Les dije que dentro de la semana actualizaría nuevamente jajajaja Es que yo vivo de mi público JAJA ¡Muchas gracias por sus comentarios en el capítulo anterior, creo que he rejuvenecido veinte años con tanto amor! Y miles de gracias por sus buenos deseos y sugerencias sobre los churros jajajaja Son los mejores, de verdad. Les deseo una linda semanita, y espero que disfruten este capítulo.

p.d: Gracias especiales a los bellísimos Alebredi, Sanabi, Muyr, Chica Agaporni, Clau Asakura K, Annasak2, PaulNoName, Kaki, Ilomilo, Tuineitableanto, Zria, Kana y los lectores anónimos. ¡Me alegra montones que les esté gustando la historia hasta ahora! Mi corazoncito tiembla de felicidad con sus palabras. ¡Un abrazo gigante para todos!


Capítulo 8: Familia

Anna miró a su alrededor la sala en la que se encontraban. No hace mucho, Yoh la había intercambiado por Hao en ese mismo lugar. ¿En qué momento se había convertido en una pieza de ajedrez, movida por los caprichos de otras personas? Permanecía recostada sobre el marco de una de las ventanas, escuchando la conversación entre sus familiares y Ren. Cada vez que los observaba y analizaba sus palabras, era más claro. Todos los relatos eran ciertos, los Kyoyama eran efectivamente grandes exponentes del crimen organizado. Usaban términos y tenían ideas que no eran propios de la gente común y corriente.

—Es una trampa —insistió Ren, masajeando su sien—. Ellos nunca olvidarán lo que ocurrió con Mikihisa. Es obvio que están tramando algo, y esta alianza es para ocultar sus verdaderas intenciones.

—Pareces muy familiarizado con ellos —notó Hans, sentado tranquilamente, mientras que tanto Fausto como Ren caminaban de un lado a otro ansiosos—. Si nunca nos advertiste sobre la existencia de los gemelos, ¿sería sabio de mi parte mantener todas mis cartas puestas en los Tao?

—¿Es mi culpa que tus espías sean tan inoperantes como para ignorar quién ha estado a cargo del clan Asakura todo este tiempo? —preguntó el chino, deteniéndose en su lugar de golpe—. Lo que me sorprende es que ustedes eran aliados de Mikihisa, y aun así no sabían que él tenía dos hijos más.

Fausto asintió —Haber protegido tanto la existencia de los gemelos, incluso de nosotros, comprueba que el clan Asakura no es digno de fiar.

Hans rodó los ojos, y rio divertido.

—Ninguno de nosotros es una persona confiable, mucho menos leal —observó al chino con superioridad, actitud mal recibida por Ren—. Nuestras promesas se basan en intereses personales, y nuestros amigos son recursos desechables. Creí que todo esto había quedado claro, Tao.

Anna ignoró la horrible sensación en su estómago, y se despegó del marco de la ventana, cruzando los brazos con las manos empuñadas.

—No te reconozco —dijo, mirando asqueada a su padre—. Me negué a creer lo que escuché sobre ti y sobre mi tío. Pero es cierto. Todo era verdad.

Fue el turno de Ren para poner los ojos en blanco.

—Querida, estamos hablando de negocios —habló el Tao, acercándose a ella con una sonrisa forzada—. Después puedes conversar todo lo que desees con tu familia, y te darán las explicaciones que necesites.

—Dime otra vez qué tengo que hacer —advirtió ella, su mirada fría como el hielo—, y este puño entrará por un lugar poco placentero a tu cuerpo.

Ren alzó la barbilla, frunciendo los labios, sus ojos fijos en la rubia.

—Haces difícil que desee casarme contigo —le contestó, para luego sonreír de forma arrogante—. Para tener el privilegio de ser mi futura esposa, no eres muy agradecida.

—Ren —habló Hans, su expresión más suave que momentos antes—. ¿Nos darías unos momentos a solas con Anna, por favor?

—Le debemos varias explicaciones —concordó Fausto, su rostro nuevamente gentil al recordar que su sobrina estaba frente a él.

El chino resopló, odiaba tener que posponer asuntos importantes por banalidades como la familia. Aunque sabía bien que deshacer su trato con los Kyoyama sería una inmensa oportunidad desperdiciada, tener que lidiar con Anna no se estaba haciendo tan fácil como creyó en un principio.

—Entiendo —dijo, sus ojos ámbar fijándose nuevamente en la rubia—. Saldré para comunicarle los eventos de hoy al resto de mi clan, pero es vital para todos esclarecer que curso de acción tomaremos.

—Agradezco tu comprensión y seriedad, Ren —ante el comentario de Hans, el chino asintió y se retiró del lugar.

Anna esperó a que Ren cerrara la puerta detrás de él. Fue entonces cuando las emociones contenidas comenzaron a revolverse en su menudo cuerpo. ¿Cómo soportar todo lo que sentía? Estaba sobrepasada. Sus manos comenzaron a temblar, sin embargo, no quería flaquear ante su padre y su tío. Presionó con más fuerza sus puños contra ella, evitando que su vibración fuese obvia.

—Anna —su tío acarició su brazo, notando que estaba molesta—. En verdad, no sabes cuánto lamento lo que te ocurrió. No imagino el miedo y la incertidumbre que sentiste.

—Si bien nos aliamos con los Asakura —dijo su padre, levantándose para estar frente a su hija—, nos aseguraremos de que paguen por el daño que te causaron.

La rubia sonrió con incredulidad.

—Lo que sufrí con Yoh no se compara al daño que me han hecho ustedes.

El resentimiento en cada palabra era algo nuevo para sus familiares. Ella tenía un carácter especial, pero trataba de controlar esa irascibilidad suya cuando estaba con sus seres queridos. En ese momento, quería dejarles en claro que no estaba contenta.

—¡Tuve que ser raptada por unos mafiosos para darme cuenta de que ustedes también lo eran! —su voz se agudizó, y su volumen se elevó—. ¡Criminales, asesinos! ¿Esa es mi familia?

—Hija… Nosotros sólo te hemos protegido. Queríamos que crecieras en un ambiente seguro, y que pudieras llevar una vida normal.

—¡¿Normal?! —exclamó, sus mejillas rojas de rabia—. ¡Vivo presa en una mansión! Y cuando salgo, es con cien guardias detrás de mí —maldijo cuando sintió que sus ojos se llenaban de lágrimas; no tenía intenciones de dar lástima—. ¿Todo para qué? ¡Para vivir una mentira! ¡Ustedes me han engañado durante todos estos años! Creí que estaba orgullosa de sus logros, pero ahora me dan asco.

—Sobrina —nuevamente, Fausto intentó calmarla tocando su brazo, pero ella se sacudió al instante.

—Ansiaba tanto con volver a verlos, pero apenas puedo mirarlos a los ojos —sonrió amargamente, sintiendo un enorme peso en su pecho—. Me repugna ser parte de esta familia.

—Anna —su padre no intentó acercarse más, sabía que sería echarle leña al fuego—. Entiendo cómo te sientes, pero tienes que ponerte en mi lugar. Quería criar a una niña buena, sana, sin maldad. Ya conociste a tus pares, has podido ver lo corrompidos que están. En cambio, tú te has mantenido inocente, alejada de toda perversión.

—¿Para qué? —preguntó ella, sus ojos aún vidriosos—. ¿Para que la realidad me diera una bofetada? Tanto esfuerzo por mantenerme en una burbuja, para comprometerme con un delincuente sin mi consentimiento… ¿Cuál era la idea? ¿Llevarme al altar atada y explicarme todo en el camino?

—Tus padres y yo habíamos planeado revelarte toda esta semana —dijo el tío, su sonrisa triste adornando su rostro—. Queríamos darnos el tiempo de confesarte la verdad con cuidado para que comprendieras la situación… Si no fuera por ese maldito que te secuestró…—

Anna negó con la cabeza, exasperada.

—¿Crees que marca alguna diferencia? —preguntó, llevando una palma hacia su cara—. Claro, más tranquilos todo sería diferente. Yo habría aceptado felizmente que todo lo que creí de ustedes era falso, pero ese maldito de Yoh lo impidió —rio, irónica—. Además de criminales, son estúpidos.

—Basta —la voz de Hans era grave, pero su propósito no era intimidar a su hija—. No te culpo si estás molesta, pero con el pasar del tiempo te darás cuenta por fin de que todo lo que hemos hecho ha sido por tu bien.

—Es momento de volver a casa —concluyó Fausto, mirando a su cuñado—. Anna ya ha estado fuera por suficiente tiempo.

—Perfecto —dijo ella, el sarcasmo evidente—. Me ha quedado todo claro; ustedes son criminales, me casaré con el psicópata de Ren Tao y tengo que seguir hundiéndome en el agujero en que mi vida se ha convertido.

—No te diré que no seas fatalista porque tienes todo el derecho de serlo —suspiró su padre, poniendo sus enguantadas manos dentro de sus bolsillos—. Pero ahora que sabes la verdad y lo que se te avecina, es importante que te enseñemos todo lo que necesitas saber. Debemos prepararte para ser la futura señora Tao.

—¡Yo nunca accedí a esto! —exclamó, golpeando la mesa con una mano—. ¡No pueden obligarme a ser parte de esto!

— Esta decisión fue tomada por tu conveniencia —explicó Hans, sus ojos fijos en la mirada furiosa de su hija—. Siendo una Tao, tendrás poder como nunca. Nuestra familia estará en la cima, seremos intocables, unos dioses terrenales. Si no llevamos a cabo ese matrimonio, y los Tao decidieran darnos la espalda, estaríamos en graves aprietos.

—Pues busquen otra solución —ella se enderezó, y miró a sus familiares sin una pizca de amor—. No pueden forzarme.

—La decisión ya está tomada —el rubio volteó a ver a Anna, quien apenas creía en las palabras de su padre—. Te hemos dado todos los lujos posibles, deberías ser agradecida y ayudar a tu familia.

—Anna —la voz de Fausto era dulce, ocultando la tristeza que le causaba ver a su sobrina en esa situación—. Ser heredera de nuestro clan conlleva muchas responsabilidades. Sé lo terrible que debe ser para ti que de pronto tengas que asimilar el nuevo giro que ha dado tu vida, pero estamos juntos en esto. Nos aseguraremos de que aprendas lo esencial, y aclararemos cualquier duda que tengas. No más mentiras, ¿está bien?

Anna mordió su labio. Tenía tanto por decir. Pasaban mil insultos por su mente, un montón de preguntas, gritos, llanto. ¿Pero, qué iba a conseguir? Estaba atrapada.

Serás libre cuando logres empoderarte. Tienes que adueñarte de tu vida.

Esas palabras resonaron en su mente. ¿Cómo podría empoderarse en una situación como esa? La única solución sería huir. Huir lejos, hasta que su pesadilla no lograra alcanzarla. Abandonar todo lo que conocía, y no mirar hacia atrás.

Era una locura. A pesar de lo molesta que estaba, ¿sería capaz de olvidarse de su familia? Sí, la habían engañado, pero también le habían brindado privilegios que cualquiera soñaría.

Con dinero manchado con sangre.

Suspiró, y cubrió su cara con ambas manos. Nunca se había sentido tan perdida. Tal vez necesitaba tiempo. Tiempo para seguir pensando, y para perdonar. Permitiría a su familia salirse con la suya, y les brindaría algo de tranquilidad fingiendo resignación. Seguiría la corriente, hasta averiguar qué hacer.

—No tengo energías para seguir con esto —dijo ella, descubriendo su cansado rostro—. Necesito volver a casa. Un baño de burbujas y una barra de chocolate no me harán mal.

Antes de que su familia le contestara, felices por su aparente sumisión, agregó:

—Y necesito estar sola.

Salió de la sala sin agregar nada más. Obedecer temporalmente a su padre a su tío no significaba que todo había vuelto a la normalidad… si es que todavía podía aspirar a una vida normal.

Caminó a toda velocidad por los pasillos de la mansión. Aprovecharía los últimos minutos de su estadía en Kyoto en la habitación que Lyserg le había asignado. No quería hablar con nadie, no quería ver a nadie. Estaría ahí hasta que le avisaran que era hora de largarse de esa ciudad de una vez por todas. Notó a Ren en el camino, regresando hacia la sala en donde su familia se había reunido. Sintió su mirada por el rabillo del ojo, pero no intercambiaron palabras. ¿Sería ese su esposo? ¿Accedería a ello? Siguió avanzando apresurada, como si escapara de sus propios pensamientos.

Pocos pasos antes de llegar a su alcoba temporal, chocó fuertemente contra Yoh, llegando a perder levemente el equilibrio. Sintió las manos del muchacho sobre sus brazos, conteniéndola para evitar una inminente caída al piso.

—¿A dónde vas como proyectil? —preguntó él, la diversión en su voz irritándola.

Después de asegurar bien su posición, Anna sacudió las manos del castaño de sus brazos.

—Fíjate por donde caminas —su ceño fruncido fue recibido por Yoh con confusión.

—Tú fuiste la que…— la mirada de odio de la rubia se hizo aún más fúrica, haciendo que el Asakura alzara ambas manos intentando apaciguarla —Está bien, tú ganas. Fue mi culpa.

Anna dio media vuelta, pero sintió los ojos insistentes se Yoh sobre ella. Lo miró sobre su hombro, sin pizca de gentileza.

—¿Qué quieres ahora? —preguntó, volteándose al ver que su acompañante parecía estudiar su respuesta.

—Nada, en realidad —escondió las manos dentro de sus bolsillos, con un semblante extrañado y entretenido —Pero me llama la atención…

—¿Qué cosa? —interrogó entre dientes, cruzando los brazos fatigada.

—Creí que ver a tu padre y a tu tío te pondría más feliz —confesó él, encogiendo los hombros, con un tono ingenuo y desinteresado que le quitaba varios años.

—¿Tú estarías feliz sabiendo que tu padre es un mafioso?

—Pues sí, lo era —sus ojos adquirieron un brillo nostálgico, y un suspiro escapó de sus labios— Miki era una buena persona, pero no logré disfrutar tanto de su compañía como me hubiese gustado.

—Entonces es cierto —concluyó ella, sintiendo el fuego en su interior apagándose gradualmente —, Mikihisa Asakura era tu padre.

—Estás molesta con tu familia, y no puedo culparte —dijo Yoh, sin responder a la respuesta de la rubia—. Pero te quieren, así que podrías intentar de quitarte toda esa ira que tienes y agradecer que aun los tienes contigo. Porque no siempre será así, créeme.

Ella alzó una ceja, sorprendida de las facultades que el castaño se estaba dando.

—No creo que estés en posición de darme consejos, Yoh —sonrió levemente, ante el atrevimiento del muchacho.

—Tampoco confío en que vayas a escucharme —la imitó, esbozando una pequeña sonrisa— Porque pedirte que no estés enojada parece algo imposible.

—¿Disculpa? —entrecerró los ojos al mirarlo.

—Siempre estás lista para pelear —explicó el castaño, que se preguntaba si ya era momento de huir de la rubia—. No digo que sea algo malo, aunque debe ser agotador dirigir la mayor parte de tu energía a estar reprochando y reprendiendo a la gente…—

—Dejémoslo hasta aquí —sugirió, más bien, ordenó— Te demostraré lo contrario y aguantaré las ganas que tengo de discutir.

Yoh presionó sus labios, intentando no reír burlonamente.

—Gracias, señorita Kyoyama, por enseñarme la manera en que actúa una persona madura.

Sabía que estaba tentando su suerte cuando vio la sonrisa de la rubia desaparecer, acentuando su ceño fruncido. Rio nervioso, y levantó nuevamente una mano frente a ella.

—Es broma —miró a la rubia, preocupado ante su mal humor—. Espero de verdad que tu padre esté mejor de ánimos que tú.

—Un poco —le dijo ella, dándole la espalda nuevamente a Yoh mientras abría la puerta —¿Por qué lo dices?

—Mi hermano me envió a hablar sobre algo con él.

Los ojos de Anna se posaron curiosos sobre el castaño. Antes de que ella preguntara, Yoh suspiró.

—El que me asusta más es tu tío —confesó, continuando su camino hacia la sala de reuniones—. Me gustaría conservar mis riñones hasta mi muerte. Después, si quiere, se los puede quedar.

La rubia negó con la cabeza. Entre más conocía a Yoh, más estúpida se sentía de haber sido una presa tan fácil. El chico parecía estar en plena adolescencia; no había forma de que ese sujeto fuera un capo de la mafia japonesa. Pero recordó haberlo visto en plena acción, confirmando que sí tenía capacidades dignas de un asesino.

Cerró la puerta detrás de ella, y en la soledad de la alcoba lo entendió; Yoh era aún más peligroso que Ren, o incluso que su hermano gemelo, Hao. Porque no había un mejor criminal que el que aparentaba no serlo. Con su rostro jovial, sin rastros de malicia. Su actitud tranquila y relajada. Sus conductas infantiles. Su sonrisa cálida. Era el perfecto delincuente. ¿Cómo sospechar, cuando su esencia invitaba a confiar plenamente en él? ¿Cómo dudar, cuando parecía entender tan bien al resto de las personas? Tenía todos los rasgos positivos para crear a alguien ocultamente negativo.

Encendió la luz de la habitación, ya que se encontraba en medio de la noche. Inhaló y exhaló profundamente, caminado hasta la cama. Dejó su cuerpo caer rendido sobre el colchón, exhausta por la montaña rusa de emociones que había sentido esos últimos días. Había sido un fin de semana muy interesante, pero no planeaba repetir nada similar jamás en su vida. Hace unas horas su mayor deseo era salir sin supervisión de su hogar; hoy era saber cómo seguir adelante después de todo lo que había ocurrido. Nadie la preparó para tantas traiciones y mentiras.

Buscó una almohada y la abrazó con fuerza, aferrando los dedos en la suavidad de la tela. No había duda, era agotador tener tanta rabia acumulada. No obtendría beneficios lamentándose; tenía que ser fuerte, inteligente, y salir adelante. Presionó con mayor firmeza la almohada, y se sentó. Todos parecían estar armando planes a su alrededor, pues más le valía comenzar a pensar en su propia estrategia.


A pesar de lo tarde que era, los Kyoyama y los Tao habían decidido irse de Kyoto. No sería muy placentero viajar a esas horas de la noche, pero ninguno deseaba mantenerse por más tiempo en esa mansión. Frente a la entrada del edificio, varios autos blindados esperaban a las recién nombradas familias. Un nuevo desfile de personas vestidas de negro marchaba desde el palacio hacia los autos.

Lyserg estaba parado junto a la puerta, listo para despedir a las visitas. No se emocionó al ver que Hao se le unía, poniendo su mentón sobre su hombro con una sonrisa satisfecha.

—¿Vienes a despedirte de tus nuevos aliados? —preguntó el inglés, sin mirar al Asakura que soltaba una corta risa.

—Por supuesto —dijo, despegándose del hombro del muchacho—. Sería grosero dejar que mis amigos se vayan sin decir adiós, ¿no lo crees?

—¿Cómo está tu ojo izquierdo? —Lyserg no entendía cómo es que Hao actuaba con tanta naturalidad cuando su cuerpo aún tenía rastros del maltrato brindado por los Tao.

—Comparado con mis costillas, excelente —no parecía quejarse. De hecho, incluso parecía feliz al hablar del daño que le habían provocado.

Lyserg volteó a ver al Asakura, su sonrisa ladina ampliándose cuando el inglés enarcó una ceja.

—¿Cuánta morfina te pusieron, Hao?

—La suficiente para soportar tus preguntas —contestó, pellizcando la mejilla del muchacho.

—Hao —llamó su hermano, poniéndose entre el castaño y el inglés—. Ya avisé a Izumo que llegaremos mañana por la tarde.

—Espléndido —dijo el mayor, ahora eligiendo el rostro de su gemelo como objetivo. Enmarcó sus mejillas con ambas manos, presionándolas mientras reía—. Daremos una pequeña visita a las viejas y luego nos pondremos a trabajar.

Yoh sujetó de la muñeca las manos de su hermano y las retiró de su rostro. No era alguien afectuoso, por lo cual no tendría que ser un genio para adivinar que Hao aún se mantenía bajo el efecto de las drogas que le habían administrado.

—Creo que a Marion se le excedió la mano esta vez —Yoh negó con una media sonrisa.

—Oí que fue Mattise quien se encargó —comentó Lyserg, cruzando los brazos mientras que Hao lo miraba enfadado.

—Claro que fue Matty —puso los ojos en blanco, e intentó disimular la alteración en su estado general enderezando su postura— Marion está furiosa conmigo. Ella habría llenado una jeringa con aire y me la había puesto directo a la carótida.

—No me imagino por qué está tan enojada —dijo irónico el inglés.

Para ninguno de los presentes era un misterio que había una relación más que profesional entre jefe y empleada, pero era un asunto que, según el mismo Hao, no tenía importancia. De todas formas, la rubia no había apreciado que el castaño hubiese sido sorprendido con Jun Tao en una situación comprometedora, y el Asakura no pensaba darle explicaciones a alguien que no las merecía.

El ruido creciente de los pasos que se acercaban a los jóvenes interrumpió su charla. Los tres observaron a los Kyoyama y a Ren, que estaban listos para irse.

—Nos comunicaremos con ustedes durante estos días —dijo Hans, que había cambiado su vestimenta por algo menos manchado con sangre. Usaba un elegante traje gris, y nuevos guantes de cuero.

—A pesar de todo pronóstico, fue un gusto conocerlos —comentó Hao, dando un esfuerzo extra para que no fuera obvio el efecto de la droga en él—. Esperaré con ansias saber más de ustedes.

—Al contrario, yo soy quien está bastante intrigado por los reales herederos del clan Asakura.

Fausto puso los ojos en blanco ante el comentario de su cuñado. El hombre parecía estar maravillado ante la astucia de los gemelos, dejando de lado con facilidad el hecho de que horas antes habían incursionado en su contra, secuestrando a su única hija.

—No tengas las expectativas tan altas —sugirió Ren, alcanzando a los nuevos aliados—. O terminarás muy decepcionado.

—Mentiría si dijera que voy a extrañarte —dijo Hao, extendiendo su mano—. Así que confórmate con que me comprometeré a no volver a visitar tu calabozo.

—Eso requiere de muchos otros compromisos —el chino suspiró exhausto, apretando la mano de Hao—, pero es un buen inicio.

Yoh sintió que su hermano estaba a punto de echarlo a perder en el momento en que volvió a abrir la boca, por lo cual decidió intervenir, empujando sutilmente a Hao mientras que extendía su mano para despedir a Ren.

—Gracias por todo —le dijo, con una honesta sonrisa—. Y disculpa tantos problemas, pero ya sabes cómo es.

—No puedo esperar nada distinto de ti, Yoh —el Tao había notado la intromisión del Asakura, pero supuso que, al igual que él, ya estaba harto de los conflictos—. Aunque quiero que lo tengas en mente, mi paciencia tiene un límite.

—Deberías dejar de señalar cosas obvias —le contestó con gracia.

El chino levantó una ceja, y frunció los labios para que su sonrisa no lo delatara. Hace años, Yoh y él fueron cercanos, pero en un mundo como el suyo era difícil mantener amistades, sobre todo cuando sus familias llevaban años de conflictos compartidos. Ren sabía que las intenciones detrás de la emergente alianza que Hao había propuesto eran turbias, por lo cual no debía fiarse de ninguno de los gemelos. Ni siquiera cuando antes hubiese confiado en Yoh con su vida.

—Ten un buen viaje, Ren —se despidió Lyserg, sacándolo de su oscura reflexión—. Espero que nuestra próxima reunión sea antes de tu boda.

—Oh, eso está por verse —dijo él, mirando hacia atrás a Anna, quien caminaba hacia ellos—. Gracias por todo, Diethel. Como siempre, eres un excelente anfitrión.

—Ya lo sé —contestó el inglés, con una sonrisa que alcanzaba sus ojos— Y querida Anna, fue un gusto conocerte por fin. Lamento las circunstancias que te trajeron hasta Kyoto. Prometo que será más agradable la próxima vez que nos veamos.

—Hablas como si esta reunión pudiese haber sido peor —dijo ella, alarmada cuando Lyserg intercambio miradas con los Asakura.

Sí, pudo haber sido peor.

—Buen viaje, dulce Annita —la voz melodiosa de Hao llamó su atención. Parecía más animado que de costumbre, pero intuyó que actuaba fuera de sí cuando Yoh lo empujó hacia atrás.

—Es por los medicamentos —explicó en un susurro, ante la expresión confundida de la rubia—. Ha estado tratando de hacerse el fuerte, pero Ren le dio una paliza.

—Bueno, he oído que fue bien merecida —dijo ella, recordando la razón por la cual Hao había sido apresado en primer lugar—. Dicen por ahí que no es bien visto meterse con gente de clanes rivales.

—¿Ves? Secuestrarte no fue tan malo —contestó Yoh, sonriendo divertido—. Aprendiste mucho conmigo.

—Sí —Anna negó con la cabeza, rodando los ojos—. Fue una experiencia enriquecedora.

—Cuídate, Anna —se despidió el castaño, su mirada ligeramente triste—. No bajes la guardia.

—Después de haberte conocido, jamás.

Y al mirarse a los ojos, el resto del mundo desapareció. Las personas a su alrededor, que se deseaban buenos augurios más que nada por formalidad, dejaron de existir. Las conversaciones, los pasos y los otros ruidos que antes inundaban el lugar se hicieron cada vez más lejanos. Se observaron fijamente, curiosos ante el extraño lazo que se había formado entre ellos. Algo mutuo y misterioso los unía, pero ninguno podía explicar qué era realmente. Anna desvió la mirada, incómoda ante la sobrecogedora sensación de magnetismo.

—Adiós, Yoh —caminó hacia el exterior de la mansión, sin volver la vista hacia atrás.

Siguió a su padre y a su tío, quienes se habían adelantado, hasta un enorme vehículo blanco de vidrios blindados. Sabía que el castaño continuaba persiguiéndola con los ojos, pero no quería volver a mirarlo. Se subió al vehículo, ayudada por uno de los miembros de seguridad de su familia. Se sentó y prefirió observar la tela del vestido negro sobre sus piernas, evitando dirigir su atención a quien aun se encontraba bajo el umbral de la puerta del palacio de Kyoto. Fue cuando el auto partió, que volvió a respirar con normalidad.

"Anna Kyoyama" pensó el castaño, cuando el vehículo blanco desapareció de su vista. "Mi próxima misión."

—¿Tan rápido te encariñaste con ella? —preguntó su gemelo, dichoso cuando el último de los autos de los Kyoyama y los Tao abandonó la acera—. Qué sentimental, Yoh.

—Uno de los dos tiene que serlo —dijo el menor, rascándose la cabeza—, pero no sé por qué lo dices. No estoy triste.

—Nadie ha dicho que lo estés —comentó Lyserg, llevando una mano al hombro del Asakura.

Pese a las drogas que circulaban en su sistema, Hao estaba lo suficientemente despierto para ser alertado ante ese intercambio, volteando a ver a su hermano con seriedad.

—Te gusta —le dijo, y tuvo que haber sido una pregunta, pero conocía a su gemelo y no había lugar para dudas.

Yoh abrió la boca, pero ninguna palabra fue pronunciada. El inglés sacudió la cabeza, sonriendo dulcemente. Hao, en cambio, suspiró pesadamente.

—Yoh, Yoh, Yoh —repitió con un tono cada vez más grave que el anterior— El único que tiene la autorización para cometer errores de ese tipo soy yo, y eso es porque yo sí aprendo.

—Eso es injusto —rebatió el menor—, hablas como si fuera un tonto.

En lugar de negar esa suposición, el mayor de los Asakura puso sus manos sobre los hombros de su hermano, meciéndolo con una brusquedad inesperada.

—No podemos darnos el lujo de meter la pata dos veces —explicó, sin dejar de zarandearlo—, no cuando estamos tan cerca de lograr lo que queremos.

—Hao, ya detente —pidió el gemelo, dudando si con los analgésicos serviría de algo golpear a su hermano—. Ya estás sacando conclusiones apresuradas.

Cuando Yoh notó que su hermano lo ignoraba, envío una mirada de auxilio al inglés, quien se acercó a ambos e intentó alejar a Hao de su gemelo.

—Ve a recostarte —le dijo, tomándolo de un brazo— Mañana reprocha todo lo que quieras a tu hermano, pero ya has forzado mucho tu cuerpo.

Lyserg no mentía, ya que era visible que el mayor de los Asakura tenía problemas para mantener el equilibrio. Cuando por fin soltó a su hermano, lo miró con los ojos entrecerrados, haciendo evidente sus sospechas.

—Ya relájate —insistió Yoh, dándose cuenta de que Hao lo examinaba minuciosamente con la vista—. Detén eso, no vas a obtener nada.

—Sé cuando me ocultas cosas, Yoh —dijo él, estudiando a su hermano—. Sabes que es vital tu parte en todo esto, no puedes flaquear ahora.

—Nunca lo he hecho —recordó el menor, sintiéndose cada vez más incómodo con el escrutinio de su gemelo—. Además, el ejemplo que me diste con lo de Jun Tao fue bastante ilustrativo.

—Exacto, ese es mi trabajo —explicó Hao, su sonrisa burlona volviendo a él, sin percatarse que dos hombres lo llevaban del brazo hacia su cuarto—. Yo cometo todos los deslices para que tú no caigas en lo mismo.

—Ajá —asintió el castaño, mirando a Lyserg de reojo, quien reía en silencio— Muchas gracias, hermano mayor, por tu sabiduría.

Lo vieron ser prácticamente arrastrado hacia la habitación elegida para él, donde, probablemente, caería rendido ante los efectos de los fármacos.

—Es mucho más soportable con medicamentos en el torrente sanguíneo —susurró el inglés, observando cómo se llevaban al mayor de los Asakura—. Dormirá como un niño hasta tarde.

—Quiere que nos tomemos un día libre mañana —explicó Yoh—. Iremos a Izumo a ver a mamá y a la abuela. Después vendrá lo complicado.

—Sé que no obtendré detalles de los planes de Hao —dijo Lyserg—, pero tengo que admitir que nunca deja de sorprenderme. ¿Una alianza con Ren y los Kyoyama?

Yoh sacudió la cabeza, sonriendo cansado de sólo pensar en lo que su gemelo le había revelado durante el día.

—Te recomendaré que no vengas a Japón en los meses que se aproximan —contestó el castaño, dándole un pequeño codazo al inglés—. Aunque eso implica que te perderás la diversión.

—Confieso que esa palabra tiene un significado distinto para nuestras familias.

Yoh rio por el análisis del muchacho, y pasó su brazo sobre sus hombros.

—Como siempre, tienes la razón, Lyserg.

—Espero que, dentro de toda esta locura, Anna no sufra.

El castaño se tensó de pronto, y soltó a su amigo. El de ojos verdes lo miró inquieto.

—Yoh, no me digas que…

—Es confidencial —interrumpió él, su voz seria tomando desprevenido al chico inglés.

—Sé que no le harías daño —le dijo Lyserg, una triste sonrisa formándose en su amable rostro—. Hao no estaba tan equivocado. Ella te importa.

—¿Cómo me va a importar alguien que apenas conozco? —preguntó el Asakura, la duda dirigida más para sí mismo que para su amigo.

—El corazón es algo curioso —supuso el inglés, sonriendo cuando notó el leve rubor adornando las mejillas de su acompañante—. No debe avergonzarte sentirte de esa manera. Somos humanos, después de todo. Pero debes intentar poner en orden tus sentimientos, porque me da la impresión de que podrían entrar en conflicto al momento de obedecer lo que tu líder te ha pedido.

—Nunca le he fallado —Yoh acarició su cuello por detrás, sintiendo el estrés acumulado en su cervical—. Soy el segundo al mando, no voy a permitir que algo tan banal como una simple atracción obstaculice mi camino.

—¿Esas son palabras tuyas o estoy escuchando a tu hermano hablar con tu voz?

—Es irrelevante —dijo el castaño, una sonrisa astuta disfrazando la incertidumbre en su interior—. Discúlpame, Lyserg, pero yo también iré a descansar.

El de ojos verdes dio una media sonrisa, ya que conocía esa actitud evasora de Yoh demasiado bien. Si había algo que compartía con su gemelo, era la testarudez. Podía fingir gentilmente que consideraba las sugerencias del resto, pero la decisión final era completamente suya.

—Que descanses, amigo mío —Lyserg rio mentalmente al notar el alivio del castaño al escapar de su conversación—. Espero que medites con la almohada todas tus inquietudes.

Yoh contestó con una sonrisa, y continuó su camino hacia la alcoba. Sin embargo, con cada paso, su semblante alegre desaparecía. Porque cada vez que se encontraba solo, su memoria insistía en recordarle aquellas palabras…

Necesito que la mates.

Como si el universo no se hubiese burlado lo suficiente de Anna, estaba preparando una última y letal sorpresa para ella. Yoh odiaba el estúpido plan de Hao, lo odiaba porque sabía que, sin lugar a duda, iba a funcionar. Con el secuestro, ya se había demostrado que Anna podía confiar en Yoh. Lo único que tendría que hacer era manipular esa confianza nuevamente, y demostrar a los Kyoyama que él jamás podría dañar a la joven heredera. Sería entonces, cuando la tragedia golpearía a esa familia.

Una vida por otra vida —fueron las palabras de su hermano— Será como el intercambio que hicimos en Kyoto, pero con cadáveres. Es casi poético, ¿no?

Todo lo que había ocurrido en esa mansión no era más que un cruel presagio para Anna.

Yoh se sentó sobre el colchón de la cama, en medio de la oscuridad. Tomó su propio cabello entre sus puños, tirando de él firmemente.

¿Qué demonios estoy haciendo?