Abraza la manada

3

Dudas

Las clases del miércoles habían terminado y los niños del Hogar de Pony tenían unas horas para descansar, comer y hacer sus deberes. Candy bajó de su habitación con su bolso, capa y guantes en la mano. Antes de pisar el último escalón fue interceptada por cuatro de los niños. Ninguno pasaba de los diez años y todos preferían pasar el tiempo al lado de Candy, quien hacía sus deberes menos tediosos. A veces, hacían la tarea que dejaba la hermana María debajo del Padre Árbol, otras hacían competencias para ver quién limpiaba más rápido el establo y el ganador podía elegir el postre que se haría para la comida del día siguiente o podía acompañar a Candy al pueblo, tal como ese día.

—¿A dónde vas, Candy? — preguntó una pequeña de cinco años.

—Al pueblo, Lily, debo hacer unas compras.

—¡Voy contigo! — exclamaron los cuatro niños al mismo tiempo y el pasillo se llenó de voces, discutiendo quién iría con Candy.

—¡Alto! — la voz de Candy se impuso a las de los niños y todos callaron. —No pueden ir todos conmigo, pero…— se llevó el dedo índice a la barbilla y pensó en la solución. Al instante su rostro cambió y una enorme sonrisa apareció. —Escuchen bien, el primero que me traiga el dibujo de…— los niños se prepararon para correr tan pronto como escucharan el reto— un lobo, irá conmigo.

Los cuatro niños intercambiaron miradas y corrieron a la sala de estar donde había papel y lápices para dibujar. Se sentaron en el suelo, cada uno en el lugar que le pareció más cómodo y empezaron a dibujar.

Mientras ellos hacían sus dibujos, Candy fue a la oficina de la señorita Pony para recoger la lista de la compra. Se quedó un rato más, charlando con la hermana María que estaba ahí, escribiendo unas cartas.

Unos minutos después se escuchó la voz de una niña, Kate, que la llamaba a gritos.

—¡Estoy aquí! — gritó Candy desde la puerta de la oficina y esperó a que la pequeña la encontrara.

—¡Lo tengo, lo tengo! — Kate, de nueve años, le tendió una hoja a Candy con un dibujo bastante decente de un lobo negro, tomando agua del lago, por lo que Candy pudo descifrar.

—¡Es perfecto, Kate! — halagó Candy con una sonrisa y sin evitar dar un beso a la niña.

En ese momento, los otros tres niños llegaron hasta donde estaban ellas, con sus dibujos en la mano. Candy los recibió todos con gusto, poniendo atención a los detalles que los niños explicaban de sus creaciones. Declaró ganadora a Kate y los demás no pudieron evitar la decepción.

—Reglas son reglas, Kate fue la primera, pero ustedes me pueden ayudar a preparar la carreta mientras ella va por su capa.

De pronto, quedarse no era una derrota, pues los niños amaban a Canela y ayudar a Candy, para que la enganchara a la carreta, era un premio también. Mientras lo hacían, Candy recordó cómo Gabriel la había llamado salvaje y se preguntó qué pensaría al ver al animal tan manso entre los niños.

Una vez en el pueblo, Candy, tomando la mano de Kate, entró a la tienda de comestibles y pidió todo lo que llevaba en la lista, más un par de cosas que ella necesitaba. El ayudante de los dueños cargó las cosas en la carreta y Candy le pidió que la cuidara mientras ella daba un pequeño paseo con Kate.

Entraron a la pastelería que estaba cruzando la calle y compartieron un panecillo cubierto de azúcar glass. Salieron de ahí y recorrieron un par de calles observando los escaparates de las tiendas. Kate tenía una afición por los sombreros, así que se tardaron varios minutos contemplando los de una nueva tienda de accesorios en la que había sombreros de todos los tipos y tamaños, para hombre, mujer y niños.

—Buenas tardes, señoritas— escucharon una voz masculina a sus espaldas cuando ya habían avanzado unos pasos. Kate y Candy reconocieron la voz y detuvieron su marcha para saludar a Tom, el hermano mayor de Candy.

—Hola, Tom— saludó Candy aceptando el brazo que ya le ofrecía el muchacho para escoltarlas. Desde que se hacía por completo cargo del rancho de su padre y desde que se había comprometido con Sandra, la hija del boticario del pueblo, era un hombre más serio, formal, responsable y caballeroso. Sin duda, había madurado y se había convertido en un buen hombre.

—Candy, te enviaron por la compra y sigues perdiendo el tiempo aquí— dijo Tom en medio tono de regaño de hermano mayor y broma, porque sabía que Candy siempre hacía lo mismo y siempre, llevaba un niño con ella.

La típica expresión de Candy cuando era sorprendida en una travesura se dibujó en su rostro. Guiñó un ojo y sacó la lengua de una manera muy tierna. Esa mueca era la respuesta.

—Solo estamos mirando un poco antes de volver— respondió Candy —y tengo algunas cosas que hacer hoy en el pueblo. Así que, qué bueno que te encuentro, Tom. ¿Podrías acompañar un rato a Kate mientras hago un encargo?

—Claro, yo ya terminé lo mío— aceptó Tom y tomó de la mano a Kate, quien se aferró a él con toda confianza, pues Tom no era un extraño para ninguno de los niños del orfanato. —¿dónde te encontramos? — preguntó.

—En la carreta, afuera de la tienda de comestibles— respondió Candy. —Kate, pórtate bien y nada de dulces, por hoy ya comimos.

Kate hizo un puchero, pero asintió con obediencia y tiró del brazo de Tom para que entraran a la tienda de accesorios que acababan de dejar.

Candy atravesó unas cuantas calles más hasta llegar a la puerta del consultorio del doctor Morgan.

Tiró de la campanilla que servía de timbre y esperó a que el doctor le abriera. Este era un hombre de unos treinta y dos años, que ya conocía a la enfermera, pues en varias ocasiones le había ofrecido trabajo, que Candy había rechazado, y había solicitado su ayuda para atender a algún paciente. La última vez había sido una operación de emergencia a un ganadero al que se le habían caído unas vigas encima.

—¡Candy! Qué gusto verte— dijo el médico tan pronto la vio en la puerta —Dime que al fin vienes a aceptar trabajar conmigo— dijo con una alegre voz con un tinte de esperanza.

—Lo siento, doctor Morgan, pero hoy vengo como paciente— dijo Candy y el rostro del médico se puso serio. Atravesaron la pequeña sala de espera y entraron al consultorio.

—Dime, qué te pasa.

—Tengo golpes en todo el cuerpo. Me duele. Ayer tuve un accidente con el caballo, me caí y me golpeé duro. No dije nada en casa porque no quiero preocupar a nadie, pero necesito una revisión para asegurarme de que no pasa de los golpes.

El médico asintió y tras hacer unas anotaciones en una bitácora, pidió a Candy que se sentara en la mesa de revisión y la checó de pies a cabeza. En esta última parte de su cuerpo Candy pidió más atención y preguntó al doctor Morgan sobre alucinaciones y trastornos mentales.

—Te libraste de un buen golpe en la cabeza, Candy, ahí no tienes nada, no hay de qué preocuparse— la tranquilizó —el resto de tu cuerpo sí que se llevó una paliza, pero no hay huesos rotos ni el más leve esguince. Te recetaré algo para el dolor y un ungüento para los moretones. También te pediré que no montes en unos días y que evites hacer mucho esfuerzo físico.

Al salir del consultorio, Candy fue directamente a la botica a surtir la receta médica. Guardó la medicina en su bolsa y volvió a la calle donde Tom y Kate debían esperarla.

Cuando dobló la esquina, se encontró con una multitud de hombres que, entre quejas, exclamaciones y rostros de preocupación, rodeaba a un hombre, el dueño de uno de los ranchos que rodeaban el pueblo. Se trataba de un hombre mayor, soltero de toda la vida que con poca gente a su servicio se encargaba de administrar su rancho. Candy se acercó al grupo cuando vio a Tom, también poniendo atención al discurso del hombre, y a Kate sujetándole la mano.

—Siete de mis reses desaparecieron— se quejó el hombre —y no hay rastro de quién se las llevó ni en qué dirección. Los miserables abrieron las cercas anoche, no sé cómo, pero no hicieron ruido alguno, ni los perros avisaron la presencia de intrusos. Eran mis mejores ejemplares, sin ellas, no volveré a tener crías en dos años.

Uno de los hombres se ofreció a inspeccionar los lindes de sus propios terrenos para buscar huellas de las reses; otro se comprometió a llevar a sus hijos y él mismo iría al rancho de la víctima a buscar indicios de cómo habían entrado a los terrenos.

—No es la primera vez que pasa— dijo otro hombre— hace tres semanas yo perdí una res, al principio creí que se había quedado rezagada en el campo, pero no apareció por ningún lado, pero yo sí encontré un rastro.

La atención ahora se centró en este hombre.

—Un lobo la separó del conjunto, encontré huellas que se dirigían hacia el sur, después perdí el rastro.

—¡Lobos! — exclamaron algunos realmente sorprendidos.

—Hace años que los lobos no roban ganado, debió ser uno que andaba de paso, un lobo solitario— agregó otro hombre, uno de los de mayor edad del pueblo.

—De paso o no, alguien o algo se robó mi ganado y ahora estoy por perder la mitad de mi rancho. Tenía comprometidas unas reses, pero habiendo perdido a las cabezas reproductivas, pierdo todo—. El hombre se llevó las manos a la cara y después las deslizó por su cabello en señal de desesperación. —Disculpen mi debilidad, pero si hay alguien robando ganado, todos deben saberlo y tomar precauciones.

Candy había escuchado todo con un nudo en el estómago. Era una coincidencia, una terrible coincidencia. Quien hubiera robado el ganado no podía ser alguien de la manada de Anthony. "Por favor, no, que no sea cierto" pensó colocándose al lado de Tom, quien en silencio y con una seria expresión, oía lo que los demás tenían que decir. Lo más seguro era que ya estuviera pensando en cómo reforzar la seguridad de su propio rancho.

Al sentirla cerca, le miró y levantó las cejas, preguntándole con la mirada qué pensaba de todo aquello. Candy se encogió de hombros, pero no pudo ocultar la preocupación que demostraba su rostro. Tom supuso que temía por la seguridad del orfanato, tan solo en la colina, sin ningún vecino realmente cercano al que pudieran pedir ayuda en caso necesario, pero la angustia de Candy se extendía hacia otros territorios y hacia otras personas.

La multitud se disgregó y al final solo quedaron aquellos dos ganaderos que habían ofrecido su ayuda al dueño de las reses perdidas. Candy, Tom y Kate se encaminaron hacia la carreta y las chicas subieron a ella. Tom quedó de buscar su caballo y alcanzarlas en unos minutos.

—Adelántense— dijo dando una palmada a Canela para que iniciara la marcha. El animal tiró de la carreta y con la guía de Candy se dirigió a la salida del pueblo. Como lo prometió, Tom no tardó en alcanzarlas y se situó de lado que Candy conducía para hablar con ella.

—Tom, si fue un lobo el que hizo todo eso, ¿qué le harían si lo encuentran? — preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

—Cazarlo, Candy— contestó Tom —es la única manera de acabar con el problema. Una vez que un lobo pierde miedo a los hombres y se acerca a sus territorios, la situación se vuelve una guerra entre hombre y bestia—. Las palabras de Tom eran crudas, duras, directas y completamente ciertas. —El lobo seguirá atacando para comer, si fuera uno que está de paso y solo se llevara una res y siguiera su camino, se perdería dinero, sí, pero no tanto como que se instale a los alrededores y ataque a más animales y, en algún momento, a los humanos.

Candy guardó silencio. El miedo que sintió le enfrió las manos, cubiertas por los guantes para no lastimarse con las riendas, y las dejó caer en su regazo. Kate notó el movimiento y se inquietó.

—Candy— habló la niña— ¿el lobo nos hará daño?

La voz de Kate sacó a Candy de sus cavilaciones y aunque le costó recomponerse, lo hizo y sonrió ligeramente.

—Claro que no, Katie— dijo rodeando a la niña con un brazo. —Nada malo nos pasará, tal vez ni siquiera haya un lobo cerca, recuerda que otro de esos señores dijo que hace muchos años que no hay lobos por aquí. Estamos a salvo, te lo prometo— dijo reconfortando a Kate. —No hay nada de qué preocuparse.

—Así es— dijo Tom que había rodeado la carreta y ahora estaba al lado de la pequeña. —No hay ningún peligro cerca del Hogar de Pony, y si es necesario, yo mismo vigilaré y los protegeré a todos—. Kate lo miró dudosa. —¿Crees que no soy fuerte? — preguntó en un tono divertido, —recuerda que yo gané el rodeo de este año y del año anterior. Soy el hombre más fuerte del pueblo y nada les pasará mientras yo esté por aquí—. La voz de Tom era suave, tranquilizadora y logró sacar una sonrisa al pequeño rostro de Kate, quien pareció reconfortada por las palabras de los mayores.

Candy y Tom intercambiaron miradas, ahora que eran mayores entendían la gran responsabilidad que era hacerse cargo de una familia, no solo la parte económica, que también era pesada, sino la parte emocional, el tener que fingir tranquilidad o fortaleza que no se tienen y reconfortar al otro; buscar soluciones a problemas que nunca imaginaron o que se veían muy lejanos. Fingir ser fuerte, hasta llegar a serlo realmente, era una carga pesada, pero tenía sus recompensas.

Tom disfrutaba ver a su padre descansar por las tardes, comer a sus horas y dormir por las noches. Él se hacía cargo de la administración del rancho, el cuidado de los animales y el trato con los trabajadores, todo esto mientras su padre gozaba de los frutos del trabajo de toda su vida. Ahora jugaba ajedrez con el boticario dos veces por semana en las tardes, habían visitado la ciudad un año atrás sólo por placer y el hombre gozaba de buena salud y estaba emocionado por el próximo matrimonio de Tom y no podía esperar a tener nietos. Cuidaba de su salud para tener fuerzas para enseñar a montar a caballo a sus nietos, eso lo proclamaba a los cuatro vientos y no tenía reparo en decir que consentiría a más no poder a esa criaturas.

Por su parte, Candy tenía acceso a la fortuna de la familia Andley como hija adoptiva, pero nunca pedía dinero a Albert a menos que fuera una emergencia, como la última vez, casi dos años atrás, cuando recién había vuelto al hogar. La señorita Pony había enfermado seriamente del pulmón y el tratamiento y la medicina habían sido difíciles de conseguir. El doctor Morgan aún no había llegado al pueblo, así que tuvieron que mandar traer uno desde Chicago que no había escatimado en gastos de transporte, honorarios y recetas, pero había logrado la recuperación de la mujer y eso Candy no lo podía pagar con todo el oro del mundo.

Esa fue la primera vez que Candy vio frágil a la mujer que la había criado. Había estado en cama varios días con fiebre y delirios, sin probar bocado y mostrándose realmente molesta consigo misma por sentirse mal.

En ese tiempo Candy no solo se ocupó de cuidar a la mujer en su calidad de enfermera, sino como hija y ese flanco había sido más duro porque por primera vez sintió miedo de perder a uno de los pilares de su vida. Se dio cuenta de que había dado por sentado la presencia y el cariño de ambas mujeres y le dio miedo perderlas. Cuando pasara, no quería tener remordimientos ni haber perdido charlas, caricias y mimos que ambas le obsequiaban. Nunca las había menospreciado, pero desde ese momento las valoró más de lo que ya lo hacía y decidió ser ella quien las cuidaría de ahora en adelante. Así que tomó la dirección del orfanato, al lado de la hermana María, mientras la señorita Pony se reponía.

Así se dio cuenta que ambas mujeres hacían milagros con el dinero, los víveres y la administración del lugar. La arquidiócesis, de donde recibían la mayor parte del dinero, debía ser informada de todo lo que ambas hacían con el orfanato. Leyó un par de cartas de un clérigo y se dio cuenta de que pedían más resultados que el apoyo que daban, así que habló con Albert seriamente y le propuso un trato. El dinero que él destinaba para ella, que era más que el que necesitaba, sería invertido en el orfanato. Así se hicieron las ampliaciones de las aulas, el establo y la casa y, asociándose con la arquidiócesis, recibían ahora más recursos para mantener a los niños y buscar más medios para que fueran adoptados. El clero aceptó encantado la sociedad con la familia Andley, porque más familias ricas habían copiado su ejemplo, ya fuera por convicción o prestigio social, más dinero entraba ahora para lugares como el Hogar de Pony. A la familia Andley también le había convenido, pues por obras sociales podían reducir impuestos, cosa que a la junta directiva le había fascinado.

Al llegar a casa, Tom le reafirmó a Candy su protección. Le pidió que contara a la hermana María y la señorita Pony lo que habían escuchado, pero que no las alarmara, pues primero había que investigar la situación a fondo y no había necesidad de preocuparse antes de tiempo. Candy estuvo de acuerdo y buscó las palabras correctas para transmitir el mensaje, sin embargo, estaba la otra parte de la historia que la carcomía y no podía contar a nadie… "Tengo que hablar con él" pensó mientras descargaba la carreta con ayuda de los niños más grandes de la casa. "Por favor, que no sean ellos los responsables de esto". La idea de una cacería de lobos la hizo estremecer y deseó poder ir en ese momento al bosque y buscar a Anthony para disipar sus dudas. Si él le decía que no tenía nada que ver con el robo de ganado, entonces se calmaría porque no habría nadie rastreando lobos y la posibilidad de llegar hasta la casa de la manada sería inexistente. "Pero si son ellos… entonces qué debo hacer"

Decidió que antes de contarle algo a la señorita Pony y la hermana María debía hablar con Anthony y tener más información que las suposiciones de los pobladores. Si lo pensaba, la manada de Anthony llevaba años instalada en los alrededores y ella nunca había oído hablar de la presencia de lobos cerca de los ranchos, así que no tenía sentido que, ahora que ella los había descubierto, dejaran un rastro de violencia tan evidente. Debía verlo otra vez. Iría al día siguiente.


El vínculo es una fuerza extraordinaria, nos guía hacia nuestra alma gemela y nos da una fortaleza imposible de hallar en otro lugar.

Cuando un lobo encuentra a su alma gemela puede sentirla a cientos de metros de distancia. Lo primero que se distingue es su olor, cada ser tiene uno diferente, así que después también sirve para hallarla entre otras personas. Si el vínculo se hace con un humano puro, entonces este no tiene la capacidad olfativa para identificar a su pareja, pero sí hay rasgos distinguibles o, mejor dicho, sensaciones. El humano se siente atraído hacia el lugar de su compañero e irá hasta él sin desconfiar.

El primer encuentro es diferente en cada pareja. Entre lobos es fácil reconocerse como compañeros y la relación que se forme dependerá de cada pareja. En el caso de los humanos, si este desconoce nuestra existencia, lo que pasa en la mayoría de los casos, el lobo debe ser cuidadoso para nombrar a esa persona como su compañera. Obligar a los humanos a formar parte de la manada casi nunca acaba bien; puede perder la razón; alejarse, aun sintiendo la fuerza del vínculo; o, en el peor de los casos, revelar nuestra existencia a los humanos y desatar una masacre. Atrás quedaron los tiempos en que hombre y lobo podían convivir en armonía. Esa es una de las razones por las que gradualmente hemos cerrado nuestro mundo a los humanos.

El instinto es nuestro gran aliado al forjar el vínculo. Como lobos sabemos cuándo podemos marcar a nuestro compañero, cuándo la relación es sólida para hacerlo y cuándo el cuerpo está preparado. Las reacciones también varían en cada cuerpo, pero el vínculo es algo seguro, algo sano que forma parte de lo que somos, así que nunca ocurre nada que ponga en peligro la vida de nuestro compañero.

Anthony se saltó las siguientes páginas del libro y siguió buscando lo que le interesaba. Estaba más adelante.

Aun cuando encontremos a nuestra pareja, esta puede rechazarnos, ya sea lobo o humano, tiene la libertad para negarse al vínculo. Las razones son infinitas, pero pondré un ejemplo común. Si la pareja ya tiene una relación con alguien más y no desea dejarla, puede rechazar el vínculo. Es un caso que se ha repetido a lo largo del tiempo. Antes de que el vínculo se active, nada nos impide amar a otra persona y ese amor no es erróneo, solo no es el alma gemela. Aunque…

Anthony cerró el libro de golpe y lo dejó en el escritorio. Gruñó con frustración y se llevó las manos a la cabeza. Ella podía rechazarlo, Candy podría decirle que prefería seguir al lado de Tom y cómo no hacerlo si ya había formado una familia. No iba a dejar a sus hijos por estar a su lado. También sabía que, si había algo tan fuerte como el vínculo de parejas, era el amor entre padres e hijos, ese era inquebrantable. A una pareja se le podía rechazar, pero no a un hijo. "Ella no volverá" se dijo, "en cuanto le explique por qué llegó hasta aquí se irá, se alejará de mí para siempre". Golpeó la mesa con fuerza y un par de cosas cayeron al suelo. "¿Por qué ella? ¿Por qué encontrarla para perderla nuevamente? ¿Por qué sufrir más por el rechazo?"

Anthony sabía que el vínculo se podía negar, pero dolía, dolía mucho y eso era algo que ningún lobo quería sentir. Además, en su posición de líder de la manada, sería más problemático ser rechazado. La suya llevaba muchos años sin ser guiada por una pareja y eso la hacía vulnerable ante las otras, pues se creía que no tenía protectores fuertes y, por lo tanto, eran fáciles de eliminar.

La sola idea de que su manada fuera destruida porque a él lo habían rechazado lo enfurecía. Su manada no pagaría las consecuencias de su pasado. Se prepararía para el rechazo de Candy fortaleciendo a su manada, invertiría todo su tiempo, su fuerza y sus recursos para blindarla. Eso haría…

El aroma golpeó su nariz. Era el mismo de los días anteriores, pero ahora ya sabía de dónde venía y a qué le recordaba. Era su aroma favorito, el del amanecer. Sí, el amanecer tenía un olor para él, era fresco, limpio, sereno y reconfortante. Se sentía como una brisa fresca en la piel. Era su costumbre levantarse antes del amanecer y esperarlo, ya fuera desde su ventana o fuera de la casa. Era el momento más tranquilo del día, cuando la manada aún dormía y las patrullas se preparaban para retirarse. En ese instante podía oír todo, el aire limpio traspasando sus pulmones, las aves que arrancaban el vuelo y las bestias que salían o entraban de sus guaridas. Era el momento perfecto para asegurarse de que él y su familia estaban seguros. Ese era el aroma que le agradaba, el de la seguridad y Candy tenía ese mismo aroma.

No tardó en llegar a la frontera del bosque donde vería a Candy. Llegó un par de minutos antes que ella y cuando volvió a verla pensó que se volvería loco de emoción.

Candy llegó al bosque montada en Canela. Esta vez llevaba un traje de montar color beige y el cabello recogido en una coleta alta. Al ver a Anthony, recargado en un árbol y con los brazos cruzados sonrió abiertamente. Se bajó con gran agilidad del caballo y saludó con entusiasmo.

—¡Hola, Anthony!, ¡En serio sabías el momento exacto en que vendría!

—Te lo dije, ¿no? — quiso besar su mejilla, pero se detuvo. Debía ir con cuidado con eso del contacto físico. Aunque la instrucción no le había llegado a Candy y fue ella quien se paró de puntitas y besó la mejilla de Anthony. Lo había hecho sin pensarlo mucho y no se arrepentía, estaba feliz de verlo, a pesar del tema que tenía que tratar con él.

—Debes contarme cómo lo haces— sonrió y comenzaron a internarse en el bosque. Anthony tomó las riendas del caballo y tiró de Canela, quien los siguió sin el miedo de la última vez. —Anthony, ¿no te dan miedo los caballos? — preguntó tan pronto como se le vino la idea a la mente.

Anthony frunció el ceño sin entender de inmediato de dónde venía la pregunta, pero al final lo supo. Su muerte.

—No fue culpa del caballo, fue un accidente— respondió sin pensarlo mucho, pues era algo que había analizado cientos de veces en el pasado. —Todavía me gustan, pero debido a mi condición no son necesarios—. Tiró de Canela y la revisó con detenimiento. Tom sabía cómo criar caballos, pues era un excelente ejemplar. La mirada se le oscureció al pensar en Tom. —¿No tuviste problemas para venir? — preguntó, decidido a afrontar de una vez la realidad en la que vivía Candy y cambiar el curso de sus acciones.

—No, pospuse algunas cosas, pero necesitaba venir, Anthony — respondió Candy y también se puso seria —debo hablar contigo de algo que creo que es muy importante.

Ahí estaba, le diría que estaba casada con Tom y que tenía una familia, una vida hecha.

—Te escucho.

Candy tomó aire y se plantó delante de Anthony.

—Ayer fui al pueblo— empezó —Tom y yo escuchamos al dueño de un rancho que se quejaba porque le robaron varias reses. Su propiedad es pequeña y perderlas ha sido un duro golpe a sus finanzas.

Anthony se cruzó de brazos, sin soltar la rienda, y frunció el ceño. No sabía a dónde quería llegar Candy y siguió escuchando.

—Quien le robó no dejó huellas y ahora mismo deben estar buscándolo— Candy notó la confusión de Anthony y supuso que no sabía nada. Era una buena señal. —Otro hombre dijo que hace poco también perdió una res y que encontró huellas de lobo…

Anthony entendió todo en ese instante, pero no se molestó por la acusación implícita en las palabras de Candy, aunque sí por enterarse hasta ese momento del robo y de la presencia de un lobo cerca de su territorio. Sin embargo, se podía tratar de un simple lobo, ellos no representaban un problema para su manada.

—Entiendo lo que creíste, Candy, pero te puedo asegurar y comprobar que nosotros no robamos ganado nunca, bajo ninguna circunstancia. Al contrario, evitamos acercarnos a los ranchos aledaños en nuestra forma de lobo para evitar malos entendidos con los humanos—. El rostro de Candy se iluminó tan pronto como escuchó esas palabras y la angustia de su corazón desapareció. —Aunque te diré que lo que me cuentas es preocupante. Una res desaparecida no representa un problema, pero varias y sin huellas es muy extraño.

—Sí, Tom dijo algo parecido— respondió Candy —lo siento, Anthony, es que… cuando lo oí, no pude evitar pensar en lo que acabo de descubrir y…— se cubrió la cara con las manos y no pudo evitar sentir nada más que vergüenza.

—Es una conclusión lógica, no te disculpes— la tranquilizó Anthony — y te agradezco que me lo hayas dicho. Si los humanos creen que hay un lobo por ahí, debo encargarme de sacarlos de su error y evitar que empiecen una cacería.

—Eso también dijo Tom— repitió Candy, mortificada. —No me gustaría que algo malo te pasara. Anthony, ni a ti ni a tu manada.

¡Tom otra vez! Anthony comenzaba a perder la paciencia, si oía una vez más ese nombre se transformaría y destruiría medio bosque.

—¿Y qué piensa Tom de que hayas venido? — recalcó el nombre y su voz no ocultaba la hostilidad. Fue el turno de Candy de fruncir el ceño.

—Él no sabe que vine.

—¿Y dónde le dirás que estuviste? — el mismo tono áspero salió de su boca.

Candy dudó de su respuesta pues realmente no entendía la pregunta. ¿Qué tenía que ver Tom con que ella estuviera en el bosque?

—Supongo que no le hará mucha gracia saber que saliste de casa y dejaste a los niños solos justo cuando hay un lobo suelto por ahí—. Estaba realmente molesto, celoso y no podía evitarlo.

—Bueno… no están seguros de que se trate de un lobo y… los niños no…— Candy detuvo sus palabras cuando intuyó de dónde venía el evidente e infundado reclamo de Anthony. —Anthony, no sé qué es lo que crees, pero Tom, el mismo Tom que tú conociste hace años y de quien creí que te gustaría saber cómo está, es y siempre será mi hermano—. Levantó la voz y dijo cada palabra con énfasis.

La mordida de un integrante de su manada habría dolido menos y llamarse estúpido era quedarse corto. ¡Su hermano!, ¡claro que era su hermano!, se habían criado juntos en el orfanato, pero…

—¿Y los niños? — preguntó con un todo de voz completamente diferente. Esos "niños" ¿de dónde habían salido?

—Anthony, cuando hablo de niños me refiero a los del Hogar de Pony, un orfanato que no está muy lejos de aquí y que, déjame recordarte, es el lugar en el que crecí, junto con Tom, y en el que vivo actualmente—. Candy sonaba molesta, ofendida y no era para menos.

Anthony avanzó un paso hacia Candy y la tomó de los brazos, cerró los ojos y dejó caer su cabeza en su hombro, frotó un par de veces su frente y dijo con voz arrepentida —Lo siento, Candy, lo siento mucho. Por favor, perdóname. Saqué conclusiones precipitadas y te ofendí. Lo lamento.

Candy se quedó fija en su lugar y casi sintió que sus pies se hundían más en la tierra. El gesto de Anthony la tomó completamente por sorpresa y no supo qué hacer. Tenía a Anthony tan cerca de sí que pudo sentir cómo su cuerpo vibraba. Levantó las manos y las llevó a los hombros de él, como si lo reconfortara, después pasó una mano por el espeso y rubio cabello de Anthony, sin saber si lo que hacía era correcto o no. Mucho después aprendería que un lobo, al frotar la frente en el hombro o el pecho de alguien más, pedía perdón.

Anthony levantó la cabeza y la miró fijamente. No sabía qué más decir para disculparse.

—Empecemos de nuevo— dijo Candy sonriendo, aunque los nervios no se habían ido— creo que ambos supusimos cosas erróneas del otro — le tendió la mano— podríamos decir que estamos a mano y ahora podemos olvidarlo, ¿te parece?

Anthony le tomó la mano y asintió.

—Empecemos de nuevo.

Avanzaron en medio del bosque en completo silencio. Ambos estaban absortos en sus pensamientos y disipando las preocupaciones que los habían acorralado por muchas horas. El alivio que Candy sintió al saber que Anthony no era responsable del robo del ganado la dejó respirar nuevamente. Por su parte, la emoción y la esperanza de Anthony, al saber era soltera, lo llenó de energía y deseó echar a correr para descargar la euforia, pero caminar al lado de ella también funcionaba para tranquilizarlo.

Llegaron a la casa de la manada y Candy se detuvo a contemplarla como no lo había hecho la primera vez. Era una mansión hecha de piedra y madera de al menos, cuatro pisos. Los escalones de la entrada principal eran de madera, igual que todo el piso. A ambos costados había dos grandes ventanales cubiertos con finas cortinas; uno estaba abierto y Candy notó cómo un par de personas caminaban al interior.

—La planta baja es el área común— dijo Anthony señalando la casa— las demás son las habitaciones. Esa de allá es la mía. — Anthony señaló el extremo superior derecho de mansión, su habitación estaba en el último piso y tenía un amplio balcón que colindaba con los árboles. —Ven, te mostraré los alrededores— dijo al tiempo que Gabriel salía de la casa y sonriente se acercaba a ellos.

—¡Hola, salvaje! — exclamó dirigiéndose a la yegua que relinchó en cuanto lo vio. Anthony soltó la rienda y Gabriel la recuperó. Acarició a Canela y esta se dejó consentir. —Ahora finges modales— se burló del animal.

—Al menos tiene— dijo Anthony a modo de regaño— ¿recuerdas cómo decir buenos días o tengo que recordártelo? — se cruzó de brazos.

—¡Lo siento, Candy!, ¿cómo estás?

—Muy bien, Gabriel, ¿y tú? — contestó Candy divertida— ¿extrañaste a Canela? — preguntó al ver cómo se llevaban.

—¡Claro que no! — contestó con fingida indiferencia— sólo soy amable con las visitas. ¿Te parece si me encargo de ella mientras ustedes… hacen lo que tengan que hacer?

—Te lo agradezco— aceptó Candy y vio cómo su yegua desaparecía al paso que marcaba Gabriel.

—Como te dije, no necesitamos caballos, así que no tenemos establo, pero Gabriel la cuidará bien, no te preocupes.

—Está bien, Canela se lleva bien con todos. Tom— hizo énfasis en el nombre— la entrenó bien.

Anthony negó con la cabeza y soltó un bufido. —Me lo merezco.

—Te lo mereces— afirmó Candy y dio una vuelta sobre su eje para ver su entorno. —Tu casa es preciosa, Anthony, y el bosque es magnífico. No entiendo cómo nunca me había acercado si lo tengo tan cerca.

—Sobre eso…

—Pero no soy la única— lo interrumpió— los habitantes del pueblo tampoco se acercan y entiendo que no deberían, pero se pierden un paisaje hermoso.

Anthony le indicó el camino a la parte trasera de la casa. Se trataba de un amplio y despejado jardín. En una esquina había una construcción de madera con dos puertas, no era nada comparado con la arquitectura de la casa, en realidad, parecía un simple y abandonado granero. Las puertas estaban entreabiertas.

—Candy, ¿estás lista para ver otro lobo? — preguntó Anthony mirándola fijamente a la cara para notar la más mínima expresión.

Candy lo meditó unos segundos y asintió —eso creo— respondió llevándose las manos a la espalda.

—Bien, hagamos esto lento— dijo Anthony y se situó a unos pasos de ella. Miró en todas direcciones y Candy escuchó cómo crujían las hojas tiradas por los árboles y cómo las puertas, de lo que ella supuso era un granero, rechinaron. Poco a poco fueron apareciendo ante sus ojos varios lobos, algunos salían de entre los árboles y otros, del granero. Algunos eran grises con manchas blancas o negras; otros, cafés puros o con mechones rojizos. Todos eran grandes, adultos seguramente. En cuatro patas eran, al menos, una cabeza más altos que Candy. Sus pelajes los hacían ver robustos y pesados. Sus ojos eran redondos, grandes y profundos con un hermoso color ámbar.

De pronto, Candy tuvo frente a sí a diez ejemplares de lobo, todos diferentes y con alguna seña particular. Uno podía tener una mancha blanca entre los ojos: otro, un pelaje de un tono diferente en el pecho, lo que simulaba una suave bufanda; otro tenía la cara blanca, mientras que el resto de su cuerpo era gris; las patas traseras de uno tenían un claro tono café, mientras que todo lo demás era más intenso.

Los lobos hicieron una fila frente a ella y se quedaron quietos, como soldados. Después aullaron a coro e hicieron una reverencia ante Anthony. Candy se asustó con el aullido y dio un paso atrás, colocándose detrás de Anthony, quien con tranquilidad la cubrió con su cuerpo, formando una barrera entre ella y la jauría.

—Estos son algunos de los miembros de mi familia— dijo Anthony —con ese aullido te dan la bienvenida a nuestra casa— dijo girando su cuerpo para verla y colocar sus manos sobre los hombros de Candy. Pudo notar el miedo en su rostro, tenía las pupilas dilatadas y el ceño ligeramente fruncido, al igual que su boca. También se dio cuenta de cómo aumentaban los latidos de su corazón. Bajó lentamente sus manos hasta tomar las de Candy, y llamando su atención, pues ella no perdía de vista a los lobos, le dijo suavemente: —Estás a salvo, ellos nunca te harían daño, solo deseaban saludarte y pavonearse frente a ti. Te darás cuenta de que tenemos el pecado del orgullo.

Candy desvió su mirada hacia Anthony y se dio cuenta de sus manos entrelazadas, las de él eran cálidas, muy cálidas. Procesó lo que él había dicho y parpadeó un par de veces recuperándose del impacto de encontrarse entre tantos lobos.

—¿Pueden entenderme? — preguntó con un hilo de voz y Anthony asintió. —Entonces, debo agradecerles la bienvenida—. Su rostro se serenó y tras una larga exhalación sonrió abiertamente. Dio un paso hacia adelante y Anthony giró de cara a su manada, quedando codo a codo con Candy. —Muchas gracias a todos por la bienvenida, debo admitir que estoy bastante sorprendida y me disculpo de antemano si mi ignorancia por su mundo los ofende de alguna manera—. Los lobos movieron sus cabezas y parecieron decirse algo entre ellos. Anthony sonrió de medio lado y se enderezó sacando el pecho, estaba orgulloso. —Mi nombre es Candy y estoy encantada de conocerlos, gracias por dejarme estar aquí— las últimas palabras de Candy fueron recibidas con agrado, pues los lobos movieron ligeramente una oreja en señal de que escuchaban atentamente y movieron también sus colas.

—Prepárate— le dijo Anthony cerca del oído, pero antes de que Candy pudiera reaccionar, otro aullido a coro la sobresaltó; solo que esta vez no se asustó, sino que empezó a reír.

Anthony no cabía en su felicidad. No perdió detalle de la primera interacción de Candy con algunos de los miembros de su manada y tampoco la esperaba. Notó cómo ellos se sentían cómodos ante su presencia y cómo les agradaba desde ese momento. Percibió también las variaciones en el cuerpo de Candy, su voz se oía más clara y segura, no tenía miedo, y su pulso se ralentizaba.

—Les gustaría que te diga sus nombres— dijo Anthony tras el aullido.

—Me encantaría conocerlos— dijo Candy de inmediato. Anthony le tendió la mano para que se acercaran a la fila y ahí Candy dudó.

—Desde aquí está bien— dijo Anthony dispuesto a darle el ambiente más seguro posible. Empezó a nombrarlos desde la derecha. — Marianne, Lucille, Lydia, Odette, Vivianne, Charles, Sam, Ian, Derek y Aaron—. Al oír su nombre, cada lobo se enderezó más o levantó ligeramente las patas delanteras para sobresalir del grupo y presentarse. Candy intentó memorizar el nombre relacionándolo con alguna característica especial de cada miembro, pero para ser su primera vez no tuvo mucha suerte y una vez que llegaron al último lobo, ya había olvidado al primero. Les repitió que estaba emocionada de conocerlos y omitió la parte en que le sería imposible, por el momento, reconocer a cada uno.

A una orden de Anthony la fila se disgregó y algunos lobos entraron al granero y otros se internaron en el bosque. Volvieron a quedar solos en el jardín.

—¿Y bien? — preguntó Candy —¿qué tal lo hice?

—Excelente, Candy— respondió Anthony sin dudar. —Todos están encantados de conocerte y agradecidos de que no les temieras.

—Lo hice al principio— analizó Candy— son seres impresionantes, imponentes y soberbios. Ni en mis más extraños sueños habría imaginado que algo como esto fuera posible, Anthony. Pero no tengo qué temer, si son tan gentiles conmigo así, sin conocerme.

La descripción de Candy era un halago hacia Anthony; esas cualidades eran las que él y los líderes anteriores se habían encargado de perfeccionar. Todo jefe quería que su manada se viera fuerte, poderosa y, sobre todo, orgullosa de pertenecer a esa familia. Que un extraño lo notara era un triunfo y que Candy lo reconociera era aún mejor, pues Anthony deseaba que, en un futuro, ella formara parte de esa orgullosa manada.


Queridas lectoras

Gracias por seguir esta historia; espero que este capítulo les haya gustado, empezamos a adentrarnos más en la vida de nuestra tierna pareja. ¿Qué les pareció este primer encuentro entre los lobos y Candy? Ya saben, dudas, quejas y comentarios son más que bien recibidos.

Gracias en especial a:

GeoMtzR: ¡Hola! Me alegra que te gustara el reconocimiento de Candy con Anthony, y cualquier conjetura estaré encantada de leerla. Te mando un fuerte abrazo.

Mayely León: ¡Hola! Gracias por comentar, espero continúes con nosotras en esta historia. ¡Saludos!

Mia Brower Graham de Andrew: ¡Hola!, no me olvido de las fans de Anthony, esto es para ti y todas ellas. Espero que te agrade el rumbo que vamos tomando. ¡Saludos!

Cla1969: Ciao! Ha sido un placer leer tu comentario, espero que continúes en esta historia y que te agrade.

Karime: ¡Hola! Todas las dudas sobre la fantástica condición de Anthony serán reveladas conforme avancemos la historia, por el momento, sabemos que es una herencia de su mamá. Esta historia es cien por ciento Candy & Anthony, así que espero que la disfrutes. ¡Saludos!

María José M: ¡Hola y bienvenida! Gracias por el cumplido, haré mi mayor esfuerzo para presentar una historia decente. Espero leer tus comentarios.

Gracias también a quienes comentaron de forma anónima y a quienes agregaron esta historia a sus favoritos o alertas.

¡Nos leemos el 28 de octubre!

(cualquier cambio será notificado en mi perfil)

Saludos

Luna Andry