Disclaimer: Los personajes que reconozcáis y el universo le pertenecen a JK Rowling. La historia es mía. No obtengo beneficios económicos al escribirla.


Aviso: Este fic participa en el tópico "Duelos entre Potterhead" del foro "Hogwarts a través de los años".


MissDBlack22 me dio tres desafíos que acepté.

El primero: Un AU donde Severus Snape es un squib (¿cómo sería su vida sin Hogwarts, sin mortífagos, sin Merodeadores, ni ser doble espía?)
Reflexiones de una madre.
Eileen estaba pasando el plumero por una estantería alta cuando su hijo llegó a casa. Le había estado esperando durante horas y es que, ahora que se había casado y esperaba un hijo, había algo que tenía que decirle. Era importante, porque ¿y si su nieto nacía mágico?

Ella había tenido la suerte de que Severus fuese un squib, pero a veces la magia aparecía en la descendencia de un no mágico y la línea Prince era poderosa.

Además estaba Lily Evans. Ella era la hermana de Petunia, la esposa de su hijo y Eileen sabía que la joven tenía magia. Y quizá Severus supiera del tema mágico por Petunia, pero no sabía que ella misma era una bruja. Hecho que había ocultado por su seguridad.

Bien. Al principio había sido por miedo a que Tobias la dejara, pero a medida que la relación progresaba, el humor de él se volvía más corto. Y ella se calló. Prefería tenerlo contento y evitar así sus gritos.

Además, era un intolerante con todo lo que no fuese normal. ¿Cómo no se había dado cuenta?

O quizá no quiso hacerlo. Deseaba escaparse de las expectativas impuestas por sus padres y un muggle era la mejor opción.

No dolió que Tobias fuera encantador y le hiciera dulces promesas.


Y luego quedó embarazada.

Su marido no toleraba a los homosexuales, a las prostitutas, a las madres solteras, a los drogadictos, a los miembros de otras religiones, y un largo etcétera.

Así que cuando se enteró del embarazo, se asustó. Porque aunque estuviera emocionada, había un dato importante. Ella podía ocultar su magia. Su hijo no. Un niño no podía y sabía que si Tobias se enteraba, iba a enfurecerse mucho.

-Quizá no. -Se dijo a sí misma. -Quizá, como somos su familia...

Así que Eileen le confesó la verdad a Tobias. Él no reaccionó bien y Eileen hizo lo único que se le ocurrió. Le lanzó un Obliviate.

Más tarde, en la cama, ella se quedó despierta


durante horas. Si su hijo tenía magia, no podía desmemorizar a su esposo.

Pensó en divorciarse, pero lo descartó enseguida, pues Eileen lo amaba.

Entonces tomó una decisión. No le diría nada a Tobias hasta que su bebé mostrara magia accidental delante de él.

-Sí. -Se dijo. -Es la solución perfecta.


Severus nació y los padres estaban muy contentos.

Tobias habló de todo lo que le enseñaría al niño cuando fuera mayor.

Eileen solo rezaba que su bebé no mostrara magia pronto.


Y no lo hizo. Ni pronto, ni nunca.

Y aunque el matrimonio discutía, Eileen pensó que podría ser peor.

Siguió esperando, porque siempre cabía la posibilidad, por pequeña que fuera, de que Severus hubiera hecho magia accidental cuando no estaba presente.

Sin embargo, cuando su cumpleaños número once llegó y se fue sin una carta, ella celebró.

Su hijo no era mágico. Eso era lo mejor.


Severus no encajó mucho en la escuela.

No tenían mucho dinero y a los niños les gustaba reírse de eso.

Él intentaba no hacerles caso, pero a veces era difícil. Así que se centró en sus estudios.

Amaba la ciencia. Cuando llegó al instituto y descubrió Biología y Química, supo lo que quería hacer.

Sería investigador.

Y aunque aún seguían molestándolo por su ropa gastada y por llevar su almuerzo en vez de comprarlo en la cafetería, no le importó. Mo mucho, al menos. Tenía cosas importantes en las que centrarse.

Sus notas elevaron el nivel de la escuela pública y le ofrecieron una beca en una universidad de prestigio que él aceptó.

Allí hizo amigos. Los primeros de su vida. Tenían cosas en común y a Severus le gustaba que se tomaran las cosas en serio. Él no estaba allí para desperdiciar el tiempo.


Entonces llegó Petunia.

Era la niña amargada que nunca quiso jugar en el parque y que cuando su hermana se fue a un internado exclusivo, se volvió más agria.

Ella estaba en una cita con un hombre más alto que ancho. Está bien. No era así. Pero Severus solo podía ver la condescendencia con la que trataba a los camareros en el restaurante, a su cita y le recordó a su padre y quizá por eso exageró un poco.

A Petunia tampoco debió gustarle cómo ese gran mastodonte se comportaba, porque salió de allí echa una furia, casi tirando a Severus del taburete alto en el que estaba sentado.

-Lo siento. -Ella gruñó. Murmuró algo sobre machistas asquerosos mientras miraba a su cita.

-Petunia Evans, ¿no? -Severus preguntó como si no hubiera estado seguro de que era ella. Pero él lo había sabido.

-Sí. ¿Y tú eres...? -La mujer iba a marcharse, pero el hombre al que casi había tirado sabía su nombre y eso le intrigó lo suficiente.

-Severus Snape. -Él respondió.

-Ah, sí. El niño amigo de Lily. -Pronunció el nombre de su hermana con desagrado.

El joven iba a preguntarle por su hermana, pero notó la mueca de disgusto en su cara aparte del tono de voz y decidió no hacerlo.

Tuvieron una conversación agradable que les supo mejor cuando Vernon Dursley, hizo el ridículo de sí mismo cuando trató de actuar todo macho alfa y Severus le derribó con unas palabras punzantes... Que según Petunia, Vernon estaría tratando de descubrir qué significaban durante algunas horas.

Pero sí comprendió el tono y fue a golpear al flacucho pálido que le había dejado en ridículo.

Le fue peor, porque dos guardias de seguridad le agarraron de un brazo cada uno y le sacaron fuera.

Y así fue cómo la cita horrible de Petunia pasó a ser una nueva cita decente.


Severus se casó tras graduarse de la universidad. Petunia no había querido ni oír la palabra Boda antes de que su prometido terminara su carrera. Era importante para él y quería empezar una vida juntos sin el estrés de las clases.

Ella se dedicó a la escritura.

Fueron pequeños relatos al principio, pero actualmente estaba camino de terminar una novela que Severus no había podido leer.


Eileen miró a su hijo cuando estuvieron sentados a la desvencijada mesa de la cocina.

Se le veía feliz. Sonreía y había un rebote en su paso que no había estado antes de que comenzara su noviazgo con Petunia.

Sí. -Pensó Eileen.- La vida era mejor así. A saber cómo les habría ido si su hijo hubiera tenido magia.