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CAPÍTULO 15

7 de Diciembre del 2009

Utahime no entendía por qué debía ir hasta Nikko, Tochigi para una misión a la cual ya estaba asignado Gojo Satoru. No obstante, Gakuganji insistió en que el favor era más bien para Yaga, porque él le pidió que la enviara específicamente a ella.

Según lo dicho por su superior, Satoru solo se haría cargo del trabajo "pesado", es decir, el exorcizar las maldiciones, mientras que ella llevaría a cabo la diplomacia correspondiente con los agentes del gobierno, quienes presionaron para estar presentes y asegurarse que nada malo fuera a ocurrirle al templo Toshogu, que era un patrimonio de la Humanidad y sus alrededores.

Satoru no estaba al tanto que sería supervisado por Utahime, por ello, cuando arribó al punto de encuentro donde lo esperaban los agentes, se sorprendió de encontrar a la pelinegra ahí también.

—Llegas tarde—lo regañó Utahime en cuanto lo vio. Llevaba una hora esperando por él y la compañía de esos políticos estaba por colmarle la paciencia.

—Llegué y es lo importante, ¿qué haces aquí?

—Estos caballeros están presentes para supervisar que la misión sea lo más discreta posible y con el menor de los daños.

—¿Qué haces aquí? —repitió. Yaga ya le había pedido lo mismo antes de salir.

—Diplomacia, algo que tú no sabes hacer…

Satoru rodó los ojos, fastidiado de que encima que les ayudaba se ponían quisquillosos sobre como debía realizar la misión.

—Entendemos que su trabajo es exorcizar esas maldiciones, sin embargo, no podemos poner en riesgo la infraestructura que es tan importante para la nación —dijo uno de los dos hombres que estaban en compañía de Utahime.

—Señor, ¿usted a quién prefiere? ¿Tokugawa Ieyasu, Oda Nobunaga o Toyotomi Hideyoshi? En lo personal, Tokugawa me agrada más. A los quince años ya había conseguido su primer asedio exitoso. Aunque, ejecutar a su mujer y obligar a su hijo al seppuku por mantener su alianza con Nobunaga, ah, eso me molesta. Pero lo respeto como general. Aunque mi personaje histórico favorito es Suga…

—Gojo, cállate —le interrumpió Utahime algo exasperada de la cátedra.

—Parece que sabes bien sobre la historia del Shogun —dijo el otro hombre de traje costoso.

—Haré mi trabajo, compraré algunos recuerdos y me iré. Descuide.

—Hemos oído algunas cosas de ti, por eso no estamos seguros…

Lo dicho por ese hombre en definitiva molestó a Gojo, la vena en su cien palpitó ante el irritante comentario, ganas no le faltaban de tirar todo a la mierda y devolverse a Tokio cuando se ponían así de pesados. Utahime inmediatamente se percató de su enfado y antes de que fuera abrir la boca, puso su mano detrás de la espalda de Satoru, y en un vaivén delicado la frotó como si estuviera calmando a un niño pequeño. No le pareció extraño que le hubiera permitido tocarlo. Entendía su irritación, ella también estaba molesta, pero no podían ponerse al tú por tú con ellos.

—Gojo se hará cargo sin problemas, pueden confiar en él. Yo responderé cualquier duda que tengan y nos pondremos de acuerdo para evitar las molestias a los visitantes de los templos, la pagoda y las cascadas.

El peliblanco respiró con más ligereza y dejó que Utahime llevará la situación. Era verdad que no solía ser muy pulcro en sus misiones, sin embargo, tampoco era un desconsiderado como para ser vigilado cual niño de preescolar, pero tras conversar brevemente con aquellos hombres, comprendió que era más bien la actitud de ellos, que el trabajo per se, lo que resultaba fastidioso. Entonces, efectivamente, era mejor que Utahime tratara con ellos mientras él solo se concentraba en acabar con las maldiciones.

Tras discutirlo entre los cuatro se llegó a un acuerdo. Gojo se dirigió a Kanmangafuchi Abys y se movería hasta las cascadas de Shiraito y Kirifuri más al norte. No era precisamente un día muy agradable en Nikko, hacía mucho frío y estaba por nevar.

—Cuando termines, nos veremos de nuevo aquí, en Ronniji —le dijo Uta a Gojo. Habían salido del hall para hablar en privado.

—Que fastidio. Solo porque hay que mantener las buenas relaciones con los políticos de Kanto —renegó con ira contenida.

—Yo me haré cargo de ellos, tú solo has lo que tienes que hacer.

—Sí, sí.

—Recuerda que no habrá una cortina, así que…

—Ten cuidado —dijo monótono, poniendo los ojos en blanco. Qué se lo venían diciendo desde Tokyo, lo tenían hasta las narices.

—Si el clima se pone peor, vuelve —le dijo preocupada antes de que se fuera. El cielo estaba muy cerrado.

—Lo peor que me puede pasar es un resfriado.

Gojo le sacó la lengua y golpeó la cabeza de Utahime. Ni el clima, ni las maldiciones eran peor que la política.

Había diez horas de camino desde Kanmangafuchi hasta Kirifuri, sin embargo, Gojo estuvo decidido a que todo quedara listo antes del atardecer. Hubiera sido más fácil el haber cerrado por un día todos los templos y los centros turísticos para acabar con las maldiciones llevando un grupo más amplio de hechiceros, pero el gobierno se opuso a vetar toda la zona.

Antes de que el sol se pusiera los primeros copos de nieve comenzaron a caer. Era inusual que la temporada de nevadas comenzara tan pronto en diciembre, por lo regular era hasta casi navidad cuando las primeras iniciaban.

Mentiría si dijera que no estaba preocupada por Gojo, aunque en el fondo sabía que era en vano el agobiarse, pues estaba hablando de Satoru. En su tarea como mediadora le habían hecho muchos cuestionamientos y trató de responderlos lo mejor que pudo. Cierto que eran personas muy fastidiosas y hubo más de un momento en que quiso darles un puñetazo en la cara, sin embargo, se mantuvo colecta y siguió la línea diplomática que le habían encomendado.

Cuando Gojo volvió con obvio éxito en su misión, la nevada comenzaba a volverse más tormenta. Al final de cuentas, el clima había ayudado a tener todas las zonas más despejadas y le había permitido actuar con mayor libertad, pudiendo terminar su misión el mismo día, como lo había pensado.

Los hombres se retiraron luego de la explicación de la situación por parte de Gojo. Su interés solo radicaba en que no hubiera bajas humanas y destrozos a los templos, una vez asegurado eso, dejaron a los hechiceros a su suerte.

—No hay trenes por la tormenta.

Utahime le mostró su teléfono celular a Gojo, efectivamente las líneas estaban suspendidas temporalmente. Tokio estaba a dos horas en el shinkansen.

—Había unos cuantos hoteles cerca del río, no está lejos —sugirió Gojo.

—Bueno, no nos queda otra opción.

Nikko Senhime Monogatari era un hotel al lado del río, contaba además con un onsen al aire libre y otro cerrado, inclusive las habitaciones más grandes tenían su propio baño caliente techado con paneles de cristal para poder apreciar la vista del río y el bosque.

—Alquilemos la habitación con el baño privado —dijo Gojo muy entusiasmado.

—De ninguna manera, cuesta mucho más.

—Pero quiero usar el onsen —Gojo siguió haciendo berrinche. Como era menor de edad, Utahime tenía que hacer ambas reservas, no le quedaba de otra.

—No te vas a bañar ahí estando yo en la misma habitación —dijo poniendo mala cara solo de imaginarse todo el jaleo que iba a armar si le concedía el capricho—. Deme dos habitaciones individuales por favor.

—Que sepas que recordaré esta ofensa tuya por los siglos. Eres una tacaña.

—Usa el onsen público si tanto quieres.

Utahime terminó de llenar el papeleo y pagó las habitaciones.

—Toma —le entregó la llave de su cuarto—. Ahora invita la cena.

Gojo tomó de mala gana las llaves y chistó. ¿Sí le hubiera dicho que era su cumpleaños y que quería la habitación como regalo habría aceptado? Conociendo a Utahime lo más probable es que sí hubiera dado su brazo a torcer, pero no quería mencionar el hecho, ella no lo había felicitado y aunque en algunas ocasiones habían celebrado juntos, no era como que esperaba el que ella recordara que día era ese.

Ambos cenaron udon caliente dentro del mismo hotel. La primera planta tenía varios puestos de comida y souvenirs, además del restaurante principal. Conversaron sobre la misión y los pormenores que Gojo tuvo en todo el recorrido, puntualizó que Nikko era un lugar muy bonito y que le hubiera gustado estar más bien de turista. También comentaron sobre los dos políticos que los acompañaron y como fueron increíblemente fastidiosos, Utahime hizo énfasis en cómo tuvo que aguantarse las ganas de echarlos a patadas, Gojo se rio mucho de eso. Comentaron sobre Megumi, quien desde el verano pasado había caído bajo la tutela de Gojo. Habiendo satisfecho su apetito, los dos se dirigieron a su respectiva habitación situada en la segunda planta.

—Vaya día. Soportar a esos tipos es más agotador que pelear con maldiciones.

Utahime estaba todavía quejándose con ella misma. La habitación era pequeña, pero acogedora, como toda la ciudad, tenía una arquitectura muy tradicional. Se acomodó en el kotatsu y llamó a Yaga para reportar el éxito de la misión.

Cuando terminó de hablar con el director de Tokio, vio el mensaje que tenía de parte de Shoko. Eran cuatro palabras que las sintió como un balde de agua fría sobre el cuerpo. Lo había olvidado por completo. Su mente estuvo tan ocupada tratando de tener contentos a aquellos hombres que ignoró todo lo demás.

[Recuerda felicitar a Gojo]

Era el cumpleaños de Gojo y no tuvo el reparo siquiera de felicitarlo. Volvió a refunfuñar por lo estúpida que había sido, pero si dejaba pasar el momento para hacerlo, Gojo probablemente la molestaría por siempre, como bien dijo en la recepción.

Por suerte, pudo encontrar un pequeño pastel en las tiendas del primer piso, eso debía ser suficiente para compensar su fallo. Recordó, mientras subía, que encima de todo lo había hecho pagar por la cena. Que mal senpai estaba siendo.

—¿Qué pasa?

Resultaba extraño que Utahime estuviera tocando su puerta, según él ya no tenían ningún pendiente más y se verían solo en la mañana para regresar a Tokio. Gojo ya no llevaba las gafas puestas, sin embargo, aún no se había quitado el uniforme.

Utahime sentía mucha vergüenza por felicitarlo tan tarde y admitir que no se había dado cuenta que era su cumpleaños. El pastel estaba escondido detrás de ella.

—¿Puedo pasar?

Entregarle el pastel en el corredor no era algo que quisiera que presenciara alguien ajeno a ellos. Gojo entró primero y en la mini estancia donde también estaba el Kotatsu, tenía a una Utahime sonrojada ofreciéndole el pastel.

—Feliz cumpleaños, Gojo.

Quería comérsela a besos en lugar del postre, ¿cómo es que era tan linda cuando estaba así de apenada? No estaba molesto, mucho menos triste por el hecho de que ella no hubiera recordado que era su cumpleaños, simplemente le daba igual ya que ni él mismo pretendía que la fecha fuera algo especial.

—¿Quién demonios acepta una misión en su cumpleaños? —lo regañó para justificar su olvido—, estuve todo el día soportando a gente horrible, no tenía cabeza para algo más…

—Está bien —Gojo tomó el pastel—. No pasa nada si no me felicitabas.

—Me parece triste que te hagan trabajar este día —le dijo con desánimo.

—No tenía ningún plan en especial, es solo un día más.

—Al menos podrás comer pastel. La dueña dijo que era el más popular.

—Hay que comerlo en ese caso.

—Es para ti, no me apetece.

—¿Me dejarías solo comiendo pastel el día de mi cumpleaños aún cuando me felicitas faltando cuatro horas para que termine? —le cuestionó quejumbroso y resentido.

—Los años no te harán menos molesto ¿cierto?

Los dos tomaron asiento en el Kotatsu, Gojo cortó un pedazo del pequeño pastel para probarlo, en efecto, estaba buenísimo.

—Abre la boca —ordenó Gojo, acercando el tenedor con un trozo para ella.

—Puedo tomarlo yo misma…

—Di "Ah" —Gojo abrió la boca para mostrarle como.

—No soy un bebé —dijo Utahime malhumorada, no era necesario que la hiciera pasar por eso aun con el pretexto del cumpleaños.

Como Utahime no hizo caso, al peliblanco no le quedó más remedio que embarrarle un poco de pastel sobre la nariz. Cuando abrió la boca para comenzar a vilipendiar, Satoru aprovechó para meterle el pastel hasta la garganta.

—Está muy bueno ¿cierto? —dijo cándido, con una sonrisa excepcional.

—Eres un idiota —se quejó luego de pasarse el trozo de pastel. La verdad es que si estaba muy rico pese a que a ella no le gustaban las cosas dulces.

Utahime se levantó para tomar una servilleta y limpiarse el rostro, Gojo siguió comiendo su pastel.

—La próxima vez que vengas, avísame, pagaré tu habitación con el onsen.

—Muy amable, Utahime. Veo que eres de las personas que sienten remordimiento.

—Lo que sea.

—Pero venir sólito a meterme a un onsen —negó con la cabeza, haciendo una voz triste—, ¿no sería mejor tomar el baño acompañado?

—Mira, a quien traigas contigo es tu problema…

—¿Dices qué no te importa que use tu preciado dinero para venir con alguien más a meterme semi desnudo a un baño de agua caliente que hará que mis músculos se relajen y mis mejillas se sonrojen mientras intento acurrucarme con mi acompañante para ver el majestuoso paisaje? —dramatizó velozmente el escenario imaginario.

—No —respondió ecuánime.

—¿Ni un poquito?

—Nada.

—No puede darte igual.

—Invita a tu novia…

—¿No te lo dije? —preguntó con asombro, alzando las cejas—. Terminamos desde octubre.

—Duraron poco —señaló, si su memoria no le fallaba habían sido solamente unos cinco meses. Uta volvió a sentarse.

—No funcionó para nada. Se volvió tan celosa de…

Gojo guardó silencio, no tenía caso decirle a Utahime, que su exnovia había estado muerta de celos por ella. No es que Iori hubiera actuado mal o que Gojo particularmente hubiera hecho algún comentario o acción fuera de tono, no era necesario que se insinuaran cosas cuando los hechos hablaban por sí mismos. Era evidente que aun cuando su novia recibía todo el cariño físico, la actitud del peliblanco hacia Utahime era especial. Gojo lo hacía inconscientemente, así que, cuando le propusieron elegir entre las dos, su respuesta fue bastante contundente.

—Así que era celosa —sopesó Utahime—. Bueno, los celos son algo fastidiosos.

—Soy un alma libre —dijo relajado.

—¡¿No me digas que le fuiste infiel?!

—¿Tengo cara de infiel? —le reprochó de inmediato.

—La verdad, sí.

—Me ofende tu comentario, no le he sido infiel a ninguna de mis novias.

—Solo has tenido dos, tampoco lo digas como si hubieran sido tantas.

—Estás muy enterada de mi vida amorosa —sonrió con sorna—. ¿Será qué estás interesada?

—No me entero porque busque hacerlo, siempre hay rumores de ti y tus conquistas.

—Gojo Satoru es irresistible, ¿qué puedo decir?… —alzó los hombros, bastante presuntuoso.

—No digas nada. Cuando no abres la boca te ves mucho mejor.

—Oh, entonces hay una forma en la que Utahime me encuentra atractivo —sonrió con suficiencia.

—No dije eso…

—Si me quedo callado ¿tendría más oportunidad de seducirte?

—Ni aunque te quedaras mudo.

—De alguna forma, cuando tú me retas se vuelve un poco más excitante el intentarlo…

—No te atrevas a hacer una ridiculez.

—¿Lo sería? Pero estás muy segura de que puedes resistirte.

—No necesitas comprobarlo —le sonrió con toda la duda cayendo sobre su rostro. Era mentira—. Me voy, buenas noches.

Utahime se levantó veloz de la mesa, sin embargo, Gojo estaba decidió a probar lo que había dicho, aunque, a decir verdad, no necesitaba algún motivo en especial para querer tenerla cerca. No estaba seguro si lo que sentía por ella era amor o simple deseo, era tal vez algo en medio que no quería ponerle una etiqueta.

Su brazo se estiró, era alto y de extremidades largas, así que no fue difícil alcanzarla para tomarle del tobillo. No la iba a dejar escapar. Con su fuerza arrastró el pie de Utahime y aunque ella luchó por sacarse la mano de Satoru, era una batalla perdida. Cuando estuvo más cerca de él, la obligó a sentarse al frente suyo.

—Eres tan molesto —farfulló. No podía evitar sentirse nerviosa, sabía lo que él quería.

—Es mi cumpleaños después de todo —dijo con un puchero.

—¿Qué quieres?

—Utahime.

—¿Qué? —preguntó confundida.

—Me preguntaste que quiero…

—¿Eres un niño?

—¿Debería probarte que ya soy un hombre? —habló Gojo de manera seria, más de la que ella hubiera querido.

—¡No es lo que dije! —replicó de inmediato, él no perdía la oportunidad de usar todo a su favor.

—Utahime —dijo con firmeza en su voz y la miró a los ojos—, ya no tengo quince años.

El rostro de Utahime se vio rodeado por las manos de Satoru, él la obligó a no apartar la vista de sus ojos. Lo sabía, sabía bien que Gojo ya no era el adolescente que conoció en la prepa, su voz era más profunda, su cuerpo era más robusto, su mentalidad estaba cambiando a las de un hombre con mayor madurez, aunque a veces resultará difícil de creer.

Hace cuatro años probablemente solo le hubiera robado un beso de sus labios, como bien lo hizo en algunas ocasiones, pero esta vez deseaba algo más que simples roces o un beso efímero.

—Dijiste que no volverías a dejar desactivado tu conjuro conmigo —le susurró Utahime. Las manos frías de Gojo tocaban sus mejillas y le erizaban la piel.

—Tú puedes tocarme todo lo que quieras…

Utahime apretó los labios, Gojo era injusto, sabía cómo empujarla al límite de su línea entre el deber y sus deseos. Ya no estaban de misión, no era la escuela, estaban solos y lo que sucediera en esa habitación sólo lo sabrían ellos dos.

—Solo será un beso… —le advirtió ella.

Gojo tomó sus labios con apuro, no había sido dulce como aquella ocasión en la que estaba consolándola, no, esta vez era puro deseo carnal. Al principio Iori se sintió confundida por la agresividad del peliblanco, no es que fuera rudo, pero no estaba esperando que dejara ver sus intenciones de inmediato. Evitó responder al instante, sin embargo, era imposible no corresponder la pasión con la que estaba siendo tomada. La lengua de Satoru acarició el interior de la boca de Iori, enredándose en una peligrosa lucha con su compañera.

"¿De qué hablas? Gojo ha tenido sexo en su mente contigo desde que tiene dieciséis"

Esas eran las palabras que MeiMei le había dicho en algún momento y aunque se negara a aceptarlas, esa noche, Satoru le estaba demostrando que era verdad. Creía que Gojo siempre buscaba incomodarla, pero nunca con la intención de llegar a las últimas consecuencias.

Las manos de Utahime se adentraron en la melena blanca de Gojo, su cuerpo estaba ardiendo desde adentro hacia afuera. Los besos de Satoru habían migrado a su cuello, no le era suficiente solo su boca, quería probar todo de ella. Besaba dulcemente su piel, lamía con delicadeza, solo para después morder con fuerza, estaba tan excitado que no le era difícil perder el norte y succionar su piel como si fuera un salvaje. Sabía que estaba mordiendo con más rudeza de la necesaria, pero no podía evitarlo.

Cada vez que los labios y la lengua de Satoru tocaban la piel de su cuello sentía que iba a explotar. Lo deseaba con la pasión de una adolescente en plena éxtasis hormonal, no podía negar eso.

"Gojo" gimió su nombre como una queja al sentir el dolor, después de que pasara la adrenalina esas marcas iban a doler como el demonio. Satoru la acercó para acomodarla sobre su regazo y así pudiera sentir la excitación palpitante en su entrepierna. Iori, gimió de nuevo sobre los labios del peliblanco al sentir la presión del firme sexo debajo del suyo. La ropa estorbaba mucho, pero sería muy descarado de su parte el decirle que lo quería dentro de ella con urgencia cuando puso tanto repelús para evitar lo que estaba pasando ahí. Los gimoteos de Utahime hicieron que quisiera volver a besarla. Amaba cada sonido que emitía.

Sus manos fueron subiendo poco a poco por la espalda de Utahime, suavemente guio su caricia hasta los hombros. Sus dedos se deslizaron dentro del kimono blanco para quitárselo. Utahime sentía un poco de vergüenza al dejarse desnudar, aún así, cooperó lo mejor que pudo. Gojo no quería premura en sus acciones así que con lentitud comenzó a desvestir su torso, disfrutando del roce de la piel con piel. El pecho de la pelinegra quedó casi al descubierto, optó por mantener la prenda justo donde sus senos comenzaban a asomarse.

Gojo dejó de comerle los labios, que, si hubiera podido verlos bien entre su nublada vista por el deseo, habría notado que su brusca intensidad había provocado que se inflamaran un poco. Ahora sus finos y tersos labios rondaban el hombro descubierto de Utahime, se permitió saborear su piel y morder un poco, esta vez siendo más dulce, Iori agradeció el gesto regalando seductores jadeos de su boca, cada sonido que ella emitía con cada caricia le hacían desearla más. Había en su mente formas ya establecidas de todo lo que deseaba probar y cómo probarlo en el cuerpo de Utahime.

Volvió a encajarla en su pelvis, apretando con fuerza, esta vez no para que ella sintiera su miembro duro, sino para que él pudiera calmar un poco el dolor punzante de su vientre; deseaba poseerla en ese instante, aunque tampoco quería que la urgencia dictara la dirección de esa noche. Utahime volvió a gemir ardiente, extasiada ante la hombría que se frotaba entre sus piernas. Tomó a Gojo por los hombros para tener un apoyo más seguro; así su cuerpo involuntariamente —o por instinto— comenzó a mover sus caderas.

Gojo metió ambas manos entre las aberturas del hakama rojo y apretó con vigor las nalgas de Utahime, sintiendo el vaivén de su cadera masajear su sexo. Solo estaban fajando y únicamente con eso se sentía de maravilla. Siempre había pensado que ella tenía un buen trasero, pero sentirlo moverse sobre él le hacían querer ponerla en cuatro patas sobre el piso. Gruñó, un poco molesto, si ella seguía moviéndose así iba a terminar viniéndose en los pantalones. No era normal lo mucho que esa mujer lo excitaba.

Satoru detuvo a Utahime con las manos e irguió su torso un momento, solo para permitirse admirar la silueta al frente suyo. Las mejillas de Utahime estaban sonrosadas, su boca entreabierta clamaba aire ante la agitación producto de la adrenalina. Gojo se relamió el labio inferior a medida que sus ojos seguían bajando, las marcas de sus toscos besos se evidenciaban como pequeñas manchas rojas alrededor del cuello de la pelinegra. Quería devorarla, eso era lo que su mente le decía, ella era más tímida al respecto y solo estaba dejándose llevar conforme él le permitía.

De haber sido otra era probable que ya hubiera estado en completa desnudez, o si no hubiera tenido ganas de juego previo, solo se desharía de lo que estorbaba para el sexo. Esta vez, avanzaba poco a poco, por más lujuria que exudaba su cuerpo se tomaría su tiempo. Quería desnudarla paso a paso, justo como en su imaginación lo había hecho más de una vez. Con delicadeza impropia, las yemas de sus dedos tocaron los pechos de su amante, poco a poco llevándose consigo la ropa que los cubría. Sintió entre sus dedos la dureza de esos pezones, inequívoca señal de excitación. Las manos de Utahime apretaron más los hombros de Satoru. No podía sostenerle la vista, no cuando él disfrutaba tanto el tenerla a su merced.

Con cautela pasó la lengua por uno de los pezones. Utahime estrujó con fuerza la chaqueta de Gojo por la espalda, esto fue interpretado por él como una luz verde para seguir explorando su cuerpo. Lamió de nuevo haciendo círculos alrededor de la areola, Utahime arqueó la espalda, tirando más la ropa de Satoru. La saliva de Gojo sobre su pecho hacía que le diera frío y esto provocaba que sus pezones se endurecieran más, como si eso fuera posible. Satoru estaba más que complacido con la reacción del cuerpo de Utahime en respuesta a sus estímulos. Sabía que ella lo deseaba tanto como él la había deseado a lo largo de esos años. Iori gimió con timidez y solo provocó más la euforia de Gojo, así que este succionó su seno con rudeza, primero uno y luego pasó al otro; no sabía si Utahime gemía o gruñía ante su brusquedad, sin embargo, era música para sus oídos.

—¿Por qué sigo teniendo tanta ropa?

Se quejó Satoru, quien seguía tal cual habían empezado. Utahime miró a Gojo, sentado delante de ella: con las mejillas rojas, la respiración entrecortada y la mirada más sensual que jamás alguien le haya dado.

No permitió que ella refutara, bruscamente volvió a besarla, ansioso por sentir el calor del interior de esa boca. Utahime tocó sus pectorales sobre el blazer, notando lo bien que estaban trabajados, con la otra mano comenzó a quitarle la chaqueta, Gojo prestó ayuda y en nada la prenda ya había sido arrojada a un lugar de la habitación. Las manos de Iori se adentraron rápidamente debajo de la playera, el abdomen firme de Gojo se tensó aún más al sentir los suaves dedos de ella acariciarlo.

—Sácame la camisa de una maldita vez.

Hizo caso de inmediato. Observó el torso desnudo del peliblanco, su cuello largo y las hermosas facciones de su rostro. Se acercó a él y lamió su cuello, desde la clavícula hasta el lóbulo de la oreja. A diferencia del ojiazul, ella fue tranquila y dulce mientras degustaba su sabor. Gojo sentía los senos de Utahime tocar su pecho, eso, aunado a la forma que seguía lamiendo su piel lo estaba sacando fuera de sí.

Satoru tomó a Utahime por el trasero hasta ponerse de pie con ella encima. La llevó a la cama para acostarla. Gracias a la media luz proveniente de la cocina podía ver bien su silueta y aquellos hermosos senos que solo lo invitaban a que probara la dulzura de su ser. Apoyó una rodilla en la cama y volvió a dejarse ser tentado por aquellas maravillas. Apretó un pezón entre sus dedos, lo suficiente como para que fuera placentero, pero no molesto, del otro lado su boca se encargaba de seguir degustando lo que se le había permitido.

Sin embargo, él también quería atención, claro que le gustaba amar, pero también le gustaba ser amado. Sin pensarlo dos veces, se desabrochó el pantalón y bajó la cremallera, tomó una mano de Utahime y se la llevó a la entrepierna, haciendo de guía apretó su mano a la Utahime para que tomara su pene sobre su ropa interior, con suaves movimientos le indicó cómo quería ser tocado y aunque Utahime estaba muerta de pena por el descaro de Gojo, también le excitaba que fuera así de atrevido. Con un ligero vaivén, acarició el miembro de Gojo, que estaba duro a más no poder, era grande y grueso, y el solo imaginarse siendo penetrada por él la hizo estremecer.

¿Cómo es que había terminado así las cosas? Solamente iba a ser un sencillo beso y ahora estaba masturbando a Gojo mientras él le lamía los senos. Para ser justos, Utahime sabía que ella también había deseado que aquello pasara.

No era su primera vez, evidentemente tampoco la de Gojo.

—Mierda, quiero cogerte ahora mismo.

Gojo bajó su mano por el vientre de su amante, colando sus dedos por debajo del hakama. Utahime abrió las piernas involuntariamente, estaba a nada de darle paso a Gojo Satoru a su más preciada intimidad.

Entonces, el universo pareció volver a hacer clic en su cabeza. Se formuló los escenarios consecuentes de lo que pasaría después de esa noche. Los dos segundos que había tardado Gojo en meter su mano bajo el hakama y rozar su pubis le fueron más que suficientes para comprender que lo que hacían no podía acabar bien de ninguna manera.

Era cierto que deseaba a Gojo, estaba más que claro, pero conocía bien a quien tenía encima de ella y lo que estuviera pasando en ese momento solo sería ese momento. Desgraciadamente no era tan sencillo para ella el decidir acostarse con Gojo y al día siguiente pretender que nada había pasado. Peor aún, ser amantes casuales por la noche y colegas en la mañana. No, definitivamente no podía.

Si pasaban ese límite, sabía que su relación no volvería a ser la misma. Ya lo había visto en él con otras amantes y ella experimentado con sus exnovios. No podía cortar su lazo para nunca más cruzarse en el camino del otro. Eso no era posible si hablaban de Gojo Satoru.

De inmediato, Gojo notó el cambio en la disposición de Utahime respecto a querer ser tocada. Incluso había dejado de tocarlo a él.

—¿Estás bien? —preguntó, Satoru, un tanto confundido.

—Si… —susurró.

—¿Te lastimé acaso?

—No…

—¿Qué sucede entonces? —Gojo tomó asiento en la cama, a su lado.

—No creo que sea buena idea, Gojo —Utahime se incorporó para subirse la camisa. El pecho le ardía por dentro y por fuera.

—¿Y me lo dices ahora? —replicó un tanto molesto.

—Lo siento, es solo que…—no sabía bien cómo explicarle los motivos por los que definitivamente tener sexo era un error.

—¿Qué?

—Si sucede esto entre los dos. No creo que pueda actuar como si nada hubiera pasado —Utahime se encogió a sí misma, abrazando sus piernas y ocultando su rostro entre las rodillas. Ahora que la calentura se le había bajado sentía mucha vergüenza.

—¿A qué te refieres? —arqueó una ceja, incrédulo que llegado a ese punto se hubiera echado para atrás—. ¿Por qué tendrías que actuar diferente después?

—Gojo, esto para ti es solo una aventura —afirmó al verlo, aun escondida entre sus piernas.

—No es una aventura —replicó de inmediato.

—Bien, pero tampoco es algo serio ¿cierto?

Desconcertado, Gojo miró un par de segundos a Utahime… lo que él sentía por ella era algo real, pero ¿qué tan en serio quería tomárselo? No es que pretendiera jugar con sus sentimientos, o que no le importaran en lo absoluto, solo que él no quería complicarse demasiado. Utahime le gustaba mucho y deseaba acostarse con ella, eso era una realidad, pero tampoco tanto así para ofrecerle algo formal.

—No lo es —aseveró honestamente.

Utahime suspiró cansada, no estaba molesta, ella sabía a lo que se atenía al enamorarse de él. Gojo era sincero y eso se lo agradecía.

—No soy como tú. No podría no involucrarme sentimentalmente.

—Es obvio que te gusto, pero ¿sientes algo más por mí?

Era más que obvio que así era, aunque Satoru era incrédulo para aceptar esa verdad. O tal vez era que prefería pensar que ambos compartían el mismo sentimiento: solo atracción. Eran amigos, pero ¿qué les impedía agregar ciertos "derechos" a esa amistad?

Utahime sabía que aún si le decía lo que realmente pensaba de él, de igual manera nada cambiaría los sentimientos de Gojo. Nunca hablaban de amor y, de entre los dos, la más cercana a ese sentimiento era ella.

—Que importa lo que sienta. Sabes que esto no parara en ningún lado.

—¿Entonces por qué lo hiciste? —alegó, en el fondo sentía pena por ella y algo de responsabilidad porque él contribuyó a empujarla a llegar a esa comprometedora situación.

—No preguntes algo tan obvio…

Estaba muy confundido. Gojo se levantó de la cama, se acomodó el pantalón y recogió la camisa del piso para ponérsela.

—¿Qué quieres hacer?

—Seguiremos trabajando juntos en el futuro, no creo que sea conveniente que mezclemos más estas dos situaciones.

—¿Trabajo o sexo…?

—No es solo el sexo. La tensión que hay entre ambos…—explicó con paciencia para que pudiera entender mejor—. Debemos comportarnos solo como lo que realmente somos: amigos y colegas.

—¿Quieres que seamos indiferentes el uno del otro? —dijo con ironía. La propuesta le hacía gracia. ¿Era posible? Llevaban años en esa rutina de indirectas.

—Sinceramente, entre acostarme contigo y trabajar contigo…. Lo primero se puede evitar, pero en definitiva el trabajar con el hechicero Gojo Satoru no es opcional.

—Entiendo…

—Te prometí que te apoyaría, no me gustaría romper esa promesa por guardar rencores amorosos. Así que no insistas más con insinuaciones de…

—Eres muy sentimental, Utahime. Pero tienes razón, no pretendo ser tu novio o algo por el estilo.

—¡Ya lo sé! —replicó molesta—. Así que búscate a alguien más que pueda quitarte las ganas.

—Utahime, ¿eres consciente que me la has puesto más dura que nunca en toda mi vida?

—¡Que tu cuerpo reaccione así no es mi culpa! —dijo ofuscada.

—Solo para quedar en sintonía —aclaró en un suspiro—, quieres que tengamos una relación de trabajo meramente.

—Sí, es lo mejor. Soy maestra en la escuela de hechicería de Kioto y no creo que sea lo mejor que haya rumores entre nosotros. Acabas de graduarte, eres menor de edad —comenzó a numerar sus motivos—. Principalmente, no quiero dejar de confiar en ti por despecho. Echaríamos a perder todos estos años juntos.

—De acuerdo —dijo con una pizca de resignación. De alguna forma se sentía un poco herido por el rechazo, uno que él, en parte, había propiciado—. Si te parece más conveniente de esa manera, pretendamos que no pasó nada hoy.

—Aún somos muy jóvenes. Yo tengo mis propios planes y tú los tuyos —dijo con pesar, era mejor ser objetiva y no dejarse llevar solamente por sus sentimientos—. Dije que creía en ti, así que quiero poder seguir haciéndolo, Gojo.

—Me parece bien —se levantó de la cama—. Seguiré contando contigo, profesora Utahime.

—Lamento haberte dejado llegar hasta este punto para después…

—Es porque me deseas fervientemente. No me digas que no, porque no te creeré después de oírte gemir así —respondió burlón.

—¡Gojo! —exclamó con rubor en sus mejillas. Hombre, ¿qué toda la plática anterior se le había olvidado?

—Ahora tendré que ir a masturbarme —dijo entre dientes.

—¡Gojo!