¡Hola gente linda! Mil disculpas por la tardanza. He tenido mucho tiempo libre, pero han sido días difíciles... peleas familiares, me quemé haciendo churros jaja, he estado enferma y hoy fui a la urgencia por un dolor horrible de muelas... En fin, no ha sido mi mejor mes jajaja Como sea, gracias a cada uno de ustedes por leer y por sus maravillosos comentarios. Los adoroooo y les envío toda mi energía para que tengan más suerte que yo este último tiempo jajaja Les haré spoiler innecesario y sí, en este capítulo aparece parte de la familia de Anna. Sé que su árbol genealógico parecerá extraño en este momento, pero se aclarará más adelante. Saludos a todos! Cuídense mucho!

pd. Posiblemente actualizaré el capítulo 8 esta semana!

pd.2 Si tienen recetas de churros que no exploten con el aceite, bienvenidas sean

pd.3 De hecho, cualquier receta de comida será bien recibida

pd.4 Ok, suficiente jajaja


Capítulo 7: Reunión

Como Hao había pedido, el postre no tardó en llegar. Los alimentos en la mesa eran la pesadilla de cualquier nutricionista; pasteles, tartas y dulces de todo tipo decoraban la superficie de madera. Era todo un espectáculo sensorial; una maravilla para los ojos y un deleite por su delicioso aroma. El mayor de los Asakura sonrió satisfecho ante el festín, indicando con un gesto para que le sirvieran un trozo de kuchen.

—Estos me recuerdan a ese fatídico viaje a Alemania —mencionó él, mientras uno de los miembros de la servidumbre cortaba una rebanada y la dejaba en su plato.

—Yo quiero un trozo de lo mismo, gracias —avisó Yoh, sonriendo ante el comentario de su hermano—. Te dije que Berlín era una pésima idea, pero nunca me escuchas.

Irónicamente, Hao pareció ignorar nuevamente a su gemelo. La mirada del mayor estaba fija en Anna, que lo observaba con el ceño fruncido.

—Come algo, Kyoyama —le sugirió, señalando con la mano la comida sobre la mesa—. Nuestro Lyserg se esfuerza por darle una buena cena a sus invitados y tú lo menosprecias de esa forma.

El muchacho de ojos verdes soltó un largo suspiro. Tanto él como el resto de los presentes no entendían el aparente relajo de los Asakura. Tal vez intentaban disfrutar su última cena en armonía.

—Descuida, querida. —dijo por lo bajo el inglés, su gentil sonrisa intentado de ocultar la ansiedad que comenzaba a sentir— Yo también he perdido el apetito.

—¿Estás molesto porque no te avisé que vendrían los Kyoyama? —preguntó burlón Ren, su sonrisa arrogante y satisfecha notoria como nunca—. Será una visita corta, no será necesario que los atiendas, Lyserg.

El inglés arqueó una ceja ante dicho comentario, pero prefirió no responder.

Anna no tenía idea de qué esperar. Tendría que ser estúpida para no darse cuenta de que la llegada de su familia sería un evento poco placentero. Bueno, al menos Ren parecía contento frente a lo que se avecinaba, aunque eso la inquietaba aún más.

La falsa calma en el comedor terminó cuando un estruendoso ruido se escuchó desde otra parte del palacio. Innumerables pasos acelerados podían oírse, junto con voces agitadas y golpes de desconocida procedencia. La servidumbre que se encontraba junto a los jóvenes herederos detuvo sus labores de golpe, observando asustados en dirección a Lyserg. El muchacho se levantó de su lugar, susurrando una disculpa a sus invitados.

—Supongo que iré a recibir a los recién llegados.

Dejó doblada una servilleta de tela frente al espacio que había ocupado, dirigiéndose hacia la puerta del comedor. Junto a ella, Marco había aparecido, tenso como pocos lo habían visto.

—Joven Diethel, Luchist y yo lo cubriremos en la primera planta. El resto se encontrará en…—

Lyserg alzó la mano, interrumpiendo al rubio que lo miró con seriedad.

—Gracias Marco, pero no será necesario —su mano en el aire descansó sobre el hombro de Marco, que soltó el aire contenido en sus pulmones con dificultad—. Después de todo, no es mi cabeza la que desean.

Esta última frase, la dijo observando directamente a Yoh. El Asakura negó con la cabeza, levantando una copa con licor en su interior, sonriendo relajado.

—He salido de peores situaciones —comentó, bebiendo un sorbo de líquido.

—No sé de qué hablas —susurró Hao, mordiendo su labio inferior—, pero me gusta tu optimismo.

—Tú insististe en que nos quedáramos —recordó Yoh en el mismo tono, sus ojos marrones posándose en los de su hermano—. Si muero, tendrás que explicárselo a mamá.

—Deja el drama para otro día —el hermano mayor llevo un pedazo de kuchen a su boca, tragándolo sin apenas masticar—. Confía en mí.

Yoh puso los ojos en blanco. Confiar en él era lo que siempre hacía, independiente del resultado de las manías de su gemelo.

La puerta se abrió de una patada, provocando que los presentes miraran en su dirección. Un hombre alto y rubio, de cabellera larga y barba cuidadosamente mantenida, apuntaba al aire con una pistola en cada mano.

—¿DÓNDE ESTÁ MI HIJA?

Sus ojos buscaron frenéticos entre quienes se encontraban sentados en la mesa, posándose furiosos momentáneamente sobre el rostro de Yoh.

—¿Padre? —preguntó la rubia, levantándose de su puesto al observar esa extraña escena.

Su padre, Hans Reiheit-Kyoyama. Había adquirido su apellido japonés al desposar a la madre de Anna, pero era de nacionalidad alemana, como su hermana, Eliza. Un adinerado y elegante hombre, conocedor de cada continente gracias a la riqueza obtenida a través del esfuerzo de los miembros de su familia. O eso pensaba Anna, hasta que pudo confirmar que todas las historias eran ciertas. Su traje blanco, salpicado con pequeñas gotas de sangre y sus manos cubiertas con guantes negros de cuero, empuñando armas de fuego.

—Sentada —ordenó Hao, su voz grave y su mirada clavada en el recién llegado.

El hombre lo apuntó con el arma, haciendo que el Asakura riera sonoramente.

—Si quieres dispararme, hazlo antes de que mate a tu hija —sus ojos viajaron por un momento hacia su mano, la cual estaba debajo de la mesa. El rubio notó que el joven apuntaba con un arma a Anna, mientras que con la otra mano llevaba otro trozo de postre hacia su boca—. Un gusto, Kyoyama. Ahora, dile a la niña que se siente.

—Ya basta —ordenó Ren, alzándose molesto—. ¿La secuestran y se creen con la facultad de jugar con su vida nuevamente?

El chino sacó de su bolsillo un revólver, pero Hao sólo rio divertido.

—Yoh.

En un par de segundos, el menor de los gemelos atravesó la mesa por debajo, apareciendo detrás de Ren, sujetando una navaja contra su cuello. Ren abrió los ojos sorprendido, conteniendo la respiración al sentir el frío del metal contra su garganta. Maldijo internamente, cuando notó que su revólver ya no estaba en su mano.

—Te has vuelto rápido, Asakura —siseó, intentando de mirarlo por el rabillo del ojo.

Yoh sujetó aún más firme el arma, apoyando su mentón sobre el hombro de su antiguo amigo.

—Lo siento, Ren —susurró, sin un ápice de lástima en su voz— Pero sugiero que le digas a tu suegro que obedezca— agregó, apuntando con el revólver del chino al rubio.

Tanto Ren como Hans intercambiaron miradas, intentando decidir cuáles serían los pasos a seguir.

—Baja las pistolas —repitió Hao, alzando una ceja—. Y siéntate junto a Anna, que de seguro tiene mucho que contarte.

Los ojos del hombre se fijaron en su hija, que se mantenía inmóvil sabiendo que el mayor de los Asakura aún la amenazaba con su arma. Antes de poder actuar, Lyserg volvió a entrar al comedor. Acompañado de Marco y de un hombre de cabello corto y negro, seguidos por Fausto esposado, que lucía igual de rabioso que su familiar. Sin embargo, parecía estarse forzando a normalizar sus respiraciones, conteniendo sus emociones mientras era apuntado detrás de la cabeza con una pistola. El gentil Ryu estaba encargado de esa labor, nada feliz al respecto.

—Caballeros, detengan esta idiotez —pidió el inglés, cruzando los brazos sobre su pecho—. Este palacio es territorio neutro y no puede haber ataques entre clanes. Si disparan, consideraré que le están declarando guerra a mi clan, y nadie desea ofenderme de esa forma.

Hans volteó a ver a Lyserg, soltando una risa irónica.

—Los Diethel me declararon la guerra cuando decidieron tomar parte del secuestro de mi hija.

El de ojos verdes negó con la cabeza.

—Lamento que lo veas de esa forma, pero yo no soy de ningún partido —soltó un suspiro, y luego observó a Fausto—. Puedes ir junto a tu sobrina, pero no intentes nada, por favor. O Luchist tendrá que hacerse cargo, y la alfombra es muy cara como para arruinarla con tu sangre.

—Pretendes ser tan correcto —masculló el "Doctor", el peligro palpable en su voz—, cuando eres tú quien me amenaza y me puso los grilletes.

—Los Kyoyama tienen una reputación —explicó Lyserg, atreviéndose a sujetar el brazo del rubio esposado tratando de reconfortarlo—. No puedo correr riesgos, menos cuando llegaron con una tropa de asesinos junto a ustedes.

—Vamos —animó Hao, señalando la mesa con comida—. Yo sólo quiero compartir el postre con los Kyoyama.

Hans bajó sus pistolas de mala gana, bufando molesto al guardar las armas en su vestimenta.

—Fausto —llamó, haciendo que el aludido lo observara— Demostremos a estos salvajes lo civilizados que somos.

El hombre asintió, girando la cabeza hasta quedar frente a Ryu, que aún lo apuntaba con una pistola.

—Soy bueno con las caras —susurró, haciendo que el hombre con el arma vacilara levemente—. Recordaré la tuya muy bien, amigo.

Ryu intentó disimular al tragar saliva. Miró a Yoh, quien le guiñó el ojo. Esto fue suficiente para que el de cabello negro bajara el arma, pero su valentía no alcanzaba para quitarle las esposas. Quería conservar su vida, por lo tanto, le delegaría ese trabajo a otra persona más adelante.

Los Kyoyama caminaron amenazantes a través de la habitación. Yoh quitó la navaja del cuello de Ren, quien fijó sus ojos en él.

—Esa fue la última que te perdono —le masculló el chino. El Asakura se encogió de brazos despreocupado. Sabía que quedaban varios enfrentamientos con Ren en el futuro, y había oído advertencias de ese tipo antes.

—Hao —llamó él, caminando en dirección a su hermano.

El gemelo levantó el revólver con el cual había estado apuntando a Anna previamente, mostrándole al resto de los presentes que la rubia estaba fuera de peligro. Ella suspiró, sus ojos miel desafiantes hacia dicho castaño.

—Te crees tan valiente —le dijo, apoyando ambas manos sobre el borde de la mesa—. Apuesto que sin tus juguetes y sin Yoh no eres nadie.

—Sólo alguien que no me conoce diría eso —respondió el Asakura, mirando a su hermano sentarse junto a él—. ¿Cómo aguantaste a esta niñata todo este tiempo?

—No fue tan difícil —admitió Yoh, sus ojos posándose en los de Anna.

—Cállate —ordenó Fausto, caminando hacia la rubia— Si escucho una palabra más salir de tu boca, yo…

Lyserg rodó los ojos —No arruinen el bello reencuentro, Anna estará decepcionada.

La rubia recién comenzaba a volver en sí. Ver a su padre y a su tío en completo modo asesino, sin una pizca de vergüenza fue como viajar a una dimensión desconocida. Nuevamente, Alicia recordaba que estaba en el País de las Maravillas. Aún desconcertada, sintió las manos de su padre sobre sus hombros, volteándola para verla con expresión preocupada.

—¿Estás bien? —le preguntó el hombre, examinando con la mirada a la joven. Anna asintió.

—Sobrina —susurró Fausto, sus pasos acelerándose cada vez más hasta alcanzarla— Lamento tanto todo lo que ocurrió…

Anna miró las esposas en las muñecas de su tío, y luego las gotas de sangre en la ropa de su padre. Le gustaría saltar de emoción al encontrarse con parte de su familia. Al fin estaba segura, con gente que la amaba. Lo triste, es que era incapaz de sonreír. Sentía a su padre rodearla con los brazos, murmurando que todo estaba bien, y que ya no tuviera miedo. ¿Cómo no estar asustada, cuando su padre era un criminal? No tenía la fuerza para responder al abrazo, ni tampoco con palabras. ¿Quién era él? ¿Quién era Fausto?

¿Quién era ella?

—Muy conmovedor —comentó Hao, recibiendo miradas poco amigables de la mayoría de los presentes—. Pero ya tendrán tiempo para ponerse al día. Quiero conversar sobre un tema con ustedes, si me lo permiten.

—"¿Si me lo permiten?" —preguntó Ren, con una ceja arqueada—. Te has tomado muchas libertades hasta ahora, Asakura. No finjas que tienes decencia, cuando ya demostraste que careces de ella.

—No tenemos nada que hablar contigo —Hans abrazó con mayor fuerza a su hija— Raptaste a mi Anna y jugaste con ella como si su vida no fuera más valiosa que la tuya.

—En primer lugar, Yoh fue quien la secuestró. Yo nunca se lo pedí —el aludido dirigió sus ojos exasperados a su gemelo, quien continuó hablando—. En segundo lugar, a Anna se le dio un trato especial. Comida, ropa nueva, comodidades de todo tipo. Fueron casi como unas vacaciones, de nada.

Tanto Yoh como Lyserg intercambiaron miradas. Hao se jactaba de algo en lo que él no había tenido parte, pero no era algo raro en él.

—Y tercero, está viva. Que es mucho más de lo que merece, cuando ustedes nos deben una vida.

—No les debemos nada —dijo Fausto, enderezando la espalda. Un atisbo de temor pasó por él, cuando recordó que Anna estaba presente.

—Mikihisa Asakura diría lo contrario —le contestó Yoh, avivando el enfado en el rubio—. Pero no puede, porque está muerto… gracias a ustedes.

Anna percibió nuevamente este tono de resentimiento en él. Recordó esa charla que tuvo con Ryu, cuando hablaron de la muerte del tal Mikihisa. Estaban convencidos de que su familia había sido la responsable, y ella estaba segura de que todo era un truco para hacerla enloquecer. La rubia notó que su padre llevaba una mano al hombro de su tío, intentando relajarlo sin mucho éxito. Anna nunca había visto a su familia en esa faceta tan violenta, ni podría haberlos imaginado actuar de esa forma.

—Mikihisa fue un buen hombre —dijo Hans, siendo observado hija al instante—. Fue una lástima lo que ocurrió con él, más aún porque veo que su clan quedó a cargo de unos mocosos inútiles.

Al mismo tiempo, Yoh y Hao se miraron e intercambiaron amplias sonrisas. El mayor tomó la palabra.

—Pues estos mocosos inútiles llevan cinco años a cargo bajo tu nariz, estimado. Mientras tú estabas tranquilo, durmiendo en un yate, nosotros hemos estado trabajando.

—Ahora que saben de nuestra existencia —continuó Yoh, apoyando su mentón en una mano— No será necesario ocultarnos más. Estamos en todo el mundo, y podemos actuar con mucha más libertad.

—Nuestras acciones serán públicas de ahora en adelante —Hao sonrió satisfecho, deteniéndose únicamente para comer el único trozo restante de su postre— Notarán que nos hemos infiltrado en todas partes. Incluso en su clan, por si quieren saberlo.

—Mentiras —masculló Hans, sonriendo incrédulo ante los dichos de los gemelos—. Es imposible que hayan adquirido tanto poder y que no nos hayamos dado cuenta.

—Era imposible que yo me infiltrara en su seguridad y me llevara a Anna de paseo —dijo Yoh, encogiéndose de hombros— Y aquí estamos.

—Mocoso insolente —siseó Fausto, sus ojos fieros sobre el menor de los Asakura—. Vas a pagar por esto.

—¿Por qué —preguntó Hao, cruzando los brazos—, cuando son los Tao los encargados de su equipo de seguridad? ¿Acaso Ren no tiene responsabilidad en el secuestro de Anna?

Los Kyoyama voltearon a ver a Ren, que no estaba complacido ante la mención del Asakura.

—Ignórenlo —pidió él, negando con la cabeza—. Es conocido por manipular a la gente con facilidad.

—Si es tan conocido… —preguntó Hans, sus ojos posándose en el chico de cabello violáceo— ¿Por qué no nos advertiste sobre los Asakura? La información que poseíamos indicaba que los herederos actuales de su clan son apenas unos niños, pero tú, como aliado, tuviste que habernos advertido sobre los gemelos.

—Es sólo una muestra para que sepan lo perdidos que están sin la alianza con los Tao —aseguró Ren, sin titubear al ver que tanto Hans como Fausto se ruborizaban enfadados—. No conocen a un enemigo tan obvio, cuando lo han tenido frente a ustedes todo este tiempo.

—Hablaremos de eso a solas —recomendó el líder de los Kyoyama, para evitar pasar más vergüenzas frente a los presentes—. Nos iremos de Kyoto, pero recuerden; si nos volvemos a cruzar, no tendrán la suerte de hoy.

—No se vayan —pidió Hao, inclinándose sobre la mesa—. No antes de escuchar mi propuesta.

No hubo nadie en el comedor que creyera en lo que acababan de oír. Los rubios miraron al joven Asakura escépticos, mientras que su aliado Tao soltaba una risa de incredulidad. Por otra parte, Yoh lucía sereno, pero sus manos se habían tensado sobre sus rodillas, siendo la única señal de que no entendía qué demonios estaba ocurriendo.

—¿Propuesta? —preguntó Ren, indignado. —¿Estás demente?

—Un poco —admitió el Asakura, escuchando la risa de Lyserg—. Pero lo que voy a ofrecer no carece de lógica, al contrario. Le conviene a todos nuestros clanes.

Hans miró al chino. El de ojos ámbar negó con la cabeza, dando señales obvias de no confiar en el muchacho. Sin embargo, el rubio inhaló profundamente, y soltó a su hija, cruzando sus brazos.

—¿Qué tienes pensado? —preguntó él, sorprendiendo a sus familiares, mientras que el chino suspiraba fatigado.

Hao sonrió complacido.

—Desde la muerte de Miki, ha habido mucho rencor entre nuestros clanes —dijo él, su espalda cayendo en el respaldo de su asiento—. Tenemos muchos aliados, poderosos y fieles, que no aprecian mucho a los Kyoyama, ni a los Tao.

—Con que ustedes están detrás del aumento de nuestros enemigos —supuso el Kyoyama, frunciendo el ceño ante tal confesión.

—Naturalmente —respondió Hao, casi con orgullo—. Lo que propongo es una alianza.

Yoh aguantó el impulso de voltear a ver a Hao y preguntarle si había perdido la cordura, pero sabía que lo mejor era seguir el juego de su gemelo y fingir que tenía idea de conocer su plan.

—¿Alianza? —preguntó con una risa incrédula Fausto—. Tienes agallas de siquiera pensar en eso, niño. Pero lo que hizo tu hermano le costará la vida.

—Ustedes ya mataron a nuestro padre —dijo el mayor de los Asakura.

En ese momento, los ojos de Anna miraron fijamente a Yoh, cuyo gesto se endureció al oír esas palabras. Comprendió la mezcla de rencor y melancolía en su voz cada vez que el nombre de Mikihisa salía a flote.

—Si además tocan a mi hermano —continuó Hao—, el mundo se les irá encima.

—Está fanfarroneando —indicó Ren, sonriendo confiado— No le hagan caso. Al unir a los Kyoyama y a los Tao, los Asakura no nos podrán hacer frente.

—¿Estás seguro? —preguntó Hao, masajeando su barbilla —Porque tengo agentes en tu clan que dicen lo contrario. Ya te lo dije, estamos en todas partes. No te darás cuenta cuando un fiel sirviente tuyo esté asfixiándote con una almohada mientras duermes.

—¿Qué es lo que quieres? —Hans interrumpió el intercambio entre ambos. Su interés en Hao levantaba todas las alarmas tanto en Fausto como en Ren. No podía estarlo considerando en serio, no después de todo lo que había ocurrido entre ellos.

—Dejar el pasado atrás —contestó él, con simpleza— Olvidaremos la muerte de Miki, y ustedes olvidan la pequeña travesura de mi hermano con su hija.

Anna puso los ojos en blanco. Al decirlo de esa forma, minimizaba el calvario por el que había pasado.

—¿No dejarás que se salgan con la suya? —preguntó Anna, ofendida ante la oferta del castaño. No deseaba la muerte de Yoh, pero tampoco quería que haberla traicionado no tuviese consecuencias. Negociar con el hermano no era precisamente lo que tenía en mente.

—Hans —llamó Fausto, que seguía la misma corriente de pensamientos que su sobrina— Ellos raptaron a Anna. Desde nuestro propio hogar. No podemos confiar…—

—Yo confié en ti y en los Tao la seguridad de mi hija —explicó duramente el líder de los Kyoyama—. Erré al creer en ustedes, por lo cual esta decisión será exclusivamente mía.

Hao dio una media sonrisa.

—Prometo que ningún cabello rubio será tocado por los Asakura. Convenceremos a nuestros aliados que no tomen represalias contra su clan, e incluso prestaremos los servicios que ustedes estimen convenientes.

—¿A cambio de…?

—Recursos —dijo, encogiéndose de hombros—. Tienen buenas relaciones con las autoridades, lo cual me sería muy útil. Además, necesitamos acuerdos con respecto a los límites territoriales de nuestro poder. Y paz, claramente.

El rubio se mantuvo pensativo. Ren lo miró impaciente.

—No lo hagas, Hans.

—¿Esta alianza incluye a los Tao, supongo? —preguntó el rubio, omitiendo la advertencia del chino.

—Claro —dijo Hao, entre dientes—. Si Ren y Anna se casarán, la alianza incluirá a las dos familias.

El chino lo miró con sospecha. Frunció los labios, sin quitarle la vista al castaño de cabello largo.

—Es verdad que nos conviene —dijo el rubio, llamando la atención del Tao—. Al parecer tienen gente infiltrada en nuestros clanes —agregó en voz baja, asegurándose de que los Asakura no escucharan—. Es mejor tener al enemigo de nuestro lado.

—Toma la decisión que estimes conveniente —suspiró el de ojos ámbar— Pero yo no bajaré la guardia. Menos con Hao Asakura.

El rubio lo meditó unos segundos más. Anna miraba a su padre expectante. ¿Haría un trato con sus secuestradores? No sólo eso, ¿en verdad hacía tratos con la mafia? Ese lado de él la desconcertaba, tanto que cada cierto tiempo tenía que recordarse a sí misma que estaba despierta.

—Está bien —dijo finalmente Hans, notando que Fausto se tensaba junto a él— Formemos una alianza.

—Me complace oír eso —contestó Hao, alzándose de su silla— Ya hemos pasado demasiado tiempo con resentimientos. Es hora de vivir el presente, y que nos empoderemos de las potencias que hay detrás de nuestros apellidos.

—Los Kyoyama, los Asakura y los Tao no tendremos oponente digno —concordó Hans, satisfecho ante su propia elección.

—¿Qué estás haciendo? —masculló Fausto, presionando sus puños. Si no estuviese esposado, habría sacudido a su familiar hace varios minutos.

—Enmiendo los errores del pasado —confesó él, mirándolo sobre su hombro—. Fuimos estúpidos al subestimar a los Asakura… Esta alianza nos sí nos beneficiará a todos.

Ren suspiró, su rostro serio y sus ojos intrigados fijos en Hao.

—Necesitamos una reunión urgente —propuso el chino, sintiendo repulsión cuando el mayor de los gemelos le guiñó un ojo complacido.

Lyserg caminó hacia ellos, su rostro neutro ante el desenlace de la charla con los Kyoyama.

—Si necesitan un lugar privado, tenemos una sala en el tercer piso —ofreció él, acercándose a Fausto con las llaves de las esposas para liberar sus muñecas—. Espero que no haya resentimientos por las medidas que tuve que tomar cuando ustedes llegaron, pero tengo que asegurar que se mantenga la neutralidad en este lugar.

—Nosotros fuimos quienes llegaron sin avisar con un equipo de asesinos listos para arrasar con todo —concedió Hans, masajeando su sien—. Mi familia no suele reaccionar de esa forma, pido disculpas, joven Diethel. Pero en el momento que supe lo que había ocurrido con Anna, dejé de pensar con claridad.

Fausto aprovechó que había recuperado la total movilidad en sus extremidades superiores para envolver a Anna en un abrazo.

—Lo siento, pequeña —murmuró, apoyando su mentón sobre la cabeza de la rubia—. Me dejé engañar por ese mocoso y su ridícula sonrisa.

Yo también, pensó ella, respondiendo al abrazo por inercia. Miró sobre el cuerpo de su tío a Yoh, quien casualmente también la estaba observando. A pesar de estar a unos pocos metros, notó que el castaño suspiraba, sonriendo cálidamente. Estaría contento al ver que la rubia ya se encontraba con sus seres queridos, o aliviado por que Fausto no le había quitado las entrañas vivo. Cualquiera fuera el caso, ahí estaba. Con su ridícula sonrisa.

—¿Vamos? —preguntó Ren, tocando el hombro de Anna con firmeza.

El abrazo entre tío y sobrina se deshizo. Fausto soltó una larga exhalación, empujando suavemente a Anna para que caminara junto a ellos. Los Kyoyama y los Tao abandonaron el comedor, y se dirigieron a la sala de reuniones ofrecida por Lyserg para hablar sobre el tratado de paz que se había acordado recientemente. El anfitrión los acompañó hasta dicho lugar, preguntando si la estadía de ambos clanes se prolongaría por más tiempo para saber si sería necesario arreglar más alcobas para sus miembros. Alegremente para él, la respuesta fue negativa.

—Es muy agotador recibir tantas visitas —dijo el inglés, volviendo al comedor junto a los Asakura—. Aún más cuando se trata de personas problemáticas como ustedes.

—Basta de cumplidos, Lyserg —pidió Hao, que se mantenía sentado en el mismo lugar de siempre aún cuando retiraban los platos de la cena para vaciar el lugar—. Antes de que se lleven toda la comida, quiero traer a mi gente para resolver algunos asuntos.

—Si quieres reunirte con un par de personas de tu clan no hay problema —aclaró Lyserg, poniendo ambas manos sobre su cadera—. Sin embargo, no les dejaré nuestras sobras. Pediré a mi gente que traiga más cosas. No soy tan miserable, Hao.

—Gracias —fue lo único que dijo antes de ver a Lyserg desaparecer de la habitación—. Diablos, Yoh. No sé por qué te agrada tanto. El tipo se cree tan superior.

—Deja de proyectarte —rio el menor, recibiendo una mirada poco amable de su gemelo—. Lyserg es gentil, simpático y muy considerado. Nos traerá comida para compartir con los demás, es de lo mejor, ¿no?

Hao rodó los ojos, y apoyó su mentón sobre su mano exhausto.

—Yoh, necesito que le digas únicamente a nuestros confidentes que vengan aquí —Hao severamente—. No quiero guardias ni matones cuyos nombres no me sé. Sólo a las personas que hayan venido a Kyoto contigo que sean de confianza, ¿entendido?

—Si vas a revelarnos tu plan, tiene sentido —Yoh se levantó de su silla, sonriendo ampliamente—. Creo que te excediste con lo de la alianza con los Kyoyama y los Tao.

—¿No creerás que estaba siendo sincero, o sí?

Yoh se detuvo y echó un vistazo a su hermano. Esa malicia en su mirada solía ser suficiente para estremecer a cualquiera, pero él podía ver más allá con facilidad. Detrás de esos ojos marrones con leves tintes rojizos, desafiantes, burlones y malvados, estaba Hao. Ocultando su felicidad y su esperanza debajo de esa actitud arrogante.

—Estás demasiado contento —dijo el menor, caminando hacia el exterior de la habitación—. Así que no creo en nada de lo que pactaste anteriormente.

—Eres ingenuo gran parte del tiempo, pero te has vuelto astuto en los negocios.

—Negocios, traiciones… —puso los ojos en blanco—. ¿No termina siendo lo mismo en nuestro mundo? ¿Debería estar orgulloso por volverme más hábil en los engaños?

—Has lo que te pedí y luego podremos debatir todo lo que quieras —indicó el mayor, frunciendo el ceño—. Perdí mucho tiempo en el calabozo de Ren. Necesitamos ponernos a trabajar.

—Yo no he estado precisamente de vacaciones —recordó Yoh, aún en el marco de la puerta.

—Tuviste que haber aprovechado. Porque tú serás quien tendrá la labor más divertida.

La sonrisa en el mayor de los gemelos fue suficiente para que Yoh rezara a cualquier dios presente por piedad. A veces creía que a su hermano le gustaba meterlo en aprietos sólo para su propia entretención. ¿Qué era lo que Hao tenía planeado?