Capítulo 19

A ninguna de las dos les apetecía esa reunión, pero en la llamada de Navidad, se habían comprometido con su padre a que se verían al menos una vez en las dos semanas que el hombre pasaría en el país, así que estaban de camino a la cafetería que él había escogido.

Emily notó que desde hacía varios días, su hermana estaba un poco rara, aunque no había conseguido sacarle qué es lo que le pasaba más allá de que estaba cansada y tenía mucho trabajo. La morena sabía que había algo más que eso, pero presionar a Erin nunca funcionaba, porque se encerraba más en sí misma y entonces sí que era imposible sacarle cualquier tipo de información. Sabía por experiencia, que lo mejor era esperar a que ella estuviera preparada para hablar.

Sin embargo, eso no significaba que no estuviera preocupada por ella. Erin suspiró con frustración mientras salían de la estación de metro.

-Deja de mirarme así, Emily -espetó.

-¿Así cómo? Si no estoy…-mintió. Su hermana se paró de repente frente a ella, haciendo que casi chocara contra ella.

-Como si me fuera a romper de un momento a otro. Déjame gestionar lo que siento, o lo que no, a mi manera. Porque no todos somos como tú ¿sabes? Que puedes cambiar de hombre cada noche sin importarte nada -Emily la miró con las cejas levantadas de asombro, pero incapaz de decir nada-. Y ahora vámonos o llegaremos tarde.

Erin comenzó a caminar de nuevo, y cuando Emily salió de su estupor, echó a correr para alcanzarla. Sabía que lo que fuera que le pasara a su hermana, tenía que ver con Aaron. Esperaba que no hubiera hecho o dicho algo que pudiera disgustarla, hacían buena pareja.

-Siento lo de antes, Em, en realidad no pienso lo que te he dicho -se disculpó Erin cuando ya tenían a la vista la entrada del hotel en el que habían quedado con su padre.

Ahora fue ella la que frenó en seco a su hermana.

-Lo sé Er. Sabes que puedes contarme lo que quieras ¿verdad? -asintió-. Pero esta vez no vas a hacerlo ¿no? -abrazó fuerte a su hermana cuando sólo sonrió-. Anda vamos, no hagamos esperar más al señor Prentiss.

Entraron en el hotel agarradas del brazo, y preguntaron en recepción por la cafetería. En cuanto entraron, y a pesar de que llevaban sin verlo cerca de doce años, enseguida reconocieron a su padre. Se pusieron rígidas al instante, soltándose del brazo, él se levantó en cuanto las vio, y con una mirada entre las dos hermanas, se dirigieron hacia él.

-Aquí están, mis dos grandes pequeñas -cogió de la cara a Emily, que era la que más cerca estaba, y le plantó dos grandes y sonoros besos en las mejillas. Repitió el gesto con su otra hija-. Pero sentaos, no os quedéis ahí de pie.

Se sentaron frente a él, juntando las sillas, como cuando eran niñas y necesitaban sentirse cerca en momentos incómodos. Casi inmediatamente, una camarera se acercó y les dio una carta. Pidieron rápidamente y luego su padre se centró en sus hijas.

-Bueno, contadme, ¿qué tal os va la vida? Quiero saberlo todo -el hombre cogió una mano de cada una de sus hijas.

-Pues…bien, todo bien -Erin sonrió con timidez.

-Pero concreta un poco más -Edwin soltó una sonora carcajada-. Sé que hace mucho que no nos vemos, pero siempre estáis en mi pensamiento. ¿Cómo está tu marido, Hank, verdad?

En ese momento, les sirvieron la comida, y la interrupción sirvió para que Erin respirara hondo y se recuperara. Aún así, fue Emily la que respondió por ella.

-Se llamaba Mark, y se divorciaron hace un año. Te lo conté el año pasado en una de tus llamadas -contestó intentando controlar la ira. ¿De verdad pensaba en ellas que no era capaz de recordar ese simple dato?

-¿En serio? No lo recuerdo -dijo su padre mientras comía con avidez-. ¿Y eso? Diferencias irreconciliables, supongo.

-Algo así -respondió Erin en voz baja.

-Bueno hija, no te preocupes, eres joven y guapa, estoy seguro que pronto encontrarás a alguien. ¿O ya tienes a alguien más por ahí? -Erin negó con la cabeza-. ¿Y tú Em, qué me cuentas?

-Nada nuevo. Sigo en la tienda de mascotas, y mi profesor del curso de escritura dice que tengo talento.

-Oh vaya, una hija mía escritora. Eso me gustaría mucho. Eres muy lista, Emily, puedes llegar muy lejos -le palmeó la mano con cariño.

-Bueno, no sé si llegaré a tanto -respondió mientras se sonrojaba. Era la primera vez, que recordara, que su padre le dedicaba palabras de orgullo.

-No seas modesta, hija, estoy seguro que si alguien que antes escribía libros te dice que tienes talento, es porque es verdad. ¿Y cómo vas de amores? -el cambio en la conversación desconcertó a la morena.

-Oh, pues…estoy conociendo a alguien. Llevamos poco tiempo, pero nos va muy bien -contestó tímidamente.

-Muy bien hija, me alegro por ti. Espero que todo te vaya bien con este chico, porque yo quiero nietos -soltó una carcajada mientras sus hijas sonreían con incomodidad y se miraban entre ellas.

-No sé yo…-dijo Emily en voz tan baja que sólo la escuchó Erin.

-¿Y cómo está Elizabeth?

-¿Por qué quieres saberlo? -preguntó la rubia con desconfianza.

-Simplemente por curiosidad. A pesar de todo, siempre le he deseado lo mejor -respondió su padre mientras se terminaba el café.

-Respóndenos una pregunta, padre. Ya somos adultas y podemos soportar y gestionar la respuesta -él asintió y Emily se inclinó hacia delante en la mesa-. ¿Cuál fue el motivo real de que os divorciarais? ¿Por qué te fuiste sin mirar atrás?

El hombre respiró hondo varias veces, mientras fijaba la mirada en un punto por encima del hombro de Erin. Las hermanas esperaban pacientemente. Finalmente, su padre volvió a mirarlas, pasando la mirada de una a otra.

-Llevo treinta años esperando esa pregunta. Vuestra madre y yo teníamos puntos de vista diferentes respecto a muchas cosas, entre ellas, vosotras dos. Para empezar, y no quiero que os sintáis mal por lo que os voy a decir, Elizabeth al principio no quería hijos. Cuando nació Erin, creí que había cambiado de opinión, puesto que los primeros seis meses casi los pasó pegados a ti -miró a la rubia sonriendo-. Luego volvió a ser la misma de antes, sólo preocupada por el trabajo. Me costó casi un año convencerla de tener otro hijo, y Emily llegó cuatro años después -sonrió ampliamente mirando a su hija.

"Sin embargo, habíamos empezado a viajar ya por medio mundo, sino era por mi trabajo era por el de ella, y a Elizabeth se le ocurrió que lo mejor para vosotras era dejaros en un internado aquí en Nueva York. Por supuesto que me negué. Erais nuestras hijas, y dónde fuéramos nosotros, vosotras vendríais detrás. Pero llegó un momento en que no pude más, entre eso y otras cosas, lo mejor que pude hacer fue marcharme"

El silencio se instaló en la mesa, mientras las dos hermanas procesaban lo que acababan de escuchar. Ya no sólo el hecho de que su madre nunca quiso tenerlas, sino también que su padre prefirió marcharse a seguir luchando por ellas contra su madre.

-Pues deberías saber que al final no estuvimos en un internado, pero apenas la veíamos. Crecimos rodeadas de niñeras y tutores hasta el instituto. Luego volvimos a instalarnos aquí -respondió Emily recostándose en la silla.

-Lo siento mucho, chicas. Sé que no he sido un buen padre, y que lo que diga ahora no compensará los años perdidos, pero os aseguro que lo hice también por vuestro bien. Era lo mejor para todos.

-¿Desaparecer sin más era lo mejor? ¿Pero nos estás tomando el pelo? ¿Abandonar a tus hijas pequeñas con una mujer que no las quería, y que según se ha encargado de decirnos a lo largo de los años, sólo la molestábamos, era lo mejor para todos? -poco a poco Erin fue subiendo la voz, hasta terminar gritando.

-Erin, lo siento de verdad. No he querido decir eso, sólo…

-No importa lo que hayas querido decir, nos has dejado claro que tanto para ti como para Elizabeth, éramos una molestia -su padre abrió la boca para rebatirla, pero ella levantó una mano para frenarlo-. Si de verdad nos quisieras, o te hubiéramos importado, no te hubieras ido. O nos habrías llevado contigo, o hubieras mantenido el contacto y no te hubieras ido al otro lado del océano -Erin lo soltó tan rápido que terminó sin respiración.

Edwin bajó la cabeza avergonzado, sabiendo que sus hijas tenían toda la razón para estar enfadadas. Una vez que se divorció de su madre, huyó sin mirar atrás y sin preocuparse apenas de las niñas. Por supuesto que las quería, eran sangre de su sangre, pero igual que para Elizabeth, su trabajo era muy importante, y una vez que se mudó a Alemania, le fue prácticamente imposible mantener el contacto con ellas, así que rehízo su vida dejándolas a ellas en un segundo plano.

-Tenéis razón en todo lo que habéis dicho, y no tengo justificación, pero me gustaría que pudiéramos retomar el contacto. Aunque entendería que dijerais que no…

Las dos se miraron de reojo, pero ninguna dijo nada. Su padre esperaba expectante.

-Tenemos mucho que pensar. Antes de que te vayas, volveremos a hablar -Erin se levantó y Emily la imitó.

-No, esperad un momento -Edwin se levantó con ellas-. Sé que no lo merezco, y que no tengo ningún derecho a pediros esto, pero me gustaría que conocierais a mi familia. Han venido conmigo, y me gustaría que estuviéramos todos juntos al menos una vez -las miró esperanzado.

-¡Cómo te atreves a…! -empezó Emily. Erin la cogió del brazo para callarla.

-Diez minutos. Te damos diez minutos, no más -respondió la rubia con seriedad.

-Perfecto -cogió el teléfono, y al mismo tiempo que hablaba, les hizo un gesto de que volvía enseguida.

-¿Qué demonios, Erin? ¿Por qué tenemos que quedarnos después de lo que nos ha dicho? -Emily susurraba enfadada después de sentarse de nuevo.

-Porque…precisamente por lo que nos ha contado, puede que no volvamos a verlo, porque sinceramente, ahora mismo es lo último que me apetece. Sin embargo, también por eso, se merece estos minutos ¿de acuerdo? -contestó su hermana en el mismo tono.

-Está bien…pero eres demasiado buena, que lo sepas -soltó enfurruñada mientras se cruzaba de brazos.

Unos instantes después, se levantaron cuando vieron entrar a su padre de nuevo. Lo seguían una mujer alta, delgada y muy rubia. Una joven muy parecía a ella y un chico escuálido iban a su lado.

-Chicas, ésta es Astrid, mi esposa. Y estos son Greta y Johan…-carraspeó nervioso-. Vuestros hermanos.

Se saludaron con incomodidad, y mientras se sentaban, Emily se sintió totalmente fuera de lugar. La mujer de su padre, sus hijos y Erin, que se parecía a su padre, eran todos rubios de ojos azules; sin embargo, ella había salido a su madre, morena y de ojos marrones. Si no fuera porque Erin y ella se parecían, incluso tenían algunos gestos iguales (se fijó en que sus hermanos también), nadie diría que eran hermanas.

Después de una breve conversación, en la que parecía que todos estaban deseando terminar, Erin y Emily se despidieron. Prometieron llamar antes de que se fueran, pero nada más. Su padre asintió en comprensión.

Cuando salieron de nuevo a la calle, Emily soltó un sonoro suspiro.

-¿Qué hemos hecho mal para que nos haya pasado esto, Er?

-Hemos nacido en la familia equivocada…

-Sí que hay una cosa buena -su hermana la miró interrogante-. Nosotras Erin, estamos juntas y eso es lo único que importa -sonrió ampliamente.

-Estoy de acuerdo contigo Em -Erin la cogió del brazo al tiempo que entraban en la estación de metro.

Había sido una mañana rara, en la que ninguna de las dos había puesto demasiadas expectativas, pero en la que tampoco esperaban descubrir que en realidad, ninguno de sus padres las habían querido (cosa por otra parte que ya sospechaban desde hacía mucho tiempo). Habían crecido sin el amor de sus padres, pero al menos, se tenían la una a la otra.

Continuará…