Capítulo 21

Eran casi las cuatro de la mañana cuando Erin decidió levantarse. Le quedaba todavía otra hora para dormir, pero llevaba varios días que apenas dormía tres o cuatro horas. Quitó la alarma del reloj para evitar que sonara y despertara a Emily.

Negrito dormía plácidamente en su cama en el salón, pero levantó la cabeza, siempre vigilante, en cuanto ella salió de su cuarto. Volvió a acostarse en cuanto la vio dirigirse a la cocina.

Hizo café, comió un puñado de cereales directamente de la caja y luego se tomó el café bien cargado sentada en la isla de la cocina (pensó que a su madre probablemente le daría un ataque si la viera así, y ese pensamiento la hizo sonreír brevemente). Todos sus movimientos eran en piloto automático, y se sentía así desde hacía varios días.

Era como si hiciera lo que hiciera, no consiguiera ser feliz. A lo mejor era culpa suya, que boicoteaba cualquier intento de felicidad que tuviera.

Creía que con Aaron podría ser diferente, pero ya veía que no. No la había llamado desde la cena en su casa, pero tampoco lo culpaba, puesto que había sido tan fría con él al final de la noche, que ella misma habría huido también.

Tenía miedo de sus propios pensamientos, porque solía pensar que no era suficiente para nadie y que no volvería a ser feliz nunca. Mark se había encargado de destruir la poca autoestima que alguna vez había tenido, haciéndola creer que no valía nada.

Solía decirle que si algún día no estaban juntos, ella se quedaría sola para siempre, porque sólo valía para cocinar, limpiar y poco más. Era más un mueble bonito que otra cosa. Ni siquiera en el sexo era realmente buena, por eso se veía obligado a buscar fuera lo que no encontraba en casa.

No siempre había sido así, aunque se habían casado jóvenes, Mark era dulce y cariñoso con ella y se había preocupado de que estuviera siempre bien. Erin pudo decir que fue cuando comenzó a trabajar y tener algo de éxito en el trabajo, cuando empezó a cambiar.

Lo peor de todo, es que fuera de casa era un marido cariñoso y amoroso, la trataba como a una reina, y sin embargo en casa, era frío y cruel, como si jamás hubiera estado enamorado de ella. Era un maltrato psicológico continuo los últimos años.

De poco servían las palabras de Emily o Alex, intentando hacerle ver que no era cierto, que valía mucho más de lo que ella era incapaz de ver, porque se veía a sí misma como alguien que jamás haría feliz a nadie y que no valía la pena ni siquiera conocer.

Durante ese año, el tiempo que había pasado desde su divorcio, se había dado cuenta de todo el daño que tenía en su corazón debido a su ex marido, y que iba a pasar mucho tiempo hasta que se encontrara mínimamente bien, primero con ella misma y después, con alguien más. Afortunadamente, había visto que sola no iba a conseguir nada, y ver al doctor Walker la estaba ayudando mucho.

Saltó de la encimera y se limpió las lágrimas, que nuevamente habían inundado sus ojos. En las últimas semanas, había vuelto a llorar demasiado.

Miró el reloj y pensó que podía irse ya a la pastelería. Era bastante temprano, pero podría adelantar algunas cosas.

Lavó rápidamente la taza, se puso el abrigo y los guantes, se despidió de Negrito y se marchó.


Era Viernes y había habido mucha gente durante la mañana, pero a las tres de la tarde, tenía cita con el doctor Walker. Tara le dijo que no se preocupara, que ella se ocuparía de todo. Tenía que plantearse seriamente contratar a otra persona, puesto que el negocio iba muy bien, y así podría darle más tiempo libre a Tara. La chica nunca se quejaba, amaba su trabajo tanto como ella, pero empezaba a pensar que las dos pasaban más tiempo en la pastelería que en sus propias casas.

Cuando salió de la consulta del doctor Walker, se sintió más ligera, más liviana. Le pasaba todas las veces, aunque no le duraba mucho. Allí descargaba todo lo que sentía, lo que la atormentaba, y después, él le hacía preguntas y la hacía hablar más.

Para empezar, se estaba centrando en su infancia, en sus padres (creía que era una leyenda urbana que los psicólogos empezaran la terapia con un paciente hablando de su infancia, pero ya veía que no), y no dudó ni un segundo en responder a su primera pregunta sobre eso: "¿fuiste una niña feliz?". Un rotundo NO salió de sus labios, tanto que vio la expresión de sorpresa en el rostro del médico, y no por la respuesta, sino por la velocidad y contundencia con la que respondió.

Hasta ahora, y a pesar de la infancia de mierda que había tenido, Erin no había culpado del todo a sus padres por su desastrosa vida (al igual que tampoco habían tenido nada que ver con todos sus logros). Sin embargo, las conversaciones con el psicólogo le estaban haciendo ver que eran más culpables de lo que creía.

Y eso sumado a haberse enterado que su madre no había querido tenerla ni a ella ni a su hermana, pues cada día su alma estaba un poco más rota.

Intentaba no pensar demasiado en eso cuando entró de nuevo en la pastelería. Apenas había tres mesas, faltaba una hora para cerrar y Tara estaba reponiendo los vasos cuando la vio. Dejó la tarea y salió a su encuentro. Erin la miró con desconfianza cuando se acercó a ella.

-Aaron está en la trastienda. Ha llegado hace un rato, y me ha dicho que no se iba a ir hasta que hablara contigo -le dijo la chica cortándole el paso.

Erin suspiró mientras cerraba los ojos con cansancio. Asintió y siguió avanzando.

-No te ha visto todavía, puedo decirle que has llamado y que al final te has ido directamente a casa -intentó Tara. No sabía qué había ocurrido, pero no le gustaba que su jefa estuviera tan fuera de sí de nuevo.

-No, está bien Tara, gracias. Sigue reponiendo -le dio una sonrisa triste y se dirigió a la trastienda.

Observó a Aaron en la distancia. Había ocupado su mesa, esparciendo papeles aquí y allá y parecía totalmente concentrado en lo que estaba leyendo. Le gustó verlo así: relajado pero concentrado en su trabajo, y se preguntó si tal vez en algún momento, podrían compartir más momentos así, juntos en la intimidad.

Carraspeó para hacer notar su presencia y avanzó unos pasos. Él levantó la cabeza para mirarla y sonrió.

-Espero que no te importe que te haya ocupado la mesa, pero mientras esperaba, decidí trabajar un poco.

-No te preocupes -se sentó frente a él.

-También te he robado un rollo de canela de esos de ahí -señaló una bandeja-. Tenían muy buena pinta, y yo algo de hambre -sonrió de medio lado.

Erin sonrió también, pero apartó la mirada. Se había dado cuenta de lo que la turbaba Aaron cuando sonreía así.

-Tara me ha dicho que habías salido, pero creo que necesitamos hablar. Y he salido pronto del trabajo, no tenía prisa, así que decidí que iba a esperarte hasta que llegaras.

-Eso se llama encerrona…-esta vez fue ella la que sonrió de medio lado.

-Tal vez, pero…-se encogió de hombros en un gesto divertido.

-Yo…tenía cosas que hacer y se me ha hecho un poco tarde.

-No importa. Estás aquí y vamos a hablar ahora ¿vale? -movió su silla y la colocó frente a la de Erin. Frenó el impulso de cogerle la mano, no quería estropear nada antes de empezar.

Ella se movió incómoda y lo miró de reojo. Luego asintió despacio. También creía que necesitaban hablar, aunque no sabía por donde empezar.

-He estado pensando mucho en la última vez que nos vimos -comenzó él-. Y por muchas vueltas que le doy, no entiendo la razón por la cual cambiaste tu actitud de repente.

-Lo siento -Erin se sonrojó profundamente-. Es que…-suspiró y lo miró a los ojos-. Aaron, me he dado cuenta que estoy más rota de lo que pensaba. Quiero estar contigo, de verdad que sí, porque haces que todo mi cuerpo tiemble cuando me miras; y siento dentro de mí una paz inexplicable, como si el resto del mundo no existiera y sólo fuéramos tú y yo; pero tengo tanto miedo, que me bloqueo y yo misma me boicoteo para que no salga bien. Me ha pasado siempre en otros aspectos de mi vida, y ahora también en este…

La miró serio mientras analizaba sus palabras, estiró la mano y le colocó un mechón detrás de la oreja. Luego acarició lentamente su mejilla, la barbilla, la nariz, los labios y finalmente, se inclinó y la besó. Despacio, muy lentamente, disfrutando cada segundo de ese beso como si fuera el primero. Al separarse, juntó su frente con la suya.

-Erin, déjame ayudarte a estar bien. No tengo ninguna prisa, podemos tardar seis meses o tres años en tener una relación normal, pero quiero estar contigo. Porque yo también siento que el mundo se detiene cuando estamos juntos, y que mi corazón puede explotar cuando sonríes, por eso no me importa esperar, porque quiero estar contigo.

-¿Y si te cansas de esperar? -murmuró.

-Nunca -posó un breve beso en sus labios-. Cuando quieres a alguien de verdad, no te importa esperar, y vas hasta el final con todas las consecuencias.

Consiguió sacarle una leve sonrisa, que él devolvió.

-¿Por qué no me llamaste estos días? -preguntó al cabo de un momento.

-Estuve a punto de hacerlo en más de una ocasión, es más, tuve el teléfono en la mano para hacerlo. Sin embargo, no estaba seguro de que quisieras hablar conmigo.

-Lo hubiera hecho, Aaron -confesó en voz baja.

-De todas formas…también podías haberme llamado tú ¿no? -bromeó él.

-No pensé que quisieras hablar conmigo. Yo…caí en la cuenta que antes habías estado con Emily y mi mente empezó a pensar y… -bajó la cabeza avergonzada.

-Oh Erin -puso un dedo en la barbilla y levantó su cabeza despacio, hasta que sus miradas volvieron a cruzarse-. Apenas fueron dos semanas, y estoy seguro que lo nuestro tampoco hubiera llegado a ninguna parte. Sin embargo, llamaste mi atención en cuanto te vi. ¿Tienes celos de tu hermana?

-No, no es eso. Es que Emily es tan…-se encogió de hombros sin encontrar las palabras adecuadas-. A veces quisiera ser como ella.

-Cada uno es como es, Erin. Y eso tampoco es malo. Estoy seguro que Emily también quisiera a veces ser como tú, o tener "ese algo" que tienes tú y ella no.

-Lo dudo mucho…

-Tienes que quererte más tú también, porque vales mucho, Erin.

Un golpe en la puerta los sacó de la conversación.

-Siento molestar. Sólo quería informar que ya está todo recogido y que me voy ya. Buenas noches -Tara cogió su abrigo del perchero y se marchó.

No se habían dado cuenta de lo tarde que era ya, así que Aaron comenzó a recoger sus papeles para marcharse ellos también. Mientras tanto, Erin aprovechó para dejar ordenado un poco el obrador para el día siguiente.

-¿Me dejas acompañarte a casa? -preguntó Aaron cuando salían por la puerta.

-Claro.

Fueron andando despacio, hablando de cosas sin demasiada importancia. Cuando llegaron al edificio de Erin, se quedaron parados frente a la puerta.

-¿Quieres venir mañana a cenar a casa? Podemos seguir hablando, vemos una película o lo que sea -dijo Aaron, de pronto nervioso.

-Me encantaría, sí.

-Perfecto. Ya te mando la dirección entonces..

Y esta vez, impulsada tal vez por esa sonrisa que le removía todo por dentro, Erin se puso de puntillas y lo besó.

Continuará…