Ciel no escuchaba en absoluto lo que el chico a su lado comentaba en voz baja, toda su atención estaba puesta en esa molesta escena frente suyo, mientras esta sensación de enojo parecía embargar amargamente todo su ser. Le era frustrante afirmar que sentía celos, cómo podía estar celoso de ese chico lindo por estar hablando con su demonio, quien sonriente parecía corresponder a su obvio coqueteo, era simplemente absurdo.

Aunque no le gustara admitirlo era consciente que Sebastian tenía ese tipo de encanto del que era difícil resistirse, tal vez era su atractiva apariencia combinada con su audaz personalidad, o solo era ese velo de misterio que envolvía su verdadera naturaleza. Un demonio que sabía que decir y hacer para cautivar a los humanos, una manipulable especie que conocía bien y consideraba inferior, esa era la verdadera forma del atento profesor Michaelis.

Probablemente hace unos meses no le hubiera dado importancia ver como usaba hábilmente sus tácticas de galanteo para seguirle la corriente a alguien que pretendía seducirlo. Sin embargo, ahora era diferente y consideraba esto como un ataque de su parte con el propósito de fastidiarlo, incluso lastimarlo. Moría de celos, pero solo una fría mirada podía reflejarse en su inexpresivo rostro, frustrándose más al no poder liberarse de otra manera de este cúmulo de emociones que batallaban en su interior.

En medio de su debate interno maldecía aquella noche, la que hizo cambiar su perspectiva sobre Sebastian. Esa noche hace unas semanas cuando en el calor de una tonta discusión habitual sus labios se unieron por primera vez en un apasionado beso, uno que el mismo por alguna inexplicable razón provocó; aquel contacto que permitió a su demonio, dueño de su alma, adueñarse también de su cuerpo a partir de entonces.

Ciel inmerso en sus pensamientos solo se permitió reaccionar al sentir un leve pellizco en una de sus manos, fijando su mirada en McMillan notó como este le sonreía pícaramente. —Sabía que te gustaba el profesor Michaelis, se nota lo celoso que estás.

—No digas tonterías. —Con molestia le reprendió en voz baja, volviendo su esquiva mirada al libro que se suponía que leía.

—No debes estar celoso, seguramente el profesor Michaelis te prestaría más atención que a ese chico, tú eres más lindo... Así que solo debes confesarle que lo amas locamente...

—¿Amar? Del gusto pasó al amor en unos minutos... ¿Crees que es así de sencillo?

—Si, ¿por qué no sería sencillo?

—Los sentimientos siempre son complicados, lo complican todo.

—Los sentimientos son simples las personas lo complican, y mientras más los niegues más se aferrará a tu corazón.

—Creo que lees demasiadas novelas de romance. —Ciel con molestia reprochaba su cursi pensamiento, lo más molesto era que aquello podía tener algo de sentido. Aunque debía diferir en el hecho de que el romance en una novela era muy diferente a la realidad, y más si la enfocaba a su realidad, en la que tenía como amante a un viejo demonio que devoraría su alma una vez que cumpliera su venganza.

—Ya sé, te ayudaré con el profesor porque se ve que eres muy tímido para esas cosas.

Ciel lo escuchó, pero solo pretendió ignorarlo, sentía que si seguía esta incómoda charla ese chico se aferraría más a la idea de que estaba enamorado del profesor Michaelis, y por supuesto que no lo estaba. Además no necesitaba su ayuda para poder atraer a Sebastian, eso era lo más sencillo porque solo bastaba ser el mismo. Tan absorto estaba de nuevo en sus pensamientos que no notó cuando su amigo se apartó desu lado, solo para ver como se acercaba con prisa al profesor, observó también como el chico rubio antes de marcharse le hizo un ademán amistoso con la mano, a lo que con una falsa dulce sonrisa respondió a la distancia.

Joanne, el chico que se convirtió en el sirviente de Edgar Redmond después del incidente con Maurice Cole, al mismo tiempo que el se convirtió en sirviente del sirviente del prefecto de la casa Azul. Apenas lo estaba conociendo en su convivencia en el Mirador del Cisne, donde los cuatro prefectos se reunían usualmente junto a sus sirvientes, incluyéndose. Hasta ahora no tenía una mala impresión de este joven, era bastante amigable siempre tratando a todos con la mayor cortesía, sin ninguna aparente malicia en su corazón, además de ser poseedor de una belleza frescacuya inocencia lo hacía destacar con un brillo especial entre los demás.

En conclusión, podría decir que Joanne Harcourt era el opuesto al sombrío Ciel Phantomhive, el de siempre no el que pretendía ser ahora. ¿Acaso a Sebastian le gustaban los humanos así? ¿Su alma era más pura que la suya, por ello su demonio se sentía atraído?. Al parecer los celos que aumentaban en su interior solo lo hacían pensar tonterías, ¿cómo podía un sentimiento así nublar su buen juicio?.

—¿Qué duda tiene joven Phantomhive? —Era la pregunta de Sebastian al ser llevado hasta su escritorio por el otro estudiante, que a su lado guiñaba un ojo a Ciel para que le hablara.

La incomodidad de Ciel era evidente, pero la disimuló enseguida haciendo una rápida pregunta, no en vano la perspicacia era un rasgo en su personalidad. Mientras Sebastian respondía a su duda, no pudo evitar maldecirlo por lo de antes y aprovechó también para maldecir a su "amigo", porque si esta era su forma de ayudarlo, definitivamente no lo necesitaba.

—Joven amo, ha estado actuando extraño desde la mañana, ¿qué sucede?

—Nada, solo estoy cansado.

—Si, entiendo que socializar debe ser agotador para alguien como usted.

Una mirada casi asesina de su amo fue lo que recibió en respuesta, sin poder evitar esbozar una sonrisa por su gesto, que más allá de atemorizarlo le provocaba una especie de ternura. Sin duda su joven amo era adorable, pensamiento recurrente en los últimos días por la convivencia que tenían, estando cerca era inevitable no caer en la tentación de querer besar esos labios, que insolentes parecían susurrar una maldición.

—¿Qué haces? —Cuestionó Ciel al notar sus intenciones en esa tarde estando solos en la oficina en que su demonio cumplía su rol de profesor.

El lugar en que atendía a los estudiantes en estas horas, así que en cualquier momento un golpe en la puerta podría interrumpirlos, lo cual Ciel odiaba, o si se trataba de un estudiante más atrevido podría entrar sin siquiera tocar y sorprenderlos mientras sus lenguas se enredaban gustosamente entre sí en un beso.

—Quiero quitar el malhumor de mi amo, la puerta está asegurada así que no debe preocuparse. —Susurró sobre sus labios con una sonrisa.

—Parece que todo lo quieres resolver con besos.

Sebastian detuvo sus intenciones y fijó su mirada en el gesto molesto de su joven señor, ese no era el tono sarcástico habitual en su voz, sonaba más a un reproche, uno molesto. Esbozando una sonrisa pretendía acariciar su rostro, a lo que su amo se resistió. —¿Esto es por el rumor de que besé a ese chico?

—No...

—Te aseguro que mis labios no han besado otros labios aparte de los tuyos en esta escuela.

—Qué, qué es esa aclaración... —Ciel sintiendo entre molestia y vergüenza decía ante esas inesperadas palabras dichas por su demonio, lo peor de todo es que era sincero porque no podía mentirle, empujándolo con fuerza lo obligaba a apartarse— Eres libre de besar a quien quieras.

—Si no es necesario, ¿por qué lo haría?

—Porque eres un demonio lascivo que le gusta corromper almas inocentes.

—Como el alma de mi joven amo... —Con una burlona susurró sobre sus labios, Ciel chasqueó la lengua y volteaba la cara para no dejarse besar— No tiene que sentir celos, su demonio solo tiene ojos para usted.

—No estoy celoso, eres libre de hacer lo que quieras mientras no arruine nuestros planes.

—Quiere decir que no le molestaría si mis manos desnudas tocan otra piel.

Diciendo aquello se quitaba uno de sus guantes blancos, en un rápido movimiento la mano en que se veía la marca del contrato se coló traviesamente bajo la camisa de su amo, quien sorprendido por su habilidad no sintió el instante que desabrochó los botones de su pecho, excitándose al contacto de sus dedos en uno de sus pezones, sus labios emitieron un jadeo.

—Tampoco le molestaría que mis labios susurren palabras cargadas de erotismo a otro oído. —Sin dejar de acariciarlo se acercaba a su oído— Joven amo, quiero hacerle el amor ahora...

Ciel sonrojado se estremecía al sentir su aliento susurrar aquello, todas esas horas desde la mañana estuvo absurdamente enojado con su demonio, y aún cuando se prometió ignorarlo ahora estaba tan excitado que solo esperaba el toque final en su juego seductor para dejarse tomar ahí mismo. Se dio cuenta que no eran estas confusas emociones las que cegaban su razón, era Sebastian que lo hacía, siempre él.

—Entonces, no le importaría si mi virilidad invade el interior de alguien más, entrando y saliendo de manera desenfrenada como a usted le gusta. Profundo, húmedo, doloroso y placentero... No le importa, ¿verdad?

Palabras que susurró mientras se bajaba los pantalones dejando ver su prominente erección, la mirada de Ciel se iluminó por un instante, pero disimuló ese brillo desviando la mirada. —Haz lo que quieras, no me importa.

—El joven amo, es lindo cuando está celoso, ¿cree que no noté su mirada cuando ese chico me hablaba en la biblioteca?... Soy su demonio, soy su mayordomo, soy su complice, soy su amante y lo conozco mejor que nadie.

—Tú... —Murmuró avergonzado Ciel al ser descubierto, sintiendo como el demonio desabrochó hábilmente su pantalón lo bajaba junto a su ropa interior. Lo siguiente que sintió fue su mano acariciar toscamente sus genitales para estimularlo aún más a la vez que sus labios se rozaban entre si.

—Sabe que no puedo mentirle, así que créame cuando le digo que no besé a ese chico.

—No tienes que darme explicaciones, no te las pedí. Acabemos con esto.

—Si, acabemos con esto de una vez, acomódese como quiera en esa silla para poder embestirlo.

Ciel estaba bastante excitado con toda esta sensual situación, lamentaba ser tan débil porque todavía Sebastian no lo embestía y ya sentía como su interior cosquilleaba, pareciendo llamarlo. Con un suspiro se acomodó en la silla, arrodillado sobre esta apoyaba sus manos al espaldar, bajando más sus pantalones abría un poco las piernas y levantaba sus caderas.

—Lo quiere así... Me parece bien.

El demonio murmuró relamiéndose los labios al ver la entrada dilatada de su amo, palpitando lo invitaba a entrar. Ambos estaban extasiados así que no necesitaban más jueguitos, pronto un gemido ahogado se escapó de los labios de Ciel al sentir como su cavidad anal era llenada por esa erección que parecía arder al igual que su interior. Sebastian gruñía despacio al ser recibido de tan grata manera, ciertamente su joven amo nunca lo decepcionaba, abrazándose a su cintura arremetía con fuerza. Al no tener mucho tiempo por el lugar y hora en que habían decidido intimar, siguieron con prisa el candente vaivén de caderas, Ciel sintiendo el respirar agitado de su demonio sobre su nuca al embestirlo deliciosamente, no dejaba de temblar.

Ciel aferrándose a la silla de su atento profesor se sostenía, esta se mantenía quieta a pesar de su intenso movimiento en esa furtiva entrega, apretando sus labios no dejaba que un gemido se le escapara. En un obligado silencio disfrutaba de este placer regalado por el demonio que era solo suyo, confirmándose así que no podía compartirlo con alguien más, sin embargo su orgullo le ganaba al no admitir que si le importaba lo que Sebastian hiciera con otros.

Unos pocos minutos pasaron, los amantes satisfechos acomodaban sus ropas después de una rápida limpieza de los fluidos que intercambiaron. Ciel sentía que su interior ardía, pero no era el ardor de los celos como antes sino por el placer que fue consumado junto al cuerpo de Sebastian, quien no dejaba de sonreír. —Phantomhive, es tan fácil instruirte, por eso eres mi estudiante favorito.

—Ahora por culpa del profesor pervertido, estaré agotado en la reunión qué tendré con los prefectos en unos minutos.

—¿Mi culpa? Usted es el que se acomodó por su cuenta en la silla.

—Tú me excitaste diciendo todas esas tonterías.

Dijo malhumorado Ciel cuando se disponía a salir del despacho de su querido profesor. —Joven amo, no haré nada que lo enoje, pero usted tampoco lo haga.

—¿Qué quieres decir?

—Nada... Solo que también he oído rumores sobre que a algunos no les es indiferente mi lindo y nada sombrío amo.

—Eh... No actúo lindo para gustarle a alguien —Un poco avergonzado refutaba.

—No creo que mi amo sea capaz de traicionarme, pero...

—Si quisiera, lo hiciera... Además, ¿dices traición?, no confundas las cosas entre nosotros.

—Tengo clara la situación entre nosotros, soy el demonio que le da sexo, exquisito y maravilloso coito.

—No tienes que decirlo así.

—Supongo que puede hacer lo que quiera, de todas formas le he enseñado bien. Si se lo propusiera podría satisfacer a cualquiera.

Ciel notaba algo de burla en la sonrisa de Sebastian, ¿acaso lo estaba de alguna forma desafiando? ¿Insinuaba que no era capaz de tener contacto físico con alguien más que no fuera él?. Al escuchar a otros estudiantes tocar la puerta se disponía a marcharse. —Lo entendí muy bien, profesor Michaelis.

Así con una animada sonrisa se despedía Ciel cuando abrió la puerta, Sebastian sutilmente también sonreía recibiendo a los otros jóvenes que le consultarían sobre una tarea. El demonio se maldecía por haber hecho que esa charla anterior se tensara de esa forma entre ellos, al parecer tampoco quería admitir que estaba igual de celoso ante la idea que otros fijaran ese tipo de atención en su amo, a quien consideraba solo suyo en cuerpo y alma. Ciel pronto cambió su enojo por satisfacción, al pensar en todo lo que su demonio dijo antes y después de seducirlo, ¿eran señales de que él estaba celoso?.

Tal vez sería bueno darle una lección sobre no subestimar a su amo, pensaba con una sonrisa perversa mientras caminaba en dirección al Mirador del Cisne donde se reuniría con su nuevo grupo de "amigos", tal vez uno de ellos podría servir para poner en práctica lo que su demonio le enseñó y así fastidiarlo también.