¡Feliz 2022! Espero que todos tengan un bonito año. Es Enero de actualizaciones jajajaja perdón por la demora, escribo como caracol pero aquí estamos jajaja Ojalá disfruten el capítulo! En realidad hace MUCHO que quería escribir algunas de estas escenas, estoy feliz de por fin haber llegado a este punto! Les agradezco sus comentarios y mensajes, son una gran motivación! Nos leemos el próximo capítulo!


Capítulo 14: Baile

La mujer vio a su hija desaparecer detrás de las cortinas poco después de que el joven Asakura siguiera exactamente el mismo camino. Frunció el ceño, porque no era ingenua como para pasar por alto la forma en que Anna miraba a ese chico.

—¿Qué pasa, Anna? —preguntó Hans, arqueando una ceja hacia su esposa.

La reprocharía más tarde por haber huido de su prometido en su fiesta de compromiso, pero, por el momento, sacudiría la cabeza y fingiría no haber visto nada.

Sería el alcohol recorriendo sus venas que le sugirió dejar a su hija en paz; ya le había pedido demasiado con casarse con un demente… permitirle salir a tomar aire con otro loco, que al menos le simpatizaba, no sería terrible. Aun así, no podía descuidarse, porque ella, más que nadie, conocía cómo era querer enviar todo a la mierda y dejarse llevar por sus propios deseos.

—Nada —prometió, poniendo una mano sobre el hombro de Hans— Sólo estoy aburrida, tal vez vaya al otro salón, a ver si me encuentro con un famosillo guapo.

El hombre rodó los ojos, y soltó una carcajada ante tal descaro.

—Puedes ir con Eliza, yo debo quedarme aquí. Luego me dices si encontraste algún tipo atractivo.

—¿Y dejarte con Teruko al acecho? Ni loca. Tu secretaria lo único que desea es que me maten pronto para pedirte matrimonio.

—No van a matar a nadie, Anna.

—Niegas que me van a matar, pero no niegas que ella está detrás de ti.

La mujer sonrió satisfecha cuando Hans suspiró rendido. Le gustaba exasperar a las personas, sobre todo a su esposo. Ambos tenían un temperamento volátil, así que le entretenía ver al rubio intentando mantener la compostura.

—Ve con Eliza —insistió él— Prometo que Fausto estará conmigo y evitará que caiga en las redes de Teruko.

Ella lo miró con falso recelo, y dio media vuelta sin despedirse. Buscó con la mirada a su cuñada, pero cuando vio su cara de preocupación mientras hablaba con Fausto supo que mejor buscaba otra entretención. El fantasma de un posible ataque no dejaba de opacar el ambiente, y si bien Hans parecía muy confiado de que no habría problemas, el resto de su familia no podía relajarse.

—Percibo el perfume más repugnantemente dulce que he sentido desde que llegué a este lugar.

La rubia se detuvo al instante, encontrándose con Kino Asakura sonriéndole con malicia. Rio con incredulidad, ya que creyó ingenuamente que podría escapar a la anciana.

—Ha pasado mucho tiempo, Anna.

La mujer negó con la cabeza, y disimuló su desesperación en encontrar alcohol. Localizó una copa llena de líquido anaranjado, agradeciendo cuando bebió un sorbo que quemó su garganta.

—¿Me habías extrañado, abuela Kino? —preguntó, estremeciéndose internamente al hablarle a la matriarca Asakura después de años sin contacto.

—¿A ti? ¿A la mujer pretenciosa y arrogante? No. ¿A la mocosa llena de energía que alguna vez fuiste? Tal vez.

Anna chasqueó la lengua, y cruzó los brazos sin soltar su fiel cóctel.

—Sigo siendo esa mocosa, sólo me visto mejor y tengo una hija.

—No lo sé, no puedo ver tu ropa, aunque sí sé que mantienes el pésimo gusto en las fragancias que eliges.

Kino rio ante la pesada exhalación de la rubia, quien de pronto se volvía a sentir como una niña.

—Además, hace mucho dejaste de ser quien eras. Jamás creí que permitirías que tu padre le entregara tu clan a un extranjero, y mucho menos que dejarías que tu hija se casara con un extraño por los intereses de tu familia.

No podía culparla; ella había peleado por un lugar en su clan cuando era más joven, negándose con pasión a que una mujer estuviese obligada a casarse para ceder todo a su esposo. Aun así, se desgastó de luchar y se convirtió en lo que todos esperaban.

—Recuerdo que te burlabas de mí por ser muy idealista y no querer seguir con la corriente —respondió la rubia, sonriéndole a la anciana—, y ahora me desprecias por haber cumplido con todo lo que me exigieron.

—Niña, me habré burlado de ti, pero eso es lo que te hacía interesante.

Era irónico que, después de reprenderla cada vez que se encontraban, la anciana extrañara la actitud de la Kyoyama.

—Entonces mi hija te parecerá interesante. Anna es obstinada, y sabe lo que quiere. Todos los dolores de cabeza que le di a mis padres se me devolvieron con ella, aunque es mucho menos problemática.

—Eso es lo que me han dicho, que tiene un carácter singular. Aun así, por ahí está, desfilando con el chiquillo Tao como la fiel y obediente cachorra de los Kyoyama —respondió Kino, frunciendo los labios con disgusto— ¿Sabes qué es lo que nunca me gustó de tu familia? La odiosa necesidad de casarlas. A ti, y a tu hija. Siempre buscando un hombrecillo, como si ustedes no fuesen capaces de liderar. Tú hubieses sido una gran jefa. Demente, sí, pero habrían llegado mucho más lejos contigo que con Hans.

—Pues era un buen partido, y yo estaba enamorada. No vi fallas en el plan cuando me pidió matrimonio, y tampoco cuestioné cuando él quedó al mando.

—Se adueñó de tu apellido y de tu cargo. ¿Al menos te satisface?

—Lo suficiente.

La abuela rio, alzando su mirada vacía hacia el rostro de su acompañante.

—Apenas conocí a tu hija, pero espero que siga un camino distinto.

—Yo también lo hubiese deseado así, pero una mujer senil me dijo hace algún tiempo que uno tenía un lugar en este mundo, y si no cumples con tu rol, no tiene caso estar vivo.

—¿Yo te dije eso? —preguntó la anciana, riendo burlonamente— Qué tontería.

—Me lo dijiste aquella vez en el funeral del abuelo Saigan, aunque creo que hablaste más por Keiko que por mí.

—Ah, sí, tiene más sentido.

—No me sorprende que ella no haya venido. Detesta a los Tao, y tampoco me tiene una alta estima.

—¿Desde que tu familia mató a su esposo? Claro que no.

Anna prefirió omitir comentarios al respecto. Negaron a muerte lo que ocurrió con Mikihisa, o por lo menos se fabricaron las pruebas suficientes para desligarse de la culpa. Con el súbito fin de su líder, los Asakura prácticamente desaparecieron, y se asumió que Kino había vuelto a la cabeza, anciana y cansada, sin fuerzas para vengarse ni para retomar los negocios.

Esa noche, para todos había quedado claro que todo fue una mentira, y que los Asakura habían adquirido más poder en silencio que con sus antiguos escándalos y guerras.

—¿Cómo está? —preguntó Anna, con el vago recuerdo de Keiko saludándola en el pasado.

—Cualquiera estaría bien si consumiera tantos antidepresivos y ansiolíticos como ella —respondió Kino, su voz dura y áspera—. La niña siempre sonríe, incluso cuando sabe que la escuché llorar por la noche.

—Esta vida no es para todos.

—Asesinaron a su padre, a su esposo, y sus hijos están más que dispuestos a devolver ese favor.

—Suena a una amenaza —respondió la rubia, sonriendo con gracia mientras su mirada afilada se fijaba en la anciana.

Y, como si pudiese verla, Kino clavó sus ojos en los de Anna.

—Es una amenaza sólo si no se cumple.

Kino era una mujer de hechos, y la rubia miró al joven Hao Asakura a la distancia. Vio su amable sonrisa, y estaba segura de que tendría que cuidarse las espaldas.


La brisa nocturna en el balcón exterior chocaba contra su piel descubierta. Pese a ello, no sentía una pizca de frío.

Ella e Yoh se encontraban solos, en su propio mundo, tan cerca y tan alejados del resto de las personas que era casi absurdo lo íntimo de su encuentro. Era sencillo olvidar en dónde estaban, y por qué estaban en ese lugar, teniéndose tan cerca mientras se movían al compás de los instrumentos que se escuchaban a través de la pared, perdiéndose parcialmente entre el suave viento que corría hacia el extenso jardín.

Anna no era una persona tímida, pero llevaba algunos minutos en silencio, observando ocasionalmente las estrellas, los árboles distantes, o alguna nube grisácea que cubriera la luna y luego siguiera su rumbo. Le costaba mantener la mirada de Yoh, que no le quitaba la vista de encima, eternamente abrasador y enervantemente tranquilo. Él tenía una sonrisa plasmada en el rostro y Anna desconocía la razón detrás de esto. ¿Qué le causaba tanta gracia?

—¿Estás nerviosa? —le preguntó de pronto, casi, casi, sobresaltándola.

Su voz la obligó a verlo, encontrándose con lo que sospechaba, ese rostro contento y atractivo esperando una respuesta, riendo con ligereza cuando ella frunció el ceño.

—No, ¿por qué?

—Estás tensa —contestó él, dirigiéndola con suavidad para dar una vuelta al ritmo de la música.

Anna lo siguió, insegura de qué responder. Eligió sus palabras con sabiduría, porque tenía la urgencia de no cometer errores al hablar y confirmar nerviosismo, dándole el gusto a Yoh.

—No debería estar aquí —dijo, notando el parpadeo perplejo de su compañero—, y tú tampoco.

—Pero quiero estar aquí. No es un crimen pasar un tiempo a solas con amigos.

La rubia rodó los ojos.

—Mira quién habla de crímenes. Además, no soy tu amiga.

—Es cierto, no lo eres —respondió él, divertido—, porque trataste de besarme, aunque tampoco eres mi novia.

Anna se detuvo en seco, deseando poder asesinarlo con su mirada. Pese a la ira embotellada, su mano seguía sobre el hombro de Yoh, y la otra seguía entrelazada en la mano enguantada del castaño.

—Tú fuiste quien intentó besarme. No te hagas el inocente.

—Tal vez lo hice… —admitió él, inclinándose hacia ella—, pero, descuida, no tengo interés en meterme entre tú y Ren.

—Oh, ¿en serio? ¿Acaso mi anillo fue lo suficientemente grande para hacer que yo deje de gustarte?

El castaño abrió la boca sin decir nada, y Anna se sintió victoriosa por haberlo dejado sin palabras. Aunque, no supo cómo sentirse respecto al leve sonrojo en las mejillas de Yoh, quien tragó saliva y arrugó el entrecejo.

—No he dicho que me gustas.

—No necesitas decirlo.

La rubia esbozó una media sonrisa, complacida cuando la situación dio un giro y era Yoh el que se mostraba ansioso repentinamente. Lo vio componerse forzosamente, retomando el baile que se había visto interrumpido por sus desplantes.

—Mejor bailemos en silencio —dijo él, sus manos firmes en Anna.

—¿La verdad te incomoda? —preguntó ella, notando que se movían con mayor vigor.

—No… me distrae cuando hablas y no quiero pisarte.

—Mintiendo confirmas lo que digo, ¿será que te acostumbraste a tanto engaño que ya no puedes ser honesto?

—Soy honesto —contestó Yoh, aunque mirar a Anna bastó para cambiar su respuesta— …contigo. Parcialmente.

Los ojos miel oscurecidos por la noche se mantuvieron fijos en los castaños, estudiándolo inquisitivamente. Se dio cuenta que, por mucho que su serenidad hubiese logrado disimularlo hasta el momento, su fachada se estaba cayendo a pedazos.

—Parcialmente… —repitió Anna, negando con la cabeza—, ¿sabes qué me decepciona? Que esta vez te creo.

Y como él, la rubia también reveló sus verdaderas emociones, y su mirada fría se volvió triste y molesta. Volvió a detener sus pasos, pero esta vez dejó ir a su acompañante, retrocediendo mientras lo observaba en un silencio que se hizo infinito.

—Al final, no eres tan distinto al resto de las personas que se encuentran detrás de las cortinas. Eres un mentiroso, igual que todos.

Una cachetada no hubiese dolido tanto, y ver a Anna alejándose lo hizo sentir asfixiado. No le permitió dar un paso más, sujetando su mano antes de que lograra escapar.

—Espera, Anna —le pidió, más suplicante de lo que deseó escucharse— Sabes que no soy así.

—¿Por qué te interesa lo que piense de ti?

—Porque te entiendo… sé lo harta que estás de todos los engaños, de los misterios, de no saber si puedes seguir adelante o si estarás dando un paso en falso.

Ella vio la angustia en sus ojos, y sólo recordó haber visto ese dolor en él cuando supo de la muerte de esos niños. No podría estar fingiendo eso, y sus palabras parecían reflejar lo que él sentía en su interior.

Miró sus manos entrelazadas, y lo miró a él.

—Pruébalo. Muéstrame algo real, algo que no puedas pretender.

Le estaba pidiendo una prueba de honestidad, y él de verdad quería con el alma poder serle sincero y no tener que inventarle nada jamás. Sin embargo, no podía olvidar las circunstancias que habían cruzado sus vidas, y que había entrelazado sus destinos hacia un futuro oscuro e incierto.

No tenía idea en cómo llevar esa petición en palabras concretas, pero había algo que no mentía, y era la forma en que ella lo hacía sentir.

Era una ocurrencia estúpida, arriesgada, y completamente desquiciada; nada de eso le importó, porque por fin podría hacer algo por lo que moría hace mucho tiempo.

Acercó a Anna con la mano que le había estrechado, y usó su otra mano para atraerla desde la cintura. Vio la confusión en la rubia, que lo miró con desdén.

—¿Crees que bailando voy a olvida…?

Dejó de hablar cuando él inclinó su rostro hacia ella, cogiendo su mentón con delicadeza para alzar levemente cara. Lo vio tan cerca y recordó encuentros anteriores, pero esta vez había algo diferente. No se estaban entregando por la intensidad del momento ni por superflua atracción, sino que había una promesa de por medio, un compromiso que deseó que no se rompiera.

Volvió a ver a Yoh, y recordó por qué prefería desviar la mirada. Se sintió abrumada, porque, sin una palabra, él la hacía sentir la cosa más preciada en el mundo. Ahora, prefirió dejarse envolver en sus ojos, teniendo su expresión grabada en su mente cuando cerró los suyos, sintiendo el aliento de Yoh sobre ella. Reconoció el roce de sus labios al instante, y la mano en su mentón acarició su mejilla y se posicionó detrás de su cuello, con una sutileza que no esperaba.

Sintió que su cuerpo se estremecía cuando sus propios labios se separaron levemente para recibir a Yoh, quien se deleitó cuando conoció por fin el ansiado sabor de la rubia. Se había arriesgado en besarla por fin, perdiéndose en su boca y en su dulce aroma. Notó que la tensión en ella se había disipado rápidamente, casi derritiéndose contra su cuerpo. Supo que había sido un idiota en resistirse a ella, porque se sentía demasiado bien. Podía sentir su propio corazón acelerado, como si ese contacto tan cercano entre ambos fuese lo más adrenalínico que hubiese ocurrido en toda su vida.

Anna sentía sus mejillas ardiendo, y agradecía a la noche por disimular el efecto que Yoh causaba en ella. Separó ligeramente sus labios, y como un espejo, él hizo lo mismo, sintiendo el incontenible deseo de profundizar ese beso. Sonrió en su mente cuando sus lenguas se encontraron, y sus manos realizaron un camino sobre el traje de Yoh entrelazándose detrás de su cuello. Lo sintió abrazándola por la espalda baja, acercándola instintivamente a ella, y la urgencia de estar incluso más juntos se hizo evidente.

No debían ceder, pero tampoco querían detenerse.

Abrió los ojos, sólo para asegurarse de que lo que estaba ocurriendo fuese real, y no se tratara de un sueño febril o una fantasía. Contempló de cerca el rostro del castaño, que resplandecía con algo más que la luz del firmamento nocturno. Él mantenía los ojos cerrados, y, aun así, ella no recordaba haberlo visto tan feliz. ¿Quién era ella para arruinar el momento?

La futura esposa de Ren Tao. Debía alejarse.

—Yoh —susurró ella, y su rostro se distanció de él con la poca fuerza de voluntad que le quedaba, desenredándose de él y sintiendo el frío del exterior de inmediato.

Lo vio abrir sus propios ojos, rompiendo el encantamiento bajo el que estaba. En parte, porque intentó besarla nuevamente.

—Yoh —repitió ella, obligándose a sonar más firme— No.

—Anna… me pediste que te mostrara algo real —dijo él, tomándole una mano y llevándola hacia su pecho —¿Crees que haya algo más real que esto?

Ella lo miró, encontrándose con esa calidez vehemente que amenazaba con hacerla flaquear. Debía mantenerse fuerte. Ya lo había arruinado con caer en esa trampa; debía salir de ahí, por mucho que deseara dejarse envolver por sus brazos otra vez.

—No sé de qué hablas —respondió, alzando el mentón, intentando sonar convincente.

Cuando lo que obtuvo fue una risa incrédula que contrastaba con su mirada llena de devoción.

—Entonces, prefieres fingir que no hay nada entre nosotros. ¿No es que odiabas pretender?

La vio titubear ante su propia hipocresía. Y sí, ella decía que quería detenerse, pero aún sostenía su mano, y no parecía que quisiera irse a ningún lado. La conocía lo suficiente como para saber que ya debería haberse ganado una bofetada, un fúrico reproche, pero sólo veía la duda en su semblante.

Fue cuando recordó que él también debería dudar. Debería estar del lado de Anna, y admitir que todo fue una equivocación. Debería pedir perdón e irse.

No. Por un día en su maldita vida, quería ser completa y absolutamente honesto. Temía más por el rechazo de Anna a algún castigo físico por el clan de los Tao o los Kyoyama.

—Yoh.

Él se sobresaltó cuando la voz que lo llamó no fue la rubia, sino Tamao, que lucía pálida y sus ojos se encontraban abiertos como si hubiese visto un fantasma.

Si alguien más los había visto, Yoh era prácticamente un fantasma.

Sintió la mano de Anna escapando de la suya, enmascarando su propio terror al haber sido descubierta con una expresión dolorosamente neutra y gélida.

—Permiso —dijo ella, y sus tacones pisaron fuerte hasta pasar por al lado de Tamao, abriendo la puerta de cristal y perdiéndose detrás de las cortinas.

Yoh parpadeó incrédulo, porque el romántico encuentro había acabado tan abrupto como si le hubiesen vertido un balde de agua helada, y además tendría que lidiar solo con Tamao, que de blanca se estaba poniendo roja de pies a cabeza. Él sabía que eso ocurría cuando ella embotellaba sus sentimientos, y, si no le gritaba de pura ansiedad, la angustia se la terminaría comiendo viva.

La vio inspirar una gran cantidad de aire, pero dio media vuelta y se fue hecha un cohete. Yoh estaba perplejo, porque en menos de veinte segundos dos mujeres le habían dado la espalda y habían huido de él.


Tamao volvió a la sala, sus ojos abiertos como platos. Sacudió la cabeza, no debía ser tan obvia. Sintió los pasos de alguien detrás de ella, y no era necesario voltear para saber que se trataba de Yoh.

—Tamao —lo escuchó llamarla, pero se negó a hacerle caso.

Caminó incluso con mayor velocidad, chocando entre la gente. No quería enfrentar a Yoh, no era su deber ponerlo en su lugar. Recibió algunas miradas de enfado en su trayecto, pero poco le importó. Lo último que quería hacer era involucrarse en problemas ajenos.

—¡Tamao! —repitió Yoh, haciéndola voltear a verlo cuando sintió que la tomaba de la muñeca.

Ella odiaba los escándalos, por lo que en lugar de luchar y gritarle que la soltara, se detuvo y le dedicó la cara de reproche más dura que pudo encontrar. Él, sin embargo, apenas se mostró preocupado, y sonrió con algo de vergüenza.

—¿Podemos hablar? —preguntó él, rascándose la cabeza con una mano.

Ahora sí, ella tironeó su brazo, forzando a que Yoh la soltara. Abrió la boca, lista para reprenderlo, aun así, las palabras no lograron escapar de su boca, y sus pensamientos no lograban crear una idea coherente.

Él pareció notar este conflicto interno, y puso ambas manos sobre sus hombros, acercando ligeramente su rostro al de ella.

—Lo sé, lo sé —dijo él, viendo con claridad en enfado en sus ojos—, iré a buscarte algo de beber y conversaremos de lo que tú quieras, pero no te vayas, por favor. No quiero que te preocupes.

Tamao resopló molesta, ¿Que no se preocupara? ¿Es que acaso él no recordaba la ansiedad horrible que solía atormentarla? Le estaba pidiendo una misión difícil de cumplir. Tamao frunció los labios, y suspiró fatigada, masajeando el puente de su nariz.

Por mucho que intentara mantenerse ajena a los problemas, cada vez que se reunía con los Asakura, se involucraba en situaciones poco placenteras. Era una lástima, porque quería a ambos, sobre todo a Yoh. Observó al castaño conversando con uno de los meseros, pidiéndole dos vasos de los que él llevaba en la bandeja que traía consigo. Cuando Yoh regresó, le ofreció el líquido trasparente e incoloro. Ella no quiso preguntar qué era, sólo lo tomó y bebió dos tragos a una velocidad que asustó a su acompañante.

—Eh, tranquila, Tamao.

Ella repitió la misma frase en su mente, esta vez con tono burlón. Le envió otra mirada de enfado a Yoh, las palabras revoloteando con gran rapidez en su cabeza.

—¿Qué crees que estabas haciendo? —preguntó ella, agudizando su voz a medida que hablaba.

Notó el ligero rubor en las mejillas del Asakura, quién se masajeó detrás del cuello, sonriendo apenado.

—Pues, ¿Qué crees que estaba haciendo?

Ella sintió que su rostro perdía la sangre, cuando en realidad el rojo de su propia cara estaba alcanzando sus orejas.

—¡Yoh! ¿Es que has perdido la cabeza?

—No te escandalices, no es nada —aseguró él, aunque, después de tantos años compartiendo sus vidas, Tamao sabía que estaba mintiendo.

Lo peor, es que no parecía estar intentando de ocultarlo.

—Estás demente —masculló la chica, la combinación de ira y preocupación causándole un fulminante dolor de cabeza— ¿Acaso no estabas pensando? Oh, claro que no estabas pensando —se contestó a sí misma, cubriendo su rostro con una mano—. Yoh, si alguien más se entera de esto...

—No te preocupes, no va a pasar —prometió él, poniendo una mano sobre su hombro—. Está todo bien, tranquila.

—Yoh —insistió ella, mirando hacia ambos lados asegurándose de que nadie la escuchara—, los Tao han descuartizado a personas por cosas menos importantes. Si alguien sabe sobre ti y Anna…—

—Tamao, no hay un "yo y Anna" —aseguró el Asakura, con repentina seriedad— Ya te lo dije, no es nada.

Ella bebió otro gran sorbo, concentrándose en el ardor que bajaba por su garganta con la esperanza de que la distrajera, aunque fuese por unos segundos. Fijó su mirada en la de Yoh, y tenía la sensación de que, como muchas otras veces, estaba restándole importancia al asunto.

Era una mala costumbre suya, porque, en lugar de tranquilizarla, a Tamao solía quedarle la impresión de que todo era mucho peor de lo que realmente se veía, poniéndola más nerviosa.

Él notó que el pánico no había desaparecido en su amiga de infancia, por lo que decidió a una técnica infalible. Tomó el vaso de alcohol de las manos de Tamao y lo dejó sobre una mesa junto al suyo. Luego se acercó y la abrazó, notándola tensa bajo su cuerpo. Besó su frente, y le sonrió.

—Todo va a estar bien, lo prometo.

Ella suspiró, y se obligó a liberar la tensión y a relajarse. Lo miró por una última vez, negando con la cabeza.

—No seas el siguiente Asakura al que metan a un calabozo, por favor.

—Espero mantenerme alejado de cualquier prisión, por lo menos en un futuro cercano —rio él, haciendo que Tamao rodara los ojos.


Al volver al salón, el calor humano se sintió abrasador contra su piel, aunque estaba muy segura de que su temperatura ya se encontraba peligrosamente alta. Caminó entre la gente que la saludaba sin responder, carente de un rumbo fijo. Su idea era caminar lo más lejos que sus ridículos tacones le permitieran. Lo más importante era no voltear hacia atrás y recordar la idiotez que había cometido. Lo curioso era que, se dice que se aprende de los errores, y ella quería volver a cometerlo.

No. No. No.

—¿Dónde hay alcohol cuando lo necesito? —masculló Anna, masajeándose la sien.

No sobreviviría el resto de la noche sin ayuda. Fue entonces, que un ángel llegó al auxilio. Un ángel al que apenas toleraba, y la miraba con sus ojos gélidos tan como iceberg.

—Aquí —respondió Ren, con una copa en la mano extendiéndose a ella.

Verlo de pronto le hizo sentir un fugaz sentimiento de culpa. Muy fugaz, porque su expresión de molestia sólo la hizo enojar y le arrebató la copa de cristal en un rápido movimiento, bebiendo un sorbo generoso.

—¿Dónde estabas? —preguntó él, cruzando los brazos —La gente pregunta por ti y no pienso inventar excusas por ti.

—Le dije a Jun que saldría a tomar aire —respondió Anna, arqueando una ceja— ¿No sabía que debía darte explicaciones?

—Aún ni nos casamos y ya me estás dando dolores de cabeza.

Anna no se dignó a contestarle. Era increíble que él la hiciera estrellarse contra la tierra después de que hace unos pocos minutos había estado en las nubes.

No. No. ¡No! Debía dejar de pensar en eso.

Bebió más del alcohol, y ¿qué demonios era, que estaba tan fuerte? Eso. Debía distraerse en cosas mundanas. Incluso discutir con Ren le podría hacer bien.

—¡Ahí están! —dijo Jun, acercándose a la feliz pareja— ¿Les parece si vamos al otro salón? Deben estarlos extrañando por allí.

—Exacto —respondió el Tao, mirando con una ceja alzada a su prometida— Tenemos un papel que cumplir, ¿lo olvidas? Llevamos mucho tiempo aquí, así que andando.

—No me vengas a dar órdenes, querido —masculló ella, entrecerrando los ojos.

—Eh, tranquilos los dos —dijo la joven de ojos verdes, intentando apaciguar a Ren y a Anna— Sé que es tarde y están cansados, sólo aguanten unas horas sin matarse y podremos ir a dormir, ¿les parece?

"¿Unas horas?" repitióen su mente Anna, que deseaba que la velada terminara lo antes posible. ¿Qué obtenía con seguir paseándose del brazo de Ren, cuando ella sabía muy bien que ya había fracasado como su futura esposa? ¿Con qué cara miraría a sus padres y les diría que estaba todo bien, que ella podía con todo eso?

Involuntariamente, buscó entre la multitud a sus progenitores, y vio a su padre a la distancia, acompañado de Fausto. Ellos la miraron de vuelta, sonriéndole a través del salón, como si le estuviesen asegurando que no se preocupara, que estaba haciendo un excelente trabajo.

Si supieran.

¿Y dónde estaba el culpable de ese fiasco?

No lo busques, no lo busques.

Sin embargo, los ojos miel de Anna encontraron al malhechor. No supo qué ardía más, si él desconocido líquido que había bebido o si la sangre en sus venas al ver al castaño dándole un beso en la frente a la muchacha de cabellos rosa. Fue un acto tan sutil y cercano que terminó por despedazar cualquier sentimiento bueno que ella hubiese sentido por Yoh. Ese imbécil le había visto la cara de tonta. Seguro fue una simple entretención, cuando quien de verdad le importaba era la chica que él parecía proteger con tanto recelo.

Era una idiota.

Los recuerdos del sabor de sus labios, su calor, sus palabras… ¿Había algo más real que el deseo que sintió por él en ese minuto?

Sí, las ganas de asfixiarlo.

—Vamos al otro salón —dijo ella, adelantándose a los hermanos Tao. No quería que notaran su rostro, porque aún no era tan buena en ocultar que su corazón la estaba traicionando.


El líder de los Asakura miró su reloj sin disimulo alguno, y suspiró con pesadez cuando notó que el tiempo seguía pasando igual de lento. Su abuela lo había dejado para incomodar a quien se le cruzara en el camino, y su hermano había desaparecido, reservando todas las miradas de desprecio para él. Los envidiaba por darse esas pequeñas libertades, mientras que él tenía que seguir conversando con miembros de otras familias.

Lo podía ver en sus miradas; lo odiaban. Era de esperarse, los había engañado a todos y se había pasado de listo haciendo tratos y ganando riquezas sin que nadie lo notara. Mantuvo vivo un clan que se creyó al borde de la muerte, y ahora los saludaba como si nada, sonriéndoles incluso. Casi podía leer sus pensamientos a través de sus ojos… "¿Cómo me deshago de él?".

Quería verlos intentarlo.

Sintió que alguien se aproximaba, y cuando vio al Usui agradeció porque no se tratara de otro pomposo tarado. Sólo un tarado habitual.

—¿Alguna novedad? —preguntó Hao, cubriendo su boca para bostezar. Tenía una gran resistencia para pasar por situaciones tortuosas, pero las fiestas siempre eran un desafío especial.

—Nada interesante —respondió Horokeu, rascándose la mejilla— Bueno, en realidad… No, mejor no…

—No hagas eso —respondió el jefe—, si ya comenzaste debes terminar la historia, ¿no es así?

El Usui debatió si debía trasmitirle el mensaje o no al Asakura. Era su deber como empleado y fiel seguidor, aun así, le desagradaba verse involucrado en ese tipo de tareas.

—Marion le dejó un recado. Prefiero no repetir sus palabras, pero lo vio con Jun y… bueno, no está feliz.

El castaño rio despreocupadamente, y Horo jamás lograba descifrar si era una buena o una pésima señal.

—Debería preocuparse de vigilar a Tamao y no a mí. Gracias, Horo-Horo. —agregó, poniendo una mano sobre el hombro del chico, quien se tensó al tacto— Avísame si pasa algo importante. Cualquier cosa insignificante mejor ve y molesta a Yoh, a mí no me interesa.

—Está bien, jefe.

El chico se despidió y continuó con su tedioso trabajo de vigilancia, mientras que Hao lo contempló yéndose, pensando en el inútil despliegue que personal que se había hecho presente en la velada. La seguridad de los Tao, de los Kyoyama, de los Asakura y además varios de los invitados habían llevado a sus propios guardias. Todo por una amenaza que él mismo había creado.

—¿Ya nos podemos ir? —preguntó Yoh, asomándose sobre su hombro.

El mayor lo miró y entrecerró los ojos, volteando a verlo con intriga cuando notó que Tamao lo acompañaba. No necesitaba ser un gran genio para darse cuenta de que había algo fuera de lugar; ella desviaba su mirada y jugueteaba con un mechón de pelo, mientras que Yoh lucía fresco, como si no llevara horas sufriendo de un calvario que él sabía que ambos detestaban.

—Estás feliz —afirmó él, sonriendo cuando su gemelo pareció dejar de respirar.

Rápidamente, el menor se compuso y la comisura de sus labios se extendió con tranquilidad.

—Claro —respondió Yoh, mirando a Tamao— Nos hemos estado poniendo al día.

Ella inhaló profundamente y asintió con la cabeza. Tanto ella como Yoh sabían que no habían logrado convencer a Hao ni un poco, pero sólo soltó un "Ah", demostrando que no estaba de ánimos para indagar más.

—Yo ya debo irme —anunció Tamao—, me están esperando afuera.

—¿Tan temprano? —preguntó Hao— Qué afortunada.

—Mañana podríamos almorzar juntos —sugirió Yoh, poniendo una mano detrás de la espalda de la chica y de su hermano— ¿Qué dicen?

—Oh, mi vuelo saldrá temprano, tal vez no alcance.

—Un desayuno, entonces —concluyó el mayor, sonriendo con burla— Yoh se pondrá triste si lo rechazamos.

—¡Ya nunca hacemos nada juntos!

—Son ustedes los que siempre están ocupados en… —Tamao sacudió la cabeza—, ni siquiera deseo saber en qué andan.

—Negocios, Tamao, negocios.

La sonrisa de Hao era inquietante, pero su voz tenía un extraño efecto de persuasión que pareció convencer a Tamao. Quería con el alma a ambos, y creía fielmente en que tenían corazones buenos, aún así, conocía a qué se dedicaban hasta cierto punto, y entre menos supiera al respecto más seguro sería para todos.

Un beso en la mejilla de Yoh y de Hao, un adiós y una caminata del brazo de Ryu fueron sus últimas acciones en ese salón, en donde, curiosamente, se sentía más cómoda. En camino de salida atravesó la otra sala, recibiendo miradas de admiración a las que jamás se acostumbraba. Sonrió casualmente, por mucho que su corazón se hubiese acelerado. Los Asakura conocían de dónde venía y cómo había obtenido éxito en su carrera a temprana edad, considerándola un miembro más de su familia. ¿Esas personas seguirían sonriéndole si supieran la verdad?

—¿Pasa algo, Tamao? —preguntó Ryu, notando lo callada que estaba.

Ella alzó su vista hacia él, sonriéndole porque al fin parecía más relajado y ya no la estaba llamando "Señorita". Pensó en mentirle y decir que nada ocurría, pero, tal como con Yoh y Hao, sabía que podía ser honesta con él.

—Esta sala está muy animada. ¿Crees que toda esta gente seguiría igual de feliz si supiesen quiénes somos? O más importante, ¿quiénes son?

—Hmm… creo que todos prefieren ser bendecidos por la ignorancia —respondió, riendo un poco al final— Están aquí para celebrar el compromiso de los Kyoyama y los Tao, pero no ven más allá del dinero y los lujos. No saben qué hay detrás de eso, y seguro lo prefieren así.

Tamao asintió, porque, como bien decía Ryu, hasta ella misma prefería mantenerse al margen sobre ciertos asuntos. Sintió un escalofrío, y por inercia miró sobre su hombro. Descubrió a Anna desviando su rostro hacia otro lado, no obstante, aún podía sentir sus ojos clavándole dagas en la espalda. No sabía la naturaleza de su relación con Yoh, y tampoco quería saber nada. Desearía ser como el resto de los invitados, celebrando ilusamente a la feliz prometida de Ren Tao.

Ryu lo había dicho; la ignorancia era una bendición.


Anna bebió otro sorbo de su copa, avergonzada internamente al verificar que ya no quedaba una gota de líquido. Pasar el resto de la noche del brazo de su prometido no era placentero. Los esfuerzos de Jun por hacer el ambiente más grato estaban siento inútiles; ya llevaban varias horas mostrándose y paseándose con falsas sonrisas entre la gente, no querían más guerra.

—Ha sido una noche estupenda —comentó Jeanne, quien se acercó a la rubia fresca como si no llevara varias horas desvelada, caminando con los tacones más incómodos que tenía.

La Kyoyama escuchó a Ren reír, irónico. Ella tenía todas las intenciones de responder con sarcasmo, de decir que le alegraba que alguien sí estuviese disfrutando de la fútil celebración. Sonrió apenas, y asintió con la cabeza.

—Incluso vi a mi cantante favorita —agregó la chica, recibiendo la mirada atenta de Jun —¿Tamao Tamamura? ¿La conocen?

—Es una chica muy dulce —contestó la joven Tao— Nos hubieses dicho antes, seguro Anna te la hubiese presentado.

—Yo no la conozco —respondió Anna, esperando que el cansancio y el fastidio no fuesen tan notorios.

—La conociste hace unas horas —recordó Ren, negando con la cabeza.

Anna mordió el interior de su labio, a punto de asfixiar al tarado. Si lo veía rodar los ojos otra vez, o si escuchaba algún otro comentario condescendiente, lo iba a matar.

—Me hubiese gustado estar ahí —intervino Jeanne, sonriéndole a ambos entre la creciente tensión— Para la próxima fiesta será, yo ya me tengo que ir.

Anna no recordaba el número de personas que había saludado, y mucho menos de quiénes se había despedido. Cuando vio la espalda de Jeanne alejándose, se preguntó a sí misma qué hora sería, y hasta cuándo tendría que seguir en ese lugar. Moría por poder quitarse el vestido rojo, los zapatos altos y recostarse en su cama hasta el día siguiente.

—Suficiente —murmuró Ren, mirando a su hermana—, mañana debo trabajar temprano. Es hora de irnos.

La jamás se sintió tan feliz al escuchar a su prometido, aunque, al mismo tiempo, quería saber en qué momento él era quien tomaba ese tipo de decisiones. Anna notó que Jun también estaba aliviada, encapsulando su felicidad en una pequeña sonrisa.

Sin decir nada, Ren dio media vuelta y comenzó a caminar. La rubia no tenía energías de hacer preguntas, y fue su cuñada quien tomó la palabra.

—Iremos al otro salón a despedirnos y ya está. Nosotros te llevaremos a casa, ¿te parece?

—¿Tengo opción? —preguntó Anna, inspirando fatigada.

Jun rio y la miró con algo de lástima.

—En realidad sí, y es quedarte con tus padres hasta que todos se vayan.

Ni loca pasaría más tiempo en ese edificio. Quería marcharse lo antes posible, así que, compartir unos momentos en silencio en la limosina de su prometido no sonaba tan terrible.

Cruzaron la misma entrada que antes, con un guardia distinto al que Ren había reprendido anteriormente. Anna supuso que lo habían despedido, o simplemente había tenido la fortuna acabar su turno antes. Lo miró de soslayo, y su mirada fría y falta de respuesta le heló la sangre.

Sus ojos buscaron a Jun y a Ren para ver si ellos también habían notado algo extraño, pero siguieron caminando como si nada, por lo que pensó que tal vez estaba paranoica por el cansancio.

Entraron al otro salón, que parecía otra dimensión. Anna no se acostumbraba al cambio de ambiente, tan denso que le costaba respirar. Notó una fina capa de humo, asqueada cuando notó que era el residuo de los puros y cigarros que consumían al interior del lugar.

Siguió por inercia a los Tao, deteniéndose en seco cuando notó que Ren se acercaba a Yoh.

—No vi a tu hermano por ningún lado —explicó el de ojos dorados— Dile que nos vamos.

—No soy el chico de los recados —dijo Yoh, metiendo las manos en los bolsillos— Pero descuida, no tengo problemas en hacerle favores a un amigo.

Ren hizo una mueca de disgusto, muy distraído en su propia mente para notar la tensión entre la rubia y el castaño. Yoh forzó una sonrisa, caminando hacia Anna y Jun lo más casual posible.

—Pueden irse con seguridad, hay un equipo fijándose en que nada les ocurra.

—Esto de cuidarse siempre las espaldas es agobiante —respondió Jun, sonriéndole de vuelta— Que estés bien, Yoh.

—Lo intentaré —respondió riendo, mirando con dificultad a Anna.

No entendió por qué lo miraba con tanto desprecio, no después del momento que habían compartido. Se rascó la cabeza, sorprendido de su falta de elocuencia. Sólo debía despedirse, pero las palabras se volvieron letras al azar en su cabeza cuando Anna dio un paso hacia él.

—Adiós, Yoh.

—N…nos vemos.

Agradeció que Hao no estuviera ahí para burlarse de él. Experto en combate, excelente negociante, la primera elección de su líder para acabar (o crear) conflictos. Y ahí estaba, como un estúpido adolescente tartamudo. Sintió que su rostro adquiría repentino calor, y desvió la mirada ante su incrédula compañera. La miró de reojo, notando que negaba con la cabeza, y le dio la espalda como si fuese un pedazo de basura.

Vio a los Tao y a la Kyoyama irse, con las intenciones de llamar su nombre atascadas en la garganta. Se estaba comportando como un tonto, y debía mantener la compostura antes de humillarse más.

Reinstaló su audífono negro y presionó el botón para comunicarse con Horo-Horo. Al escuchar su voz, le indicó que activaran todos los protocolos de seguridad para prepararse a la salida del trío. Esperó unos segundos a la confirmación, viendo a Anna caminando en dirección a sus padres.

Yoh —escuchó la voz del Usui por el aparato, sin prepararse para lo que venía— …no tengo respuesta de las unidades tres y cinco. Algo está mal.

Sintió que su corazón se saltó un latido, y avanzó entre las personas para alcanzar a la rubia.

—Comunícate con el resto de las unidades —ordenó el Asakura— Que todos se redirijan al salón dos.

Pero…

—Ahora, Horo.

Escuchó a Ren despidiéndose de Hans y del resto de sus familiares, interrumpiendo abruptamente su conversación.

—No pueden irse —intervino, mirando entre el rubio y el de pelo violáceo— Tenemos un problema.

Ya estaba acostumbrado a las acuchilladas que los Kyoyama le transmitían a través de sus ojos, por lo que era la situación la que lo estremecía.

—¿Qué problema? —preguntó Hans, frunciendo el ceño— Ya no abrían informado si…—

—El guardia —dijo de pronto Anna, haciendo que Yoh volteara a verla— ¿Estaba planificado que cambiaran al guardia?

—¿El de la entrada? —preguntó el castaño— No.

Los labios de Anna se separaron, y tanto ella como Yoh miraron hacia la oscura puerta. El Asakura escuchó la voz de Horo en su oído, indistinguibles gritos en donde sólo escuchó con claridad la palabra "Intrusos".

La puerta se abrió de golpe, dejando el paso libre a distintas personas enmascaradas vestidas completamente de negro, rodeando velozmente a los invitados que miraban la escena perplejos.

—¡Mierda! —masculló Hans, sacando un revólver de su bolsillo— ¡Que activen el protocolo de emergencia!

—Ya está —respondió Yoh, buscando de reojo dónde diablos se había metido su gemelo. Activó su audífono, dando una nueva orden.

Proteger a Ren y a Anna a toda costa.