Comprensiblemente, América recibió un buen número de llamadas en los días siguientes a la masacre en el ballet. Mucha gente, naciones y jefes, exigían una explicación. Ignoró la mayoría de ellas, pero cometió el error de cogerle el teléfono a Inglaterra. Y así encontramos a América sujetando el teléfono tan lejos de su oreja como le permite su brazo, mirándolo como preguntándose cuándo acabaría todo ese griterío para poder tener la oportunidad de decir algo en su defensa. Aunque parecía que a Inglaterra no le interesaba oír excusas, y podría haber seguido así mucho más. Entre las cosas que América oyó estaban "completamente desquiciado", "mereces que te echen a los leones" y "el colesterol de todas esas hamburguesas te ha taponado alguna vena del cerebro".

América suspiró. Ya había tenido bastante. Acercó el móvil a su oreja.

— ¡Lo-sssto-UK-no-pdo-oííírrrrrtttt-! Pfffssssst!

— ¡Mentira cochina! ¡Ni se te ocurra colgarme!

Tarde. Eso fue precisamente lo que hizo América.

— ¿Por qué no me dejan en paz? —suspiró América, lanzando el móvil al sofá.

Calentó unos fideos en el microondas y se los comió del mismo envase mientras veía dibujos animados, porque no tenía gana alguna de oír más noticias. Pero Hora de Aventuras no pudo distraerlo del todo de aquel asunto que todo el mundo le recordaba a cada instante. Quería, pero no le dejaban. El teléfono seguía sonando; fue una buena decisión, haberlo puesto en silencio, no obstante.

Como no contestaba, tuvieron que ir a su casa.

Se levantó al sonar el timbre, y frunció el ceño atónito cuando se encontró con…

— ¿Italia?

Oh, sí, ahí estaba él, sujetando en una mano la correa de un cocker spaniel.

— Hola, América. Estaba paseando al perro y casualmente acabé cerca de tu casa…

— ¿Al otro lado del charco? …¿Y tú desde cuándo tienes perro?

Italia volvió los ojos hacia el cocker.

— Bueno…Es posible que lo haya…tomado prestado de…alguien. ¡Mira, tengo que hablar muy seriamente contigo! —entró sin invitación y con premura a la casa de América, cerrando la puerta tras de sí. Estaba tan nervioso que comenzó a hablar atropelladamente, retorciéndose las manos—. Tú sabes que yo siempre te he tenido mucho aprecio…Te conozco desde que eras así de chiquitín…Cuando necesitabas un trago en esos tiempos en que tu jefe te prohibió beber alcohol, yo te lo pasaba de contrabando; trabajé en tus ferrocarriles y edificios; no te dije ni mu cuando te apropiaste de nuestra receta para hacer pizza…Pero…¡oh, América, ¿qué necesidad tenías de ponerle una bomba a Rusia?!

— ¡Yo no le he puesto ninguna bomba! —exclamó América.

— No tienes por qué mentir, yo no te estoy juzgando. Es decir, preferiría que no hubieras cometido semejante carnicería, pero…

—¡Que yo no lo hice! ¡Eso dice Rusia, pero yo no fui! ¿Tú también te has creído esa gilipollez?

— Dudo…mucho que Rusia se haya hecho eso a sí mismo…

— Pues a mí no me sorprendería lo más mínimo…Es capaz de herirse a sí mismo para justificarse. Está más que acostumbrado a deshacerse de su propia gente como si no le importaran nada. Tiene tantas ganas de hacer la guerra, para ser todo lo bruto que quiera e invadir a quien le dé la gana…

— Creía que estabas más que dispuesto a pegarte con él. Tus palabras exactas fueron…

— ¡Te he dicho que yo no ordené que colocaran esos explosivos! ¡Venga ya, tío!

— Dijiste que lo lamentaría.

— ¡Creía que eras mi amigo! ¡Se supone que tienes que apoyarme!

— Yo sólo sé que Rusia y yo vivimos en el mismo continente, y que, como Romano y yo estamos moral y contractualmente obligados a ponernos de tu parte si los dos vais a la guerra, Rusia va a venir a nuestra casa y nos va a aplastar, y…uh, mi hermano y yo hemos estado hablándolo y no queremos eso. Nadie lo quiere.

— Pero si sigue golpeándome, tendré que defenderme, ¿no crees? Es de sentido común.

— Tienes que parar esto, América—suplicó Italia—. Tienes que hablar con Rusia, hacer que cambie de opinión…

— ¿Hablar con él? Si él lo ha buscado. Ni siquiera ocultó haber dado la orden—América se sentó en el brazo del sofá—. Podría haber matado a Walter sin haber dejado huellas…Pero él sabía que habría cámaras por la zona, testigos a mansalva…Esos agentes ni siquiera usaron nombres falsos…¿No viste su cara en la asamblea? Quería que lo pillara. Quería que todo el mundo supiera lo que pasa cuando se le desafía…

— Os pasasteis medio siglo evitando una guerra. ¿Por qué ahora, con una tecnología más mortífera…?—insistió Italia, temblando hasta los huesos.

— Se cree que puede ir por ahí intimidando a todo quisque, haciendo lo que le da la gana…¡Pero conmigo no le va a servir! ¡Conmigo no!

— Por favor, si tienes que tragarte tu orgullo y disculparte, por favor…

— ¿Yo? ¿Por qué tengo que hacerlo yo? ¡Fue él el que empezó! ¡Se metió a Lituania y luego mató a mi colega cuando intenté defenderle! Urgh, en fin, ¿no podemos hablar de otra cosa? Quédate a cenar, ya que has venido hasta aquí; creo que tengo algunos fideos más…

Italia creía que debían hablar del tema, pero le dejó un ratito en paz. Quizás eso le ayudara a calmarse y reconsiderar su postura. Aceptó la oferta, aunque le dio los fideos precocinados al perro y cocinó comida de verdad para los dos. Comieron un risotto de queso sin apenas hablar. La cantidad de llamadas perdidas en la pantalla del móvil siguió aumentando.

Alguien llamó a la puerta mientras Italia parloteaba sobre la inminente temporada de fútbol, un tema sobre el que podía haber hablado durante horas con auténtico entusiasmo. América tuvo que cortarle y levantarse a ver quién era.

— Ugh…No pienso abrir—murmuró tras echar un vistazo por la mirilla.

— ¿Quién es? —preguntó Italia.

— El jefe del FBI.

— Debe de ser algo importante…

— Nah, sólo quiere chillarme a la jeta, igual que el Presi.

— América, sé que estás ahí, abre, por favor. Tenemos que hablar, es importante—se oyó decir a una voz masculina.

— ¿Ves? —Italia miró fijamente a América, pero él ya había vuelto a su asiento y estaba devorando el arroz que le quedaba en el plato.

— Haz como que no le oyes. Tarde o temprano se irá—fue la respuesta de su amigo.

— Hemos detectado un acceso no autorizado a nuestras investigaciones sobre las Tecnologías de la Intuición—dijo entonces el director.

Aquellas fueron las palabras mágicas de Alí Baba. América se quedó con los carrillos llenos de arroz. Se quedó quieto y callado unos momentos, luego tragó y se levantó corriendo para abrir la puerta.

—¿Cuándo? —preguntó, súbitamente serio, súbitamente preocupado.

— La semana pasada. Parece ser que los archivos han sido copiados y digitalizados.

— ¿Quién ha sido?

— Aún no lo sabemos, pero ha tenido que ser alguien de dentro, o con acceso a nuestras instalaciones.

América posó una mano sobre su boca, dándose unos momentos para pensar.

— Vale…Vale…Quiero que registréis e interroguéis a todo el que trabaje en el edificio o que tenga acceso a él. Quiero saber si la persona que robó esa información era del equipo o si le abrió la puerta a alguien más. Llámame si encuentras algo, lo que sea.

— Si es que coges el teléfono—dijo el director del FBI antes de marcharse.

Ahora América sí que miró su móvil. Tenía una cantidad abrumadora de llamadas perdidas y mensajes. Miró algunos de ellos mientras Italia lo miraba con gran curiosidad.

— Perdona…¿Puedo preguntar qué pasa?

— Algo gordo. Diablos, ahora no…A no ser…

América alzó la cabeza.

— Ahora, claro que ahora…

— No…te sigo…—dijo Italia.

— Es decir, aún no estaba perfeccionado, pero…¿Cómo diablos se ha enterado…? Tengo un topo, me apuesto lo que quieras a que tengo un topo en el FBI…

— ¿El qué? Por favor, América, verte tan acojonado me está acojonando. ¿Qué te han robado?

América miró a Italia como si no estuviera seguro de si podía confiar en él.

— No diré ni una palabra, te lo prometo—dijo Italia, alzando la mano derecha.

Bueno, todo el mundo pensaba que era un tolai, así que no le creerían de todas formas…América estaba dispuesto a creerle, quizás porque estaba tan ansioso que necesitaba contarle esto a alguien…

— …Nunca llegué a conseguir nada concluyente. Era un experimento, ¿vale? Yo nunca…

América suspiró.

— …Rusia y yo queríamos ver quién era el mejor. Queríamos demostrarle al otro, y al mundo entero, que éramos el país más avanzado, el más mortífero…Desarrollamos armas…Bombas…Hasta fuimos al espacio…Aquello parecía magia, como si nada pudiera superarlo, pero…Hubo algo más…Yo trabajé en una forma sofisticada de hacer la guerra. Quizás la más atractiva, porque no dejaba rastros, ni destrucción, ni víctimas mortales, era muy barata y aseguraría una victoria fácil y abrumadora…Lo único que se necesitaría sería una cantidad decente de cerebros entrenados para penetrar, ver, adivinar…Yo, huh…, intenté ganar la guerra usando el poder de la mente.

Italia esbozó una sonrisa.

— ¡Me estás tomando el pelo, ja! ¡Eso lo has sacado de una peli de Tom Cruise!

— No, para nada—dijo América, y lo dijo tan serio que Italia tuvo que creerle—. En 1952, mientras estaba en guerra con Corea, mis científicos y yo comenzamos a llevar a cabo experimentos…Entrenamos a unos pastores alemanes para que detectaran bombas usando sólo su intuición. Los resultados fueron prometedores: conseguían encontrar el doble de bombas que los que sólo usaban el olfato. Ya sabes que los animales tienen como un sexto sentido…Pues, en los 60 una revista francesa decía que conseguimos hacer que un estudiante de la universidad de Duke en Carolina del Norte tuviera una conversación telepática con un soldado que se encontraba dentro de un submarino bajo el mar en el Polo. Era todo inventado, claro, una historia de ficción; pero en el pasado siglo todo el mundo estaba tan interesado en eso del poder del cerebro humano, y vimos que eso tenía potencial…El jefe que tenía entonces, Ike, pensaba que eran patrañas, pero que sería ventajoso que no negáramos los rumores. Rusia nos temería, querría copiarnos, intentar adelantarnos, y perdería tiempo, dinero y energías…, pero…, bueno…

— ¿De verdad creíste que podría funcionar?

— Sí. Financié de mi propio bolsillo muchos experimentos. Si funcionaba…¿Entiendes lo que eso implicaría? Podrías espiar al enemigo, saber de antemano lo que estuviera maquinando, qué estaba pensando. Ver lo que veía.

— ¿En serio me lo dices?

— ¡Que sí! ¡Lo juro! ¡Sé que suena a peli de ciencia ficción, pero en aquel entonces yo creía que todo era posible! En plan, ya viste el aterrizaje sobre la luna. No había nada que la ciencia no pudiera lograr…Era…magia…Quería ver si podríamos invadir Rusia sin que él se diera cuenta, sin pisar su territorio. Algunos de nuestros proyectos incluían averiguar si sería posible hablar con soviéticos muertos para que nos chivaran información, y lanzar misiles a través del espacio y del tiempo. Me llevé muchos chascos, claro. Como cuando intentamos que los astronautas del Apollo 14 hablaran entre ellos telepáticamente; pero conseguimos algunas victorias, como hacer que un psíquico nos acompañara a mí y a mi equipo en un viaje a la URSS para convencer a Rusia de que firmara lo que nosotros quisiéramos. Tendrías que haber visto su cara; esos tipos seguro que desaparecieron del mapa por ir contra las órdenes e intenciones de Rusia…

— ¿Por qué abandonaste el proyecto?

— Nunca lo abandoné. Tan sólo…me distraje. Ya no lo necesito tanto. La URSS cayó, Rusia aprendió a respetarme y no creí que lo necesitáramos urgentemente. Guardé los archivos para volver a ello con el tiempo. Seguimos llevando a cabo estudios. Tan sólo que no con la prioridad de antes.

América calló, apretando los labios.

— Y ahora que Rusia me ha declarado la guerra, se han filtrado…Obviamente, no es una coincidencia.

— ¿Crees que Rusia…?—preguntó Italia.

— ¡Pues claro! ¡No sé cómo lo ha hecho, pero estoy seguro de que se ha infiltrado de alguna forma! ¡Con todos esos puñeteros programas informáticos suyos y su cara de oso burlón y…!

Se volvió a quedar callado tan de repente que Italia lo miró con gran expectación.

— ¿Y?

América no contestó. Estaba demasiado ocupado pensando, recordando.

Aquella visita en particular…¿Qué año fue? No lo recordaba, pero recordaba perfectamente que Nixon estaba con él. Hablaron de cuán raros estaban sus compañeros, como si al entrar en territorio ruso la brújula de sus cerebros se hubiera desimantado. Estaban torpones, les llevaba mucho contestar, parecían tener la cabeza en otra parte. Los que normalmente eran parlanchines se volvieron callados y los que eran normalmente ratoncitos de iglesia de pronto mostraron mucha iniciativa.

Los soviéticos sabían que se habían traído a un psíquico aquella vez, cuando consiguieron hacerlos firmar esos acuerdos. ¿Fueron hipnotizados realmente o fue la mera sugestión de tener a un psíquico presente? No parecía importar, pero la gente comenzó a pensar que era el turno de los soviéticos de jugar con las mentes de los americanos. Sabían lo que habían hecho y les leyeron la mente a ellos, los manipularon, les obligaron a cometer errores. Seguro que Rusia sabía lo que se cocía, aunque América nunca le hubiera mostrado más que lo necesario para que se cagara encima.

Me gustaría creer que no lo hizo…Es decir, no podría haber sido tan…obvio, tan contundente…No derramaría sangre americana…Quiero creer que está lo suficientemente cuerdo como para no tocar a un miembro de la Unión Europea y de la OTAN…, había dicho Lituania.

Sí. Exacto. Rusia aprendió al final la lección. Él tenía las armas más grandes, era el mejor. Lo dejó arrastrándose de vuelta a las ruinas de una unión que se resquebrajaba, arruinado y humillado. Cierto que ahora no eran amigos, pero al menos podían hablar sin tener que asegurarse de que no tenían una bomba a los pies, cooperaban cuando hacía falta…

Demasiado descuidado…

…Algo no cuadra…, decía una voz dentro de la cabeza de América, un cartel de neón.

«Pero él mató a Walter, ¿recuerdas? De la misma forma en que ha matado a muchos políticos y periodistas y a cualquiera que le ha desafiado…Lo hizo él…», respondió otra voz, que sonaba mucho más como la suya propia.

Y ahora resultaba que le habían robado sus papeles secretos el mismo día en que fue a hacerle aquella visitilla sorpresa.

Italia seguía mirándolo, y América sacudió la cabeza.

— Lo siento, Italia, pero matar a uno de mis hombres y tocar mis cosas es ir demasiado lejos. No me voy a quedar de brazos cruzados.

Italia agachó la cabeza, derrotado.

— Entonces, supongo que esta ha sido mi última cena…—murmuró.