Abraza la manada

8

Una familia

Al llegar a casa, Candy no se sorprendió de que la hermana María y la señorita Pony estuvieran esperándola. Ambas mujeres tenían una trivial conversación con una taza de té en las manos.

Candy respiró hondo antes de entrar a la sala donde ellas estaban y, mostrando su mejor sonrisa, se sentó al lado de ellas para contarles cómo había ido el parto. La emoción de narrar esto no era fingida, y con la misma intensidad con la que se lo contó a Anthony, se los narró a ellas, quienes admiraron su esfuerzo, pues sabían que no había sido sencillo, sobre todo porque fue la primera vez que lo hacía sola. Sin embargo, el semblante de las directoras del orfanato cambió drásticamente cuando Candy les dijo que pasaría todo el día siguiente asistiendo a la madre y al bebé. Sobra decir que omitió la parte en la que la madre estaría transformada en loba.

La negativa de las mujeres no tenía nada que ver con un tema de autoridad que tuvieran sobre la joven. Sabían que Candy era una mujer independiente y que podía cuidarse sola; más bien se relacionaba con el afecto maternal que le profesaban. Los dos últimos años que Candy había estado a su lado, siendo el apoyo de ambas, las había acercado más (si eso era posible), y la querían proteger como solo una madre sabe hacer. Al final de la conversación aceptaron que Candy tomara el trabajo, reagendaron las actividades del día siguiente y la dejaron ir a dormir.

A la mañana siguiente, Gabriel recogió a Candy en el Hogar de Pony y la llevó directo a la casa de la manada. En el trayecto, Candy evitó hablar de Anthony e intentó conocer mejor a Gabriel.

—Sí, me encantan los caballos— dijo Gabriel cuando Candy hizo la afirmación, estaban hablando del excelente ejemplar que era Canela. —Cuando era niño, mi familia se dedicaba a la cría de caballos. Yo aprendí todo lo que pude de mi padre.

—Tu padre también…

—¿Era un cambiante?, sí— contestó Gabriel —y mi madre también lo era.

—¿Eran? — dijo Candy por lo bajo, esperando no ser más entrometida de lo que ya se sentía.

—Murieron cuando yo tenía quince, ocho meses después de mi transformación.

—Lo lamento—. Candy no sabía lo que era perder a un padre, pero sí lo que era no tener uno, así que pudo imaginar lo difícil que había sido para Gabriel crecer solo.

—Gracias— dijo Gabriel con una franca sonrisa en el rostro —conocí a Anthony unos seis meses después y desde entonces no me lo quito de encima— bromeó.

Candy sonrió, se había dado cuenta del fuerte lazo que había entre Gabriel y Anthony y supuso que esa conversación era su oportunidad para saber más del jefe de la manada. —Él confía mucho en ti.

—Y yo en él— afirmó —por mucho tiempo solo fuimos él y yo.

—¿Cómo se conocieron? — preguntó ella cuando empezaban a internarse en el bosque.

Gabriel guardó silencio mientras avanzaban unos metros. Candy no supo si estaba pensando su respuesta o, si se estaba comunicando con Anthony a través del enlace mental y, entonces se le vinieron a la cabeza otras veinte preguntas sobre dicha habilidad.

—Anthony era un recién transformado, perdido y confundido; yo era otro, huérfano y sin manada—, contó Gabriel —lo encontré en el bosque, no sabía de dónde venían las habilidades que había adquirido y mucho menos qué hacer con ellas. Cuando reconocí que él era igual que yo, le expliqué lo que a mí me habían enseñado toda la vida. A mí me prepararon desde niño para mi transformación, pero Anthony no sabía nada; así que todo era más confuso, pero poco a poco nos entendimos y aprendió a controlar sus cambios.

Candy no tenía idea de lo que significaba emocional y físicamente la transformación de hombre a lobo, pero no necesitaba experimentarlo para sentir el corazón estrujado al imaginarse a Anthony solo, enfrentando semejante situación. Iba a preguntar cómo habían llegado a la manada, pero la casa se presentó frente a ellos y Candy sintió otro vuelco en el cuerpo al saber que vería a Anthony. Se removió en su lugar y se alisó el vestido. Esperaba verlo tan pronto como se detuvieran frente a la puerta, como el día anterior, pero no había nadie. "Seguro está adentro", pensó mientras bajaba, pero no lo vio al entrar y su juvenil rostro se desencajó.

—¿Y Anthony? — preguntó a Gabriel cuando este entró detrás de ella.

—Tenía una reunión en Harmony y salió temprano— respondió Gabriel, observando con detenimiento el rostro decepcionado de Candy —volverá en unas horas— mintió, pues en realidad no sabía cuánto tardaría en volver el jefe.

Candy asintió, no había razón para negar que deseaba verlo y hablar con él sobre el beso de la noche anterior y tampoco podía negar que se había esmerado más en arreglarse esa mañana, sólo para él. Se reprendió por su conducta mientras Gabriel la conducía por el corredor, hacia las escaleras y después comprendió que Anthony era un hombre con muchas responsabilidades. No siempre estaría ahí para verla, aunque habían prometido hablar. La idea de que aquel beso no significara nada para Anthony y que, en adelante la evitara hasta cortar comunicación con ella, después de que terminara sus cuidados a Isaac le dio náuseas.

—¿Me esperas un minuto? — preguntó Gabriel cuando pasaban frente al despacho de Anthony —tengo que recoger algo.

—Claro— asintió Candy y esperó menos de un minuto a que Gabriel entrara y saliera con un sobre en las manos.

—Anthony dejó esto para ti— le tendió el sobre cerrado —ordenó que te lo entregara en cuanto llegaras.

Candy lo recibió con prisa y sacó la nota del interior del sobre, pero se detuvo antes de empezar a leer. Gabriel comprendió la mezcla de emociones de la joven: urgencia, prisa, nerviosismo y un poco de vergüenza.

—Tengo algo importante que hacer y no quiero retrasarme, ¿crees poder encontrar el camino tú sola? — preguntó. Era un amable plan para que tuviera privacidad.

—¡Sí! — exclamó Candy, y cuando notó que casi había gritado, bajó la voz —recuerdo cómo llegar con Astrid— jugó con la carta entre sus manos —tú, haz lo que tengas que hacer.

—Bien— asintió Gabriel— arriba tienen todo, pero no dudes en pedir cualquier cosa que necesites.

—Lo haré— dijo pisando los primeros escalones —gracias.

Gabriel desapareció del vestíbulo y Candy subió hasta el primer piso, estaba vacío, así que terminó de desdoblar la nota y leyó.

Querida Candy

Debo ir a Harmony a una reunión de trabajo, es importante, pero no más que tú. Te prometo que volveré pronto para verte, por favor, espérame. Mientras tanto, todo lo que hay en casa es tuyo, siéntete cómoda y gracias por cuidar del pequeño Isaac. Comienzo a envidiar a ese cachorro por el tiempo que pasará a tu lado.

Tuyo

Anthony

En definitiva, no era una carta de amor, era sólo una nota, pero Candy la leyó con la misma emoción como si hubiera sido un madrigal. Guardó el sobre en su bolso y, con la esperanza de que sí vería a Anthony, en algún momento del día, llamó a la puerta de Astrid.


Astrid se veía recuperada y Candy pudo entonces admirar su belleza. Su cabello castaño obscuro era sedoso y brilloso, su tez morena había recuperado el color y sus pequeños e intensos ojos marrones eran enmarcados por unas pestañas rizadas y unas finas cejas. Era varios centímetros más alta que Candy; su cuerpo, todavía hinchado por el parto, se veía fuerte y bien delineado. Era seguro que, en poco tiempo, recuperaría su figura.

—Pasa, Candy. Estaba terminando de vestirlo— dijo Astrid, sonriente mientras acomodaba a Isaac en su cuna.

—¿Cómo pasaron la noche? — preguntó Candy mientras se acercaba a la tina de porcelana para lavarse las manos.

—Mejor de lo que esperaba— contestó Astrid —durmió casi tanto como comió. Lo acabo de alimentar y limpiar, no debería darte problema alguno— dijo acomodando la manta que colgaba de la cuna.

—De acuerdo— asintió la enfermera —¿Y Eric?

—Acaba de ir a clases, saldrá a eso de la una y después comerá con los otros niños—. Astrid avanzó hacia un espejo de cuerpo entero y miró su figura, llevaba un ligero vestido amarillo. Alisó la tela y se acomodó el cabello, revisó sus zapatos y sonrió satisfecha. Si Candy hubiera sido de la manada, habría notado lo ansiosa que estaba por salir y transformarse. —Intentó convencernos de faltar a clases y quedarse contigo, pero no lo consiguió.

—Será un buen hermano mayor— infirió Candy —¿no tuvieron problemas de celos cuando supo que tendría un hermano? — preguntó.

—¡Para nada! — exclamó Astrid —en cuanto lo supo, se activó su instinto protector— la sonrisa de Astrid era hermosa cuando hablaba de sus hijos —es algo de lobos, supongo— se encogió de hombros y en ese instante, la puerta se abrió. Ian entró con una bandeja de comida y un servicio de café.

—Hola, Candy— puso la charola en una mesa junto a la ventana —esto es para ti, por si te da hambre.

—Gracias— dijo Candy —aunque, no era necesario, desayuné en casa.

—Toma lo que quieras— agregó Astrid reacomodando la charola que Ian solo sobrepuso para acercarse a su hijo con prisa. —Y no tienes que estar encerrada en la habitación todo el tiempo, esta es tu casa y puedes ir a donde quieras.

Candy volvió a agradecer las palabras de la pareja, que solo eran una afirmación de lo que Anthony había escrito en su nota y lo que Gabriel también había dicho.

—Es hora de irnos— dijo Ian tras besar a Isaac que, con los ojos muy abiertos, se acostumbraba al mundo exterior.

—Si escuchas un aullido, es el mío— dijo Astrid a Candy poco antes de salir de la habitación. Llevaba prisa y dejó a Ian unos pasos atrás.

—Gracias otra vez, Candy— habló Ian por última vez —volveremos a las once para alimentarlo.


A las ocho de la mañana, Anthony y Víctor atravesaban el pueblo de Harmony; su reunión era a las nueve y siempre llegaban quince o veinte minutos antes a todas las juntas.

Anthony tenía en su regazo un par de carpetas con documentación que, se suponía, revisaba con detenimiento, pues el día anterior no había podido hacerlo con todo el ajetreo que había causado el recién llegado Isaac. Sin embargo, tampoco en ese momento prestaba atención a los papeles, lo único que tenía en la cabeza era el recuerdo de Candy y su cuerpo entregado al suyo.

Su lobo se había agitado la tarde anterior cuando la vio cargando a un recién nacido con completa naturalidad, lo había mecido entre sus brazos y se había movido con elegancia para mostrárselo a Eric. Estaba acostumbrada a estar rodeada de niños, eso lo sabía él, pero el instinto maternal que emanaba era algo abrumador, embriagante y excitante. Se vería mil veces más hermosa cuando sostuviera a sus propios cachorros. Les había dado la espalda esa noche para calmar la agitación de su cuerpo y controlar el deseo que había explotado en él; pero todo se había ido al traste cuando ella chocó contra su cuerpo y su aroma se impregnó en sus fosas nasales. Deseó besarla y lo hizo, deseó acariciarla y lo hizo, deseó marcarla como su compañera, pero se contuvo, sentía que aún no era el momento y eso había calmado su instinto; al menos lo suficiente para dejarla ir.

Tras despedirla en la puerta trasera de la casa, Víctor le recordó la reunión de la mañana siguiente y maldijo por tener que perder el tiempo en Harmony a pasarlo al lado de Candy.

Miró su reloj, seguro ella ya estaba en casa. ¡Demonios! Era la primera vez que no estaba para recibirla, pero ya debería haber leído su nota donde le pedía que lo esperara. ¡Ella lo estaba esperando!, era la primera vez que Candy estaría en casa, aguardando su llegada. Esa idea hizo que tuviera más urgencia por concluir la reunión que ni siquiera había comenzado, lo que apresuraría las negociaciones.


Una vez sola en la habitación, Candy se acercó a Isaac y le hizo mimos; sin contener la ternura que le provocaba, lo tomó en brazos y empezó a pasear por toda la recámara.

Le habló como si lo hiciera con un adulto y se presentó, le dijo que ella lo había visto nacer y que nunca olvidaría ese momento, pues había sido algo milagroso e indescriptible. Isaac solo la miraba y respiraba tranquilamente, lo normal para un bebé. De pronto, un sonoro aullido cimbró los cristales y Candy se sobresaltó, pero después se rio por haber sido sorprendida por el ruido. Se acercó a la ventana y la entreabrió, asomó la cabeza y vio a un par de lobos mirando hacia su dirección. Uno era gris y el otro café, desde esa distancia no podía observarlos bien, pero Candy recordó que ya había visto al lobo de Ian cuando Anthony se los presentó días tras. El lobo café, que Candy concluyó que era Astrid, aulló nuevamente en su dirección.

—¿Oyes eso, Isaac? — preguntó al bebé que se removía en sus brazos, como si supiera que sus padres eran los dueños de aquellos sonidos —¡es tu mamá! — al aullido de Astrid se sumó el de Ian, y Candy se asomó todavía más a la ventana para que pudieran ver que su hijo estaba cerca. Astrid frotó la cabeza en el cuello de Ian y después echó a correr, seguida de su pareja. —Isaac, espero que tu entrenamiento como lobo inicie pronto para que juntos podamos aprender sobre este mundo fantástico— cerró la ventana y reanudó su paseo por la alcoba —seguramente tú entenderás con más facilidad todo porque tú eres uno de ellos y cuando seas grande podrás correr con tus papás y tu hermano— lo enderezó y lo acomodó en su hombro para darle palmaditas en la espalda —tu familia te ama, pequeño, y estoy segura de que siempre estarán para protegerte. Anthony también estará ahí para ti y conocerás a sus hijos y serán grandes amigos, ya verás.

Con la puntualidad de un reloj suizo, Astrid e Ian entraron a su habitación a las once de la mañana. Su charla debía ser muy entretenida, pues sus risas inundaban el pasillo. Candy estaba sentada en una cómoda silla al lado de la cuna de Isaac, que se había quedado dormido poco después de oír los aullidos de sus padres. Tenía entre sus manos un libro que había llevado para pasar el rato y había vaciado el café en su estómago.

—Ya estamos aquí— dijo Astrid —¿cómo se portó? — preguntó mientras limpiaba sus manos.

—Como un ángel— respondió Candy y lo levantó de la cuna para ayudar a Astrid a acomodarlo en su pecho para amamantarlo. —Creo que le gustó escucharlos hace un rato.

—¿Sí nos oyó? — preguntó Ian, emocionado buscando una manta limpia para cubrir a Astrid mientras alimentaba a Isaac.

—Creo que sí— dijo Candy, encogiéndose de hombros, no muy segura —no tengo idea de cómo explicarlo, pero estábamos en la ventana y en cuanto los oímos se removió en mis brazos.

—Mi pequeño, claro que nos oíste— dijo Astrid con angelical voz mientras guiaba a su bebé a tomar su pezón —te llamábamos a ti y solo a ti.


—¿Encontraron algún rastro de lobo o cambiante? — preguntó Anthony a un hombre de unos cuarenta años con quien ya había hablado todo lo relacionado con el aserradero.

—No, jefe— respondió el hombre —la lluvia se llevó todo lo que pudimos haber identificado, pero sí investigamos lo del robo de ganado y parecen casos aislados y solo del lado de Lakewood. Quien quiera que haya robado esas cabezas, lo hizo con demasiada cautela y por aquí no se han aparecido a venderlas—. Anthony asintió, aceptando el reporte. —De todas maneras, seguimos investigando, lobo, cambiante u hombre debe dejar un rastro y lo encontraremos antes de que nos echen la culpa.

—Bien— dijo Anthony poniéndose de pie —mantenme informado y nosotros seguiremos averiguando del otro lado—. Se estrecharon la mano y Anthony habló antes de que el hombre lo hiciera —Sobre tu propuesta, la estudiaré con cuidado. Creo que es buena, pero tal vez podamos implementarla en otro lado que no sea Harmony.

—¡Gracias, jefe! — asintió el hombre y los acompañó hasta su automóvil.

Habían terminado antes de lo previsto, pero eso no incomodó a Anthony. Entre más pronto salieran, más pronto vería a Candy.

—¡Jefe Anthony! — la voz de una mujer lo hizo girar. Se trataba de la esposa e hija de Zachary, el hombre con quien habían tenido la reunión.

—Rachel— dijo con cortesía —¿cómo está?

—Encantada de verlo, jefe— contestó la mujer, estrechando con efusividad la mano de Anthony —saluda, hija— dijo a la chica de trece o catorce años que la acompañaba.

La niña saludó, nerviosa a Anthony y a Víctor. Pocas veces había visto al jefe de la manada y, sabiendo que ella pronto tendría su primera transformación, estaba más ansiosa por el encuentro.

—Veo que terminaron antes la reunión— dijo la mujer —¿por qué no vamos a casa y almorzamos juntos?

Negarse era lo que quería Anthony, pero sería un insulto hacia los miembros de su manada con quienes no tenía contacto diario, así que aceptó el almuerzo y, junto con Víctor, siguió a Rachel, Zachary y su hija Helen a su casa donde fue recibido como un verdadero jefe de Estado.

—Deberías visitarlos más seguido— dijo Víctor a través del enlace mental.

—Sí, acomodaremos los horarios— respondió Anthony mientras le servían una tercera taza de café.

—La próxima vez puede venir Candy contigo— dijo Víctor sin ocultar que quería molestar a su sobrino con el tema. Anthony ya no le respondió y lo fulminó con la mirada, aunque sabía que no era una mala idea. Si Candy lo aceptaba como su compañero, entonces compartirían la responsabilidad de guiar a la manada y eso incluía desayunos en la mansión de Harmony y visitas a otras manadas y jefes.


—Cuando dijiste que la transformación te ayudaría a sanar más rápido, no pensé que el efecto fuera inmediato— dijo Candy llena de asombro tras revisar el pulso de Astrid. Las primeras tres horas que habían pasado hicieron que recuperara su tono natural de piel y que sus movimientos fueran menos tiesos y dolorosos.

—Nuestros tiempos de curación y cicatrización son más rápidos que los de los humanos— explicó Ian mientras cargaba a Isaac.

—Sí, por dentro, mi cuerpo está volviendo todo a su lugar— agregó Astrid —no tienes idea de lo bien que se siente tener los pulmones donde deben estar— recargó todo su peso en el respaldo del sillón en el que estaba y subió los pies a un taburete. Era un ambiente tan informal y cómodo, que Candy se contagió de esa familiaridad que emanaba la familia.

—¿Puedo preguntarles algo? — miró a uno y después a otro, esperando su aprobación —¿ustedes siempre están juntos? Quiero decir… es que… es sorprendente el lazo que los une— balbuceó, ordenando sus ideas —yo nunca había visto un padre tan involucrado con esta parte del proceso de crianza, tampoco tengo mucha experiencia, pero sí sé que con los humanos no es normal.

Astrid e Ian se miraron, Candy supo que se comunican a través del enlace mental y se sintió incómoda al verse fuera de la discusión.

—Los humanos tienen bastantes prejuicios sobre lo que le "corresponde" a cada uno— empezó a explicar Ian —nosotros somos más igualitarios— Astrid soltó una risa sarcástica —más que los humanos, lo somos, aunque no significa que no tengamos nuestros propios prejuicios— aclaró —para nosotros, nuestra pareja es eso… nuestro igual; la protegemos y nos protege…

—Que no te embauque con eso, Candy— intervino Astrid, enderezándose de su asiento —los machos son más posesivos y sobreprotectores que los humanos, ya te enterarás.

—Mi punto es— Ian elevó la voz —que nosotros no dejamos que nuestra… pareja— pareció elegir con cuidado la palabra— pase sola las dificultades que conciernen a ambos. Mucho menos cuando se trata de los cachorros, en todas las manadas son lo más importante a cuidar—. Mientras hablaba arrullaba a Isaac. —Un lunático podría venir a destruir nuestro hogar, nuestro bosque y todo lo que somos, pero nunca lograría tocar a nuestros cachorros.

—Tampoco se iría limpio si se metiera con lo demás— bromeó Astrid para aligerar el ambiente, pues se empezaba a tocar el tema de la lealtad y protección a la manada y eso era algo más que hablar, era algo que solo se podía entender al ser demostrado.

Candy escuchaba con atención y, ante cada cosa nueva que aprendía, se sentía más abrumada del mundo que acababa de descubrir. Era evidente que no entendería todo lo que significaba ser parte de una manada en tan poco tiempo, incluso Anthony había tardado mucho, por lo que había deducido de sus pláticas con él, con su tío Víctor y con Gabriel.


El almuerzo en la mansión de Harmony fue provechoso, Anthony tomó nota mental de algunos problemas que le habían expuesto y conoció a otros tres adolescentes que estaban pronto a convertirse por primera vez. Los invitó a instalarse en la casa del bosque para que tuvieran más espacio y empezaran sus entrenamientos que, en la mansión de Harmony no podrían llevar a cabo tan cómodamente. También tomó en cuenta la fecha de retorno de una joven loba que pronto terminaría sus estudios como maestra y ordenó a sus padres que, tan pronto como llegara, se reuniera con él para escuchar sus planes; la joven podría conseguir un empleo en una escuela humana del condado o bien, unirse al grupo docente que educaba a los más pequeños, ya fuera ahí o en la casa principal.


La tercera comida de Isaac fue a las dos de la tarde. Esta vez, Astrid llegó sola, pues Ian estaba con Eric en el comedor.

—¿Sabes, Candy? — dijo Astrid mientras amamantaba otra vez al bebé —lo que Ian dijo hace rato, es cierto— Candy le acomodó la manta en el hombro y la interrogó con la mirada —sobre las parejas, es cierto que uno protege al otro; si él pelea, yo peleo; si él sufre, yo sufro; si él es feliz, yo también lo soy; somos uno solo. El lazo que tú ya notaste, es lo más sagrado para nosotros, después viene la lealtad a la manada. Esos son los pilares de nuestra naturaleza.

Candy iba a preguntarle algo, cuando la puerta se abrió de golpe y un torbellino de seis años entró a la alcoba.

—¡Mami! — gritó tan pronto la vio. Rodeó a Candy y plantó un beso en la mejilla de Astrid, en cuanto llegó a su lado. —¡Hola, Candy! — saludó después.

—¡Hola! — respondió Candy, sonriente.

—¿Comiste bien? — preguntó Astrid y Eric asintió —¿recogiste tu plato? — Eric volvió a asentir —¿le diste las gracias a— hizo memoria— Charles por la comida? — el pequeño iba a decir que sí, pero al no estar seguro, buscó la mirada de su padre, quien asintió y él repitió el gesto.

La escena, tan trivial y familiar, fascinó a Candy y decidió que los siguientes minutos debían pasarlos ellos cuatro, juntos. Salió de la habitación con la excusa de querer tomar aire fresco y bajó hasta la entrada de la casa. Saludó a unos cuantos miembros de la manada que se topó en el camino y se detuvo en el pórtico. Estiró un poco las piernas, para desentumecerse y meneó un poco las caderas, quiso echar a correr en medio del bosque, pero se contuvo y se sentó en los escalones de la entrada y respiró el aire fresco del bosque. Era un día cálido, sin amenaza de lluvia.

—¡Candy! — La voz de Anthony provenía del extremo derecho del jardín. Candy se levantó en cuanto lo vio e instintivamente, alisó su vestido y se acomodó el cabello.

—¡Hola, Anthony! — saludó, procurando que su voz saliera normal de su garganta.

—¿Qué haces aquí afuera? — preguntó con el ceño fruncido, pensando que Candy había tenido algún problema.

—¡Oh! — se apresuró a decir —sólo salí a tomar aire. Astrid e Ian están con los niños en la habitación y decidí darles algo de espacio.

El rostro de Anthony se suavizó, —entonces, ¿no has tenido problemas?

—¡Para nada! — negó Candy con ambas manos —todos han sido muy amables conmigo.

—¿Ya comiste? — preguntó otra vez, su voz era seria y un tanto autoritaria, pero no incomodaba a Candy.

—Sí, almorcé hace rato— respondió rascando con el pie la tierra del jardín.

—Almuerzo y comida no son lo mismo— gruñó él. De pronto, parecía molesto. —¿te gusta la trucha? — preguntó, hosco. Entre los instintos básicos de los lobos estaba el de proveer alimento a su compañera y a su manada y, el hecho de que Candy aún no había comido, molestó a su lobo.

—Sí…— respondió Candy con nerviosismo.

—Bien— asintió Anthony —acompáñame a comer, ¿quieres?

El tono grave y autoritario de la voz de Anthony no tenía cabida para réplicas, pero Candy a veces iba contracorriente y espetó —Tengo que volver con Isaac.

—Pueden arreglárselas sin ti un rato— respondió rápidamente Anthony —y si no comes, no te dejaré volver a cuidarlo.

—De acuerdo— aceptó Candy. La amenaza de Anthony no sonaba tan seria, pero no quería molestarlo y tampoco era de buena educación negarse tanto a una gentil invitación a comer. Claro está que, la idea de pasar un rato a solas con él, no tenía nada que ver con que aceptara.

Anthony la llevó al lado oeste de la casa, cerca de la entrada donde había una mesa de jardín, era de hierro y las sillas, también de hierro, tenían cojines naranjas. Había lugar para seis personas y Anthony le indicó que se sentara a la derecha de la cabecera. —Ahora vuelvo— dijo en cuanto la instaló y entró corriendo a la casa.

No tardó mucho en volver con una enorme charola en las manos; detrás de él venía una joven con una más pequeña que tenía dos juegos de cubiertos, un par de vasos y servilletas. La chica, con una amistosa sonrisa, puso dos servicios, uno frente a Candy y el otro a la cabecera de la mesa. —Gracias, Molly— dijo Anthony en cuanto la chica terminó y él ponía un plato con trucha, papas asadas al horno y espárragos salteados frente a la rubia y otro en su lugar; en el centro puso una jarra de limonada. —Espero que te guste— le indicó que empezara a comer y Candy tomó el tenedor.

El primer bocado de pescado se deshizo en su boca, tenía un ligero toque de mantequilla que contrastaba con limón. —Está delicioso— dijo Candy, tan pronto pudo hablar. Probó las papas y volvió al pescado. —¿Charles lo hizo? — preguntó, tras probar los espárragos.

—Sí— contestó Anthony —¿cómo supiste?

—No tenía idea— respondió con un tono divertido en su voz —Astrid lo mencionó cuando Eric volvió de comer.

—No dejas de sorprenderme— Anthony dejó su tenedor en el plato y se inclinó hacia adelante, observando a Candy —eres muy observadora—. Candy sonrió, nerviosa y se removió en su asiento al tener encima la mirada de Anthony, quien también sonreía.

La rubia se propuso mantener la calma y, para reanudar el ritmo de la comida, tomó la jarra de limonada antes de que Anthony se diera cuenta. —Permíteme— dijo sirviendo su vaso y el de él —¿cómo te fue en Harmony? — preguntó al dejar la jarra en su sitio. Anthony dio un sorbo; la limonada tenía un sabor a hierbabuena que a él le encantaba, esperaba que también a ella.

—Bien— respondió reanudando su comida —solo era una reunión para revisar el balance bimestral—. Candy le prestaba total atención y se animó a seguir —El aserradero está creciendo, a pesar de la competencia, y uno de mis administradores en Harmony tiene la idea de asociarse con una fábrica de muebles; dice que es un buen negocio, pero hay que estudiarlo con detalle, no queremos explotar el bosque y romper su equilibrio.

—Tal vez no necesiten asociarse— dijo Candy —podrían abrir un taller de muebles y hacerlos de forma artesanal, con diseños modernos y trabajo de calidad—. La sonrisa de Anthony al escucharla hablar no tenía precio. —¡Oh!, lo siento— exclamó ella tan pronto como sintió que había hablado de más —son tus negocios, tú sabes lo que haces.

—No te disculpes— la tranquilizó Anthony —no es una mala idea… dejaríamos de ser sólo proveedores y nos adentraríamos en la producción… nosotros sabemos trabajar la madera, pero podría contratar ebanistas profesionales—. Anthony tomó su vaso y lo levantó con solemnidad en dirección a Candy, invocando un brindis —Me encanta la idea— dijo —gracias.

Candy imitó su gesto y sonrojada hasta las orejas, bebió. Siguieron hablando del pequeño viaje de Anthony y este le contó sobre los miembros de su manada que vivían ahí, y sobre los próximos jóvenes a convertirse. Candy le prestaba atención, como si de un orador de la Sorbona se tratara, le hacía preguntas sobre sus responsabilidades y cómo se sentía de tener tanto trabajo sobre sus hombros. Anthony le respondió que, a veces, se sentía abrumado por tanta responsabilidad, sobre todo, siendo tan joven. Era el líder de menos edad en todo el país, hasta donde sabía, y eso algunas veces lo intimidaba, pero contaba con el apoyo de su manada y el respeto de las otras; así que se sentía cómodo con su posición.

Molly reapareció en el jardín con el postre. Anthony hizo a un lado los platos vacíos para poder comer duraznos asados con helado de vainilla. —No es tarta de manzana, pero es la especialidad de Charles— dijo Anthony en cuanto vio brillar los ojos de Candy, quien no tardó en probar el postre.

—¡Anthony! — exclamó —es delicioso— dio otro bocado —si decides dejar el negocio de la madera, bien podrían abrir un restaurante.

Anthony estalló en risas, amaba la espontaneidad de Candy, amaba comer a su lado y, en definitiva, había disfrutado mucho su compañía y su conversación. Ella había escuchado todo lo que él decía; lo había aconsejado; entendía, no sabía cómo, lo difícil que era su posición en la manada, y se había preocupado por cómo se sentía él con ello. ¡Dios! Lo había esperado, como pidió en la nota, y como si lo hubiera planeado, la encontró en la entrada de la casa, justo cuando él iba llegando. La emoción que sintió en ese momento, debía ser la misma que un humano cualquiera sentía al ser recibido por su esposa, después del trabajo. Quería esto, lo quería para el resto de su vida. Comer y charlar con ella, quería que Candy le sirviera la limonada, mientras le preguntaba sobre su día. Quería entrar a la casa, con ella tomada de su mano, escuchar su cantarina voz, mientras ella le contaba sobre su día.

Terminaron el postre mientras Candy le contaba sobre su día cuidando a Isaac, lo cual no había sido tan agitado, pero la enfermera lo disfrutó.

—Gracias por la comida, Anthony— dijo cuando terminaron— todo fue exquisito.

—Me alegra que te gustara— respondió él, odiando haber comido tan rápido. —Tengo algo para ti— buscó en el interior de su saco y puso en la mesa una figura de madera de diez centímetros, era un lobo tallado. —La madera que no pasa el control de calidad, se guarda y después se usa para leña o cualquier otra cosa— explicó Anthony —también para hacer estas figurillas.

—¡Por Dios, Anthony! — gritó Candy, emocionada tomando el lobo tallado en sus manos. Era una figura con mucho detalle para ser tan pequeña. Se trataba de un lobo, sentado sobre sus patas traseras con la cabeza levantada, como si estuviera aullando a la luna. —¡Es hermoso! — se levantó de su asiento y él hizo lo mismo. Ella le iba a dar un discreto abrazo o tal vez solo una palmada en los hombros, pero terminó rodeada por los brazos de Anthony. —Gracias— murmuró Candy con la vista perdida en los labios de Anthony. Sintió una contracción en el cuerpo, que se liberó de inmediato en una explosión en su interior. Recargó sus manos en los fuertes brazos de él, sin soltar la figurilla. Sentía tan cerca su aliento, que pensó que podía capturarlo con su boca.

—Candy— dijo Anthony, apretando el agarre, pero sin lastimarla —sobre ayer… yo debería

—Si vas a disculparte, mejor no digas nada— lo interrumpió ella y los ojos de Anthony se incendiaron, deseaba tanto besarla otra vez…

Esta vez fue ella quien acortó la distancia que los separaba. Posó sus labios en los de él y rogó porque no la rechazara; pero la minúscula idea de que el beso del día anterior hubiera sido un error para Anthony, la detuvo. Él notó esa duda, y con un suave movimiento de sus labios, la instó a continuar lo que había empezado.

Anthony se abrió paso en su boca tan pronto como sintió que ella recuperaba la confianza. Candy exploró con su lengua y se llenó del sabor de él, sabía a vainilla y durazno. Nunca había besado de esa forma, ni siquiera sabía si lo estaba haciendo bien, pero cada fibra de su cuerpo estaba reaccionando y no había tiempo para pensar, solo podía sentir y dejarse llevar.

—Tengo tanto que explicarte— la voz ronca de Anthony, cuando se separaron, la hizo sonreír, pues era la confirmación de que él sentía tanto como ella.

—Te escucho— respondió Candy.

Negó con la cabeza, —Ahora no puedo— su aliento hizo cosquillas al rostro de Candy —déjame besarte otra vez—. Ninguna súplica en el mundo fue tan rápidamente atendida como esa. Candy asintió. Volvieron a besarse y habrían seguido así el resto del día, pero tuvieron que separarse cuando Anthony fue llamado por uno de los miembros de su manada.

—Disculpa, Anthony—, dijo el hombre en voz alta, pero lo suficientemente lejos de él y Candy —pero encontramos la raíz del problema. Dijiste que te avisáramos.

Anthony solo asintió con la cabeza y, con delicadeza, volvió a Candy a su asiento; se inclinó hacia ella y le contó lo que pasaba —unos árboles del este están enfermos— dijo muy cerca del rostro de la joven, que se había recuperado del beso —tenemos que evaluar el daño, la intensidad y el alcance y ver si hay solución. Yo…

—Debes ir— dijo Candy —lo entiendo— lo tranquilizó con una sonrisa y, tras agradecerle la comida, volvió a la habitación de Ian y Astrid.

Después de verla entrar a la casa, Anthony siguió al hombre que había ido por él hasta la zona dañada, tres kilómetros al este del bosque. En el lugar ya había un grupo evaluando el daño; mientras un par de cambiantes marcaba con pintura los árboles dañados, otro le seguía los pasos y observaba con detenimiento el daño de la corteza y las ramas; otro analizaba la tierra.

Al llegar Anthony, le informaron lo que sabían, por observación, hasta el momento. El área era de las más húmedas y eso había creado una enfermedad no infecciosa que, con las últimas lluvias se había potenciado. Hasta el momento, llevaban unos treinta árboles marcados, pero había muchos más.

—Bien— asintió Anthony, después de escuchar y verificar la información con sus propios conocimientos —delimitemos bien la zona y mañana temprano, tomaremos muestras para Marianne y Vivianne, ellas podrán averiguar más sobre la enfermedad—. Los presentes asintieron —Sam, identifica bien el área para revisar los archivos—. El aludido asintió.

El cuidado del bosque no era sólo la noción romántica de dar y recibir de la naturaleza. Desde hacía varias décadas, la manada llevaba un estricto control de los cambios de suelo, flora y fauna. Marianne y Vivianne eran un par de cambiantes que habían pasado una larga temporada en Idaho, estudiando sobre enfermedades, contención y prevención de estas. Eran el dúo científico de la manada.

Anthony no volvió a la casa hasta poco antes de las cinco de la tarde. El trabajo lo distrajo de pensar en Candy, pero en cuanto pisó el interior y olfateó su aroma, que ya se había impregnado en la casa, la necesidad de estar a su lado se intensificó.

Subió hasta el primer piso y se detuvo en la puerta de Astrid e Ian. Antes de llamar, afinó el oído y pudo escuchar la voz de Candy que charlaba con el pequeño Eric. Tocó un par de veces y escuchó un —adelante— que intentaba controlar una risa. Al entrar, vio a Candy sentada al lado de la cuna de Isaac y con Eric en sus piernas, quien practicaba su lectura en voz alta.

—Hola, Anthony— saludó Candy.

—Hola, jefe— saludó también el niño. Anthony le sacudió el cabello al acercarse. Miró al bebé y sonrió con discreción; después frunció el ceño ligeramente. Lo que había escrito en su nota, sobre envidiarlo por pasar tiempo con Candy, era cierto.

—Es sólo un bebé— lo reprendió Candy, como si hubiera leído sus pensamientos. Anthony se pasó una mano por el cabello, divertido y no dijo nada. Minutos después entraron Astrid e Ian a su habitación. No se sorprendieron de ver a Anthony ahí, pues esperaban que, en cuanto llegara de Harmony, no se separaría de Candy, como ya lo había demostrado desde la hora de la comida.

La habitación no era tan grande como para albergar a tanta gente, así que los que tuvieron que salir fueron Anthony y Candy, no sin antes despedirse.

—Muchas gracias por lo que has hecho hoy, Candy— dijo Astrid, abrazando a la joven enfermera. Ese día ya no se transformaría más y Candy había terminado su turno de cuidar a Isaac. —No sabes lo mucho que significa para nosotros. Te juro que no solo es un trabajo de niñera, es algo mucho más.

Candy le correspondió el abrazo con toda la fuerza que pudo, aunque fue menos que la que Astrid ejercía.

—¿Puedo volver mañana?— preguntó con timidez, deseando una respuesta afirmativa.

—¡Claro que sí!— exclamó Astrid —no te librarás de nosotros tan fácilmente, ¿cierto, jefe?— agregó con un tono divertido en su voz.

—¡Astrid!— Ian intentó reprenderla, pero Candy, aceptando la broma, fue más rápida.

—Veamos quién se cansa primero— dijo, divertida tomándola de las manos —mañana te revisaré esos puntos—. Astrid hizo un puchero y los demás rieron.

—Te llevaré a casa— dijo Anthony cuando estuvieron fuera de la casa, desde la parte trasera, donde el coche ya estaba listo. Le abrió la puerta con gentileza y Candy se deslizó en el asiento. —¿Cansada?— preguntó en cuanto echó a andar el vehículo. Candy asintió mientras se tallaba los ojos. Cuidar de Isaac había sido tranquilo, pero en cuanto Eric se unió, la velocidad de la habitación había aumentado y, a pesar de estar acostumbrada a los niños, Candy estaba realmente agotada.

Echó la cabeza hacia atrás y disfrutó del paisaje boscoso, relajó tanto su cuerpo que, por un segundo, creyó haberse dormido. Anthony guardó silencio y la dejó descansar. Estaba orgulloso del trabajo que había hecho y, aprovechando que Candy dormitaba, condujo más lento, solo para alargar el tiempo a su lado.

Minutos antes de llegar al Hogar de Pony, en campo abierto, Candy recuperó la energía que la caracterizaba. De la nada, le contó a Anthony las reformas que habían hecho al orfanato, las nuevas aulas, la ampliación del establo y de la planta alta y su habitación.

Cuando el orfanato apareció en el paisaje, Anthony detuvo el automóvil y se inclinó hacia adelante para verlo. Era justo como lo imaginaba.

—Acabas de cumplir una promesa que me hiciste hace años—, dijo volteando a verla. Candy lo interrogó con la mirada —traerme al Hogar de Pony.

Candy hizo memoria y recordó claramente cómo, siendo unos niños, ella le había prometido enseñarle el lugar en el que había crecido. De pequeña era una de sus ilusiones, que Anthony la conociera por completo y la aceptara tal como era. Nunca pensó que, años después, Anthony tuviera esa misma ilusión.

—Más vale tarde que nunca, ¿no?— contestó con una franca sonrisa.

Se despidieron cerca del establo, Candy le pidió que la dejara ahí porque quería ver que Canela estuviera bien. No había salido en días y seguramente estaba nerviosa o bien, sobrealimentada por los niños.

—Te veré mañana— dijeron al unísono y soltaron una carcajada. Candy se obligó a salir del auto y entrar al establo sin volver la vista atrás. Necesitaba autocontrol. Únicamente escuchó cómo el vehículo reanudaba su marcha y poco a poco se alejaba.

No tardó en verificar que Canela estaba bien. Le prometió sacarla antes del anochecer y se dirigió a la entrada principal de su casa, donde fue recibida por la hermana María. Juntas fueron a la cocina y, mientras Candy le contaba cómo había sido su día, hasta donde podía hacerlo, la monja empezaba a preparar la cena.

Candy no tuvo tiempo de subir a su habitación hasta bien entrada la noche, después de la cena, acostar a los niños y pasear un poco a Canela en los alrededores del hogar.

En cuanto entró a su habitación, se dejó caer en la cama, boca abajo, abrazó una almohada y empezó a hacer un recuento de todo, absolutamente todo, lo que había pasado en su día. Sentía que había vivido toda una semana, en un día.

—¿Candy?— La voz de la señorita Pony se escuchó detrás de su puerta.

—Pase, señorita Pony— respondió enderezándose de la cama.

—Tienes correspondencia— dijo la mujer en cuanto entró —es de Annie— Candy estiró la mano para tomar la carta —dice que vendrá a visitarnos.

—¡Annie vendrá!— exclamó emocionada, pues tenía más de ocho meses que no veía a la joven Britter.

—Sí, pero no dijo el motivo— respondió la mujer —y sé que algo le pasa— Candy frunció el ceño —tal vez a ti te cuente qué le ocurre; solo espero que no sea nada grave.

—Le diré lo que me cuente en su carta— respondió Candy, seria.

La señorita Pony le agradeció y, tras darle un beso en la frente, le dio las buenas noches.

La joven se apresuró a asearse y cambiarse. Vació el contenido de su bolso entre la mesa de noche y su escritorio; en la primera, puso la figurilla de madera y la nota de Anthony, en la segunda, todo lo demás que no era importante.

Acercó la lámpara de gas a la cabecera de su cama y leyó con detenimiento la carta de Annie. Se leía desconsolada y a Candy se le encogió el corazón por saber que Annie estaba sufriendo. Empezó a escribir la respuesta a la carta en su mente, pero el pensamiento dio paso al sueño y Candy se quedó profundamente dormida con la carta de Annie entre las manos y la figurilla del lobo, velando sus sueños.


La noche era clara y despejada, ideal para llevar a cabo la tradicional bienvenida.

El exterior de la casa de la manada estaba alumbrado con antorchas que marcaban un camino hacia un claro del bosque. Lobos de todos los tamaños y formas caminaban en fila, siguiendo el sendero marcado por la cálida luz. A la cabeza iba un lobo blanco grande, imponente, erguido y con un aire de majestuosidad que los demás no tenían; era el líder de la manada, era Anthony. Detrás de él, en su forma humana, marchaban Astrid, cargando a Isaac, e Ian, sujetando la mano de Eric; inmediatamente después caminaban Víctor y Gabriel, el primero era gris en su totalidad y, el segundo era café intenso. Le seguía el resto de la manada, la mayoría eran lobos y los únicos humanos que desfilaban eran los niños y los adolescentes que aún no se habían convertido, pero que iban al lado de sus padres.

La manada llegó al claro del bosque y se reunió en círculo. El líder se sentó sobre sus patas traseras y observó cómo cada lobo tomaba su lugar en la enorme circunferencia. Astrid e Ian flanqueaban a Anthony y también esperaban a que todos estuvieran reunidos.

Anthony emitió un gruñido para dar inicio a la ceremonia.

—Esta noche— dijo a través del enlace mental —damos la bienvenida a un nuevo miembro de nuestra manada, Isaac; hijo de nuestros hermanos Astrid e Ian— ambos padres se irguieron orgullosos y emocionados —a partir de este momento— Astrid acercó el bebé a Anthony —este cachorro cuenta con mi protección como líder de esta manada, con mi lealtad y con las de todos ustedes— olfateó al pequeño que, aunque estaba despierto, no se inquietó por el enorme animal que lo reconocía con su nariz —aprenderá, con nuestro ejemplo, el valor de la lealtad, de la fuerza que representamos como manada y del poder del individuo para que, cuando llegue su momento, se una a nosotros en nuestra forma más pura y retribuya todo aquello que reciba de esta, su manada—. Astrid acunó a su hijo en sus brazos y con lágrimas en los ojos dio unos pasos hacia el centro del círculo, donde se le unieron Eric e Ian.

Anthony irguió más su figura y levantando la cabeza hacia el cielo, aulló con toda la fuerza de su ser, todos los lobos se le unieron y el aullido resonó en todo el bosque.

Los miembros que aún eran humanos no necesitaban del enlace mental para entender la solemnidad del momento, y después de varios segundos de aullidos se unieron con vítores, gritos y aplausos.


Queridas lectoras

¿Qué les pareció este capítulo? Espero que hayan pasado un buen rato al leerlo. Creo que estuvo un poco largo, así que las dejo descansar de mis discursos.

Gracias por sus comentarios a: Mia Brower Graham de Andrew (¡amo tu nickname!); María Jose M. (mil gracias por tus bellas palabras); Mayeli León (¿qué tal este paso con la parejita?); GeoMtzR (muchas, muchas gracias por tus comentarios, motivan a pulir el trabajo); Cla1969 (gracias por tu comentario, ¿qué tal la bienvenida del cachorro?). Gracias a los comentarios anónimos, son muy lindos todos.

¡Nos leemos el 21 de diciembre!

Saludos

Luna Andry