Advertencia: El siguiente capítulo contiene escenas de violencia y sexualidad moderada.
Abraza la manada
18
Quédate
Lo vio entrar a la casa solo, llevaba en la mano derecha una carpeta de documentos, seguramente eran las órdenes de compra de la madera y el pedido que debían entregar durante la semana. Llevaba esperándolo largo rato. No llevaba saco y tenía la camisa arremangada, por lo que podía ver con detalle los músculos y las venas de sus brazos. Sonrió en cuanto él posó su mirada en ella y Candy se arrojó a sus brazos. Ni siquiera lo dejó hablar porque tomó su rostro entre sus manos y lo besó larga y profundamente. Llevaban ya suficiente tiempo juntos como para saber cómo besarlo hasta hacer que perdiera el aliento. Las manos de Anthony la atrajeron a su cuerpo y ella sonrió; él respiró por la nariz y profundizó el beso.
—No es queja, pero… ¿eso por qué fue? —preguntó Anthony en cuanto sus labios fueron liberados por ella.
—Mmm. —La pícara sonrisa de Candy lo desarmó—. Porque te quiero. Te quiero por todo lo que eres.
Lo decía en serio, amaba cada faceta de Anthony, cada gesto, cada mirada, cada vez que la protegía, cada vez que compartía con ella cosas de su mundo, cada rabieta, cada broma, cada beso y caricia. Amaba su naturaleza, su sentido de responsabilidad, su serenidad e ímpetu, su gentileza y carácter. Amaba a Anthony Brower y nada cambiaría eso.
Anthony volvió a besarla y la levantó a unos centímetros del suelo, se movió de la puerta y fue a apoyarse en una pared. La entrada de la casa no era el mejor lugar para esa escena y Anthony gruñó en los labios de Candy al darse cuenta. Las pulsaciones de Candy se habían disparado y sintió cómo cada parte de su cuerpo ardía en deseo, por eso hizo un puchero en cuanto él cortó el contacto.
—Nos pueden ver. —Le besó la mejilla—. Oír. —Besó su nariz—, y nadie más que yo tiene el privilegio de ver ese hermoso rostro después de que te beso y, mucho menos oírte.
Candy rio y a regañadientes aceptó que él tenía razón. Un segundo después empezó a llamarse desvergonzada por semejante escena en la entrada.
—Debo archivar esto. —Señaló los papeles—. Ven conmigo…
C & A
Pasaron largo rato encerrados en el despacho. Afuera la vida llevaba su propio ritmo, pero en esa habitación el tiempo respondía a las órdenes de la pareja. Sentados en el sillón se besaron, hablaron de temas insignificantes, se acariciaron, hablaron tímidamente del futuro y volvieron a besarse. Se disculparon como era debido por la pelea del día anterior y se comprometieron a seguir el camino juntos.
—Hiciste un gran trabajo —reconoció Anthony.
—Tú lo pediste —contestó Candy con orgullo—, ¿alguna duda, jefe?
—No, todo está perfecto. Enviaré pronto a dos o tres miembros a comprar todo lo de la lista con base en el presupuesto. Gracias.
Anthony guardó el presupuesto de suministros que Candy tenía como tarea hacer en Chicago y miró el reloj, ella hizo lo mismo y supo lo que pensaba, debía ir a casa y no, no quería hacerlo. Se levantó de su lugar y fue directo a Anthony. Se sentó en sus piernas y lo abrazó por el cuello.
—¿Qué pasa? —preguntó Anthony acunándola en su pecho. Acarició su espalda y posó su mano en la pierna de ella.
Ella no respondió y le besó el cuello. Desde que había terminado de hablar con Víctor quiso salir a buscarlo, disculparse por lo que su desconocimiento de los hechos había causado. La historia rondaba su cabeza, no le gustaba para nada, pero logró entender la aversión que Anthony sentía por Albert. Si las palabras que Albert, su mejor amigo, había pronunciado hacia Anthony eran ciertas, entonces esas mismas palabras, las de mantenerse alejado de él, también se extendían para ella porque era la compañera de Anthony y eso… dolía porque el cariño que sentía hacia su benefactor era inmenso, pero no se comparaba con el que sentía por Anthony. Sin embargo, había algo más, de eso estaba segura, pero no sabía qué ni cómo averiguarlo.
Las palabras de Gabriel resonaron también en su cabeza: "Es un tema difícil para el jefe y no creo que puedas resolverlo, no por el momento, al menos". Él tenía razón y si no tenía la manera de solucionarlo lo mejor era no empeorar las cosas y crear un distanciamiento innecesario con Anthony. Hasta no encontrar la solución a su conflicto, si es que la había, Candy debía tomar una decisión, elegir un lado de la historia y sabía perfectamente que su lugar estaba junto a Anthony.
—Anthony. —Levantó la cabeza y lo miró fijamente. Sintió que le zumbaban los oídos por los nervios que le causaba lo que iba a pedir, pero…— ¿Puedo quedarme esta noche?
No quería dejarlo y no iba a hacerlo.
Anthony le acarició la mejilla y relajó el ceño que había fruncido cuando Candy lo miró tan seriamente.
—Claro que sí.
Le besó la comisura de los labios y siguió su camino hasta el cuello de ella, a su marca. Él quería pedirle lo mismo, quería que se quedara para siempre a su lado, en su hogar, donde pertenecía. ¿Y si…?
—¡Debe ser una broma! —gruñó Anthony entre los labios de Candy—, te necesitan en la enfermería.
—Ya voy… —suspiró Candy con resignación.
C & A
La cena en casa de la manada se llevó a cabo igual que siempre. Todas las preparaciones eran deliciosas y Candy deseó un estómago de cambiante para poder probar todos los platillos.
Los primeros en retirarse siempre eran los niños, algunos iban a acostarse solos y otros, aún pedían a sus padres que los acompañaran o eran llevados por éstos casi a rastras. Después debían retirarse los adolescentes quienes, por ser más grandes, podían convivir un poco más con los adultos. Los últimos en salir del comedor siempre eran Anthony y quienes estuvieran esa semana a cargo de la cocina.
—A dormir —dijo Anthony una vez que el comedor se vació.
Candy aceptó la mano que Anthony le ofrecía y subieron hasta su habitación. Ella le contaba de los planes que tenía para el Hogar de Pony. Quería crear un fondo para que, si un niño nunca era adoptado, una vez que fuera mayor de edad contara con un capital para mantenerse por sí mismo, buscar un trabajo o estudiar algún oficio o hasta una carrera. Era un plan del que había hablado con sus madres y ellas habían aceptado la idea, pero sabían que no sería fácil pues necesitarían de mucho dinero.
—Yo puedo ayudar con eso —dijo Anthony—. Me parece una idea excelente y tengo algunos contactos que podrían ser benefactores del orfanato.
—Ya tenemos varios de esos —contestó Candy—, no nos caería mal unos cuantos más, pero lo que me gustaría es que nosotros mismos, los niños tengan un proyecto, que produzcan algo que les genere ese ingreso.
—Entiendo… —asintió Anthony—, si crees que yo puedo ayudarte con eso, no dudes en pedírmelo, por favor.
—Gracias —Candy le besó la mejilla y desapareció en el baño para cambiarse de ropa.
Anthony se cambió de prisa y apoyando la oreja en la puerta del baño, dijo que saldría un rato. Era para darle tiempo a ella.
Candy salió del cuarto de baño y buscó a Anthony, pero él no había vuelto. Fue hasta la cama, quitó los almohadones y tiró de las sábanas. Se sentó en lo que ya era su lado derecho de la cama y se pasó los dedos por el cabello, dándose masaje desde la raíz hasta las puntas de sus rizos. Anthony entró en ese momento.
—¿Lista para dormir? —preguntó para apagar las luces.
—Sí.
Candy se acostó en la cama y vio cómo él se quitaba la bata, la ponía sobre la silla y avanzaba hacia ella. La lámpara de su lado seguía encendida. Él se acostó y tiró de las cobijas para cubrirlos a ambos. Las sábanas estaban frías, pero Candy entró en calor en cuanto Anthony le tendió su brazo para que se acomodara cerca de él. Su temperatura corporal sería una enorme ventaja durante el invierno.
—Descansa, pecosa —murmuró antes de besarle la frente y empezar a frotarle la espalda para que Candy se durmiera más rápido.
—Buenas noches, Anthony —respondió ella por lo bajo y acomodó su mano en el pecho de él. Cerró los ojos y exhaló con profundidad.
—Candy…
—¿Mmm?
—No vuelvas a irte —pidió apretando un poco más el agarre y bajando su mano hasta la cintura de ella, mientras su otro brazo la rodeaba también.
—Tranquilo, no pienso viajar pronto —contestó Candy con voz divertida y dibujó círculos con las yemas de sus dedos en el pecho de él.
—No vuelvas a irte de casa —especificó Anthony y Candy detuvo abruptamente sus caricias. Levantó la cabeza para mirarlo a la cara.
La luz de la lámpara aún encendida la ayudó a ver la seriedad de sus ojos. Candy se levantó sin prisa, soltándose del abrazo de Anthony y quedó sentada en la cama, se giró para verlo bien y quedó sobre sus rodillas.
—¿Quieres…?
Anthony se sentó también y tomó las manos de ella entre las suyas, se las besó y la miró fijamente.
—Quiero que te mudes conmigo —dijo con firmeza y claridad—, quiero verte a mi lado cada amanecer, ser el primero en contemplar tus ojos y tu sonrisa. Quiero que iniciemos formalmente nuestra vida juntos. Quiero que mi maravillosa compañera tome el lugar que le corresponde en mi vida y en mi mundo.
Las palabras de Anthony retumbaron en sus oídos y se agolparon en su pecho. ¡Le estaba pidiendo que viviera con él!, no podía creerlo o, mejor dicho, no podía entenderlo con claridad.
Sintió las manos de Anthony apretar las suyas, estaba nervioso, esperando su respuesta y ella no sabía cómo decirle lo que quería.
—Tómate tu tiempo para pensarlo, sé que no es una decisión fácil y que no es lo habitual con los humanos, pero…
Calló su boca con sus labios. No tenía una mejor manera de responderle que sí, que lo haría, que sí se mudaría con él, con toda la manada.
Tomó el rostro de él entre sus manos y dejó que sus labios se movieran al compás de los de ella. Su beso era cálido y húmedo, lleno de amor y pasión. Candy no podía corresponderle de otra manera que no fuera la misma fuerza y el mismo deseo. Su lengua se apoderó de cada rincón de su boca y no supo quién de los dos gimió primero.
En un segundo estaba a horcajadas sobre Anthony. Sus manos se detuvieron en su espalda baja y ella se colgó de su cuello mientras su boca seguía tomando cada gota de su ser. Ella se detuvo cuando sintió su erección chocar contra su cuerpo y lo miró a los ojos. Podía notar su pasión y el deseo que sentía por ella. Eso la llenaba de orgullo y le confirmaba que sentían lo mismo. Candy también deseaba a Anthony.
—Sí quiero —le dijo con voz ronca, pero firme y volvió a besarlo—. Quiero vivir contigo y que seas la primera y última persona que vea cada día de mi vida.
La sonrisa que Anthony le regaló fue acompañada por una profunda exhalación. Su compañero estaba nervioso por la respuesta, pero no debía estarlo porque no había manera de que ella se negara a dar ese paso en su relación. A Candy no le importaba que esa no fuera la tradición con los humanos, ella lo amaba y buscaría todas las maneras posibles de estar a su lado.
—Te amo, Candy —le dijo al oído y empezó a besar su cuello, no se detuvo en su marca, sino que descendió hasta su pecho y posó su frente ahí—. No sabes cuánto te deseo —dijo al momento que apretaba su agarre en la espalda y descendía… Sintió calor en todo el cuerpo
Hundió las manos en el cabello de él y tiró con suavidad para que la mirara.
—Enséñame —pidió sin miedo ni culpa.
Sus ojos azules se tornaron ámbar y de inmediato volvieron a su color natural. Eso también le gustaba a Candy, cuando su lobo luchaba por salir porque quería estar con ella. Acarició su rostro, delineando sus cejas y las comisuras de sus ojos que no se despegaban de ella; rozó sus pómulos con los dedos y lo besó lentamente. Sus cálidos labios no se movieron mucho y eso la hizo reír. ¿Estaba siendo demasiado atrevida? Seguramente sí.
Echó la cabeza hacia atrás, dándose cuenta de lo que estaba pidiendo y de que era algo que tal vez él aún no quería. Apretó las piernas por instinto e intentó moverse de esa posición y, en un ágil movimiento, Anthony los movió hasta que Candy quedó tumbada en la cama. Sus manos se entrelazaron con las de ella a la altura de su cabeza y colocó una rodilla entre sus piernas.
—¿Estás segura? —Su voz grave le provocó una contracción en el vientre. Candy no supo qué vio Anthony en su rostro porque el suyo cambió a una sonrisa franca y tranquila; le besó las mejillas y después los labios.
No quería decirle que no, pero el valor de unos segundos atrás huyó de su cuerpo al sentirlo encima y tartamudeó…
—Yo…
—Tranquila, hermosa. Haremos esto lento. —Una de sus manos bajó hasta su cintura—. ¿Confías en mí?
Asintió con la cabeza porque era lo único que podía hacer.
—Eres tan hermosa —dijo él mientras rozaba con su nariz su clavícula y la besaba.
Bajó el tirante de su camisón y le besó el hombro. Candy no supo en qué momento las manos de Anthony ya acariciaban todo su cuerpo y las caderas de ella se movían en dirección a él. Su diestra detuvo los movimientos de la joven. Él sonrió y le mordió el lóbulo de la oreja.
—Quiero que pruebes el placer que puedo darte antes de estar dentro de ti. —Lamió su oreja y Candy se retorció ante sus palabras—. Cuando te sientas incómoda —dijo besando su cuello—, cuando quieras que pare —chocó su frente con la de ella—, dímelo y me detendré, ¿entendido? —tragó saliva, pero no contestó—, ¿entendido? —repitió con seriedad mientras retrocedía varios centímetros.
—¡Sí! —respondió ella con la respiración entrecortada.
Reanudó sus caricias y estas fueron completamente diferentes a todas las veces que la había tocado. Eran más atrevidas, más fuertes y profundas, pero conservaban el cuidado y la ternura que siempre le había mostrado.
Anthony besó su pecho y sus manos bajaron el camisón de ella hasta el abdomen. Candy sintió cómo se le erizaba la piel por los nervios, por el aliento de él chocando contra su carne desnuda y por el simple hecho de estar expuesta frente a él.
Estuvo a nada de echarse para atrás en lo que fuera que estuvieran por hacer, pero ella se distrajo cuando él se quitó la camisa del pijama y pudo ver su torso desnudo. Tomó la mano de ella y la puso en su pecho, no la soltó y la guio para que lo acariciara. "Tócame, Candy", lo oyó decir. Su piel ardía y sus músculos eran duros, marcados y fuertes. Candy se incorporó un poco y lo besó a la altura del corazón, mientras que, con sus manos recorría todo su torso.
Anthony gruñó y se inclinó hacia ella hasta quedar otra vez acostada. Su mano bajó hasta su pierna y se coló por debajo del camisón quedándose ahí, quieta. De inmediato su boca tomó uno de sus pechos, lamió y succionó haciendo que se endureciera. Su mano libre tomó el otro pezón y empezó a acariciarlo.
Un fuerte gemido salió de la boca de ella y la tapó con una mano.
—No te contengas —dijo Anthony levantando la cabeza y destapándole la boca—, nunca conmigo.
Asintió poco antes de que tomara su labio inferior y tirara de él con la boca. Sus manos fueron a su espalda y se aferró a él.
—Dime si quieres que pare —repitió su instrucción y la mano que había estado en sus piernas subió por el muslo y acarició la zona que siempre se contraía cuando la besaba con pasión.
Quería decir su nombre, pero lo único que salía de su garganta eran sonidos sin sentido y gemidos que no creía ser capaz de emitir.
Anthony empezó a acariciarla lentamente y cuando intentaba cerrar las piernas, él se detenía, dándole tiempo a decidir si seguir o no. Ella lo tomó del cuello y lo besó, tenía que decirle de alguna manera que quería que siguiera y si su voz no ayudaba, entonces su cuerpo lo haría.
Los dedos de Anthony se movieron con más seguridad al igual que sus labios por todo su cuerpo. Su pulgar encontró un lugar en su húmedo cuerpo que la hizo retorcer de placer cuando empezó a rodearlo. Echó la cabeza hacia atrás y dejaron de importarle los sonidos que salían de su boca. Su dedo corazón entró en ella sin previo aviso, él sonrió en su mejilla y dijo algo que Candy no entendió porque introdujo otro dedo y los dobló hacia arriba, sin dejar de mover el pulgar lo que hizo que el cuerpo de ella se contrajera.
Candy tenía los ojos cerrados porque no podía controlar sus movimientos, él dominaba todos y cada uno y sus caderas empezaron a moverse al ritmo que marcaban sus dedos. "¡Eso es!" lo escuchó decir y aumentó el ritmo de sus movimientos en su interior.
Sentía… no podía explicarlo… ardor en la sangre… calor en la piel… una contracción en el vientre que se extendió por todo el cuerpo, hasta la punta de sus dedos y después…
"¡Anthony!" Gritó cuando la sensación fue mucho más fuerte y placentera. Su cuerpo se arqueó y enterró las uñas en la espalda de Anthony, dejándose llevar por esa fascinante sensación que no supo cuánto duró pero que, en cuanto terminó, la dejó tumbada en la cama, sin pensamientos.
Abrió los ojos al sentir los mimos que Anthony le hacía en la cara con su nariz. Su sonrisa se le contagió de inmediato.
—¿Lo disfrutaste?
¡En serio tenía que preguntar!
Asintió lentamente, no porque meditara la respuesta, sino porque su cuerpo parecía funcionar ahora con efecto retardado.
Anthony le ayudó a reacomodarse el camisón y se levantó de la cama. Candy le extendió la mano para que no se fuera.
—Ahora vuelvo —dijo besándole la palma de la mano y caminó directo al cuarto de baño. Candy se dejó caer en la cama y lo esperó con los ojos bien abiertos. No tardó en volver con una toalla húmeda y tibia en las manos. Volvió a la cama y con sumo cuidado y diciéndole palabras tiernas la pasó por su vientre y entre las piernas.
Después de limpiarla, Anthony le besó la frente y se acostó a su lado, atrayéndola hacia su cuerpo cálido y desnudo, al menos del torso. Candy se acomodó en el pecho de Anthony y escuchó los latidos de su corazón.
—Eso fue maravilloso —dijo, aunque sabía que no había palabras para describir lo que había sentido minutos atrás.
Anthony le tomó el mentón entre su índice y pulgar y la hizo levantar la cara. Besó su frente y bajó hasta sus labios, donde depositó un dulce y fugaz besó.
—No deseo nada más que hacerte feliz, que amarte y adorarte.
Ella le acarició la barbilla y los labios.
—Lo estás haciendo bien —dijo por lo bajo y él rio.
Las caricias en su cuello y espalda la adormecieron y, lo último que pudo decir esa noche fue:
—Te amo, Anthony.
C & A
Las semanas que siguieron a esa noche fueron demasiado rápidas para la pareja, pues tenían mucho por hacer y reorganizar en sus vidas. Candy habló largo y tendido con la señorita Pony y la hermana de María sobre su mudanza, su nueva vida, lo discreta que debía ser sobre esta por el conflicto con Albert y, prometió y juró que no abandonaría el Hogar de Pony, pues volvería dos veces por semana para dar clases a los niños y continuaría buscando apoyos económicos para la manutención del lugar, además de que, junto con Anthony, iniciaría el fondo económico para el futuro de los niños.
Quienes tuvieron más problemas para aceptar el cambio fueron, indiscutiblemente, los niños, quienes no veían con buenos ojos que Candy se fuera de casa y los dejara. Ella habló con todos, los consoló, les explicó, les prometió que no los dejaría y, por un segundo, dudó de dejar el hogar, pero la señorita Pony ahuyentó esos pensamientos con sus palabras de apoyo y entusiasmo para que Candy continuara con su vida.
—Ya todo está en el automóvil, ¿estás lista? —preguntó Anthony a Candy cuando estaban en la puerta del orfanato.
Era muy temprano y los niños aún no despertaban, estrategia que elaboró la señorita Pony para evitar más lágrimas infantiles.
—Todo listo —afirmó Candy echando una rápida mirada a las últimas maletas que habían cargado en el automóvil.
La pareja se despidió de las directoras del orfanato y, tras prometer encontrarse la semana próxima para adoptar su nuevo estilo de vida subieron al automóvil y partieron rumbo a la casa de la manada donde el ambiente era completamente diferente, pues todos recibieron a Candy con gran júbilo y alegría.
Todas las pertenencias de Candy fueron llevadas al tercer piso y Astrid se ofreció a ayudarla a ordenarlas donde mejor le pareciera.
—Es tu casa —dijo Anthony al dejarla en la habitación para que se pusiera cómoda—. Haz lo que desees.
—¿Puedo poner un tapiz de flores en esa pared? —preguntó Candy con voz juguetona señalando la pared que estaba frente a la cama.
Anthony entrecerró ligeramente los ojos, viendo dicha pared. Candy disimuló la sonrisa burlona y se cruzó de brazos, esperando la respuesta.
—Le daría vida al dormitorio —dijo al fin—, ¿quieres que te acompañe a buscar el tapiz?
Candy soltó una carcajada y pospuso el plan de remodelar la habitación, por el momento se conformaría con acomodar sus pertenencias y aprender a compartir el espacio con Anthony.
C & A
A él no le gustaba el whisky canadiense, prefería el de Kentucky, pero el primero era una reserva especial, más fuerte, destilada especialmente para cambiantes y un regalo de agradecimiento por parte de un socio. Bebió de un trago el vaso mientras oía el reporte de Dom al teléfono y, con monosílabos le indicaba que lo escuchaba y que podía seguir con su reporte. Al cabo de un rato, terminó la llamada y ordenó que le sirvieran otro whisky.
—Dile a mis hijos que vengan de inmediato. —Volvió a ordenar a la joven que le servía en ese momento. Él podía llamarlos, pero ¿para qué hacerlo cuando tenía gente que le obedecía?
La muchacha obedeció y salió de la enorme oficina que olía a fuerte tabaco y alcohol. A veces odiaba sus habilidades por tener que soportar ciertos aromas.
Al menor de los hijos del jefe lo encontró en la sala de entrenamiento. La paliza que daba en ese momento a los recién convertidos le dolió también a ella y tuvo el miedo de siempre de interrumpir dicha masacre para no convertirse en blanco de la fuerza de él, pero esta vez no sucedió.
—Son una vergüenza para la manada —dijo el cambiante a los tres novatos antes de salir de la sala de entrenamiento—. Si no mejoran para fin de mes, pasarán una semana en la cueva.
Al primogénito no tenía ni qué buscarlo, a esa hora siempre estaba en el sótano…
—Tu padre te espera en su despacho —informó en cuanto cruzó la puerta y dio media vuelta.
—Aguarda, Ray. —La detuvo él y ella se quedó fría. Aún después de todo este tiempo el sótano le causaba pánico—. Huele esto y dime qué tiene.
Ella estiró la mano para tomar el frasco y se lo llevó de inmediato a la nariz. Olía demasiado a ajenjo y casi disfrazaba el olor del ala de ángel y el muérdago, cualquiera que no tuviera su olfato pasaría por alto las otras dos hierbas.
—Ajenjo, ala de ángel y muérdago —contestó la joven con disciplina.
—¡Excelente! —exclamó él— ahora, bébelo.
—No, por favor. Hoy no, tengo mucho trabajo —suplicó de inmediato y retrocedió un paso.
Él la tomó con violencia del brazo y la sacudió, su mano le apretó las mejillas y ella no tuvo más remedio que abrir la boca. Tragó el líquido que él vertía en su boca y éste le raspó la garganta.
—¿A qué sabe? —preguntó él después de soltarla y esperó su respuesta con cierta emoción, una emoción que ella conocía bien; la misma que mostraba cada vez que torturaba a alguien.
—Sólo a ajenjo —contestó ella…
—¿Y el muérdago?
—Apenas y se percibe.
—Bien —asintió el cambiante y volviendo a tomar a la joven de la cara la besó con violencia, mordiéndole el labio inferior y provocando un gemido de dolor por parte de ella—. Limpia eso mientras veo a mi padre.
La cambiante se limpió la boca, recogió las hierbas que no fueron usadas en la mezcla, devolvió los aceites a sus respectivos estantes y cerró los libros antes de acomodarlos en el librero. Leyó las notas que él había hecho de las tres hierbas y sintió asco de inmediato, no por el efecto de éstas en su propio cuerpo, sino por el destino de aquel que bebería toda la mezcla:
El ajenjo en grandes cantidades y uso prolongado causaba insomnio, pesadillas, calambres, temblores y embrutecimiento; el ala de ángel, vómito y, el muérdago bajaba la presión de golpe.
"Esperemos que no sea para un humano" pensó al salir del sótano.
C & A
Queridas lectoras, gracias por continuar en esta historia.
Quiero comentarles que empezamos ya la etapa de mayor acción y fantasía de esta historia, por lo que si desean continuar, les pido que reanuden su pacto de lectura y estén abiertas a sorpresas, acción, intriga y drama.
Gracias a quienes leen y comentan de manera anónima y a quienes me dejan su nombre:
Cla1969: ¡Hola! Agradezco mucho tus palabras de aliento y tu atenta lectura, pues has atinado en varios aspectos de la trama. Espero que lo que sigue sea de tu agrado o, al menos, te haga pasar un rato fuera del mundo real. Saludos.
Mayra: ¡Hola y bienvenida! Gracias por tu comentario, sobre no hacer sufrir a Albert… sólo un poquito más y ya lo dejo ser feliz, lo prometo, pero por ahora necesito que aguante lo que viene y no doy mucho detalle que una vez me regañaron por hacer spoiler en esta sección ja, ja. Saludos y muchas gracias por tomarte tu tiempo para leer esta historia.
Mayely Leon: ¡Hola! Gracias por tus palabras, ¡mira! Anthony está madurando y ya no hace tanto drama, ja, ja por el momento. Saludos y espero que continúes en esta historia.
GeoMtzR: ¡Hola! Amo tus comentarios. Te cuento que esta historia está inspirada en una clase de literatura popular que anda circulando en línea sobre hombres lobo y sí, una de sus características principales es que los personajes masculinos rayan en lo posesivos y eso también desencadena tramas bastante violentas y eróticas, pues resaltan ese lado primitivo y salvaje con el que puedes estar o no de acuerdo si hay una buena trama. Yo me basé más en lo fantástico e intento no despegarme de la esencia de Candy, que es lo que nos interesa, así que muchas de las actitudes de Anthony tienen ese rasgo posesivo. Por otra parte, y sin dar adelantos, los Bennett aparecerán más en los siguientes capítulos, ¿amigos o enemigos? Eso ya lo veremos. En cuanto a Albert…. ¡vaya! Sin comentarios, ja, ja. Sé que hay cabos sueltos, pero al final se aclarará todo… espero… ja, ja. Mil gracias por tus palabras y espero que te guste el rumbo que vamos tomando.
Reitero mi agradecimiento y recuerden:
Quien avisa no es traidor.
Nos leemos pronto
Luna
