Capítulo 1
El jardín de la Mansión Fey era un lugar animado y alegre durante el día: personas que charlaban y reían mientras paseaban, pájaros que cantaban desde los árboles y el agua del estanque central que fluía sin cesar. Durante la noche, sin embargo, era un lugar tranquilo, ideal para desconectar y serenar los pensamientos.
Maya estaba sentada en un banco de piedra gris. La luna llena que esa noche se alzaba en el cielo iluminaba con claridad cada uno de los caminos de grava que confluían alrededor del estanque tradicional. La brisa fresca mecía las hojas de los arces, bambúes y cerezos que adornaban aquel lugar, proyectando sombras de diferentes formas sobre el suelo y el agua. La mezcla del olor dulce y fresco procedente de las magnolias en los parterres contribuía a la creación de una atmósfera reconfortante y tranquilizadora.
La chica respiró hondo. Mañana era el día; un día para el que llevaba preparándose desde que era muy pequeña. Solo faltaba una última prueba para demostrar que había adquirido las habilidades necesarias para hacerse llamar Maestra de Kurain. Se trataba de la prueba más difícil de superar para cualquiera que aspirara a ese título. Tendría que canalizar el espíritu de diferentes personas, uno tras otro, sin parar a descansar. Normalmente requería horas hasta ser completada, por lo que era imprescindible poseer un gran control del cuerpo y de la mente. Solo alguien con dichas habilidades y un gran poder espiritual sería capaz de terminar exitosamente y alzarse como Maestra.
Maya había dedicado casi toda su vida a desarrollar sus habilidades espirituales, pero solo durante los últimos 9 años había enfocado la mayor parte de su tiempo y atención en ello. Incluso permaneció un par de años en el Reino de Khura'in, de donde procedía el Clan Fey y, por tanto, sus poderes. A pesar de todo el esfuerzo realizado, dudaba si sería capaz de completar con éxito esa última tarea. En el pasado, solo en limitadas ocasiones había conseguido realizar de forma satisfactoria sus canalizaciones. Ahora no habría margen de error: si fallaba, sería prueba de que no estaba lo suficientemente capacitada para ostentar el cargo de Maestra y este se ofrecería a la siguiente sucesora en la línea genealógica. "Tal vez Pearly sea la más adecuada para continuar con la tradición…" pensó. "Su poder espiritual siempre ha sido muy superior al mío…". Apoyó los codos sobre las rodillas y la barbilla reposó sobre las palmas de sus manos. Dejó escapar un largo suspiro mientras observaba las imágenes de luz que proyectaba la luna sobre el agua en movimiento del estanque.
El crujido de una hoja al romperse a sus espaldas la sacó de sus pensamientos. Maya se levantó del banco de piedra con un sobresalto y se volvió para ver qué había provocado ese sonido. Pudo vislumbrar una figura familiar acercándose por el camino y dejó salir toda la tensión que se había acumulado en su cuerpo en cuestión de segundos. Phoenix llegó a su lado en segundos y ambos tomaron asiento.
—Creía que ya estarías durmiendo. Mañana es un día importante y debes descansar —dijo Phoenix en apenas un susurro. Gran parte de las habitaciones de la Mansión tenía grandes ventanales que miraban hacia el jardín. La luz apagada en la mayoría de ellas le indicaba que quienes ocupaban dichas habitaciones dormían en esos momentos.
—Necesitaba tener un momento de tranquilidad para… pensar… y este es el mejor lugar para ello —respondió Maya—. Estos días he pasado demasiado tiempo con otras personas preparándome para el ritual… ¿Y tú? ¿No deberías estar durmiendo también? El viaje hasta aquí debió de ser cansado.
Maya había invitado a sus amigos a estar presentes ese día. Algunos de ellos habían llegado durante la tarde, mientras que el resto estarían allí a la mañana siguiente. No obstante, la presencia que realmente deseaba tener cerca para darle apoyo era la de Phoenix.
El hombre esbozó una sonrisa mientras observaba el movimiento del agua que caía entre las rocas del nivel superior del estanque al inferior, dando lugar a una pequeña cascada:
—Yo también buscaba un momento de tranquilidad. Trucy ha estado nerviosa todo el día y solo quería practicar sus trucos más peligrosos con cualquiera que tuviera al lado, es decir, conmigo. Por suerte, ya se ha dormido.
Maya también sonrió. Trucy siempre había sido muy dulce con ella, mostrándole trucos de cartas y el del Sr. Sombrero; no podía imaginársela queriendo cortar a Nick en diez partes para luego recomponerlo con un chasquido de sus dedos. Ese pensamiento la ayudó a olvidar por unos segundos lo que verdaderamente había estado ocupando su mente durante días.
—Todos tienen unas expectativas muy altas puestas en mí, pero ¿y si no lo logro? Seré una decepción para todos los que confiaron en que algún día lo conseguiría…
Maya bajó la vista hacia sus manos, que descansaban sobre su regazo. Por fin había conseguido pronunciar esas palabras delante de otra persona.
—Quizás esas expectativas se deban a que te han visto en acción y saben que tus habilidades son excepcionales.
Phoenix se inclinó hacia adelante y le agarró una mano con la suya en señal de apoyo. Maya se volvió hacia él y clavó su mirada en esos ojos grises.
—Y si por algún motivo, que dudo, no lo consigues… —continuó Phoenix— para mí seguirás siendo Maya. No voy a pensar que vales menos por no haberlo conseguido… Y te puedo asegurar que cualquiera de los presentes mañana pensará igual —Le acarició el dorso de la mano con el pulgar en un movimiento circular. Una sonrisa apareció en el rostro de Maya, iluminado por la luz plateada de la luna.
—Gracias Nick… —susurró Maya y volvió a bajar la mirada hacia su mano, envuelta en la de Phoenix. Su piel era suave y cálida y aquel contacto le provocaba una sensación agradable que se extendía por su brazo—.
Phoenix dio un tirón suave de su mano para atraerla hacia así y rodear su cuerpo entre sus brazos, apretándola con delicadeza. Su cuerpo ya no era el de una niña. Pero aunque tenía sus curvas seguía siendo delgado, tanto que parecía que si apretaba de más se rompería. No pudo evitar hundir su rostro en el sedoso cabello del color de la tinta, aspirando el aroma que desprendía: una mezcla entre el olor de las magnolias y su ya familiar perfume.
Esa muestra de cariño le produjo a Maya un cosquilleo en el estómago, que pronto recorrería el resto de su cuerpo. Sintió cómo su corazón se aceleraba y comenzaba a latir con más fuerza dentro de su pecho. Era consciente de que sus sentimientos por Phoenix habían cambiado; lo supo desde el momento de su reencuentro en Khura'in. El cariño que le había tenido en el pasado se había transformado en algo más profundo y maduro. La forma en que su cuerpo había reaccionado ante ese contacto tan cercano fue prueba suficiente de ello.
Phoenix habló en un susurro tan bajo que no supo bien si ella lo habría llegado a escuchar:
—Prométeme que vas a confiar en ti tanto como yo lo hago.
Maya se separó del abrazo lo suficiente para poder mirarlo a los ojos mientras asentía levemente con la cabeza. La mirada de Phoenix era intensa, parecía que sus pupilas desprendían un brillo especial... ¿Siempre la había mirado así? Quizás nunca se había fijado… O tal vez era un reflejo de la noche estrellada en sus ojos.
—Lo intentaré… —dijo Maya en el mismo tono de voz. Podía escuchar los latidos de su propio corazón desbocado resonando en sus oídos cada segundo que pasaba vislumbrando aquel rostro. La luz proyectada por la luna resaltaba sus facciones, haciendo que deseara tocarlo para comprobar si era real. Alzó una mano temblorosa y se la colocó sobre la mejilla. Su piel estaba fresca debido a la brisa nocturna que seguía removiéndose a su alrededor… ¿Por qué acababa de hacer eso? Sin embargo, el tacto era tan agradable…
Los ojos de Phoenix se abrieron un poco en señal de sorpresa al recibir aquel gesto. Le inspeccionó el rostro con la misma intensidad que ella estaba haciendo con el suyo. Inclinó su cabeza hacia adelante, cubriendo la corta distancia que separaba sus rostros, y le rozó los labios con los suyos. Fue un beso corto, apenas una pequeña caricia.
Una sorpresa para Maya, que sintió cómo se quedaba sin aliento. Deseó que el contacto entre sus bocas se hubiera prolongado más. Así que esta vez fue su turno de buscar sus labios. Cerró los ojos, disfrutando de la suavidad y calidez que ofrecían.
Phoenix le rodeó el cuerpo con los brazos y la pego más al suyo. Una de sus manos recorrió la espalda de ella hasta llegar a su nuca y enredó los dedos en el oscuro cabello, mientras que la otra descansaba en su cintura.
Maya le echó los brazos alrededor del cuello y le acarició la parte posterior de la cabeza, sorprendiéndose por lo sedoso que era su pelo.
El tiempo pareció haberse detenido a su alrededor; los sonidos de la naturaleza, el olor de las flores y la luz de los astros pasaron a un segundo plano, dejando que todos sus sentidos se concentraran ahora en las sensaciones que emergían de ellos por la presencia del otro.
Las suaves caricias en sus bocas dieron paso a un beso más profundo. Maya entreabrió sus labios, permitiendo que la lengua de Phoenix entrara en su boca. Dejó escapar un gemido cuando sintió su lengua rozar la de él y le permitió enredarse y jugar con ella.
Cuando ambos se quedaron sin aliento y se separaron para coger aire, las mejillas de Maya ardían. Escudriñó el rostro de Phoenix, que también estaba teñido con un ligero rubor. Durante unos instantes, ninguno pronunció palabra alguna. Lo único que se escuchó fueron sus respiraciones entrecortadas. Sus miradas fueron suficiente para decirse el uno al otro lo mucho que habían deseado que llegara ese momento.
El aumento de temperatura en el ambiente que los rodeaba era palpable y Maya se acercó a la boca de Phoenix en busca de más. No obstante, este le besó la comisura de sus labios y continuó hacia arriba dejando un rastro de besos en su mejilla, consciente de que sería muy difícil parar si continuaban avanzando en esa dirección.
—Ya está bien por hoy, Maya. Es hora de descansar y mañana… ya continuaremos mañana —una sonrisa traviesa apareció en su rostro. La chica dejó escapar un gruñido que mostraba su descontento con la decisión de Nick.
Tras unos segundos, ambos soltaron una pequeña carcajada que habían estado tratando de reprimir ante la respuesta de Maya. Se levantaron del banco de piedra y caminaron de vuelta a sus habitaciones cogidos de la mano, rodeados de promesas que estaban aún por pronunciar.
La luna parecía brillar con más fuerza conforme iban dejando atrás el estanque, como si se alegrara de haber sido testigo del paso que aquellas dos personas acababan de dar y que, sin ser conscientes todavía, cambiaría sus vidas.
