¡Hola a todos! Sí, soy yo de nuevo. Con tres actualizaciones en una semana jajaja Prometo no molestarlos tanto. Les agradezco enormemente por sus comentarios. Me encanta que les haya gustado esta idea. No estoy muy familiarizada con las historias de acción ni de crimen, por lo cual el tema principal seguirá siendo la relación entre los protagonistas. Sin embargo, ¿a quién no le gustan los disparos y las bombas para darle emoción a la cosa? Muchísimas gracias por leer, trataré de volver con otro capítulo la otra semana. ¡Saludos!
Capítulo 3: Planes
Anna abrió los ojos. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero observó por la ventana del avión y notó que aún estaba oscuro. No había podido dormir. Sólo logró descansar, poniendo su mente en blanco con mucho esfuerzo. Tenía que mantener la calma y dejar sus sentimientos de lado. Ella también sabía jugar.
Las cortinas del pasillo se abrieron, revelando al hombre que había visto anteriormente en el auto. Caminaba despacio, con una bandeja de comida en las manos. Al notar que la muchacha lo observaba, sonrió.
—Me alegra verla despierta, señorita Anna —Ryu se acercó lentamente hacia ella, dejando la bandeja de comida sobre una mesa frente a su asiento. —Don Yoh dijo que no había cenado, así que le traje algo para saciar su apetito.
Ella miró con desconfianza el platillo. Se veía y olía delicioso, haciendo que su estómago rugiera furioso. —Gracias —dijo ella, sin una pizca de amabilidad— Pero no tengo hambre.
—Yo mismo cociné, le aseguro que estará muy rico —insistió él, sacando una cucharada de comida —Mire, le demostraré que no está envenenado.
El hombre probó un bocado gustoso. Anna lo contempló alzando una ceja — ¿Y si tomaste algún antídoto antes de comer?
Él la miró con incredulidad.
—Qué lista —dijo Yoh, caminando entre las cortinas del pasillo. —Pero sería un pecado arruinar la deliciosa comida de Ryu con veneno.
—¡Don Yoh! Creí que aún estaría durmiendo su siesta.
Anna presionó sus puños. Tenía que ser una broma que ese tipo había estado descansando tranquilamente mientras ella perdía la cabeza.
—Llegaremos en poco a Kioto —contestó, soltando un bostezo. —Necesito estar alerta.
—Recuerdo cuando usted era más pequeño y lo podíamos cargar en nuestros brazos mientras dormía…
Yoh rio avergonzado, dirigiéndose hasta donde Anna y Ryu estaban. Anna se esforzó por no poner los ojos en blanco ante esa charla. Eran un chiste.
—Ryu…— el castaño puso una mano en el hombro del varón— ¿Me dejarías un rato a solas con nuestra invitada?
El hombre se levantó y asintió. —Estaré cerca, por si me necesitan.
—Muchas gracias, amigo.
El mayor se retiró. Yoh lo miró irse, y luego sus ojos se fijaron en Anna. —Estuviste llorando.
No era una pregunta, era una afirmación. Ella supuso que sus ojos debían estar enrojecidos por las lágrimas que derramó anteriormente. Pero la tristeza ya la había abandonado. Se mantenía serena, y desafiante. Yoh cruzó los brazos, y suspiró afligido. —Sé que has lidiado con mucho estas últimas horas, pero estas cosas pasan en el entorno en el que vivimos.
—Dirás en el entorno en el que tú vives. —dijo ella, sin quitarle la vista de encima.
Yoh sonrió con sorna. —Si yo no puedo convencerte de la naturaleza de tu familia, tal vez tu prometido lo haga.
—No tengo un prometido.
—¿Por qué se celebrará tu matrimonio en dos meses, entonces? —preguntó él, divertido.
—¿De qué estás hablando? —Anna levantó una ceja. ¿Sería otro truco?
—El compromiso entre tú y Ren Tao se fijó hace meses. —contestó Yoh, sentándose frente a ella.
Entonces era cierto. Yoh sí conocía a Ren, su pretendiente. Los Kyoyama le habían ofrecido a Anna dicho compromiso, pero siempre insistieron en que la decisión final era suya. La rubia nunca acordó casarse con ese tipo.
—Yo no he consentido nada. —dijo Anna. — ¿Y cómo es que sabes sobre Ren?
—Éramos amigos —contestó el castaño, con simpleza— Ahora, si te digo que su familia es incluso peor que la mía, dudo que me creas. Pero lo verás por ti misma, este domingo.
Anna soltó una risa irónica, mirando exasperada al muchacho que tenía frente a ella. —Me secuestras, me dices que eres un mafioso, que en mi familia también son criminales y que mi no prometido también es un delincuente, con quien me casaré en dos meses sin haber aceptado. Disculpa, Asakura, si me cuesta asimilar toda la basura que me estás contando.
Yoh la miró pensativo. Sería un caso perdido insistir en decirle la verdad, así que ella tendría que enfrentarla más adelante. Supuso que no era fácil digerir que su vida entera se había basado en mentiras, no la culpaba. Se acercó a ella con precaución. —Tus manos —susurró, sacando una llave de su bolsillo.
Ella lo observó confundida —¿Vas a quitarme las esposas?
—Se te hará difícil comer con las manos atadas. —contestó él, sujetando las muñecas de Anna mientras las liberaba del metal. —Y dudo que quieras que yo te de la comida en la boca.
Anna lo miró, entrecerrando los ojos con sospecha —¿No te asusta que intente atacarte? Digo, aquí hay un tenedor y un cuchillo afilado.
—¿Lo harías? —preguntó él, divertido. Dejó caer su cuerpo sobre el respaldo de su asiento, poniendo un pie sobre otro, de forma relajada.
La rubia tomó el tenedor y el cuchillo, los observó y sin dudarlo ni un segundo más, comenzó a comer. Yoh sonrió ampliamente. La chica no era una cabeza hueca, después de todo.
Anna sabía que, si milagrosamente lograba herir al muchacho, encontraría una muerte segura. O algo peor. Nadie sabía qué atrocidades podría cometer esa gente.
—Dime —habló ella, después de tragar una porción de filete que, debía admitir, estaba delicioso— Supongamos que creo en todas las locuras que me has contado…
Ella limpió sus labios con una servilleta, a la vez que Yoh la observaba con intriga. —¿Quieres saber cómo encajas tú en todo esto? —le preguntó.
Ella cruzó los brazos, y asintió. A pesar de que los relatos del joven revelaban una clara demencia, quería averiguar todo lo que pudiera de su situación actual. ¿La habían secuestrado como venganza? Podría ser, pero ya la habrían matado si lo quisieran así. ¿Cobrarían una gran suma de dinero por ella? No, no era lógico. Los Asakura tenían riquezas de sobra. ¿Cuál era el rol de Ren Tao? Habían dicho que conocería al chico los próximos días. ¿La secuestraron sólo para que ella pudiera conocer a su futuro esposo? Era irracional.
Notó que Yoh tomaba una gran bocanada de aire, preparándose para hablar.
—Ren tiene a alguien preciado para mí —dijo él, evidentemente melancólico. —Tú eres preciada para Ren. Tu familia y la suya quieren sellar una alianza, comprometiendo a sus dos herederos. Así que haremos un intercambio, en territorio neutro. Hay un acuerdo para que no intentemos de matarnos ahí —agregó Yoh, con gracia— así que Ren entregará a la persona que quiero, y yo te entregaré a ti. Bastante simple, ¿no?
Al igual que Yoh, Anna se echó contra su asiento, meditando el asunto. Sonaba muy simple, pero esa pequeña gracia le había costado la vida a personas inocentes. Ella seguía sintiéndose demasiado ajena a ese mundo. Contempló al muchacho, que la miraba esperando algún comentario. De pronto, una sensación de calma al fin llegó a ella.
—No puedes matarme —concluyó victoriosa —Me necesitas.
Yoh sonrió. —Es verdad. Te necesito.
La rubia deseó que esas palabras hubieran sido dichas en otro contexto. La sinceridad en su voz y la profundidad en su mirada lograron erizar su piel.
—Aunque —Yoh miró a través de la ventana— Si algo saliera mal, tendría que recurrir al plan B, y eso complicaría innecesariamente las cosas.
La emoción de Anna desapareció al considerar que ella podría ser dispensable. Necesitaba la garantía de que saldría ilesa de esa hazaña.
Yoh se estiró un poco sobre su asiento, soltando otro bostezo. —Ren tiene una hermana, Jun. Si algo te pasa a ti, no sólo tendría que secuestrar a Jun, sino que además yo y Ren tendríamos a tus padres encima.
Anna lo miró con seriedad —Tú eres el que me secuestró, al único que querrán ver muerto es a ti.
—Los Tao son dueños de la empresa de seguridad encargada de cuidarte, ya sabes, los que me contrataron a mí, tu secuestrador.
La rubia no logró ocultar su asombro. ¿Cómo demonios habían contratado a Yoh? La empresa de seguridad debería haberlo reconocido al instante. Yoh la vio por el rabillo del ojo, y soltó una pequeña risa.
—Los Tao son dueños de la empresa, pero otras personas la dirigen —explicó él, casi leyéndole la mente a la rubia —No tenían idea de que yo era un Asakura. No muchos conocen mi rostro, así que esta fue mi primera intervención tan pública. Fue emocionante. —admitió, con un brillo infantil en sus ojos que contrastaba con su vida criminal. —Mala suerte para los encargados, de seguro ya están muertos.
Anna se estremeció. Sus tíos tenían que estar al tanto de su situación. Estarían muy preocupados por ella. Recordó cuando Fausto le presentó a Yoh. El hombre estaba tan tranquilo, tan confiado. Había sido vilmente traicionado, tal como la habían engañado a ella. La rubia permaneció pensativa, y una nueva interrogante surgió. —Si eres el heredero de los Asakura, y mi familia es mafiosa, como la tuya, deberían haberte reconocido al instante.
Yoh la miró entretenido. —Los Kyoyama no tenían idea de mi existencia. Creen que los únicos herederos son mis hermanos pequeños, que tienen diez y ocho años. Ni siquiera están en Japón, los enviamos a otro país para protegerlos. Estarán impactados cuando sepan quién estuvo detrás de todo esto.
Anna miró a Yoh. Hablaba como si su incursión consistiera en algo minúsculo, una diversión para matar el tiempo libre. Y tal vez, lo era para él. Tenía que estar acostumbrado a actuar entre las sombras, delinquiendo como si hubiese nacido para ello. Esa era su vida.
—Bueno —dijo él, levantándose de su asiento — Fue un agrado hablar contigo —comentó, retirando la bandeja de comida, que ya estaba vacía— No te pondré las esposas de nuevo, ya sabes cómo funciona esto.
La rubia repetía las palabras de Yoh en su mente. Sí, entendía todo. Por muy loco que fuera, tendría que asimilar toda esa información. No sabía si era real o mentira, pero ¿realmente importaba? Si ese era el juego, tendría que adaptarse a él. El castaño se alejó por el pasillo, pero antes giró a verla. —Vamos a aterrizar luego. Deberías ponerte el cinturón.
Anna rodó los ojos. Se preocupaba del cinturón de seguridad, después de que casi había salido volando por los aires en la persecución, horas antes. Dirigió su vista al exterior. Aún era de noche, pero lograba identificar las luces nocturnas y los palacios de Kioto.
Con que este es el territorio neutral pensó ella, contemplando la ciudad. Abrochó su cinturón, y puso ambas manos sobre los apoyabrazos que se encontraban a cada lado de su asiento. Quién diría que su escape frustrado la habría llevado a la antigua capital de Japón.
Anna había estado en esa ciudad antes. Sabía que Kioto no tenía un aeropuerto propio, por lo cual había que hacer una parada obligada a Osaka. Por supuesto, esto ocurría sólo si tu familia no tenía el suficiente dinero para tener un aeródromo privado. Supuso que ese sería el caso, y acertó.
Nuevamente se encontró en una pista privada. Bajó las escaleras metálicas, observando ya en el suelo a Yoh, que estaba entrando a una limosina negra, con vidrios blindados. La rubia suspiró y continuó su camino, siendo dirigida por Marion.
Ambas subieron al vehículo. Anna notó que, al ingresar, Yoh no era el único en el auto. Conversaba alegremente con un chico de cabello verde y ojos del mismo color. Habían dos guardaespaldas junto a cada puerta.
—Señorita Phauna —dijo el muchacho, sonriendo al ver a las recién llegadas. —Una belleza italiana que recibiré siempre gustoso.
—Lyserg Diethel y sus dulces palabrerías —contestó ella, extendiendo su blanca mano. Lyserg la cogió, besando su dorso caballerosamente.
—Y Anna Kyoyama —saludó él, sonriendo amablemente. —Un honor conocer a alguien de su clan finalmente.
Ante dicho comentario, Marion rio burlonamente. Yoh la miró, alzando una ceja fastidiado. Ella se calló inmediatamente, cruzando los brazos y las piernas, con la vista fija en la ventana.
Anna observó al muchacho de ojos verdes con seriedad. Percibió un discreto acento extranjero. Él la miraba con cordialidad. La misma cordialidad que el delincuente de Yoh demostraba en un principio. Cruzó los brazos, ni loca dejaba que ese tipo le diera un beso en la mano.
Yoh negó con la cabeza, y pasó un brazo detrás de los hombros de su acompañante.
—Anna, él es Lyserg Diethel —presentó, innecesariamente. Ella ya había oído su nombre— Es un buen amigo, claro, hasta que hablamos de negocios.
El chico de ojos verdes rio brevemente —Es un gusto, señorita. Yoh me informó antes de la situación, así que comprendo que todo esto se parece al cuento de Alicia en el País de las Maravillas para usted.
Anna soltó una risa irónica —Ojalá fuera el País de las Maravillas. Y no es necesaria tanta formalidad, Diethel. Cualquier amigo de mi captor es, por obligación, mi amigo.
Yoh y Lyserg intercambiaron miradas, sorprendidos.
—Tiene un carácter especial —comentó Lyserg, por lo bajo. —Ren no tendrá paciencia para lidiar con ella.
—¿Bromeas? —preguntó Yoh, mirando de reojo a la rubia— Le va a encantar.
Durante el trayecto, Lyserg e Yoh conversaban animadamente. A pesar de encontrarse en horas de la madrugada, hablaban emocionados. El castaño bostezaba ocasionalmente, y lucía un poco más agotado que el otro muchacho. De todas formas, mantenía una amplia sonrisa en su rostro. Marion intervenía en la conversación a veces, con oraciones cortas, sin dirigir en ningún momento la palabra a Anna.
—Ya llegamos —dijo Lyserg, cuando notó que la limosina se detenía frente a un gran antejardín. El grupo bajó del vehículo, vislumbrando una mansión típica japonesa frente a ellos— Bienvenidos a la base Diethel en Kioto.
Avanzaron bajo las estrellas hasta llegar al interior del lugar, siempre escoltados por personal de seguridad.
—¿No son de la compañía de los Tao, verdad? —preguntó divertido el Asakura, indicando con un dedo a los guardias.
—Claro que no. No investigan mucho a su personal —agregó el de ojos verdes, soltando una risa. Anna frunció el ceño. —Supongo que estarán cansados, Meene y Marco les enseñarán sus habitaciones.
—Muchas gracias, Lyserg —dijo Yoh, dándole una leve palmadita en la espalda— Siento haberte infortunado a esta hora.
—Hiciste mi noche más interesante —contestó el chico, despidiéndose con un gesto.
La mía también pensó Anna, frustrada. Habían hecho lo que querían con ella. Estaba a merced del idiota de Yoh, que más que un mafioso parecía un bueno para nada.
El Asakura la sacó de sus cavilaciones, ofreciéndole un brazo. La miró con esa expresión cálida propia de él. Al igual que todos los psicópatas, siempre tenían una personalidad encantadora. Tragó su orgullo y se sujetó del brazo de Yoh. Dos personas los guiaron a través del inmenso lugar. Si no fuera una víctima, Anna habría admirado la edificación y sus adornos. Estaría maravillada por esa inmensa mansión. Pero ahí estaba, sujetando el brazo de su captor, aguantando las ganas de golpearlo.
—La señorita Phauna puede quedarse en esta habitación —dijo el hombre rubio que los guiaba. —Su amiga, la señorita Mattise compartirá cuarto con usted.
—¿Matty ya está aquí? —preguntó Marion, sorprendida por primera vez desde que Anna la había visto. Parecía ser una persona seria, y no disfrazaba su disgusto por la Kyoyama. Anna suponía que la muchacha también trabajaba para Yoh, pero su actitud le indicaba que había algo más de por medio. —¿Está bien?
La puerta frente a la que estaban se abrió de golpe. Una pelirroja saltó a los brazos de la rubia de ojos verdes. —¡Mari! Al fin llegaron.
Yoh la miró con una media sonrisa —No puedo creer que tú y Horo hayan llegado antes que nosotros. Pensé que estarían aquí en una hora más, a lo menos.
—Será un idiota, pero sabe cómo manejar rápido —dijo la pelirroja, observando curiosa a Anna— ¿Esta es la Kyoyama? Su pelo es mucho más largo que el de la peluca que me entregaron.
—Has tenido peores disfraces actuando de señuelo —dijo Marion, enviando una mirada despectiva a la otra rubia.
—Es verdad —admitió Mattilda, encogiéndose de hombros —Fue un gusto hacerlo. Por mis jefes haría cualquier cosa —dijo, fingiendo una reverencia solemne.
—Me siento halagado, Matty —respondió Yoh, llevando una mano a su pecho, falsamente conmovido.
—Haríamos cualquier cosa por traer a Hao de vuelta —dijo la pelirroja, atrayendo a la rubia de ojos verdes con un brazo. —Si nos disculpan, ha sido una noche demasiado entretenida para mi gusto.
—Hemos tenido mejores —dijo Marion, cruzando los brazos —Buenas noches, jefe. Señorita Anna. —se despidió, casi entre dientes.
Cerraron la puerta, permitiendo a Yoh y a Anna continuar con el recorrido. Subieron un piso más arriba, en silencio.
—Esta será la habitación de la señorita Anna —dijo la muchacha que los guiaba, abriendo la puerta del cuarto. La rubia echó un vistazo al interior. A pesar de que la luz estuviese apagada, notaba que era una espléndida habitación. No importaba; no era su hogar.
—Gracias —respondió ella, sin muchos ánimos. Estaba agotada, más emocional que físicamente. Esperó poder descansar. Se soltó del brazo de Yoh, quien le habló a sus guías.
—¿Me permiten un momento con Anna? —preguntó él, ignorando la cara confundida de la rubia— No se preocupen, saldré en un minuto.
—Lo que usted pida, joven Asakura —contestó Marco, retrocediendo junto a Meene.
Los más jóvenes entraron a la habitación. Entre la oscuridad, Anna observó a su acompañante. Quería estar sola, pero su secuestrador no le daría esa satisfacción aún.
—¿Qué quieres? —le preguntó Anna, enfadada. Yoh cerró la puerta detrás de ellos.
—Estarás a salvo —le aseguró el castaño. —Aguanta hasta mañana, y todo saldrá bien.
—¿Ya es sábado? —preguntó la rubia— Oh, me gustaría saber tanto la hora y el día en el que estamos. Sería muy sencillo con mi teléfono, pero alguien me forzó a dejarlo en mi casa.
—¿Forzarte? —preguntó Yoh, riendo un poco mientras cruzaba los brazos. —Sólo fue una sugerencia. ¿Y por qué no tienes un reloj de muñeca? Creo haberte recomendado usar uno antes de dejar tu hogar.
—Lo perdí en la camioneta —dijo Anna, rememorando el desagradable incidente— ¿Recuerdas? Fue cuando me obligaste a bajar del auto, y me tomaste violentamente de los brazos, en contra de mi voluntad, mientras te pedía que me soltaras.
Él sacudió levemente su cabeza, mirando hacia el suelo. —Disculpa. No tenía intenciones de ser tan brusco, pero la situación ameritaba ser rápidos.
—¿Para lograr acabar con los pobres policías que nos perseguían? —preguntó ella, examinando el rostro del muchacho —¿Para utilizarme en tu trueque humano?
—Tienen a mi hermano —confesó Yoh, hablando con seriedad —Haré lo que sea para recuperarlo. Si te conviertes en daño colateral, puedo vivir con eso. Pero no puedo quedarme sentado mientras su vida corre peligro.
Anna rio, irónica —¿Eso es lo que soy? ¿Daño colateral?
La falta de luz en la habitación no era un problema para la rubia. Podía distinguir perfectamente las facciones de Yoh. Había vuelto esa expresión determinada en su semblante, pero sus ojos brillaban, demostrando trasparentemente el temor por la integridad de su hermano. A pesar de esto, sonrió satisfecho.
—Eres hermosa, y tienes una personalidad fuerte. —susurró él, aproximándose hacia ella con mesura. —Es triste que en poco tiempo serás una Tao. Tienes potencial.
—¿Ser una Asakura sería mejor? —preguntó Anna, sin darse cuenta que también caminaba hacia él. Su tono y su mirada eran desafiantes, pero sentía algo eléctrico al mirar fijamente a Yoh.
—Mucho mejor —contestó. La distancia era escasa entre ellos. Él observó los ojos de Anna, resplandecientes bajo la luz nocturna que se filtraba a través de las ventanas abiertas. Sus labios estaban entreabiertos. Sus mejillas levemente rosadas. Se atrevió a tocarla, llevando una mano hasta su mentón. Levantó su rostro levemente, contemplándola embriagado en su belleza. Ren tenía mucha suerte.
Por un momento, Anna olvidó a quien tenía frente a ella. Se había convertido en un simple muchacho. Uno atractivo, que la miraba como si fuera lo más preciado en el mundo. Permitió que la tocara, y lo vio examinar su rostro. Notó que su respiración se había vuelto más lenta. No podía negar que se sentía atraída hacia él. Yoh tenía una energía que transmitía confianza, y una calidez que no había visto en nadie más. Su rostro juvenil y su gentileza contrastaban con su verdadero ser. Era un criminal. Un psicópata. Alguien peligroso. Y eso la cautivaba aún más. Tenía que estar enferma al estar tan interesada en ese chico.
Quería verlo caer. Quería que sintiera el dolor de la traición.
Dio un paso más hacia él. Puso sus manos contra el pecho del castaño. Leyó en sus ojos deseo.
Caería tan fácil.
Anna se alzó levemente. Él dejó de sujetar su rostro, y puso sus dos manos en cada brazo de la rubia. Ella se estremeció ante el tacto. La piel cálida del castaño contra su piel descubierta y fría. Siguió acercando su rostro al de él, sintiendo su aliento. Era dulce, tentador, y con un deje de alcohol. Ella se alzó aún más, cerrando los ojos, rozando sus labios contra los del muchacho. Sin verlo, sintió sobre su boca a Yoh sonreír. La sujetó de los brazos con mayor firmeza, y dio un paso hacia atrás.
—No soy nuevo en esto, Anna —susurró él, inclinándose ligeramente para susurrarle al oído —Conozco esos trucos demasiado bien.
La piel de la rubia se erizó al sentir sus labios rozando el lóbulo de su oreja. Yoh retrocedió aun más, soltando los brazos de la rubia. Le dedicó media sonrisa —Que descanses.
Caminó hacia la salida. Anna lo observó en silencio, mientras desaparecía detrás de la puerta. Inspiró, y exhaló con una lentitud dolorosa. Tal vez le había salido el tiro por la culata.
Yoh cerró la puerta, y apoyó la espalda sobre ella. Había logrado contenerse, pero sus emociones lo traicionaban. Miró hacia el techo, cayendo lentamente al suelo. Agradeció a la oscuridad por haber ocultado sus mejillas rosadas en la habitación de la rubia. Cubrió su rostro con ambas manos. Sí, conocía muy bien cada truco en el libro. Eso no quería decir que fuese inmune.
—Ejem…—
Escuchó a alguien aclarar su garganta. Buscó al dueño de dicho ruido, y se sorprendió al ver que Ryu lo observaba divertido.
—La señorita Meene y Marco me dijeron que lo encontraría aquí. —el hombre miró al castaño, que lo observaba avergonzado desde el suelo.
—Deberíamos ir a descansar, Ryu. —dijo Yoh, levantándose del piso. La expresión curiosa de su acompañante no ayudaba a disimular su cara ruborizada. Se sacudió el pantalón, intentado que con esa acción el hombre distrajera la atención de su rostro.
—¿Por qué tan rojo, don Yoh? —preguntó el mayor, esbozando una sonrisa burlona. Se esforzó por no reír cuando notó que su joven jefe se sonrojaba aún más.
—Supongo que porque bebí alcohol —rio nervioso Yoh, sacudiendo su cabello. Ryu lo miró divertido.
—¿En la habitación de la señorita Anna?
Yoh lo miró sorprendido. Y suspiró, soltando otra risa. —No es lo que tú crees. —dijo, dándole una leve palmada en el brazo a Ryu— Buenas noches, amigo.
—Ay, don Yoh, ella está comprometida —dijo el hombre. Yoh se sintió sofocado. ¿Desde cuándo hacía tanto calor en Kioto? —No siga los pasos de su hermano. Si no fuera por sus malas decisiones, no estaríamos en esta situación.
El muchacho se rindió. Podía hacerse pasar por alguien duro con el resto del mundo, pero no podía ocultar sus sentimientos de la gente cercana a él.
—No pasa nada, Ryu. —insistió el castaño. —Sólo fui a tranquilizarla. Todo esto tiene que ser muy duro para ella.
—¿Y le fue a dar un besito de las buenas noches? —preguntó, haciendo una mueca con los labios.
Yoh rio con soltura y le dio un codazo a Ryu. —Nada de besos. Iré a mi alcoba.
—¿Siquiera sabe dónde está su habitación? —preguntó el de cabello negro, alzando una ceja.
El Asakura volvió a reír, y negó con la cabeza. —Me conoces muy bien.
Al llegar a su lugar de descanso, Yoh se lanzó sobre el colchón como si fuera suyo. Se sintió aliviado; todo estaba resultando según lo planeado. Pronto vería al idiota de Hao. Había cruzado demasiados límites durante esa misión, pero no dudaba en que su hermano habría hecho lo mismo que él.
Todo por haberse metido con la persona equivocada.
Recostado, miró la luna que se apreciaba desde la ventana. Pensó en Anna, y cómo toda su vida había dado un vuelco en un par de horas. Por lo que sabía, ella habría descubierto la verdad de todas formas. La iban a casar con Ren, era imposible prolongar la mentira en la que vivía por más tiempo. Pero, si no fuera por Yoh, esta información se le hubiese entregado de otra forma. Con su familia, en su hogar. Con alguna taza de té y postres de por medio. En un ambiente seguro. Sin traumas, sin muerte.
La familia Asakura siempre había insistido que sentirse culpable era un error. Tenía que aceptar las consecuencias de sus actos, aprender de ellas y avanzar, sin mirar atrás. Pero, por mucho que se esforzara, no podía hacerlo. Era humano, después de todo.
Le habían enseñado a luchar, a disparar, a matar, a engañar, a planear, incluso a torturar. Pero no le habían enseñado a dejar de sentir. Había gente que merecía sufrir, pero no Anna. Y ese sentimiento lo carcomía por dentro.
