¡Hooolaaa! He vuelto este maravilloso 12 de Mayo con un nuevo capítulo, y aprovecharé de enviar un saludo de cumpleaños a los hermanos Asakura jajaja También a todas mis colegas enfermeras que estén leyendo por ahí, ya que además se celebra el día de la Enfermería. Que Florence Nightingale bendiga sus corazones, y que Yoh y Hao les llenen el alma. Nada mejor que ser una enfermera y otaku de closet jajaja

Como siempre, muchísisisisimas gracias a cada lector. Aprecio enormemente el apoyo de cada uno. No los conozco, pero los quiero jajaja Les deseo una espléndida semana, ¡Besitos!


Capítulo 6: Amigable

Anna nunca había sido buena conteniéndose. En casa, todos sabían que lo mejor era no provocarla. Trataba de ser una chica ejemplar, pero era difícil cuando tenía ese carácter del demonio. Sus guardaespaldas solían aguantar cada uno de sus exabruptos, eran sus empleados, después de todo. Sin embargo, ya no se encontraba en ese lugar. Caminaba del brazo de Ren, en silencio, muy consciente de su propia respiración. Estaba rodeada de personas armadas en los pasillos, y, aunque sabía que no podían dañarla, no quería abusar de su suerte.

Por la poca información que había reunido, tenía que considerar a Ren como un aliado. Eso no significaba que la noticia de ser su prometida sin su consentimiento pasara desapercibida. Deseaba darle una bofetada a esa sonrisa tan confiada que el muchacho portaba con orgullo.

Quería convencerse de que eso era lo que más la irritaba, y no el hecho de que Yoh la hubiese dejado ir con tanta facilidad. Se había sentido como un objeto, intercambiada en un vil trueque humano. Pero debería satisfacerle que dicho intercambio la pusiera en manos de un amigo de su familia. Debería sentirse segura y aliviada de no tener que volver a involucrarse nunca más con su captor.

Recordó la mano del muchacho firme en su brazo antes de entregarla. Quería pensar que había dudado por unos segundos en hacerlo, y que no se le hizo tan sencillo deshacerse de ella.

Era una estupidez tener esos deseos tan infantiles.

Llegó frente a la habitación que Lyserg le había asignado durante su estadía en Kioto, y le indicó a Ren que abriera la puerta para entrar al cuarto.

Ambos ingresaron al lugar, poniéndole seguro a la entrada para que nadie pudiera interrumpir.

—Andas sin rodeos —comentó el Tao, al ver que la había llevado hasta una alcoba—. Me agrada que seas tan directa, pero no creo que sea apropiado hacerlo en este momento.

No era la primera vez que Anna invitaba a un chico a su habitación y este creía que su intención era tener sexo. ¿Acaso tenía cara de lujuriosa? Ignorando el enrojecer de sus mejillas, respondió molesta.

—Nada de eso, Tao —omitió el sonido de decepción emitido por su acompañante—. Escucha, necesito dejar las cosas claras contigo antes de que te hagas falsas ilusiones. En primer lugar, yo nunca accedí a casarme contigo.

—Qué divertido, primero esperaba un agradecimiento de parte tuya. —dijo él, sus ojos ambarinos fijos en la rubia—. Te conozco hace pocos minutos, pero ya sé que no tienes modales.

Anna cruzó los brazos. ¿Por qué debería darle las gracias? ¿Por haber permitido que Yoh se saliera con la suya? Negó con la cabeza. No había nada que agradecer.

—Para empezar, nunca me tuvieron que haber involucrado en esto.

—Agradécele a Yoh —le contestó, con esa sonrisa arrogante que parecía ser su marca personal—, él tuvo la genial idea de traerte hasta acá.

Ella rio, irónica. El Asakura tendría que pagar por toda la humillación por la que había pasado.

—Créeme, lo haré.

Ren estaba complacido ante la actitud arisca de la rubia. Al instante en que la conoció, vio esa mirada desafiante en ella y supo que sería cualquier cosa menos una chica sumisa. Si fuese la líder de un clan enemigo, podría ser vista como una amenaza, pero en dos meses estarían unidos de por vida. Después de ponerle el anillo se encargaría de afinar algunos detalles en ese carácter. Mientras lo obedeciera, no habría problemas.

—Dime, Anna —el chino parecía demasiado entretenido para el gusto de la rubia—. ¿Es verdad lo que se rumorea de ti? ¿Lograron mantenerte alejada todos estos años de lo que realmente eres?

—Yo sé quién soy —afirmó ella, tratando de no flaquear ante los comentarios del muchacho—. Tal vez mi familia haya mentido, pero eso no cambia el concepto que tengo sobre mí.

—Me decepciona que digas algo tan ingenuo —masculló, sin demostrar un ápice de lástima—. Querida, todo va a cambiar. Vas a tener que surgir desde las cenizas de tu antiguo yo, o simplemente no lograrás subsistir en este mundo.

Ella no quería aceptarlo, pero sabía que era cierto. No volvería a ser nunca la misma persona, no desde que Yoh Asakura se cruzó en su camino.

Aún con esa expresión impenetrable, Ren presionó suavemente el brazo de Anna, en un intento fallido de reconfortarla.

—Tus padres planeaban revelarte todo cuando retornaran desde su viaje, que hubiese sido dentro de pocos días —dio una media sonrisa—. Nunca tuviste elección. Ésta siempre fue tu vida, y tendrás que aprender a vivirla.

—Menos mal que eres un mafioso, y no un orador de charlas motivacionales —dijo ella, zarandeando el brazo para romper el contacto físico entre ellos.

—No eres la primera persona que me lo dice —admitió Ren, cruzando los brazos sobre su pecho, sin impresionarse ante la fiereza de la chica.

Anna lo examinó por breves segundos. El joven frente a ella estaba lleno de secretos. No quería pensar en qué actividades ilícitas se había visto involucrado. Lyserg le relató breves historias del clan Tao, pero tener a Ren frente a ella le daba un rostro al protagonista de esos cuentos de terror.

Ella inhaló, y enderezó su espalda.

—Voy a deshacer el compromiso acordado por nuestras familias —lo estaba decretando, sin cabida a reclamos.

—Yo tampoco estoy feliz de casarme contigo, pero es lo que más nos conviene —explicó él.

—¿Por qué es necesario que nos casemos? —preguntó ella, irritándose al ver a Ren poner los ojos en blanco condescendientemente—. Nuestras familias podrían hacer un pacto, firmar algún documento, estrechar las manos…—

—"¿Estrechar las manos?" Ay, pequeña Anna —llevó una mano a su rostro para cubrirlo, exasperado—. Esos pactos de buena fe funcionan sólo con gente bondadosa. Nada impide que nuestras familias quiebren una promesa hecha en el aire. Pero, con el matrimonio de dos herederos, nuestras casas se unirían en una sola. Crearíamos un lazo inquebrantable.

—Pero, si dos clanes se fusionan, ¿no quiere decir que…?

—Los dos clanes se convierten en un gran clan Tao. Los Kyoyama desaparecerán como tal, pero estarían resguardados siempre bajo mi protección.

Anna lo miró extrañada. Volverse parte de los Tao le revolvía el estómago, pero ya no estaba segura si su propio apellido era digno de presumir.

—¿Por qué mi familia querría hacer eso?

—Los Kyoyama han roto muchas promesas —dijo Ren, levantando una ceja como si le preguntasen algo obvio—. Ustedes tienen mucho dinero y son influyentes, pero sus enemigos son cada vez más abundantes. Si unimos a las dos familias, seremos imparables.

Si bien su última frase sonaba favorable, Ren parecía impacientarse. Masajeó su sien, agobiado de tener que dar tantas explicaciones. Parecía ser altanero, terco, e impaciente. Tenía un mal temperamento. Eso hizo a Anna darse cuenta de que eran similares, lo cual significaba que no se llevarían bien. Ese tipo de personalidad chocaba con otra semejante.

—Pues allá todos, pero yo no me casaré contigo.

El muchacho rio irónicamente.

—Aun velas por tus propios intereses antes que por tu familia —la miró con un aire de superioridad que comenzaba a desquiciarla—. El egoísmo es típico de alguien descubriendo que tiene poder de la nada. Espero que cuando te reúna con tus padres, te hagan ver la luz por fin.

—¿Y cuándo será eso? —preguntó ella, odiando la esperanza en su propia voz. Estaba molesta con sus familiares, pero sería espléndido ver alguna cara amistosa dentro de toda esa locura.

—Tal vez antes de lo que imaginas —contestó él, abriendo la puerta para irse—. Si me disculpas, me agotó tanta plática.

—¿A dónde crees que vas? —preguntó Anna, cruzando los brazos con enfado.

—Afuera —contestó, rodando los ojos —No seas impaciente, cariño. Tendremos toda una vida para charlar cuando estemos casados.

—Que simpático —susurró, dando media vuelta. Era otro imbécil más.

Anna no tardó en salir de la alcoba. Estar sola en ese espacio reducido la hacía perderse en pensamientos poco saludables para su sanidad mental. O lo que quedaba de ella. Necesitaba mantenerse en movimiento, y fijarse en la decoración de las paredes, en la ropa de los guardias, en el diseño del piso. Quería olvidar que su familia había obtenido su estatus de forma ilícita. Lo peor es que comenzaba a darse cuenta de que los Kyoyama tenían una mala reputación incluso entre los mafiosos. En pocas horas había oído varios comentarios despectivos en contra de su apellido. ¿Acaso su familia era tan despreciable?

Volvió a los jardines, el único lugar en su estadía en Kioto que le brindaba algo de paz. Se quitó esos ridículos tacones que Lyserg le había regalado y se sentó sobre el césped. Ya estaba atardeciendo. Cerró los ojos, concentrándose en la ligera brisa y en el sonido ambiental. Inspiró profundamente, llenando sus pulmones de aire.

Sintió los pasos de alguien acercándose, interrumpiendo su breve momento de armonía.

—¿Tan rápido te aburriste de Ren? —preguntó Yoh, sentándose junto a ella sobre el césped. Sonaba mucho más animado que la última vez que lo vio, fastidiándola bastante.

Anna pensó que tal vez era liberador para él haber recuperado a su gemelo, deshaciéndose de la carga que ella representaba.

—¿No deberías estar con tu hermano? —respondió, sin darle el gusto de dirigir su mirada a él. Sin embargo, su tono molesto pareció entretener a su acompañante.

—Creí que estarías feliz de ser libre por fin.

Anna rio con ironía. No sabía si el chico le hablaba con honestidad o si se estaba burlando de ella.

—Dime algo —la rubia miró al suelo. Había una florecilla pequeña en el césped, que fue el objetivo de su furia. Arrancaba sus pétalos a medida que hablaba —¿Realmente crees que soy libre? ¿Algún día seré libre? Porque siempre he estado presa. Primero mi familia, luego tú, ahora Ren.

El castaño pareció meditarlo, y se recostó sobre el césped, mirando las escasas y anaranjadas nubes que decoraban el cielo.

—Serás libre cuando logres empoderarte —dijo él, pensativo. Giró hasta encontrarse sobre su costado, y apoyó su cabeza en una mano—. Tienes que adueñarte de tu vida.

Ella negó con la cabeza. ¿En qué momento se había convertido en filósofo?

—Y tú, Yoh —habló ella, sus ojos miel fijándose en él— ¿Eres libre?

Lo meditó por unos segundos.

Era el segundo al mando de su clan. Había viajado por el mundo, descubriéndolo a una corta edad. Se había vuelto hábil, y con el tiempo había logrado sobreponerse a cualquier obstáculo. Tenía gente que daría la vida por él.

Sonrió.

—No. Pero algún día lo seré.

Anna puso los ojos en blanco. Estaba atrapada.

Al igual que Yoh, se recostó sobre el césped, en sentido contrario al de su acompañante. Las escasas nubes se movían con lentitud. Era una agradable tarde, pero no para compartirla con su secuestrador. Le llamó la atención que el castaño se decidiera quedarse con ella. Anna ya no era su rehén, ya no había ningún lazo de por medio que explicara su repentina compañía.

—¿Qué estás haciendo aquí, Yoh? —preguntó ella, aun contemplando el cielo.

—Despejo mi mente —contestó con simpleza, apoyando su espalda sobre el césped—. Han sido días muy ajetreados, pero ahora que Hao volvió podré relajarme un poco.

Por supuesto que había estado ocupado. Anna apostaría que secuestrarla no era la única misión criminal que el muchacho tenía en curso.

—¿Sueles hacer este tipo de cosas? —Anna levantó una ceja, aun sabiendo que Yoh no podía ver su rostro— Secuestrar, matar, hacer trueques humanos…

—Todo el tiempo… —contestó el castaño, denotando claramente fastidio.

La rubia entrecerró los ojos ante esa falta de entusiasmo —¿Acaso no te gusta? Pensé que eras algo así como El Padrino.

Esperó alguna respuesta, pero a cambio lo escuchó reír. Primero despacio, pero cada vez pareció más divertido. Anna rodó los ojos. No era su intención ser chistosa. Cuando Yoh por fin se detuvo, le dijo con gracia —Algo me dice que ni siquiera has visto esa película.

Ella sintió sus mejillas enrojecerse. No, no la había visto. Pero él no tendría por qué saberlo.

Yoh alzó levemente su cuerpo, apoyándose sobre sus codos.

—Este estilo de vida es muy agotador —explicó él, dando una media sonrisa—. Tienes que cumplir constantemente con las expectativas de tu familia. Además, para mantener los negocios a flote debes trabajar todo el tiempo.

Anna descansó sobre un codo, mirando a su indeseado acompañante. Había vuelto en él esa expresión afable que tenía cuando lo conoció. Un simple chico tratando de sobrevivir en ese loco mundo. La gran diferencia es que ella no volvería a bajar la guardia.

—Hablas como si fuera algo tan natural —dijo ella, viendo a Yoh encoger los hombros levemente.

—Lo es para mí —contestó, mirando al anaranjado cielo cada vez más oscuro— Es como vivo. Aunque sé que está mal, no tengo elección. Es un deber.

—Siempre hay elección —la rubia lo observó, juntando el entrecejo. ¿Cómo era posible que alguien tan joven se resignara a ese tipo de vida?

Si fuese otro chico, la rubia sentiría compasión. Pero ella había evidenciado de lo que Yoh era capaz. Si bien tenía alguna conexión absurda entre ambos, él merecía recibir las consecuencias de cada uno de sus actos.

—Todavía no lo entiendes —dijo él, enternecido como si le hablara a una niña pequeña—. No te habrás dado cuenta y estarás correteando por ahí, persiguiendo a algún rival con una pistola.

Anna podía imaginarlo. Ella persiguiendo a Yoh, tratando de dispararle y hacerlo pagar por su secuestro. Era una fantasía, porque no era ese tipo de persona.

Al menos no todavía.

Ella lo miró con curiosidad —¿Qué es lo peor que te ha tocado hacer?

Notó que la sonrisa de Yoh se mantenía, pero la felicidad se convirtió gradualmente en melancolía. Algo en ella se arrepintió de haber preguntado, rogando internamente que él no le contestara. La miró con una honestidad abrumadora.

—Aún no lo he hecho.

Antes de que Anna pudiese indagar más, escucharon los pasos de alguien aproximándose. Era Meene, que hizo una pequeña reverencia frente a ellos, su rostro levemente avergonzado.

—Disculpen por interrumpir su conversación—dijo ella, con una sonrisa afable como de costumbre—. La cena está servida. El joven Lyserg los espera en el comedor principal.

—Muchas gracias, Meene —contestó Yoh, levantándose del suelo. Sacudió su pantalón, y le extendió una mano a la rubia.

Anna lo miró escéptica, y él rio, poniendo los ojos en blanco.

—¿Ahora no me quieres dar la mano? —preguntó divertido—. Pensé que éramos más íntimos que eso.

La rubia vio a Meene tensar su cuerpo, dando media vuelta apresuradamente para dejarlos solos. Perfecto, la mujer pensaría que eran amantes o algo por el estilo. Anna bufó y alejó la mano del Asakura con disgusto.

—Te crees tan simpático —dijo ella, parándose sin la ayuda del castaño.

—Perdón, no quería faltarle el respeto a la futura señora Tao —contestó, contemplándola arreglar su vestido.

Anna lo miró con seriedad. Él sonrió y negó con la cabeza. Si instinto le decía que no era sabio seguir molestando a la rubia. Puso ambas manos en los bolsillos de sus pantalones y, sin decir nada más, inició su caminata hacia el interior de la casa.

Ella lo observó irse, y suspiró. Estar con Yoh la hacía sentir de una manera extraña, como si él fuese alguien cercano o un viejo amigo. Era una completa locura. Tal vez tenía ese efecto en todos; por eso su tío lo había contratado para cuidarla y se había visto tan conforme con su decisión. Por eso ella misma no dudó en darle toda su confianza al muchacho, esa fatídica noche en que la secuestró.

Quería odiarlo. Quería que sufriera por haberse burlado de ella. Todo sería mucho menos complicado y era más lógico que sentir simpatía por él.

En medio de sus reflexiones, Anna sintió su estómago rugir. Un poco de comida no le haría mal, pero tendría que compartir nuevamente con esos delincuentes. Pensó en Ryu, en Lyserg, y en el mismo Yoh. Meene, Marco. Incluso esa chica pelirroja, Matty. Habían sido amables con ella, pero sabía que detrás de sus máscaras cordiales eran monstruos.

Tendría que aguantar un poco más con ellos. Si lo que Ren dijo era cierto, estaría en un abrir y cerrar de ojos con su familia.

Anna no requirió indicaciones para llegar al comedor en donde cenarían. Durante la mañana se había dedicado a explorar la mansión, en un principio acompañada por Lyserg y después por cuenta propia. Al llegar esperaba ver al Asakura y a Diethel conversando animadamente, sentados juntos frente a la mesa. Sin embargo, su sorpresa fue imposible de ocultar cuando vio a Ren acompañándolos. A diferencia del resto de los presentes, no parecía tan contento, pero participaba en el diálogo de los muchachos como si fuese una cena familiar.

El heredero Tao observó a su prometida detenida en bajo el umbral de la puerta, y se levantó de su puesto, indicándole un espacio disponible a su lado para que ella se sentara junto a él. Anna caminó hacia el joven, esperando alguna explicación ante tal inverosímil escena.

—Anna, querida —dijo Lyserg, fijándose en su rostro confundido—. ¿Qué pasa? ¿No te gusta la comida mediterránea?

—¿Por qué esa cara? —preguntó Yoh, cogiendo un trozo de pan desde uno de los múltiples platillos de comida servidos—. Ryu ayudó en la cocina, así que doy fe de que todo estará delicioso.

Ren arqueó una ceja —Como si tu palabra valiera algo, Asakura.

—Vale más que la tuya —contestó el aludido, aún con comida en la boca. El párpado de Lyserg comenzó a temblar, apenas notorio.

El chinó suspiró molesto. La rubia se sentó a su lado, y lo observó, forzándose a sí misma a quitar esa expresión extrañada de su cara.

—¿Suelen cenar con sus rivales? —interrogó ella, disfrazando la ingenuidad en su pregunta el tono más indiferente que logró emitir.

—Siempre —admitió Ren, mientras uno de los empleados se acercaba a ofrecerle vino. Él negó alzando la mano, y el hombre hizo la misma oferta a Anna.

—No bebo alcohol, gracias —dijo ella, su voz desinteresada.

—¡Ay, que ternurita! —se escuchó la voz de Horo, que se encontraba en la esquina de la habitación. Portaba un arma sin discreción alguna.

Yoh lo miró sobre su hombro y sonrió, mientras que el heredero de los Tao no pareció tan feliz con la presencia del chico.

—Yoh —habló él, bebiendo un sorbo de vino—. ¿Serías tan amable de decirle a tu amiguito que sólo los líderes de los clanes podemos cenar aquí?

—El jefe Hao me dijo que me quedara haciendo guardia —respondió contento el muchacho de cabello celeste—. Me ordenó reportarle cualquier comentario desagradable que hagan en su ausencia, así que lo siento, Gran Ren Tao, pero tengo que obedecer a mi líder.

El chino puso los ojos en blanco. Por supuesto Hao tendría a un soplón siguiéndolo. Y claro que había elegido a Horokeu Usui, el empleado de los Asakura que más lo desquiciaba.

—Lo siento, Ren —dijo Yoh, encogiéndose de hombros—. No puedo ir en contra de las órdenes de mi hermano.

—Vamos —Lyserg sonrió compasivamente cuando vio al chino suspirar exhausto—. La compañía de Horokeu es muy grata.

—Habla por ti —masculló el de ojos ámbar, rebanando la comida del plato que le habían servido.

Anna buscaba concentrarse en la comida, pero la conversación del resto de las personas que la rodeaba era un gran distractor. Si no fuera por sus elegantes vestimentas, cualquiera que los viera pensaría que eran un grupo de chicos comunes y corrientes, disfrutando de una deliciosa cena. Quién creería que se trataba de los herederos de poderosos clanes delictuales.

—Espléndido —susurró Anna, mirando con amargura el vaso de agua frente a ella— Mi primera cena con una banda de criminales.

—¿De qué hablas? —preguntó Ren—. Toda tu vida has cenado con criminales.

La rabia en la mirada de Anna fue suficiente para saber que no estaba conforme con dicho comentario. Vio que Yoh le dedicaba una sonrisa apenada, aumentando aún más su enojo. Cómo si ser parte de su familia fuera algo terrible.

—Pensar que Yoh tuvo el descaro de engañar al Doctor —dijo Lyserg, mirando de reojo al Asakura.

Anna no entendió esa acotación, fuera de contexto para ella.

—¿Quién es "el Doctor"? —preguntó, volteando a ver a Ren que sonreía con gracia.

—"¿Quién es El Doctor"? —citó el de ojos ámbar, burlonamente.

Qué atrevimiento. Anna lo fulminó con la mirada, y hubiese jurado que el chico se había asustado, pero no logró comprobarlo, debido a que él desvió los ojos rápidamente hacia otro lugar.

Yoh pasó una mano por su desordenado cabello suelto, y bebió un sorbo de jugo. Cuando terminó, él y Lyserg intercambiaron miradas preocupadas. La rubia no entendía por qué tanto drama, hasta que su captor decidió explicarle.

—Es Fausto, tu tío —aclaró el castaño, pasando el dedo índice por el borde de su vaso de cristal. Prefería jugar con la cristalería antes de tener que tocar ese tema con la rubia.

En medio de la explicación, Hao apareció campante. Su cabello castaño y húmedo estaba peinado en una coleta. Vestía con una camisa negra de mangas largas, al parecer una talla más ajustada de lo necesario. Usaba pantalones oscuros y zapatos a juego. Era difícil asociarlo al mismo chico maltratado que Anna vio por primera vez, a excepción de su brillante sonrisa.

—¿Disfrutando la vista? —le preguntó juguetonamente a Anna, quien lo miraba fijamente.

Ren rodó los ojos

—Lo que faltaba —susurró, bebiendo un generoso sorbo de vino.

El recién llegado se sentó junto a su hermano. Inmediatamente comenzó a llenar su plato de comida, y asintió feliz cuando uno de los empleados le ofreció una bebida alcohólica. Se desenvolvía con mucha comodidad, como si ese lugar fuera su casa.

—Por fin, comida decente —comentó, observando por el rabillo de ojo al chino—. Muy distinta a esa porquería que me lanzaban cada día en tu calabozo.

—Agradece que te alimentamos —gruñó Ren, masajeando su sien suavemente. Tuvo que haberlo matado el primer día que llegó a su poder, pero no sería sensato iniciar una guerra con los Asakura en ese momento. No sin haber sellado su alianza con los Kyoyama.

—Muchas gracias, Ren —contestó irónico Hao, apoyando su mentón sobre su mano—. En serio, fuiste tan considerado. Me diste alojamiento, comida, a tu herma… ¡AUCH! ¿Qué te pasa, imbécil?

Yoh lo pellizcó por debajo de la mesa, su sonrisa gentil intacta.

—Tantas lecciones, pero nunca aprendiste a quedarte callado —le dijo su gemelo entre dientes, aun sonriendo.

—Te voy a enseñar a respetarme, mocoso —masculló, al igual que su hermano, sonriendo amablemente.

El inglés observó a los hermanos sin sorprenderse. —Algunas cosas nunca cambian.

—Lamentablemente —susurró Ren, sin quitarle la vista al mayor de los Asakura.

Anna notó que el cuerpo del muchacho se había tensado, y parecía lógico. Si la rubia creía que Yoh tenía actitudes descaradas, su gemelo era algo de otro mundo. Hao provocaba deliberadamente al Tao, como si se tratara de un máximo entretenimiento para él. Recordó cómo se vanagloriaba de haber estado con su hermana del chino, incluso creyendo que iba a ser ejecutado. La rubia se preguntó si tendría la misma actitud si no estuviese protegido temporalmente, pero algo en esos ojos pícaros le daba una respuesta clara.

—Usui —llamó Hao, chasqueando los dedos. El de cabello celeste pareció maldecir en voz baja, sin embargo, caminó servicial hasta su líder.

—Dígame, señor.

—¿Alguno de estos caballeros ha dicho algo interesante sobre mí?

Yoh puso los ojos en blanco. Sabía que su hermano asignaba ese tipo de tareas inútiles a su gente únicamente para recordarles quién estaba a cargo.

—Nada, jefe.

—Buen chico —le dijo, dándole una palmada en la espalda—. Ya puedes ir a holgazanear.

Horo asintió con una falsa sonrisa, y miró a Yoh suplicante. La compasión del segundo al mando en su rostro valía mil palabras. El chico se retiró, mirando sobre su hombro cuando se sintió observado por el Tao, cuyos ojos lo seguían burlonamente.

Lyserg limpió sus labios con una servilleta de tela, e interrumpió el silencio momentáneo, tratando de retomar el tema que estaban hablando antes de que el mayor de los Asakura apareciera.

—Hao, le explicábamos a Anna quién es el Doctor.

El aludido dio una media sonrisa, y dirigió su maliciosa mirada a la rubia.

—Por supuesto que no lo sabrías —comentó, bebiendo del vaso de su gemelo, quien suspiró y rodó los ojos—. Si los tuyos querían jugar a la familia perfecta, esa historia no tenía lugar en su fantástica vida.

—Fausto era muy conocido en Alemania, años atrás —explicó el de ojos dorados, con una fascinación en su voz que sembró en la rubia un mal presentimiento—. Cuando sus negocios no salían bien, o no llegaba a un acuerdo, les ofrecía cirugías gratis a sus rivales. Él mismo las hacía.

Eso era ridículo. Anna conocía a sus tíos muy bien. Excepto por la parte de la mafia, claro. Fausto era un hombre de negocios, no un médico. Su título en Economía adornaba la pared de su oficina, junto a muchos otros diplomas. ¿Cómo iba a estar operando a gente? Encima, enemigos. Era absurdo.

—No tiene sentido —dijo ella, con escepticismo—. Fausto no estudió medicina. No es ningún doctor.

—Ese es el punto —contestó Hao, apoyando con una mano su mentón—. Con su nulo conocimiento al respecto, él mismo se encargaba de extraer los órganos de sus opositores. Primero tenía a un cirujano para hacerlo, y vendían los riñones, hígados… todas esas porquerías que pillas en el mercado negro. Después se dedicó a hacerlo él mismo, por diversión. Jugaba al "Operando" con gente de verdad. Sin anestesia. Claro que dejaba inutilizable todo lo que sacaba, así que dejó de ven…—

Anna sabía que el Asakura seguía hablando, pero las palabras se transformaron en un ruido que no lograba comprender. Estaba consciente de que todos la estaban observando, esperando que el horror que la reinaba se reflejara en su rostro. Las ganas de vomitar no tardaron en aparecer, y el aroma de la comida frente a ella no ayudaba a reducir las náuseas. Tenían que estar equivocados. Su tío nunca haría algo así.

Yoh la miró a través de su vaso de cristal. Notó que su tez blanca empalidecía cada vez más. Le dio un codazo a su gemelo para que se callara, y lo escuchó insultarlo, pero no lo tomó en cuenta. Frente a él se encontraba Anna Kyoyama, la única heredera de su familia. Su realidad se había convertido en una pesadilla viviente. Una cosa era descubrir que su fortuna se obtuvo por medio de actos ilícitos, pero asimilar que el gentil Fausto era un torturador famoso en su país de origen estaba en otro nivel.

La vio llevar un vaso de agua a sus labios, evitando cualquier contacto visual con el resto del grupo.

Tal vez tanta presión la haría enloquecer. Se sumiría en una ansiedad o en alguna depresión que la llevaría a acabar con su propia vida, facilitándole mucho las cosas a Yoh. Él sonrió ante tan estúpido delirio. Por lo poco que conocía a Anna, sabía que no se rendiría fácilmente. Era más fuerte de lo que aparentaba, aprendía rápido y era una luchadora.

Observó a la rubia vaciar el vaso, dejándolo sobre la mesa con una perfecta cara de indiferencia. Estaba hecha para el juego.

La puerta del comedor se abrió de golpe, llamando la atención de los presentes. Voltearon a ver a Horokeu, que regresaba a la habitación con paso apresurado y energía nerviosa. Era evidente que no traía buenas noticias consigo. Antes de que Lyserg lo reprochara por entrar de esa forma tan grosera, el chico habló con voz temblorosa.

—Jefes —enderezó su postura, intentando fallidamente de parecer más tranquilo—. Necesito informarles algo.

Hao alzó una ceja, y miró a Yoh desinteresadamente —Encárgate.

—Sería mejor si vienen los dos conmigo —sugirió urgente el de cabello celeste.

Como un espejo, los gemelos intercambiaron miradas curiosas y se levantaron al mismo tiempo, desapareciendo junto a Horo mientras Hao maldecía en voz baja. Apenas cerraron la puerta detrás de ellos, el inglés suspiró exasperado.

—Sí, adelante —susurró Lyserg—. No es necesario que se excusen.

Ren lo miró divertido —¿En serio esperas modales de un Asakura?

—Soy británico, ser educado está en mi sangre.

El chino puso los ojos en blanco, y sujetó su copa de vino satisfecho, una sonrisa ladina esbozándose en su rostro —Creo que ya les dieron la noticia.

Los ojos verdes del inglés se posaron sobre él. Ver a Ren tan feliz siempre le causaba escalofríos —¿Qué noticia?

—Ya vas a ver a tu familia, Anna.

La sonrisa del chino se amplió, y le tomó la mano a la rubia. Anna no se inmutó ante el significado de sus palabras ni ante ese indeseado tacto. Después de la terrible impresión por la que había pasado, volvía a la realidad gradualmente, intentando de conectarse a lo que ocurría a su alrededor. Lucía serena, pero había un huracán en su interior imposible de dominar.

Lyserg enarcó una ceja —¿Qué hiciste, Ren?

La puerta se abrió nuevamente, revelando a los gemelos Asakura. Caminaron hasta llegar a la mesa de los comensales, sin sentarse. Se detuvieron frente a ellos, en silencio. El buen ánimo que caracterizaba a ambos parecía haberse quedado fuera de la habitación. A simple vista los dos lucían calmados, pero la tensión era perceptible en sus miradas. Hao parecía estar inmerso en sus propios pensamientos. Sus ojos marrones viajaban rápidamente de un lado a otro, como si estuviese eligiendo entre una infinidad de opciones dentro de su cabeza. Por otra parte, la vista del menor se fijó en su antiguo amigo.

—Le dijiste a los Kyoyama que estábamos aquí —Yoh cruzó los brazos, esperando la respuesta del Tao.

Anna abrió los ojos, sorprendida. Su apellido resonó en su mente. De eso se trataba; su familia llegaría finalmente a buscarla. Notó que sus latidos se aceleraban, y su corazón golpeteaba agitado contra su pecho. Deseaba con pasión que ese efecto se debiera a la alegría de reunirse con sus padres y con sus tíos. Había anhelado volver a estar con ellos, todos juntos en su hogar. Sin embargo, era complicado mentirse a sí misma. Angustia. Incertidumbre. Ira. Repulsión. ¿Cómo podría verlos a la cara, ahora que conocía su lado vil y oscuro?

Miró a Ren, que por el contrario estaba dichoso.

—No ocultaría esa información a mis aliados más importantes —respondió él, reclinándose sobre su asiento—. Mucho menos si voy a casarme con su hija.

Yoh negó con la cabeza, una amarga sonrisa formándose en su rostro. No le asombraba que Ren buscara tener el control absoluto de la situación. Si bien había un respeto mutuo por su antigua relación, eso no significaba que las cosas fueran más sencillas entre ellos. Le había perdonado la vida a su hermano; no existirían más beneficios. Miró a su gemelo, cuyos ojos calculadores estaban puestos sobre su antiguo captor.

—¿Están cerca? —preguntó Lyserg, después de echarle un vistazo con reproche al chino.

—Estarán aquí en unos diez minutos —contestó el menor de los Asakura, dirigiendo una sonrisa cínica a su antiguo amigo.

—Estupendo —Ren presionó suavemente la mano de la rubia—. Te lo dije, Anna. Verás a tu familia antes de lo presupuestado.

Permanecía muda, sin siquiera pretender alegría. El reencuentro soñado entre hija y criminales no le causaba tanta felicidad como añoraba. Alzó la mirada, notando que Yoh la miraba por el rabillo del ojo. Él desvió la vista a su gemelo, llevando una mano a su hombro.

—Hao —le dijo a su hermano, quien no había hablado desde su regreso al comedor—. Tenemos a Horo y a Ryu. Son nuestros mejores conductores, podemos…—

—No iremos a ningún lado, hermanito —contestó el mayor, abrazándolo por los hombros. Parecía haber resuelto satisfactoriamente el puzle que se encontraba armando en su cabeza, mostrándose calmado frente al escenario desfavorable—. Siempre pides que me relaje, así que no entres en pánico.

—Estoy tranquilo —aclaró Yoh, notando la sonrisa burlona de Hao—. Pero sabes que los Kyoyama no respetan el territorio neutro. Nada los detendrá si quieren atravesarnos el cráneo con una bala.

Anna escuchó esa acotación y rio internamente. Había recolectado cada detalle en su memoria, comprobando la mala fama que los Kyoyama tenían en el bajo mundo. Deseaba que todo fuera una pesadilla.

—Entonces, acompáñame —continuó Hao, sentándose tranquilamente en el puesto que había ocupado previamente—. Aún no hemos probamos el postre.

Lyserg se mantenía en silencio, contemplando al líder de los Asakura demostrar que ya había planeado su jugada. Observó a Ren, que bebía otro sorbo de vino. Estaban expectantes frente a la futura movida de Hao. Como jefe de su clan, solía actuar de forma misteriosa e impredecible. Si lucía tan confiado, era porque en su mente ya había ganado.

Yoh imitó a su hermano, y se sentó junto a él. Conocía demasiado bien a su gemelo, y sólo podía adivinar qué era lo que pasaba por esa mente maquiavélica suya. Al igual que Hao, Yoh había pensado en distintas alternativas, pero era el mayor finalmente quien decidiría el curso de sus acciones. No haría preguntas; confiaría en él ciegamente, como siempre.

—Me alegra que prefieras quedarte —dijo Yoh, dejando su peso caer contra el respaldo de su silla—. No me haría mal un trozo de pastel.

—Muero por compartir el mejor plato con los Kyoyama —respondió Hao, bebiendo lo que quedaba en su copa—. Que alguien nos traiga una tarta, por favor. La cena se pondrá muy interesante.