Abraza la manada
17
El pasado acecha
Bajaron del tren ya entrada la noche, pero un automóvil ya las esperaba y no tardaron en abordarlo. El cambiante que recogió a Candy y Odette cargó todo en el vehículo y emprendieron el camino hacia el bosque, hacia su hogar.
—Yo hablaré primero con Anthony —dijo Candy a medio camino, aunque sólo era una repetición de lo que ya habían hablado en el tren—. Le contaré todo lo que pasó, le explicaré que nada fue tu culpa y que sólo hacías lo que te pedí. Después tú le darás el reporte y…
—¿Y esperemos que no me mande al calabozo? —preguntó Odette con ironía.
—En dado caso, nos enviaría a las dos —resopló Candy y ahora sí los nervios la hicieron su presa.
El automóvil se detuvo en la puerta principal donde había varios cambiantes reunidos. Candy recordó que era cambio de patrullas y vio entrar a la casa a aquellos que volvían de su vigía; desde el incidente de Gabriel, éstas se habían multiplicado y, ahora no sólo había dos cambiantes en cada puesto, sino tres o cuatro, según el punto que custodiaban. Parecían exploradores que volvían de la selva, con mochilas de viaje al hombro y la rubia tuvo curiosidad por saber cómo eran esas tareas. Eso la distrajo un momento de lo que ella debía contarle a Anthony, pero en cuanto lo vio atravesar la puerta, su estómago dio de vueltas, ¿era la emoción de verlo o los nervios?
Anthony fue directo al automóvil y abrió la puerta del lado de Candy, le tendió la mano y ella bajó.
—Hola…
Los labios de Anthony capturaron los de ella en un beso apresurado, desesperado por tenerla. Las manos de él se instalaron en la cintura de ella y la acercaron a su cuerpo. Candy se sujetó de los brazos de él para no perder el equilibrio, pero la razón ya la estaba perdiendo. Los labios de Anthony reclamaban cada gota de su ser y su lengua se movía con exigencia, reclamándola sólo para él.
—Viste a William —afirmó Anthony molesto en cuanto dejó de besarla.
—Puedo explicarlo —contestó Candy intentando despertar su cerebro que había quedado apagado después de que la boca de Anthony la devorara.
—Apuesto que sí —dijo él y miró a Odette, que había bajado sola del auto y esperaba a unos prudentes metros de distancia—. Contigo hablo después —dijo a la cambiante quien, sin hacer ningún gesto, asintió y esperó como un buen soldado. Bajó las cosas del automóvil con ayuda del otro cambiante y fue a la biblioteca.
Anthony tomó la mano de Candy y la condujo al interior de la casa, no la soltó hasta llegar a su despacho y cerrar la puerta.
—Odette no tuvo la culpa de nada —dijo Candy tan pronto como él cerró la puerta.
Anthony asintió y fue directo a su silla, Candy se sentó frente a él y se mordió la lengua para no decir que la situación era ridícula.
—¿Cómo supiste que lo vi? —preguntó Candy de pronto, antes de empezar a excusarse.
Anthony estiró la mano a su escritorio y le mostró el periódico matutino, abierto en la sección de Sociedad en la que aparecía una fotografía de Albert y Candy juntos. Candy tomó el diario en sus manos y leyó las breves líneas que se le dedicaban a los dos Andley; después devolvió el periódico a Anthony y asintió.
—Sí, fuimos con él a esa fiesta y la noche anterior, cené con él; esta mañana almorzamos y pasamos el resto del día juntos, hasta que nos despidió en la estación de trenes —explicó Candy con seriedad y esperó a que Anthony hiciera alguna pregunta o un reproche para seguir explicándose.
—¿Por qué, Candy? —su voz se oía serena, pero Candy sabía bien que estaba nervioso, ella sentía los nervios de él en su propio cuerpo.
—Porque tenía mucho tiempo sin verlo y quería saber cómo estaba, así que no iba a desperdiciar el tiempo en Chicago para verlo —Candy contestó con tranquilidad, como si testificara en un juicio, pero estaba segura de que no había cometido ningún crimen.
—Lo planeaste antes de irte y no me dijiste nada —reprochó Anthony.
—Habrías cancelado el viaje y di mi palabra a Odette quien, te repito, no es responsable de nada y cumplió con las órdenes que le diste, fue conmigo aun cuando no quería hacerlo.
—¿Odette fue a casa de William?
—Sí.
—¿La reconoció?
—No.
Anthony guardó silencio y apretó los puños, Candy hizo lo mismo, pero en torno a su bolso, donde llevaba la carta de Anthony que Albert le dio.
—Bien. —Anthony se levantó de su asiento tras un largo silencio y abrió la puerta.
—¿Bien? —repitió Candy—, ¿es todo lo que dirás?
—¿Esperabas que dijera más?
—Por la reacción que tuviste desde que llegué, sí.
—¿Quieres que diga que me molesta que hayas ido a casa de William?, ¿que odio la idea de que lo hayas acompañado a una fiesta donde todo mundo te vio de su brazo?, ¿que me mata la imagen de ustedes dos juntos?, ¿eso quieres que diga?, ¿para qué? ¿para que tú me digas que es tu hermano, alguien muy importante para ti y que el hecho de que nos odie no te importa para nada?
Candy se levantó de su asiento y confrontó a Anthony, sacó de su bolso la carta y se la estampó en el pecho. Él tomó el papel en sus manos y confundido, comenzó a leer.
Sus ojos se abrieron de asombro al reconocer la carta y su mandíbula se tensó mientras avanzaba con la lectura.
—¿De dónde…?
—Albert me la dio. La tuvo consigo todos estos años.
—Yo… —Se aclaró la garganta y guardó silencio—. ¿Por qué te la dio?
—Quiso compartir conmigo el recuerdo que tiene de ti —respondió Candy con seriedad—. El día de tu cumpleaños dieron una misa en tu nombre.
Anthony miró a Candy a los ojos y sonrió de medio lado.
—Con razón pude caminar sobre el agua…
—¡Basta, Anthony!, el cinismo no te queda —exclamó Candy y, sin poder contenerse, sus ojos se llenaron de lágrimas que no pudieron bajar hasta sus mejillas.
Anthony la tomó de los hombros e intentó abrazarla, pero Candy se resistió y, en un movimiento desesperado, empezó a golpear el pecho de Anthony con los puños.
—¡Por qué tienes que ser tan necio y rencoroso con alguien que te quiere de esa manera! —le recriminó la rubia entre cada golpe que asestaba—. Albert te quiere, ¡si supieras lo solo que está y el bien que le harías!, ¡eres su sobrino!, ¡él te ama!
Anthony dejó que Candy lo golpeara y cuando ya no tuvo fuerzas, la atrajo hacia su pecho donde Candy lloró un poco más, pero nuevamente retrocedió y esperó a que él dijera algo, lo que fuera.
—Él quiere el recuerdo de su sobrino, al niño que escribió esa carta y que no soy yo.
—¡No eres tú! —Candy se soltó de su agarre—. Entonces, todo lo que dices en esa carta sobre mí no significa nada ahora.
—Tú eres aparte. Y no, no me refiero a mis sentimientos. —Anthony la tomó de las muñecas, impidiendo que se alejara—. Sino a que no soy ese chico dependiente de una figura paterna desconocida que esperaba que le resolviera sus problemas. William tiene el recuerdo de ese niño y no aceptaría al Anthony que soy ahora, lo dejó muy claro. Dijo que no le importaba quién era el líder de esta manada y…
—¡Porque no sabía que eras tú!, sí hubieras intentado hablar con él, estoy segura de que…
—Me habría rechazado de igual forma.
—¿Cómo lo sabes?, ¡cómo estás tan seguro!
Anthony no contestó.
—Ya no puedo —la voz de Candy se oía cansada, derrotada.
Él le tomó el mentón y la hizo verlo a la cara.
—¿Qué no puedes? —preguntó con la preocupación atorándose en su garganta.
—No puedo seguir viendo cómo ambos se hacen daño. No puedo seguir viendo cómo tú te niegas a darle una oportunidad y no puedo seguir viendo cómo Albert se culpa por no haber estado a tu lado… si estuviera en mis manos… yo… ¡los encerraría en esta misma habitación hasta que se dijeran cara a cara todo lo que han guardado por años!, ¡tus reproches y sus culpas!
Dijo esto último con verdadera frustración y retrocedió. Se llevó las yemas de los dedos a las sienes, le dolía la cabeza, tal vez por el viaje, las lágrimas o la discusión.
—Candy, yo… —¿Qué podía decir que no hiciera más difícil la pelea? — Sube a cambiarte y baja a cenar, ¿de acuerdo?, tuviste un viaje largo.
¡La estaba enviando a su habitación! ¿En serio? ¿Como si fuera una niña pequeña?
Habían llegado a un punto en el que cualquier comentario empeoraría la conversación, así que lo mejor era, en ese momento, callar. Sí, había sido un viaje largo y ella no tenía energías para seguir discutiendo.
—Comí en el tren, así que no bajaré a cenar —dijo guardando la carta en su bolso—. Discúlpame con los demás, por favor.
¡En serio haría un berrinche y se negaría a comer!
A regañadientes, Anthony asintió y le abrió la puerta del despacho.
—Odette te explicará todo lo que pasó en Chicago, espero que a ella sí la escuches —dijo Candy antes de cruzar la puerta y se dirigió a las escaleras para ir a su habitación.
—¡Hola, Candy! —La inconfundible voz de Gabriel llamó de inmediato su atención y Candy detuvo su andar—. ¿Qué tal Chicago?, ¿me trajiste algo? —preguntó con la emoción de un niño y Candy esbozó una sonrisa.
—No, lo siento. —Gabriel hizo una mueca de inconformidad—. Es que, si te traía algo, los demás se darán cuenta de que eres mi cambiante favorito y no hay que crear discordia —bromeó la rubia.
—¡Pero todos saben que soy el favorito! —exclamó Gabriel desvergonzadamente y Candy rio.
En ese momento Odette atravesó el pasillo que conducía al despacho de Anthony y pasó al lado de ellos. La cambiante le dedicó una tranquila sonrisa a Candy y saludó a Gabriel con la mano.
—Creo que no pude hacer nada para calmarlo —se disculpó Candy en cuanto Odette se detuvo a su lado—, lo siento.
—¡No pasa nada! —Volvió a sonreír con despreocupación—. Por cierto, bajamos todo lo que trajimos y está en la biblioteca. Separé lo que es del Hogar de Pony y mañana lo cargaremos de nuevo para llevarlo, ya no tienes que hacerlo tú.
—Gracias, pero… debiste descansar en cuanto llegamos, no fue un viaje corto.
—Ya descansaré cuando muera —contestó Odette y el rostro de Candy sufrió—. ¡Oh, no me refería a…! Es algo que mi abuelo solía decir.
Odette tomó a Candy de los hombros y le pidió que no se preocupara por ella. Era algo que la rubia no podía hacer, pero fingió que estaría tranquila mientras ella daba su reporte.
La cambiante se despidió y siguió su camino. Gabriel no dijo nada y subió unos cuantos escalones al lado de Candy.
—Ya sabes lo que pasó en Chicago, ¿verdad? —preguntó Candy, quería hablar con alguien y Gabriel siempre era un buen oyente.
—Salió en los periódicos —asintió Gabriel—, ¿qué dijo Anthony?
Candy le contó a grandes rasgos la pelea del despacho mientras subían y Gabriel asentía mientras escuchaba. Al terminar de hablar, no hizo ningún comentario, solo hasta que se detuvieron frente a la habitación de Anthony dijo:
—Es un tema difícil para el jefe y no creo que puedas resolverlo, no por el momento, al menos.
—Es frustrante —dijo ella avanzando hasta su habitación, pero Astrid y Sofía salieron de la recámara de Anthony y llamaron la atención de Candy.
—¡Bienvenida, Candy! —saludó Astrid—. pusimos tu maleta en la habitación y te preparamos un baño caliente, debes estar molida por el viaje.
—¿Ahí? —preguntó Candy señalando la habitación de Anthony y mirando la puerta de lo que fue la suya durante su estancia.
—Sí… Anthony dijo que ustedes compartirían la habitación de ahora en adelante —contestó Astrid y el rostro de Candy se tiñó de rojo.
—Pero si no es así, pondremos todo en la otra habitación —se apresuró a decir Sofía al ver el sonrojo de Candy.
—No… está bien así, gracias.
Candy entró a la habitación de Anthony y tras varios minutos sentada en una silla cercana al escritorio, tomó su maleta y se encerró en el baño. Un baño caliente la ayudaría a relajarse y a pensar con detenimiento.
Mientras tanto, Odette le reportaba a Anthony toda y cada uno de los pasos que habían dado durante su viaje a Chicago. Él escuchó con aparente calma, pero su gesto se descompuso en cuanto llegaron a la parte de William Andley.
—¡Fue sola a cenar con él! —gritó en cuanto le contó lo que habían acordado ella y Candy.
—No del todo —explicó Odette—, Candy cenó sola en su casa, pero yo estaba afuera, ella no me vio, se suponía que la estaba esperando en el hotel.
—Sigue —ordenó Anthony.
Odette llegó a la parte de la fiesta, donde se toparon con el otro cambiante y sí, el rostro de Anthony mostró más rabia y desesperación.
—Ese cambiante, Dom, y yo éramos los únicos en la fiesta; lo convencí de que no dijera nada en ese momento de nuestra presencia, pero ya debe haberle contado a su jefe, como yo.
—¡Maldita sea! —Anthony golpeó el escritorio—. Ahora pensarán que tenemos algo que ver con William, que mi compañera es uno de ellos.
Odette asintió, pero sólo guardó silencio.
—¿Él no te reconoció?
—¿Quién?, ¿Albert? —Anthony asintió—. No, creo que por un momento lo pensó, pero no le di pie para que me recordara. Han pasado muchos años, así que no debe haber problema, a menos que alguien le diga lo que soy y entonces sabrá que Candy es de los nuestros.
—Habrá que enviar a alguien a vigilarlo —dijo Anthony pensativo.
—Yo puedo volver a Chicago.
—No, ya te vio ahora, sospecharía. Enviaré a alguien más… llamaré a Benjamin, seguro se aburre en la librería.
Anthony se refería a uno de los cambiantes que vivían en Chicago, a quien Odette conocía y había visitado precisamente en su viaje.
—¿Crees que exagero? —preguntó Anthony y Odette abrió los ojos llenos de sorpresa.
—¿Me pides consejo?
El jefe asintió.
—En todos estos años hemos salido adelante alejados de los Andley, de Albert, pero nunca hemos dejado de estar vinculados con ellos y… ahora que Candy está aquí, en medio de ambos mundos, será más complicado seguir separados. Durante nuestra estancia ahí, observé cómo es su relación, son muy unidos y no lo digo para incomodarte, estoy segura de que el afecto que se tienen es fraternal —Anthony enarcó una ceja—, en ambos sentidos. Candy estaba decidida a verlo y créeme, no había poder humano ni cambiante que se lo impidiera. Sé que el vínculo de compañeros es más fuerte que cualquier otro lazo, pero no creo que el que tienen sea uno que puedas romper, no sin hacerle daño…
—Es lo que menos quiero, no quiero que nada le haga daño, pero con el desprecio que él siente por nosotros, si se entera de que es mía, entonces la despreciará también —afirmó Anthony.
Guardaron silencio, Odette dudaba de esa afirmación, no sabía por qué, pero no desconfiaba tanto de Albert como lo hacía Anthony, pero no era momento de llevarle la contraria, sobre todo porque en serio tenían que vigilarlo, pues si se alguien se enteraba de que el señor Andley estaba rodeado de cambiantes, entonces muchos aparecerían en su puerta y él no dudaría en echarlos.
—Gracias por cuidar de Candy —dijo Anthony al finalizar la conversación—, descansa.
Tras despedir a Odette, las patrullas entraron para dar su informe al jefe y Anthony terminó la reunión hasta muy tarde, cuando ya todos habían terminado sus actividades y se disponían a dormir. Salió de su despacho y subió con lentitud las escaleras, escuchando la cotidianidad que envolvía su hogar. Las risas de los cachorros, los regaños de los padres, las bromas del segundo piso y el silencio del tercero. Llegó hasta la puerta de su habitación y, aunque sabía que ella estaba enojada con él, sonrió al saber que la vería. Abrió la puerta y, de inmediato, el aroma de Candy le golpeó las fosas nasales, ya no olía a humanos y, sobre todo, ya no olía a él, a William.
La tenue luz de la habitación no fue un problema para que ubicara dónde estaba Candy. Observaba el bosque desde el balcón. Se había bañado y tenía ya puesta el pijama. Tenía los brazos cruzados a la altura del pecho y su respiración era acompasada. Anthony tomó la ligera manta que estaba al pie de su cama y se acercó a ella por detrás. Candy no dijo nada y dejó que la cubriera.
Tan pronto como Anthony entró en la habitación Candy sintió calidez en su cuerpo, era el vínculo, la presencia de él que calmaba todas sus inquietudes y, al mismo tiempo, él era el causante de estas. Dejó que la cubriera con la manta y por un instante sintió sus dedos rozarle la piel. Él no se movió de su lugar, detrás de ella y, en un acto involuntario, retrocedió un paso, chocando contra el pecho de él. Anthony la rodeó con sus brazos, esperando que no se alejara y no lo hizo.
—Odio pelear contigo —dijo Candy al tiempo que se giraba para verlo a la cara y acunarse en su pecho.
Él la abrazó con más fuerza.
—Yo también. Lamento mucho hacerte sufrir con este asunto y no sé cómo alejarte de esto.
—No me alejes —pidió Candy levantando la mirada.
Anthony la miró, embelesado por su belleza. ¡La había extrañado tanto durante los días en que estuvo ausente!
—Enviaré a alguien a cuidar de Albert para que nadie le diga que estuvo con cambiantes y no sospeche de ti —dijo Anthony al frotarle la espalda—, también para que nadie de otras manadas se acerque a él. No lo incluiré en un mundo que no quiere.
—Odette ya te contó lo de la fiesta —afirmó Candy y él asintió—. Sobre eso… sí te debo una disculpa porque no sabía lo que podía causar nuestra presencia ahí; en serio, no quería causarte problemas.
—No hay ningún problema, no tienes nada de qué preocuparte —la reconfortó Anthony.
—Creerán que quieres meterte en asuntos humanos, que quieres más poder y…
—Y bastará con que no hagamos nada para que quien sea que lo piense, se quite esa idea de la cabeza —afirmó Anthony y se atrevió a besarle la frente—. Confía en mí.
Candy asintió. Su contacto enviaba chispas por todo su cuerpo.
—¿Quieres cenar? —preguntó Anthony de la nada, cambiando el tema.
—En verdad comí en el tren.
—Sí… pero yo no he cenado —contestó Anthony frotándose el cuello.
—Vamos —dijo Candy tomando la mano de él para salir de la habitación.
Llegaron a la cocina donde ya no había nadie y todo estaba recogido. Anthony buscó un banquillo para que ella se sentara y empezó a buscar qué comer. Calentó agua y preparó té para que Candy tomara con galletas mientras él preparaba un buen trozo de carne para sí mismo. Se sentó a su lado y empezó a comer con verdadero apetito.
—Háblame de él.
—¿Qué? —preguntó Candy dejando la taza sobre la mesa.
—Háblame de Albert —repitió Anthony con calma mientras cortaba la carne.
—¿Qué quieres que te diga?
—Lo que quieras —se encogió de hombros.
Candy dudó…
—Viviste con él y no se te ocurre nada que contarme —se burló Anthony y Candy supo que hablaba en serio, ¡de verdad quería saber de Albert!
—Bueno… es un buen cocinero, cuando vivimos juntos él se encargaba de cocinar mientras yo trabajaba y cuando consiguió empleo dejaba la comida hecha para que yo sólo tuviera que calentarla —contó Candy y de inmediato se sintió tonta por contar esa cosa sin sentido.
—¿Qué cocinaba? —preguntó él tras beber un trago de vino.
—Lo que podíamos comprar, pollo, res, verduras… —enumeró ella—. Una vez ahorramos nuestros salarios e hicimos una cena navideña en pleno agosto —sonrió—. Albert no recordaba haber celebrado una Navidad y yo le conté todas las que había vivido en el Hogar de Pony, así que hicimos una para que él tuviera el recuerdo de una fiesta familiar.
Anthony dejó de comer y escuchó.
—Cocinó el pavo él solo; lo hizo con vino y guisantes y… —Anthony tosió—. ¿Estás bien?
—¿Vino y guisantes? —preguntó. Candy asintió—. Era el favorito de mi madre.
—¡En serio!
—Sí, la tía abuela Elroy decía que era una preparación demasiado simple, pero a ella le encantaba.
—No entiendo cómo Albert supo hacerla…
—Tal vez su amnesia no logró afectar por completo sus recuerdos…
—Tal vez…
—¿Cómo es que terminaron viviendo juntos? —preguntó él y Candy notó que había verdadera curiosidad en su voz, así que le contó todo tal y como lo recordaba, desde que lo encontró en el hospital, cómo consiguió atenderlo, cuidarlo y mudarse a vivir con él para seguir a cargo de su recuperación. Le contó la amistad que se forjó entre ella, Albert, sus primos, Annie y Paty.
Candy se sintió victoriosa cuando Anthony rio por la manera en que Stear había intentado que Albert recobrara la memoria.
—Suena a algo que Stear haría —dijo Anthony recobrando la compostura y levantándose para lavar los trastes sucios mientras Candy seguía hablando.
Volvieron a la habitación y, mucho más tranquilos que unas horas atrás, se acostaron. Era casi de madrugada, así que no tardaron en conciliar el sueño hasta el amanecer…
C & A
Durmieron pocas horas, pero ambos se sentían descansados. El primero en despertar fue Anthony, quien decidió no moverse para no despertar a la rubia que dormía en sus brazos. En algún momento de la noche ella se había acercado a él, buscando su calor.
Candy se removió en la cama y abrió los ojos lentamente.
—Buenos días —dijo al toparse con la azul mirada de Anthony.
—Hola —sus dedos acariciaron la tibia mejilla de Candy y ella volvió a acurrucarse en el pecho de él.
—¿Ya amaneció? —preguntó ella arrastrando la voz, seguía dormida.
—Sí…
—Tienes entrenamiento.
Candy giró su cuerpo e intentó levantarse, pero la mano de Anthony la detuvo al posarse en su cadera.
—¿A dónde vas?
—Es hora de levantarse —respondió Candy, pero se dejó atraer por las manos de Anthony hasta que quedó bajo su cuerpo.
—Es muy temprano —le murmuró al oído—, duerme un poco más, hasta que vuelva del entrenamiento.
Besó su frente y se levantó con agilidad y rapidez; fue hasta su armario y se cambió de ropa en el baño. Candy lo miró moverse por toda la habitación y desaparecer al cruzar la puerta. Intentó levantarse de la cama, pero el sueño fue más fuerte que ella y volvió a quedarse dormida.
C & A
—Víctor, ¿puedo hablar contigo? —pidió Candy después del almuerzo y de que Anthony fuera al aserradero a revisar el nuevo envío.
—Claro, Candy, ¿qué pasa? —preguntó Víctor con su habitual calma.
—Yo… quería saber si me podría contar qué pasó exactamente cuando fueron a buscar a Albert a Londres…
—Ya veo…
C & A
Una nota para anteojos negros llegó al zoológico Blue River. Era de George, quien le pedía verlo por la tarde en el bar de siempre. Albert se apresuró a terminar sus tareas y se reunió con George en el lugar y hora indicados. Se sentaron en la mesa de siempre, alejada de la gente y George sacó de su maletín una montaña de documentos que el joven Andley debía leer, autorizar y firmar.
—Tu primo Víctor insiste en verte. Lleva tres semanas aquí y no piensa irse hasta no verte —dijo George en cuanto Albert firmó el último cheque.
—No tenemos de qué hablar —respondió Albert con indiferencia.
—Él dice lo contrario, le he pedido que me diga de qué se trata, pero se niega; tal vez sí sea importante.
Albert jugó con la pluma fuente que tenía entre los dedos como si fuera la cosa más interesante del mundo.
—Está bien —aceptó después de terminar su trago—, dile que lo veo pasado mañana en el hotel de siempre a las siete de la noche. No saldré antes de trabajar. —Se levantó de su asiento y agregó—: haz la reservación.
Un Víctor más joven llegó al Hotel Savoy acompañado de un adolescente que, a pesar de ser un chico de alta sociedad, estaba abrumado por la ciudad de Londres, además de estar bastante nervioso porque al fin iba a conocer al patriarca de los Andley, a su tío William Albert Andley.
Fueron directo a la Recepción y pidieron ser conducidos ante el señor Andley, quien ya los estaba esperando.
—Creo que será mejor que primero hable con él para prepararlo y después entras a verlo —dijo Víctor durante el trayecto.
—De acuerdo.
El joven Anthony esperó en el pasillo mientras su tío hablaba con el misterioso patriarca de los Andley.
"¡No puedo creer que sea él!" Se decía Anthony una y otra vez. "¿Qué dirían Archie y Stear si supieran que estoy aquí, a unos metros de conocer al tío abuelo William?, ¿qué diría Candy?" Sonrió al imaginar la cara de asombro de los tres y se obligó a mantener la calma, aunque le parecía imposible; así que hizo lo único que podía hacer en ese momento: practicar sus habilidades olfativas y auditivas.
Víctor llamó a la puerta de la suite y un firme "adelante" se escuchó desde el interior. Entró con paso seguro y de inmediato reconoció a su joven primo, tan parecido a su hermana y casi idéntico a su padre, el señor Clinton Andley.
—¡Albert! —exclamó con auténtico gusto de verlo—, ¡gracias por recibirme! —le tendió la mano en cuanto lo tuvo frente a sí y el joven Andley correspondió al saludo.
—Fuiste muy insistente —dijo Albert con voz neutral, sin una pizca de gusto por ver a su primo—, ¿qué asunto tan importante te hizo cruzar el Atlántico?
—Estoy bien, gracias por preguntar y sí, a mí también me da gusto verte —bromeó Víctor mientras se sentaba frente al joven patriarca. Este no dijo nada y Víctor se puso serio—. Tienes razón, el asunto que me trajo hasta aquí es bastante importante para mí, para la manada y para ti.
—Yo no tengo nada que ver con ustedes, así que no creo que sea algo de mi interés —Albert no disimulaba su aversión y Víctor se ordenó ser el prudente de esa conversación.
—Se trata de nuestro futuro líder —empezó a explicar—, hace poco llegó a la manada y…
—No me interesa —la abrupta interrupción de Albert al discurso de Víctor tuvo la misma sutileza que un portazo en las narices. Se levantó de su silla y se sirvió un trago.
—Se trata del legítimo líder. Verás, él…
—¡Dije que no me interesa! —gritó Albert, se detuvo frente a Víctor para poder mirarlo a los ojos y siguió—, hasta ahora has llevado a tu manada sin necesitar nada de mí y nosotros no hemos necesitado nada de ustedes; así que no veo por qué ahora que me vienes a contar lo que hacen.
—Ten calma y escúchame.
—¡No! Mira, Víctor, si accedí a verte es para decirte justamente esto y para que vuelvas de inmediato con los tuyos. Quiero que te quede claro que no me importa a quién le hayas regalado la manada y mucho menos quién la dirija. Lo único que quiero de ustedes es que se mantengan lejos de mi familia.
—¿Regalar la manada? ¡De qué hablas! Albert, esto se trata de Anthony, él…
—¡No metas a Anthony en esto! —gritó Albert—, ¡él está muerto y no tiene nada que ver con ustedes!
—Él es hijo de Rose, nuestra líder.
—Y ambos están muertos, ella por culpa de ustedes y él… gracias a Dios que él no era una bestia como tú y los tuyos, ¡así que no lo metas en esto!
—Albert, si Anthony estuviera vivo sería nuestro líder. —El temple de Víctor era admirable, ignoraba por completo cada ataque de Albert y esperaba que, una vez que se calmara pudiera decirle que Anthony estaba vivo y esperando en el pasillo para conocerlo.
—Pues tiene suerte de no estarlo.
—Tío, vámonos— Anthony lo enlazó mentalmente.
—Todavía no.
—Escúchame bien Albert. He tolerado por años tus reproches y ofensas porque creí que eran parte de tu duelo, del dolor que te causó perder a tu hermana, creí entenderte, pero ahora mismo no te reconozco y no entiendo tu aversión hacia nosotros, hacia tu sangre.
—¡Ustedes no…!
—¡No he terminado! Vine aquí con la esperanza de arreglar nuestras diferencias, vine para que conocieras a nuestro futuro líder y dejáramos atrás el pasado y lo que sea que te atormente, pero no insistiré más. Tú no dirás cuál es tu problema con mi gente y yo no me humillaré más ante ti.
—¡Mi problema! —gritó Albert—, ¡mi problema es que mi hermana está muerta por culpa de ustedes!, ¡mi problema es que tú y los demás la dejaron sola en sus últimos momentos cuando ella dio todo por ustedes!, ¡mi problema es que ustedes la traicionaron!
—Rose dio su vida por nosotros, pero no fue a la única a la que perdimos —respondió Víctor apretando los puños—, y nunca, nunca la dejamos sola, sólo acatamos sus órdenes para mantenerte a ti y a Anthony a salvo en ese entonces. ¡No tienes idea de lo que fue ese ataque, lo que perdimos y lo que tuvimos que sacrificar para salvarnos!
Albert sostuvo la mirada de Víctor, misma que era ámbar, pero no tuvo miedo de él; su rabia era más fuerte y no le importó que su primo, con un solo golpe, podría causarle más daño que una horda de asaltantes.
—Con tu nuevo líder, supongo que la relación entre nosotros se termina —cambió el tema con tranquilidad—, dile que no quiero conocerlo y que se mantenga lejos de mí y mi familia. Mis sobrinos dejaron Lakewood, pero si un día vuelven, no quiero que se les acerquen.
—¿Arriesgarás el capital de los Andley con tal de mantenernos lejos de ti? Tu fortuna y las comodidades de tu familia dependen en gran parte de mi gente, ¿cómo explicarás al consejo que de repente perdiste acciones, bonos e inversiones?
—¡No me amenaces con eso!
—No es una amenaza, es una observación a las consecuencias de tu odio.
El joven patriarca asintió, meditando la situación.
—No quiero contacto con ese nuevo líder —advirtió Albert—, el único con el que hablaré, sólo en caso necesario, será contigo.
—Ya vámonos —pidió Anthony de nuevo—, ya escuchamos todo lo que teníamos que oír.
—No hay vuelta atrás si nos vamos ahora —advirtió Víctor.
—Vámonos.
C & A
Candy y Víctor habían atravesado un largo tramo del bosque mientras el segundo hablaba y la rubia oía con la angustia y el miedo atorados en su pecho.
—Si ustedes sólo seguían las órdenes de la madre de Anthony y Albert sabía cómo funcionaban las cosas, ¿por qué tanto odio hacia ustedes?
—Muchas veces me lo he preguntado y las pocas oportunidades que tuve de hablar con Albert antes de ese día, intenté que me lo dijera, pero siempre evadía las preguntas y se enfrascaba en hacer reproches. Lo único que hace es repetir que abandonamos a Rose…
El señor William Albert Andley pasó todo el fin de semana trabajando desde su casa. No se trataba de cosas que urgieran o fueran sumamente importantes, pero ocupar su mente y cerebro en algo que no fueran sus recuerdos era lo mejor.
Sólo el domingo se permitió salir de casa y pasear por la ciudad, había un parque, no muy lejos de su residencia, al que le gustaba ir de vez en cuando. Caminó entre la gente que paseaba en familia y encontró un lugar alejado para sentarse y descansar. El clima aún era agradable y debía aprovecharlo antes de que el invierno llegara.
C & A
La mansión de Lakewood se llenó de familiares, amigos, socios, conocidos, periodistas y trabajadores de los Andley que deseaban dar el pésame a la familia. Un joven Albert, al lado de su tía Elroy recibía a la gente y agradecía las palabras de todos, aunque pocas entraban a su cerebro. Estaba demasiado triste como para procesar lo que oía. Vincent no se apartaba del ataúd más que para revisar que Anthony estuviera bien, que hubiera comido y durmiera a sus horas, aunque cada tanto volteaba su mirada hacia la puerta, esperando que un cambiante entrara.
La tía Elroy dio un descanso de los saludos a Albert y éste fue al lado de su cuñado. Vincent puso una mano en su hombro y se quedaron custodiando el cuerpo de Rose. La gente pareció entender que no querían hablar y respetaron su silencio.
—¿Has visto a Víctor? —preguntó Vincent por lo bajo a su joven cuñado.
—No, desde hace semanas que no se aparecen por aquí, nadie de la… —miró a su alrededor—, de ellos.
—Ya vendrán.
La noche cayó en Lakewood y los visitantes disminuyeron. Elroy se encerró en la biblioteca a hablar con algunos socios; algunos familiares se instalaron en las habitaciones del tercer piso y los sirvientes, después de recoger la vajilla se retiraron a sus habitaciones.
—Anthony tiene pesadillas desde hace varios días —dijo Vincent al pie de la escalera—, iré con él. —Albert asintió—. Será mejor que duermas, mañana será un día largo.
—Me quedaré un rato más yo… no quiero dejarla.
—Bajaré en cuanto Anthony se duerma.
Albert volvió a la sala donde reposaba el cuerpo de su hermana, arrastró una silla y se sentó a su lado. Ver a tanta gente le había impedido llorar, pero en cuanto estuvo solo dejó que su corazón sacara parte del dolor que sentía.
—¿Tú eres William?
Albert se sobresaltó al escuchar esa voz tan grave y potente. Se levantó de su silla y recibió al dueño de esa voz. Se trataba de un hombre grande, de mediana edad, moreno y de cabello oscuro; sus ojos lo delataron de inmediato, pues pasaron del marrón al ámbar en una fracción de segundo.
—Soy yo —contestó Albert y echó una rápida mirada a la puerta para saber si ese cambiante venía solo o acompañado; al parecer, sólo era él.
—Mi nombre es Rodrick Bennett —se presentó el hombre—, quería ofrecer mis respetos a la jefa Rose.
—Usted no es de la manada —aseguró Albert.
—No, yo soy el jefe de la manada de la costa oeste, de Oregon. —El cambiante estrechó la mano de Albert y éste no hizo ningún gesto al sentir la presión del apretón.
—Está lejos de casa, señor —dijo Albert.
—Llámame Rodrick, muchacho. —El jefe Rodrick dio un paso al costado y se presentó frente al ataúd de Rose que estaba cerrado y rodeado de flores. Albert lo dejó hacer y agradeció el respeto presentado a su hermana.
Pasó un tiempo aceptable hasta que el jefe volvió a hablar.
—No hay nadie de su manada, ¿por qué? —preguntó mirando fijamente al joven Andley.
—Estuvieron aquí por la tarde, pero deben cuidar el perímetro —mintió Albert y Rodrick asintió, como si creyera las palabras del niño.
—No es lo que escuché, muchacho.
Rodrick se sentó en la silla que había ocupado Albert y sólo así quedó a la altura de éste. Se sacudió polvo invisible del traje y acomodó las mangas de su camisa.
—La reciente invasión causó esto, ¿no? —preguntó señalando con la mirada el ataúd. Albert no contestó—. Supongo que ahora están disputándose quién será el nuevo líder.
—Eso no está a discusión —interrumpió Albert—, mi sobrino Anthony lo será cuando tenga la edad suficiente.
—¿Y ellos respetarán esa sucesión?, ¿trabajarán veinte años para darle el título a un niño que hoy llora por las pesadillas nocturnas?
—Es la regla.
—Que una verdadera manada respetaría, pero esta… no lo sé… no después de lo que hicieron… ¿dejar sola a la jefa Rosemary en batalla?, ¿ir en contra de sus órdenes?, ¿abandonar sus puestos y huir de la pelea?
—Eso no es lo que pasó.
—¿Estás seguro? Porque por lo que he averiguado. Los lobos que atacaron la manada de la jefa Rose no eran más que un puñado de cambiantes solitarios, sin líder ni organización que fácilmente pudieron ser derrotados si hubieran seguido las órdenes de ella. Piénsalo, muchacho.
Albert apretó los puños, no quería y no podía creer lo que ese cambiante decía, pero… Rose le había hablado meses atrás de lobos solitarios que fueron echados fácilmente del territorio, los del último ataque no debieron ser diferentes así que, ¿por qué su hermana estaba muerta?, ¿por qué si la manada entrenaba día y noche y Rose se encargaba de reforzar y actualizar la seguridad cada cierto tiempo habían perdido tanto?, ¿por qué Víctor dejó de visitarla?, ¿por qué no había visto a Amelia, la compañera de Víctor y mejor amiga de Rose?
—No deberías confiar en ellos, muchacho —advirtió Rodrick—, dejaron sola a tu hermana porque no la querían como su líder. No respetarán el derecho de tu sobrino y dudo mucho que te respeten a ti. —Lo señaló con la mano extendida para evidenciar su juventud y falta de poder.
—Si ya terminó, señor, creo que es hora de que se vaya —dijo Albert deseando que su voz demostrara seguridad y tranquilidad, algo que estaba muy lejos de sentir.
Rodrick hizo un gesto de pesar, como si lamentara la posición desvalida del muchacho Andley y se levantó.
—Te aconsejo que cuides a tu familia —dijo poniendo su enorme mano en el hombro de Albert—, aléjate de la manada antes de que sea tarde y tu sobrino termine muerto.
Rodrick salió de la mansión Andley y una vez que se supo solo, Albert se dejó caer de rodillas frente al féretro de su hermana. Igual que cuando habían muerto sus padres, el joven William Albert Andley sintió que lo único que lo acompañaría por el resto de su vida era la soledad.
C & A
Gracias a:
María Jose M: ¡Hola! Mil gracias por tu comentario, ya vimos cómo reaccionó Anthony, pero tienes razón, sellado el compromiso con la marca ya no hay cambios ni devoluciones, aunque la pecosa sea una revoltosa. Espero que este capítulo te haya gustado, saludos.
Mayely Leon: ¡Hola! Gracias por tus comentarios, espero te guste cómo avanza la historia.
GeoMtzR: ¡Hola! Muchas gracias por tu atenta lectura, definitivamente algo tenía que pasar en Chicago porque no todo puede ser miel sobre hojuelas ja, ja y Candy tenía que meter la pata o acelerar esta historia, como quiera verse. Te mando un abrazo de vuelta.
Cla1969: ¡Hola! ¿Cómo estás? Ya vimos qué pasó con Anthony, sí se enojó, pero debe ser más prudente por el bien de Candy y evitar problemas con otras manadas, ¿será que lo logra?
Gracias por las lecturas y comentarios anónimos, así como a quienes agregan esta historia a sus alertas o favoritos.
Nos leemos pronto
Luna
