los tiempos debía ser a través de la soledad, del esfuerzo y la incomprensión del resto del mundo. Y cuando aceptó esto, decidió que podía hacerlo.
A medida que entrenaba y fortalecía su cuerpo, Ranma endureció también su carácter. Ante cada nuevo obstáculo, él sonreía y se decía: puedo con esto. Podía irle muy bien solo, enfocándose en su objetivo último. Se enorgulleció al comprobar que podía resistir cualquier adversidad y seguir animado, en un estado alegre, casi despreocupado. Pudo con todos los absurdos y peligrosos entrenamientos a los que su padre quiso someterle, se tomó con calma que ese hombre le usara como moneda de cambio para conseguir comida o favores de extraños.
Cada vez se sentía más preparado. Más invencible.
¡Porque eso era ser un hombre!
¿A caso no enfrentó su maldición con la misma determinación y fortaleza que todo lo demás? Aunque su cuerpo cambiara, siguió siendo un hombre por dentro. Y nunca se sintió indefenso por ello.
Hasta hoy reconoció, apretando los dientes. ¡Maldita sea!
Jamás le habría ocurrido algo así antes pero, debía aceptarlo, su convivencia con los Tendo le había cambiado. Ranma sabía que se había relajado en todos los sentidos al tener un techo sobre la cabeza y comida a su disposición sin tener que esforzarse. Seguía habiendo líos y desafíos, pero viviendo en esa casa se había instalado en una especie de paz acogedora que le estaba debilitando. No solo físicamente, sino también por dentro.
Si se sentía tan mal por lo ocurrido era porque, de algún modo, había llegado a creer que los Tendo, al acogerle en su hogar, le habían aceptado tal y como era, con maldición y todo; que podría llegar a importarles como… un miembro más de la familia. Por qué había llegado a tales conclusiones en ese escaso mes de convivencia no lo sabía, pero así era.
Ahora, en cambio, ya no sabía qué pensar, pues a la mínima que se descuidaba, volvían a tratarle como a un mono de feria, un fenómeno, un mero divertimento o en el mejor de los casos, como un simple escudo humano para que los protegiera. Akane había sido la única en demostrar un poco de comprensión.
Akane… Pensar en ella le produjo un pinchazo en el pecho. Mi prometida. A pesar de las rabietas, las peleas y los malentendidos, sabía que se preocupaba por él, a su manera. Quizás era la única que lo hacía.
¡¿Por qué ha tenido que ver cómo ese idiota me besaba?! ¡¿Por qué?!
Ya no sabía si le molestaba más ese condenado beso o el hecho de que ella lo hubiese visto, pero estaba tan ofuscado en tales ideas que no llegó a percibir que otra persona entraba en el dojo. Ni sus pasos sobre la madera. Nada de nada, hasta que recibió un ligero golpe en la parte de atrás de la cabeza.
—¡Ya vuelves a estar distraído! —Le señaló Akane, colocándose ante él—. Tú no aprendes, ¿eh?
—¡¿Qué diablos quieres?! —Le mostró el botiquín que traía en las manos, pero Ranma, enfadado, volvió la cabeza—. Déjame en paz.
—¿Cuánto tiempo piensas estar así? —le preguntó, sentándose frente a él y sacando los utensilios para curarle. El orgulloso chico se mantuvo alejado, de todos modos—. ¿Servirá de algo que esas heridas se te infecten?
Suponía que no.
Se quedó quieto y dejó que ella le pasara el algodón bañado en agua oxigenada por todos los rasguños que tenía en el rostro y que le pusiera tiritas, aquí y allá. Akane parecía muy concentrada en su labor, a pesar de que su incapacidad para medir su fuerza, incluso en movimientos tan leves como ésos le hacía un poco de daño. Así era ella. En cualquier caso, le pareció que estaba de más de seria, y también muy callada dadas las circunstancias.
—¿No has venido a reírte tú también de mí? —intentó provocarla, pues ese mutismo por pena le hacía sentir miserable.
—No creo que haya nada por lo que reírse —contestó, aunque sus labios se curvaron un poco. Después, frunció el ceño—. No ha estado bien que Ryoga contara a mis hermanas lo ocurrido —admitió—. Le he pedido que se fuera.
De la sorpresa que le supuso esa noticia, Ranma abandonó la tensión en que mantenía su cuerpo, bajando los brazos y estirándose más hacia la chica, con interés.
—Es la primera vez que te pones de mi parte en lugar de la de Ryoga.
—¡¿Qué tontería es esa?! ¡Siempre estoy de tu parte!
—¡Venga ya, Akane!
—¡Es que tú cometes muchos errores! —Se justificó, poniéndole una tirita en la nariz con excesiva fuerza—. Tienes que aprender una cosa Ranma: las mujeres nunca podemos bajar la guardia —Le miró con fijeza mientras se sacudía las manos, habiendo terminado su tarea—. Este mundo está lleno de pervertidos y aprovechados que no esperan a que una mujer les dé permiso para…
—¡Pero es que yo soy un hombre!
—¡Bueno, no todo el tiempo! ¡Mira lo que te ha pasado hoy!
—¡Eso le podría pasar a cualquiera!
—A mí no —declaró Akane, muy segura—. Porque yo estoy acostumbrada a… —
Antes de que hubiese terminado de hablar, Ranma le dio un suave golpecito en el hombro, lo justo para hacerle perder el equilibrio y la cogió en el aire para colocarla sobre sus piernas. La joven soltó un chillido por la sorpresa y se quedó quieta, parpadeando sin parar, cuando él acercó su rostro.
—¡Mira quién habla!
Los ojos de Akane se agrandaron y su pecho empezó a moverse a toda velocidad mientras le miraba. Ranma disfrutó, apenas medio segundo, del orgullo de haberla ganado.
—¿Q-qué estás h-haciendo?
—¡Nada! —Respondió él, retrocediendo tan deprisa que Akane se deslizó al suelo y quedó sentada como una niña pequeña, perpleja y con una mano en su pecho—. ¡No pretendía besarte ni nada de eso! —Movió sus manos de un lado a otro para dejarlo bien claro, ni se fijó en cómo su expresión se ensombrecía por momentos—. ¡Yo no… no… de ningún modo…!
—Lo sé —respondió ella, un poco más tranquila—. Tú no tienes agallas para intentar algo así.
¿Cómo? Ranma apretó la mandíbula ante tal insinuación. ¿Qué no tengo agallas?
—Mejor no me provoques o…
—¿O qué?
—¡O lo haré! —exclamó, incorporándose sobre sus rodillas, gesto que Akane imitó al tiempo que alzaba más todavía su voz.
—¡Pues inténtalo si crees que puedes!
Se miraron, enfadados, con sendas respiraciones aceleradas por el acaloramiento de la discusión. Mantuvieron esa mirada furiosa, ninguno estaba dispuesto a rendirse y mucho menos él.
¡Hoy no podía permitírselo!
Si ella estaba decidida a llegar hasta el final, de ningún modo él se quedaría atrás.
—Bien —murmuró, muy serio—; cierra los ojos.
Y Akane obedeció, sin titubear, cosa con la que no contaba. ¡Iba totalmente en serio, la muy cabezota! Ranma respiró hondo. Ya no había modo en que pudiera echarse atrás, así que bajó la vista del ceño fruncido de la joven hasta sus labios que, pese a permanecer cerrados, parecían haberse suavizado un poco.
Entonces fue que se hizo consciente, de verdad, de lo que estaban haciendo y casi sufrió un ataque.
¡¿En serio iba a besar a Akane?! ¡¿Y todo por una estúpida discusión de fanfarronería?!
—Ahm… —titubeó, encogiéndose de hombros y juntando las manos sobre sus piernas—; es que… esto si no es con alguien que de verdad me guste…
Su prometida abrió los ojos al instante, coléricos.
—¡Ah, claro! —soltó—. Entonces, yo no te sirvo.
—¡Tampoco he dicho eso!
—¡Lo dijiste la otra noche, tonto! ¡Que yo no te gustaba!
Sí, era verdad. Lo había dicho y bien alto, frente a ella. No había manera de negarlo y tampoco podía decirle que había sido una mentira porque entonces querría saber el motivo.
Pese a todo, Akane no le estampó el botiquín en la cara, se levantó y se fue, como él habría esperado dada situación. Permaneció allí sentada, callada, con la mirada clavada en las formas del suelo durante unos segundos antes de volver a hablar. Cuando se animó a hacerlo, tuvo que suspirar primero, su cuerpo se tambaleó un poco, pero ya no sonó tan enfadada.
—¿De verdad fue tu primer beso? —le preguntó, tan de improviso, que a Ranma le costó comprender.
—¡Bah! —soltó, ruborizado—. ¡¿Qué importancia tiene eso?!
—Yo creo que sí importa…
—Eso del primer beso son tonterías —determinó él—. No significa nada.
Akane le vigiló de reojo, el color fue creciendo en su cuello y en su rostro cuanto más se alargaba esa mirada pensativa.
—Entonces… ¿no preferirías que fuera yo?
—No te entiendo.
La chica abrió la boca para hablar pero, entonces, se puso en pie de un salto y se acercó a las puertas del dojo. Sacó la cabeza, miró alrededor y después, cerró de nuevo, asegurándose de bloquear la madera. Regresó caminando muy despacio, y tomó asiento frente a él con las mejillas aún más teñidas de rojo.
—Podríamos imaginar que ha sido así, ¿no crees? —Le propuso—. Si ahora nos besamos, tú puedes imaginar que el beso de Sanzenin no ha ocurrido y que éste sí será tu primer beso.
Le soltó todo eso hablando con cierta lentitud, midiendo cada sílaba antes de dejarla salir pero sin mirarle a los ojos. Su cuerpo parecía temblar un poco en esa postura apocada y enjutada que había formado con las rodillas en el suelo y sentada sobre sus tobillos.
Ranma, por suerte, entendió lo que le estaba proponiendo, incluso la lógica extraña que entrañaba ese plan. No había nada que quisiera más, en esos momentos, que olvidar que ese humillante incidente se había producido, pero era difícil liberarse de un recuerdo tan espantoso. Lo que ella le sugería no era tanto olvidar, sino intercambiar ese recuerdo por otro que no le causara tanto malestar.
Si no lo pensaba demasiado, sonaba bastante bien. Pero él, pese a su torpeza, sabía que las cosas no eran tan sencillas. Besar a alguien significaba algo, intuía que si se daban otras circunstancias, era algo especial.
La verdad es que él tenía cierta curiosidad por saber qué experimentaría al besar a Akane, pero…
—¿Y qué pasa contigo? —le preguntó, entonces—. ¿Será también tu primer beso? —Ella asintió, aún con la mirada baja—. ¿Y estás segura de…?
—¡Sí! —respondió, llevada por un arrebato. Avergonzada, por fin, alzó los ojos y añadió—; mejor tú que cualquier otro —Ranma estaba a punto de soltar algo ofensivo cuando ella le cogió la mano y el calor de su piel se adueñó de todo—. Ya sé lo que piensas de mí: que no soy la chica más femenina, ni la más cariñosa, ni la más guapa.
. Pero, al menos, soy una chica.
Ranma tuvo la increíble intuición de que a su prometida le estaba costando mucho decir esas palabras, también, que parecía muy segura de ello. Le habría gustado echar mano de un ingenio que no tenía y decirle algo que la contradijera; vaya, intentar hacerla sentir un poco mejor, pero, ¿le habría creído? ¡Él y su bocaza eran los responsables de que todas y cada una de esas palabras rondaran la mente de Akane! No, mejor no. Pensaría que la estaba mintiendo o algo así.
Tampoco le creería si le decía cuánto se arrepentía por haberlo dicho.
Bueno, ¿y qué hago? Se preguntó. Debería hacerlo, una parte de él lo sabía. De hecho, estaba convencido de que si la besaba ahora, espantaría todas las sensaciones horribles que habían anidado en su inconsciente y volvería a ser un poco más él mismo. Ella ha sido la que se ha ofrecido, se recordó. No es cómo si la estuviera obligando a nada. A lo mejor ella quiere que yo sea el primero en besarla, se le ocurrió, pero era una idea demasiado alegre como para que fuera verdad.
¡El caso era que ella se había ofrecido!
—Bueno, si tú estás de acuerdo…
Akane volvió a cerrar los ojos, dando a entender que sí. El corazón de Ranma se aceleró de golpe pues, ahora había llegado el momento de ser valiente.
Se aproximó con cuidado, arrastrando las piernas y sin despegar los ojos de los labios que se le ofrecían. Se echó a temblar, así que apretó las manos contra su regazo en busca de algo control. No sirvió de nada. Fue peor, porque del esfuerzo comenzó a sudar. Se estiró hacia ella, pero enseguida retrocedió, muerto de miedo. Se maldijo, tembló como un niño. Dio un respingo que casi le tira al suelo cuando Akane abrió un ojo y le miró, interrogándole.
No supo qué decir, así que bajó la mirada, arrepentido.
Entonces, la mano de Akane que había estado sosteniendo la suya le soltó y el gesto le sentó como una patada, aunque lo comprendió. No obstante, volvió a sentir el calor de su tacto en el rostro, sus dedos le estaban rozando la barbilla con evidente temor. Notó que la chica se había acercado más, con las mejillas más rojas que un par de cerezas recién recogidas, se estiraba hacia él, con la mirada clara, amorosa. Sus labios se acercaron y Ranma, nervioso, cerró los ojos y recibió aquella sensación con miedo y deseo al mismo tiempo. Esos labios, tan suaves, presionaron su boca de un modo muy breve. El beso estalló casi sin hacer ruido, fugaz, fue más intensa la caricia de la nariz de la chica sobre la suya al mover la cabeza.
Tampoco esta vez le dio tiempo para hacer nada, pero porque quedó hechizado por esa suavidad, por esa delicadeza tan exquisita de la que no habría creído capaz a Akane. Quedo perplejo, anonadado. Fue un segundo pero lo sintió por todo el cuerpo. Abrió los ojos y el rostro de ella seguía pegado al suyo. Debía aprovechar esa oportunidad única pues, estaba seguro, de que no se le presentaría otra.
Empujó su rostro hacia el de ella, otra vez, y devolvió el beso, intentando poner el mismo cuidado; no hacía falta apresurarse, podía alargar ese momento un poco más. El contacto tibio que le recorrió la boca y se pegó a su piel. Al terminar, cómo no sabía qué hacer, probó a rozar con su nariz la de ella también, despacio. Akane seguía con los ojos cerrados, sin decir una palabra, pero ante esa caricia, colocó su mano sobre la pierna del chico y sus dedos apretaron un poco, provocándole un escalofrío que le hizo apretar los párpados.
Hacía tanto calor de repente…
Ranma entendió que debía haber algo más que eso, que de todos modos, le había maravillado. Se lo decía su instinto. Volvió a inclinarse sobre la chica para besarla, solo que esta vez, Akane movió sus labios al mismo tiempo y él logró captar su sabor, su aliento cálido entrando en él e insuflando su cuerpo, acelerándole más aún el corazón. Los dedos de la chica sobre su pierna se convirtieron en puntos de calor que le abrasaron a pesar de la ropa y antes de darse cuenta, sus manos decidieron moverse, con más brusquedad de la que habría querido, y agarraron a la joven por la espalda, aplastándola contra él.
Akane dio un respingo y se apartó al instante.
—¡Pero, ¿Qué haces?! —replicó, con el rostro llameante. Ranma se encontraba tan desorientado que no supo qué decir—. Solo dijimos un beso.
—¿Eh? —balbuceó. ¿Cuántas veces se habían besado? Se rascó la nuca, nervioso—. Bueno, yo solo… —trató de pensar una excusa pero lo que se le ocurrió fue muy flojo—; tú me has besado una vez, y yo a ti, otra.
. Así estamos empatados.
—¿Cómo que empatados? —respondió ella—. ¡Tú me has besado dos veces!
Sí, en verdad, así había sido. ¿Y qué podía hacer él para remediarlo?
—Pues hazlo tú una vez más.
Era lo único que tenía sentido, ¿verdad?
Ranma cerró los ojos, expectante, antes de oír una nueva protesta. Era una propuesta absurda pero quería volver a besarla. Esperó con el corazón encogido y con las manos aplastadas contra el suelo.
¿Lo haría?
—Solo una vez más —susurró Akane, y estaba ya tan cerca que su aliento le rozó la nariz—. Para estar empatados.
Al instante, volvió a sentir la dulce presión de los labios de la chica sobre él, moviéndose, acariciándole, así que él hizo lo mismo, estirándose hacia delante pero sujetando las manos. Era algo tan fantástico, tan diferente a todo lo que había sentido a lo largo de su vida. Tuvo la misma certeza que con aquel dojo, algo de ese gesto íntimo ya le pertenecía, lo había hecho siempre. Una parte de Akane ya había estado antes, en algún otro universo, tan cerca de él. Ante la angustia de que ese instante terminara, sus manos acabaron por desobedecerle y engancharon la cintura de la chica, atrayéndola con todo su calor y dulzura hacia él. Solo que esta vez, ella no huyó. Enroscó sus brazos en torno al cuello de Ranma y se dejó apretar con toda la fuerza que él quiso. Ya no había separación alguna entre ellos, ni sonido más allá del que hacían sus besos.
Estaba obnubilado, transportado a otro sitio, uno más luminoso y bello de lo que jamás había visto y supo que quería quedarse ahí. Con ella. Con Akane, para siempre.
Pero, incluso hasta ese mundo, llegó el sonido de pasos que se acercaban por el pasillo de madera. Los dos lo oyeron y se separaron, inquietos y confusos.
Los pasos se pararon y alguien trató de abrir la puerta, pero no lo logró.
—¿Akane? —llamó la voz de Kasumi—. ¿Ranma? ¿Estáis ahí?
Akane giró la cabeza, pero no se movió.
—Sí… estamos —respondió, casi sin voz.
—¿Por qué cerráis?
—¡Por nada! —Cogió aire para calmarse y siguió hablando—. Estábamos entrenando y no queríamos que nadie nos molestara.
—¡Eso! —La apoyó él, intentando ayudar.
—La cena está lista —Les informó Kasumi tras unos segundos de silencio—. No tardéis mucho o se enfriará.
—¡Vale!
Contuvieron la respiración mientras el sonido de pasos se alejaba y se perdía en el jardín. Exhalaron a la vez, igual de aliviados. Ranma la miró, inseguro, y ella hizo lo mismo, con precaución. Como ninguno sabía qué decir, se levantaron y caminaron rumbo a la puerta.
Akane la abrió, y otra vez, asomó la cabeza fuera para cerciorarse de que no había nadie cerca. Después se volvió hacía él.
—Creo que no deberíamos contarle esto a nadie —sugirió. El chico asintió de acuerdo. Todavía no sabía cómo se sentía con lo que había pasado pero sabía que no quería que nadie más se enterara. No era por la misma vergüenza que había sentido por lo de Sanzenin, sino por una inexplicable necesidad de proteger ese secreto ante los demás. Era algo demasiado especial como para que quisiera oír a su familia opinando sobre eso.
Pensó en decírselo a Akane, para que no pensara lo que no era. ¿Qué estaría pensando, en realidad? Ahora no estaba seguro de qué decirle o de cómo comportarse. Solo se le ocurrían tonterías que no venían a cuento y una pregunta, eso sí, una pregunta muy seria que no se le iba de la cabeza.
Tenía que formularla antes de que se marcharan de allí.
—Akane —La llamó y ella, ruborizada, le miró entre rápidos parpadeos de timidez. Él también se sentía cohibido—. Esto… ¿podemos hacerlo más veces?
La expresión de la joven cambió sin remedio ante esa pregunta tan extraña. ¡Sabía que no era la mejor manera de plantearlo, pero lo suyo no eran las palabras! ¡Ella lo sabía! Igual, se sintió un tonto, un imbécil, un descerebrado… ¡Un zoquete! Ella le había regalado el momento más bonito que podía recordar y él se expresaba de ese modo tan desastroso.
No tenía remedio.
Akane le estuvo mirando un rato largo, quizás pensando las mismas cosas que él o algo peor. Dio un paso y alzó las manos hacia el rostro de él. Ranma se quedó quieto, con un nuevo vuelco en su pecho, creyendo que ella lo besaría. Pero los dedos de la joven solo se dedicaron a aplastar los bordes de la tirita que, minutos atrás, le había puesto en la nariz y que se había levantado.
Esta vez lo hizo con una suavidad tan increíble que fue tan agradable como un beso más.
Sin decir palabra, le cogió de la mano y tiró de él hacia el pasillo. Caminaron en silencio, Ranma no apartó los ojos de la coronilla de cabello oscuro y ni se enteró de cuando salieron al jardín y entraron a la casa. Solo volvió en sí cuando ella le soltó, justo antes de abrir la puerta del comedor.
Allí les esperaban todos, ya sentados a la mesa, pero tampoco fue muy consciente de ellos.
Ocupó su lugar de siempre, al lado de su prometida.
Pero la cena no fue como las otras que había vivido en esa habitación. De pronto, todos los sentidos de Ranma giraban en torno a Akane, sin remedio. Ni podía, ni le interesaba prestar atención a otra cosa. Había vuelto a cambiar. Lo supo enseguida; ya nada volvería a ser como antes para él.
.
¡Feliz Rankane Day, Ranmaniaticos!
¿Qué os ha parecido la primera parte de esta nueva historia? *_* Espero que os haya gustado. Y digo primera porque habrá dos más, y un epilogo, que iré publicando los próximos días.
Os agradezco mucho a todas y a todos los que leísteis el prólogo, por vuestros amables comentarios que he leído (aunque no haya podido responder) y que me han hecho muy feliz ^^
Hace mucho tiempo que tenía esta idea rondando por la cabeza, de hecho, consultando mis viejos cuadernos es de las primeras que esbocé cuando empecé a escribir Rankane, lo que pasa es que se me fueron cruzando otras ideas, y ésta se quedó en el tintero, jeje. Pero he pensado en ella muchas veces y por eso me hace tanta ilusión haberme puesto por fin a escribirla. La idea inicial era un Oneshot pequeñito que, básicamente, habría sido esta primera parte, pero después de tanto tiempo reposando en mi cabeza, he ido haciendo ajustes y transformándola en otra cosa.
Como curiosidad, he estado releyendo varias veces el arco de los patinadores en el manga para ajustarme mucho al canon y me di cuenta de que, en capítulos anteriores, los personajes salen en ropa de verano, comiendo helados y hasta vemos ventiladores conectados en la casa de Akane; y por alguna razón, llega este arco y de pronto, todos van de invierno y aparece de nuevo el Kotatsu en el salón. Pero en el siguiente capítulo, el de Shampoo, vuelven a ir de corto… Se me hizo muy extraño, así que lo que se me ocurrió para explicarlo fue que en pleno junio les azotara una ola polar de frío intenso, jajajaja. Esas cosas pueden pasar, ¿o no?
Os agradezco de corazón que sigáis esta nueva historia, espero que la disfrutéis mucho y nos vemos, pronto, con la segunda parte.
¡Besotes para todos y todas!
—EroLady.
