Abraza la manada
4
Preguntas y respuestas
Candy y Anthony se quedaron un rato más en el jardín, mientras él le hablaba del bosque, su extensión, su flora y fauna y cómo él y su manada se encargaban de cuidarlo. No sólo vivían ahí para protegerse como familia, a cambio ayudaban a la naturaleza a mantener el equilibrio, vigilaban el crecimiento de los árboles y la reproducción de los animales. Era una zona natural enorme, por lo que en puntos estratégicos había puestos de vigía que nunca estaban vacíos. Así, podían controlar el ingreso de los humanos y evitar la cacería excesiva o la tala indiscriminada de árboles.
—¿Eres el guardián del bosque? — sugirió Candy el título, estaba admirada de la relación de Anthony con la naturaleza.
—Algo así— asintió Anthony vagamente.
—Pero, Anthony, la cacería y la tala de árboles no es algo que podamos evitar, ¿cómo logras mantener todo el bosque a salvo?
—Tienes razón, no podemos evitarlo, mucho menos a la velocidad con la que las ciudades consumen pieles, carne y madera para todo, pero controlamos el proceso. Candy, no vivimos alejados por completo de los humanos, tenemos nuestros propios negocios que nos permiten sobrevivir y conseguir lo que del bosque no se obtiene y lo hacemos a través de la madera, principalmente. Nosotros sabemos cuándo y qué árboles talar, lo hacemos y los vendemos. Cuidamos la zona que talamos y reponemos lo que quitamos del suelo.
—Eso es impresionante, así que también eres un empresario…
—No podemos aislarnos de la sociedad por completo y tampoco somos salvajes. Necesitamos lo que todos los demás humanos, alimentos, ropa, medicamentos, educación.
—¿Hay niños aquí? — preguntó Candy.
—Sí, varios.
—¿Alguno es tuyo? — su boca habló mucho antes de que su cerebro lo procesara. —Lo siento, yo…
—No, Candy, ninguno es mío. Son hijos de los otros miembros.
—Ya veo— dijo Candy a media voz y ya no supo qué más decir para seguir la conversación.
Anthony quería reírse, pero supuso que eso avergonzaría más a Candy, así que se mordió la lengua y la invitó a entrar a la casa.
—Espera, Anthony— lo detuvo antes de empezar a seguirlo, tenía otra pregunta— ¿qué es eso? —señaló lo que ella suponía un granero.
—Los vestidores— respondió Anthony— antes de transformarnos, nos quitamos la ropa para no despedazarla. La puerta de la izquierda es el vestidor de mujeres y el de la derecha, de hombres.
—Eso tiene sentido— dijo Candy— pero la mujer de antier, ella rompió su ropa…
—Sí, lo noté— sonrió Anthony— se entusiasmó demasiado con la demostración y quiso hacerlo más teatral.
—Ahora siento que le debo un vestido— dijo Candy, divertida pasándose una mano por la nuca.
El espacio de la mansión era aprovechado en su totalidad. Al entrar, Candy y Anthony se toparon varios miembros de la manada que se sobresaltaban de verlos, parecían querer detenerse y decir algo a la recién llegada, pero tras un segundo de duda, reanudaban su camino. Algunos llevaban herramientas en la mano; otros algún documento; y un par, algunos libros. Las mansiones de los Andley nunca tenían tanta gente en los pasillos, pero esta casa estaba llena de vida y el barullo le recordó a Candy a su propio hogar, donde el silencio era un lujo.
—La mañana es la parte más agitada del día— explicó Anthony mientras se movían por el corredor que Candy ya conocía— y hoy es día en que se renuevan los puestos de vigía. La guardia dura una semana, así que hoy algunos se están preparando para irse. El entrenamiento de un grupo acaba de terminar, el que conociste, y empieza el otro, mientras los niños están en clase. —Anthony se detuvo frente a una puerta corrediza y con sigilo la abrió para que Candy conociera el salón de clases. Dentro había varios niños de diferentes edades, pero por lo que Candy pudo ver, ninguno era mayor de doce años. Estaban sentados en mesas redondas bajas y separados por edades. Una mujer se paseaba entre las mesas para monitorear la actividad de los niños. Al abrirse la puerta, todos levantaron la vista, pero volvieron a sus actividades como si nada. —No sé si es la hora de lectura o de dibujo— dijo Anthony tan pronto como cerró la puerta.
—Lectura— afirmó Candy, pues había observado que cada niño tenía un libro frente a sí y, recargados de formas diferentes leían. —Si fuera de dibujo no estarían en silencio— añadió— al menos mis niños nunca lo están al dibujar.
—Dejemos que sigan— la condujo hacia su despacho.
Candy ya conocía ese lugar, era donde había despertado tras el accidente con Canela y, en ese momento, lo había visto obscuro y misterioso. Ahora estaba lleno de luz, pues las cortinas estaban abiertas y las lámparas apagadas, y así pudo Candy observar los pequeños cuadros que había colgados en las paredes, retratos de otras personas y paisajes. Los muebles eran de madera fina y había un ligero olor a café. En la mesa de centro había una bandeja con té helado y pequeños emparedados.
Anthony le indicó que se sentara en el sillón y él lo hizo en una silla, al lado de ella. Sirvió dos vasos de té y le dio uno a ella. Candy sacó de un discreto bolsillo de su falda una tableta redonda y blanca, se la llevó a la boca y bebió el té.
—¿Qué es eso? — preguntó Anthony deteniendo su vaso a medio camino de su boca.
—Un analgésico— respondió Candy después de vaciar medio vaso de té, no sabía lo sedienta que estaba hasta que probó el líquido que tenía un ligero sabor a romero.
—Soy un desconsiderado por no preguntar cómo estabas después de la caída— dijo Anthony— ¿aún te duele mucho?
—Hoy ya no, ayer sí que desperté molida, pero solo son los golpes, el doctor dijo que estoy bien. Aunque… me dijo que no montara en unos días— añadió haciendo una mueca de niña traviesa.
—Lamento mucho haber causado el accidente, Candy, pudiste resultar muy malherida por mi culpa.
—Pero no pasó, Anthony, no fue tan grave, aun así, por eso fui al médico, para descartar una contusión, hemorragia interna, fractura o el más mínimo raspón.
—¿Y lo de montar? No debiste hacerlo, si fue instrucción del médico.
—No habría montado si no supiera que no corro peligro— respondió Candy.
—¿Cómo lo sabes? — preguntó Anthony inclinándose hacia ella, realmente inquieto por el tema.
—Porque sé de estas cosas, Anthony— dijo tras pasarse un bocado de emparedado— creo que no lo sabes, pero soy enfermera, estudié en Chicago y tengo experiencia con todo tipo de accidentes. Hice mi primer entablillado sin saber nada de medicina y después de tanto tiempo, sé reconocer una herida grave de otra sin relevancia—. El orgullo que Candy mostró al decir estas palabras casi llenó la habitación. Se había erguido más y su voz tenía ese tono cantarín y presuntuoso que muestra cualquier persona al saberse bueno en algo.
—¡Enfermera! — exclamó Anthony realmente sorprendido— ¿en serio? — Candy asintió— Candy, eso es maravilloso, muchas felicidades— dijo sumamente orgulloso por el logro de Candy. ¿Acaso podía admirarla más? — ¿te das cuenta de que juegas con ventaja? — dijo sonriendo de medio lado. Candy lo miró y quedó prendada de esa sonrisa. Le costó trabajo procesar la pregunta y él prosiguió—, tú sabes casi todo de mí, mi más grande secreto y yo no sé nada de ti. Acepto que ha sido mi culpa por abarcar toda la atención, pero me gustaría remediar eso.
—¿Cómo? — pregunto Candy con la garganta seca otra vez. ¿Acaso Anthony siempre había sido tan atractivo?, ¿había caminado a través del bosque con él y apenas se había dado cuenta de que era muy varonil, fuerte, de hombros anchos y torso musculoso? Su rostro no era ya el de un adolescente, eso había hecho que no lo reconociera a la primera, sino el de un hombre joven, de barbilla cuadrada y nariz afilada; sus ojos eran preciosos, si eso se podía decir a un hombre, eran grandes y azules, seductores y, al mismo tiempo, gentiles. Su sonrisa era la estocada final, eso la había distraído, pues era limpia, contagiosa y sí, arrebatadora.
—¿Candy? — la llamó y ella agitó la cabeza, volviendo al presente. Se sonrojó y no podría explicar el motivo. —¿Todo bien?
—Sí, yo… es que…— dio otro trago de té— creo que hace mucho calor aquí dentro.
Anthony se levantó con rapidez y abrió la ventana que se extendía del piso al techo y una ligera corriente de aire entró al despacho.
—¿Así está mejor? — preguntó al volver a su asiento y ella asintió. —Bien, no dudes en pedirme lo que necesites— ella volvió a asentir. —Te decía que, espero que podamos conocernos nuevamente. Estoy tan sorprendido de que seas enfermera, como seguramente tú lo estás de saberme un… animal— simplificó la situación.
—Eso me encantaría, Anthony, aunque dudo que mi vida sea tan sorprendente como la tuya.
—Bueno, no es una competencia— repuso Anthony— sólo me gustaría saber qué has hecho todos estos años. —La tomó de las manos y Candy se estremeció. —Quiero saber todo de ti.
—¿Jugamos a las veinte preguntas? — propuso Candy con una discreta sonrisa. El contacto de manos no ayudaba a disminuir su sonrojo.
—¿Juego de las veinte preguntas? — Anthony enarcó una ceja.
—No es la gran cosa, lo hicimos una vez en casa cuando llegó un niño nuevo a vivir con nosotros—, Anthony asintió, alentándola a continuar— yo hago una pregunta y tú la respondes, después tú preguntas y yo respondo.
—¿Qué clase de preguntas debo hacer?
—Las que quieras, sólo que no ameriten una respuesta muy larga porque entonces sería un interrogatorio y yo perdería mi turno para preguntar.
—Creo que es una idea excelente—. La sonrisa de Anthony era amplia y franca, se notaba que estaba muy cómodo cerca de Candy. —¿Quién empieza?
—Tú, tú eres el que quiere saber.
—Bien… —echó la espalda hacia atrás y meditó— veamos, eres enfermera… — Candy asintió —y eres una Andley… —ella volvió a asentir —¿cómo lograste que te dejaran estudiar?, ¿hubo un golpe de estado en la familia del que no me enteré? — preguntó.
Candy soltó una risita nerviosa y, a grandes rasgos, le contó cómo había decidido estudiar enfermería y los problemas que había tenido para entrar a la escuela de enfermería, y cómo, al final, lo había logrado.
—Fascinante— dijo Anthony pensando ya en su siguiente pregunta. —Tu turno.
—¿Duele? — fue la pregunta que eligió Candy —cuando se convierten— añadió y Anthony asintió lentamente, pensando en su respuesta.
—Sí y no…— se enderezó de su asiento y tomó un poco de té. —Es difícil de explicar. La primera vez duele, eso es seguro, pero en mi caso… no lo recuerdo, sólo sé que cuando me di cuenta ya corría en cuatro patas. Después… después sólo lo haces, se vuelve algo tan fácil y propio de tu cuerpo como respirar. Aprendes a controlarlo, a hacerlo rápido, a identificar, por instinto, cuando la transformación está completa y a moverte como un lobo.
Candy escuchó la respuesta de Anthony, era algo vaga, pero era lógico, algo tan extraordinario y sobrenatural sería difícil de explicar. Sólo alguien que pudiera experimentar esa transformación sabría lo que se sentiría.
—Tu turno— dijo Candy.
—¿Qué haces en el orfanato? — Anthony no se imaginaba por qué, si Candy era de la familia Andley, vivía otra vez en el Hogar de Pony.
Candy dio un largo trago de té y Anthony le sirvió más. Al oír la pregunta, la joven vio pasar ante sus ojos la serie de acontecimientos que la habían hecho volver a su hogar y no supo por dónde empezar. Tendría que hablar de su fallida relación amorosa, de la muerte de Stear, de los problemas en el hospital y los otros causados por Eliza y Neil, y era algo que no quería, acababa de reencontrarse con Anthony, estaba siendo testigo de un milagro y no quería empañar las últimas cuarenta y ocho horas de extraordinaria locura con recuerdos tan amargos.
—Esa es la clase de pregunta que conduce a un interrogatorio, Anthony— respondió al fin —sólo te puedo decir que en el Hogar de Pony me siento segura, tranquila y feliz. Ahí puedo ayudar a los niños sin padres, puedo darles el mismo cariño y las mismas atenciones que yo recibí cuando no tenía a nadie.
—Eres feliz ahí y eso es lo que importa— afirmó Anthony y comprendió que había cosas que, como era de esperarse, Candy no se las contaría a los dos segundos de reencontrarse. —Tu turno.
Recordar su pasado ayudó a Candy a formular su siguiente pregunta. —Anthony, estás vivo…
—¿Sí?
—Has estado todos estos años aquí mismo, muy cerca de los Andley y nunca has pensado en acercarte a ellos— sus palabras no eran una pregunta, en realidad parecían un reproche —¿has pensado en lo feliz que sería ellos de saber que estás vivo?
¡Pensarlo!, lo había soñado muchas veces, lo había imaginado, lo había deseado por tanto tiempo que, a veces eso era lo único que lo mantenía de pie; pero no podía acercarse a ellos, no podía volver a ver a sus tíos cercanos, a sus primos ni a la tía abuela Elroy. Él no lo habría permitido, él los odiaba y no quería tener ningún contacto con la manada y ese desprecio hacia su familia, hacia lo que era y hacia Anthony mismo, era suficiente ofensa como para eliminar todo deseo de reencuentro.
—Ahora tú haces una pregunta de interrogatorio— contestó Anthony tras varios segundos en silencio —pero la respuesta es no, no lo he pensado porque no me interesa. Candy, mi lugar es con mi manada, mi lealtad y responsabilidad está con ellos.
El tono de su voz era completamente diferente al que había utilizado desde su reencuentro, era frío, cortante y no daba lugar a réplicas. Candy no quiso, no pudo ahondar en el tema y, tras un leve asentimiento de cabeza se quedó callada.
Anthony también calló. Había muchas cosas que tendría que explicarle a Candy y todavía no era el momento, ¿para qué inmiscuirla en sus rencillas cuando ella aun no decidía quedarse a su lado, cuando ni siquiera sabía que tenía esa opción?
El silencio llenó el lugar, cada uno se sumió en sus propios pensamientos, recuerdos y batallas internas. Nerviosa, Candy echó una mirada por el despacho y sus ojos volvieron a posarse en el cuadro de aquella bella mujer. ¿Era posible?
—Mi madre era una loba como yo— dijo Anthony viendo el interés que Candy tenía por la pintura. Se lo había dicho la primera vez que estuvieron ahí, pero Candy no había tenido tiempo de entenderlo y ahora, su expresión de sorpresa no tenía precio. Anthony sintió una opresión en el pecho, era emoción pues, si había algo de lo que quería hablar, era de su madre. —¿Quieres que te cuente? — preguntó, aunque sabía la respuesta. Candy asintió, de repente, ella también estaba emocionada. —Mi madre lo heredó de su padre, quien era el líder de esta manada. Al morir él, ella se convirtió en la guía de esta familia. Era una mujer brillante, inteligente y valiente, como loba era fuerte, ágil, astuta y poderosa. Era una guerrera inigualable y tenía un don para la negociación extraordinario, uno del que yo carezco. Al poco tiempo de asumir su papel como líder, logró la paz con una manada vecina y formalizó nuestro negocio de madera.
La información llegó como una lluvia imprevista y, de repente, Candy terminó empapada de una historia que hacía aún más extraordinario el escenario en el que estaba. Se encontraba frente a frente hablando con un hombre que podía transformarse en lobo y, aún más extraordinario, había heredado esa cualidad de su madre, Rosemary Andley. ¿Eso significaba que Albert también podía hacerlo? Sería lógico, pues la madre de Anthony lo había heredado de su padre, el mismo padre de Albert. Había tantas preguntas que quería hacer.
—Los años que estuvo al frente de la manada fueron pocos, en realidad, pero nos hizo fuertes.
—¿Tú sabías que ella era una loba?
—Tengo un vago recuerdo de ella en su forma de loba, pero mucho tiempo creí que eran imaginaciones mías y nunca dije nada, era un recuerdo íntimo, podría decirse. Cuando descubrí mi condición y llegué aquí confirmé que no era mi imaginación y descubrí la maravillosa mujer que era—. Anthony se levantó y fue hasta su escritorio, rebuscó en uno de los cajones y sacó una fotografía de su madre. Volvió al sofá y se la mostró a Candy.
Rosemary era una mujer hermosa, la fotografía y el cuadro mostraban a una persona totalmente diferente a la de los cuadros que Candy había visto en la mansión Andley, donde se representaba a una fina mujer, con un aire de fragilidad que, ni por asomo, se veía en la fotografía. En esta, Rosemary posaba al lado de un hombre mayor, muy parecido a ella, tal vez su padre. Tenían una estatura similar y su cuerpo, aunque sí desprendía finura y elegancia, también mostraba un porte orgulloso y una seguridad poco comunes en las mujeres.
—Él es mi abuelo— explicó Anthony— es la única fotografía que conservamos de ellos. La tomaron en uno de los salones de esta casa cuando ella cumplió diecinueve años.
—Es hermosa, Anthony— dijo Candy emocionada, sentía que la voz le temblaba y estaba a punto de llorar, aunque no sabía por qué, pero se contuvo. —Tal vez debería estar en un lugar más visible, ¿no crees?
—No, es mía— se negó Anthony como un niño pequeño— Candy, puedo compartir muchas cosas con mi manada, pero hay otras que son únicamente mías. Esta foto, para empezar, fue un regalo de mi tío cuando llegué aquí. Le sirvió para…
—Espera— Candy se levantó de su lugar mientras su cerebro sacaba conclusiones— ¡¿tu tío?!, entonces, Albert sabe que estás vivo— exclamó ella ya sin contener las lágrimas. ¡Su tío!, claro que se trataba de Albert, él era hermano de Rosemary, era tío de Anthony. Este la miró muy confundido. Dejó la fotografía sobre la mesilla, lejos de la comida y volvió su vista a Candy. —Anthony, qué bueno que lo sabe, no tienes idea de lo que…
—Calma, Candy— la tomó de los hombros y se le hizo un nudo en el pecho al ver sus lágrimas— no sé de quién hablas.
—¿De quién voy a hablar, Anthony?, ¡de Albert!, tu tío, el hermano menor de tu madre— explicó Candy como si fuera el dato más evidente del mundo.
—¿Hablas de William? — exclamó Anthony y soltó a la joven. Su rostro se ensombreció, tenía el ceño fruncido de un momento a otro y los puños tan apretados que su piel empezaba a tornarse blanca.
—William, sí, William Albert Andley— dijo Candy empezando a asustarse por el repentino cambio de Anthony.
—No vuelvas a decir ese nombre en mi casa— ordenó con la voz más seria que Candy pudo oír jamás. —Ese maldito no es mi tío.
—Anthony, ¿de qué hablas? — preguntó Candy, confundida y asustada.
Anthony ya no podía mantenerse quieto y empezó a dar vueltas por el despacho. Candy lo veía moverse, le repitió la pregunta unas tres veces, pero él no respondía. Su cabeza estaba en otro lado, debatiéndose entre la razón y los sentimientos, recordando el desprecio de William hacia ellos y maldiciendo por tener que contarle a Candy, justo lo que hacía un momento había decidido no decir.
Candy tragó saliva y sintiendo que su cuerpo temblaba de nervios, se plantó frente a Anthony para llamar su atención. Él la miró confundido mientras lo tomaba por los brazos, obligándolo a mirarla.
—Anthony, ¿cuál es el problema con Al… —recordó que no podía nombrarlo —con él?
Sus ojos azules eran oscuros, estaban a nada de volverse negros.
—William nos odia y yo a él— respondió con frialdad, soltándose de su agarre, no porque rechazara el contacto, sino porque no quería lastimarla si perdía el control. —Desprecia nuestra naturaleza y nunca ha querido saber nada de nosotros. Mantiene la relación con nosotros, pero sólo porque le conviene, no porque nos respete.
Candy no podía entender lo que Anthony decía, era imposible que Albert lo odiara, él era hijo de su querida hermana, su familiar más cercano. Albert había sufrido mucho cuando Anthony fue dado por muerto, Candy era testigo de ello y lo conocía a la perfección, sabía que Albert no era capaz de odiar. Debía haber un malentendido.
—Anthony, explícame por favor, ¿por qué dices eso? — suplicó con la voz a punto de quebrársele —mira, yo lo conozco bien, lo conozco de toda la vida, y no imagino una razón para lo que dices, seguro se trata de una equivocación, de un malentendido.
¡Candy lo conocía bien!, ¡él la conocía!, ¡él había pasado tiempo, años a su lado!, ¡William conocía su compañera, sabía más de ella que lo que él nunca podría! La mandíbula de Anthony se tensó, tenía la respiración trabada. Estaba por perder el control, se convertiría delante de ella y la lastimaría. Ese último pensamiento lo sacudió y, sin pensarlo, salió del despacho, de la casa y corrió por el bosque. Tan pronto como pisó la tierra su cuerpo se convirtió y echó a correr, tenía que alejarse de ella para no herirla físicamente, era lo único que podía evitar, porque sabía que emocionalmente acaba de lastimarla con sus actos y sus palabras.
Candy se quedó sola en el despacho. Lloraba y no sabía si por el miedo que sentía al haber visto a Anthony furioso, si por el dolor que le habían causado sus palabras o si era una liberación de todo lo que había sentido en los últimos días. Se dejó caer en el sofá y lloró hasta que sus pulmones ya no podían aguantar más la interrupción del aire. Con manos temblorosas tomó la fotografía de Rosemary Andley y su padre y, tras observarla por un instante, la colocó sobre el escritorio de Anthony. Decidió que era momento de irse. Si esa era la última vez que veía a Anthony sería una pena, pero no podía quedarse más tiempo en la casa de la manada.
Se limpió la cara con un pañuelo y caminó hacia la puerta. Esta se abrió antes de que ella lo hiciera y entró un hombre mayor. Era tan alto como Anthony, su barba y cabello rubios empezaban a ser canosos, su mirada era firme, seria y oscura. Candy retrocedió, asustada.
—Disculpa, no quería interrumpir— dijo el hombre con una suave voz que no combinaba para nada con su oscura mirada. —¿Anthony está por aquí?
—No— respondió con un hilo de voz— él salió.
—¿Algún problema? — volvió a preguntar el hombre haciendo caso omiso de los ojos llorosos de la joven. —Dijo que hoy dedicaría todo su tiempo a atenderte.
El corazón de Candy se aceleró.
—Hubo un malentendido y él salió de prisa— aclaró Candy, no había razón para ocultar la verdad. —Justo por eso, será mejor que me vaya, no quiero molestarlo más—. Hizo el intento de rodearlo, pero el hombre la detuvo del brazo, sin ejercer presión.
—Espera, Candy— ella no se sorprendió de que supiera su nombre, todos en esa casa lo sabían y en la situación actual, debía ser peligroso. —Anthony no suele perder el control, te suplico que esperes un momento. Volverá y podrán aclarar las cosas. No creo que se trate de algo grave— afirmó el hombre, regalándole una alentadora sonrisa, pero Candy negó con la cabeza. —Anda, dime cuál es el problema—. Candy lo miró llena de duda y guardó silencio. —¡Vaya modales los míos! —exclamó— ¿cómo confiarás en mí si ni siquiera me conoces?, déjame presentarme, mi nombre es Víctor, soy tío de Anthony, contador, administrador y jefe emérito de la manada.
—¡Su tío! — chilló Candy.
—Sí, ¿aún no te habla de mí? — el hombre rió de buena gana y condujo a Candy nuevamente al sofá— pues sí que han estado ocupados poniéndose al día—. Se sentaron uno al lado del otro. —Rosemary, su madre, era mi prima.
—Usted le dio la fotografía— afirmó Candy. Este hombre, llamado Víctor, era el tío del que había querido hablar Anthony y ella lo había interrumpido con sus precipitadas suposiciones.
—No van muy atrasados si ya te la mostró— sonrió Víctor— Sí, yo se la entregué cuando vino aquí, hace ya varios años. Me sirvió para explicarle su origen y darle su lugar en la manada.
—Cometí un error, señor— dijo Candy aun con poco aliento, después de llorar— yo creí que el tío del que hablaba era William Andley y él se enojó en cuanto lo nombré.
Víctor asintió lentamente con la cabeza y guardó silencio por unos segundos que a Candy se le hicieron eternos, estaba esperando que el hombre reaccionara de la misma forma que Anthony.
—Eso explica la reacción de Anthony— dijo Víctor sin perder la calma. Miró la bandeja de comida y tomó un emparedado. Candy empezaba a desesperarse por la pasividad del hombre. —Antes de hablar, déjame darte la bienvenida, me alegra conocerte al fin. Tal vez no lo sepas, pero desde que Anthony llegó con nosotros, no dejaba de hablar de ti. Al principio eras la razón por la que se escapaba de casa e intentaba cruzar la frontera del bosque. Lo detuve más veces de las que puedo recordar—. Se metió el último bocado a la boca y sonrió con nostalgia.
Candy volvió a sentir una opresión en el pecho. Saber que Anthony había intentado volver con ella la llenaba de emoción. Si tan solo lo hubiera hecho, su vida habría sido tan diferente.
—Era un chico fuerte, inteligente y sensato, solo había una persona que lo volvía un adolescente desenfrenado y esa persona eras tú—. Candy sintió calor en las mejillas. —El punto al que quiero llegar es que eres una persona muy importante para él, esperó años para volver a verte y créeme, una discusión como la que tuvieron no hará que se aleje de ti.
—Hablé sin saber nada y lo hice enojar— respiró profundo— en realidad, ni siquiera sé qué fue lo malo que dije. Yo solo… — se llevó las manos a la cara, empezaba a sentir cansancio —es solo que no me cabe en la cabeza que diga que Albert los odia, que odia a Anthony. Señor, yo he visto a Albert sufrir por la ausencia de Anthony, cuando era niña no me lo dijo, desde luego, se tragó su dolor y me consoló, pero con el tiempo hemos hablado del tema y créame, Albert no lo odia, él debe estar feliz de saber que Anthony vive.
—Bueno, Candy, las cosas son más enredadas de lo que piensas. En primer lugar, William no sabe que Anthony está vivo.
—¿Entonces?
—Verás, la historia se remonta a la muerte de Rosemary—. Víctor dejó de comer y echó el cuerpo hacia adelante, hacia Candy, mostrándole toda su atención. —Ella murió por las heridas que le causó una pelea con otro lobo. De vez en cuando algún lobo solitario de nuestra especie aparece por el territorio. A veces solo lo atraviesa, pero otras, causa problemas. Cuando Rose era nuestra líder varios lobos solitarios acechaban las fronteras y a los humanos, hacíamos lo que podíamos para ahuyentarlos, no teníamos que esforzarnos mucho porque no parecían un problema, pero poco a poco se convirtieron en uno. Se formó una pequeña y desorganizada manada que atacaba a nuestros miembros. Los enfrentamos y en la pelea perdimos a algunos de nuestros compañeros— fue la primera vez que el rostro de Víctor se ensombreció. Se arremangó la camisa y le señaló a Candy una larga cicatriz a lo largo de su brazo izquierdo —otros corrimos con mejor suerte, pero nos queda un recuerdo, como podrás ver.
Rose peleó con toda su fuerza contra uno de ellos y lo venció, pero las heridas que él le hizo la dejaron muy débil. Hicimos lo que pudimos para curarla, pero no fue suficiente. Estaba tan malherida que ya le era imposible convertirse otra vez en lobo. Ella supo que moriría y decidió dejar de intentarlo porque eso le consumía energía. Decidió pasar el tiempo que le quedaba al lado de Anthony que era un bebé y de Albert, casi un adolescente. Se mudó a la casa de los Andley en Lakewood y murió ahí. Me dejó a mí a cargo de la manada hasta que Anthony pudiera tomar su lugar.
Cuando murió, Albert estaba devastado, volcó toda su ira en la manada y nos prohibió acercarnos a ellos. No nos dejó asistir al funeral y mucho menos acercarnos a Anthony. La pena de perder a su hermana era muy grande, ella era su único apoyo en el mundo después de la muerte de sus padres. Rose prácticamente lo crió y perderla a una edad tan joven, sabiendo la responsabilidad y el poder que recaían en él lo cegó por un momento. Decidí darle tiempo para superar su duelo, después hablaría con él, le explicaría las condiciones de la pelea que había causado las heridas de Rose, lo convencería de que la familia Andley y la manada están ligadas y se necesitan y conseguiría su apoyo y le daría el nuestro, pero nada resultó como yo planeaba. Tras la muerte de Rose, Elroy se hizo cargo de Albert y de Anthony. Se alejaron de nosotros, la manada necesitaba mucha atención y yo no fui capaz de pelear en dos frentes. Decidí esperar más, fortalecer la manada y acercarme a ellos, después de todo, debía ocuparme de Anthony porque él era el heredero de Rose, algún día se transformaría y debía estar preparado, pero dejé pasar el tiempo y el resentimiento de Albert hacia nosotros creció. Las veces que intenté hablar con él se negó a que me comunicara con Anthony, decía que él no tenía nuestro gen y que no se transformaría.
—¿Eso es posible?
—Sí, sucedió con Albert y Rose, ella heredó el gen del lobo y Albert, no. Eso tiene que ver también con los genes de la pareja y no tiene caso que ahora te lo explique. El punto es que Albert creyó que Anthony no era uno de nosotros y cortó toda comunicación. Nosotros no dejamos de vigilarlo, cada tanto lo visitábamos de una u otra manera para calcular cuándo sería su transformación. Aunque, ¿sabes, Candy? fui un líder con muy mala suerte, cuando Anthony tuvo aquel accidente en el que se le dio por muerto, nosotros enfrentábamos otros problemas en la manada. Al enterarme del accidente fuimos a investigar y descubrimos que no había muerto. Esa parte de la historia no te la puedo contar porque no la conozco del todo, pero un año después, cuando encontramos a Anthony volví a contactar a Albert, me costó mucho trabajo hallarlo. Cuando intenté decirle que teníamos con nosotros a nuestro líder, a él no le importó. No dejó que le explicara que se trataba de Anthony y dijo cosas desagradables, su dolor y resentimiento ahora eran odio sólido. Solo logré mantener la relación "comercial" y de poder que hay entre la manada y la familia Andley humana bajo la condición de que nadie más que yo lo contactara solo cuando fuera necesario. Él y Anthony nunca se han visto.
Las lágrimas bañaban el rostro de Candy. No podía creer lo que decían de Albert, su mejor amigo, su guía y protector. No tenía motivos para creer en las palabras de un desconocido y se le ocurrió que lo que este hombre, Víctor, había dicho a Anthony eran mentiras.
—¿Y cómo puedo estar segura de que lo que me cuenta de Albert es cierto? Usted habla de un hombre que yo no reconozco. El Albert que dirige la familia Andley no es como usted dice, yo lo conozco.
—Lo que mi tío dice es cierto, Candy— Anthony acababa de cruzar la puerta, llevaba una ropa diferente, camisa y pantalón holgados, sus zapatos eran unos mocasines informales. —Yo mismo lo escuché cuando dijo que no le importaba quién dirigiera esta manada siempre y cuando se mantuviera lejos de él. Dijo que no quería saber nada de los monstruos que habían matado a su hermana y que no necesitaba de nosotros para dirigir su familia humana. También dijo…
—Anthony— murmuró su tío intentando detener sus próximas palabras, pero no lo logró. Nadie interrumpía al líder cuando hablaba.
—Dijo que agradecía que yo estuviera muerto para no verme convertido en una bestia.
El llanto de Candy inundó la habitación. Le dolía lo que escuchaba porque no sabía si creerlo o no, no quería hacerlo, pero tampoco quería dudar de Anthony, él no tenía motivos para mentirle a ella que no significaba nada para la familia Andley ni para la manada. Le dolía el pecho, se sentía cansada, quería irse a casa, alejarse de todos y no pensar.
—Debo irme— se levantó reuniendo las pocas fuerzas que le quedaban. —Lamento mucho lo que pasó entre ustedes y Albert, en serio— miró a ambos —Anthony, lamento mucho la muerte de tu madre, y… por favor, perdóname por haberte hecho tocar este tema tan privado para ti y tu familia.
Anthony no pudo decir nada, estaba igual de aturdido que Candy. Había vuelto para hablar con más calma con ella y ahora la estaba viendo irse. Ella no le creía, tenía una imagen intachable de William Andley que él nunca podría cambiar. Eso lo desesperó, pero no era sensato echar más leña al fuego.
—Candy— habló Víctor y ella volvió su mirada a él —por favor, que esta no sea la última imagen que tengas de nosotros. Vuelve cuando estés lista.
—¿Puedes pedir que traigan mi caballo? — preguntó mirando fijamente a Anthony. Él asintió y se retiró de la puerta. No sabía qué hacer, ¿cómo retenerla? Anthony deseaba estrecharla entre sus brazos y borrarle esa mirada de decepción, pero no se atrevía ni siquiera a hablarle. Se llamó idiota, había perdido el control en todos los sentidos y ahora, conquistarla sería difícil y, tal vez, imposible.
—Te estará esperando en la puerta— murmuró al fin.
Salieron de la casa en completo silencio. Anthony iba unos cuantos pasos detrás de ella, que ya se había aprendido el camino. Tal como dijo, Canela la esperaba en la puerta con Gabriel sujetando su rienda. Se la dio sin decir palabra y se despidió con un amable gesto. Candy le regaló una media sonrisa y empezó a avanzar hacia la frontera del bosque. Deseaba no perderse y salir pronto de ahí.
Anthony tenía un nudo en la garganta que le impedía hablar, y su corazón también estaba oprimido, incluso le costaba trabajo respirar; hacía mucho tiempo que no sentía tanto miedo. Le aterraba la idea de no volver a verla, de perder nuevamente su oportunidad de amarla, pero ¿qué se suponía que debía hacer?
Llegaron a la frontera del bosque, Candy también había memorizado esa ruta.
–Candy— la tomó del brazo para girarla y verla de frente. Sintió calor en sus dedos al tocarla —por favor, perdóname por haberte contado las cosas de esa manera. No pensé que la conversación se desviaría a mi pasado, no de esa forma. Hablaba en serio cuando dije que quiero conocerte y ahora te digo que no deseo hacerte ningún daño. No sé cuál sea tu relación con William y te juro que no era mi intención herirte con nuestras rencillas. Si esto es un problema insoslayable para que tú y yo nos frecuentemos, te juro que entiendo. Si no deseas volver a verme, lo entenderé y tienes mi palabra de que nunca volveré a perturbar tu vida.
Eran las palabras más difíciles que había dicho en su vida, pero eran ciertas. Prefería morir, prefería no volver a verla a hacerla sufrir, a ser el causante de sus lágrimas, una vez más.
Sus palabras le dolieron a Candy, sobre todo porque las oía sinceras, pero ¿no volver a verlo? ¿ignorar que estaba vivo cuando estaba tan cerca de ella?, no era posible, pero en ese momento no podía decirlo, estaba demasiado abrumada como para tomar una decisión en ese momento.
—Anthony, esto es demasiado para mí, no puedo pensar en este momento, así que, por favor, no me hagas decidir entre lo que sé y tú porque no puedo— ahogó un sollozo y continuó —déjame pensar y entender todo lo que vi hoy y después… después te prometo que decidiré si quiero o no seguir entrando en tu mundo.
—¿Me lo harás saber? — preguntó Anthony esperanzado. Ella no lo estaba rechazando.
—Sabrás cuando esté aquí, ¿no? — preguntó con una sonrisa cansada. Él asintió. —Debo irme.
Candy subió a su caballo y sin mirar una sola vez hacia atrás, cabalgó hasta llegar a su hogar. Después de llevar a Canela al establo, entró a la casa. En el pasillo se encontró con la señorita Pony.
—¿Qué tal el paseo, Candy? — preguntó la mujer e inmediatamente notó algo diferente en el rostro de la joven.
—Bien, pero estoy cansada. ¿Le molesta si voy a mi habitación a descansar?
—¡Claro que no! — exclamó —¿te sientes mal?
—Cansada, creo que me dio un golpe de calor— mintió y se sintió aún peor —durmiendo un poco se me pasará, no se preocupe. Bajaré antes de la cena.
—Está bien— asintió la señorita Pony y le hizo un mimo en la mejilla. Eso la reconfortó un poco y estuvo a punto de echarse a llorar en sus brazos. —Llámame si necesitas algo—. Candy asintió. —Por cierto, tienes correspondencia, la puse junto a tu puerta.
—Muchas gracias—. No soportó más y echó a correr hasta su habitación. Vio un par de sobres en un canastito junto a su puerta y lo levantó. Había recibido una carta de su amiga Paty y de Albert. Al ver el nombre se le llenaron los ojos de lágrimas. Abrió la puerta y se acostó en la cama, donde lloró hasta quedarse dormida.
Queridas lectoras, ¿cómo están?, ¿molestas, confundidas, decepcionadas, intrigadas? Les cuento que, al escribir este capítulo, los hechos que tenía planeados se me fueron de las manos, cuando me di cuenta, estos dos ya estaban peleando y no pude detenerlos; algo que entenderán quienes también escriben. Sin embargo, es algo que servirá para el próximo capítulo y el desarrollo de la historia.
Una cosa más, si hay por aquí seguidoras de Albert, no me quemen en la hoguera, por favor.
Espero sus comentarios y conjeturas.
La fecha oficial del siguiente capítulo es el 11 de noviembre; si puedo, lo publicaré antes.
Saludos
Luna Andry
