VIII – Setsubun
Sansker abrió los ojos, pero en lugar de notar los contornos familiares de la cabaña se descubrió mirando una habitación que resultaba mucho más acogedora. Parpadeo con fuerza y se levantó, desconcertado. Por la ventana le llegaban los sonidos de una calle ajetreada y bulliciosa, pero las voces que escuchaba hablaban su idioma, no la lengua de Midland. Le tomo solo un minuto más darse cuenta de que estaba en su hogar. Había regresado. Un golpe en la puerta lo desconcertó y escucho una voz llamándolo.
—John… ven con nosotros, hijo… es hora…
Era la voz de su madre. Sansker avanzo hacia la puerta, pero algo le dijo que no la abriera. Se quedo mirando la madera, sintiendo la presencia de su madre que volvió a golpear y llamarlo de la misma forma. Luchando contra el instinto, estiro la mano y…
Una lengua caliente y húmeda paso sobre su rostro, despertándolo al sentir como se metía baba por su nariz y boca.
— ¡Ten!—exclamó Sansker escupiendo. La Tenko salto ágilmente mientras él se incorporaba sacudiendo las manos para limpiarse el rostro— ¡Cuantas veces te dije que no hagas eso!
La pequeña zorra no pareció entender su reacción porque se sentó sobre sus patas traseras, mirándolo con esa típica expresión alegre, ladeando la cabeza. Sansker escupió y considero seriamente arrojarle su almohada, aunque conociéndola, Tenkichi lo evitaría con facilidad. Se froto los ojos. Hubiera jurado que estaba teniendo un buen sueño, aunque tenía una sensación de alivio, como al evitar un gran peligro.
John sacudió la cabeza y se levantó, desistiendo de intentar volver a dormir. Le sorprendió ver que el sol ya había salido, así que se apresuró a vestirse. Dándole a Tenkichi una de las frutas del árbol sagrado como desayuno. La Tenko aprecio el regalo y lo tomo con su boca, llevándoselo para degustarlo a su manera. Sansker seguía sin entender como alguien podía soportar algo tan amargo y desagradable. Escucho un ligero golpe en su puerta y se apresuró a abrir, acomodando su abrigo negro. Se encontró con Yu que le sonrió con alegría.
—Buenos días Sansker—dijo la joven—No te vi en el cuartel a la hora de siempre, así que vine a darte el mensaje del capitán en persona.
—Sí, lo siento, tuve… un sueño extraño—respondió él intentando no pensar en ello— ¿Ocurre algo?
—Oh no, al contrario ¡Hoy es el Setsubun!—dijo Yu—El final de la estación. Así que no hay misiones hoy, puedes tomártelo con calma. Tendremos una celebración para la tarde, pero ahora puedes descansar. Deberías visitar a todos y darles el saludo.
— ¿El saludo?—preguntó John.
—Es cierto, eres del extranjero. Lo siento. Es que en Setsubun celebramos el fin del invierno y por lo tanto invocamos la buena suerte para el año nuevo—dijo Yu—Hay una ceremonia en el templo donde la aldea entera se une para hacer el rito con la deidad protectora, pero la tradición dice que todos debemos saludarnos de esta manera: "Fuera los Oni" y la otra persona responde "Que venga la buena suerte" así alejamos la maldad del año anterior y evitamos a los demonios en el año nuevo.
—Ah, si, ya lo recuerdo—dijo Sansker asintiendo. Era esa celebración que Hatsuho le mencionara. No había pensado en ello los últimos dos días, ocupado en sus misiones—Suena bien.
—Eso es. Y toma, vas a necesitar esto más tarde—Yu busco algo en sus bolsillos y le ofreció una bolsita. El interior tenía semillas de soya tostadas—Te dejo para que disfrutes tu día libre… ah y ¡Fuera los Oni!
—Que venga la buena suerte…—respondió Sansker aunque no tan animado como Yu que se alejó a toda prisa. Él miro la bolsa con semillas preguntándose para qué diablos necesitaría eso.
Pero el resto de la aldea parecía compartir en entusiasmo de Yu. Varios aldeanos estaban preparando puestos y adornos en la calle principal, junto al camino que llevaba al templo. Los niños correteaban por doquier, jugando entre ellos, algunos portaban extrañas mascaras con figuras de Oni y se perseguían o escondían. También vio a algunos adultos con las máscaras, pretendiendo ser Oni mientras sus familiares les arrojaban las semillas de soya y cerraban las puertas de su casa. En una menor escala le recordaba aquella época en la Montaña Sagrada. En aquel entonces se había limitado a dormirse e ignorarlo todo. Quizás esta ocasión sería diferente.
Sansker dejo la cabaña para ir a buscar algo de comer, mirando las diferentes preparaciones para el festival. Vio los típicos amuletos y otros talismanes que eran comunes en la región, pero también otro tipo de decoraciones, como máscaras de Oni y cabezas de sardinas entrelazadas en ramas de acebo. En el camino también se encontró con Ibuki, quien estaba hablando con una de las jóvenes de la aldea, cuya tensa sonrisa parecía indicar que solo lo estaba escuchando por ser cortés. Sansker intento abrir la boca para saludar, pero Ibuki reacciono primero.
— ¡Fuera los Oni y que venga la buena suerte!—exclamó el Asesino de la lanza, cerrando sus ojos y dándose la vuelta— ¿Qué te parece tu propio Asesino personal para protegerte de los Oni, querida?
—… ¿Te molestaría si digo que no?—preguntó Sansker arqueando una ceja.
— ¡¿Qué...?! Pero si eres…—Ibuki se dio la vuelta, pero la joven se había marchado aprovechando su distracción—No puedo creer que gastara mi mejor línea contigo.
— ¿Esa es la mejor que tienes?
—No me mires así. Hay que aligerar el humor de vez en cuando—dijo Ibuki encogiéndose de hombros—demasiado trabajo y pocos juegos hacen gruñón a cualquiera. Si sigues frunciendo el ceño te volverás un amargado como Fugaku.
—No sabía que parecía gruñón.
—Es el Setsubun, compañero, un día para tomárselo con calma—dijo Ibuki dándole una palmadita en el hombro y guiñándole un ojo—Vamos, intenta sonreír más.
El Asesino rubio se fue, buscando alguna otra joven para impresionar. John siguió su camino, pensando que al menos se podía decir que Ibuki no era de los que se rendían fácil. Las cocinas estaban ajetreadas preparando todo para el festival, pero pudo tomar algunos onigiri para desayunar, junto con un poco de té verde. Resignado busco un lugar tranquilo para comer. Irónicamente el lugar que estaba más libre era el cuartel. Sansker se sentó en las escaleras, observando la actividad en el resto de la aldea desde allí.
— ¿Qué pasa, Sansker? Pareces aburrido—dijo una voz detrás de él. Ōka apareció en la cima de las escaleras bajando hasta sentarse con él.
—Hola Ōka… ah, fuera los Oni—dijo Sansker recordando la formula.
—Y que venga la buena suerte, te deseo buena salud y fortuna—respondió Ōka con una sonrisa, acomodándose el cabello detrás de su oreja—Aunque no pareces muy envuelto en el espíritu del momento ¿no has celebrado el Setsubun antes?
—No realmente… aunque vi algo en la Montaña Sagrada—respondió él, tomándose el té de un sorbo y reprimiendo una mueca ante el sabor—Pero me dijeron que antes se decía 'Que vengan los Oni'…
—Y fuera la buena suerte—termino Ōka por él, asintiendo—Si consideras la leyenda del Gran Unificador tiene mucho sentido que utilizaremos la versión opuesta a la de hoy en día.
—Lo mencionaste una vez. El fundador de los Asesinos ¿no?—preguntó Sansker doblando la hoja verde en la que había empacado su comida— ¿Qué tiene que ver con el fin de la estación?
— ¿No sabes la leyenda?—Ōka parpadeo, sorprendida—Bueno, es cierto que vienes del Oeste así que supongo que es normal pero aun así… En fin, es cierto, el Gran Unificador es el fundador de nuestra orden. Se dice que venía de una tierra lejana en el Oeste y que tenía los ojos de un profundo color dorado, además del poder de purificar hasta el más malvado de los Oni. Su único deseo era mantener a la gente a salvo. Pero los habitantes del país temían su poder, sus diferencias, y al final lo llamaron 'Oni', igual que las criaturas que cazaba. Odiado y despreciado, termino huyendo y llego hasta Midland. Aquí fue donde fundo a los Asesinos. Empezando una guerra en secreto contra los Oni… se convirtieron en los Demonios que Mataban Demonios. El Gran Unificador vino del lejano Oeste, unió a todas las Mitama y destruyo a todos los Oni.
—Hmm… es una leyenda fascinante—dijo Sansker pensando al respecto. Proteger un mundo que temía sonaba injusto, pero el Gran Unificador al final pudo encontrar un hogar lejos de su tierra natal. Aceptando el manto de defender al mundo de los Oni.
— ¿También lo crees? A mi me gusta mucho esa leyenda—dijo Ōka mirando hacia Ukataka—Ser odiado por aquellos a quienes deseas proteger ¿puedes imaginar lo que se siente? Para nosotros el Setsubun es para darle gracias al Gran Unificador. Por eso decíamos 'Que vengan los Oni'. Así que ahora que ya sabes su importancia, quizás puedas entenderlo y presentar tus respetos. Hoy es un día para dejar atrás la oscuridad y abrazar la luz, Sansker.
Ōka le sonrió y se marchó, bajando las escaleras rápidamente. John no supo muy bien que decir, pero entendía como debió sentirse el Gran Unificador y que, probablemente, era él quien daba gracias a los Asesinos.
Sansker decidió quedarse en el cuartel un tiempo. El edificio estaba tranquilo, pero subió a la torre de vigilancia encima para alejarse del ruido. Desde allí podía ver a sus compañeros, participando en la celebración. Hatsuho jugaba con algunos niños, poniéndose su máscara de Oni y persiguiéndolos. Ōka estaba ayudando a montar algunos de los puestos y levantar varios postes que ponían en el centro de la plaza. Ibuki parecía decidido a probar su línea con cualquiera que se le acercara. Fugaku estaba en una esquina, cerca del templo, tomando una siesta. Hayatori parecía intrigado por los Tenko, que correteaban libremente por todas partes, y trataba de acercárseles sigilosamente. Nagi parecía estar impartiendo una de sus lecciones a un grupo de jóvenes que pasaban cerca de ella.
—Siempre hay una buena vista desde aquí ¿verdad?—preguntó alguien detrás de él.
—Kikka…—John se dio la vuelta y la joven lo saludo con la mano, uniéndose a él cerca de la baranda de la torre—Sí, es una buena vista… ¿subes aquí a menudo?
—Cuando puedo, a Ōka no le gusta que haga esfuerzos así que paso mucho tiempo encerrada—dijo Kikka paseando sus ojos por la aldea—Aquí podía al menos contemplar el exterior.
John se quedó en silencio, mirándola. Kikka siempre le había dado la impresión de ser de salud frágil, pero hoy parecía mucho más delicada. Como si un simple viento la pudiera hacer desaparecer.
—Sansker… ¿hoy no tienes misiones?—preguntó ella de repente.
—No, el jefe dijo que era nuestro día libre.
—Es que desearía pedirte un favor—dijo Kikka—… ¿Podrías llevarme lejos de aquí, por favor?
Él parpadeo confundido, no muy seguro de a que se refería.
—Quiero dar un paseo por toda la aldea—explicó la joven—ver toda Ukataka. Si pudieras guiarme, yo estoy segura de que mi hermana no dirá nada. Es… importante para mí y te lo agradecería mucho.
—Ya veo, en ese caso…—Sansker asintió y se alejó de la baranda, se llevó la mano izquierda a la cadera y se inclinó hacia adelante, haciendo un arco con la mano derecha y ofreciéndosela a Kikka al final—Permítame ser su escolta el día de hoy, mi Lady.
— ¿Eh?—Kikka se sonrojo y lo miro inclinando la cabeza, pero tomo su mano, cerrando sus dedos en torno a los de él.
—Esta es la manera en que un caballero en mi tierra debe acompañar a una dama—explicó Sansker enderezándose y sonriendo al ver la cara de la joven—Los buenos modales no podrían permitir nada más.
—Ya veo… en ese caso gracias, eres muy amable—respondió ella.
Kikka y Sansker bajaron de la torre y ella dejo que él tomara la delantera y los guiara a ambos. Ukataka estaba rebosante de vida y actividad. Al bajar de los escalones del cuartel Kikka pudo ver las preparaciones que los aldeanos habían hecho en la plaza, donde colocaron varios puestos y estantes llenos de toda clase de cosas. Algunos con comida, otros con juegos y un par con objetos para comerciar, traídos por algunos viajeros que tenían por costumbre dejarse caer por la aldea durante la celebración.
Varios aldeanos la saludaron respetuosamente al pasar, inclinándose ligeramente en señal de respeto. Kikka acepto el gesto, aunque se tensó un poco, pero pronto dejo eso atrás cuando comenzaron a caminar entre los puestos. El olor de las comidas era intenso y los juegos también parecían divertidos. Incluso había un pequeño espectáculo con marionetas donde los actores manipulaban a los títeres para divertir a los niños. Y naturalmente la gente de los puestos que intentaban atraer a cualquiera que pasara frente a ellos, indicando lo que tenían a disposición.
— ¡Fuera los Oni y que venga la buena suerte! ¿No desean probar su suerte con el Daruma? Si logra bajarlo gana un premio.
— ¿Qué tal un juego de karuta? Encuentren las 5 parejas para llevarse un recuerdo.
—No se olviden del ehomaki, no puede haber un Setsubun sin ehomaki.
Kikka decidió intentar todo lo que pudo. Los juegos eran divertidos, y conocía las reglas, pero el pobre de Sansker no, y tuvo que explicarle en cada caso, solo para verlo fallar en ocasiones por no entender el concepto, o por intentarlo con demasiada fuerza. Tampoco le fue mejor con los juegos de memoria, confundiendo los dibujos de las cartas al tratar de buscar parejas de imágenes o fallando en conocer los poemas que tenía que unir en pocos segundos. No obstante, su expresión de concentración era tan intensa que Kikka no pudo menos que reír al verlo intentarlo con tanta determinación.
Con la comida les fue mejor. Los dulces eran deliciosos y Kikka disfruto mucho los dangos en particular. Incluso intentaron con el ehomaki, un rollo de sushi que debía comerse mirando hacia la dirección del año nuevo, para atraer la buena suerte. Lo más interesante fueron los recuerdos que tenían los comerciantes: productos de otras aldeas o de la Montaña Sagrada y reliquias rescatadas del Otro Mundo, de toda clase de tiempos históricos. Kikka tuvo que luchar para no tomar todo lo que veía, o escuchar las historias de los vendedores sobre los orígenes de aquellos artefactos.
—Esta es una réplica de la Varja original, forjada por Karma—dijo uno de los vendedores señalando a un instrumento hecho de un metal dorado y con una forma de dos campanas unidas—Puede dispersar los encantamientos y magias malignas. Tiene un buen ojo señorita.
—Vaya…—dijo Kikka mirándola sorprendida. Era algo increíble que nunca había escuchado—no puedo creerlo…
—Ya somos dos…—murmuro Sansker.
—Solo para usted señorita, puedo hacer un precio especial—dijo el vendedor ignorando a Sansker.
— ¿De verdad?
Al final Sansker terminó comprando la varja, para la alegría de Kikka, aunque tuvo la impresión de que el vendedor y él no se llevaron bien. A pesar de ello, Kikka no olvido su verdadero propósito mientras caminaban por la aldea. Le agradaba ver esa clase de alegría en Ukataka. Los niños jugando felices, riendo sin preocupaciones, parejas paseando juntas o pequeños grupos familiares divirtiéndose. Los Asesinos también participaban de la celebración. Se toparon con Nagi, quien estaba observando a unos niños jugar junto a ella, persiguiéndose con una máscara de Oni y arrojándose semillas tostadas. Ella los saludo de inmediato.
—Señorita Kikka, Sansker—dijo Nagi inclinándose ligeramente—Fuera los Oni y que venga la buena suerte. Les deseo buena salud para este año que empieza.
—Igualmente, fuera los Oni y que venga la buena suerte—dijo Kikka.
—Es bueno verte Nagi—dijo Sansker, se movió a un lado cuando una semilla paso junto a su cabeza— ¿Por qué tienen que estar tirando estas cosas?
—Oh ¿no lo sabías?—preguntó Nagi con un súbito brillo en los ojos—Verás, las semillas de soya tienen una larga historia como los mensajeros de la buena fortuna...
— ¿Esta será una historia larga? —preguntó Sansker.
—Lo siento ¿están ocupados?—Nagi pareció apagarse y bajo la mirada— ¿No quieren que lo explique?
—… Por favor, continua—dijo Sansker con un rostro impasible.
— ¡Genial! Volviendo al tema entonces…
Nagi los retuvo por al menos una hora dándoles un sermón sobre la historia del uso de las semillas de soya en rituales de purificación. Kikka nunca pensó que alguien pudiera saber tanto sobre un asunto tan inconsecuente. Sansker logro convencer a Nagi de terminar y ambos escaparon. Al pasar junto a la forja escucharon el rítmico golpe de metal. Tatara estaba de pie junto a su yunque, trabajando en una nueva pieza como siempre.
—Hola Tatara—dijo Kikka saludando al herrero con una sonrisa—Fuera los Oni y que venga la buena suerte, me alegro de que sigas tan activo como siempre.
—Pero si es la pequeña señorita y el nuevo—dijo Tatara dejando su martillo a un lado—Fuera los Oni y que venga la buena suerte, me alegro de verlos bien. Y claro que sigo activo, pienso trabajar hasta el día de mi muerte.
— ¿Ni siquiera hoy tomarás un descanso?—preguntó Sansker arqueando una ceja.
—No hay tiempo para semejantes tonterías—replicó el herrero, miro a Kikka unos momentos—Hmm… te ves un poco delgada ¿no has estado haciendo ejercicio?
—No mucho—respondió ella—tengo que permanecer dentro por mi salud.
—Si no te mueves y recibes el sol tu cuerpo se volverá débil—sentencio el viejo girando hacia Sansker—vamos chico, se útil y enséñale un juego a la pequeña señorita.
— ¿Un juego? Bueno…—Sansker lo pensó un momento—Podríamos jugar béisbol.
— ¿Béisbol? ¡Ah, ese lo conozco!—dijo Kikka haciendo memoria—Es un deporte del oeste ¿verdad? Dos equipos toman bates de madera y luego salen al campo, se atacan los unos a los otros hasta que solo sobreviva un bando… ¿Correcto?
Ella sonrió, satisfecha de saber algo de la cultura de Sansker. Tanto él como Tatara parecían sorprendidos porque intercambiaron una breve mirada.
—… ¿Quién te dijo eso?—preguntó Sansker parpadeando.
—Es lo que me dijo Ōka—respondió Kikka—Me dijo que era muy peligroso y que no debía intentar jugar… ¿no es así como se juega?
Sansker se rasco detrás de la cabeza y Tatara miro hacia un costado murmurando algo que Kikka no pudo entender muy bien.
—Ōka… ¿qué le estas enseñando a tu hermanita?
—Quizás pueda intentarlo algún día—dijo Kikka sin perder el ánimo.
—Claro… solo… hay algunas reglas que tendría que enseñarte.
Dejaron a Tatara con su trabajo y continuaron el paseo. Se toparon con Hayatori, quien intentaba, sin éxito, acercarse a un Tenko dormido. Cuando le preguntaron dijo que era un entrenamiento digno y se rehusó a explicarse más. El resto de la aldea no estaba tan ajetreado como el centro, pero incluso al alejarse de la plaza, Kikka pudo seguir apreciando la gran actividad que llenaba Ukataka ese día. Era como si todos buscaran una razón para celebrar luego de tantos días de recibir refugiados y escuchar de constantes ataques. Era imposible notar esas cosas cuando miraba a la aldea desde la torre de vigilancia o desde las ventanas del cuartel. Incluso Sansker parecía más relajado. No era tan parco con sus respuestas, su sonrisa lograba iluminarle el rostro y podía bromear o reír con los demás. Kikka rio suavemente al pensar en ello.
A la siguiente que visitaron fue a Shikimi. El templo era el centro de la ceremonia final del Setsubun, cuando la aldea entera se reuniría a la luz de las antorchas, para rezar y agradecer a la deidad protectora del templo. Shikimi debería estar preparando todo, como la sacerdotisa principal, pero continuaba su habitual caminar, con la mirada perdida, agitando su vara de un lado a otro, sin que nada pareciera molestarle.
—Hola Shikimi—dijo Kikka saludando con la mano.
—Hola… que sorpresa tan rara—respondió la sacerdotisa, notándolos más rápido que de costumbre.
—Hoy es el Setsubun, quería saludar a todos. Sansker acepto ser mi escolta—explicó ella.
—Ya veo… haz lo que desees—dijo Shikimi asintiendo—Siempre pareces muy estresada…
—Y tú siempre pareces tan despreocupada—replicó Kikka. La sacerdotisa nunca mostraba alarma, apuro ni ningún tipo de congoja. Solo existía, tranquilamente, con sus extrañas maneras y curiosa personalidad.
—Soy una viajera solitaria… simplemente voy donde el viento me lleve—dijo Shikimi, parpadeo un par de veces antes de seguir—eso fue una broma…
—Cla-claro…—dijo Kikka riendo educadamente. Sansker solo se encogió de hombros—No la entendí…
—… Si lo intentaras podrías ser igual de despreocupada—dijo Shikimi, luego miro a Sansker—Y tú… deberías hacer lo mismo… no tiene sentido…
—Yo… haré lo que pueda—dijo Sansker.
La sacerdotisa los despidió con un ligero movimiento de su bastón y continuo con su placida actividad. Kikka no supo que pensar de ese encuentro. Shikimi era de esas personas que llevaban la vida a su propio ritmo, o mejor dicho dejaban que la vida misma se ocupara de los detalles.
—Flotando en la brisa y dejarse arrastrar, esa es una forma de vivir…—murmuró Kikka mientras se alejaban.
Sansker decidió terminar el tour cuando el sol empezó su descenso por el horizonte y los aldeanos comenzaron a sacar antorchas para iluminar. Kikka había estado alegre, pero se podía notar que estaba cansada, así que la llevo hasta el altar del árbol, donde estarían apartados y ella podría sentarse. John también deseaba parar unos momentos, se sentía extraño, más liviano y, por una vez, no tan melancólico.
—No sabía que este altar estaba aquí—dijo Kikka mirando la caseta. El pequeño árbol detrás se veía sano y fuerte.
—Está dedicado al espíritu guardián—explicó Sansker—Una deidad que vive en el gran árbol, o eso me han dicho.
— ¿En serio? Vaya, me pregunto si Shikimi podría hablar con esta deidad también—dijo Kikka mirando hacia las ramas superiores—Siempre he querido conversar con espíritus o Mitama como ella lo hace.
— ¿No puedes hacer comunión con las Mitama?
—No, su fuerza interviene con mis poderes de Doncella—dijo Kikka—Un Asesino usa su poder para formar vínculos entre el mundo espiritual y el terrenal. Por lo tanto, son conductos que pueden atraer la fuerza de nuestros ancestros. Las Doncellas nos enfocamos en repeler, cortar e invadir. Incluso mi poder de clarividencia no es más que mi conciencia insertándose a la fuerza. No puedo crear conexiones como tú.
—No lo sabía…—dijo Sanske. Su vínculo con los espíritus era algo en lo que no pensaba salvo en batalla. Entendía el concepto de canalizar fuerza, de tomar la energía y usarla, pero también era poner su alma en contacto con otro, formando una unión profunda e irrompible.
—Clarividencia es un poder útil pero limitado. Me permite ver a través de los ojos de otro, y conocer su mente y corazón—dijo Kikka, poniendo sus manos en su regazo y mirándolas—Cuando era niña no podía controlar mi poder. Termine viendo cosas que no deseaba saber y me causaron algo de problemas… y también mucho dolor.
—Supongo que ver el mundo interno de alguien sin permiso o sin desearlo puede ser impactante—dijo Sansker asintiendo. Bien sabía que él tenía cosas que no deseaba que otros descubrieran.
—Sí, aunque no me arrepiento. Mi poder puede ayudar a otros después de todo—dijo Kikka—Solo… envidio esa relación que los Asesinos tienen con las Mitama. Construir la confianza y amistad con entendimiento mutuo, respeto… quisiera formar una unión así yo misma.
—No necesitas poderes espirituales para crear lazos de esa naturaleza, Kikka—dijo él sentándose junto a ella en las raíces del árbol.
—Lo sé, y eso me alegra bastante—dijo ella. Súbitamente se inclinó hacia un lado, apoyándose en él, colocando su cabeza en su hombro—Hmm… este lugar es muy apacible. Es tan relájate… el sonido del viento entre las hojas… es una briza suave que calma el corazón.
Sansker no supo que responder. La verdad era que él no estaba tranquilo con Kikka pegándose tanto a él. Sentía su calor y su cuerpo tan delgado frotarse contra sus ropas. Hizo lo posible para no apreciar el aroma a rosas que impregnaba su cabello gracias al arreglo floral y se concentró en el paisaje. Una briza movía las ramas, como cuando Hatsuho visitaba, y el espíritu guardián los miraba, cubriendo esa zona con su presencia. Sansker miro la caseta y detecto un breve brillo, como un guiño desde el otro lado. Suspiro, y dejo que Kikka se acomodara contra él.
—Cuando estoy encerrada es muy fácil perder de vista todo—dijo Kikka, hablando suavemente—Se me olvida porque es que debo arriesgar mi vida…
— ¿De qué estás hablando?—preguntó John.
—Lo sabrás pronto… pero quería agradecerte—dijo Kikka. Su mano tomo la de él—Me seguiste la corriente y mi corazón vuelve a estar tranquilo. Pronto tendremos que volver a nuestro lugar, a las misiones que se nos han encomendado. Solo hoy quiero ser egoísta y pedirte que me dejes disfrutar de tu compañía… mañana podremos hablar del deber.
—… Por supuesto, mi Lady—dijo Sansker—El día de hoy, este Asesino es vuestro caballero y se hará como tú desees.
Kikka rio por lo bajo. Ambos guardaron silencio unos momentos. El sol se estaba poniendo ya, tiñendo el cielo de un color rojizo. John sintió que se le cerraban los ojos. No estaba tan cansado, pero en efecto aquel era un lugar tan relajante, y teniendo a Kikka tan cerca lo hacía sentirse… un poco… Sansker cerró los ojos y todo se volvió negro.
John recupero la sensación de si mismo en el vacío negro. Sus Mitama estaban junto a él: Abe no Seimei, Minamoto no Yorimitsu, Taira no Kiyomori, Ishikawa Goemon y Takeda Shingen. Más allá de ellos percibía a muchos otros, pero ya no eran solo luces difusas, ahora tenían forma sólida. Había hombres, mujeres e incluso seres que parecían demonios o animales. Eran guerreros, sabios, princesas, sacerdotisas, algunos tan intensos y feroces como el fuego, otros tan sutiles y misteriosos como las sombras de aquel lugar. Pero los veía ahora sin ningún problema.
Algunos vestían ropas similares a la gente de Midland, o estilos que le recordaban a esa tierra, pero reconoció otros espíritus con trajes occidentales. Por instinto comenzó a avanzar, un enorme hombre de aspecto feroz y cuernos le ofreció un trago, un caballero de armadura de placas lo saludo con una espada dorada, miro a los ojos a una mujer tan hermosa que casi logra hacer que detuviera su camino y se sintió observado por un hombre que parecía estar hecho de humo. Solo sus Mitama seguían de cerca sus pasos y sentía de ellos el impulso de avanzar, hasta que el vacío se llenó de luz.
—Bien, ahora puedes ver y oír John Sansker—dijo la luz, que se volvió tan intensa que casi lo dejo ciego—Así que no te cubras. Mira atentamente y sabrás la verdad.
Sansker miró y el fulgor disminuyo hasta que pudo detectar una figura. Era una mujer, de una edad indeterminada, pero con la piel más fina y suave que hubiera visto. Sus ropas eran doradas y rojas, con adornos elegantes y rebuscados que hubieran hecho ver las ropas de Kikka como una modesta capa. En su cabeza portaba una corona, con un gran disco dorado sobre su frente del cual emanaban rayos de oro. El cabello de ella era negro y todo, desde su piel hasta sus ropas, parecían resplandecer incluso ahora. Sansker sentía que estaba intentando mirar hacia el sol… y fue allí donde comprendió quien era esta persona.
—Amaterasu Ō-Mikami…—dijo él repitiendo el nombre que escucho en la Montaña Sagrada. La diosa del sol, la madre de la nación y el ancestro de los emperadores de Japón. La principal deidad, si tal descripción aplicaba en esta tierra, de todo el país.
—Lo has comprendido… has sido capaz de percibir lo que a muchos hubiese segado—dijo la diosa dedicándole una sonrisa amable—Nuestro encuentro no es producto de la casualidad, pero ocurre en un momento muy propicio para los acontecimientos venideros.
—Los… yo no he… digo, se supone…—Sansker trato de ordenar sus pensamientos. Tenía tantas preguntas que quería hacer. O quizás solo deseaba maldecir en voz alta—Esto no es exactamente lo que esperaba…
— ¿Acaso buscabas un reino en las nubes?—dijo la diosa, divertida aunque sin ser despectiva—No estás muerto aún. Y ni siquiera yo puedo decirte de los misterios del más allá. Puede que aún encuentres el coro de los ángeles y las puertas esperándote.
—Eres una deidad ¿no deberías saber estas cosas?
—Al contrario. No soy mortal, no es mi destino vagar por esos reinos. Tú has consultado con espíritus de guerreros de tu pasado ¿nunca les has preguntado a ellos?—dijo Amateratsu señalando a Abe no Seimei y los demás.
Sansker no tuvo que responder. Ellos no sabían más que él. Cada uno recordaba su muerte, y luego el encuentro. No tenían más que vagas sensaciones de vivir en el interior de un Oni hasta ser liberados. Su camino fue interrumpido, y no conocían el destino final.
—No hay necesidad—dijo finalmente.
—Desde luego que no. Tus pensamientos y preocupaciones atañen al plano terrenal, y es allí donde esperamos que puedas ser el agente del cambio—dijo Amateratsu—Has llegado muy lejos, pero una sombra se pondrá en tu camino ¿Lucharas contra ella y serás nuestro salvador? ¿Huiras o morirás y el mundo será consumido? Te hemos marcado, aunque la decisión final será tuya.
— ¿Eso que significa?—preguntó Sansker—Si hay algo que necesiten ¿por qué tienen que escogerme a mi o quien sea? Eres una diosa, ellos son los guerreros más poderosos de la historia.
—Porque sin las personas… no tendríamos nada—dijo la diosa abriendo los brazos—Las Mitama, los espíritus y las deidades… nosotros nacemos de las buenas emociones y nos alimentamos de la fe de las personas. Su creencia en nosotros nos da la existencia. Pero incluso así necesitamos un punto para anclar nuestro poder y ser capaces de ayudar a otros. Los Asesinos juegan ese papel y tú, John Sansker, jugaras uno más importante.
—Eso no lo pueden decidir por mi—replicó él aunque sin mucha convicción.
—No lo hemos hecho. Tú tienes el poder de volver nuestras esperanzas realidad o de negarlas—dijo Amateratsu. Estiro su mano y toco el pecho de Sansker—La prueba que se acerca determinara todo. Si no deseas este papel, huye, es tu derecho. En caso de que lo aceptes, te doy mi poder y mi fuerza, Gran Unificador…
—Vamos, despierta—dijo Kikka sacudiendo a Sansker ligeramente.
John abrió los ojos, sin saber en qué momento había quedado dormido. Ya era de noche, y el pequeño santuario junto al árbol estaba sumido en la oscuridad, pero en la distancia se veía la luz anaranjada de las llamas.
—Es la hora del ritual—dijo Kikka tirando de él para ponerlo de pie—parece que nos dejamos ir, suerte que despertamos a tiempo.
No tuvo ocasión de preguntarle a que se refería porque la joven tiro de él, llevándoselo por donde habían venido. Sansker la siguió, intentando hacer sentido del sueño que tuvo. Al salir junto a la fuente vio a un pequeño grupo de personas pasar delante de ellos, dirigiéndose hacia el templo, donde habían concentrado un gran número de antorchas, iluminando la estructura del santuario y toda la plaza. Frente al templo había una gran fogata que varios Asesinos alimentaban con troncos, creando una gran llama, la fuente de la luz que vieran antes. Yamato estaba allí, supervisando la operación, mientras Shikimi agitaba su vara de sacerdotisa, murmurando una letanía que no pudo escuchar.
—Kikka, allí estas—dijo Ōka en cuanto llegaron, abriéndose camino hasta el frente para poder observar la hoguera—Te estaba buscando ¿Dónde te metiste?
—Estaba trayendo a Sansker, no podía dejar que se perdiera la ceremonia—respondió Kikka simplemente, sonriéndole a su hermana— ¿Ya han recogido las plegarias?
—Sí, y me ocupe de introducir la tuya—dijo Ōka asintiendo. Se volvió hacia Sansker que tenía una expresión de confusión—Esta es la parte más importante del Setsubun. Las plegarias de toda la aldea se escriben y se reúnen en un paquete, lo quemamos en el fuego para que pueda ascender al cielo y nuestra divinidad protectora pueda leerlos.
— ¿Quién…?—intento preguntar él pero Yamato lo interrumpió.
—Gente de Ukataka, tanto aquellos que hemos nacido aquí, como los que han adoptado nuestra aldea como su hogar, sea por una noche o por más tiempo—dijo el jefe alzando la voz y dominando con facilidad toda la zona—Un año más ha pasado. Hemos sufrido, pero también hemos resistido. En esta noche, que marca el fin del invierno, alejamos al mal de nosotros y damos las gracias a los cielos, pidiéndoles su bendición con la llegada de la primavera. Así como la noche tienen que dejar paso al día ¡Fuera los Oni!
— ¡Y que venga la buena suerte!—respondió la aldea a coro, con una voz atronadora.
Shikimi termino de murmurar su letanía y dio un paso atrás mientras los Asesinos tomaban varios paquetes de papeles y los arrojaban a las llamas. Esta creció, consumiendo las cartas con las bendiciones y esperanzas de todos en Ukataka y una gran nube de humo se elevó en el aire, ascendiendo hasta el cielo estrellado.
Sansker miro hacia las llamas, mientras Kikka y los demás en la aldea unían sus palmas frente a ellos, en una plegaria silenciosa. Cruzo los brazos al sentir una enorme fuerza espiritual moviéndose en la zona. Abriendo su Ojo de la Verdad pudo ver a las Mitama de los otros Asesinos, y a las suyas, todos contemplando el mismo resplandor naranja del fuego, pero entre esas llamas distinguió la mirada penetrante de una hermosa mujer con el cabello negro como el azabache que le dedicaba una sonrisa. No tuvo que preguntar más para entender cuál era la deidad del templo y a quien los aldeanos rezaban por protección.
Luego de la ceremonia la gente comenzó a dispersarse. Los comerciantes empacaban sus productos y los locales retiraban aquello que no habían podido utilizar. Kikka noto que Sansker se quedó perdido en sus pensamientos, mirando la fogata con tal intensidad que parecía decidido a hacerla estallar con su mente. Ōka se escuso, diciéndole que no se entretuviera mucho y fuera a casa temprano. Kikka reprimió un suspiro, pero no dijo nada. Le gustaba que su hermana se preocupara por ella, aunque a veces fuera un poco asfixiante. Al final logro sacar a Sansker de su estopor y ambos volvieron hasta su cabaña, encontrándose con Tenkichi en el camino.
—Alguien estuvo ocupada…—dijo Sansker cuando la Tenko le saltó en brazos, masticando los restos de una sardina.
—Es la tradición, no se puede obviar ningún paso—replicó Kikka riéndose.
—Hablando de ello, Yu me dio estas semillas en la mañana—dijo Sansker buscando en su bolsillo y mostrándole un pequeño saco de semillas de soya tostadas— ¿Tengo que tirárselas a alguien?
—No, no es necesario—dijo Kikka—Ahora que ya ha pasado la ceremonia con los Oni, estas son para ti.
Tomo la bolsa y vertió algunas semillas en su palma, contándolas hasta tener 19 y ofreciéndole la bolsa nuevamente.
—Tienes que tomar una semilla por cada año de tu vida, y una más para representar el año nuevo. Y te las comes, para asegurarte de tener un año prospero.
Sansker hizo lo que le dijo, tomando 31 semillas. Kikka abrió la boca para explicarle la siguiente parte, pero él no la espero y se metió todas las semillas de un solo golpe. Sansker gruño y comenzó a intentar masticar, triturando las semillas y tragando con gran dificultad.
—Diablos… no me molesta el sabor, pero… no quiero ni pensar como es cuando te haces viejo—mascullo él tosiendo y tragando saliva.
—Eh… esto… en realidad nos las comemos de una en una. Nunca vi a nadie hacerlo todas de una vez—dijo Kikka mostrándole como lo hacia ella, tomando una semilla entre sus dedos—Hay que invitar la buena suerte, no atragantarse…
— ¿Y hasta ahora me lo dices?—replicó él desviándose para tomar unos tragos de agua en la fuente.
Kikka solo pudo reír nuevamente ¿Cómo era posible que alguien tan serio pudiera hacer cosas tan propias de un niño? Irónicamente eso lo hacía apreciarlo más. Sansker no era impulsivo, pero a veces mostraba una tenacidad que no podía menos que admirar. Dudaba que fuera del tipo que cambiaba de parecer una vez que tomaba una decisión, pero no parecía obstinado. Era un hombre de contrastes y aún así en aparente paz con su propia naturaleza.
—Lo siento, es que no lo esperaba—dijo Kikka terminando sus propias semillas—Ahora ambos tendremos un buen año. Eso es lo importante.
—El próximo año tendré más cuidado con estas malditas semillas—dijo Sansker limpiándose la boca.
— ¿Piensas seguir un año entero con nosotros entonces?
Sansker pareció pensarlo unos momentos antes de contestar. Kikka había visto a varios Asesinos ir y venir de Ukataka. A diferencia de ella, él podía marcharse cuando quisiera y no volver.
—… La Montaña Sagrada me asigno aquí. No creo que me envíen a otra parte—dijo él finalmente—Supongo que planeo quedarme aquí hasta que algo me convenza de cambiar de parecer.
—Espero que te quedes mucho tiempo—dijo Kikka sin pensarlo.
Los dos guardaron silencio hasta llegar a la puerta de la cabaña. Quizás pensando en las implicaciones de sus palabras. Kikka no sabía porque, pero la idea de que Sansker se fuera y la dejara allí… era algo que no le gustaba. Cada día que él, Ōka o los demás salían de misión tenía que lidiar con ese temor de que quizás fuera el ultimo día que los volvería a ver. Siendo la Doncella Sagrada, ni siquiera podría estar en el campo de batalla con ellos. Fuera así o porque los asignaban a otra parte, los perdería, mientras tenía que quedarse en Ukataka para siempre.
—Bueno creo que es hora de despedirnos—dijo Sansker rompiendo el silencio al llegar a su puerta, deslizándola a un lado para que Tenkichi pudiera entrar.
—Sí… gracias por hoy, Sansker—dijo Kikka asintiendo—Me divertí mucho, y me ayudaste a recuperar mi confianza.
—Aun así, hay algo que me estas ocultando.
—Lo sé, pero me prometiste que hoy podía ser egoísta y no hablar del deber—le recordó ella, sonriendo débilmente—Y eso no implica que no entienda lo bueno que has sido conmigo.
—De acuerdo, mi Lady. Entonces supongo que solo me queda desearle buenas noches.
—Igualmente, cuídate mucho cuando regreses a tus misiones—dijo Kikka.
Sansker entro en su cabaña y cerró la puerta. Ella regreso a su hogar... Ōka estaba en casa y ambas hermanas pudieron compartir una pequeña cena tardía. Kikka no deseaba perder a nadie, o quedarse sola… por eso era que había accedido al plan de Shusui. Ahora más que nunca entendía que era la única solución posible.
