Disclaimer: Nada de lo que puedan reconocer me pertenece.


Reafirmación

por MissKaro


Parte I


Una pequeña gota de cera cayó desde el ostentoso candelabro de oro en el techo.

Pasó desapercibida, como la mayoría de los sucesos que se presentaban en el baile de esa noche, cuyos asistentes solo recordarían como el regreso público de la princesa Elsa de Arendelle, viuda de Westergaard, tras el fallecimiento de su marido.

La duquesa de Götemburg se vanagloriaría múltiples temporadas por ser incitadora del evento de la década, triunfante en conseguir que la escurridiza dama aceptara mostrarse en una de sus residencias. La antigua reina de Arendelle no había sido muy asidua a los acontecimientos sociales tras sus escandalosas nupcias, pero su ausencia había sido notoria una vez que pasara el tiempo de luto por el príncipe Hans.

Nadie creería que lo llorara, mas su falta había aumentado las sospechas sobre su responsabilidad para que el hombre abandonara la faz de la tierra. Salir demasiado temprano o apenas acabado el luto era de pésimo gusto; en cambio, tardar tres años de la muerte en hacerlo rozaba la exageración, ya que ella no lo amaba o toleraba.

De hecho, Elsa lo odiaba y más de uno sabía que el decoro, junto a un arrebato emocional, la habían hecho embarcarse en matrimonio con él.

Teniendo en cuenta lo anterior y la disposición de la platinada hacia el alcohol, que nunca consumía en las reuniones, no era de extrañar que la atención de todos se desviara de los arreglos del salón o los mínimos percances de la velada que no tuvieran relación con una persona.

Gracias a esto, también, desconocidos rostros habían podido colarse al evento, curiosos de lo que la duquesa había presumido días antes —arriesgándose a que la concurrencia de muchos significara una vergüenza mayor, si Elsa no se presentaba—. Entre ellos, el hombre de cabellos negros que anonadado observaba el comportamiento de la princesa, bastante revelador hasta para el menos suspicaz; no cabía en sí que ella quisiera emborracharse y hacer más evidente la pena que surcaba su pálido rostro.

Le parecía lógico que lamentara presentarse al baile, lo cual podría haberlo solucionado partiendo después de una educada hora; sin embargo, en la profundidad de sus orbes cerúleos, que había visto mejor al haberse aproximado a ella, se notaba la realidad de su proceder.

No lo entendía. Había supuesto que al matar a Hans le había hecho un favor a Elsa.

Pronto se decidió a aclarar sus dudas con un cuestionamiento, pero no fue sino hasta que ella desapareció en el jardín y se escabulló hacia la biblioteca —una costumbre que no había perdido— que consiguió la oportunidad para hablar con ella.

La figura de Elsa se arrebujaba en el azul pavo real de su vestido, sobre un oculto sillón en una esquina de la habitación de estilo gótico. Únicamente su delgado brazo sobresalía en lo alto, sujetando una copa del líquido dorado que llevaba a sus labios rosas por enésima ocasión.

Él se fijó que ella miró de soslayo en su dirección y tensó el cuerpo, pero no bajó los pies de su asiento. Había bebido suficiente para abandonar la compostura, si bien desconocía el límite de su tolerancia.

—A un estómago vacío no cae bien tanto alcohol —murmuró en tono ronco, acercándose a un estante, donde apoyó su costado, cruzando los brazos detrás de su espalda y un pie frente al otro. Optó por seguir la desfachatez.

Ella lanzó un bufido. Fuera de la intimidad no se hablaba de comida en voz alta. En realidad, en sociedad o en público no se hablaba de nada que fuera demasiado serio. Todo era banal.

—¿No va a preguntar sobre el clima? —replicó Elsa, sin denotar un estado de embriaguez, mirando hacia la ventana.

—Si se ha encontrado otro adjetivo para este, de los que se han dado en la noche, puedo oírlo. —La copa se alzó en forma de brindis, respaldando su burla hacia el tópico de cortesía repetitivo—. Pues bien, ya que no hay interés en un alimento, me gustaría saber sobre Hans.

El tema consiguió la atención de ella para él y lo increpó con ojos entrecerrados.

—¿Cuál es su nombre? —inquirió recorriendo su cara; sus lentes gruesos y bigote y barba tan oscuros como su cabello, contrastaban con su tez de tono dorado, que sobresalía más con la lámpara a su derecha. —Estoy segura que no nos conocemos —afirmó, a pesar de que su mente se hallaba un poco mareada.

—Se me conoce como Niels.

—Bueno, señor Niels, puedo reconocerle que ha sido el más valiente de la noche al mencionar a mi fenecido cónyuge. —Ella suspiró con dificultad y se humedeció los labios. —Por consiguiente, le concedo una respuesta acerca de él, si la pregunta encuentra mi agrado.

El pelinegro sonrió, admirado de que mantuviera el ingenio en sus circunstancias. Y si era así ahora, sobria debía serlo más, aunque no había tenido oportunidad de vivirlo… o darse cuenta, con la imagen que antaño tenía de ella.

—¿Por qué no es feliz sin Hans?

Afortunadamente la copa ya estaba vacía o el contenido se habría esparcido en la alfombra cuando su vaso se deslizó de las manos de Elsa.

—¿Qué ha dicho? —La rubia se puso en pie y trastabilló un instante, pero se compuso y caminó hasta él, que se irguió para encararla.

En su cercanía, el aire tembló. Ella mantuvo la mirada en su pecho, incómoda de aquella proximidad a solas con un hombre, la cual solo había compartido con una persona.

—Él no está, pero no luce feliz.

—¿Qué clase de persona me considera para pensar que me alegraría con la muerte de alguien? —preguntó con un remolino por dentro, indignada ante la insinuación de aquel desconocido que se entrometía en su vida, aunque por primera vez sintiendo algo más que arrepentimiento por el modo en que se habían dado las cosas.

Si no hubiese corrido a Hans aquella noche, obligándolo a embarcar, él podría seguir vivo. Era como si lo hubiera matado ella misma y no las olas que se lo habían tragado como a sus padres.

—Ya ha pasado largo tiempo, no está mal que disfrute de la vida. —Él levantó una mano para impedirle que hablara y si ella hubiese visto sus ojos, habría encontrado la frustración por su negativa. —No he señalado que se alegre por su partida, solo se ha librado de un marido que no quería, ha tenido más suerte que otras. ¿Puede afirmarlo?

—Es un insensible. —Y ella no lo era, se dijo Elsa respondiendo. Ni su hermana Anna había tenido un acercamiento tan cruel para invitarle a superar lo sucedido, y ella no toleraba a Hans. Pero no podía vivir mientras sentía que le había arrebatado esa posibilidad a él; sus padres habían decidido viajar, y su esposo no había tenido otra opción, tan poco sensata en la noche. —No tengo derecho…

Calló; enfadada y temerosa de haber hablado de más, dándole a entender su papel en la muerte de Hans, lo último que necesitaba con tantos rumores andando. Había caído en la trampa de ese invitado, por ceder a su atrevimiento de mencionar un tema rehuido por todos.

—¿Por qué demonios no!

Ambos se convirtieron en piedra con esa expresión, por diferentes motivos.

Elsa fue la primera en recuperarse, inmediatamente elevando la mirada hacia su interlocutor mientras la voz de un clérigo hacía eco en su mente, en compañía de otra que llevaba años sin escuchar. La incredulidad y la esperanza vibraban en su pecho, dominando cualquier otra reacción a lo que parecía imposible.

—¿Hans? —pronunció despacio, alzando sus temblorosas manos para deshacerse de los anteojos que impedían contemplar el rasgo más destacado de su marido, quien también tenía el nombre de Niels.

Él, sabiéndose lamentablemente descubierto, soltó el aire de su pecho y permitió que ella procediera. Quería permanecer "muerto", la manera que más convenía entre los dos; sin embargo, la falta de beneficio para Elsa le hacía tener remordimiento, una emoción que había aprendido a sentir en los tres años de separación.

El alivio proveniente de ella fue muy inesperado y le enseñó que no solo él había cambiado en ese tiempo. Si bien habían tenido un desacuerdo durante la ignorancia de ella, ahora que sabía de él no había brincado para reclamar, disentir o imprecar en su contra, o insultarle, como otrora. En sus días de convivencia eso había sido repetitivo, aun cuando precisamente una "pelea" los había empujado a casarse —la única diferencia en que la parte física no se había dado de nuevo.

Otra sorpresa para Hans sucedió… Elsa empezó a llorar por él.

Aquel acto de su parte le era sumamente desconocido y tuvo en él un efecto amargo en su interior, que se preguntó si habría sido lo mismo en su convivencia matrimonial. Lo que sí sucedió, como en un fiordo congelado, fue que su mente le hizo tomar una pausa y pensar.

En esta ocasión, escogió reaccionar mejor.

Inquieto, Hans envolvió sus brazos en la menuda complexión de su mujer, quien desahogaba los años de culpa sin sentir un mínimo de rencor por la mentira que él había permitido durante tantos años; todavía tenía presente el inicio de su conversación.

Él suponía que ella estaría contenta con su muerte y había querido corroborarlo, molestándole su padecimiento.

Qué distinto a años atrás, pareciendo satisfecho de perturbarla con su existencia.

¿Se habría impedido conocer su verdadero ser al mantenerse alerta, en un campo de batalla? Lo había responsabilizado constantemente por sus nupcias, sin asumir que ella se había abalanzado sobre él en una fiesta, para golpearle sin recurrir a su magia, y el tonto puritano se había entrometido, advirtiendo las repercusiones que sus acciones traerían para Anna y su familia si no actuaban con propiedad, a pesar de la historia que los rodeaba a ambos.

Elsa lloró aún más, sabiendo que estaban en esa posición mayoritariamente por causa suya; hasta él había preferido fingirse muerto para huir. No les había permitido una oportunidad de ser civilizados.

—Lo siento —sollozó sobre su hombro, ensombrecida de arrepentimiento y desdén hacia sí misma por sus acciones. Su enemistad hacia Hans se había llevado hasta lo que equivalía las últimas consecuencias, matándolo como él lo había intentado con ella hacía una década. —Siento hacerte esto. Te robé tu vida. Soy lo peor. Perdóname.

Hans interrumpió sus sonidos de consuelo para negar, impresionado por la percepción de ella de los hechos, que sin duda la hacían protagonista de todo lo malo. Él también había cometido actos reprobables en las interacciones de ambos.

—No, Elsa, yo lo lamento. No pensé que mi decisión te afectara así. Fue iluso de mi parte —dijo a su oído sin dejar de mover su mano en su espalda a modo de consuelo.

Con cuidado, los digirió hacia un sofá que los acomodara a los dos y esperó a que los quejidos de ella se calmaran. Fueron unos largos minutos, comprensible por los tres años de martirio.

—Vamos a hablar —invitó cuando creyó prudente.

Elsa se secó los ojos hinchados con el pañuelo blanco que él proveyó, toda vez que lo espiaba, pensativa. Hans aguardaba con la mirada en su silueta, sin saberlo haciendo el mismo análisis que ella.

Comparaban sus apariencias. En tanto los años habían incrementado el volumen de él, debido al trabajo físico y la exposición al sol, el de ella se mantenía delgado, con una leve pérdida de carne en el rostro.

—¿Pintas tu pelo? —cuestionó Elsa, sin saber cómo iniciar esa necesaria conversación.

Él encogió los hombros desinteresadamente.

—Solo cuando me acerco a sitios concurridos o donde puedan reconocerme, y haciendo uso de los lentes falsos —respondió tranquilo—. El líquido se lava rápido, evito los escenarios con humedad, agua o lluvia, pero son poco frecuentes.

Elsa cerró los ojos un instante, imaginando la laboriosa tarea que enfrentaba. Por no olvidar el dinero que debería gastar, y no tenía idea de su fuente de ingresos actual… la calidad de su modesto traje azul no hablaba de solvencia.

—¿Qué pasó? —preguntó finalmente, dedicándole una expresión atribulada, recibida por él con un movimiento negativo de cabeza.

Hans se preparó para abrir su ser, porque se lo debía y su quehacer diario le había ayudado a no guardarse. También, dentro de lo que cabía, había aprendido a ser humilde.

—No quiero que te sientas culpable, Elsa. Sí, ni tú ni yo somos inocentes por lo mal que lidiamos con nuestro matrimonio, pero tomé la decisión de acabar con la vida que tenía, pensando que sería lo correcto. Al día siguiente del naufragio, escuché a la gente buscándome y opté por esconderme, después me fui porque quería estar solo. Recogí lo que pude de la playa, había dinero y cosas para vender. Más tarde supe que me habían dado por muerto y me sentí aliviado. Ambos seríamos libres y tendríamos la calma que nos hacía falta. —Suspiró. —Quería paz, estaba harto de que siempre discutiéramos, Elsa. Deseaba parar, pero era orgulloso, no quería perder frente a ti y comenzar una tregua. Aunque yo sacaba lo peor de ti, y lo merecía, no te voy a mentir; en el fondo, sabía que tú no te negarías después de un tiempo, por tu personalidad. Haber muerto se presentó como lo más conveniente para mi orgullo y me adapté; en ningún momento me detuve a pensar que tendría este efecto en ti.

Ella apretó el pañuelo en su regazo, asintiendo. Entendía su razonamiento y le pesaba que no pudieran actuar como adultos maduros en aquel momento; la historia habría sido diferente.

—Perdóname por los días que tuvimos —pidió con suavidad, tentativamente buscando la mano de él descansando en su pierna. Posó sus palmas sobre su dorso, tratando de transmitir la sinceridad de sus sentimientos.

Hans hizo lo mismo que ella, atrapando sus manos entre las suyas. El calor se esparció entre ambos, repleto de desconocimiento. Después de su boda, y hasta el abrazo de minutos antes cubiertos por sus ropas, no se habían tocado piel con piel. En la ceremonia ni se habían detenido a descubrir la sensación de sus cuerpos, cegados con el repudio mutuo.

Donde ella era finura, él era aspereza. Y, no obstante, tenían las medidas adecuadas para acomodarse al otro. Al igual que transmitían la energía que se respiraba en sus altercados verbales.

—Ya lo he hecho, Elsa, o no habría admitido mis propios errores, ni aceptado que había justificación en tu actuar. Intenté matarte y me porté mezquino con tu hermana.

—Yo te maté a ti… —repuso ella temblando y esa vez él sintió un palpitar frío de sus manos—. Pudiste haber muerto de verdad en ese accidente. Perdiste la vida a la que estabas acostumbrado. Alimenté el rencor del que pudo haber sido tu hogar.

—Elsa, dejemos eso atrás. Perdóname por mi parte en el infierno que hemos tenido juntos, en cualquier época. Hoy que se ha dado la oportunidad para verte de nuevo, pido un perdón que nunca creí solicitar y que tarde o temprano iba a pesarme. Considéranos en igualdad de condiciones. No te odio y tú no me odies, despidámonos civilizadamente.

La frialdad de ella se aplacó.

—He pasado años lamentando que murieras que ya no he tenido resentimiento por lo sucedido tras mi coronación. —Sonriendo, Hans apretó las manos de ella. —Pero… ¿Cómo vives? ¿No quieres recuperar lo que es tuyo por nacimiento? ¿Hay algo que te haga falta?

La rubia fue sorprendida con la risa entre dientes de él.

—Deberías decirme que reaparezca para que no te consideren una asesina —manifestó aludiendo a los rumores de esa noche—, no preocuparte por mí. Estoy bien, la casualidad de mi trabajo me hizo estar en estos lares. Vivo en un pueblo no muy lejos de Hannover, crío caballos, algunos de los míos se han utilizado para tranvías. A veces extraño el poder y el dinero, o sería hipócrita negarlo, pero me dedico a algo que amo.

—No necesitas estar muerto para continuar haciéndolo, podemos decir que habías perdido la memoria y la recuperaste. Creo que tenemos la madurez para ser amigos.

Por un segundo, él se ilusionó por ese oculto deseo de que lo quisieran en algún lugar, pero sabía que las intenciones de ella no eran en la dirección que anhelaba.

—Elsa, si el divorcio no es una opción, nos encontraríamos atados. —Ella presionó los labios; esa alternativa —que solo Anna podía otorgar, si lo pedía su hermana— era una tachada por la ojiazul. Si no había querido manchar a su familia con el escándalo de marginación que provocara su boda, no lo haría con uno de mayor escala.

Ella había exclamado que lo mataría antes de acabar así con el nombre de su hermana; si lo había evitado con su matrimonio, tendría que aguantar. Y él también —Elsa no sabría que este no la había asesinado, tras contemplarlo, pero había concluido que no triunfaría y conocería la horca (un riesgo que no pensaba tomar).

—La gente todavía no está preparada para ver con buenos ojos el divorcio; al no haber pruebas de que cometí homicidio, las relaciones del reino no han sufrido en verdad. Es tonto, pero pienso en quienes dependen de nuestros intercambios. —Al ver la renuencia en los ojos de él, mejoró su ofrecimiento. —Puedo darte dinero, si lo extrañas, no tienes que surgir de entre los muertos.

—¿No te gustaría casarte de verdad? —Hans la vio quedarse boquiabierta, y apostó a que ella no lo había considerado. —No rechazaré un acuerdo económico, pero te serviría para tus hijos, si tu moral te permitirá ser bígama.

—No lo necesito —aseveró ella con plena certeza. Su experiencia con el matrimonio había sido pésima y no podría intentarlo otra vez consciente de que estaría dando una oportunidad que no había otorgado en el primero; sería injusto.

Y en primer lugar nunca había pensado seriamente en casarse.

Tragó saliva, encontrando una situación relacionada. Hans no habría mencionado ese tema si no tuviese algo similar.

Él, por su parte, entendía que a ella le vendría bien la viudez, como a muchas otras, sobre todo porque no tendría el remordimiento de disfrutarlo.

—Tú… ¿tienes a alguien? —La pregunta de ella lo sacó de sus cavilaciones.

Negó.

—He dedicado estos años a mi trabajo y a pensar.

—Comprendo.

Soltaron sus manos y ninguno habló por largos minutos, cada uno concentrado en lo ocurrido esa noche, que cambiaba el rumbo de sus vidas. Esa vez, había un cierre más apropiado para su relación y podían irse para vivir como querían, guardando un secreto que sabía al verdadero cese de hostilidades en su guerra.

—¿Puedes enviarme los detalles de tu banco para que me encargue? —solicitó ella cuando él comentó que era hora de partir.

—Claro, gracias.

Ambos se pusieron de pie y Elsa tomó la iniciativa de abrazarlo, llena de buenos deseos.

—Si llegas a necesitarme, escríbeme, ¿sí? O ven a Arendelle.

El pelirrojo aceptó con un murmullo en su sien, mientras su mente descubría un olor que asociar a ella. Frutos del bosque, principalmente cereza, y almendra, que la hacían delicada, un respiro del mundo.

En sus paseos podría pensar en ella, pero lo haría con completa paz.

—Te agradezco lo que has hecho por mí esta noche —susurró Elsa presionando con fuerza sus brazos, guardando para sí la sensación particular de él, como hacía con cada persona que compartía ese gesto que amaba y Olaf manifestaba veladamente por ella. —Pudiste ignorarme, pero me diste tu armonía y equidad.

Hans comprendió hasta donde había madurado y se sintió orgulloso de sí mismo, algo que no se había permitido en mucho tiempo. A partir de ahora podría alcanzar su plenitud.

—Sé feliz, Elsa.

Tras esas palabras, partieron por caminos diferentes.


NA: ¡Saludos!

Un muerto ha revivido y no hablo del protagonista de esta historia ja,ja.

Estoy feliz de compartir un nuevo fic, es un threeshot, pero algo es algo en este lugar tan vacío del Helsa. ¡No quiero que muera! Espero que mi contribución les guste y pueda tener comentarios de gente que siga aquí.

Besos, Karo.