XIX – En Sueños
Sansker había visitado a Hatsuho antes. Como todos, tomaba su turno para velar por la joven, igual que ella y los demás habían velado por él. No obstante, era algo difícil. Su instinto era hacer, siempre buscar una solución. Quedarse junto a Hatsuho sin poder ayudarla era un ejercicio en frustración. Por eso la noticia de Ōka y su unidad fue una bendición. Finalmente tenían la localización del Mizuchime.
Yamato había puesto freno a su impulso de salir apenas regresaron de rescatar a Ōka, el jefe insistió en que todos necesitaban recuperarse y que mantendría al Oni vigilado para el ataque. Sansker tuvo que ceder ante la lógica, pero no fue el único que parecía decepcionado. Aun así, los ánimos estaban en alto luego del rescate exitoso y el regreso de Ibuki a la batalla. Era un buen presagio. Ya solo quedaban algunos días para que se cumplieran los 100 desde que callera dormida la primera persona. Esto tenía que terminarse.
Fue así como Sansker despertó con las primeras luces aquella mañana y fue el primero en llegar al cuartel. Había citado a su grupo de cacería un poco más tarde, y esperaba que ellos lo respetaran, él estaba demasiado ansioso para dormir más. Por eso decidió ir a una de las habitaciones y calentar un poco. Ōka le había enseñado su técnica, gekiken, pero el aspecto filosófico se le escapaba. Aun así, tenía buenos ejercicios para memorizar. El entrenamiento de Asesino era muy diferente al que Sansker estaba acostumbrado. A él le enseñaron a luchar contra enemigos humanos, no monstruos. Era un poco curioso que le resultara más simple lo primero que lo segundo.
No tenía una espada de práctica, así que decidió usar a Ascalón. Sansker se concentró en repetir los movimientos, levantando la espada y agitándola en el aire para responder a los ataques y parada de un oponente invisible. Era mucho mejor hacer algo, pensó. Lo que más le frustraba de la Enfermedad del Sueño era la impotencia que sentía. Incluso cuando descubrieron la causa, todo lo que podía hacer era mirar mientras más caían dormidos. Cuando fue el turno de Hatsuho solo lo hizo más intenso, más real. Sansker odiaba sentirse impotente, necesitaba algo para hacer, algo que pudiera cambiar las cosas para mejor.
Ascalón subía y bajaba ahora más rápido. Sansker comenzó a moverse, como si fuera una danza. Un corte hacia abajo, que se transformaba en una estocada y luego hacia girar la espada en un bloqueo, dabas un salto y ahora un corte hacia arriba. Siempre moviéndose. Estaba tan absorto que no prestaba atención a nada más que lo que tenía al frente. Imágenes de aquello que le molestaba, de los enemigos que podía reconocer: los Oni, el Gouenma… esos eran cosas que podía combatir. Pero luego aparecían imágenes que no podía destruir, pero que apartaba con abanicos de su espada, Hatsuho, dormida aún debido a la Enfermada del Sueño, Shusui, con sus palabras amables pero retorcidas y… Kikka.
— ¡Mierda!—exclamó Sansker le tomo un segundo darse cuenta de que esa última no era una imagen conjurada por su mente sino la verdadera. Ascalón se detuvo, apuntándole directamente. Estaba tan confundido que ni siquiera pensó en bajar el arma— ¡¿Qué estás haciendo?! Nunca te acerques a alguien blandiendo una espada en silencio. Podría haberte cortado.
—No deseaba sorprenderte, perdona—respondió Kikka. Estiro la mano y puso sus dedos sobre la espada. Su mano parecía como un manto de nieve blanca en contraste con la hoja negra de Ascalón. Ella empujo la espada hacia abajo suavemente, y él bajo los brazos—Además… ¿Serías capaz de lastimarme, John?
— ¿Qué? Sabes que no, nunca—respondió él, sintiéndose súbitamente como un idiota. Alejo su arma de Kikka y la envaino rápidamente, intentando recuperar el aplomo—Yo… me sorprendiste… no esperaba verte tan temprano por aquí.
—Yo tampoco, es una sorpresa agradable—dijo Kikka, se inclinó ligeramente y le sonrió—Buenos días, John.
—Sí… buenos días—Sansker asintió, frotándose el rostro. Kikka tenía un poder sorprendente para tranquilizarlo. Por poco había dejado que su mente lo llevara a un camino oscuro. Pero ver esa sonrisa de ella lo hacía sentirse mejor, de alguna forma le hacía ver que todo estaba bien—Lo siento, he estado ocupado últimamente. No hemos podido hablar mucho.
—Lo sé, la Enfermedad del Sueño… incluso la pobre Hatsuho fue una víctima. Ōka ha estado muerta de preocupación—dijo Kikka entrando propiamente en la habitación—Ella fue la que estuvo encargada de su entrenamiento al principio. Hatsuho era muy propensa a meterse en problemas, pero siempre tenía un buen corazón. Me dolió mucho enterarme de su historia, no puedo ni imaginar lo difícil que debe haber sido para ella.
Sansker estaba de acuerdo. Y podía ver a Hatsuho ser problemática. No siempre era fácil llevarse con ella, podía ser muy pesada y competitiva, pero era imposible no admirarla. Más luego de enterarse de la verdad.
—Ella fue mi mentora, realmente… en formas que no me di cuenta—admitió Sansker. Siguió a Kikka con la mirada. Aún tenían mucho de qué hablar ellos, más allá de la Enfermedad del Sueño, Sansker recordaba las palabras de Shusui, y el hecho de que Kikka no había respondido a ellas. Tenía tanto que quería decirle.
—Deberías concentrarte en la misión—dijo Kikka dándose la vuelta como si pudiera leerle la mente—Hoy saldrás a cazar al Oni responsable de la enfermedad ¿no? Entonces, eso debería ser lo único en lo que te concentres, John.
—No me parece justo…
—Pero es necesario. A veces estas cosas son inevitables—interrumpió Kikka. Estiro la mano y la puso sobre el pecho de Sansker—Tienes un corazón muy apacible. Late con fuerza, pero lentamente. Mucho más tranquilo que tu mente. Siempre piensas demasiado, John. Aprende a escuchar a tu corazón y cálmate. Haz lo que tengas que hacer y ya tendremos tiempo para lo demás.
Sansker tomo la mano de Kikka con una de las suyas.
—… Usaste tu poder para escucharme ¿verdad?—preguntó él con calma. Aquello era exactamente lo que necesitaba oír.
—Mientras tengas esa piedra contigo, siempre estaremos conectados—respondió Kikka sin inmutarse—Enfócate en tu misión, capitán. Todo lo demás puede esperar.
Nagi, Ōka y Hayatori serían los que lo acompañarían. Fugaku e Ibuki se quedarían atrás para cuidar de la aldea y velar por Hatsuho. Sansker los espero en la entrada del cuartel, junto al grupo de exploradores que los guiaría hasta su objetivo.
— ¿Estamos todos listos?—preguntó John cuando los demás llegaron.
—Ya todo está dicho y preparado, Sansker—respondió Ōka—No creo que necesitemos más escusas. Hemos esperado bastante este momento.
—Así es, Hatsuho y todos en la aldea están contando con nosotros—dijo Nagi.
Hayatori se cruzó de brazos y asintió solemnemente.
—Vete y tráenos de vuelta a la niña, capitán—dijo Ibuki—Cuidaremos el fuerte mientras no están.
—Si tienes las agallas para dejarme aquí en esta misión, ese Oni no tiene esperanza—intervino Fugaku.
—Entonces no necesitamos nada más—dijo Sansker, levanto la vista para mirar a Yamato que asintió levemente, dejando que tomara cargo—Nos marchamos. Iremos a cazar a ese Mizuchime, y recuperaremos a todas las personas que nos ha quitado.
Se dio la vuelta y ordeno a los exploradores que encabezaran la marcha. El grupo salió de Ukataka y tomaron la dirección de su presa. Esta vez irían a la Era de la Antigüedad, la sexta y más remota del Otro Mundo. Sansker nunca la había visitado, así que su primera impresión fue toda una experiencia. El grupo se alejó de Ukataka y emergió en un vasto desierto que se extendía hasta donde alcanzaba la vista, con los restos de cavernas y asentamientos antiguos actuando como islas en un mar de dunas que parecía dispuesto a tragárselo todo. El cielo era del mismo color que la arena, con el siempre presente vórtice del Otro Mundo bloqueando la auténtica luz del sol por esa iluminación innatural que caracterizaba el lugar.
A diferencia de las otras Eras, esta parecía más primitiva, como si los agregados humanos fueran solo un mínimo aspecto de lo que era un paisaje salvaje. Esto era el comienzo de la civilización, cuando la humanidad era apenas una nota al pie de página de la historia del mundo. Sansker ordeno que se detuvieran antes de llegar a la guarida del demonio.
El Mizuchime se encontraba ubicado entre los restos de varias estatuas gigantes. Sansker no tenía ni idea de que pudieran ser, pero los fragmentos le recordaban enormes recipientes de barro rotos. Árboles secos y raquíticos coronaban la depresión, y nada hubiera marcado el lugar como relevante si los exploradores no estuvieran rodeándolo.
—Creía que los Mizuchime se ubicaban cerca de fuentes de agua ¿Cómo es que se ocultó aquí?—preguntó Sansker al ver el paisaje tan desolado.
—Las cavernas ocultan fuentes de agua subterráneas—respondió Ōka señalando hacia adelante, las sombras de grandes formaciones rocosas—Emergen a la superficie entre los pueblos. Es allí donde encontraremos al Oni.
—Así es, no se ha movido desde que lo encontramos, parece que esperara algo—confirmo el explorador líder.
— ¿Una trampa?—preguntó Nagi.
—No, el ataque de ayer fue su última carta… esta vez solo tendremos un blanco—dijo Sansker después de pensarlo un momento—No hay a donde ir, así que luchara con desesperación. Nagi, quédate atrás para cubrirnos, Ōka y yo tomaremos la delantera. Hayatori, tu espera, apenas veas una abertura ataca. No tenemos tiempo para jugar con esta bestia.
— ¿Y nosotros, capitán?—preguntó el explorador.
—Pueden retirarse, regresen a la aldea. No hay necesidad de que sigan arriesgándose. Gracias por todo—respondió John. Desenvaino su espada y miro a sus compañeros, que asintieron.
Los Asesinos se movieron en busca de su presa y los exploradores se retiraron de regreso a Ukataka. John tomo la delantera con Ōka, y ambos dieron un giro para cubrir los restos de una estatua derruida. Nagi camino hasta la estatua y trepo en ella, ocultándose para coronar la cima. Hayatori desapareció de la vista, dirigiéndose en la dirección opuesta.
Fue al llegar al otro lado que Sansker por fin pudo ver al Mizuchime en persona. Los dibujos y diagramas de Shusui no le hacían justicia, el demonio era aún más retorcido de lo que había esperado. Sansker conocía las historias de las mujeres mitad serpientes y mitad humanas, y pensó que el Mizuchime se conformaría a estas expectativas, pero nada podría ser más diferente de la realidad. El Oni poseía el torso de una mujer humana, incluyendo sus pechos y un cabello largo y de aspecto enredado, pero el parecido moría allí. La criatura tenía la piel cubierta de escamas, y su rostro estaba adornado por tres ojos, el tercero en su frente más grande que los otros dos. Además dos cuernos coronaban su cabeza y su boca era un conjunto de colmillos y dientes afilados en una mueca burlona, pero lo peor era el resto del cuerpo. Donde deberían haber estado sus piernas, dos largas extremidades con el aspecto de serpientes, más largas que el torso, se movían, abriendo y cerrando una boca pequeña llena de dientes afilados. Y a sus espaldas el Mizuchine cargaba un enorme caparazón similar al de una criatura marina, en forma de espiral.
Sansker se detuvo, confundido, nunca antes había visto a un Oni tan humanoide y desconcertante como este. El Mizuchime se giró hacia ellos, y se cubrió la boca con ambas manos, soltando un sonido similar a una risa humana, incluso imitando el gesto de una mujer tímida. El espectáculo era tan curioso que John se quedó mirando y a su lado Ōka hizo lo mismo, solo por un breve momento le pareció notar que el tercer ojo del demonio comenzó a brillar con fuerza. Esa fue su advertencia.
— ¡Cuidado!—exclamo levantando su escupo, bloqueando la imagen del Mizuchime. Una ola de miasma oscuro lo rodeo, haciéndole escuchar voces y ver imágenes borrosas de su hogar en Inglaterra. Era como si el poder de la Enfermedad del Sueño se estuviera manifestando de forma física— ¡Nagi, ahora!
El arco de Nagi, Calma Nocturna, cantó y varias flechas volaron por el aire. John no pudo ver pero el rugido del Oni le indico que al menos una había encontrado su marca. La nube de gas negro se disipo y Sansker pudo levantar la cabeza. El Mizuchime utilizo sus manos para cubrirse, el rostro donde una flecha se había enterrado en su ojo izquierdo. Las dos serpientes bajaron de repente, clavando sus bocas en la arena y empujando el cuerpo del demonio hacia atrás.
Ōka fue la primera en recuperarse y salir detrás del Mizuchime. El demonio levanto una de sus manos, extendiendo el brazo hacia adelante y de su palma surgió un rayo de hielo y agua. Ōka se agacho, deslizándose por el suelo para evitar un golpe directo, usando su impulso para no dejar de moverse hacia adelante. Nagi disparo su arco nuevamente, apuntando hacia el rostro de la bestia, pero un giro de la muñeca envió el rayo de hielo hacia la arquera, obligándola a saltar de su posición elevada. Ōka alcanzo el cuerpo del demonio, lanzando una estocada hacia la base de sus 'piernas' de serpiente. Suzakura penetro la piel escamosa, pero al hacerlo otra nube de gas oscuro surgió del cuerpo del Mizuchime, envolviendo a Ōka, quien dio un paso atrás, tambaleándose, soltando su espada.
Sansker corrió hacia ella, llamando al espíritu de Amateratsu, la fuerza de la diosa le permitió teletransportarse, moviéndose en un instante junto a su compañera. John logró sujetar a Ōka, pero al hacerlo sintió el efecto de la extraña aura negra. Su mundo comenzó a girar, y sus movimientos se volvieron aletargados, una sensación de pesadez y cansancio comenzó a embotarle los sentidos. Ni siquiera podía ver a Ōka, así que solo agarro lo que tuviera más cerca y tiro, invocando a otra Mitama para darle fuerza a sus pies y alejarlos a ambos de aquel efecto. Sansker y Ōka salieron disparados hacia atrás, rodando por la arena, recuperando los sentidos.
El Mizuchime intento seguirlos, pero Hayatori ataco entonces, saltando sobre el caparazón de la criatura mientras invocaba el poder de su espíritu. Una especie de red compuesta de energía espiritual en forma de rayos descendió sobre el Oni, atrapándolo. El demonio bramo de impotencia y dolor mientras esta red eléctrica se cerraba a su alrededor. Hayatori continuo su salto realizando varios cortes profundos con sus dagas mientras descendía y se alejaba de un salto para no quedar atrapado, sus ataques acentuados por un par de flechas más cortesía de Nagi. Sansker se incorporó, apoyándose en una rodilla.
—Esa aura que la rodea… es como una maldición—dijo Ōka, poniéndose de pie, de alguna forma tuvo la presencia de mente para sujetar su espada antes que Sansker la sacara de allí—No podemos acercarnos.
—No tenemos que hacerlo—replicó John. No estaba de humor para jugar con este Oni, hoy no. Miro su espada y tuvo una idea—Golpeemos desde lejos… ¿puedes ocuparte de las serpientes?
—Sabes que sí—dijo Ōka—Solo da la orden, estamos en este campo de batalla bajo tus ordenes, capitán.
—Ve, tú toma la de la izquierda, Hayatori la derecha—dijo Sansker, puso su escudo a un lado y sujeto a Ascalón con ambas manos—Solo enfóquense en las cabezas
Ōka asintió y corrió hacia el demonio. El Mizuchime estaba lanzado estacas y rayos de hielo en todas direcciones, moviéndose con una velocidad increíble sobre la arena. El Oni era capaz de atacar hacia cualquier ángulo excepto hacia atrás, sus serpientes escupían rayos de hielo, contorneándose mientras intentaban golpear a Hayatori. Nagi seguía arrojándole flechas, pero la arquera no podía parar lo suficiente y cargar un golpe fuerte, no contra un Oni tan habilidoso con la magia y ataques elementales.
El ataque de Ōka tomo por sorpresa al Oni, la espadachina pudo cortar la 'cabeza' de una de las serpientes, aunque esta volvió a crecer en poco tiempo, dejando una enorme mancha de sangre purpura en la arena. Sansker sonrió, dejando que sus compañeros atacaran, si ellos podían matar al demonio sin su ayuda estaría bien. Concentro su poder en la hoja de su espada, que comenzó a brillar con una luz azul al recibir la energía de su espíritu. Sansker se enfocó solo en eso, volcando en su arma toda esa frustración que lo había estado atormentando. Pequeños rayos de energía comenzaron a surgir de su espada, pero el filo de Ascalón se mantuvo firme.
Delante de él, Ōka y Hayatori lograron cumplir su misión, ambos se enfocaron en una de las serpientes, con Nagi cubriéndolos de cuerpo principal. El Mizuchime lanzo un aullido de dolor cuando ambas serpientes fueron cercenadas a media altura, dejando solo dos muñones sangrantes. De inmediato una nube de gas negro rodeo al Mizuchime, intentando protegerse del ataque, pero Sansker no esperó. Convocando el poder de Amateratsu otra vez, Sansker avanzó hacia el demonio y golpeo con su espada.
El acto en sí fue una muestra suprema de concentración. Invocar una Mitama era llenar tu cuerpo y alma con su poder, pero utilizar ese poder en un Destructor, donde tu esencia invadía tu arma y era arrojada hacia afuera, era lo opuesto. Sansker tuvo que balancear las dos esencias tirando de él al mismo tiempo. Y concentrarse completamente en el acto. John apareció frente al Oni y ataco.
Ascalón impacto justo en el abdomen de la bestia y Sansker libero toda la energía del ataque que había imbuido en su espada. La energía atravesó la carne del demonio, el caparazón en la espalda del Mizuchime se quebró y estallo en pedazos cuando la fuerza del Destructor atravesó su torso y destrozo el cuerpo, casi partiéndolo en dos. Sansker se derrumbó, los efectos de la maldición disipándose, pero aún así sus retados lo alcanzaron. El Asesino cayo de rodillas, apoyándose sobre el cadáver de su víctima. John levanto la vista, notando como el Mizuchime dejaba de moverse, casi sin poder creérselo.
—Hatsuho, regresa con nosotros…—murmuro John, sonriendo aliviado. Estaba tan contento que no noto a sus compañeros hasta que Ōka le puso una mano en la espalda.
—Sansker, lo logramos…—dijo Ōka también con una sonrisa—Ahora…
—Todos en la aldea despertarán—termino Nagi, incapaz de contenerse—Tenemos que volver.
—Sí… tenemos que hacerlo—asintió Sansker, poniéndose de pie.
Un brillo azul interrumpió la conversación. Sansker se dio la vuelta y vio a una imagen espectral surgir de los restos del Mizuchime. Una mujer adulta, con un largo cabello negro lo miro, sonriéndole abiertamente. Tenía un tocado de aspecto antiguo, coronada por una serie de plumas blancas y rojas que le recordaron el pelaje de Tenkichi. La mujer avanzo hacia él, transformándose en un orbe de luz e insertándose en su pecho.
—Finalmente soy libre para llevar a cabo los deberes de una reina. Mi nombre es Himiko, guerrero, y tienes mi gratitud por liberarme.
—No esperaba esto…—dijo Sansker, poniendo una mano en su pecho.
—Es solo otra buena noticia—dijo Ōka—Ya podemos investigar más sobre nuestra situación. No te quejes cuando la vida te da un regalo.
Sansker no tuvo nada que agregar así que solo siguió a los otros para purificar el cadáver del Mizuchime. Ōka tenía razón en que no era bueno quejarse, y gracias a esta misión esa maldita pesadilla había terminado. Casi podía imaginarse a Hatsuho recibiéndolos al regresar, molesta de haberse perdido la acción. Y esta Mitama podía encaminarlos hacia el Gouenma que estaban buscando. Casi parecía demasiado bueno para ser cierto.
— ¿Hatsuho aún no despierta?—preguntó Ōka, sin darle crédito a Yamato— ¿Qué está sucediendo, jefe?
—No lo sabemos. Todos los demás se han recuperado—respondió el jefe, mirando hacia el vacío, más allá del grupo—Hatsuho es la única que continúa dormida.
John parpadeo, sintiendo como si le hubieran dado un golpe en el estómago. Sus manos se cerraron en forma de puños, tensando tanto el cuero de sus guantes que casi sentía como si los fuera a romper.
—No…—Nagi se llevó las manos a la boca— ¿Por qué…?
Hayatori cerro su ojo descubierto, su expresión preocupada.
—Esto es absurdo. Matamos al Mizuchime, la maldición está rota—dijo Sansker, encontrando su voz. Le sorprendió su tono tan sereno.
—Es posible que Hatsuho no desee despertar—dijo Yamato.
— ¡No! Eso es…—Ōka se interrumpió, apartando la mirada—No podemos perderla así…
—Hatsuho…—Nagi cerró los ojos y bajo la cabeza.
Yamato no tenía respuesta, y el silencio cayó sobre el grupo como una mortaja. Este que debía ser un momento de victoria era ahora un trago amargo. Sansker sabía que solo quedaban unos días para completar los 100 días de la Enfermedad del Sueño, pero incluso si Hatsuho no perdía su alma, su mente quedaría atrapada en su propio mundo.
—Por ahora deben descansar… mañana continuaremos nuestras misiones—dijo Yamato, rompiendo el silencio. Coloco sus manos detrás de la espalda—Pueden retirarse.
Ōka y Nagi se marcharon juntas, dirigiéndose a la casa de Hatsuho para poder velar por ella. Hayatori se alejó en silencio, despareciendo como era su costumbre. Sansker fue el último en moverse, pasando junto al jefe sin tener un rumbo fijo. Le sorprendió volver a escuchar la voz de Yamato a sus espaldas.
— ¿De verdad me he vuelto tan viejo e inútil, Sansker?—preguntó el jefe sin darse la vuelta.
— ¿Señor?—John se dio la vuelta.
—No puedo hacer nada por ella—dijo Yamato—Han pasado 40 años. Me he vuelto mayor y ahora la gente me dice 'señor'. Dirigí un ejército durante el Despertar, incluso me han llamado uno de los Cinco Héroes… y soy tan impotente como en el pasado.
Sansker no respondió. El jefe levanto sus manos, examinándolas como si buscara la respuesta entre sus dedos.
—Fui yo quien la encontró, parada frente a las ruinas de la casa de sus padres, aún una niña. Como si no hubiera pasado un instante desde la última vez que la vi. La traje de regreso a la aldea, pero no le dije la verdad—Yamato apretó las manos, dándose la vuelta. Por primera vez desde que lo conociera, el jefe no lo miro a la cara—Sus padres aún vivían. Eran tan mayores que pensé que la impresión del reencuentro sería demasiado para ambas partes, así que lo pospuse unos días. Y antes de que pudiera decidirme ambos murieron.
—Jefe… Yo…—Sansker se quedó en blanco. Cualquier palabra de condena o consuelo hubiera sido demasiado cruel.
—Incluso entonces, después de tantos años, me dejaron un último mensaje para ella—dijo Yamato. Una de sus manos acaricio el parche que cubría su ojo izquierdo—No tuve el valor de decírselo ¿Cómo hubiera podido decírselo? Desde el principio no he sido más que un viejo inútil, demasiado cobarde para enfrentar las consecuencias de sus actos. Por eso esperaba… deseaba que pudieras ayudarla como yo no fui capaz. Te puse una carga que no te correspondía, Sansker, lo lamento.
—No… no sé qué decir—admitió John. No podía siquiera imaginar lo que Yamato estaría sintiendo. El peso de esas decisiones, de ese arrepentimiento. Ni siquiera sabía si el perdón era suyo para darlo.
—Quizás no hay nada más que decir. Quizás solo deseaba confesar finalmente—dijo el jefe bajando las manos, en un gesto derrotado—Para no conocer nada de arrepentimientos tendríamos una vida lamentable o una memoria envidiable… Gracias por escuchar de todas formas.
Sansker asintió y dando por terminada la conversación dio media vuelta. Súbitamente las paredes del cuartel le estaban resultando un lugar sofocante. Salir al aire libre ayudo un poco, pero al bajar los escalones se vio envuelto en un hervidero de actividad.
Con el fin de la Enfermedad del Sueño, todos los que había caído se levantaban y por todas partes podía ver reencuentros felices. Padres, madres, abuelos, hijos, hijas… docenas de aldeanos se reunían con seres queridos recién levantados. Lo peor fueron aquellos que lo reconocieron al pasar. Ahora que su rol en la aldea era más conocido.
— ¡Es un milagro!—decía una mujer abrazando a quien parecía su marido.
—Todo fue gracias a los Asesinos—dijo un chico sonriendo mientras le daba una palmada en el hombro a otro chico de su misma edad.
—Muchas gracias, capitán, de verdad es usted un salvador—le dijo una mujer mayor que se acerco a tomarle la mano, sonriendo con lágrimas en los ojos.
Sansker no tuvo tiempo de responder a nadie. La alegría del grupo era tan intensa que hacían su propia oscuridad se sintiera como una piedra atravesada en su pecho. Como pudo siguió avanzando, haciendo lo posible por responder con algún gesto cuando alguien le hablaba. Incluso se topo con algunos de los Asesinos que fueron víctimas de la Enfermedad.
—Reportándose capitán, nos veremos en el cuartel.
—Ya me siento mejor, señor, deles las gracias a los otros por mi.
¿Desde cuándo su cabaña estaba tan lejos del cuartel? Sentía que llevaba caminando una hora. Sansker comenzó a sentir un calor extremo. Necesitaba salir de ese grupo de gente. Siguió avanzando, respondiendo en automático. Paso junto a la forja y fue cuando vio el sendero oculto por la maleza hacia el santuario. Se deslizo a un lado y casi corrió hacia el árbol sagrado, dejando a los alegres aldeanos de Ukataka atrás.
El viejo altar estaba allí, tan tranquilo y sereno como siempre, casi parecía mofarse de su propia agitación. Sansker se apoyó en las raíces del árbol sagrado, poniendo ambas manos contra la madera. Su respiración era agitada. No podía culpar a los aldeanos por estar contentos de que la Enfermedad se hubiera terminado. No podía culpar a Yamato por las decisiones que había tomado. Y desde luego, sabía que no era su culpa que Hatsuho no despertara. No había nada que golpear esta vez, nada que pudiera hacer.
—Nada…—dijo Sansker en voz alta. Apoyo la frente contra la madera, cerrando los ojos, intentando ganar el control sobre su respiración y su mente—Nada en lo absoluto…
—Vaya, suenas preocupado, amigo—la voz del Espíritu Guardian apareció de repente, como un susurro en el viento—Y te ves bastante mal ¿sucede algo?
Sansker soltó un suspiro. Hacía tiempo que no hablaba con el dios protector. Aunque nunca detuvo sus ofrendas de haku. El Asesino metió su mano en la bolsa y saco unas monedas, poniéndolas en el ofertorio. La pequeña caseta del altar brillo con fuerza, pero la presencia del espíritu seguía pendiente, esperando una respuesta.
—Es una larga historia… o tal vez solo se sienta como una—dijo Sansker finalmente.
—Hmm… ¿Quizás dime lo que más te molesta? Una deidad responsable vela por sus seguidores.
—Eso sería un cambio agradable…—murmuro John, se llevó la mano al cuello hasta que recordó que había regalado su cruz de plata. Sintió una sonrisa amarga asomarse en sus labios—La aldea… la aldea ha estado sufriendo los efectos de la Enfermedad del Sueño. Un Oni era responsable. Logramos matarlo, pero… no todos despertaron. Hatsuho… ella… ella sigue dormida.
—La Enfermedad del Sueño, ha pasado mucho tiempo desde que escuche sobre algo así. Pero esa Hatsuho que mencionas… no sería esa la niña precoz que vino contigo el otro día, ¿verdad?—El espíritu sonaba divertido. Su voz le transmitió una risa suave—Ella también me ha visitado muchas veces, incluso antes que tú, aunque no podía escuchar mi voz. Pero no me lo vas a creer, tengo la certeza de haber visto a una niña igual a ella hace muchos años.
—Puede que tengas razón. Hatsuho tiene una situación muy peculiar…—dijo Sansker. El secreto estaba afuera, e incluso si no, nadie más podía hablar con el dios del árbol—Ella viene del pasado. Solía vivir aquí hace unos 40 años, termino en el futuro debido a un accidente.
El Espíritu Guardian se quedó callado por unos momentos. Tanto que Sansker comenzó a sospechar que se había marchado, pero su voz regreso, esta vez cargada de pesadumbre.
—Ya veo, la niña se perdió en las corrientes del tiempo. Supongo que podría…—el Espíritu Guardian se detuvo, como reflexionando sobre sus siguientes palabras—Sí, supongo que podría darte una mano en tu momento de necesidad.
— ¿Qué?—Sansker levanto la vista, mirando al árbol, deseando poder tener una referencia visual del espíritu, para saber si estaba bromeando— ¿A qué te refieres?
—Has sido bastante bueno conmigo. Así que déjame contarte algo ¿nunca te has preguntado por qué solo tú puedes oírme?—preguntó el dios. Sansker asintió, sin saber a dónde quería llegar—Los espíritus como yo no somos iguales a las Mitama que te acompañan, o las almas humanas que devoran los Oni. Somos seres de la tierra, el agua, y el aire. Normalmente no podemos interactuar con ustedes los humanos. He estado en esta aldea por muchos años, he visto ir y venir a incontables personas. Amantes que se encontraban bajo mis ramas, niños que jugaban a trepar entre mis raíces, personas buscando soledad o un lugar donde descargar sus penas... Aprendí mucho de ustedes, y aunque no podían oírme, me sentía parte de la vida de todos. Cuando llego el Despertar todo cambio, fui dejado de lado, muchos que conocía dejaron de venir y poco a poco mi alma comenzó a aletargarse. Hasta que vi a esa niña.
El viento agito las ramas del árbol, tanto el pequeño retoño detrás de caseta como el gran tronco que se elevaba por encima de ambos. Sansker casi pudo sentir que el espíritu estaba suspirando.
—Fue la primera en visitarme en mucho tiempo. Se la veía triste y sola. Lamentablemente no podía consolarla, pero su compañía era agradable. Gracias a ella volví a moverme y observarlos a todos en la aldea. Siempre me he sentido muy unido a ustedes los humanos. No les guardo rencor por dejarme atrás—dijo el Espíritu Guardian—Y tú has sido un cambio refrescante. Nunca había sabido lo agradable que puede ser que te escuchen. Por esa razón, como un favor especial, te ayudaré a salvar a la niña.
— ¡¿Puedes hacer eso?!—exclamó Sansker. Tuvo que reprimir el impulso de agarrar la caseta de ofrendas y sacudirla— ¿Puedes hacer que despierte?
—No, pero puedo enviar tu alma al sueño de la pequeña—respondió el Espíritu Guardian—Una vez allí será tu responsabilidad el traerla de regreso. Aunque debes saber que es un riesgo. Si fracasas y no logras hacerla despertar, tu alma quedara atrapada en su sueño y no podrás volver. Aun así ¿deseas que te envié allí?
Sansker apretó los puños. Ya le había fallado a Hatsuho, esta era una oportunidad que no pensaba desperdiciar. Tomo una bocanada de aire, relajando las manos y mirando al frente.
—Sí, estoy listo.
El viento volvió a soplar con fuerza y el mundo desapareció en un súbito resplandor blanco.
Sansker abrió los ojos y se encontró parado en la plaza de Ukataka, donde habían celebrado el Setsubun. La gente caminaba por allí, ocupados en sus rutinas diarias. El típico ruido de la aldea era casi mundano, mientras las personas comerciaban, transportaban objetos, o se dedicaban a descansar a la sombra o sentados en las bancas de piedra. Lo idílico de la escena, no obstante, no era suficiente para ocultar esa sensación de que algo no estaba bien. Le tomo un minuto darse cuenta del problema.
Ukataka era diferente. No mucho, pero podía notarlo. El templo de Shikimi no estaba, la forja era mucho más pequeña y el herrero no era Tatara. Siguiendo el camino principal su cabaña era ahora un puesto de venta de comida y la entrada de la piscina de la pureza era mucho más simple, no la elaborada estructura que conocía. Incluso el cuartel, que aún se alzaba sobre Ukataka, no tenía el mismo adorno sobre la entrada en forma de Oni, sino el símbolo del Ojo de la Verdad. Esta aldea no era para nada como él la recordaba.
—Por todos los…parece que funciono—Sansker suspiro. El espíritu había cumplido su parte, ahora solo tenía que encontrar a Hatsuho. Era eso o arriesgarse a queda atrapado aquí— ¿Por dónde…?
Se dio cuenta de que no tenía idea donde quedaba la casa de Hatsuho. Su hogar actual no sería el mismo que hace 40 años. Quizás pudiera preguntar, pero no tenía ni idea de si las personas en el sueño podían verlo o no. Hasta ahora todo el mundo lo ignoraba a pesar de que por sus ropas debería destacar demasiado. Dio un paso tentativo para empezar su búsqueda, pero entonces escucho una voz a sus espaldas.
— ¡Hermana Hatsu! ¡Vamos a jugar!—gritó un niño pequeño que paso corriendo a su lado, agitando la mano.
Antes de que pudiera recibir una respuesta el niño tropezó con algo y cayo de bruces al suelo.
— ¡Yamato!—exclamo una voz familiar— ¡¿Cuántas veces te he dicho que no corras?! Tienes que tener más cuidado
Una joven con un kimono celeste y rosado salió al encuentro del niño, Yamato, quien naturalmente se había puesto a llorar, arrodillándose junto a él. La chica lo ayudo a ponerse de pie, limpiándole el polvo de sus ropas, y revisándolo para ver que no estuviera lastimado. Aparte de un orgullo herido el chico parecía bien.
—Eso es, no paso nada ¿ves? Por eso es por lo que no tienes que correr—dijo la chica dándole unas palmaditas en la cabeza—Ahora no puedo jugar, pero los haremos después ¿está bien?
— ¿Lo prometes?—preguntó el niño restregándose los ojos.
—Es una promesa—respondió la joven con una sonrisa, enderezándose—Ahora vamos, vete a casa y no corras.
El chico asintió y se alejó, agitando la mano, olvidándose todo sobre su llanto. Sansker se lo quedo viendo. Si no fuera porque escucho el nombre jamás hubiera pensado que aquel era el jefe Yamato. Debía tener unos 10 años a lo sumo, y una disposición tan opuesta a la que estaba acostumbrado que el golpe era chocante. Pero lo más importante era que…
—Hatsuho—dijo John acercándose a la joven.
—Ah, Sansker, eres tú—Hatsuho se dio la vuelta y lo miro, dedicándole una sonrisa. Apenas era reconocible. En lugar de su traje habitual, vestía un kimono largo de colores claros, y tenía un calzado normal, con medias blancas. Su cabello estaba suelto en lugar de tenerlo amarrado en una cola como de costumbre—Que bueno verte ¿estás de visita? Ha pasado mucho tiempo.
—Yo…—el Asesino se vio obligado a sacudir la cabeza. Pensó en decir la verdad, pero no pudo—Es algo… complicado…
— ¿Te encuentras bien? Parece como si estuvieras mareado—dijo Hatsuho inclinando la cabeza.
—Estoy bien… solo confundido.
— ¿Estarás enfermo?—preguntó ella acercándose y poniéndole la mano en la frente—Hm, no tienes fiebre… ¿te golpeaste la cabeza o algo así? Ven, te llevaré a casa, seguro que a mis papás les dará gusto verte.
Hatsuho lo tomo de la mano y tiro de él, llevándolo hacia el cuartel. Sansker dejo que lo arrastrara, incapaz de decir nada. Tenía una misión muy clara, y ahora que Hatsuho estaba frente a él se dio cuenta por primera vez lo que estaba haciendo. Nunca había visto a la joven sonreír tan alegre y despreocupada como ahora. Esa sombra de tristeza que siempre aparecía sobre ella ya no existía. Sansker no pudo abrir la boca. Romper la ilusión. Deseaba salvar a Hatsuho, por supuesto que sí, pero…
La joven lo llevo a través del cuartel y cruzaron el puente que salía de Ukataka. Normalmente al otro lado solo había una serie de edificios destruidos, ruinas invadidas por maleza, restos de la batalla de hacia 8 años. En el sueño esta zona estaba intacta y Sansker se maravilló del tamaño original de la aldea. Ukataka no era pequeña, pero en su día estuvo menos acinada, con muchos de los lugareños viviendo en el exterior del 'cráter'. Algunos de los locales saludaron a Hatsuho al pasar y ella les respondió con una sonrisa, reconociéndolos por nombre. Sobre todo, a los niños, que parecían acudir a ella como una suerte de hermana mayor, igual que Yamato. Lejos de importunarla, las interacciones parecían animarla.
—Sí, hoy no puedo, pero te enseñare un día de estos… ¡Hey! Nada de pelearse… Y no te olvides de devolverle su espada de juguete ¿de acuerdo?—Hatsuho sacudió la cabeza cuando el grupo siguió su camino, contentos al fin—Entre Yamato y estos apenas tengo tiempo para mi… ¿es mucho pedir que se porten bien?
—No… supongo que no—respondió Sansker, sonriendo a su pesar. Continuaron caminando hasta llegar a una casa en las afueras.
A diferencia de su cabaña en el mundo real esta parecía mucho más grande, al menos con dos o tres habitaciones. Y un pequeño jardín donde crecía alguna especie de cultivo. Hatsuho hecho a correr apenas estuvieron a la vista, y una mujer mayor, con un cabello similar al de ella salió a recibirla, atrapándola en un abrazo.
— ¡Mamá, ya regrese!—anuncio Hatsuho, aceptando el contacto de su madre y regresando el gesto.
—Sí, ya puedo verlo—dijo la mujer sin apartar los ojos de Hatsuho, se soltó del abrazo y dio un paso atrás—También veo que ya manchaste tus ropas otra vez, señorita ¿Qué te dije sobre jugar en la tierra? Ahora tu kimono esta todo sucio de polvo.
—No fue a propósito, veras, Yamato estaba…—dijo Hatsuho rápidamente, sacudiendo las faldas de su ropa con las manos.
—Oh ¿qué es esto?—dijo una voz masculina. Un hombre adulto salió detrás de la mujer. Estiro la mano para frotar la cabeza de Hatsuho, soltando una risa al verla sacudiéndose—Mi hija se esta empezando a comportar como un niño… ¡Ay! ¿qué es lo que haremos ahora?
— ¡Papá!—exclamo Hatsuho haciendo un puchero, pero no rechazo el gesto de aprecio— ¡No delante de mis amigos!
Sansker se tensó cuando los padres de la chica levantaron la vista para mirarlo. Abrió la boca, pero ningún sonido salió de su garganta, quedándose en un silencio incomodo hasta que logro forzar un saludo.
—Ho-hola…—dijo finalmente.
—Hmm, estoy empezando a preocuparme por ti—dijo Hatsuho negado con la cabeza— ¿Podemos invitar a Sansker a quedarse? Si se va estando tan confundido podría perderse.
—Claro, un amigo de Hatsuho es un amigo de toda la familia—dijo el padre asintiendo, se volvió hacia su esposa—Tenemos que tratarlo con toda la cortesía ¿verdad cariño?
—Por supuesto, voy a preparar algo de té. Vamos cariño, necesito que me ayudes a alcanzar la parte alta—dijo la madre tomando al padre por el brazo—Ustedes pónganse cómodos. Tu amigo puede sentirse como en casa, querida.
Sansker entró en la cabaña, sintiendo como si estuviera pisando una tumba. Se quedo mirando a Hatsuho mientras hablaba con sus padres sobre cosas mundanas: ¿había completado el recado? ¿prefería muchi o dangos? Yamato estaba bien como siempre, los vecinos habían preguntado por su perro… John se dejo caer junto a una mesa baja que estaba en el centro de la habitación principal. Sentía una angustia en le pecho que estaba comenzando a volverse insoportable.
No se había atrevido a decir nada antes. Nunca pensó que los sueños del Mizuchime fueran tan reales. En su imaginación este lugar sería una ilusión falsa, una promesa vacía que se podía destruir con la verdad. Pero al ver a Hatsuho tan feliz, una parte de él deseo poderla dejar quedarse aquí. Más allá de su propia vida ¿Quién era él para negarle su sueño? Especialmente uno tan hermoso. Este lugar era perfecto, todo lo que el mundo real nunca podría ser de nuevo. John se llevo una mano al pecho, sintiendo un escozor en su plexo solar, donde tenía la cicatriz que le hiciera el Tsuchigazuki. Esa vez había arriesgado su vida por Nagi, y aunque no se arrepentía de ello, si podía recordar arrepentirse de dejar a todos en Ukataka atrás. Se lo debía a ellos el intentar salvar a Hatsuho. El regresar, incluso a ese mundo imperfecto, porque ellos valían la pena.
—Hatsuho—llamó Sansker, poniéndose pie. Apretó las manos—Tenemos que hablar.
— ¿Sí? ¿Ocurre algo?—Hatsuho se dio la vuelta, dejando a sus padres detrás. Su mirada tranquila casi lo hizo flaquear otra vez.
—Eso me temo—dijo Sansker—Este lugar… este mundo… es solo un sueño.
Sus palabras resonaron en el aire. Fue como si de pronto todo el mundo se detuviera. El sonido de la aldea fuera de la cabaña, las voces de los padres de Hatsuho en la otra habitación, todo simplemente se detuvo. En un instante la casa, la mesa y todo alrededor de ellos se desvaneció, tragado por un abismo infinito donde solo Hatsuho y él mismo quedaron de pie. Sansker reconoció el lugar, ese vacío donde podía hablar con las Mitamas. El lugar donde dos almas podían comunicarse.
—Es un sueño—repitió Sansker. No podía mirar a Hatsuho a los ojos, pero pudo notar como su expresión se tornaba oscura, su cabello tapando los detalles, escuchándola de él—Y… hay que despertar…
Pensaba seguir. Pero Hatsuho abrió la boca, y con una sola palabra, pronunciada en un tono bajo y suplicante, le hizo quedar mudo.
—No.
