Abraza la manada

2

Milagro

Le dolían los brazos, las muñecas, las piernas y la cadera, pero la espalda era lo que más molestaba. Seguramente una paliza lastimaría lo mismo que ella estaba sintiendo. Se removió un poco y sí, el cuello también le dolía. ¿Había una parte de su cuerpo que no tuviera dolor? Movió los pies y… ¡vaya! no dolían.

Abrió los ojos lentamente, aturdida por el dolor, lo único que podía experimentar en ese momento.

Sintió su cuerpo cubierto por una suave manta y, al poner las palmas en la superficie en la que estaba, sintió la piel fría de ¿qué?, ¿un sillón?

Sus ojos se acostumbraron a la luz de la habitación en la que estaba, un escenario completamente desconocido. Había enormes libreros llenos, lámparas de aceite en los cuatro extremos del salón, cortinas enormes y pesadas que tapaban un ventanal, un amplio escritorio de madera con algunos adornos, propios de la oficina de un hombre, una silla de madera tapizada con piel negra, también era amplia, pero estaba vacía.

Se enderezó del sillón en el que estaba y puso los pies en el suelo. Había una pequeña mesa de centro, también de madera y una vasija de agua y una botella de alcohol.

—Duele, duele, duele— se quejó en voz baja.

—¿Qué te duele? — preguntó una grave voz masculina, tenía un dejo de preocupación.

Candy se sobresaltó al oír esa voz, creía que estaba sola en aquel despacho, o no, en realidad, ni siquiera había tenido tiempo de analizar el lugar en el que estaba.

Buscó al dueño de la voz y una figura alta y ancha, sin duda un hombre, salió de las sombras.

Era un hombre joven, pero más grande que ella, tal vez pasaba de los veinticinco años. Era alto, con abundante cabello rubio y tez blanca, pero marcada por el sol, por lo que se veía más moreno. Candy no pudo distinguir con precisión los rasgos de su rostro.

—Lo siento, señor, pero ¿podría decirme qué pasó?, yo no sé cómo llegué aquí.

El hombre sonrió y asintió con la cabeza mientras se acercaba al sillón en el que Candy estaba sentada y se dejaba mostrar con claridad, cerca de la luz.

Candy ahogó un grito al ver el rostro del hombre y se llevó una mano a la boca, pero no dijo nada.

—¿Estás bien? — preguntó el hombre y ella asintió, aunque no estaba segura de su respuesta.

—Usted… usted se parece mucho a alguien que conocí de niña— respondió observando con minuciosidad los movimientos y los rasgos del hombre.

—¿En serio? — preguntó él con voz grave. Se detuvo frente a ella con la mesilla de centro de por medio.

—Sí, es usted muy parecido— añadió —pero podría decirme ahora cómo llegué aquí. Yo… estoy muy confundida. — Lo miró a los ojos y notó que eran azules, profundamente azules y grandes. Después desvió la mirada y la posó en el enorme cuadro que estaba detrás del escritorio; era el de una hermosa mujer de cabello rubio y mirada firme. Estaba de pie, entre unos árboles, usando un ligero vestido blanco que marcaba su cintura y su busto bien redondeado. El paisaje boscoso era hermoso, pero lo que más llamaba la atención, después de la mujer, era el par de lobos blancos que tenía a su alrededor; uno estaba detrás de ella, en una pose en movimiento con una pata delantera levantada, a punto de dar un paso, con las orejas levantadas, el animal miraba fijamente al observador del cuadro. El otro lobo estaba frente a la mujer, parado sobre una roca, también tenía las orejas levantadas, el hocico entreabierto y miraba hacia un lado. El cuadro era una obra de arte y a Candy le recordó las representaciones de Artemisa, la diosa griega de los animales salvajes, sobre todo por la fuerza que representaba la mujer.

—¿Te gusta? — preguntó el hombre siguiendo la mirada de la joven.

—Es una pintura bellísima.

—Gracias, ella es mi madre.

—Su madre es una mujer hermosa.

—Era, pero gracias.

—¡Oh! Lo siento.

—No te disculpes— observó también el retrato y agradeció la oportunidad que se le presentaba. —Así es como se le recuerda en esta familia.

—Imponente— dijo Candy.

—Protectora y líder de nuestra familia.

—¿La matriarca?

—Sí, algo así, aunque es un poco más complejo, pero sí.

—Es un puesto de gran responsabilidad, no es una tarea fácil y tampoco para todos— dijo Candy con todo conocimiento de causa al recordar a Albert.

—Ya lo creo que sí. Ahora, dime, ¿qué recuerdas de tu accidente? si me dices en qué punto te quedaste, tal vez yo pueda contarte qué pasó.

Candy pareció recordar su situación actual y apartó la mirada del cuadro.

—Claro, yo…— entrecerró los ojos y miró con detenimiento a su interlocutor. La similitud era inmensa, casi imposible y abrumadora… —Anthony— murmuró casi sin pensar.

—¿Sí?

—No, nada, no es posible. Lo siento, pero, pasa que… —sus balbuceos provocaron una sonrisa en aquel hombre que se acercó a ella y se sentó en la mesita de centro. —Es que… el parecido que usted tiene con… con alguien que conocí de niña es increíble y… y

—Y se llamaba Anthony…

—Anthony… sí

Él sonrió abiertamente. Escuchar su nombre en boca de ella era un sueño cumplido, uno que ni siquiera sabía que tenía, pero lo gozó como si lo hubiera esperado toda su vida, todos esos años de soledad.

—¡Anthony! — gritó Candy cuando reconoció su sonrisa. —No es posible, debo haberme golpeado muy fuerte, debo estar alucinando— sus palabras eran atropelladas y los nervios empezaron a apoderarse de su cuerpo. Ahora era un manojo de nervios y de dolor. Se tomó el pulso desde el cuello y reguló su respiración. No quería volver a sentirse como el día anterior en el bosque. Hizo el intento de levantarse, pero las piernas le fallaron y los brazos del hombre la sostuvieron y la ayudaron a sentarse nuevamente.

—Calma, Candy. Te lo puedo explicar todo, lo prometo, pero cálmate. Tu caída no fue cosa simple.

—Lo sé, yo… caí del caballo cuando… cuando echó a correr.

—Así es, se asustó, ¿sabes por qué?

—No, estaba en el bosque, quería entrar, pero perdí el control cuando se asustó y corrió sin dirección. Intenté detenerla, pero no pude, era más fuerte que yo y… creí que iba caer y ser arrastrada, pero luego…— su rostro se llenó de terror. Las cosas no iban bien, él lo sabía, ahora venía la parte difícil.

—Dime, qué viste—. Le apretó los brazos, que no había soltado, ligeramente para llamar su atención.

—Vi… vi un perro enorme… no, no era un perro, era un lobo, un lobo blanco que… corría a mi derecha, después le hizo frente a mi caballo y fue cuando se encabritó y yo… yo caí—. Se llevó una mano a la cabeza para asegurarse de que no tenía alguna herida sangrante.

—Sí, eso pasó. Candy, escúchame bien, ese lobo intentó salvarte, pero no pudo… no pude impedir tu caída y perdiste el conocimiento.

Los ojos de Candy se abrieron llenos de confusión y sí, también de terror. Se deshizo del agarre del hombre y, sabiendo que no podía levantarse, echó la espalda hacia atrás.

—¿Cómo que no pudo impedirlo?, ¿de qué habla?, ¿quién es usted?

—Candy, ese lobo era yo y yo, yo soy Anthony Brower Andley.

La siguiente hora sería muy confusa de recordar para Candy durante mucho tiempo. En su cuerpo había miedo del hombre que clamaba ser Anthony, su Anthony; había una terrible confusión por intentar comprender que, de un momento a otro, todo su conocimiento del mundo se había derrumbado y ahora tenía que asimilar y comprender que, junto al mundo humano había otro, uno sobrenatural en el que los hombres se transformaban en lobos y adquirían poderes de fuerza y destreza. Estuvo a punto de desmayarse por la impresión del momento, pero de alguna manera lo había evitado. No podía volver a perder el conocimiento en medio de esa gente, pues sabía que se encontraba en una casa llena de aquellas criaturas, criaturas cuyo líder era, por cierto, Anthony o el hombre que se hacía llamar así.

Se negó muchas veces a creer lo que aquel hombre le decía y a cada objeción lógica que ella ponía, él daba una explicación bastante elaborada, demasiado argumentaba como para ser una broma, una mentira improvisada. Sin embargo, Candy no dejaba de ser humana y necesitaba ver para creer, así que retó a ese Anthony a que le mostrara su transformación, si es que algo así era posible en el mundo en el que vivía.

—Aquí es un poco incómodo y, si lo hago, no podré comunicarme contigo— dijo aquel líder ante el reto.

—Qué conveniente— respondió Candy con ironía, algo que en realidad no se le daba bien, pero en la situación en la que estaba, resultaba un arma de defensa ante la locura que el hombre exponía.

En ese momento, una mujer, desconocida para Candy, entró en el despacho. Era Sofía y sostenía una charola con comida, algo de fruta fresca y agua.

—¡Qué bueno que hayas despertado! — dijo la mujer sonriente mientras ponía la charola sobre la mesa de centro. Candy la miró con desconfianza, estaba demasiado nerviosa y, si ya creía estar hablando con un demente, no quería involucrar otro a la conversación. —¿Cómo te sientes? La caída fue dura, ¿hay algo que pueda traerte? — Sofía sentía la tensión del momento que había interrumpido, Anthony era fácil de entender después de los años que llevaba conociéndolo y, a eso había que sumarle que era el líder de la manada, así que lo que él sintiera era perceptible para todos los demás lobos.

Candy rechazó la oferta y observó la charola de comida, no podía negar que tenía hambre, pero no tomó nada.

—Bueno, si me necesitan solo avísenme— dijo Sofía con una tranquilidad envidiable.

—Espera— la detuvo Anthony— Sofía, esta es la señorita Candy White Andley, hasta donde yo sé— señaló a Candy y hasta ese momento ella se dio cuenta de que él la llamaba por su nombre, pero ella nunca se lo había dado. —Se ha topado con nuestro secreto y ahora es preciso que aclare algunas dudas si no queremos tener problemas con los humanos—. Sofía asintió. — Ella me ha pedido una demostración de la transformación.

—¡Oh! ¡Yo puedo hacer eso! — exclamó emocionada la mujer. —Yo me transformó y tú disipas esas dudas—. Anthony asintió y reprimió una sonrisa. Sofía era una de las lobas más honestas y alegres de la manada. Había convivido poco con los humanos y, aunque tenía sus prejuicios sobre algunos temas, como los caballos, estaba abierta a mostrar cuanto fuera necesario de su mundo, así que Anthony ni siquiera había tenido que ordenar, Sofía estaba gustosa de acelerar el contacto con Candy para integrarla a la manada.

—Esto es una locura— dijo Candy por lo bajo. ¿Había llegado a un manicomio clandestino regido por algún millonario excéntrico?

—Pero una locura fascinante— dijo Sofía —Vamos afuera.

Sofía dirigió una mirada a Anthony, como pidiendo su autorización y este asintió. Se encaminó a la puerta y les hizo una señal para que la siguieran. Anthony extendió una mano como un caballero para darle el paso a Candy y esta no tuvo más remedio que salir. Al menos podría reconocer un poco del terreno en el que estaba, fingir que creía lo dicho por esa gente, buscar a su yegua y largarse de ahí.

Caminó con tiento por el dolor que sentía en el cuerpo y por la tensión de la situación en la que se encontraba. El hombre, a quien se negaba a reconocer como Anthony, le siguió el paso a una distancia respetable.

Candy echó una rápida mirada por la casa. Era elegante y acogedora, con cuadros de diversos tamaños colgando por el corredor, a cada tantos metros se topaba con una mesilla de madera en la que podía haber una lámpara de aceite, un candelabro, un adorno, flores en hermosos jarrones o… ¿ropa?

Los pisos eran de madera y brillaban, al parecer los pulían con frecuencia. El techo era alto y otorgaba luminosidad a toda la casa. Tenía toda la pinta de una cabaña, pero en dimensiones exageradas. Era una mansión.

Llegaron a la puerta principal y a Candy la deslumbró la luz solar, parpadeó un par de veces con rapidez y bajó los pocos escalones que desembocaban en un amplio y despejado jardín. Parecía la entrada de una casa normal y a varios metros adelante se observaba el bosque. Candy observó a su alrededor y vio que la casa estaba rodeada de bosque, así que, en ese momento no sabía en qué dirección estaba su hogar. Miró también el cielo y juzgó que no eran más de las dos de la tarde, en casa aún no se preocuparían por su ausencia, pero debía darse prisa en volver.

—Aquí está bien, tú, quédate aquí— Sofía la tomó de los brazos y la colocó en el último escalón de la entrada. —No te muevas y presta mucha atención.

Anthony se acomodó a un lado de Candy mientras Sofía caminaba en el pasto. Se quitó los zapatos y los arrojó sin importarle dónde caían. Respiró profundo y extendió los brazos, levantó la cara hacia el cielo y…

Un grito salió del interior de Candy y se tapó la cara. Lo que acababa de ver no tenía manera de explicarlo, así, sin más, la mujer había dejado de ser una y se había transformado, sí, transformado, en una enorme loba de pelaje gris con mechones blancos. Sacudió la cabeza y se enderezó majestuosamente. Sus cuatro patas estaban firmes en el suelo, movía su cola como muestra de que estaba tranquila y sus orejas estaban firmes, con una ligera inclinación hacia adelante, señal de que estaba atenta a lo que pasaba a su alrededor. Observó con cautela a la joven que volvía a mirarla con atención y después dirigió su vista hacia Anthony, buscando una orden. Él asintió y la loba dio un par de vueltas para que Candy pudiera verla desde todos los ángulos y después, se inclinó sobre sus patas delanteras y bajó la cabeza. No era una posición de sumisión, sino una manera de explicar a la joven que no había nada que temer.

—Sofía es una de las lobas más fuertes que he conocido desde que me convertí. Ha defendido esta manada en múltiples ocasiones y sus hijos también lo han hecho, volverán en un par de días— dijo Anthony como si eso fuera lo más importante que Candy debía saber, pero no era así.

—¿Cómo es posible?

—La transformación se lleva a cabo más o menos a los catorce o quince años, después de eso aprendemos a controlarla, a movernos como lobos, a comunicarnos, a cuidarnos como familia y a… a vivir con este regalo. Después de la primera transformación, somos lobos para toda la vida.

Candy oía a los lejos las explicaciones, pero de alguna manera las memorizaba para analizarlas después, tal como hacía con la loba que tenía frente a ella.

Sofía se enderezó y aulló. El sonido sobresaltó a Candy y, por instinto intentó voltearse, pero solo consiguió chocar contra el cuerpo del líder de la manada que, también por instinto, la rodeó con sus brazos y soltó una carcajada. Sofía no había pedido permiso para aullar, los lobos no debían pedir permiso para ser ellos mismos, pero en el contexto actual, debió, al menos, avisar que lo haría.

Esa risa, esa risa era…

—¡Anthony, realmente eres tú! — exclamó apartándose de él para mirarlo de frente. —¿Cómo es posible? Yo te vi morir, Anthony. Yo fui la última persona en verte vivo.

Las lágrimas llegaron sin avisar, como el aullido de Sofía, y las emociones de Anthony se revolvieron nuevamente. Candy lo había reconocido, ya no dudaba que era él y eso lo alegraba, no podría explicar cuánto, pero las lágrimas eran lo peor, no quería ser el causante de más lágrimas de Candy.

La tomó de los hombros e hizo que se sentara en los escalones de madera de la entrada. Hizo una señal a Sofía y esta desapareció sin que Candy lo notara.

Candy no dejaba de murmurar que ella había visto morir a Anthony, no tenía que hacer un gran esfuerzo para rememorar la imagen de Anthony cayendo del caballo y muriendo al instante por el golpe en la cabeza.

—Candy, mírame, mírame por favor— tomó sus manos entre las suyas y Candy intentó sostenerle la mirada— estoy aquí, Candy, estoy vivo. Ahora no tiene caso explicarte qué pasó ese día porque, la verdad, ni yo mismo lo recuerdo bien. Solo puedo decirte que estoy vivo, soy real y que este es mi mundo. En esta casa vive mi manada, mi familia a la que debo proteger y cuidar. Este bosque es mi hogar y parte de mi responsabilidad como líder. Todo lo que hay aquí es mío para protegerlo y, ahora que tú nos has encontrado, también formas parte de todo aquello que debo proteger.

—¿No me dejarás ir? — preguntó asustada.

—¡Claro que sí! Cuando quieras irte, yo mismo te llevaré hacia la salida, pero primero necesito que te tranquilices y me escuches. Candy, sé qué tal vez quieras hacer muchas preguntas o que prefieras negar que todo esto que acabas de ver es real, pero cualquier cosa que elijas, Candy, escúchame con mucha atención, nadie, absolutamente nadie puede saberlo.

—¿Y quién me creería, Anthony? Pensarían que estoy loca, yo misma lo creo que en este momento. Pero… te lo prometo con una condición.

—¿Cuál?

—Que me cuentes todo lo que deba saber para entender este nuevo mundo fantástico que me acabas de presentar.

—Lo haré, pero eso llevará un tiempo. ¿Estás dispuesta a volver aquí?

Candy miró fijamente a Anthony, sus ojos azules eran hermosos, profundos y tiernos. No tenía muchas respuestas a las interrogantes que se formaban en su cabeza, pero después de aceptar que sí se trataba de Anthony, su Anthony, no tenía dudas en aceptar lo que acaban de ver.

—Si tienes tiempo, sí, me gustaría volver.

—Tengo todo el tiempo del mundo para ti, Candy.

Ella sonrió sin apartar la vista del hombre que tenía frente a sí. Era muy atractivo, no se había dado cuenta de cuán atractivo era. Él también le sonrió y agradeció internamente que las cosas no hubieran salido peor de lo esperado. Había escuchado anécdotas de otros lobos al contar su secreto a los humanos, a veces las cosas se tornaban dramáticas, pero afortunadamente este no era el caso. Era un buen comienzo.

—Anthony— dijo ella rompiendo el silencio que se había formado. —Me alegra que estés vivo.

—Me alegra verte, Candy— respondió él y volvieron a sumirse en el silencio, un silencio cómodo.

—Anthony— volvió a decir ella. Él amaba escuchar su nombre en voz de Candy. —¿Y Canela?

—¿Qué? — preguntó Anthony, confundido.

—Canela es mi yegua, debe estar perdida en la colina. Solo espero que no haya llegado a casa y asustado a los niños al llegar sola.

—No te preocupes por eso, Candy. Le pedí a alguien que la buscara, debe estar por aquí cerca. Está en buenas manos.

—Gracias— sonrió Candy y justo en ese momento se dio cuenta de que Anthony tenía sus manos entre las suyas. Desde que se habían sentado habían estado tomados de las manos. Se puso muy nerviosa y apartó las manos con brusquedad, pero Anthony no pareció molestarse.

—¿Tienes hambre, Candy? — preguntó Anthony poniéndose de pie y tendiéndole la mano para ayudarla. No había reaccionado cuando Candy apartó sus manos de las de él, pero extrañaba su tacto. No llevaba ni un día a su lado y ya se le hacía indispensable su presencia.

Candy aceptó la invitación a comer y volvieron a entrar a la casa. Anthony la guió nuevamente a su despacho y le ofreció la fruta que Sofía había dejado antes para ella. Tomó agua y Anthony le preguntó cómo se sentía físicamente.

—Estoy bien, tal vez unos moretones aparezcan mañana, pero creo que no fue grave— contestó Candy. —Gracias por salvarme, Anthony.

—Debí evitar que cayeras.

—Hiciste suficiente, pudo haberme arrastrado y habría sido peor.

El reloj de la habitación marcó las tres de la tarde y Candy anunció que debía irse.

—En casa se preocuparán.

—Claro, te llevaré con tu caballo, pero no creo que debas montar. Te llevaremos en…

—No es necesario. Si no puedo montar, puedo caminar. Solo espero que Canela no esté lesionada o Tom me dará un sermón.

Anthony se tensó ante lo dicho, pero no dijo nada y acompañó a Candy al exterior de la mansión.

—Gabriel, trae el caballo. Ella ya se va

—En seguida.

Nuevamente fuera de la casa, Candy no dejaba de decir que era un milagro que Anthony estuviera vivo. Decía que no podría explicárselo, pero, por el momento, sólo le bastaba saber que así era.

—Así funcionan los milagros, ¿no?, sólo necesitas creerlo— dijo Candy sonriéndole con ternura. Esa sonrisa desarmó a Anthony.

—Candy— dijo bajando la mirada para respirar profundo—, ¿puedo darte un abrazo?

Candy sintió su corazón latir más rápido y una opresión en la boca del estómago, pero no eran sensaciones desagradables, y la opresión se volvió más un cosquilleo.

—Claro que sí, Anthony— respondió y abrió los brazos para rodear el torso de Anthony. Él hizo lo mismo y posó sus manos en la espalda de Candy. Inhaló profundo y guardó el aroma a flores que Candy emitía, era fresco y puro, no podría explicar a qué olía la pureza, pero sí podía sentirlo en sus fosas nasales, Candy era un ser puro. Seguramente toda la vida había tenido ese aroma, pero antes él era un muchacho humano que no habría sabido diferenciar entre la pureza y la maldad, al menos no desde el olfato. Su cuerpo era pequeño comparado con el de él y de cualquier otra loba de su casa. Quiso estrecharla con fuerza, pero podía lastimarla más que la caída; además, ella era una dama y él, lobo y todo, aún un caballero; y, por último, si la abrazaba por más tiempo, corría el riesgo de no dejarla ir.

Por su parte, Candy sintió con ese abrazo una calidez completamente nueva. Su lado científico, como enfermera que era, le hizo notar que la temperatura corporal de Anthony era más alta que la de ella y que la de cualquier hombre; su cuerpo era ancho, fuerte y firme, por eso había pensado, antes de reconocerlo, que era un hombre de más edad, pero Anthony sólo era dos años mayor que ella. Por otra parte, se sintió completamente cómoda y segura entre sus brazos, recargó su rubia cabeza en su pecho e inhaló, olía a madera, a bosque, era algo seco, pero agradable. No era para nada el chico de las rosas del pasado, era un hombre.

Cortaron el contacto al mismo tiempo, como si el mismo pensamiento los hubiera alertado a ambos. Anthony se disculpó. —Lección número uno de los lobos, solemos comunicarnos mucho por el contacto, pero te juro que nunca…

—No me molesta el contacto, Anthony. En casa los niños son así— lo interrumpió Candy y le dio una palmada en el hombro llena de confianza. ¿Acaso los años sin verse se habían borrado de la historia?

La lección número dos sería que, cuando el líder habla, todos escuchan y no lo interrumpen, pero Anthony no tuvo deseos de poner esa condición a Candy. Mucho menos cuando se le ocurrió pensar que no sabía nada de Candy, había estado tan inquieto por mostrarse a ella que en las últimas horas no se le había pasado por la cabeza que Candy podía tener una familia a la cual volver. "¡Estúpido!" se llamó. Candy había hablado de Tom, seguramente era el mismo Tom que él conoció, también dijo que él le daría un sermón si algo le pasaba a la yegua. "Ella está con él" se convenció. Luego estaba eso de los niños, había niños en su vida. "¡Estúpido!" se repitió, "ella tiene una familia"

—Candy, tú…

—Clama, bonita, mira quién está aquí—. La voz de Gabriel era inconfundible para Anthony. En ese momento, aparecía en el jardín un hombre igual de alto que él, tenía el cabello castaño, como caramelo y abundante. Su piel morena contrastaba con unos ojos grandes en un obscuro tono café. Tenía una cicatriz en la ceja derecha de muchos años atrás. Tiraba del caballo de Candy que, a regañadientes en un principio, lo había obedecido y seguido a través del campo hasta entrar en el bosque. Gabriel se había encargado de calmarla, alimentarla y cuidarla hasta que Anthony diera otra instrucción. Canela, al ver a Candy relinchó, tal vez contenta, y se acercó a ella buscando su mano con el hocico.

—Hola, Canela— dijo Candy por lo bajo, sólo para el animal. —¿Cómo estás?, me diste un susto terrible—. Le acarició el cuello y después la crin. Canela se dejó consentir y Candy aprovechó para examinar sus patas, quería asegurarse de que estuviera bien. —¿Te portaste bien con nuestros nuevos amigos? — relinchó otra vez y Gabriel rio.

—Es toda una salvaje, pero creo que ya nos entendemos— dijo dando un paso hacia Candy. —Yo soy Gabriel, ¿y tú eres? — le dedicó una amplia sonrisa a Candy mientras le tendía la mano.

—Candy— respondió al estrechar su mano— gracias por cuidar de ella.

—¿Candy? — preguntó Gabriel desviando la mirada hacia Anthony— como en… Candy, Candy, ¿esa Candy?

Candy rió por escuchar tantas veces su nombre, pero no pudo evitar sonrojarse al entender que Anthony había hablado de ella con Gabriel. Este de pronto se puso serio y Candy notó que Anthony lo había retado con la mirada.

—Así que… ¿Canela? —cambió el tema— ¿qué nombre es ese para una salvaje como ella? — palmeó el costado del animal y este bufó.

—Es el nombre que le pusieron los niños en casa, ya sabes, por el color y porque les encantan los panecillos con canela.

—Bueno, si no te molesta, la seguiré llamando salvaje. Me hizo dar una buena carrera, hasta que pude detenerla y ¿traerla aquí?, poco faltó para ser yo quien la cargara.

—Lo lamento, pero las dos nos llevamos un buen susto, ¿no es así, pequeña? — dijo Candy sin dejar de acariciarla.

—Fue entretenido.

—Candy, te acompañaré a la salida— dijo de repente Anthony que no había participado en la conversación. Una característica de los miembros de su manada era que hablaban mucho, aunque no lo interrumpían, cuando tenían la palabra no la soltaban hasta vaciar todo su cerebro en ondas sonoras.

—¿Está lejos? — preguntó.

—Lo suficiente para mantener la casa oculta, pero el camino es fácil— respondió Anthony y le señaló la dirección que debían tomar. Candy sujetó la rienda de Canela y tiró de ella después de despedirse de Gabriel simplemente con la mano.

—No quiero nada de cuchicheos cuando vuelva— dijo Anthony— es una orden, para todos.

—Sí, jefe.

Anthony tenía razón, el camino hacia la salida del bosque no era complicado. En unos minutos estuvieron cerca de la frontera y Candy reconoció el camino. Se detuvieron justo en el borde, Candy, junto a su yegua, pisaba el inicio del campo abierto, mientras que Anthony permanecía en la zona boscosa.

—Anthony, yo… creo que sigo en un sueño, creo en todo lo que acabo de ver, pero no puedo evitar dudar.

—Lo entiendo, Candy, es difícil, yo pasé por eso, pero te prometo que te contaré todo lo que desees cuando volvamos a vernos.

—Gracias, Anthony— dijo Candy, y sin previo aviso, le dio un beso en la mejilla —gracias por estar vivo.

—Gracias por llegar hasta aquí, Candy— respondió él un poco desconcertado por el beso, pero feliz.

—Te veré después.

—¿Mañana? — preguntó con impaciencia, pero Candy negó con la cabeza.

—No lo creo, tal vez pasado mañana, aunque… no creo poder recordar el camino, creo que ahora mismo acabo de olvidarlo.

—No te preocupes por eso, cuando vengas estaré aquí.

—¿Cómo sabrás que estoy aquí?, ¿hay algún timbre oculto que tocar? — preguntó fingiendo que buscaba entre las cortezas de los árboles.

Anthony rió. —No, yo solo… lo sabré y vendré a recibirte.

—De acuerdo. Adiós, Anthony.

Lo último que Anthony vio de Candy aquella tarde fue su figura perdiéndose en el campo mientras tiraba de su caballo. El primer paso estaba dado y se sentía feliz, eufórico y también ansioso por volver a ver a Candy, su alma gemela, no cabía duda.

De vuelta a la mansión, Anthony reunió a la manada en el gran comedor, el salón más grande de la casa donde todas las noches comían juntos, se llevaban a cabo fiestas, asambleas y anuncios importantes, como el de aquel día.

—Por lo que vieron o escucharon hace unas horas, supongo que ya todos saben de qué se trata esta reunión— dijo Anthony con una voz firme que se escuchaba en cada rincón de la estancia.

Todos asintieron.

—Ella aun no lo sabe— agregó— y no se lo diré hasta que no esté preparada. Estará por aquí con frecuencia, así que nadie, nadie —recalcó— puede mencionarle el tema. Hay muchas cosas que debe aprender de nosotros y que yo debo saber de ella para hacerla parte de nosotros.

Algunas voces asintieron, otras murmuraron nerviosas y otras, solo sonreían ante la buena noticia. Gabriel levantó la voz.

—Pero Anthony, ¿no se supone que ya la conoces?

Los murmullos aumentaron.

—Sí, antes de mi transformación— respondió serio.

—¿Quién es ella? — preguntó alguien más.

—Su nombre es Candy White Andley— contestó Anthony.

—¡Andley! — exclamaron muchos.

—¿Es una Andley?

—Sí— contestó el líder. Era su deber dar una explicación. —Ella fue adoptada de niña por el señor William, sería mi prima.

—Pero no de sangre— agregó alguien con una voz tranquilizante que se contagió a los demás.

—Así es, sólo legalmente.

—Entonces ¡qué problema hay! — exclamó un hombre. —Ella será más que bienvenida a nuestra familia.

Las exclamaciones afirmativas no se hicieron esperar.

—¡Por Anthony! — exclamó alguien más— ¡porque encontró a su compañera!

—¡Por Anthony! — celebraron todos y estallaron en aplausos. Al poco rato, ya todos tenían una copa en la mano y festejaban que el cabeza de familia había encontrado a su alma gemela y que ellos, pronto volverían a tener una líder femenina, una nueva guía.


Queridas lectoras

Gracias por sus comentarios en el capítulo anterior, este fin de semana decidí adelantar el segundo, espero les guste.

Nos leemos el próximo 14 de octubre.

Saludos

Luna Andry