Abraza la manada

6

Silencio

El informe de las patrullas no se pospuso para el día siguiente. Tras la partida de Candy, Anthony se encerró en su despacho con el grupo que había vuelto y no salió de ahí hasta la cena. En la habitación había ocho miembros listos para dar su reporte frente a Anthony, Víctor y Gabriel.

La frontera norte, la más cercana a uno de los pueblos humanos era a la que se debía prestar más atención, pues hombres y mujeres no tenían miedo, ni dificultad de entrar. La patrulla informó que una compañía circense estaba instalada en el bosque desde hacía una semana. No representaban ningún riesgo, pues no se separaban mucho y no tomaban más de lo necesario de la naturaleza.

—Solo tuvimos que intervenir cuando unos muchachos se alejaron y dejaron una fogata encendida sin supervisión—, dijo Kyle — tienen planeado irse en un par de días, le dijimos al relevo que los vigilara.

Esa patrulla también informó del estado de los árboles, ninguno podía ser talado todavía. En cambio, la patrulla este consideraba que algunos de los árboles de esa zona podían ser talados.

—Los dejamos marcados para que el relevo eche un vistazo, Samuel es el más indicado para evaluarlos y…

—Empiecen mañana la tala— interrumpió Anthony al miembro que hablaba.

—Pero solo hemos hecho una inspección.

—Si ustedes dicen que ya están listos, no hay que esperar. Saben hacer su trabajo y no debe haber errores— dijo Anthony con voz de mando. Serio y con la mirada fija en la persona a la que se dirigía, no había espacio a réplica.

—Bien, enviaré el mensaje y organizaré al equipo— respondió John, que así se llamaba el lobo.

Las patrullas sur y oeste no reportaron nada fuera de lo normal, eran los puntos más tranquilos y difíciles de atravesar del bosque, así que solo debían observar a los animales, que estaban tranquilos, el cauce del río y la fauna, completamente sana durante el verano que atravesaban.

Anthony miró con desaprobación a estas patrullas y dio un manotazo sobre el escritorio, mismo que sobresaltó a todos.

—¡Nada que reportar! — repitió las palabras que uno de los recién llegados acaba de pronunciar. —¡Llaman "nada" a que los humanos de Lakewood, el pueblo que debían vigilar ustedes, esté buscando lobos que robaron ganado!

Todos los presentes se miraron entre sí, consternados por la noticia y confusos ante el enojo del líder.

—Nosotros no…— quiso hablar un miembro de la patrulla sur.

—¡Ustedes no vieron a un humano siguiendo el rastro de un lobo hacia su ubicación! —Anthony volvió a gritar — hay alguien robando ganado en ese pueblo y, lobo o no, los humanos creen que se trata de uno y se preparan para cazarlo. En total se han perdido ocho reses, una sola la semana pasada y siete hace un par de días. Un humano siguió el rastro de un lobo hacia el sur, hacia tu posición, Robert, hacia tu responsabilidad, Evelyn —les gritó directamente a los de la patrulla sur quienes, con la mirada baja recibían el reclamo del jefe. —¡¿Así es como hacen su trabajo?!, ¿ahora dejamos que los humanos nos cacen cuando se les dé la gana?

—Lo sentimos, Anthony—, habló Robert— pero nosotros no nos percatamos de nada. Sabes que los hombres no se acercan mucho al bosque por esa parte y no oímos ninguna res extraviada ni atacada.

—¿Quién te dio esa información? — preguntó Evelyn—porque te juro que nosotros no olfateamos nada. Ningún lobo ha pasado en meses por la zona, solo los zorros, pero sabes que ellos no salen mucho de su área. Debe haber un error.

—¡No hay ningún error! — otro manotazo siguió al grito del líder —en la plaza del pueblo se ha reunido un grupo de hombres y no tardarán en empezar la cacería.

—Entonces avisaremos al relevo para que tengan cuidado con su transformación y nosotros…

—Ya envíe a alguien a alcanzarlos y prevenirlos— gruñó Anthony, echó su silla hacia atrás y se levantó. —Quiero que investiguen lo que ocurre ahí, si es un lobo común lo quiero fuera de mi territorio; si es un cambiante, lo quiero frente a mí, pronto— estas últimas palabras las dijo lentamente, mirando a todos los presentes.

Todos asintieron ante la orden. La patrulla oeste esperaba recibir también un llamado de atención por su descuido, pero nunca llegó. Anthony sacó del cajón del escritorio una carpeta y se la entregó a Michael, de la patrulla oeste.

—Stella y tú se encargarán de los suministros de este mes, ahí está todo lo que necesitamos—. Bebió el primer trago de café de una taza que había sido ignorada hasta el momento.

—Mañana mismo iremos a Harmony por todo— dijo Michael y su compañero asintió. Harmony era el pueblo del norte donde se siempre se proveían de víveres.

—Irán a Lakewood— ordenó Anthony dejando la taza sobre el escritorio.

—Pero nunca nos surtimos ahí— replicó Hank, —no tienen todo lo que necesitamos…

—¡Estoy harto de peros y excusas! — gritó Anthony, otra vez —Irán a Lakewood para investigar sobre el supuesto lobo, me importa un carajo si vuelven con medio saco de harina menos. Quiero saber qué pasa en ese pueblo, ¿está claro? — volvió a sentarse y recogió los papeles que estaban desperdigados sobre el escritorio.

—Sí, jefe— respondieron todos.

Anthony dio por terminada la reunión y despidió a todos los miembros de su despacho. Incluso Gabriel y su tío salieron, dejando una lista de pendientes que esperaban resolver al día siguiente.

El humor de Anthony no cambió mucho durante la cena, aunque intentó ser cordial con su manada, todos sabían que algo lo había irritado al extremo y evitaron dirigirle la palabra, no para ofenderlo, sino para darle espacio.

Eran poco más de media noche cuando Anthony salió de su habitación, harto de no poder conciliar el sueño. Salió de la mansión y dudó si, internarse en bosque y, transformado, cazar algún animal o ir al aserradero. Se decidió por esta última opción, podría adelantar trabajo y descargar la adrenalina que lo estaba consumiendo.

Encendió una lámpara de gas y la colgó para que alumbrara el interior del aserradero y pudiera trabajar. Revisó la calidad de los maderos recién cortados y eligió uno, tomó un par de hachas de diferente peso y tamaño y arrastró el tronco elegido. Era pesado, aun para él, pero el esfuerzo físico que hacía le ayudaría. Tomó una de las hachas con ambas manos, la levantó sobre su cabeza y la dejó caer con fuerza sobre el tronco que empezó a romperse. Los golpes eran constantes, el tronco crujía y el sonido de su quiebre llenaba el lugar con un eco. Bastaron unos cuantos golpes más para partirlo en dos. Anthony tiró a un lado el hacha y jaló una de las mitades. Con la otra hacha, más pequeña, siguió cortando el tronco. Cada golpe era un respiro, cada vez que levantaba los brazos era un pensamiento nuevo y cada trozo de madera que obtenía era un alivio, un momentáneo alivio porque necesitó romper todo el tronco para descargarse.

Un golpe por creer que Candy era pareja de Tom. Un golpe escucharla nombrar a William. Un golpe porque ella lo llamaba Albert. Un golpe porque no dudaba de William. Un golpe porque estuvo a punto de herirla. Un golpe porque la dejó ir. Un golpe porque había sido tan estúpido para decirle que estaría bien si ella no volvía. Un golpe por no saber que los humanos estaban buscando lobos para cazar. Un golpe por perder el control. Un golpe por sentirse herido. Un golpe por el desprecio de William hacia ellos.

—¿Qué hizo el pobre tronco para que lo trates así? — la voz de Gabriel detuvo un hachazo por un segundo, pero este cayó de todas formas. Anthony no respondió y siguió destrozando la madera. Gabriel no se ofendió y, tras encogerse de hombros, entró y sacó herramienta de un anaquel del fondo. Anthony lo miró de reojo y notó que llevaba puesto un overol de trabajo y en la mano, una caja de herramientas llena.

—¿Qué haces? — preguntó Anthony señalando con el hacha la herramienta.

—Un lugar decente para la salvaje— contestó Gabriel.

Anthony frunció el ceño y se recargó en el hacha como si fuera un bastón. Esperaba una respuesta más amplia, pero se quedó con las ganas, pues Gabriel salió del aserradero sin decir nada más. Anthony bufó, no necesitaba un miembro insolente en ese momento. Dejó caer el hacha y siguió a Gabriel al exterior. Este ya estaba varios metros lejos y se dirigía a una parte despejada del terreno. Ahí, Anthony vio una lámpara de gas encendida sobre un pequeño tronco que servía de mesa. Desperdigada en el suelo, había más herramienta, martillos de varios tamaños, lijas, seguetas y serruchos. En el suelo había cuatro maderos delgados enterrados formando un rectángulo, tal vez de cuatro por cinco metros. Buscó a Gabriel con la mirada y lo encontró con un rastrillo en la mano. Sin dirigirle la palabra, empezó a rasgar la tierra que había dentro del rectángulo marcado.

—¿Se puede saber qué haces? — gritó Anthony cruzándose de brazos.

Gabriel detuvo su labor y lo miró unos segundos. —Un establo para la salvaje— respondió.

Anthony comprendió que se refería a la yegua de Candy, Canela. Si hubiera estado de humor, habría agradecido el gesto, pero la iniciativa lo irritó más.

—Será mejor que no malgastes material— dijo serio —ella no volverá.

Gabriel dejó caer el rastrillo en la tierra y se paró frente a Anthony, cruzándose de brazos también. Lo miró con el ceño fruncido, no estaba molesto, sino que buscaba entender la actitud de su líder. Ambos tenían la misma altura y casi la misma complexión, sus fuerzas eran iguales y su amistad era tan vieja y sólida como el entorno salvaje que los rodeaba.

—Así que en serio lo arruinaste— soltó Gabriel —¿qué estupidez hiciste para alejarla? — su tono era altanero y desafiante, uno que no debía usar con el jefe de la manada.

Anthony lo tomó con violencia del cuello de la camisa y lo sacudió. Solo eso faltaba para explotar la última fibra de su ser. —¡Cuida tu tono, Gabriel, no estoy para tus bromas!

—¡Tus errores no son una broma! — gritó Gabriel soltándose del agarre de Anthony —Lo que hagas nos afecta a todos, ¡lo sabes bien! — le dio un empujón que sacudió la razón de Anthony —lo sabes y por eso estás así, ¡no lo niegues!

Anthony retrocedió unos pasos. Gabriel tenía razón, no estaba enojado con nadie más que consigo mismo y lo enojaba aún más que fuera otro el que se lo dijera.

—¿Qué pasó entre Candy y tú? — volvió a preguntar Gabriel, ya sin sonar desafiante, pues ya había llamado la atención de su amigo.

—Conoce a William— dijo al remangarse la camisa.

—Lógicamente, él la adoptó, ¿no? — contestó Gabriel con calma mientras se inclinaba para juntar la herramienta tirada en el suelo.

—Son cercanos— agregó —ella dice conocerlo bien, no creyó cuando Víctor y yo le dijimos lo que piensa de nosotros—. Se llevó las manos al cabello y sacó todo el aire de sus pulmones.

—¿Cómo iba a creerte si prácticamente te conoció hace dos días y a él de años?, por lo que dices.

—¡Yo la conocí antes! — gritó —es una Andley porque yo se lo pedí a William—. Empezó a caminar de un lado a otro sin perder de vista el movimiento de Gabriel que, ya sentado en otro tronco, acomodaba la herramienta.

—Entonces es tu culpa que ella esté de su lado— afirmó Gabriel y los ojos de Anthony se incendiaron. —Tú forjaste su relación y ahora debes pagar las consecuencias de tus actos—. La ironía de sus palabras causó que Anthony tensara la mandíbula.

—Era un adolescente cuando se lo pedí— se defendió Anthony moviéndose por el terreno. La ira estaba volviendo. —Yo no sabía lo que era ni mucho menos que ella era mi compañera. Si hubiera sabido la habría llevado conmigo.

—Y eso habría resultado mejor—, replicó Gabriel con sarcasmo —un lobo recién transformado y una niña escondiéndose en los bosques, comiendo nada y durmiendo poco, huyendo de los humanos y luchando con los cambios incontrolables, ¿eso querías para ella? — dejó las herramientas a un lado y se cruzó de brazos, acomodándose en la pequeña circunferencia del tronco puso toda su atención en la charla.

—¡Claro que no! — gritó Anthony.

—Entonces con William estuvo a salvo de todo eso, le dio una vida, educación y la ayudó a ser la persona que hoy es para ser tu compañera— concluyó Gabriel.

—Le dio sus ideas— se quejó Anthony —y le mostró una faceta de él que ella ve intachable— su voz aún era fuerte, pero para un lobo, había bajado varios decibeles y se notaba temblorosa. —No importa lo que yo diga de él, ella no lo cree y entonces estará a esto —hizo un ademán con la mano, juntando su pulgar e índice a escasos centímetros — de odiarme también.

—Estás muy seguro de eso— afirmó Gabriel cruzando los pies —así que, supongo que ella te lo dijo. Te dijo que te odiaba y que no quería volver a verte, ¿no?

—No— respondió Anthony dando una patada a uno de los maderos que delimitaba el perímetro del futuro establo.

—Pero dijo que no volvería— añadió.

—No.

—Entonces dijo que prefería a William sobre todas las cosas y que le importaba una mierda lo que tú tuvieras que decir—. Se levantó del tronco y reacomodó el que Anthony había movido. Le estaba dando la espalda.

—No.

—Entonces, ¡qué carajo dijo para que te des por vencido con ella y para que te comportes como un cabrón imbécil! — gritó, encarándolo.

Anthony apretó los puños y se contuvo para no golpear a Gabriel.

—No dijo nada, nada concreto. Solo que debía pensar lo que había escuchado de nosotros— respondió con voz apagada, cansada.

—¿Y qué más? — preguntó desafiante.

—Nada— Anthony se encogió de hombros. Ya estaba exhausto.

—Pero ¿qué dijo de William?, ¿por qué está tan segura de que su desprecio por nosotros es falso? — insistió Gabriel.

—Solo que ella lo conoce bien— contestó, estaba harto de las preguntas a las que no tenía respuesta.

—¿Desde cuándo?

—¡No lo sé!

—¿Cómo es su relación?

—¡No lo sé! — exclamó perdiendo la paciencia.

—¿Es como su padre? ¿Viven juntos?

—No…

—No lo sabes— interrumpió Gabriel perdiendo la paciencia —¿pero él le ha hablado de nosotros y la ha engañado diciéndole que somos unas bestias salvajes que no merecemos su atención ni su respeto, y mucho menos su afecto? — Anthony guardó silencio. —¿Ves cómo eres un imbécil? — le dio un golpe en el brazo, sacudiéndolo—. No sabes nada de lo que piensa y sabes por qué, porque no la dejaste hablar, porque te cegaste en tu odio por William que no se te ocurrió tomar en cuenta lo que ella sabe, lo que ella siente y piensa—. Anthony lo miró fijamente, sin expresión alguna en el rostro. —Escupiste todo tu resentimiento y odio, que sabes que comparto contigo, no me malentiendas—, toda la manada estaba del lado de Anthony en ese aspecto— pero te concentraste solamente en ti y en tu mundo, al que quieres que ella pertenezca, y le impediste entender, le impediste pensar, preguntar y hablar.

Las palabras de Gabriel eran severas, las mismas que se esperarían de un hermano mayor y Anthony las recibió como tal; en ese momento no era el líder de la manada, era un hombre con un conflicto y lo único que necesitaba era que alguien más le mostrara una perspectiva diferente a la que él tenía.

—Anthony, si ella no vuelve no será por culpa de William Andley, sino tuya, porque tú la habrás alejado y la verdad, no entiendo el motivo— se encogió de hombros y negó con la cabeza, mostrando su incomodidad. —Por años hemos sabido lo que ese hombre siente por nuestra especie y hemos sobrevivido sin él. Cada vez que sale el tema dices que no importa su opinión, que es mejor que no se inmiscuya en nuestra vida y que así estamos bien. Dime, ¿era mentira lo que decías?, ¿le mentías a tu manada y él es realmente tan importante?

—Nunca les he mentido — respondió Anthony con seguridad, eso es algo que nunca haría, no podía mentirle a su manada porque eso sería traicionarlos.

—Entonces, ¿por qué es tan importante la relación de Candy con William?

—No lo entenderías— respondió negando con la cabeza, iba a volver a encerrarse en sus pensamientos.

—Si no me lo explicas, no, no lo entiendo. Ni yo, ni nadie.

—No quiero…

—¿Qué no quieres? ¡Habla! — un nuevo empujón lo dejó tumbado en el suelo y le sacudió las ideas. Las palabras salieron como una explosión de su boca:

—¡No quiero su rechazo!, ¡no quiero sentirlo otra vez! No de la persona a la que amo, a la que he amado toda mi vida. No quiero oír las palabras de William en su boca. No quiero oír de ella lo que él dijo cuando fuimos a buscarlo a Londres porque no podría soportar de nuevo ese desprecio, ese odio por lo que soy.

Gabriel guardó silencio y le tendió una mano para que se levantara. Había logrado que su amigo sacara lo que le carcomía y era algo muy duro.

Nunca olvidaría al Anthony decepcionado y destruido que volvió de Londres años atrás cuando fue en busca de su tío. Se había ido con la esperanza de conocerlo, de tener a alguien de su familia con quien contar, alguien en quien apoyarse en ese cambio que se había dado en él.

Su condición de lobo y futuro líder de la manada lo había incluido en el pequeño círculo familiar que conocía la verdadera identidad del señor William, y saber que era el hermano de su madre lo llenaba de emoción y esperanza, pues era su familiar más cercano y, en un futuro, trabajarían codo a codo por el bien de los Andley.

Sin embargo, todo lo que Anthony y Víctor habían esperado de William se había ido abajo cuando, en primer lugar, les había dado largas y largas para reunirse con ellos, después, cuando se había negado a hablar con alguien que no fuera Víctor y, por último, cuando había dicho que no le interesaba saber a quién habían nombrado como futuro líder de la manada, que la raza que había asesinado a su hermana no merecía y nunca tendría su atención.

En ese entonces, Gabriel, que tenía la misma edad de Anthony y había sido su primer aliado como lobo, fue testigo de cómo el futuro líder empezó a odiarse a sí mismo, creyendo que realmente era una bestia que solo serviría para matar y contuvo sus transformaciones, buscando la manera de revertir el gen. Pasaron dos meses en los que Anthony no provocó ni una sola transformación y eso empezó a enfermarlo. Su cuerpo humano se debilitaba y su humor empeoraba cada día, si hubiera aguantado un poco más el cambio, se habría vuelto loco tratando de contener al animal que llevaba dentro y que luchaba por salir; y esa locura lo habría llevado a la muerte.

Ese fue el efecto que tuvo el rechazo de William Andley en Anthony, y Gabriel no estaba dispuesto a ver a su amigo pasar por otra crisis como esa, en caso de que Candy rechazara su naturaleza.

—Es tu compañera, Anthony— dijo al fin poniendo una mano sobre el hombro de su amigo —ella no podría rechazarte de esa forma. Es tu alma gemela y nadie odia a su alma gemela. Además, si lo hiciera ya lo habría mostrado. Si temiera algún daño no habría vuelto después de saber nuestra condición. Al contrario, la hemos visto entusiasmada. Odett y Aaron me contaron lo que les dijo cuando los vio después del entrenamiento, tú mismo estuviste ahí y creo que nadie vio ni una pizca de rechazo, miedo o asco por lo que somos.

—Estuvo grandiosa— sonrió Anthony evocando la imagen de Candy frente a sus lobos.

—No lo dudo— Gabriel le devolvió la sonrisa— Anthony, después de mí, eres el hombre más inteligente que he conocido y siempre actúas y decides con base en los hechos, no en los miedos y las suposiciones—. Anthony escuchaba atentamente. —No eres un señorito de sociedad que se deja llevar por las habladurías o los cotilleos de clubes deportivos. Eres un hombre de acción y decisión. Si crees que ella puede albergar una pizca de desprecio, odio o lo que quieras, entonces encárgate de eliminarla. Muéstrale lo que somos en realidad, convéncela de que esta manada, de que tu manada, puede ser la de ella. Si ese William la ha hecho pensar lo peor de nosotros, cosa que dudo mucho porque de ser así nunca se habría acercado, bórrale esa idea de la cabeza, pero no dejes de escucharla, por favor. Si quieres que ella te conozca y te acepte, si quieres crear el vínculo con ella y hacerla tu compañera, con todo lo que implica, conócela.

El sermón de Gabriel, pues eso había sido, fue también un llamado de atención para el joven líder. Le había dado muchas cosas en qué pensar y aunque en ese momento no sabía por dónde empezar, agradeció el empujón que su amigo le había dado.

—Si fuera otro, te castigaría por llamarme imbécil, dos veces, pero gracias— dijo Anthony estrechando la mano de Gabriel.

—Soy tu amigo, Anthony— respondió Gabriel —siempre te cubriré la espalda— le apretó con fuerza de lobo la mano y Anthony correspondió con la misma. —Ahora, ayúdame a adelantar el trabajo, la tormenta que viene no será clemente.

Anthony olfateó el aire y asintió, Gabriel tenía razón, se acercaba una fuerte tormenta.


La lluvia de los siguientes tres días impidió toda actividad al aire libre en el Hogar de Pony y en los alrededores. Las clases siguieron con normalidad y Candy pudo reponer las sesiones que había cancelado durante la semana; sin embargo, las tareas domésticas y el tiempo de recreación se borraron del itinerario y las tres mujeres encargadas de los niños tuvieron que explotar su imaginación y experiencia para mantenerlos entretenidos en el interior.

Mientras los niños hacían sus tareas y una de las encargadas los supervisaba, las otras dos se encargaban de mantener a raya el paso del agua que amenazaba con inundar el establo. El tiempo que normalmente empleaban en el exterior se redujo a actividades en la sala de estar donde Candy hacía juegos con los niños, la hermana María les enseñaba canciones y la señorita Pony les leía antes de la cena. La novela favorita de la mujer era Los tres mosqueteros y los chicos habían disfrutado mucho el capítulo en el que D'Artagnan conoce a Athos, Phortos y Aramis y estos terminan retándolo a un duelo.

Los días eran buenos, parecían vacaciones de las actividades diarias y las mujeres y los niños llegaron a conocerse un poco más. Descubrieron que la hermana María amaba cantar y que de pequeña había pertenecido a un coro que se presentó una vez ante el gobernador de Chicago. Uno de los niños conocía canciones españolas que compartió con la monja y ella las cantó para los demás. Los más pequeños descubrieron que la señorita Pony era originaria de Texas y que desde muy joven se había mudado a Chicago y adquirido la propiedad en la que ahora vivían. Candy recordó ese dato, enterrado en su memoria desde hacía muchos años, y se preguntó qué tanto desconocía de las mujeres que la habían criado. La joven enfermera también entretenía a los demás contándoles los viajes que había hecho, a los niños les entusiasmaban sus anécdotas marítimas y Candy a veces exageraba los eventos, lo que casi siempre terminaba siendo una fantástica historia de marinos y piratas.

Al menos un par de veces al día, Candy salía al establo y revisaba que Canela, las gallinas y los otros animales estuvieran a salvo de la imparable tormenta, aunque la pobre yegua estaba siempre nerviosa por los truenos y el encierro.

Las cenas siempre eran alegres y bulliciosas. Agotados, los niños no tenían problemas para conciliar el sueño, pero Candy sí que los tenía. Desde que había salido huyendo del bosque, tras la discusión con Anthony, no podía dormir. Despertaba dos o tres veces durante la madrugada, siempre sobresaltada por sus sueños. En el último estaba en una de las mansiones Andley, aunque no sabía cuál, el lugar estaba vacío y ella buscaba a Albert, pero no aparecía por ningún lado; sintió que el enorme lugar, abarrotado de cuadros de gente que ella no conocía, la asfixiaba y corrió hacia la salida. Cruzó la puerta y ya estaba en medio de un bosque, lo atravesó sin titubeos hasta llegar a un claro. Había animales, de los que se ven en el zoológico. En medio del claro había un hombre de camisa blanca, sentado en una silla, de espaldas hacia ella. Era rubio, alto y ancho, ella lo reconoció y corrió hasta él, lo llamó por su nombre y este volteó a verla. La recibió con los brazos abiertos y ella se acomodó en su pecho. Se sentía cómoda con él y lo abrazó con fuerza.

—Vamos a casa— dijo él.

—Estoy buscando a Albert— se negó ella— debo encontrarlo, Anthony.

—Él ya está en la casa— le besó la frente —vamos.

Un aullido llenó el claro y retumbó en el pecho de Candy. Al despertar todavía sentía las vibraciones del aullido y su corazón latía tan rápido que lo sentía en sus oídos. Se sentó en la cama, encogió sus piernas y recargó la frente en sus rodillas, se esforzó en regular su respiración e inmediatamente, la sensación de tranquilidad que había sentido en el sueño al abrazar a Anthony la llenó. Recordó sus manos entrelazadas con las suyas y sintió las palmas calientes, la misma sensación cálida y placentera como si las pusiera al fuego durante el invierno. Recordó el abrazo que él había pedido darle y el calor subió por sus brazos y le inundó el pecho, sintió cómo su cuerpo se relajaba y estiró las piernas completamente lánguidas; se dejó caer en la cama y sintió en sus labios la cálida mejilla de Anthony, igual a cuando ella lo había besado. Su respiración se normalizó y los latidos de su corazón se calmaron. No podía explicar lo que estaba pasando con su cuerpo porque, de hacerlo, perdería la concentración y la tranquilidad que sus pensamientos y sensaciones le estaban dando. En lugar de analizarlo, se dejó llevar por el recuerdo y, completamente aferrada a este, fue quedándose dormida. Era la primera vez en tres días que podía dormir tranquila.


El diluvio había terminado, pero dejó tras de sí un verdadero caos, no solo en el orfanato, sino en todo el pueblo. Las calles estaban llenas de lodo y era peligroso cruzar de una acera a otra. Los techos de las casas y comercios estaban mojados todavía, la lluvia se había acumulado varios milímetros y la gente debía desahogar las azoteas. Las bodegas de los establecimientos estaban a salvo, pero aun así, debían ser revisadas para separar los productos que se hubieran echado a perder con el agua. Algunos otros, que no habían abierto durante los tres días de lluvia, esperaban recuperar sus ventas desde el minuto en que abrieron sus puertas y los vendedores se mostraban más amables de lo habitual con los clientes.

Por su parte, los alrededores del orfanato también estaban cubiertos de lodo y ramas rotas que el viento había arrancado de los árboles. La paja del establo estaba húmeda y las gallinas estaban impacientes por salir y tomar un poco del sol que ganaba terreno frente al ambiente frío y húmedo. Había mucho que limpiar, recoger y lavar.

La señorita Pony organizó las tareas y las clases, solo por ese día, se cancelaron para que, entre todos, pudieran ordenar el desastre que la naturaleza había provocado.

Candy y tres de los niños más grandes debían encargarse del establo. Sacaron a Canela y la amarraron en la puerta de la casa junto con un balde de agua y varias manzanas. Se deshicieron de la paja mojada y limpiaron el gallinero. Despejaron las entradas de lodo y tuvieron que poner largas tablas de madera para poder atravesar de un lado a otro sin caerse.

La hermana María y cuatro niños pusieron manos a la obra para lavar la ropa, esperando que se secara una buena parte antes de que volviera a llover, pues era seguro que esa no sería la última tormenta de la temporada.

Con mucho esfuerzo, la señorita Pony y dos valientes niños subieron al techo y se deshicieron del agua acumulada. Por fortuna, no había riesgo de goteras y la planta alta estaba a salvo; excepto por las flores del balcón de Candy que habían quedado muy maltratadas.

Los más pequeños se ocupaban del interior de la casa, debían recoger lo que habían usado los días de encierro y también ventilar las habitaciones.

Los únicos horarios habituales que se respetaron fueron los de las comidas. Todos estaban muy cansados después de tanto trabajo y comieron con prisa y casi en silencio para no perder tiempo entre bocado y bocado.

—Antes de que continuemos— dijo la señorita Pony poco antes de terminar la comida— hagan una lista de lo que necesitamos comprar— se dirigió a la hermana María y a Candy. Ambas asintieron y en su mente hicieron la lista de cosas que faltaban, según el área que les había tocado limpiar. —Candy, ¿crees que puedas bajar al pueblo y hacer la compra, otra vez?

La joven asintió mientras daba un último trago a su limonada. —Aunque, me temo que tendrás que ir sola— los niños iban a reclamar, pero la mujer los detuvo con una mirada severa —aún hay mucho que hacer aquí y creo que, si vas sola, lo harás más rápido. Si la carga es demasiada, dile al tendero que nos envíe las cosas después con su ayudante.

—Sí, señorita Pony— asintió Candy y, concluida la comida, todos volvieron a sus actividades.


Protegida para la lluvia y con la lista de la compra a buen resguardo, Candy salió del orfanato en la carreta. Al llegar al pueblo tuvo mucho cuidado de no caer en los charcos de agua o en el lodo que llenaba las calles. La tienda de comestibles era la más abarrotada de gente y tuvo que esperar varios minutos afuera su turno. Mientras tanto, saludó a varios vecinos y se informó del estado de sus casas y ranchos después de la tormenta; al parecer no había daños más que materiales.

Su turno de entrar a la tienda llegó y sólo fue para salir con las manos casi vacías, pues el lugar se había quedado con muy poco después de una importante compra por parte de unos viajeros y lo que se habían llevado los vecinos que llegaron antes que Candy. Compró lo que pudo y encargó al tendero lo que faltaba.

—Por favor, en cuanto tenga lo que me falta, envíelo al Hogar de Pony— pidió Candy por última vez antes de salir.

—Descuida, Candy— respondió el tendero —pasado mañana tendrán todo lo demás—. El hombre hizo una seña a su ayudante para que cargara la compra en la carreta de Candy y esta lo ayudó, no era ni un cuarto de lo que necesitaba, pero debía alcanzar dos días. Cubrió la carga con una gruesa tela y subió a la carreta. Atravesó el pueblo para probar suerte en la tienda del otro extremo, era más pequeña, pero tal vez conseguiría algo más de vegetales, pues los dueños cultivaban el campo y vendían parte de lo que cosechaban.

—Un saco de tomates y medio de patatas— una regordeta mujer puso dos sacos en el mostrador, —son los últimos que nos quedan.

—Gracias— suspiró Candy aliviada —dígame que tiene azúcar, por favor— la voz suplicante de la joven enterneció a la mujer y asintió.

Nuevamente, un ayudante cargó la carreta y Candy se quedó en el mostrador, pagando.

—Cuidado con el lodo al salir— le dijo la mujer a modo de despedida, pero también fue una predicción.

La tienda se encontraba justo en la esquina de la calle, por lo que el lodo se acumulaba más, desde todos los flancos. Candy intentó brincarlo y estuvo a punto de lograrlo, pero en el último segundo su tacón resbaló. La caída era segura. Sin embargo, una mano cálida y firme la sostuvo de la cintura y otra, de la mano evitando así el golpe. El contacto fue demasiado rápido, Candy sintió cómo su cuerpo se elevaba y volvía a pisar la acera. Lanzó una mirada a quien la había salvado y, al reconocerlo, no pudo evitar gritar su nombre.

—¡Anthony!— se llevó la mano libre a la boca para ahogar su grito —¿qué haces aquí?— susurró viendo en todas direcciones.

—Hola, Candy— una ligera sonrisa llena de seguridad se dibujó en el rostro de él y tras asegurarse de que el cuerpo de la joven estaba sano y salvo, respondió —tengo negocios que tratar en el pueblo.

—Mmm— gruñó Candy —es curioso, en dos años que llevó por aquí nunca te había visto—. Su voz no ocultaba el reproche y la distancia que quería poner entre ella y Anthony; y él lo hubiera creído por completo si no hubiera seguido sosteniendo la mano de ella que estaba completamente aferrada a él.

—No vengo seguido, es cierto, pero no me escondo, si es eso lo que crees— Anthony se defendió y Candy notó el serio cambio en su voz, ¿lo había ofendido? porque no era su intención, pero en cuanto lo había reconocido, recordó su último sueño y todas las otras emociones al despertar y, la vergüenza la había hecho poner distancia.

—No quise decir eso, Anthony— bajó la mirada y se dio cuenta de que su mano seguía crispada a la de Anthony, la vergüenza subió hasta su rostro, ahora totalmente sonrojado. Soltó el agarre y sintió piquetes en las yemas de los dedos y la palma de la mano. —Mi intención no era ofenderte—. Miró en dirección a su carreta y dio un paso hacia allí. Anthony no tardó en tomarla del antebrazo y pisando hasta el fondo el lodo la ayudó a brincarlo. —Gracias— murmuró ella —me voy, puedes seguir con tus asuntos.

—Candy, espera— su voz vibró y ella detuvo su intento por subir a la carreta —quiero ofrecerte una disculpa por cómo terminaron las cosas ese día, fui violento e irresponsable y…— recordó las palabras de Gabriel sobre su error de no dejar hablar a Candy.

—¿Y?— lo alentó a continuar.

—Y no te escuché, pero te prometo que no volverá a pasar y— llenó sus pulmones de aire, era difícil decir lo siguiente —me gustaría, solo si tú quieres, escuchar sobre tu relación— ¡qué horrible palabra, le revolvía el estómago de ira! —con William.

Candy lo observó detenidamente y asintió con la cabeza. —Acepto tus disculpas— fue lo único que dijo antes de subir a la carreta. Se acomodó en el asiento y se puso sus guantes. Anthony no se movía de su lugar. Candy tomó las riendas y antes de echar a andar la carreta dijo —voy a la oficina de correos, ¿quieres acompañarme?

Sin esperar la repetición de la invitación, Anthony trepó a la carreta y se sentó al lado de la joven, quien ya más calmada, condujo hasta el Correo. El trayecto no era largo y en pocos minutos se detuvieron. Anthony bajó con gran agilidad y ayudó a Candy tomándola con gentileza de la cintura. Ella sintió que flotaba y un puñetazo en el estómago le revolvió los nervios, no era incomodidad, de eso estaba segura, pero la presencia de Anthony la sacudía en todos los sentidos y eso era realmente… placentero.

Anthony le abrió la puerta del establecimiento y le cedió el paso. El encargado saludó a la joven con familiaridad y Anthony dejó escapar un gruñido que Candy captó sin dificultad, pero lo ignoró.

—Buen día, Sam, ¿cómo va todo?— saludó Candy sacando cuatro sobres para ser enviados a diferentes destinos.

—Todo tranquilo— contestó el chico que no pasaba de los veinte años —¿cómo están en casa?— preguntó echando una rápida mirada a Anthony, quien permanecía en silencio.

—Más animados ahora que podemos salir— respondió Candy poniendo las cartas sobre el mostrador —fueron muchos días de encierro. ¿Puedes enviar estas cartas, por favor?

—¡Claro!— el chico las tomó y leyó los destinatarios en voz alta para corroborar la información. Dos iban para la arquidiócesis, una para la capital del estado y otra para Florida. —¿Cómo está tu amiga Patty?— preguntó reconociendo la recurrente dirección a la que Candy escribía.

—¡Oh! mucho mejor ahora que sus padres están con ella y su abuela también está mucho mejor— la sonrisa de Candy era amplia.

—Cada vez que pongo al correo las cartas del señor Andley me siento importante— bromeó el joven poniendo un timbre al sobre que iba para Chicago. Candy sonrió, incómoda y volteó a ver a Anthony. Este había sido un lienzo en blanco hasta que escuchó del señor Andley y su mandíbula y puños se tensaron, pero al sentir la mirada de Candy se obligó a relajarse.

—Eso es todo por hoy, Sam, gracias— Candy no conversó más y se apresuró a salir de la oficina. —Gracias por acompañarme, Anthony— dijo cuando estuvieron fuera.

—¿William te escribió?— preguntó sin freno.

—Sí, lo hace a menudo— Candy respiró profundo y le señaló una banca de madera que había afuera del Correo. Se sentaron uno muy cerca del otro. —Escucha, Anthony, yo… lo he pensado y —se frotó las manos y la bilis se atoró en la garganta de Anthony —no te voy a obligar a conocer una historia que no quieres oír… yo espero que puedas respetar la amistad que tengo con él y a cambio yo te prometo no inmiscuirme en temas de tu familia que no me incumben.

—Candy, yo…

—Déjame hablar, Anthony— lo tomó de la mano y volvió a sentir piquetes, no, chispas en los dedos— Escucha, Albert me ha salvado más veces de las que puedo contar, es una de las pocas personas en las que puedo confiar plenamente, ha sido un guía y un hermano para mí, lo quiero mucho —Anthony iba estallar, Candy estaba siendo muy delicada al decirle su decisión y eso era peor que una pelea contra Aaron y Lucille juntos, los lobos más fuertes de su manada. —Pero eso no significa que dude de ti, ni de lo que has pasado todos estos años como líder de tu manada. Tampoco quiere decir que sienta lo mismo que él siente por ustedes y, por supuesto, para mí, no es un impedimento para conocerte más. Creo que, si damos por zanjado ese tema, podemos, sólo si todavía soy bienvenida en tu casa, continuar con este milagroso encuentro.

Anthony aún quería estallar, pero no de ira, sino de dicha. Candy no lo estaba ahuyentando, no lo despreciaba y eso era, por el momento, lo único que anhelaba de ella. Si era cierto que los prejuicios de William no la influenciaban, entonces podía seguir acercándose a ella y sí, conquistarla como debía, como deseaba hacerlo.

—¿Hablas en serio?— preguntó sólo para asegurarse de que había oído bien.

—Sí, Anthony— sonrió Candy, nerviosa. Ver a Anthony en esa banca tan pequeña y dudando de lo que oía era lo más tierno que había visto en mucho tiempo. Volvió a sonreír, preguntándose si "tierno" era un adjetivo adecuado para un lobo. —Y… Anthony, yo también te debo una sincera disculpa por ese día. Saqué conclusiones precipitadas, eso lo supe de inmediato, pero también me asusté y me puse a la defensiva, salí de tu casa de una manera muy grosera y lo lamento, también me gustaría disculparme con tu tío, él fue muy amable conmigo y yo, yo sólo me fui—. Sus ojos verdes se cristalizaron, estaba a punto de llorar, otra vez, pero Anthony detuvo esas lágrimas, sorprendiéndola con un beso en el dorso de la mano.

—Creo que ya nos hemos disculpado mucho en tan poco tiempo— dijo Anthony intentando relajar el ambiente —espero que no se nos haga una costumbre.

—Hagamos el intento— propuso Candy apretando la mano de él. Ya no había razón para negarlo, le gustaba el contacto con Anthony, por muy discreto que fuera, siempre le recorría todo el cuerpo y le daba una sensación de seguridad y de hogar que nunca había sentido, ni siquiera cuando eran niños.

—¿Algún otro lugar al que debas ir?— preguntó Anthony mirando por la ventana al interior de la oficina de correos, Sam los miraba con curiosidad y el lobo de su interior quiso golpearlo por tener tanta familiaridad con Candy y una mirada tan entrometida.

—No— negó Candy dándose cuenta de que su tiempo juntos se acababa— he terminado.

Él no quería dejarla ir, ese sería siempre el problema al verla. Pensó en invitarla a comer, pero supuso que no era apropiado, no todavía y sólo se ofreció a acompañarla a la salida del pueblo. Candy aceptó con gusto la escolta y casi deseó que la carreta se rompiera para no poder avanzar y estirar al máximo ese encuentro. Subieron a la carreta y esta vez fue Anthony quien condujo.

—¿Así que tienes una amiga llamada Patty?— preguntó Anthony y, tan pronto pronunció la última palabra se sintió estúpido, era la peor manera de iniciar una conversación.

Candy ahogó una carcajada. —Sí, estudiamos juntas en Londres, ella vino a vivir al país con su abuela tan pronto estalló la guerra, ella… —Era inevitable hablar de Stear, ¿en serio cada tema que tocaran debía ser tan delicado?— Anthony, ella y Stear… yo… no sé si lo sabes, pero…

—Lo sé— respondió Anthony con la vista fija en el camino. Candy lo miró con tristeza. —Estuve en el entierro, de lejos, pero fui. No lo podía creer, aún no lo creo.

—Nadie…— murmuró Candy y un silencio triste abordó la carreta.

— Entonces, ¿Cómo ha estado tu amiga?— preguntó él.

—Fue muy difícil para Patty, ellos eran tan parecidos, tan unidos que… ella estuvo a punto de cometer una locura— le costó trabajo pasar saliva— pero poco a poco ha avanzado, no digo que lo haya superado, pero lo intenta cada día.

—Me gustaría que me hablaras de ella y de tu tiempo en Londres, ¿el San Pablo, cierto?

—Sí, ¿cómo sabes?

—La abuela Elroy tenía planeado enviarme ahí también, pero me salvé— doblaron la esquina con cuidado —las ventajas de morir, supongo.

La broma era pésima, pero Candy prefirió reír a reprocharle el humor negro. Ahuyentó de su mente la interrogante de cómo habría sido su vida si todos hubieran ido al San Pablo.

—Te contaré de Patty, de Annie, Stear, Archie y hasta de Eliza y Neil— tuvo un sabor amargo al pronunciar los dos últimos nombres.

—Nunca te han dejado en paz, ¿verdad?— afirmó Anthony y Candy no respondió. Eso iba a cambiar, nadie volvería a actuar en contra de Candy.

—Ellos ya no son un problema— dijo Candy, finalmente —ya no tengo nada que puedan querer de mí y los dos últimos años he estado tranquila sin saber de ellos, Albert los ha mantenido a raya, sólo eso diré— concluyó Candy y Anthony supo que el tema se había acabado, ¿en serio todo debía ser tan delicado?

—No terminamos el juego— el cambio de tema tomó por sorpresa a Candy y la confusión se estampó en su rostro —el de las veinte preguntas— aclaró Anthony —dime, ¿aún te gusta la tarta de manzana?

—¡Me encanta!— exclamó Candy —en la pastelería hacen una bastante rica, a veces la llevo a casa.

—Es bueno saberlo— Anthony sonrió satisfecho por el cambio en la joven. —Tu turno.

Candy dudó unos segundos y después negó con la cabeza, —no se me ocurre nada, tú pregunta—. Habían llegado a la salida del pueblo, el tiempo juntos se desvanecía.

—¿Cuándo volverás al bosque?— preguntó sin perder un segundo, le urgía escuchar esa respuesta desde que ella había hablado en el Correo sobre seguir su contacto.

—No lo sé— hizo un puchero que a Anthony le pareció hermoso, daría lo que fuera por besarla. —La lluvia dejó mucho qué hacer y hasta no terminar, no puedo salir y dejar a todos con el trabajo—. Anthony asintió, comprendía la situación y era bastante lógico. —Por cierto, ¿cómo está todo en tu casa?, ¿les fue igual de mal que a nosotros?— señaló con la vista el pueblo.

—No, la lluvia fue diferente en el bosque, no menos violenta, pero la naturaleza nos cubrió— contestó Anthony y era cierto, los altos árboles, aunque sacudidos, habían absorbido la lluvia y no hubo daños. —Además, hizo más interesantes los entrenamientos— la amplia sonrisa de Anthony que reflejaba gusto y satisfacción fue la imagen que evocó Candy aquella noche, antes de dormir.


Queridas lectoras

Gracias por su tiempo a este capítulo y sus comentarios en el anterior a Cla1969, Mía Brower Graham de Andrew,Mayely León, GeoMtzR y a quienes dejaron de manera anónima. Espero que este episodio haya sido de su agrado.

¡Nos leemos el 2 de diciembre!

Saludos

Luna Andry