Capítulo 2: El palacio de Ichigo
No pasa mucho tiempo hasta que decide desistir. No tiene la fuerza suficiente para quitarse a este hombre de encima, ni tiene un arma para quitarse la vida allí mismo. De lejos ve la ciudad de Yokohama desapareciendo en la distancia. Nubes oscuras se levantan sobre el puerto y no puede más que imaginar qué ha pasado y si este individuo que la secuestró tendrá algo que ver.
Lo mira desde abajo, postrada en el lomo de su caballo. Tiene la piel blanca, gélida como la nieve. Sus ojos ocultos tras gafas impenetrablemente oscuras. Su cabello apenas puede verlo, hecho de plata, similar al pelaje de su caballo. No ha dicho una sola palabra desde que la tomó en un solo brazo y se alejó de la ciudad. Ella en cambio tiene una mordaza en la boca, gritar por auxilio no le sirvió de nada.
Cabalgan por horas, tan lejos que ella no sabe en donde está parada cuando él decide dejarla caer del lomo de su caballo. La deja tirada en el suelo y toma suavemente las riendas de su caballo para guiarlo hasta un pequeño lago para refrescarse.
La muchacha lo ve de reojo, inquieta por la manera evidente en que decide ignorarla. Sin pensárselo demasiado se echa a correr mientras se arranca la venda de la boca y se detiene al sentir el aire y el sonido del acero viajando junto a su rostro. Una espada se clava en el árbol más próximo y ella ve hebras de su propio cabello flotando el aire por un instante antes de voltearse.
El hombre que la secuestró la mira, parado a pocos metros. Es tan alto que la obliga a levantar el mentón para observar su rostro. A pesar de tener sus ojos escondidos detrás de las gafas oscuras, está segura que su mirada es severa. Sus labios están suspendidos en una línea recta y un escalofrío le recorre el espinazo ahora que ya no sonríe.
—Estoy cansado —le confiesa mientras da sus primeros pasos hacia ella, dejándola completamente congelada—. No me hagas tener que buscarte —dice mientras saca la katana del tronco de aquel árbol como si estuviera embutida en mantequilla.
—¿Qué quieres de mí? No voy a decirte nada, así que no pierdas más el tiempo —dice ella con el corazón latiendo con fuerza bajo su pecho. Como si hiciera una reverencia ante él, deja su cabeza a disposición de aquel hombre y cierra los ojos con fuerza—. ¡Mátame!
Satoru arquea una ceja al verla postrándose, suplicándole que sea su verdugo. Se posiciona frente a ella y al escuchar sus pasos ella abre los ojos para ver los pies de él plantándose delante suyo. Su cuerpo tiembla involuntariamente y en silencio acepta su destino, vuelve a cerrar los ojos, con los párpados bien apretados.
No puede dejar de temblar a pesar de que los segundos corren, hasta que finalmente, intrigada por el tiempo que le está tomando terminar con su vida, abre los ojos.
Él está agachado frente a ella, sonriéndole con su katana en la palma de su mano. Su tranquilidad ejerce en ella un terror abrumador.
—Te daré un tiempo para que entres en razón.
—¿Qué?
—¿Por qué los proteges?
—Porque… N-No te diré nada… —contesta reincorporándose.
Él se pone de pie y ella levanta el mentón siguiendo el rumbo de su rostro.
—No vas a escapar de mí, eres mi única pista. Tampoco voy a matarte, ni a torturarte. Sólo porque estás dispuesto a dar tu vida por ellos. ¿Cómo te llamas?
—Ka… —Está a punto de decir "Kasumi", pero se detiene—. Kai.
—¿Kai?
Ella duda un instante, no sabe quién es esta persona ni para qué busca a sus hermanos con tal convicción. Asiente luego de decidir no revelarle su verdadero nombre.
—Kai, no voy a hacerles daño si es que eso te preocupa. Te prometo que estarán a salvo conmigo. Estamos del mismo lado.
Él tiene una sonrisa ancha y agradable. Pero ella ha conocido a demasiados mentirosos como para dejarse llevar por un rostro simpático. Mantiene la boca cerrada y desvía la mirada. Si su propia tía estuvo dispuesta a venderlos, con quién sabe qué propósito, ¿de qué será capaz este extraño? Probablemente sólo busque embaucarla, convencerla de revelar el sitio al que han ido los niños para luego traicionarla. Pero, ¿por qué querría alguien así a los niños?
—¿Qué quieres hacer con ellos? —pregunta suavemente, mezquinando cada palabra.
—Alguien importante para mí me pidió que los protegiera.
Ella abre los ojos de par en par. Quisiera saber si existiera alguna manera de determinar cuánta verdad hay en sus palabras, pero no encuentra ninguna.
Satoru se gira hacia el lago y camina para luego sentarse contra el tronco de un nogal. Deja salir un sentido suspiro y se cruza de brazos.
Ella, del otro lado, intuye que escapar en este momento no tendría ningún sentido. No después de ver la forma en la que le lanzó su katana, casi perdonándole la vida. Tímidamente da sus primeros pasos y termina sentada a un poco más de un metro de distancia de él. Lo observa por el rabillo del ojo quitándose el sombrero, dejando a la vista su cabello desordenado.
—¿Quiénes… quiénes eran? —Satoru alza ambas cejas—. Los que fueron a buscarlos. ¿Venían contigo?
Él niega.
—Eran soldados del nuevo emperador.
—¿Y para qué los querían?
—Es muy tarde para responder preguntas, Kai-chan. Pagué una cama en la que no podré dormir esta noche y necesitamos descansar un poco para salir a primera hora de la mañana. Duerme. Mañana veremos si contestaré tus preguntas o no.
Incrédula por la forma en la que se da su propio cautiverio, el llamado Kai permanece quieto mientras su captor se reclina contra el tronco del árbol en el que se apoya y se cruza de brazos. No puede saber si tiene los ojos verdaderamente cerrados o si está probándola. Ante la duda se queda quieta, esperando cualquier indicio.
El caballo que los llevó hasta allí bebe del lago tranquilamente, luego levanta la cabeza estirando el cuello y la mira a través de sus ojos oscuros.
Sobre su cabeza, el cielo se llena de nubes grises, tan espesas que no le permiten ver las estrellas y poco a poco cubren la luna casi por completo. En medio de la noche lo único que sus oídos pueden escuchar son los cantos de pequeños insectos nocturnos y el suave movimiento de las hojas de los árboles tocándose entre ellas.
Tal vez haya pasado una hora desde que le pidió que se durmiera, tal vez un poco más. No puede estar segura, por lo que al intentar moverse de su sitio lo hace con sus ojos clavados en él. Con extremo cuidado logra levantarse sin hace demasiado ruido y cuando finalmente está de pie puede sentir su corazón a punto de salirse de su pecho. El pecho de él se mueve tranquilamente, casi podría apostar que está completamente dormido.
Este es su momento.
Ella da un paso hacia atrás y espera una reacción, por muy mínima que fuere. Y al ver que él no modifica el ritmo suave de sus respiraciones ella da un segundo paso, luego un tercero y un cuarto. Sus pasos son lentos y precavidos. Cuando está a diez pies de distancia se da media vuelta y se echa a correr como si su vida dependiera de ello. Corre con fuerza ignorando el dolor de sus rodillas, olvidando los moretones que tiene en la espalda. Se desliza entre el bosque oscuro empujando ramas que le pellizcan la piel, apenas pudiendo vislumbrar su próximo paso. Corre hasta que no tiene aliento, hasta que no puede sentir sus propias piernas.
Le tiemblan las piernas, le duele el abdomen de hambre, tiene sed y siente que va a desmayarse por la falta de aire. Pero sigue corriendo. Corre hasta dejar atrás el lago y hasta sentir un par de gotas cayendo sobre su nariz.
Corre hasta que escucha un sonido en particular que le congela la sangre. Las piernas se le entumecen en ese mismo momento. Aún rodeada de bosque puede sentirlo en su interior, está tan cerca que se recrimina no haberse dado cuenta antes.
Traga saliva y escucha su canto, un tarareo suave como el de una madre a su hijo recién nacido. Pero, a pesar de la comparación, no le transmite ninguna calma. Es profundamente aterrador.
En este momento siente miedo incluso de respirar demasiado fuerte, como si temiera que será víctima de lo que la está observando si moviera un músculo. Al cabo de unos segundos tortuosos de escuchar su tarareo, logra verla. La ve apenas por el rabillo del ojo. Es la figura de una mujer vestida en un kimono tradicional, con el cabello cubierto por una fina tela. Su rostro es pálido con un tono verdoso, como el moho. No tiene ojos, sólo dos cuencas secas donde deberían estar. Tiene la boca arrugada y larga y las manos son dos garras oscuras que se acarician entre sí como si estuvieran saboreando algo delicioso.
Ella presiente que será la comida de este espectro, de esta maldición.
La inmensidad de su poder la doblega, la mano derecha le tiembla cuando intenta tomar su espada de madera y termina desistiendo cuando la aparición se arroja sobre ella echando un grito siniestro. Como un ratón, se arroja a sí misma y se arrastra por el suelo tratando de salvar su vida. Ya no le queda opción más que ignorar el dolor, el hambre y el agotamiento. Vuelve a echarse a correr sabiendo perfectamente bien que un golpe de su katana no servirá de nada.
Sin poder ver más allá de su nariz, termina con el pie enredado en una raíz protuberante y cae de frente al suelo. Se da vuelta tan rápido como puede y al girarse su rostro está ahí. Justo frente a ella. Los huecos vacíos en su rostro la miran directamente y ella siente como si un abismo estuviera a punto de tragársela. Una lengua obtusa y torcida sale de su boca abierta, obligándole a fruncir el rostro por su hedor fétido. Acaricia su pálida mejilla con la punta de su lengua y su sabor parece haberle agradado, ya que infla su cuerpo sobre ella como un manto negro. Kasumi cierra los ojos esperando una muerte rápida pero un chillido le lastima los oídos.
Al abrir los ojos lo primero que ve es la punta de una espada apuntándole a la frente, atraviesa el rostro deforme y fétido de la maldición y ésta se esfuma en el aire pocos segundos después de gritar en agonía.
Cuando la maldición se desvanece deja detrás al portador de la espada. Es su captor, parado sobre ella. Él vuelve a envainar su espada tranquilamente y le ofrece su mano para ayudarla a levantarse.
—Parecía ser Agubanba… —comenta en un tono pensativo—. Suele acechar niñas que están por volverse mujeres —Kasumi se sonroja al escuchar sus palabras—. Tal vez también come niños, quién sabe… No hay que buscarles demasiada explicación a las maldiciones. Por cierto, ¿pudiste verla?
—S-Sí… —contesta aún con las mejillas sonrojadas.
—Qué bien, no muchos podemos verlas. Es una habilidad útil si estás en un lugar así.
Incómoda por lo casual que suena su conversación hace un esfuerzo por no verle el rostro de frente y se gira, evitándole la mirada.
—¿No vas a… castigarme?
—¿Por escapar? Estaba esperando que lo hicieras. Quizás ahora te habrás dado cuenta que no soy lo más peligroso de este bosque. Pero, por si acaso… —dice y levanta su mano izquierda.
Kasumi ve en la muñeca de él una soga atada, sigue la cuerda con la mirada hasta encontrar otra amarrada en propia mano.
—¿C-cuándo?
—Tendrás que dormir conmigo, muchacho. Ah… yo que esperaba dormir cómodo hoy.
La cuerda no es demasiado larga, los largos pasos de aquel hombre la llevan arrastrando hasta el tronco de otro árbol y ella mira hacia todas direcciones preguntándose qué tan peligroso podrá ser dormir allí. Él se sienta en el suelo y ella se lo queda viendo. Jamás ha dormido con un hombre, salvo sus hermanos menores. Repentinamente él levanta la mano y jala de ella hasta que cae entre sus piernas.
Con el rostro ruborizado lo mira, su piel suave y su sonrisa parecen sacadas de una leyenda. Jamás ha visto en su vida un rostro más bonito que el de él y le avergüenza tener este tipo de pensamientos en este momento.
—No será una noche cómoda para ninguno de los dos —le dice en un tono suave que hace el corazón de Kasumi latir con fuerza. Ella aprieta los labios y desvía la mirada, se voltea lista para dormir tendida en el suelo, a sus pies, como un perro. Pero él le toca el hombro y la obliga a verlo por encima de su hombro—. Ven, no soy un sádico.
Ella se incorpora, entiende perfectamente lo que le ha insinuado y aunque quisiera no seguir al pie de la letra sus indicaciones, termina cediendo. Apoya su espalda contra la firmeza del pecho de aquel hombre y termina moviéndose mecida por sus respiraciones.
—Por cierto, mi nombre es Gojo… Gojo Satoru.
Kasumi está tan cansada que apenas logra escuchar lo que acaba de decirle. Agotada por un día trágico, siguiendo el vaivén del pecho que la acoge con su calor, cierra los ojos y se queda profundamente dormida. Quizás también se ha dormido tan rápido porque de alguna forma sabe que este hombre tan poderoso no corre peligro ni encontrándose dormido.
Cuando abre los ojos nuevamente está tirada en el suelo, le chorrea saliva por la comisura del labio y tiene la vista borrosa. Apenas puede ver dos pies junto a las cuatro patas del caballo y repentinamente, como de un golpe, le vuelven todos los recuerdos de la noche anterior.
Tenía la ligera esperanza de abrir los ojos para descubrir que todo había sido un sueño terrorífico, producto de los golpes que su tía le había dado en la cabeza. Se levanta de un salto y Satoru se voltea con una sonrisa.
—Buenos días, no quise despertarte. Babeabas tanto que supuse que seguías cansado. Sírvete algo antes de salir. Nos espera un viaje interesante.
Kasumi sigue el distintivo aroma de la leña. Sobre ella Satoru dejó un pescado empalado cocinado. Las brasas aún se ven tibias y ella, a pesar del ligero rechazo que aún siente por su captor no puede controlar sus impulsos y gatea hasta la comida. Toma la rama que ha usado para empalar al animal y da su primer mordisco. El estómago le gruñe y ella parece estar a punto de llorar. Tenía tanta hambre, pero no sólo por no haber comido la noche anterior.
—Estás muy delgado —comenta Satoru—. No puedes proteger a nadie con brazos tan escuálidos.
Kasumi no contesta, aunque no puede evitar pensar que tiene razón.
—¿Cuántos años tienes? ¿Catorce?
Ella levanta la mirada, mastica lentamente y luego traga.
—Diecisiete.
—¡¿Diecisiete?! Vaya… Te ves muy pequeño para tu edad —comenta mientras arregla la montura de su caballo—. Se nota que comes muy mal.
Ella no puede negar lo segundo. Pero está casi segura de que él no se ha dado cuenta que en realidad es una mujer. Tampoco hace esfuerzo alguno por rectificarlo, siempre ha sido más seguro para ella pretender que es un hombre. Lo único que lamenta es que no ha tenido tiempo de quitarse la faja que lleva puesta y está comenzando a lastimarle el pecho.
—¿A dónde planeas llevarme?
—¿Vas a decirme dónde están los niños?
—Eso jamás.
—Lo supuse, entonces vamos a ir a ver una vieja amiga.
Ella quiere preguntarle acerca de esta amiga, dónde se encuentra y en qué podrá ayudarlo. Pero teme qué clase de respuesta tenga para darle. Come hasta saciarse y se limpia la comisura de la boca con las mangas de su kimono. Luego toma agua con un poco de desesperación mientras Satoru la espera junto a su caballo. Al verla terminar arroja un poco de tierra sobre las brasas y ella camina cuidadosamente hasta que él la toma como a un niño y la sube sobre el lomo de su caballo.
El pelaje de su caballo es suave y brillante, se nota que su alimentación es diferente a la de los que ha visto en Yokohama. Lo que le hace pensar que Gojo probablemente pertenezca a una familia adinerada. Su ropa es de buena calidad, sus sandalias son de cuero y la montura de su caballo es de las más trabajadas que ha visto.
Cuando Satoru agita las riendas de su caballo, Kasumi aún acaricia con la yema de sus dedos el cuero repujado. El movimiento del caballo la hace moverse hacia atrás hasta sentir el pecho de Satoru. Los músculos de su menuda espalda se tensan y rápidamente se acomoda, hundiendo sus manos en una de las curvas de la montura del caballo para mantener la distancia.
—Se llama Oguri. ¿Te gusta?
—Es muy dócil… Se nota que cuidas muy bien de él.
—Se comporta así porque le caes bien.
Ella no puede evitar que en su rostro se refleje una suave sonrisa al escucharlo, aunque no tarda mucho en desaparecer. El recuerdo de sus hermanos le deja sin palabras por gran parte del trayecto que afortunadamente resulta tranquilo. Suspira mientras recuerda los eventos del día anterior y no puede dar crédito de lo que ha pasado y lo mucho que cambió su vida en menos de veinticuatro horas. Las nubes negras de humo sobre la ciudad se le vienen a la mente y una pregunta que hizo la noche anterior vuelve a salir de su boca.
—¿Quiénes eran los que atacaron el puerto anoche? —pregunta interrumpiendo el silencioso trayecto adornado por el golpe de los cascos de Oguri contra el sendero—. Anoche dijiste que estabas muy cansado para contestar… dijiste que eran los hombres del nuevo emperador… ¿Qué querían?
—No estoy seguro. El Clan Zenin tomó el palacio tras la muerte de Taishō-sama.
A Kasumi le llama la atención la forma tan familiar con la que se refiere al antiguo Emperador, pero no lo cuestiona al respecto. Hay cosas más importantes que desea escuchar ahora.
—Estoy seguro que ha revocado algunos edictos, sobre todo en cuanto a samuráis y chamanes. Van a tomar todo lo que puedan, por eso es importante que encontremos a los niños antes que ellos. ¿Entiendes a qué me refiero?
—Son niños normales, comunes y corrientes… No son chamanes.
—¿Y tú? ¿Tú qué relación tienes con ellos?
—Yo… soy… amiga de la familia. Son huérfanos.
—¿Igual que tú? —Ella asiente—. Ya veo… Bueno, Kai-chan… confía en mí. Ya te lo dije, no voy a hacerles ningún daño.
—¿Y cómo sé que no los buscas con otro propósito extraño? Como una recompensa o algo por el estilo.
—Qué astuto, supongo que tendré que esperar a que te des cuenta por ti mismo qué clase de persona soy.
—¿Y qué clase de persona eres?
—Excepcional.
Ella bufa al escucharlo y él se ríe detrás de ella.
El sol cae frente a ellos y Kasumi escucha a Gojo suspirar junto a su oreja, lo mira por el rabillo del ojo y nota una expresión casi infantil. Tiene los labios fruncidos y las cejas curvadas en una expresión triste. Pero, al subir una colina su rostro se ilumina.
Del otro lado de la colina encuentra una pequeña fortaleza de piedra y madera. Su perímetro está cercado por un muro de casi tres metros de alto. Ubicado a orillas de una montaña aún más grande. Satoru ve a lo lejos una mina, pero no hay obreros a su alrededor.
—Qué bien, no tenía muchos deseos de dormir a la intemperie otra vez. ¿Qué dices? ¿Vamos a pedir asilo?
—¿Crees que acepten darle morada a un par de viajeros?
—No a un par de viajeros, a un par de chamanes.
Kasumi frunce el entrecejo, no entiende qué quiere decir y más se extraña aún cuando nota que Satoru no guía a su caballo hacia las puertas del pequeño castillo. Sino hacia la entrada de la mina. Levanta el mentón al escuchar un estruendo en la lejanía, el firmamento está casi completamente lleno de nubes oscuras. El más claro anuncio de la más próxima tormenta. Y a pesar de que quiere hacerle más preguntas, permanece en silencio esperando ver con sus propios ojos lo que planea hacer. Tiene la seguridad de que Gojo no planea dormir en esa mina, por lo que a medida que se acercan a ella se extraña más y más.
Al llegar a la entrada que se abre como una boca de tres metros de alto, Satoru se inclina hacia su interior. Parece un abismo, oscuro y húmedo.
—¿Hola? —dice él levantando la voz y el sonido se repite una y otra vez hasta desvanecerse en su interior.
Él sonríe, aparentemente satisfecho por no recibir una respuesta. Ella lo mira atentamente volver a Oguri y sacar algo que trae oculto en un bolso de tela. Kasumi abre de par en par los ojos al verlo sacar de allí un frasco con una cinta de papel sellando su tapa. No puede leer desde su posición todas las palabras grabadas allí pero rápidamente se da cuenta que es una especie de talismán. Un sello que mantiene atrapada una criatura en su interior. Satoru vuelve sobre sus pasos y pone el frasco frente a las narices de Kasumi, mostrándole la maldición que tiene atrapada.
—Un viejo amigo me enseñó cómo atrapar maldiciones cuando era joven —le comenta antes de girarse hacia la boca de la mina y quitar el sello.
—¿Vas a liberarla? —le pregunta al borde de tartamudear.
Él sonríe ampliamente permitiéndole apreciar las blancas perlas de sus dientes. Luego de quitar el sello toma la pequeña criatura entre sus dedos y la arroja dentro de la mina.
—No tardará mucho —comenta él con Kasumi a su lado boquiabierta. Se da media vuelta y regresa a subirse al lomo de su caballo.
—Pero, ¿por qué hiciste eso? ¡Eres un chamán! Tu trabajo es exorcizar maldiciones, no liberarlas.
Sobre Oguri, Satoru escucha la voz de Kasumi y se le hace de lo más inocente.
—Confía en mí, nada malo va a suceder.
Él vuelve a extenderle la mano, como el día anterior cuando la salvó de Agubanba. Todo alrededor de Satoru parece demasiado extraño como para confiar plenamente en él, sin embargo, una fuerza en su interior la lleva a tomar su mano. Él la levanta como si se tratase de una pluma y la sube nuevamente junto a él. Ella no sabe si se ha vuelto presa fácil de sus encantos, o si ha caído en la irrefutable conclusión de que no tiene otra salida.
—Las minas están plagadas de energía maldita —le dice Satoru arriando suavemente las riendas de su caballo, ahora con rumbo al castillo—. Hay muchas muertes por derrumbes, otros mueren sofocados por la falta de aire. Hay hombres a quienes la oscuridad perpetua termina volviéndolos locos. Si una maldición entra en su interior para alimentarse de la energía que ha quedado anclada ahí adentro, crecerá en cuestión de horas.
—Espera, ¿le diste energía a la maldición para que pudiera crecer? ¿Estás demente? —pregunta Kasumi consternada, mirándolo por encima del hombro.
—Exactamente, pero ahora quiero que hagas silencio y me dejes trabajar. Tu mismo lo dijiste, ¿recuerdas? Los chamanes eliminan maldiciones… por un módico precio.
Kasumi casi no puede disimular su incomodidad. Al final, Satoru no es para nada un hombre confiable. Pero sabe que no puede pronunciar una sola palabra de esto, y que con mayor razón debe encontrar el modo de escapar de él lo antes posible.
El muro del castillo está hecho de piedras talladas. La puerta delantera es de dos hojas de madera tan altas como sus muros. Es la fortificación más grande que los ojos de Kasumi han visto en su vida y se queda boquiabierta mientras admira los detalles de su arquitectura.
—¿Hola? ¿Alguien puede recibirnos? —grita Satoru a su lado dejándola perpleja. Si había una manera acorde a presentarse a un señor feudal, esta no era ella.
Sus modos, a pesar de que logran avergonzarla, son eficaces. La puerta se abre, pero no por completo. Un caballero sale de allí junto con un par de guardias y un hombre de contextura pequeña que camina detrás de sus pasos. Kasumi pasa sus ojos por la cintura de todos ellos, cada uno porta una espada y los guardias tienen la mano firmemente puesta sobre la empuñadura. Instintivamente Kasumi da un paso hacia atrás, casi ocultándose detrás de Satoru.
—¿A qué han venido? En esta casa no alojamos pordioseros.
—Somos hechiceros —responde Satoru con una gran sonrisa—. Mi nombre es Kentaro Masamichi y él es Kai… sólo Kai. Notamos una presencia maligna dentro de la mina que está detrás del castillo y queríamos ofrecer nuestros servicios para exorcizarla. A cambio sólo pediremos refugio y comida para esta noche. Se avecina una tormenta.
—¿Una maldición? ¿De qué patrañas estás hablando? ¿Acaso quieres vernos las caras?
Satoru levanta ambas cejas, apenas sorprendido por la reacción.
—¿Patrañas? Bueno, si tienen alguna ventana podrá verla, no estamos mintiendo —dice e indica con el dedo pulgar la dirección de la mina.
En ese momento, el hombre que permanecía detrás del general da un paso al costado y hacia adelante para verlos cara a cara. Exhibe su sonrisa con sorna y suficiencia.
—Yo soy el chamán del señor Tsune —anuncia levantando el mentón—. Y desde hace veinte años me he encargado de mantener a raya a las maldiciones que se acercan a su castillo. Si hay una maldición en la mina… no necesitamos de sus servicios.
—Quizás sea muy fuerte para un viejo tan débil como tu —redobla Satoru y Kasumi lo mira boquiabierta, incrédula ante su falta de cortesía—. Iré con ustedes, no quiero que se hagan daño.
El chamán a servicio del señor feudal se ríe incrédulo por sus palabras.
—Este mocoso no es más que un charlatán —dice el chamán—. Traigan los caballos —ordena, mirándolo con desprecio.
Un par de guardias aparecen por la puerta maciza de la entrada con dos caballos cada uno y sin prestarle mucha atención a Satoru y Kasumi, que ahora son Kentaro y Kai, siguen tranquilamente el sendero hasta la mina llevando consigo un par de antorchas. Detrás de ellos van los otros dos chamanes que han sido llamados charlatanes. Kasumi tiene el entrecejo fruncido y suspira con el corazón estremecido bajo el pecho. Repentinamente siente la respiración de Gojo rozar su oreja y lo mira por el rabillo del ojo.
—Tranquilo, no permitiré que les pase nada. Pero deja que me divierta un poco, después de todo han insultado nuestro honor… —le susurra suavemente y luego vuelve a enderezarse.
Kasumi aprieta los labios, el corazón le late con fuerza. No sabe si es porque teme por la vida de aquellos hombres que han ido en busca de la maldición, o si es por otra razón.
El sendero hacia la mina no es demasiado largo. No les toma más de una hora llegar hasta la entrada. El sol ya ha desaparecido por completo y lo único que los mantiene iluminados son las antorchas que sostienen los soldados del señor feudal.
Al bajar de su caballo, el chamán del castillo siente sus manos temblar ligeramente. La energía maldita que se ha acumulado en la mina es demasiado grande para controlarla, lo cual no tiene sentido ya que él se ha encargado diariamente de purificar su energía.
—N-no… no puede ser… Yo mismo me he encargado de colocar los talismanes para que esto no pasara… Es imposible.
—¿Qué dices? —brama el general y le da un empujón que lo deja dentro de la mina. Satoru se baja rápidamente del caballo al verlo—. Tú eres el encargado de lidiar con las maldiciones, haz tu maldito trabajo.
Él sabe que tanto su vida como su honor están en juego, pero al tomar la empuñadura de su espada se pregunta si será suficiente, si este simple artefacto embebido en su energía maldita podrá contra la monstruosidad que se encuentra ahí dentro. Es tan poderoso que le hiela la sangre y le eriza los cabellos, incluso siente sus músculos estremecerse y la cabeza le da vueltas como si hubiera bebido dos botellas de sake.
—¿Por qué te detienes? ¡Hazlo!
El chamán se voltea por un segundo a ver a quien le da órdenes, pero una vibración lo deja completamente congelado. El estruendo de un primer paso resuena contra las paredes de la mina, pequeñas piedras caen de las paredes como llovizna. Sus pasos son lentos y escandalosos, uno detrás el otro cada vez más fuertes.
Las bocas de los soldados se desencajan cuando lo ven asomándose. Uno de ellos deja cae una antorcha al suelo y cae de bruces. Palabras tartamudeadas se escuchan sobre el gruñido demencial de la maldición que emerge con apetito voraz.
Kasumi abre los ojos, boquiabierta. La maldición es tan grande que al salir de la cueva estira el cuello, debe medir al menos tres metros y medio de alto y es tan largo que sólo pueden ver sus dos patas delanteras. Ella nunca ha visto una criatura tan inmensa y al parecer tampoco los demás presentes. Todos excepto Satoru.
Si hubiera una descripción adecuada sobre lo que es un demonio, probablemente esta sería. De sus patas se desprenden tres largas garras del tamaño de sus espadas, su cuerpo escamoso es de un color púrpura oscuro y su cabeza tiene la forma de un martillo con dos cuernos saliendo de su corona. Sus ojos son oscuros con un destello dorado dentro de ellos. Y allí parado, salivando, parece el guardián de la puerta del infierno.
Sin decir una palabra, Satoru golpea da dos palmadas en la espalda de Oguri y el caballo sale disparado, apenas dándole tiempo a Kasumi para tomar las riendas.
Ella observa desde lejos hasta que Oguri se detiene a una distancia prudencial mientras ella se pregunta si ha hecho esto para ponerla a salvo. Sin embargo, no puede evitar preocuparse por lo que pasará con el resto.
La maldición abre la boca dejando sus colmillos resplandecer a la luz de la llama de las antorchas y, cuando el primer soldado corre en dirección al castillo gritando a todo pulmón, la lengua oscura de la maldición lo envuelve por el pecho como si fuese un sapo atrapando una mosca.
El soldado siente sus pies dejando el suelo y cierra los ojos, pero los abre al caer de cara contra el suelo. Se gira rápidamente para ver al chamán de cabello gris interponiéndose entre él y la maldición, cortándole la lengua.
La criatura grita de dolor y se retuerce, con tanta ira que hace a todos los soldados correr por sus vidas. Las garras de la maldición hacen un surco sobre la tierra cuando se prepara para embestirlos y el único allí con las piernas completamente inmóviles es el chamán del señor feudal. Pero Gojo lo toma bajo su brazo en el último instante, alejándolo del peligro.
—Oh no… —suelta Satoru al ver como la bestia continúa corriendo con un solo objetivo en mente y no le queda más opción que desenvainar su katana tal y como lo hizo la noche anterior— ¡Quédate quieto Kai!
Kasumi ve el monstruo acometer contra ella y luego las palabras de Satoru. Por alguna razón toma las riendas de Oguri y antes de apretar los pies para obligar al animal a andar, cierra los ojos y permanece completamente quieta.
La noche recobra su calma natural, no se escuchan ni los cantos de los grillos, ni la brisa moviendo las copas de los árboles. Ningún grito se escucha en los alrededores, ni el arremeter intenso de la maldición.
Cuando Kasumi abre los ojos la criatura está completamente petrificada frente a ella, templando ligeramente con una espada clavada en su cuello. Apenas tarda un par de segundos en desvanecerse al igual que la maldición que la atacó la noche anterior. El siguiente sonido que escucha es el del acero al golpearse contra el suelo, cuando la maldición desaparece por completo.
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Aun no puede creer que el plan improvisado de Satoru haya funcionado, ni que ahora esté en el salón principal del castillo a los pies de la montaña. Con el señor feudal Ichigo Tsune junto a ella, con Satoru del otro lado comiendo cuanto plato le venga en gana.
Todavia es difícil para ella disfrutar de la comida que tiene a su disposición, tal vez sea por haberse encontrado cara a cara con la muerte una vez más, o porque han despedido al chamán que solía trabajar para este castillo por su culpa, quizás también porque no está completamente de acuerdo con los métodos que Satoru ha empleado. Hace un esfuerzo de sonreír cuando las cortesanas del señor feudal aparecen trayendo consigo más comida de la que jamás ha visto en ningún lugar. Repentinamente se pregunta si sus hermanos habrán comido algo en estos días, o si estarán a salvo. ¿Recordarán el camino a la aldea del maestro Kusakabe?
Toda esa incertidumbre la deja con un agudo dolor en el estómago. Traba saliva cuando una de las cortesanas le acaricia el hombro y desliza sus dedos a través de su cuello, halagando su osadía.
—Hay algo que no entiendo, mis hombres jamás habían visto una maldición antes. ¿Por qué pudieron ver esta?
Kasumi lo mira apenada. El hombre tiene unos cincuenta años, pero tiene pocas canas. En lugar de cuello tiene una papada cubierta de barba y apenas puede cerrar su kimono negro. Desde su posición ella puede ver sus pectorales hinchados de grasa. Tiene granos de arroz repartidos en el rostro que sus cortesanas ignoran por completo.
Ella había creído que los hombres adinerados eran más refinados que los marineros del puerto, pero no encuentra demasiadas diferencias. También le incomoda la cantidad exagerada de comida que tiene a sus pies. Con esto podría alimentar a su familia por al menos tres semanas.
—Eso se debe, mi estimado Ichigo, a que estuvieron a punto de morir. Qué bueno que pasábamos por aquí, sino esto habría sido una masacre.
Las palabras de Gojo le causan tanta vergüenza a Kasumi que no le deja más opción que voltearse. Del otro lado de la mesa cuatro cortesanas bailan ignorando la forma en la que sus atavíos se caen por sus hombros. Una quinta mujer está detrás de ellos tocando un instrumento musical de cuatro cuerdas.
—Eso es porque soy un hombre muy afortunado, los dioses me han dado su favor —dice y se rie y al mismo tiempo todas las cortesanas lo acompañan.
A Kasumi no le hace demasiada gracia y bebe de su sake para disimular su incomodidad. Más incómoda se siente aún al ver a Satoru dejándose tocar tan casualmente por dos mujeres que parecen sumamente entusiasmadas con él. Le han abierto el kimono y desde donde está sentada puede ver sus firmes pectorales, muy diferentes a los del señor feudal.
Se ruboriza cuando una le da un beso en la mejilla y se ríe suavemente. Le deja los labios marcados junto a la oreja y al verla, la que tiene sentada a su derecha hace lo mismo. Satoru se ríe y come como si no le molestara en lo más mínimo. De hecho, ella siente que le gusta. A Satoru le encanta la atención.
—Relájate Kai —le dice Satoru—. ¿Acaso una mujer nunca ha sido atenta contigo? —Kasumi se ruboriza y termina negando tímidamente—. Entonces aprovecha, tenemos un viaje largo por delante y debemos aprovechar los pocos momentos de diversión que tengamos.
Las cortesanas que tiene a su lado no son tan efusivas como las que están sobre Satoru. Probablemente porque ella está tiesa como un ladrillo. Lo único que le importa en este momento es llenarse la barriga y marcharse a dormir. Darse un baño le suena un poco ambicioso.
Ichigo parece darse cuenta, la mira de reojo constantemente y le llena la copa más de una vez. Cuando termina de comer le pide a la mujer que toca el instrumento que toque su canción favorita y las cortesanas invitan a Satoru a levantarse.
—¿Por qué no le muestran sus aposentos al señor Kentaro? —les dice con una sonrisa—. Ustedes también —dice a las que están junto a Kasumi.
Ellas asienten sonrientes, se ríen suavemente ocultando sus labios con las manos y el grupo sale del salón. Luego se voltea y mira a la última muchacha que se levanta con su instrumento y le rinde una reverencia a su señor antes de salir.
Kasumi ve a Satoru retirándose con las mujeres, toma a dos bajo sus brazos y desaparece por el marco de la puerta. Son pocos los segundos en los que los corredores del castillo se ven adornados por sus voces entusiastas hasta que finalmente desaparecen. Kasumi suspira.
—No te agradan mucho las atenciones femeninas, ¿cierto?
Kasumi abre la boca intentando encontrar una excusa, pero tartamudea una respuesta antes de poder ordenar sus pensamientos. La pregunta del señor feudal la deja inquieta.
—N-no quería faltarle el respeto, señor. Por favor discúlpeme, ha sido un viaje muy largo y estoy un poco… cansado. Sólo tengo fuerzas para comer.
—Tu maestro no parece cansado en absoluto.
—¿Mi maestro? Oh, sí… bueno él… es alguien excepcional —responde recordando la forma en la que él mismo se describió—. Le agradezco mucho sus atenciones y ruego disculpe mi falta de cortesía —dice Kasumi antes de postrarse ante él.
Ichigo acaricia su hombro y ella levanta la cabeza, mirándolo con atención. Él tiene una gran sonrisa pintada en el rostro, entre los trozos de comida que han quedado olvidados sobre su barba.
—Tranquilo —le dice suavemente—. Come, estás delgado. Se nota que has pasado por mucho. ¿Tu maestro te cuida bien?
Kasumi no sabe bien qué debería contestar. Si dice la verdad, que él la ha secuestrado, Satoru quizás sea capaz de liberar otra maldición para obligarla a irse con él. Ella no puede poner en riesgo la vida de más personas, sobre todo la vida de alguien tan generoso como este señor.
—Él siempre me protege —responde, encontrando una manera de replicar con honestidad.
—Yo podría protegerte mejor. Tienes manos duras y callosas, de alguien que ha trabajado mucho, pero tienes la mirada inocente de quien no ha vivido absolutamente nada. Tienes los brazos delgados y la espalda pequeña. Tu ropa es vieja, tus sandalias están gastadas.
Ella lo ve sorprendida, él aún tiene una mano sobre su hombro.
—Acabo de perder al chamán de mi confianza, ¿por qué no te quedas conmigo? Tendrás un lugar seguro donde dormir a cambio de realizar el mismo trabajo que mi anterior chamán. Podrás comer así a diario, te vestiré del mejor algodón y te daré una espada digna de alguien como tú ¿qué dices?
Kasumi esboza una ligera sonrisa. En otro momento no hubiera dudado un segundo en responder esta pregunta incluso si ella no es un chamán de las características de Gojo Satoru. Pero ahora, en sus condiciones, no le queda más opción que desviar su mirada con melancolía. Si bien Satoru no es una persona de su entera confianza, debe continuar su camino hasta donde sea posible para encontrar a sus hermanos.
—Además… sé que eres como yo —Kasumi tuerce las cejas y lo ve nuevamente con ligera confusión; ¿qué puede tener ella que ver con un hombre como él?—. Sé que no tienes ningún interés en las cortesanas, no como tu amigo Kentaro… No, no, tú eres diferente.
—¿Q-Qué?
—Te incomodaban… lo sé, a mí también me incomodan. Las tengo aquí porque me da gusto entretener a mis invitados, pero la verdad es que… —dice y se inclina contra ella—. Me gustan más los jóvenes como tú, los muchachos tiernos.
Con el leve toque de su mano la deja tendida de espaldas y se sube sobre ella. Kasumi apenas puede moverse, sus brazos casi no responden.
En otra habitación, una cortesana de cabello largo y sedoso, oscuro como la noche, le quita la primera capa de su kimono a Satoru, otra deja su espada a un lado mientras otras tres se desnudan y besan entre ellas. Una más besa su cuello y él cierra los ojos.
—Eres tan alto y fuerte —le susurra entre besos la que está prendida de su pecho.
—El amo se divertirá mucho hoy, mañana estará de buen humor —comenta otra ya completamente desnuda lista para unirse al grupo.
—Veo que le gustan las visitas —responde Satoru sonriendo, tomando el rostro de una cortesana entre sus manos.
—Sí, sobre todo cuando son jóvenes… —comenta otra y el grupo se echa a reír.
La sonrisa de Satoru se desvanece. No necesita mucho más para darse cuenta de lo que está pasando y se recrimina en un instante haber caído en la trampa más obvia. No podría haber mejor distracción que esta. Repentinamente levanta ambas manos y toma su ropa a toda velocidad, luego su espada mientras hace lo posible por sacarse a las cortesanas de encima delicadamente.
Quizás está equivocado y cuando regrese al salón encontrará a Kai conversando animadamente con el señor feudal, y luego podrá volver a los aposentos a terminar lo que estaba a punto de iniciar. Pero lamenta abrir la puerta y encontrarse lo que había sospechado.
Kai está en el suelo, arrastrándose. Su ropa levantada desde los tobillos y el señor Ichigo encima de él con su kimono abierto. Antes de intervenir escucha un gimoteo, Kai está llorando.
Como una tempestad, Satoru toma por la barba al señor feudal y lo arroja contra la pared rompiendo las paredes de madera. Su cuerpo atraviesa la siguiente habitación y las cortesanas que corrían detrás de él comienzan a gritar escandalizadas.
Satoru levanta a Kai, su cuerpo lánguido no logra mantenerse en pie y él ve con desconfianza y entrecejo arrugado la jara de sake que le ha estado sirviendo durante toda la noche. Toma a Kai entre sus brazos y suspira.
—Lo siento —le dice antes de dejarla reclinada contra la pared para darse vuelta y tomar la jarra de sake con una mano.
Kasumi ve el iracundo paso de Gojo y aunque su entrenamiento es básico, puede sentir con claridad su enorme poder creciendo como una tormenta. Él camina decididamente hacia Ichigo, que aún no puede recuperarse del golpe que le ha dado. Ella no puede ver la expresión de terror del señor feudal al ver el rostro de Satoru nuevamente, sólo puede escuchar las suplicas de sus cortesanas y sus gritos de desesperación. Corriendo medio desnudas por los pasillos del castillo en busca de ayuda.
Satoru se agacha sobre el cuerpo de Ichigo y lo observa con una expresión ausente.
—¿Acaso quieres morir? —le pregunta y él, despojado de toda dignidad, con el kimono completamente abierto y sus genitales al aire, gimotea un ruego perdido entre moco y lágrimas.
El chamán hace caso omiso de su suplica y con su mano izquierda le abre la boca mientras que con la derecha lo obliga a tragarse todo el sake que estuvo sirviendo en la copa de Kai esa noche hasta que no hay una sola gota más.
Luego se levanta y vuelve sobre sus pasos hasta que llega un guardia a quien le arroja la jarra y deja inconsciente en un instante.
—Ustedes, reúnan toda la comida —les ordena a las concubinas—. Si no van a pagarnos con hospitalidad al menos vamos a llevarnos esto —dice y vuelve a cargar a Kai entre sus brazos.
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Tras armar una improvisada tienda de campaña con nada más que una tela de metro y medio, Satoru se acomoda contra el tronco de un árbol y toma a Kasumi entre sus brazos, quien aún no se ha recuperado de los efectos de aquella bebida. La coloca sobre su pecho y apoya su cabeza contra su cabello oscuro.
La lluvia cae sobre ellos con fuerza, no los protege nada más que unos árboles de troncos gruesos a su alrededor. Sobre sus cabezas se oyen truenos y relámpagos. Sin embargo, Kasumi se siente segura, tan segura que puede echarse a dormir sobre el pecho de su captor mientras él conversa con ella, aunque sabe que no puede responderle.
—Deberé ser más cuidadoso la próxima vez. Me dejé llevar por el entusiasmo. Al menos tenemos comida suficiente para los próximos días. Espero que no te incomode dormir así después de lo que pasó… Qué bueno que llegué a tiempo… Me alegra mucho.
Hola de nuevo! Gracias por los comentarios que han dejado en esta historia en todas mis plataformas! Espero que este capítulos les haya gustado. El capítulo anterior fue más bien una introducción del universo y los personajes, como un prólogo de lo que está por venir. Como se habrán dado cuenta en este mundo aplican las mismas normas del Jujutsu que en el canon. Y a partir de ahora y por un tiempo se desarrollará la relación de ambos mientras viajan juntos a encontrar a los hermanos de "Kaisumi".
La verdad me emociona mucho escribir esta historia en un escenario diferente al que ya usé en varios fics anteriores. Me da mucha más libertad y la oportunidad de dejar a mi imaginación correr libremente.
Me encantan las historias ambientadas en este momento en el tiempo, y me encanta poder explorar la personalidad de Satoru en toda su complejidad. Espero que les haya gustado este capítulo y que tengan ganas de leer el próximo. Los veo el próximo domingo!
