Nota: La historia transcurre en Nueva York.

Capítulo 2

Cuando Emily entró en el bar, vio a sus amigas sentadas en la mesa del fondo, cada una con su bebida. Pidió una cerveza antes de dirigirse hacia allí.

-Siento llegar tarde, chicas, pero tenía que terminar un trabajo antes de irme porque Randall se fue antes y…

-¿Pero tú llegas puntual a algún sitio, Em? -preguntó JJ bebiendo de su cerveza. Fue en ese momento cuando Emily se fijó realmente en ella.

-¡Oh Dios Mío JJ! ¿Pero qué te has hecho?

-¿A que está guapa? Se lo he hecho yo -respondió una orgullosa Penélope pasando una mano por la melena de su amiga.

Su amiga llevaba ahora su bonita y larga melena rubia teñida con mechas californianas de color azul. Tenía que reconocer que estaba guapa (a JJ todo le quedaba bien), pero se veía rara.

-Estás muy bien, pero sabes que eso lleva su mantenimiento, y si te cansas luego estropeas más el pelo…-sus amigas la miraron aburridas -. ¿Te ha visto Will?

-No, pero le he dicho lo que iba a hacer, y estoy segura que le gustará.

-Pues ya verás como no…-murmuró Emily.

-Y tú, mi querida amiga, deberías pasarte también por la peluquería, haría maravillas con esa melena tuya. Empezando por quitarte ése flequillo que llevas -Penélope acercó una mano a la frente de Emily y ésta se la apartó de un manotazo.

-¡Quita! Estoy encantada con mi melena y con mi flequillo, gracias. No necesito consejo de mi amiga la estilista.

-Emily, las tres sabemos que solamente llevas el flequillo para molestar a tu madre, no porque te guste -contestó JJ mientras le hacía un gesto al camarero para que se acercara.

-Sí me gusta. Y si quisiera molestar a mi madre me vestiría y peinaría como a los dieciséis. ¿Podemos cambiar de tema por favor?

-Qué aburrida… -murmuró Penélope divertida.

-¡Oye! Tu hermana es una maestra de la pastelería ¡en serio! El otro día me llevé una tarta de chocolate, pues la mitad se la comió Will, y porque la guardé, que si no…

-Si, creo que por fin ha encontrado su lugar…-Emily sonrió con cariño.

-¿Y qué me decís de los cupcakes? Podría comerme una docena -Penélope se relamió.

Las chicas estuvieron un rato más hablando y bebiendo, hasta que JJ informó que era hora de irse.

-Hey chicas, ¿salimos el Sábado? -Penélope preguntó mientras salían del local.

-Por mí perfecto -JJ estuvo de acuerdo .

-Ok. ¿Os parece que invite a Elle, una compañera del trabajo? Acaba de dejarlo con su novio y está un poco triste, y me gustaría animarla. Os caerá bien.

-Claro que si Em, sin problemas. Nos vemos el Sábado donde siempre. Os quiero -JJ les lanzó un beso y las tres se separaron.


Erin cerró la puerta de la pastelería y bajó la reja. Comprobó que todo estaba bien cerrado, y se alejó por la acera. Vivía relativamente cerca, y normalmente iba andando, pero hoy le apetecía cenar comida tailandesa y su restaurante favorito estaba a dos paradas en metro. Podría pedirla a domicilio, pero solía pasarse el día encerrada en su local, así que prefirió tomar un poco el aire.

Cuando salió a la superficie, una ráfaga de aire frío la despeinó, y se apretó el abrigo un poco más sobre su pecho. Era casi finales de Octubre, y aunque a estas alturas normalmente ya hacía bastante frío, este año el otoño era bastante suave, alargando un poco más el verano.

Mientras esperaba a que le prepararan su pedido, revisó su teléfono. Tenía una llamada perdida de su madre, pero no tenía ganas de hablar con ella. Elizabeth Prentiss era incapaz de dar un halago a sus hijas, todo eran reproches velados, y Erin había tenido un gran día como para que su madre se lo estropeara.

Pero seguía esperando la comida, y no estaba su hermana cerca para reprocharla por nada…así que se metió en su galería de fotos y buscó una de sus favoritas, una en la que sonreía a la cámara mientras Mark la abrazaba por detrás también sonriendo. Parecía tan feliz…pero Erin sabía que era todo mentira, que si echaba la vista atrás, en sus dieciocho años de matrimonio muy pocas veces había sido feliz.

Sintió cómo la tristeza se instalaba en su pecho, y le impedía respirar, así que salió de la galería y guardó el teléfono. No quería terminar el día como casi todos, cuando había sido un gran día. Justo en ese momento, la llamaron para recoger su pedido.


Emily entró en casa, suspirando. Había sido un día largo, pero las cervezas con sus amigas lo habían mejorado, aunque no se sentía como siempre. Tal vez tendría que hacerle caso a su madre y sentar la cabeza de una vez.

Erin había terminado de cenar cuando Emily se sentó a su lado. Cogió un cartón vacío y miró indignada a su hermana.

-¿No me has dejado nada?

-Te he escrito un mensaje antes de salir de la pastelería para decirte lo que iba a hacer, y no recibí respuesta. Ahora no te quejes -respondió Erin cambiando de canal.

-Tienes suerte que no tengo hambre -Emily tiró de nuevo el cartón en la mesa.

Se acurrucó contra Erin, y las dos miraron la película durante un rato en silencio. De repente, Emily se acordó de algo.

-Er, ¿qué te parece si tuviéramos un gatito? -preguntó Emily poniendo ojitos.

-Pues muy mala idea. No vamos a tener un gato.

-¿Por qué no? Por favor Erin, no molestará. Negrito es un amor -Emily sacó el móvil y le enseñó una foto.

-Muy bonito. Pero no -Erin siguió mirando la televisión.

-Y yo que creí que tenías corazón…

-Y lo tengo. Por eso estás aquí -su hermana sonrió.

-No es justo. ¿Y tú querías a Bolita? -pinchó Emily.

-Todavía echo de menos a Bolita…-susurró Erin.

-Bolita era tonto, Erin.

-¡No lo era! -se defendió ella.

Las dos hermanas miraron a la vez una foto enmarcada encima de la estantería, de dos niñas de doce y ocho años con un gato persa blanco peludo (su madre tenía una igual encima de la chimenea). Bolita fue un regalo de su padre cuando Erin cumplió dos años, y una noche de invierno, algún empleado de la embajada dejó la puerta abierta del servicio y el gato se escapó. Lo encontraron al día siguiente atropellado frente a la casa. Las niñas habían llorado todo el día.

-Tienes razón, no lo era. Pero podemos darle un hogar a Negrito, él te lo agradecerá.

Erin pareció pensarlo. La verdad es que le gustaban los gatos, y el que le enseñó Emily era bonito, y a veces se sentía tan sola…

-No lo sé, lo pensaré. Pero no te prometo nada.

-Ay, eres la mejor hermana del mundo ¿sabes? -Emily se abalanzó sobre ella y la abrazó-. Te quiero.

-Y yo, Em.

-Bueno, me voy a la cama. Buenas noches.

Justo cuando se levantaba, Emily recibió un mensaje de JJ.

"A Will le ha encantado mi cambio de look, y hemos follado como sino hubiera un mañana. Métete un zapato en la boca"

Emily soltó una carcajada, y se apoyó en el sofá, mientras volvía a leer el mensaje de JJ.

-¿De qué te ríes así? -le preguntó su hermana.

-De nada, que tengo unas amigas un poco locas.

-Acorde con tu personalidad -se burló Erin.

-¿Quieres que te las preste? Creo que necesitas un poco de alegría en tu vida, hermanita.

-No, gracias. Estoy muy bien así.

-Si tú lo dices…

-¿No te ibas a dormir?

-Si, buenas noches Erin.

Emily se encerró en su habitación, y aunque Erin miraba una película, ya no podía concentrarse. Su humor había cambiado cuando miró la foto en el móvil, y luego Emily le recordó a su mascota de la infancia, a la que adoraba. Y para terminar, le había dicho indirectamente que tenía una vida aburrida, que ella era aburrida. Erin lo sabía, pero no había tenido una vida fácil (aunque no era excusa), y escucharlo de la persona que más quería le dolía más de lo que imaginaba.

Continuará…